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Introducción
La Guerra del Pacífico fue uno de los acontecimientos bélicos más importantes
en la historia de América Latina. Entre 1879 y 1884, se enfrentó Chile con las fuerzas
unidas de Bolivia y Perú. Este conflicto produjo cambios significativos no solo las
fronteras de estas naciones sino, también, en su memoria colectiva (Sater, 2017).
Destruyó la balanza del poder en la costa del Pacífico en favor de Chile, dejó al Perú
seriamente debilitado, y encerró a Bolivia herméticamente dentro del continente.
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Los representantes del pueblo de Bolivia dictaron dos leyes. La primera de junio
de 1863, de carácter secreto, se autorizó al Poder Ejecutivo a buscar la alianza con
Perú1, a obtener un empréstito en Europa y a aumentar el ejército al pie que lo
requiriesen las circunstancias. La segunda, de dos días después, autorizaron al Poder
Ejecutivo, es decir al presidente de Bolivia de ese entonces, General José María de
Achá, para declarar la guerra a Chile. Siempre que agotados los medios conciliatorios
de la diplomacia no obtuviese la reivindicación del territorio usurpado o una solución
pacífica compatible con la dignidad nacional.
Perú prestó únicamente su mediación generosa, no fueron suficiente los
recursos económicos obtenidos de Europa y la búsqueda de los “medios conciliatorios”
llevados a cabo por don Tomás Frías habían sido inútiles. Chile se mantenía en la más
absoluta intransigencia, tanto para hacer desaparecer toda amenaza bélica de parte de
Bolivia como para consolidar la ocupación del territorio boliviano hasta el grado 23.
Sin embargo, si la guerra fue un imposible por acción de Bolivia debido a su
impotencia naval, la guerra llegó a esas costas ese año por voluntad de otra nación, la
expulsada de Sudamérica 40 años antes: España. En 1864 una expedición científica
española, encabezaba por el Almirante Luis Hernández Pinzón, en realidad un grupo
operativo naval, usó el supuesto maltrato de sus ciudadanos como excusa para tomar
las islas Chincha de Perú. El incidente indignó tanto a Chile como a Bolivia, los cuales
dejaron de lado sus propios conflictos para rechazar la invasión española. Dejando
pendiente una solución definitiva, se fijó la frontera en el paralelo 24. Perú expulsó a la
flota madrileña en Callao. Con la paz restaurada en el Pacífico por el alejamiento de los
cañones españoles, se desintegró tácitamente la alianza de Chile, Perú y Bolivia.
Renacieron los intereses antagónicos de los países (Querejazu, 1995).
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La posibilidad de expulsar a los barcos de guerra chilenos de las aguas bolivianas dependía
de la ayuda naval que se pudiese obtener de Perú.
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que todos creyeron que había instaurado el reinado de la armonía y la solidaridad entre
las dos repúblicas, apartando lo del guano, resultó más bien fuente de malos entendidos
susceptibilidades y mutuos reproches. La idea de su modificación o substitución por otro
más conveniente fue ganando terreno en Bolivia.
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Estallido de la Guerra
Igualmente el tratado de 1874 no puso fin a las disputas. Los mineros chilenos,
que llevaban mucho tiempo reclamando por el maltrato que recibían de la policía de
Atacama, siguieron quejándose. Lo que enfureció en particular a algunos periodistas
chilenos fue el hecho de que las concesiones del gobierno de Federico Errázuriz a
Bolivia no habían logrado nada: Bolivia seguía tratando mal a los trabajadores chilenos.
El punto culmine fue cuando el Gobierno boliviano decretó, el 14 de febrero de
1878, un impuesto de 10 centavos por cada quintal de salitre exportado entre los
paralelos 23 y 25, lo que a juicio de Chile, vulneraba la letra y el espíritu de un convenio
suscrito en 1872 y del tratado de 1874, ya que el reconocimiento de ese límite por parte
de Chile, presuponía para éste el respeto por parte de Bolivia de lo acordado en dicho
tratado. Luego de negociaciones que se extendieron hasta fines de enero de 1879, a
nuevas acciones emprendidas por el gobierno de Bolivia en contra de la principal
compañía chilena que operaba en el litoral, en las cercanías de Antofagasta, y al
rechazo por parte de Bolivia a retrotraer la disputa al statu qua ante, con el objeto de
someterla al dictamen de un árbitro, Chile procedió a ocupar militarmente el territorio en
cuestión del recién “electo” presidente, Hilarión Daza, a mediados de febrero de 1879
(Arbós-Urzúa, 1988).
