Sevillá Gascó
Carmen Pastor Gimeno
Domando al dragón
Terapia cognitivo-conductual
para el enfado patológico
Índice
1. ¿Qué es el enfado?
El enfado. La emoción olvidada
Definición de enfado
Enfado y enfado patológico
Enfado y agresión
Enfado y otras emociones
Enfado patológico y otros trastornos psicológicos
Enfado y depresión
Enfado y trastornos de personalidad
Enfado y violencia de género
Enfado y celos
Bases biológicas del enfado y la agresividad
3. Métodos de evaluación
Entrevista
Dificultades en la entrevista
La dinámica de la entrevista
Autoobservación y autorregistros
Observación
Cuestionarios
4. Presentación de la hipótesis
Explicación de los factores de mantenimiento
Explicación del origen del problema
Psicoeducación
Acordar los objetivos terapéuticos
Planteamiento de las técnicas
Apéndices
1. Historia personal
2. Entrenamiento en habilidades sociales
3. Cuadernillos de trabajo para el cliente
1. Introducción y conceptos básicos
2. ¿Cómo es mi enfado?
3. La Relajación
4. La Terapia Cognitiva
5. La Terapia de Exposición
6. Práctica del perdón
7. Resumen de lo aprendido
Bibliografía
Créditos
Para el doctor Fernando Álvarez,
el mejor amigo
PRÓLOGO DEL PROFESOR TAFRATE
Nos confesamos psicólogos clínicos. Y, como todo terapeuta profesional, desde que
empezamos la práctica de la terapia cognitivo-conductual a mediados de los años ochenta,
hemos tenido que tratar con el enfado patológico.
Al principio de nuestra aventura, fue la Terapia Racional Emotiva la que guió nuestro
trabajo. Primero fueron los clásicos libros del Dr. Ellis y, a continuación, él mismo.
Conocerlo y ser discípulos suyos cambió nuestra forma de entender y abordar el tratamiento
del enfado. En nuestra mente hay recuerdos muy vívidos de su extraordinaria forma de hacer
terapia. Gracias, Dr. Ellis.
En esa época también conocimos al profesor Ray DiGiuseppe, director de entrenamiento en
el Institute for Rational Emotive Therapy. El Dr. DiGiuseppe se convirtió en uno de los líderes
del estudio científico del enfado excesivo, dirigiendo algunas de las investigaciones más
influyentes y publicando el manual de referencia en el campo. Muchas gracias, Doctor
DiGiuseppe.
No podemos hablar de esa primera estancia en el Institute for Rational Emotive Therapy sin
recordar al Dr. Fernando Álvarez. Él, amigo y mentor, ha sido quien nos ha mantenido
interesados en el enfado y en la Terapia Racional Emotiva durante todo este tiempo. Fernando
se convirtió además, junto a su mujer Nancy y su hijo Evan, en nuestra familia neoyorquina.
Gracias, Dr. Álvarez.
Más adelante, descubrimos el trabajo del profesor Jerry Deffenbacher. Pionero en la
investigación metodológicamente rigurosa en el enfado. Probablemente su protocolo de
tratamiento es la fuente de inspiración más sólida de nuestro enfoque terapéutico actual.
Queremos agradecer al Dr. Deffenbacher todo su conocimiento y sabiduría y el magnífico
seminario que impartió en Valencia.
La última influencia que ha marcado nuestra trayectoria profesional en la forma de tratar el
enfado se la debemos al profesor Raymond Chip Tafrate. Después de seguir su trabajo durante
años tuvimos ocasión de invitarlo recientemente a Valencia. Fue una auténtica conexión no
solo en el terreno científico sino en el personal. Gracias, Chip.
Este libro, y una parte de su título, no habría visto la luz si no hubiéramos compartido una
extraordinaria comida con el profesor Carmelo Vázquez, quien tuvo la idea de proponernos
escribir este libro. Un abrazo muy fuerte para ti, Carmelo.
Finalmente, también queremos agradecer a nuestras colegas del Centro de Terapia de
Conducta su apoyo incondicional, y a nuestros clientes y alumnos, que han confiado en
nosotros durante todos estos años. Esperamos que este libro que tenéis en vuestras manos esté
a la altura que merecéis.
Juan Sevillá y Carmen Pastor
¿QUÉ ES EL ENFADO?
