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¿Por qué fracasa Colombia?

¿Por qué fracasa Colombia? Delirios de una nación que se desconoce a si misma¸
es una obra de Enrique Serrano publicada en Bogotá por Editorial Planeta en el
año 2016. A la fecha cuenta con tres ediciones. Su autor, nacido en
Barrancabermeja en 1960, ganó en 1996 el Premio de cuento Juan Rulfo y ha
publicado dos cuentos, calificados con elogios por Gabriel García Márquez.

Este libro tiene un estilo de un ensayo que el autor quiso dividir en 47 entradas
muy transitorias, causa gran interés, ya que tiene un particular sentido ameno,
muy categórico, provocador y bastante ajeno a los protocolos que comúnmente
emanan los temas de la academia. A diferencia de muchos historiadores, Serrano
logra captar a sus lectores desde la primera página con una prosa excepcional
que oscila magistralmente entre lo anecdótico y lo que en realidad se puede
considerar abstracto.

El hilo temático es la historia de nuestro país, bajo la pregunta que titula


precisamente la obra, el autor promete de una manera muy explícita una
investigación completa en un amplio sentido del origen remoto de la nacionalidad y
las raíces de la mentalidad colombiana, lo que incluye casos tales como lo son el
machismo, el cortoplacismo, el arribismo, o la supuesta mediocridad que tenemos
nosotros lo colombianos.

No obstante, hay algo realmente importante que sin duda hay que resaltar, el autor
en ninguna de sus líneas trata el tema del fracaso del país al cual hace referencia,
en ninguno de sus ámbitos de Estado y de Nación. Solo menciona el fracaso de la
independencia nacional, debido a que nunca hubo efectivamente un proyecto
nacional (hasta hoy) y la idea certera de que nuestra ética es un disfraz entre lo
que somos íntimamente y lo que mostramos públicamente a los demás.

Tres son las principales tesis que expone Serrano en su ensayo. En la primera,
hace referencia a algunos factores específicos para explicar ciertas características
de la nación Colombiana, señala que es totalmente falso lo que quizás todos
creemos, y es que el país haya vivido en conflicto permanente, pues el considera
que durante al menos 300 años después del descubrimiento el país vivió en
calma, esto debido a pequeños asentamientos urbanos que estaban muy alejados
unos de otros, y no solo debido a la arisca geografía del país, sino básicamente a
que los pobladores que venían de España lo que querían era evitar a toda costa el
conflicto, tanto con los indígenas, como con otros europeos.

A pesar de que tuvimos nuestra propia leyenda de “El Dorado”, ésta se fue
diluyendo, así que fuimos un territorio de ultramar poco importante para el reino
español, puesto que aquí no se producían los metales preciosos que si daban
México y Perú. Pero más importante que eso, quienes aquí se establecieron
tenían otra mentalidad diferente a la aventura. Venían a quedarse, así fuera
provisionalmente, con un territorio extenso, pero que, debido a la crudeza del
clima, solo fue ocupado en su zona templada, o sea en las laderas y en lo alto de
las tres cordilleras que nos cruzan de sur a norte.

Es decir, que es una realidad el hecho de que en nuestros genes no se encuentra


la violencia, como muchos en distintas ocasiones lo han manifestado. Pero no es
que no haya haya habido violencia, sino que ella no fue de ninguna manera
sistemática, ni hubo genocidio de los indígenas, que en su gran mayoría murieron
debido a las enfermedades infectocontagiosas que contrajeron al contacto con los
europeos, pues sus organismos no estaban preparados para enfrentarlas.

A este tenor, no hubo nunca una oposición de los indígenas a la conquista


española, ya que aquí no hubo los imperios que existieron en otras partes del
continente americano. La mayoría de tribus eran nómadas o semi nómadas, por lo
que no tenían un territorio específico para defender, manifiesta Serrano.