Citando a Sater (2017) ninguno de los tres beligerantes estaba listo para la
guerra que comprometió a estos países en 1879. Perú, que tenía la mayor superficie de
los tres, de entre 1.500.000 y 1.600.000 kilómetros cuadrados. La cercanía de Perú al
mar facilitaba sus exportaciones agrícolas y mineras a los países del Atlántico Norte.
Poseía un sistema de transporte relativamente desarrollado, numerosas vías férreas
(realizadas por el estadounidense Henry Meiggs) llevaban materias primas desde las
plantaciones del interior y las minas, hacia los puertos cercanos. Con la esperanza de
facilitar la exportación de su algodón y azúcar, el gobierno peruano había invertido una
pequeña fortuna en vías férreas. Para suerte de Perú, justo cuando los depósitos de
guano empezaron a agotarse, se descubrieron minas de nitrato en la provincia sureña
de Tarapacá. Como el gobierno peruano estaba ansioso por maximizar los ingresos de
la venta de esta materia prima, en 1875 expropió las minas, que eran mayoritariamente
de propiedad extranjera. Después de esto, las empresas mineras excavaban y
procesaban los nitratos a cambio de una tarifa, mientras que la nación recibía la mayor
proporción de las utilidades, las que se destinaban, en parte, para pagar la deuda que
Perú había contraído para nacionalizar las minas y financiar el gobierno. Importaron
esclavos de África y Asia que trabajaban en las guaneras, donde algunos preferían
suicidarse en vez de raspar heces disecadas de pájaros.
Bolivia, debajo de su tierra yacían enormes reservas de plata y minerales
industriales. El descubrimiento de nitratos y guano en el litoral boliviano pareció abrir
nuevas posibilidades para generar riqueza, aunque el hedor de las guaneras en
Mejillones asaltaba las narices de los visitantes que llegaban por mar mucho antes de
que posaran su vista sobre la ciudad. El país no desarrollaría ferrocarriles hasta fines
del siglo XIX, ya que como había demostrado Henry Meiggs, construir vías férreas en
los Andes requería gran habilidad y enormes cantidades de dinero. Lamentablemente,
Bolivia no tenía ni una ni otra. Sus instituciones políticas eran tan subdesarrolladas como
su infraestructura. Las barreras naturales que dividían a Bolivia en regiones también
separaban a la nación en distintos grupos lingüísticos y culturales: los indios aimara,
que habitaban la zona al sur del lago Titicaca y los quechuas, que residían hacia el
sureste. Como era de esperar, esta desafortunada convergencia de obstáculos
geográficos y diferencias culturales y lingüísticas favoreció un fuerte sentido de
identificación con una región más que con el Estado-nación.
Chile, era el más pequeño en términos de superficie y población. Los chilenos
usaban el mar como la vía de transporte más eficiente y económica. Al principio, el
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gobierno chileno recibía la mayor parte de sus ingresos de los impuestos a las
importaciones. El descubrimiento de plata en el Norte Chico desvió el foco económico
hacia el sector minero. El sistema político daba la impresión de ser casi tan desarrollado
como su economía. Como todas las ex colonias españolas, la capitanía general soportó
años de guerra. Habiéndose sometido a un estado de derecho, encarnado en la
Constitución de 1833, las élites de la nación eligieron a cuatro hombres que
administraron el Estado durante los siguientes cuarenta años. Pese a sus fallas, el
sistema político chileno parecía preferible al de cualquiera de sus vecinos.
Según Sater (2017) la Guerra del Pacífico podemos dividirla en 6 períodos:
1) El primero y más corto, comenzó con la captura por parte de Chile del puerto
boliviano de Antofagasta en febrero de 1879, y terminó pocos días después cuando
ese país había ocupado el resto del desierto de Atacama.
2) Abril a octubre de 1879: las flotas chilenas y peruanas lucharon por el control de las
rutas marítimas. Ambos bandos necesitaban de forma desesperada dominar las
aguas vecinas a la costa de Sudamérica. La marina chilena resolvió el tema de la
supremacía naval cuando capturó el último acorazado de Lima frente a Punta
Angamos en la costa del sur de Perú y la flota peruana casi había dejado de existir.