Resulta como mínimo sorprendente que una emoción tan habitual como el enfado haya sido
literalmente olvidada por la ciencia de la psicología.
Para hacernos una idea más clara de esta negligencia, DiGiuseppe y Tafrate (2007)
informan que entre 1971 y 2005 se publicaron 1.267 artículos sobre depresión, 410 en el área
de la ansiedad y solo 7 sobre enfado.
¿Cómo es esto posible? Podemos especular sobre varias razones que explican este
fenómeno. Primero, la inexistencia de una categoría específica de enfado en los manuales de
diagnóstico. A pesar de que diferentes autores llevan años proponiendo la inclusión del
diagnóstico formal de los trastornos de enfado (Deffenbacher, 2000), ni siquiera en el recién
publicado DSM V (American Psychiatric Association, 2013) aparece tal categoría. Lo que
resulta paradójico porque, en una gran cantidad de categorías diagnósticas formales, se utiliza
como característica definitoria de esos trastornos expresiones como enfado, irritabilidad,
rabia o agresividad. Comenzando por el trastorno bipolar, la depresión mayor, el trastorno de
ansiedad generalizada, el trastorno de apego reactivo, el trastorno de estrés postraumático y el
de estrés agudo, y los trastornos de personalidad: paranoide, antisocial y límite; y acabando
con lo que el DSM V llama «Otros problemas que pueden ser objeto de atención clínica»,
donde encontraríamos el enfado conectado con relaciones conflictivas entre padres e hijos, en
pareja, maltrato, nivel elevado de emoción expresada en familias o problemas relacionados
con el entorno social: exclusión, rechazo, discriminación o persecución. Dentro de los
trastornos destructivos del control de impulsos, merecería mención aparte el trastorno
explosivo intermitente. Probablemente esta categoría sería la más parecida a la no existente de
trastorno por enfado excesivo, aunque las diferencias son notables. Los trastornos destructivos
del control de impulsos y de la conducta se definen por la «dificultad para resistir un impulso,
una motivación o una tentación de llevar a cabo un acto perjudicial para la persona o para los
demás» (American Psychiatric Association, 2013). Lo que, como veremos más adelante, no
encaja con la dinámica psicológica habitual de las personas que sufren enfado patológico o
excesivo. También resulta de especial interés una categoría nueva, el trastorno de
desregulación destructiva del estado de ánimo, incluida en el grupo de los trastornos
depresivos. Literalmente describe lo que podría ser perfectamente un trastorno de enfado
patológico incluyendo conducta agresiva grave, tanto verbal como física y desproporcionada a
la situación en que aparece. La única salvedad es que para cumplir los criterios diagnósticos
de este trastorno, los cambios que la persona sufriría estarían primariamente causados por la
depresión. Lo que ciertamente suscita la clásica polémica de la relación causa-efecto
depresión y enfado.
Si el trastorno de enfado patológico no existe de manera oficial, esto condiciona
enormemente la investigación y el tratamiento: menos posibilidades de recibir subvenciones
económicas para investigar, menor posibilidad de entrenar a profesionales de la salud mental
para tratar esta clase de problemas o menor concienciación del público en general sobre que
el enfado excesivo puede ser un trastorno psicológico.
Una segunda razón, muy conectada con la anterior, es que la mayoría de las personas con
esta clase de problemas no busca ayuda fácilmente. La ausencia de consciencia de trastorno es
una parte definitoria del problema, pero si no existe una demanda social para resolver un
problema, entonces, no se articulan medios para resolverlo.
Casi todos los clientes a los que se les ofrece ayuda para resolver su problema de enfado,
o bien llegan forzados por sus familiares, o bien se identifica su problema dentro del contexto
de una terapia familiar, de pareja o en la atención a otro problema psicológico.
Una tercera razón podría ser la dificultad para diferenciar el enfado del enfado patológico.
Todo el mundo se enfada, pero no con la misma frecuencia, intensidad o duración, ni ante las
mismas situaciones. Aunque en próximas partes de este trabajo intentaremos precisar cuáles
serían los límites razonables entre el enfado adaptativo y el pernicioso, ciertamente resulta
difícil. Mucho más difícil de lo que resulta diferenciar una tristeza de una depresión, o el
simple miedo de una fobia inmovilizadora. Este inconveniente no facilita en absoluto que los
sufridores sean sabedores de su problema, o aún peor, que su entorno social tampoco lo sea, y
justifiquen o acepten su comportamiento con expresiones como «tiene mucho carácter» o
«tiene un pronto muy malo».
