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Un buen ejemplo puede ser el código de circulación. Este, para tutelar el bien y la
seguridad de los ciudadanos, impone, por ejemplo, circular por la derecha y detenerse
ante un semáforo rojo, y prohíbe lo contrario. Pero puede haber excepciones e incluso
epiqueya: en un domingo de verano, cuando la ciudad está desierta, no es una culpa
moral no detenerse ante un semáforo rojo, si la visibilidad es buena y hay completa
certeza de no incurrir en peligro para sí mismo o para los otros; en las mismas
condiciones es moralmente posible circular por la izquierda durante algunos metros
para evitar una irregularidad del fondo viario, etc. Todo esto es posible porque no
existe un desorden intrínseco en aquellas acciones, que son buenas o malas solo por su
relación con una regla que generalmente es funcional para obtener una situación
ventajosa o aun necesaria.
esta vincula la conciencia, pero su obligación moral está en relación directa con el valor y la
importancia de los bienes sociales tutelados por la norma. En otras palabras, la
obligatoriedad moral no es una dimensión de la norma jurídica considerada aisladamente,
sino que es efecto de la responsabilidad humana en relación a la realidad social.