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Guerra del Pacífico

Nueva distribución territorial de Chile, Bolivia y Perú

Introducción
La Guerra del Pacífico fue uno de los acontecimientos bélicos más importantes
en la historia de América Latina. Entre 1879 y 1884, se enfrentó Chile con las fuerzas
unidas de Bolivia y Perú. Este conflicto produjo cambios significativos no solo las
fronteras de estas naciones sino, también, en su memoria colectiva (Sater, 2017).
Destruyó la balanza del poder en la costa del Pacífico en favor de Chile, dejó al Perú
seriamente debilitado, y encerró a Bolivia herméticamente dentro del continente.

Comienzo de los enfrentamientos


Es necesario destacar que las
antiguas colonias americanas aceptaron la
doctrina de la corona española de uti
possidetis juris de 1810, según la cual las
recién formadas repúblicas reconocían
como fronteras los límites que España
había usado para delinear sus antiguas
colonias. La frontera entre Bolivia y Chile
atravesaba el desierto de Atacama, uno de
los territorios más desolados del mundo.
Durante sus inicios, ninguno de los dos
países había disputado con demasiado
vigor la ubicación precisa de su frontera
común (Sater, 2017)
Las disputas comenzaron por la
posesión del guano de aves marinas,
producto fertilizante que durante siglos los
indígenas utilizaron para mejorar los
cultivos de papa y maíz. Si el desierto de
Atacama sólo hubiera sido una gran
porción de arena inutilizable, hubiera
constituido una zona amplia de separación
entre Bolivia y Chile, evitando todo roce
fronterizo. Pero debido al descubrimiento
de guano y luego de nitrato, Chile quiso
extender su soberanía sobre parte del
desierto de Atacama a fin de tener acceso
a las riquezas que Bolivia no estaba
controlando debidamente.
La intención de Chile era adueñarse
de la mitad del desierto de Atacama y para ello inició su política expansionista a costa
de Bolivia con la ley que su Congreso dictó el 31 de octubre de 1842, declarando
"propiedad nacional las guaneras de Coquimbo" (que estaban en territorio chileno), y
también las "del desierto de Atacama e islas adyacentes" (ubicadas en territorio
boliviano). Principalmente, la codicia chilena se centraba en la península de Mejillones,
la más rica en guano de toda la costa boliviana. El desafío legislativo fue seguido por
abusos de fuerza ejecutados en el curso de los siguientes 15 años. (Querejazu, 1995).

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Los representantes del pueblo de Bolivia dictaron dos leyes. La primera de junio
de 1863, de carácter secreto, se autorizó al Poder Ejecutivo a buscar la alianza con
Perú1, a obtener un empréstito en Europa y a aumentar el ejército al pie que lo
requiriesen las circunstancias. La segunda, de dos días después, autorizaron al Poder
Ejecutivo, es decir al presidente de Bolivia de ese entonces, General José María de
Achá, para declarar la guerra a Chile. Siempre que agotados los medios conciliatorios
de la diplomacia no obtuviese la reivindicación del territorio usurpado o una solución
pacífica compatible con la dignidad nacional.
Perú prestó únicamente su mediación generosa, no fueron suficiente los
recursos económicos obtenidos de Europa y la búsqueda de los “medios conciliatorios”
llevados a cabo por don Tomás Frías habían sido inútiles. Chile se mantenía en la más
absoluta intransigencia, tanto para hacer desaparecer toda amenaza bélica de parte de
Bolivia como para consolidar la ocupación del territorio boliviano hasta el grado 23.
Sin embargo, si la guerra fue un imposible por acción de Bolivia debido a su
impotencia naval, la guerra llegó a esas costas ese año por voluntad de otra nación, la
expulsada de Sudamérica 40 años antes: España. En 1864 una expedición científica
española, encabezaba por el Almirante Luis Hernández Pinzón, en realidad un grupo
operativo naval, usó el supuesto maltrato de sus ciudadanos como excusa para tomar
las islas Chincha de Perú. El incidente indignó tanto a Chile como a Bolivia, los cuales
dejaron de lado sus propios conflictos para rechazar la invasión española. Dejando
pendiente una solución definitiva, se fijó la frontera en el paralelo 24. Perú expulsó a la
flota madrileña en Callao. Con la paz restaurada en el Pacífico por el alejamiento de los
cañones españoles, se desintegró tácitamente la alianza de Chile, Perú y Bolivia.
Renacieron los intereses antagónicos de los países (Querejazu, 1995).