Finalmente, y como clínicos, nos produce un cierto grado de vergüenza comentarlo, es
bastante probable que muchos profesionales de la salud mental se sientan incómodos tratando
con personas que sufren de enfado excesivo. Y es comprensible. Algunos de ellos son clientes
francamente incómodos, lo que es lógico porque, si su problema es el enfado, es inevitable
que su enfado aparezca en consulta. Así pues, como investigador, resultará más fácil centrarse
en el estudio de personas que sufren ansiedad o depresión antes que en enfado.
Definición de enfado
A pesar de que la investigación ha relegado el enfado a una categoría casi anecdótica, desde el
propio inicio de la historia de la cultura y de la filosofía hay constantes referencias al tema.
Algunos filósofos clásicos como Aristóteles, Séneca o Plutarco definían el enfado como
una emoción o pasión intensa provocada cuando la gente sufre o percibe que sufre un dolor,
insulto o injuria que les motiva un deseo de venganza u otro tipo de acción para castigar al
ofensor o que este les restituya. El propio Aristóteles era más preciso diferenciando el enfado
saludable del patológico:
Cualquiera puede enfadarse, eso es algo muy sencillo. Pero enfadarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en
el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto, eso, ciertamente, no resulta tan sencillo.
Aristóteles
Charles Darwin (1872; 1965) define el enfado como una emoción adaptativamente evolutiva.
El enfado mediaría la conducta agresiva, que a su vez tendría como objetivo repeler a los
atacantes para aumentar las probabilidades de supervivencia.
El propio Freud (1920) afirmaba que había una relación biológica entre el enfado y la
agresión, y definía el enfado como una expresión débil de la pulsión agresiva.
La Real Academia de la Lengua define el enfado como enojo, movimiento del ánimo que
suscita ira.
Podemos concluir de esta incompleta pero representativa serie de citas de la cultura
universal que el enfado es una emoción intensa y que motiva o predispone a la acción.
A continuación, vamos a revisar las definiciones sobre enfado que los líderes del campo
han formulado.
1. El enfado, como el resto de las emociones, hay que entenderlo desde una perspectiva
evolutiva. Seguimos enfadándonos después de 50.000 años de Homo sapiens porque el
enfado tiene una misión de supervivencia: eliminar amenazas.
2. El enfado es una emoción intensa. Que implica fuertes niveles de activación autonómica.
Lo que encaja claramente con el punto anterior. Para luchar de la manera más eficaz,
necesitamos que nuestro cuerpo produzca un alto nivel de energía.
3. Además de los cambios fisiológicos, el enfado conlleva cambios cognitivos y motores.
En ese sentido, el enfado es la emoción básica que gobierna la agresividad.
4. La manera en que se expresa el enfado y posiblemente la forma en que se perciben
ciertas situaciones como amenazantes, están fuertemente condicionadas por el contexto
sociocultural en que cada individuo se ha criado y su propia historia de aprendizaje.
Nuestra perspectiva teórica es, sin duda alguna, claramente evolucionista. Las emociones,
tanto las placenteras como las dolorosas, siguen con nosotros porque son útiles. Útiles para
seguir sobreviviendo como especie. Con el enfado sucede lo mismo; es eficaz enfadarse para
sobrevivir. Lo que nos lleva inevitablemente a una pregunta de difícil respuesta: cómo
diferenciar el enfado adaptativo y saludable del excesivo y pernicioso.
Como clínicos, no resulta tan difícil contestar a esta pregunta. Sufre de enfado patológico
aquella persona que se enfada demasiadas veces, con demasiada intensidad o con demasiada
duración. Pero probablemente, en términos teóricos, esto es insuficiente. No establece unos
criterios sólidos para diferenciar ambos conceptos, aunque quizás pueda ser un punto de
partida.
Una presentación del enfado patológico sería aquel grupo de personas que se enfada con
demasiada frecuencia. La gama de situaciones estimulares que provoca su enfado es muy
amplia. Tienen un umbral de detección de estímulos amenazantes muy bajo, ante los que
reaccionan aproximándose, en vez de huir, con el objetivo de eliminar el peligro. Serían esas
personas de enfado fácil, aparentemente en un estado constante de irritación, que sus
conocidos definirían como gruñones, cascarrabias o de mal genio. Tafrate y Kassinove (2002)
realizaron un estudio en el que pedían a los participantes que evaluaran la frecuencia de sus
episodios de enfado entre «una vez al día» y «raramente». El 86% del grupo de enfado alto
puntuaron entre «varios días a la semana» y «una vez al día». Por otra parte, solamente el
7,3% del grupo de enfado bajo puntuaron en estas categorías.