3) Noviembre 1879: Chile invadió la provincia de Tarapacá pero los aliados vencen. El
éxito aliado (esencialmente su única victoria militar) no alteró de forma significativa
el curso de la guerra. Sin acceso a víveres, las tropas peruanas y bolivianas tuvieron
que evacuar el distrito por el que habían luchado con tanta tenacidad. El control de
las minas de nitrato le dio a Chile los medios para financiar su esfuerzo bélico. Por
otro lado, la pérdida del impuesto a la exportación de salitre paralizó las finanzas
peruanas y poder obtener las armas que necesitaba para sostener la guerra.
4) Mayo 1880: el triunfo de la batalla de Tacna junto con la captura del bastión naval
peruano de Arica, les permitió a los chilenos atacar Lima. En esta etapa de la guerra
se produce la erradicación de los ejércitos regulares de los aliados: en adelante,
Perú tendría que depender principalmente de reclutas sin experiencia para luchar
en la guerra. Además, Perú perdió a su aliado después de mayo de 1880, ya que
Bolivia ordenó a sus tropas sobrevivientes volver a la capital, donde se atrincheraron
a la espera del desarrollo de los acontecimientos.
5) A 6 meses de la caída de Arica: Chile lanzó su última y más ambiciosa ofensiva. Sus
barcos transportaron aproximadamente a 30.000 hombres, junto con sus
cabalgaduras y equipos, 800 kilómetros hacia el norte para atacar Lima. A pesar de
sufrir graves bajas, los chilenos lograron tomar la capital peruana en enero de 1881.
Como ningún político peruano estuvo dispuesto a ceder territorio a los chilenos a
cambio de un tratado de paz, la guerra mutó a una feroz lucha de guerrilla, parecida
a la que acosó a Napoleón Bonaparte en España.
6) Tratado de paz – octubre 1883: por fortuna para Chile, la resistencia peruana
colapsó primero. El recién estrenado gobierno de Miguel Iglesias firmó un tratado de
paz en octubre de 1883. Meses después, la amenaza de una invasión chilena obligó
a Bolivia a aceptar un armisticio y poner fin a la guerra.
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los depósitos mundiales de nitrato. La exportación de salitre, que se usaba para la
manufactura de explosivos y fertilizante, financiaría a varios gobiernos chilenos hasta
comienzos de la década de 1920. Por su lado, la pérdida de las salitreras frenó el
crecimiento económico de Perú. Mucho después de que finalizaran las batallas,
peruanos y bolivianos amenazaron con una guerra de revancha contra Chile. Sin
embargo, Santiago retuvo tenazmente dos provincias peruanas, Tacna y Arica, hasta
que un acuerdo a fines de la década de 1920 devolviera la primera a Perú. Y, aunque a
Bolivia se le permitió el uso de Arica como puerto libre, este país aún añora, no un lugar
al sol, sino uno a la orilla del mar. (Sater, 2017).
Por otro lado, la Guerra consumió una proporción relativamente alta de las
poblaciones masculinas de los tres bandos beligerantes. A principios de 1881, el ejército
de Chile tenía unos 42.000 hombres armados, quienes, junto con 3.000 marinos e
infantes de marina, constituían alrededor del 2% de los habitantes varones de Chile. Es
más difícil calcular cuántos hombres peruanos y bolivianos sirvieron en la guerra, en
parte porque estas naciones no sabían con precisión cuántos ciudadanos residían en
los poblados aislados de los Andes. Un dato curioso, es que la gente “decente” (los que
tenían dinero) estaba exenta del reclutamiento.
Los ejércitos que lucharon en la Guerra del Pacífico parecen haber usado las
armas más modernas, pero al servicio de tácticas tradicionales. Los ejércitos
combatientes emplearon armas modernas de avancarga o rifles de retrocarga, artillería
de acero de campaña y montaña de Krupp, y ametralladoras Gatling; sus flotas de
acorazados lucharon por el control del mar. Más adelante, las armadas manufacturaron
y desplegaron una variedad de torpedos y minas navales, así como el recién creado
bote torpedo. Las partes beligerantes también dependían del telégrafo y las vías férreas
para la comunicación y el transporte de sus tropas, mientras que sus médicos atendían
a los enfermos y heridos.
Es importante destacar que ni Perú ni Bolivia eran naciones en el sentido
tradicional en el momento que estalla el conflicto: como observó el boliviano Roberto
Querejazu, el tamaño de ambos países y la separación de sus poblaciones por actividad
económica, diferencias culturales y barreras geográficas fomentaba el regionalismo y
debilitaba el concepto de Estado-nación (Sater, 2017).
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