Partición salomónica del territorio


El nuevo gobierno boliviano del general Mariano Melgarejo intentó resolver el
problema limítrofe de nuevo en 1866. Chile, tal vez fascinado con el espíritu de
“americanismo”, estuvo de acuerdo con aceptar el paralelo 24 como frontera. Sin
embargo, Chile mantenía el derecho a compartir, por partes iguales, las ganancias de
la explotación de los minerales extraídos entre los paralelos 23 y 25. Pero, como toda
riqueza en covaderas, salitre y minerales quedaba en la parte boliviana (paralelos 23 y
24) y nada se había descubierto, ni se descubrió después, en la parte chilena (paralelos
24 y 25), lo que en realidad se ofreció fue partir solamente bienes bolivianos. Bolivia con
tal de que Chile se retirara de Mejillones, estuvo dispuesta a pagar cualquier precio.
“El pacto estableció: 1) que el paralelo 24 de latitud meridional constituía la línea
divisoria de las soberanías de Bolivia y Chile; 2) que los guanos de Mejillones y los que se
descubriesen en el futuro entre los grados 23 y 25 se dividiría por partes iguales entre las
dos repúblicas; 3) que se dividirían en igual proporción, los derechos de exportación que
se cobrase por los minerales extraídos de la misma zona; 4) que Chile controlaría con
interventores los ingresos recaudados en la aduana boliviana de Mejillones para cobrar su
parte; 5) que Bolivia haría lo mismo si se establecía alguna aduana en la costa chilena del
grado 24 al 25; 6) que quedaban libres de pagar derechos de exportación los productos
del territorio comprendido entre los grados 23 y 25, que se sacasen por Mejillones; 7) que
se liberaba del pago de todo derecho de importación a los productos naturales de Chile
que se introdujesen por el mismo puerto” (Querejazu, 1995, p.23).
El tratado de 1866 fue en verdad un pacto muy sui génesis. Deslindó territorios
y soberanías, separándolos con el paralelo del grado 24, pero creó áreas de posible
conflicto al determinar que cada país tenía derecho a una mitad de la riqueza existente
en la parte aledaña del otro, en una extensión de un grado geográfico. El tratado del 66,

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La posibilidad de expulsar a los barcos de guerra chilenos de las aguas bolivianas dependía
de la ayuda naval que se pudiese obtener de Perú.

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que todos creyeron que había instaurado el reinado de la armonía y la solidaridad entre
las dos repúblicas, apartando lo del guano, resultó más bien fuente de malos entendidos
susceptibilidades y mutuos reproches. La idea de su modificación o substitución por otro
más conveniente fue ganando terreno en Bolivia.