Este sería el caso de Ernesto, de 61 años, que acude a consulta con su mujer por un problema de pareja.
Ernesto pasa todo el día enfadado; cualquier comentario, broma, noticia en la radio, o circunstancia de tráfico
hace que se enfade. Es suspicaz, malpensado, y considera un ataque cuando su interlocutor no dice o hace lo
que él esperaba o consideraba correcto. Sin embargo, cierto es que sus enfados nunca explotan de una
manera agresiva. Aunque es hipertenso y tiene problemas gastrointestinales.
Una tercera posibilidad de enfado excesivo estaría representada por aquellas personas cuyo
estado de enfado, tras la ofensa, dura mucho; entre días y semanas. Parecen estar en un estado
constante de rencor. Es como si tuvieran la incapacidad de procesar adecuadamente el evento
disparador, considerándolo inaceptable en un formato de bucle, como si tal agravio estuviera
constantemente presente. Las personas que comparten la vida con ellos los definen como
rencorosos, amargados, incapaces de perdonar. La representación gráfica de su alteración
autonómica es más una larga línea ondulante que una subida brusca en forma de pico. En el
estudio de Tafrate y Kassinove (2002), el 8% de los participantes reportaron que había tenido
problemas de enfado durante 6 meses o más.
Este es el caso de Ana y su marido, que llegan a consulta por problemas de pareja. Cuando su marido la
disgusta, ella se pasa días enteros sin dirigirle la palabra, mirarle a los ojos o sonreírle, aunque la interacción
con sus hijos y el resto del mundo no parece alterarse.
Aunque en la práctica clínica solemos encontrar clientes con predominancia de uno de estos
tres patrones de presentación del enfado patológico, alta intensidad, alta frecuencia o alta
duración, lo cierto es que no son estilos de enfado excesivo incompatibles. Más bien se
encuentran combinados en todas las variaciones posibles.
Una manera más formal de diferenciar el enfado adaptativo del patológico es el uso de las
propuestas de clasificación. Eckhardt y Deffenbacher (1995) proponen cinco categorías
diagnósticas de enfado:
Aunque todas estas aportaciones teóricas son muy interesantes y nos ayudan a entender qué
es el enfado patológico y sus posibles subtipos, se nos ocurren algunas reflexiones.
Para el resto de este trabajo y a modo de definición formal del enfado patológico, lo
conceptualizamos como una tendencia generalizada y regular de la persona a reaccionar con
una concatenación de pensamientos centrados en la descalificación moral del objeto del
enfado, con alta activación fisiológica y con un comportamiento operante cuyo ingrediente
esencial es la agresividad. Esta reacción es claramente desproporcionada con respecto a las
demandas de la situación. El sujeto no tiene control sobre esta forma de reaccionar, y a
menudo ni siquiera la considera problemática. Y que provoca una serie de beneficios a corto
plazo que refuerzan todo este complejo proceso.
Enfado y agresión
Existen muy pocos estudios que tengan como objetivo establecer las conexiones entre el
enfado patológico y otros trastornos emocionales. Quizás el estudio metodológicamente más
adecuado y con una muestra más grande (87 personas adultas) es el de Kassinove, Tafrate y
Dundin (2002). Se reclutó a la muestra poniendo anuncios en los periódicos locales, anuncios
en que se buscaba a personas frustradas, decepcionadas o enfadadas. Los resultados fueron los
siguientes. Los sujetos que puntuaban alto en la variable enfado-rasgo del TATS (Spielberger,
1988) sufrían además en orden decreciente de: drogadicción (36%), ansiedad (29%),
alcoholismo (20%), trastorno de estrés postraumático (9%), depresión (9%), distimia (9%),
trastorno bipolar (7%), trastorno delirante (7%), trastorno somatoforme (2%).
Enfado y depresión
1. En los casos puros de enfado, es muy poco frecuente encontrar también depresión. Lo
que no debería sorprendernos, porque parece claro que la gente que tiende a enfadarse
en exceso tiene un nivel de autoestima alto. De alguna manera, su atribución es que «la
culpa la tienen siempre los otros».
