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Tesis 1: Ciencias de la Religión

3. Relación y diferencia de la experiencia religiosa con otras experiencias humanas: la


filosofía, la estética, la política, etc.

Síntesis: La experiencia religiosa tiene relación con las otras experiencias humanas
(la filosofía, la estética y la política) en tanto que es una experiencia humana,
entendida como encuentro intelectivo integral con la realidad, y, específicamente
como experiencia religiosa, se relaciona en tanto que existe un parentesco y
contacto que deriva del Absoluto, pero que se diferencian en el mundo determinado
por la forma de aparición del Absoluto, la intención del sujeto y la modalidad de su
respuesta frente al Absoluto.

Para comenzar a desarrollar este punto, es necesario dividir la comparación


requerida por la tesis en tres partes fundamentalmente: (1) La relación y diferencia de la
experiencia religiosa con las otras experiencias humanas de manera general y (2) su
especificación en algunas experiencias humanas como la filosofía, la estética y la política.
(1) Relación y diferencia de la experiencia religiosa con las otras experiencias
humanas: Puesto que la experiencia religiosa, al igual que otras experiencias humanas
como la filosofía, la estética o la política, es una experiencia humana:
«La experiencia es un encuentro de la razón con lo real, no es un mero acto
“empírico” de sentir como una aisthesis de los sentidos. El encuentro
primero con lo real es obviamente sensible, pero no se trata de un encuentro
animal que luego es humanizado inteligentemente, pues el hombre no se
constituye como un añadido yuxtapuesto a lo animal. El hombre entra en
contacto intelectivo con la realidad desde un comienzo, no sólo
intelectivamente sino de manera integral, es decir, inteligentemente y
sensiblemente, no con dos facultades, sino con una inteligencia que es
sentiente, facultad bipotenciada. Al sentir inteligimos y al inteligir sentimos
lo real. La aprehensión primordial de lo real es sentiente»1.
Como es una experiencia humana, la experiencia religiosa como tal, que refiere a
«la experiencia de mí mismo en la alteridad»2 con un Otro, se relaciona en este sentido con
las otras experiencias humanas en tanto que «entre todas estas formas de relación existe un
indudable parentesco que se deriva del hecho de que todas tienen por término la realidad
absoluta»3 y que «cada una de estas actividades […] ponen al hombre en contacto con una
forma particular de manifestación del Absoluto»4:
«La relación con el Absoluto que se realiza en ellas les confiere el carácter
de actitudes relativas a la totalidad y que procuran a la existencia una
respuesta última. En todas ellas se hace presente de alguna manera la
cuestión del sentido último de la vida, y todas ellas procuran una respuesta a
la misma. Todas ellas abren así al hombre más allá de la relatividad de sus
múltiples actos concretos hacia una realidad de la que no puede disponer
como dispone de ellos y a la que debe aceptar. En todas estas actitudes el
1
Zárraga, Filosofía de la religión, 93.
2
Ibíd., 97.
3
Martín Velasco, Introducción a la fenomenología de la religión, 179.
4
Ibíd., 180.
hombre se enfrenta con una realidad que constituye una razón de vivir, un
valor que le presta dignidad y sentido, y por la que incluso puede valer la
pena perder la propia vida»5.
No obstante, si bien existe una relación entre tales experiencias en cuanto que es una
experiencia humana que ponen en contacto con una forma particular de manifestación del
Misterio Absoluto, estas experiencias humanas particulares se diferencian de la experiencia
religiosa por el escenario específico de realización de cada una de ellas, sus personajes y
modos específicos de respuesta frente al Absoluto:
«La atención a las realizaciones concretas de las mismas [experiencias] nos
muestra una indudable “diferencia fenomenológica” entre ellas; esta
diferencia hace que en torno a cada una de esas relaciones se constituya un
“mundo específico”, determinado por la forma de aparición del Absoluto, la
correspondiente intención del sujeto y la modalidad de su respuesta a esa
aparición»6.
(2) Especificación de esta comparación con algunas experiencias humanas
determinadas: Esta tensión entre la relación y diferencia de la experiencia religiosa y las
otras experiencias humanas se expresa de manera más clara –no negando otra experiencia
en relación y diferencia– en tres experiencias humanas: la filosofía, la estética y la política.
a) Con la filosofía: Esta experiencia filosófica «pone realmente al hombre en
contacto con una forma de manifestación del Absoluto; con la forma que se concreta en la
inagotable noción de la Verdad»7. Con el pensamiento filosófico, el ser se desvela al ser
humano, provocando que la realidad comience a hablar de manera luminosa e inteligible.
Ante el asombro del descubrimiento de la realidad, concretizada en un “por qué” que no
cesa hasta llegar a una razón de ser definitiva para todo lo que es:
«El conjunto de la realidad, a la que se aplica el filósofo, aparece de una
forma peculiar; aparece como realidad “problemática”, es decir, como
realidad que necesita explicación. Esta necesidad llevará al filósofo al
descubrimiento del Absoluto, pero éste aparecerá como la realidad que da
razón, que explica y hace comprensible el conjunto de la realidad»8.
De aquí se entiende, por tanto, que la experiencia filosófica es obra de la razón del
ser humano, situándose al nivel de la reflexión, de la teoría y acción sobre la realidad. De
ahí que la relación con el Misterio Absoluto sea teórica de descubrimiento y justificación
que supone una relación efectiva realizada, que la esclarece y la justifica, pero no la
reemplaza. No obstante, la diferencia con la experiencia religiosa es la siguiente:
«La actitud religiosa nos ha aparecido […] determinada también por la
realidad absoluta; pero esta realidad aparece para ella bajo la forma
característica del Misterio. Su aparición no lleva en la actitud religiosa a
problematizar la realidad del mundo, sino que se impone como valor
supremo en todos los órdenes, reclamando veneración y reconocimiento. El
Misterio no mueve al hombre a explicar la realidad del mundo, sino que
despierta en él la necesidad de salvarse. Y en estos dos polos de la