Acuerdo Lindsay Corral y alianza secreta Bolivia – Perú


Hacia principios de la década de 1870, numerosas sociedades radicadas en
Chile no solo extraían guano sino, también, de manera creciente, nitratos en el desierto
de Atacama. Asimismo, las empresas chilenas también extraían minerales de plata de
las minas bolivianas de Caracoles, que enviaban a Chile, donde era procesado, fundido
y, luego, exportado a Europa. El congreso boliviano, al sentir amenazado sus recursos
del desierto anuló el pacto de 1866 de Melgarejo. El nuevo presidente chileno Federico
Errázuriz envió a Santiago Lindsay a La Paz con la instrucción de resolver el problema
limítrofe. El acuerdo resultante, el pacto Lindsay-Corral de 1872, parecía casi una réplica
del acuerdo de Melgarejo de 1866, aunque Bolivia acordó incluir a los nitratos como uno
de los minerales que los chilenos podían extraer sin pagar impuestos a cambio de
algunas concesiones financieras.
Es lógico que muchos bolivianos temieran que el pacto Lindsay-Corral no
inhibiría de manera real a Chile de intentar controlar la zona en pugna: obviamente,
Bolivia necesitaba más que palabras para mantener su territorio fuera de Chile. Perú
consideraba que la decisión de Federico Errázuriz de adquirir dos buques de guerra
acorazados de Europa ponía en peligro sus intereses marítimos. Por lo tanto, en febrero
de 1873 Bolivia y Perú firmaron un acuerdo militar secreto comprometiéndose a
ayudarse de forma mutua si Chile amenazaba a cualquiera de los firmantes.
El congreso boliviano se negó a ratificar el acuerdo Lindsay-Corral. Federico
Errázuriz, que temía que Bolivia y Perú incitaran a Argentina a unirse a su coalición
antichilena, decidió que en agosto de 1874 Bolivia y Chile, fijaron otra vez el límite entre
sus respectivos territorios en el paralelo 24. Chile renunció a sus reclamaciones
territoriales y a su derecho a repartir, equitativamente, las ganancias derivadas de los
impuestos a las empresas mineras en el desierto de Atacama y, a cambio, el gobierno
boliviano prometió no subir los impuestos a las corporaciones mineras chilenas en el
desierto durante veinticinco años (Sater, 2017).
La alianza limitada a Bolivia y Perú, destinada a salvaguardar la integridad
territorial de los dos contratantes, tuvo el efecto contrario. Sirvió para que Chile, además
de su codicia por los ricos territorios de Atacama y Tarapacá, se sintiese impulsado a
hacer la guerra a ambas naciones para destrozar el pacto de febrero de 1873, como
destrozó la Confederación Perú - Boliviana, 40 años antes, y de paso apropiarse del
extremo sur de uno de los aliados y de todo el litoral del otro (Querejazu, 1995).
Tres sucesivos gobiernos bolivianos (Morales, Tomás Frías y Ballivián)
participaron en la gestación y perfeccionamiento del Tratado de Alianza Defensiva
suscrita con el Perú. Si bien era de carácter secreto, el gobierno chileno supo de su
existencia, a poco de su firma, por una infidencia del Brasil.
Los intereses chilenos en las riquezas del litoral de Bolivia, nacidos con el guano
de Mejillones (del que consiguieron una mitad gracias al tratado de 1866),
incrementados con la plata de Caracoles (explotada en su mayor parte por mineros de
su nación), habían aumentado en los últimos años con un tercer producto, el salitre, en
cuya explotación sus industriales se llevaban gran parte (Querejazu, 1995).

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Estallido de la Guerra
Igualmente el tratado de 1874 no puso fin a las disputas. Los mineros chilenos,
que llevaban mucho tiempo reclamando por el maltrato que recibían de la policía de
Atacama, siguieron quejándose. Lo que enfureció en particular a algunos periodistas
chilenos fue el hecho de que las concesiones del gobierno de Federico Errázuriz a
Bolivia no habían logrado nada: Bolivia seguía tratando mal a los trabajadores chilenos.
El punto culmine fue cuando el Gobierno boliviano decretó, el 14 de febrero de
1878, un impuesto de 10 centavos por cada quintal de salitre exportado entre los
paralelos 23 y 25, lo que a juicio de Chile, vulneraba la letra y el espíritu de un convenio
suscrito en 1872 y del tratado de 1874, ya que el reconocimiento de ese límite por parte
de Chile, presuponía para éste el respeto por parte de Bolivia de lo acordado en dicho
tratado. Luego de negociaciones que se extendieron hasta fines de enero de 1879, a
nuevas acciones emprendidas por el gobierno de Bolivia en contra de la principal
compañía chilena que operaba en el litoral, en las cercanías de Antofagasta, y al
rechazo por parte de Bolivia a retrotraer la disputa al statu qua ante, con el objeto de
someterla al dictamen de un árbitro, Chile procedió a ocupar militarmente el territorio en
cuestión del recién “electo” presidente, Hilarión Daza, a mediados de febrero de 1879
(Arbós-Urzúa, 1988).
Citando a Sater (2017) ninguno de los tres beligerantes estaba listo para la
guerra que comprometió a estos países en 1879. Perú, que tenía la mayor superficie de
los tres, de entre 1.500.000 y 1.600.000 kilómetros cuadrados. La cercanía de Perú al
mar facilitaba sus exportaciones agrícolas y mineras a los países del Atlántico Norte.
Poseía un sistema de transporte relativamente desarrollado, numerosas vías férreas
(realizadas por el estadounidense Henry Meiggs) llevaban materias primas desde las
plantaciones del interior y las minas, hacia los puertos cercanos. Con la esperanza de
facilitar la exportación de su algodón y azúcar, el gobierno peruano había invertido una
pequeña fortuna en vías férreas. Para suerte de Perú, justo cuando los depósitos de
guano empezaron a agotarse, se descubrieron minas de nitrato en la provincia sureña
de Tarapacá. Como el gobierno peruano estaba ansioso por maximizar los ingresos de
la venta de esta materia prima, en 1875 expropió las minas, que eran mayoritariamente
de propiedad extranjera. Después de esto, las empresas mineras excavaban y
procesaban los nitratos a cambio de una tarifa, mientras que la nación recibía la mayor
proporción de las utilidades, las que se destinaban, en parte, para pagar la deuda que
Perú había contraído para nacionalizar las minas y financiar el gobierno. Importaron
esclavos de África y Asia que trabajaban en las guaneras, donde algunos preferían
suicidarse en vez de raspar heces disecadas de pájaros.
Bolivia, debajo de su tierra yacían enormes reservas de plata y minerales
industriales. El descubrimiento de nitratos y guano en el litoral boliviano pareció abrir
nuevas posibilidades para generar riqueza, aunque el hedor de las guaneras en
Mejillones asaltaba las narices de los visitantes que llegaban por mar mucho antes de
que posaran su vista sobre la ciudad. El país no desarrollaría ferrocarriles hasta fines
del siglo XIX, ya que como había demostrado Henry Meiggs, construir vías férreas en
los Andes requería gran habilidad y enormes cantidades de dinero. Lamentablemente,
Bolivia no tenía ni una ni otra. Sus instituciones políticas eran tan subdesarrolladas como
su infraestructura. Las barreras naturales que dividían a Bolivia en regiones también
separaban a la nación en distintos grupos lingüísticos y culturales: los indios aimara,
que habitaban la zona al sur del lago Titicaca y los quechuas, que residían hacia el
sureste. Como era de esperar, esta desafortunada convergencia de obstáculos
geográficos y diferencias culturales y lingüísticas favoreció un fuerte sentido de
identificación con una región más que con el Estado-nación.
Chile, era el más pequeño en términos de superficie y población. Los chilenos
usaban el mar como la vía de transporte más eficiente y económica. Al principio, el