Como segunda tesis, Serrano afirma que a pesar de que en el país hubo un
mestizaje racial, nunca existió el correspondiente mestizaje cultural, pues a la
debilidad de las culturas indígenas, se impuso con vigor las creencias católicas, ya
que la mayoría de pobladores españoles primigenios eran cristianos nuevos, o sea
en su mayoría conversos, a quienes les interesaba demostrar su fidelidad a las
nuevas creencias, como una forma de evitarse problemas mayores. Eran en
buena parte originarios del sur de España, o sea de origen moro y judío sefardita.

Esta aseveración es débil, porque si bien es cierto que quienes venía de la


península no querían ningún tipo de problema con la religión, que sirvió de
aglutinador para la cultura española, el mestizaje cultural es inevitable, al tener
que enfrentar y dominar una geografía desafiante y exigente. Como se ha
señalado abundantemente, los aportes de las culturas indígenas y africanas al
idioma español, a la gastronomía, a la música, para solo citar estos tres aspectos,
es muy importante. Es inútil negarlo, muy a pesar de que quisiéramos que los
aportes de la madre patria permanecieran impolutos.

Serrano sostiene que “el país” es profundamente hispánico en casi todas sus
manifestaciones culturales. En esta perspectiva, las lenguas, religiones y valores
de los indígenas actuales, que cuentan con alrededor de 4% de la población,
estarían “casi muriendo o atravesando un estado de amenaza implacable, de
destino ineluctable de desaparición”, y “lo único que sobrevive es una hispanidad
colombianizada y adaptada a los valores e ideales del presente. De la misma
manera, la importante influencia africana, y en general cualquier fenómeno de
mestizaje cultural desde la conquista, no son considerados elementos relevantes
de la “nacionalidad colombiana”, ni en ámbitos tan evidentes como la música, la
comida, el lenguaje, la literatura, el arte, etc.

Por último y no menos importante, su tercera tesis dado el carácter provisorio que
tuvieron la mayoría de poblados durante la época de la conquista y de la colonia,
que implicó que se viviera también como si se estuviera de paso hacia otra parte,
no somos una nación que sea dada a los grandes propósitos comunes, a los
objetivos que nos permitan compartir metas en planes de largo aliento. Somos
cortoplacistas, todo lo queremos para ya, y ojalá sin mucho o ningún esfuerzo.

Estas entre muchos otros postulados del libro, como el supuesto machismo, que
solo se vive de manera pública, pero que de puertas para adentro realmente lo
que tenemos es un matriarcado, o el carácter conservador de la mayoría de
colombianos, a quienes no les interesan ni las aventuras ni las revoluciones a las
que son tan dados en otras latitudes del continente.

Es en suma un libro muy interesante, sobre el cual deberían hacerse intensos


debates, para tratar de avanzar en la construcción de una nacionalidad
colombiana, que nos ha sido tan esquiva hasta ahora.

Finalizando esta reseña, me aparto de la tesis central que expone Serrano en este
libro bajo el entendido de que no fuimos tan pacíficos dado que la violencia no sólo
se expresa de manera armada, explícita o sonora, en ríos de sangre y cadáveres
insepultos, sino que existe una violencia más demoledora que aquélla que ha
gobernado a Colombia. Una violencia susurrada por la imposición de una
religiosidad culposa, de castas conservadoras y liberales que históricamente han
despojado a las mayorías de derechos y oportunidades, de latifundismos
arrasantes y excluyentes, de voces sutilmente silenciadas. Esta violencia
soterrada, más que el pacifismo, efectivamente ha gobernado a eso que
vagamente denominamos Colombia desde el siglo XVI hasta hoy. Pero más allá
de compartir o no la tesis del autor, este es un libro que debería ser leído,
comentado y discutido en todos los ámbitos nacionales, especialmente en los de
la política y la educación, entre otras razones, porque en esencia desconocemos
lo que somos y por qué somos como somos.

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