2. Solo en aquellos casos, muy poco habituales, en que estos individuos consiguieran tener
una consciencia sólida de trastorno y llegaran a culpabilizarse por ello, podría aparecer,
si no depresión clínica, sí al menos un cierto grado de tristeza.
3. Más habitualmente, sobre todo en hombres deprimidos, encontramos secuencias de
enfado. Sería algo así como que dentro de un estado de ánimo deprimido, aparece una
amargura sustentada en la visión negativa hacia el mundo. En estos casos, la estrategia
terapéutica habitual es focalizar el tratamiento en la depresión. Es similar a lo que
ocurre con la relación depresión-ansiedad. El estado de tristeza intensa tiene un efecto
multiplicador sobre los pequeños miedos que todos tenemos. Así por ejemplo, una
persona que habitualmente es tímida puede intensificar sus miedos sociales, o una
persona con manías normales puede exacerbarlas hasta un nivel parecido al TOC.
4. De manera anecdótica, hay que señalar que en casos de ruptura de pareja es muy
frecuente pendular de estados en los que predomina la rabia intensa, culpabilizando al
otro, a estados en que predomina la depresión, culpabilizándose a uno mismo.
Como Lachmund, DiGiuseppe y Fuller (2005) concluyen, es muy frecuente que los clínicos, al
tratar a clientes con enfado patológico, diagnostiquen también formalmente un trastorno de
personalidad. El más habitual, si es un hombre, sería el trastorno antisocial de la
personalidad, y si es mujer, el trastorno límite de la personalidad. Lo mismo sucedería con
sujetos agresivos ingresados en unidades psiquiátricas (Miller, Zadolinngi y Hafner, 1993),
maltratadores (Hart, Dutton y Newlove, 1993) o adolescentes en correccionales (Yarvis,
1990).
Parece lógico. Si una parte importante del enfado tiene que ver con la rigidez en las
creencias, en establecer una diferencia muy clara entre lo correcto y lo incorrecto, la gente que
sufre trastornos de personalidad cumpliría estos requisitos.
Pero ¿es esto sostenible desde un punto de vista experimental? No está claro. Hay muy
pocos estudios.
En el trastorno paranoide de la personalidad, caracterizado por la tendencia a interpretar
suspicazmente la conducta de los demás, teóricamente debería correlacionar con el enfado.
Sin embargo, los pocos estudios que hay (Turkat, Keane y Thompson-Pope, 1990) no
encontraron ninguna conexión entre este trastorno y el enfado.
En el trastorno esquizoide de personalidad, caracterizado por una escasa respuesta
afectiva, tampoco se encontró una correlación significativa con el enfado (Coid, 1993).
Más de lo mismo ocurre en el trastorno esquizotípico de la personalidad, descrito como
personas con un patrón evasivo respecto a las situaciones sociales. No hay datos disponibles.
En el trastorno límite de la personalidad, entendido como personas con un patrón de
relaciones interpersonales inestables, una autoimagen variable, gran dificultad para la
regulación emocional y una intensa impulsividad, el enfado es la emoción más habitual. Sí hay
datos de investigación que avalan estas conexiones (Jonas y Pope, 1992). De hecho, el
tratamiento del enfado es una parte integral de la terapia más validada para este tipo de
personas (Linehan, Heart y Armstrong, 1993). A pesar de estas conexiones, DiGiuseppe y
Tafrate (2007) señalan que más del 65% de las personas con enfado patológico no cumplen
con los requisitos formales de diagnóstico de trastorno límite de la personalidad.
En el trastorno narcisista de la personalidad, en el que los individuos que lo sufren
parecen estar en un estado de grandiosidad, falta de empatía y necesidad de admiración, es
inevitable pensar que se enfadarán frecuentemente cuando alguien no les rinda pleitesía. Sin
embargo, esto no parece sostenerse experimentalmente (McCann y Biaggio, 1989). Esta falta
de conexión entre el trastorno narcisista y el enfado, aparentemente ilógica, quizás esté
conectada con que en realidad, la mayoría de los narcisistas tienen un nivel bajo de
autoestima.