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gobierno chileno recibía la mayor parte de sus ingresos de los impuestos a las
importaciones. El descubrimiento de plata en el Norte Chico desvió el foco económico
hacia el sector minero. El sistema político daba la impresión de ser casi tan desarrollado
como su economía. Como todas las ex colonias españolas, la capitanía general soportó
años de guerra. Habiéndose sometido a un estado de derecho, encarnado en la
Constitución de 1833, las élites de la nación eligieron a cuatro hombres que
administraron el Estado durante los siguientes cuarenta años. Pese a sus fallas, el
sistema político chileno parecía preferible al de cualquiera de sus vecinos.
Según Sater (2017) la Guerra del Pacífico podemos dividirla en 6 períodos:
1) El primero y más corto, comenzó con la captura por parte de Chile del puerto
boliviano de Antofagasta en febrero de 1879, y terminó pocos días después cuando
ese país había ocupado el resto del desierto de Atacama.
2) Abril a octubre de 1879: las flotas chilenas y peruanas lucharon por el control de las
rutas marítimas. Ambos bandos necesitaban de forma desesperada dominar las
aguas vecinas a la costa de Sudamérica. La marina chilena resolvió el tema de la
supremacía naval cuando capturó el último acorazado de Lima frente a Punta
Angamos en la costa del sur de Perú y la flota peruana casi había dejado de existir.
3) Noviembre 1879: Chile invadió la provincia de Tarapacá pero los aliados vencen. El
éxito aliado (esencialmente su única victoria militar) no alteró de forma significativa
el curso de la guerra. Sin acceso a víveres, las tropas peruanas y bolivianas tuvieron
que evacuar el distrito por el que habían luchado con tanta tenacidad. El control de
las minas de nitrato le dio a Chile los medios para financiar su esfuerzo bélico. Por
otro lado, la pérdida del impuesto a la exportación de salitre paralizó las finanzas
peruanas y poder obtener las armas que necesitaba para sostener la guerra.
4) Mayo 1880: el triunfo de la batalla de Tacna junto con la captura del bastión naval
peruano de Arica, les permitió a los chilenos atacar Lima. En esta etapa de la guerra
se produce la erradicación de los ejércitos regulares de los aliados: en adelante,
Perú tendría que depender principalmente de reclutas sin experiencia para luchar
en la guerra. Además, Perú perdió a su aliado después de mayo de 1880, ya que
Bolivia ordenó a sus tropas sobrevivientes volver a la capital, donde se atrincheraron
a la espera del desarrollo de los acontecimientos.
5) A 6 meses de la caída de Arica: Chile lanzó su última y más ambiciosa ofensiva. Sus
barcos transportaron aproximadamente a 30.000 hombres, junto con sus
cabalgaduras y equipos, 800 kilómetros hacia el norte para atacar Lima. A pesar de
sufrir graves bajas, los chilenos lograron tomar la capital peruana en enero de 1881.
Como ningún político peruano estuvo dispuesto a ceder territorio a los chilenos a
cambio de un tratado de paz, la guerra mutó a una feroz lucha de guerrilla, parecida
a la que acosó a Napoleón Bonaparte en España.
6) Tratado de paz – octubre 1883: por fortuna para Chile, la resistencia peruana
colapsó primero. El recién estrenado gobierno de Miguel Iglesias firmó un tratado de
paz en octubre de 1883. Meses después, la amenaza de una invasión chilena obligó
a Bolivia a aceptar un armisticio y poner fin a la guerra.