5
Ibíd.
6
Ibíd., 179-180.
7
Ibíd., 181.
8
Ibíd., 181.
aceptación del Misterio y la salvación en él, que mantienen la actitud
religiosa en una tensión constante, consiste lo específico de tal actitud»9.
Por ende, la religión –o experiencia religiosa– se sitúa en el orden de la realidad
vivida, de la acción ejercida y ejercida en términos acerca de la actitud religiosa
fundamental. En vez de ser una “pregunta-respuesta”, esta forma relacional de
conocimiento en cuanto búsqueda y desvelamiento del ser para el filósofo, para la
experiencia religiosa se produce una “llamada-respuesta”, que implica una llamada que
requiere una respuesta de obediencia (potentia oboedientialis), donde el Absoluto no es
principio de explicación, sino una realidad suprema que confiere valor y sentido a la
existencia, requiere adhesión y reconocimiento y de esa forma la salva.
b) Con la estética: La experiencia estética está en disposición de todo ser humano,
donde «el reconocimiento religioso del Misterio se reduce a la profunda impresión de
belleza que el hombre experimenta en contacto con la realidad como totalidad» 10. Según
Juan Martín Velasco, la experiencia estética tiene relación con la experiencia religiosa de la
siguiente manera:
«Se pone en contacto el hombre con la trascendencia. Pero ese contacto se
produce bajo la forma de la experiencia de la belleza, y esto le confiere unos
rasgos peculiares: apertura a una dimensión profunda de lo real que se
visibiliza en el esplendor, el orden y la armonía de lo sensible, captada como
representable y que mueve a la expresión que lo manifiesta y lo encarna
[…]. El acontecer estético hace presente una trascendencia de lo mundano
con la que el hombre entra en contacto en un “éxtasis” que la lleva a
coincidir con la naturaleza en una experiencia de totalidad, de unidad y de
fusión»11.
Sin embargo, la diferencia fundamental de la experiencia estética con la religiosa es
la siguiente:
«Aquí el sujeto se ve interpelado por la Presencia de lo totalmente otro, a lo
que sólo puede responder en una actitud arriesgada de trascendimiento y
descentramiento de sí mismo, a lo que sólo puede responder en mediaciones
percibidas como tales y a las que la Presencia a la que remiten fuerza a
superar permanentemente. Por eso el centro de esta forma de relación con la
trascendencia está en un nuevo ejercicio de la existencia como libertad que
acoge, reconoce, obedece e invoca»12.
c) Con la política: La experiencia política como tal tiene su fundamento en el
postulado aristotélico que refiere a que «sólo el hombre es un “animal político” (ζῷον
πολῖτικόν); lo propio del hombre es vivir en sociedad, y ello requiere de relaciones de
gobierno y de obediencia para alcanzar su perfección con otros» 13. De esta experiencia
política se establece una relación con todas las dimensiones del hombre y, por ende, con las
distintas aproximaciones que, desde las ciencias, se pueden acercar al hombre, situándolo
en un escenario en común con la experiencia religiosa: los diversos modos de organización
sociopolíticos, que permiten y son basadas en la libertad del ser humano:

9
Ibíd., 182.
10
Ibíd., 179.
11
Ibíd., 186-187.
12
Ibíd., 187.
13
Ferrada, Tesario para el examen de Bachiller en Teología, 9.
«Se trata de un proceso de emancipación y autonomía del terreno político
que llega a la madurez con la Ilustración (Aufklärung). A partir de la
Ilustración el orden político aparece como un orden de libertad. Las
estructuras políticas ya no son dadas previamente a la libertad del hombre,
sino que son realidades basadas en la libertad, asumidas y modificadas por el
hombre. La historia política es, en adelante, la historia de la libertad»14.
Esta libertad permite el desarrollo pleno y plural del ser humano en una sociedad
orgánica general, compuesta de diversas comunidades que coligen una ética en común en
base a la libertad propia del ser humano. En esto se relaciona con la experiencia religiosa:
las dos experiencias otorgan un “mundo” basado en la libertad del ser humano que no es de
aislación con los otros, sino en íntima relación comunitaria normada con una ética-moral
correspondiente, con el fin de enfrentarse con una realidad última que afecta a la existencia
del ser humano en forma definitiva desde el aspecto antropológico del ser social, dándole
«un sentido en la medida en que se deja orientar por los valores que se hacen presentes en
ella»15.
Sin embargo, la diferencia fundamental entre la experiencia religiosa y la
experiencia política se basa en la misma diferencia de la organización sociopolítica basada
en la libertad del ser humano. Por una parte, la experiencia política, especialmente en el
aspecto ético, «hace ciertamente referencia a una libertad; pero la presencia de la norma no
es vivida por el sujeto como interpelación de una persona, ni la respuesta a la misma revista
la forma del reconocimiento personal. A la norma responde la obediencia, no la invocación
ni la súplica»16; en otras palabras, el valor ético de la experiencia política es un bien para
todos que se da en el escenario de la organización sociopolítica, que se impone a todos por
igual sin posibilidad de acercamiento, de iniciativa de comunicación o de alejamiento. En
cambio, la experiencia religiosa siempre se deriva de la presencia de una realidad por la que
el ser humano se ha sentido personalmente concernido:
«El Misterio no es una realidad que se imponga a todos, sino una presencia
que sale al encuentro de cada uno a partir de una iniciativa de revelación que
comporta siempre un sujeto personal como término de la misma. Y el
reconocimiento por parte del hombre se expresa en la invocación, la entrega,
la alabanza, actos todos que se refieren a una realidad con la que se ha
entablado una relación de tipo personal»17.

14
Gustavo Gutiérrez, Teología de la liberación. Perspectivas, 18.ª ed. (Salamanca: Sígueme, 2009), 262.
15
Martín Velasco, Introducción a la fenomenología de la religión, 185.
16
Ibíd.
17
Ibíd., 186.

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