El trastorno de personalidad antisocial tiene como rasgos principales el enfado, la
impulsividad, la agresividad y el engaño, y aunque hay una gran cantidad de literatura teórica
relacionando este trastorno con el enfado, solo unos pocos estudios empíricos demuestran esta
conexión (Sanderlin, 2001). Quizás la explicación podría ser, como sugiere However y
Meissner (1978), porque la agresividad y la conducta criminal de las personas con trastorno
de personalidad antisocial se escenifican con niveles muy bajos de ansiedad. Esta agresividad
tendría motivos depredadores y no enfado como motor básico.
El trastorno histriónico de la personalidad describe personas que quieren ser el centro de
atención, temperamentales, caprichosas y superficiales. Aunque algunos autores como Hyer y
cols. (1995) afirman que son personas fácilmente enfadables, los datos de investigación, casi
inexistentes, no sostienen esta idea.
El trastorno de personalidad por evitación está caracterizado por conducta inhibitoria,
sentimientos de inadecuación e hipersensibilidad a la evaluación social. El estudio de Erwin,
Heimberg, Schneier y Liebowitz (2003) encontró una alta correlación entre enfado, ansiedad
social y trastorno de personalidad por evitación, aunque hay que matizar que era enfado hacia
dentro, no claramente expresado. McDermut, Ahmed y Zimmerman (2005) encontraron que el
trastorno de personalidad por evitación era el segundo trastorno de personalidad más
frecuentes entre las personas que se enfadan en exceso.
En el trastorno de personalidad por dependencia, las personas que lo sufren tienen una
exagerada necesidad de ser queridos por los demás, que les hace tener una conducta sumisa y
desarrollar un gran miedo a la separación. Blatt, Cornell y Eshkol (1993) encontraron que las
personas con este trastorno tenían dificultades en expresar enfado; sin embargo, Dunkley,
Blankstein y Flett (1995) concluyen que las personas con este estilo de personalidad puntúan
alto en enfado y su expresión exterior. No hay datos concluyentes.
El trastorno obsesivo compulsivo de la personalidad que describe personas rígidas,
perfeccionistas y con énfasis en el control, aparentemente debería correlacionar alto con
enfado. Sin embargo, todavía no existe evidencia de semejante hipótesis. Quizás el problema
está en que en los pocos estudios que existen (Gilbert, 2000; McMurran, y cols., 2000) se han
utilizado sujetos con trastorno obsesivo compulsivo, no con trastorno obsesivo compulsivo de
la personalidad. Nuestra impresión clínica, que coincide completamente con otros expertos, es
que esa asociación existe. Es más, estamos convencidos de que es una de las estructuras
mentales que más favorece el enfado.
La conclusión inevitable a juzgar por los datos disponibles es que es poco probable que la
facilidad para enfadarse en exceso esté conectada a entidades clínicas más estructurales como
los trastornos de personalidad. Solo puede hablarse de esa conexión, y de una manera débil,
en los trastornos de personalidad límite, antisocial y paranoide.
Nuestra sensación es que el enfado, a pesar de ser la emoción olvidada y a la que la
ciencia ha dedicado muy poca investigación, es una emoción tan primaria como pueda ser la
ansiedad o la depresión, y no necesita aludir a constructos teóricos más generales para
justificar su existencia.
Por otra parte, y volviendo al tema de los trastornos de la personalidad no podemos evitar
decir que, en muchas ocasiones, abusamos de esas categorías. Cuando no sabemos muy bien
qué le pasa a una determinada persona que acude a consulta o un tratamiento fracasa, tendemos
a explicarlo en términos de trastornos de personalidad. Lo que no es difícil, porque la mayoría
de las personas, incluso las que consideramos sanas psicológicamente, al rellenar un
cuestionario que evalúa trastornos de personalidad, puntuarían muy cerca del punto de corte de
alguno de los trastornos.
Enfado y violencia de género
Hay una extensa literatura que posiciona el enfado patológico como un elemento clave en la
violencia (Baumeister, Smart y Boden, 1996). Esta conexión incluiría cualquier acto criminal,
como el asesinato (Pincus, 2001), la violencia sexual (Nathan y Ward, 2002) y, por supuesto,
la violencia de género (Babcock, Green y Robie, 2004).