Datos resultantes del conflicto


Se produjeron nuevas distribuciones territoriales. Chile anexó la provincia
boliviana de Atacama, con lo cual La Paz pasaría a ser la capital de una nación sin salida
al mar, y Santiago el propietario de sus depósitos de guano y minas de nitrato (salitre).
Los chilenos no sabían, entonces, que Atacama también contenía algunos de los
depósitos de cobre más ricos del mundo. Gracias a su victoria, Chile también adquirió
la provincia peruana de Tarapacá, lo que dio a Santiago el control de casi la totalidad de

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los depósitos mundiales de nitrato. La exportación de salitre, que se usaba para la
manufactura de explosivos y fertilizante, financiaría a varios gobiernos chilenos hasta
comienzos de la década de 1920. Por su lado, la pérdida de las salitreras frenó el
crecimiento económico de Perú. Mucho después de que finalizaran las batallas,
peruanos y bolivianos amenazaron con una guerra de revancha contra Chile. Sin
embargo, Santiago retuvo tenazmente dos provincias peruanas, Tacna y Arica, hasta
que un acuerdo a fines de la década de 1920 devolviera la primera a Perú. Y, aunque a
Bolivia se le permitió el uso de Arica como puerto libre, este país aún añora, no un lugar
al sol, sino uno a la orilla del mar. (Sater, 2017).
Por otro lado, la Guerra consumió una proporción relativamente alta de las
poblaciones masculinas de los tres bandos beligerantes. A principios de 1881, el ejército
de Chile tenía unos 42.000 hombres armados, quienes, junto con 3.000 marinos e
infantes de marina, constituían alrededor del 2% de los habitantes varones de Chile. Es
más difícil calcular cuántos hombres peruanos y bolivianos sirvieron en la guerra, en
parte porque estas naciones no sabían con precisión cuántos ciudadanos residían en
los poblados aislados de los Andes. Un dato curioso, es que la gente “decente” (los que
tenían dinero) estaba exenta del reclutamiento.
Los ejércitos que lucharon en la Guerra del Pacífico parecen haber usado las
armas más modernas, pero al servicio de tácticas tradicionales. Los ejércitos
combatientes emplearon armas modernas de avancarga o rifles de retrocarga, artillería
de acero de campaña y montaña de Krupp, y ametralladoras Gatling; sus flotas de
acorazados lucharon por el control del mar. Más adelante, las armadas manufacturaron
y desplegaron una variedad de torpedos y minas navales, así como el recién creado
bote torpedo. Las partes beligerantes también dependían del telégrafo y las vías férreas
para la comunicación y el transporte de sus tropas, mientras que sus médicos atendían
a los enfermos y heridos.
Es importante destacar que ni Perú ni Bolivia eran naciones en el sentido
tradicional en el momento que estalla el conflicto: como observó el boliviano Roberto
Querejazu, el tamaño de ambos países y la separación de sus poblaciones por actividad
económica, diferencias culturales y barreras geográficas fomentaba el regionalismo y
debilitaba el concepto de Estado-nación (Sater, 2017).

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