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Gian Carlo Muñoz

Elección definitiva del cristiano


En el camino a la santidad que el transformado inició en algún momento pasado, experimenta
un momento decisivo en el que debe optar por seguir hacia adelante sin retroceder. Esta etapa
se relaciona con las palabras de Jesús a aquel discípulo con anhelos de seguirle: “Nadie, que
después de poner la mano en el arado mira atrás, es apto para el reino de Dios” (Lc 9, 62). De
modo que, todo cristiano que tome la decisión definitiva de asumir este compromiso debe
proseguir el camino hacia Dios.
Es importante destacar que, en esta fase, el creyente experimenta una madurez espiritual
propicia, fortalecido por el despojo de todo apego y deseo desordenado que obstaculizaba su
paso; este desasimiento consiste en la entrega total a Dios, despreocupándose por todo lo
material, pues ofrece todo con confianza a la providencia divina. Se observa en él actitudes de
humildad y obediencia tanto a sus superiores como a Dios, el Sumo Bien.
No obstante, el transformado continúa luchando contra la tentación; incluso, es evidente que
este cometa pecado, pues no está exento a esto, pero con arrepentimiento se levanta y
observa el rostro del Padre misericordioso que lo atrae con lazos de amor 1, pues Dios no le
importa cuantas veces caemos, sino que estemos delante de él. Por supuesto, evitando la
mediocridad causada por la desatención en esta lucha espiritual debido a justificar los actos
pecaminosos con la fragilidad del hombre2 y amparándose en la premisa de la misericordia
infinita de Dios3.
En esta ruta de nuevos desafíos es esencial la recta intención del cristiano, pues sus actos y
pensamientos serán orientados por esta concepción. De esta forma, la voluntad cumple un
papel primordial en la vida del transformado quien tiene la capacidad para elegir el bien u optar
por el mal. No obstante, para que esta elección sea edificante, es vital la presencia del Espíritu
Santo quien le ayuda en el discernimiento, al derramar dones sobre el creyente tales como el
dominio de sí que se relaciona y se desarrolla con la disciplina.
De modo que, en esta fase, el transformado transcurrirá sobre el amplio campo de verdes
prados y áridos espacios, apoyado del arado que ilustra la fuerza de Dios que lo sostiene y lo
acompaña; al igual que seguirá creciendo en el amor al Señor, pues en su interior todavía se
debaten el anhelo del Reino de Dios y la tentación de mirar hacia atrás, a la vida profana del
pasado, aunque la gracia se manifieste en mayor calidad que el pecado.

1
Cf Os 11, 4.
2
Que es una realidad evidente, pero también hay certeza de la gracia de Dios que ayuda al hombre y le sugiere
esforzarse.
3
Que es también una verdad irrefutable, pero disiente de la idea de un Dios alcahueta.

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