Afortunadamente, a pesar del poco esfuerzo científico dedicado al enfado, no ha ocurrido
lo mismo en el área de la violencia de género (Stower, 2005). En Estados Unidos,
aproximadamente un 22% de las mujeres ha sido agredida físicamente por su pareja al menos
una vez en su edad adulta. En Europa, la situación no es mucho mejor, una de cada cinco
mujeres ha recibido el mismo tipo de trato. En España, la violencia de género afecta a entre un
15% y un 30% de la población femenina (Echeburúa y Del Corral, 1998). Y resulta
escalofriante saber que cada cinco días fallece una mujer en nuestro país por violencia de
género (Varela, 2002).
Potter-Efron (2015) enumera las conexiones entre el enfado patológico y la violencia de
género. Ambos constructos compartirían las siguientes características: tanto los violentos de
género como los que sufren de enfado patológico se distribuyen en un continuo de severidad,
ambos tipos de personas mejoran al ser sometidos a programas de manejo de enfado, los dos
grupos comparten un proceso de activación y pérdida de control muy rápido, en ambos casos
se trata de comportamientos causados por múltiples variables, y por tanto se beneficiarán de
diferentes tipos de tratamiento según las causas.
Sin embargo, hay diferencias sustanciales entre ambos conceptos: en violencia de género el
riesgo de conductas violentas e incluso potencialmente mortales es mucho más alto, lo que
desde nuestro punto de vista debería condicionar enormemente el tratamiento, el enfado es una
emoción y la violencia de género es una conducta más compleja, la violencia de género está
más relacionada con el sistema de justicia criminal, en violencia de género hay un agresor y
una víctima, mientras que en enfado patológico el cliente puede enfadarse con diferentes
personas; para el manejo del enfado no es raro utilizar también terapia de pareja y familiar, lo
que es menos frecuente en violencia de género y por último, aunque hay mucha más
información y datos sobre violencia de género, sin embargo, estrictamente sobre tratamiento,
hay más datos en enfado patológico.
Parece claro que existe una relación íntima entre el enfado y la violencia de género. Los
modelos más interesantes para explicar la violencia doméstica habitualmente incluyen el
exceso de enfado. Nos parece particularmente destacable el enunciado por Echeburúa y
Fernández-Montalvo (1998). Estos autores sostienen que los futuros violentos de género se
vulneran hacia este tipo de comportamientos desde la infancia desarrollando una actitud de
hostilidad que incluye estereotipos sexuales y machistas, aceptación de la violencia como
legítima, celos... Esa forma de entender las relaciones de pareja unido a un estímulo
provocador, por ejemplo, que la pareja no actúe como se desea, activaría el estallido de
enfado y la conducta violenta. Estas secuencias, muchas veces son empeoradas por el consumo
abusivo de alcohol. Un último ingrediente del modelo postula un importante déficit de
habilidades sociales y de resolución de problemas que el agresor sufre y que no le permite
manejar adecuadamente la situación provocadora.
Fruto de este modelo teórico, los autores Echeburúa y Fernández-Montalvo (1998)
desarrollaron un programa de tratamiento para maltratadores que, desde nuestro punto de vista
muy acertadamente, incluye las principales técnicas terapéuticas usadas también en el
tratamiento del enfado patológico.
Por lo tanto, en la mayoría de los modelos para entender la violencia de género, se usa
como un ingrediente el exceso de enfado. Sin embargo, ¿podrían ser las cosas de otra forma?
¿Quizás la violencia de género podría entenderse como una forma específica y particular de
enfado excesivo? Los violentos se predisponen a llegar a ser violentos a través de sus
experiencias y aprendizaje. Su concepto de pareja e intimidad está muy sesgado por los roles
de dominancia-sumisión conectados con los roles sexuales. Igualmente aprenden que es
legítimo utilizar la agresividad y la violencia para mantener el cumplimiento de esos roles.
Este proceso es idéntico a la vulnerabilidad hacia el enfado excesivo que sufren otras
personas a través del aprendizaje de otras ideas igualmente rígidas, por ejemplo, que merecen
castigo aquellos que son deshonestos. Estaríamos hablando pues de una estructura mental
similar, solo que con contenidos diferentes e irrepetibles para cada persona. Aunque quizás no
tan diferentes, porque más del 80% de los enfados se dirigen hacia la pareja y la familia.
Pero no solo hay similitud en la historia de aprendizaje, también la hay, si cabe más todavía
en las secuencias funcionales. Lo que un violento piensa y siente justo antes de agredir a su
mujer, no es diferente en absoluto a lo que piensa o siente una persona con enfado excesivo y
violenta antes de agredir a otro conductor por un altercado de tráfico. Encontramos
pensamientos inflamatorios muy parecidos, obviamente de contenido distinto, pero similares,
una alteración fisiológica paralela y, por supuesto, conductas agresivas totalmente
intercambiables. El efecto de esas conductas también va a ser el mismo: sensación de control
y de poder, obtención de metas prácticas y resolución de la enorme activación fisiológica.
No pretendemos en absoluto quitar importancia al terrible problema de la violencia de
género, sino sugerir que, al margen de otras variables explicativas, deberíamos focalizar más
en el ingrediente enfado y tenerlo aún más en cuenta a la hora de diseñar programas de
tratamiento.
Enfado y celos
Si a lo largo de todo este trabajo hemos utilizado la expresión «la emoción olvidada» para
referirnos al enfado, siendo proporcionales deberíamos utilizar para referirnos a los celos
algo así como «la emoción que nunca existió». No hay nada o prácticamente nada publicado
desde una óptica científica sobre los celos.
Sí es cierto, por otra parte, que los celos son objeto de interés popular. Hay muchas
referencias al tema en diferentes tipos de publicaciones, desde revistas del corazón hasta
revistas de psicología popular, entre las que predominan experiencias y opiniones personales
de sufridores y víctimas y algún que otro artículo disfrazado de científico y escrito por un
supuesto experto, que en el mejor de los casos, es un terapeuta con un grado variable de
experiencia en el tratamiento de estos problemas.
Echeburúa y Fernández-Montalvo (2001) definen los celos como «un sentimiento de
malestar causado por la certeza, la sospecha o el temor de que la persona querida, a quien se
desea en exclusiva, prefiere y vuelve el afecto hacia una tercera persona».
En otras palabras, una persona siente celos cuando cree, en un grado variable de certeza,
que su pareja sentimental/sexual está interesada en una tercera persona y teme las
consecuencias que se podrían derivar de esa nueva relación.
Es una emoción habitual y adaptativa en tanto en cuanto que, como señalan Echeburúa y
Fernández-Montalvo (2001), tiene como misión preservar la estabilidad de la pareja y, por lo
tanto, asegurar la supervivencia de la especie. Así pues, la mayor parte de la población va a
sentir celos en un grado moderado en diferentes momentos de su vida.
También sabemos que es igual de común sufrir celos en hombres como en mujeres. Parece,
sin embargo, que la emoción más intensa en las secuencias de celos femenina es la tristeza,
mientras que en los hombres predomina el enfado.
Como en el resto de nuestra práctica profesional, y con el objetivo de entender hasta el más
mínimo detalle de cómo es el malestar de la persona a la que vamos a tratar, el proceso de
evaluación está dirigido a construir el Análisis Funcional. Los celos no son la excepción.
Creemos firmemente que, como cualquier otra emoción, los celos tienen una base evolutiva
que interacciona con la historia de aprendizaje de cada individuo, estableciéndose unas
conexiones funcionales muy sofisticadas y complejas que explicarán con detalle su inicio y,
sobre todo, su mantenimiento.
Los celos empiezan por situaciones disparadoras, por escenarios que hacen que la persona
se ponga celosa: que la pareja se retrase, que la pareja esté menos cariñosa de lo habitual, que
sea agradable con alguien... En ocasiones, los celos se centran en personas concretas, como un
compañero de trabajo o un antiguo novio, y en otras son más impersonales. También puede
ocurrir que los celos estén activados por recuerdos o pensamientos sobre otras relaciones que
tuvo la pareja en el pasado. En estos casos usamos la expresión «celos retrospectivos».
En términos de malestar, encontramos tres tipos de emociones que se entrelazan entre ellas
y, a menudo, varían en intensidad: el enfado, la ansiedad y la tristeza. El enfado se activa por
los pensamientos de traición y la descalificación moral de la pareja infiel, la ansiedad por los
pensamientos catastróficos de todo lo que va a ocurrir con la posible ruptura, y la
tristeza/depresión de, paradójicamente, el sentimiento de culpa, o incluso la infravaloración
personal y la expectativa de soledad.
En consonancia con estos pensamientos y emociones también encontramos diferentes
reacciones fisiológicas compatibles con enfado, ansiedad y tristeza.
La respuesta estratégica voluntaria operante está destinada a comprobar si las sospechas se
confirman, controlar la conducta de la pareja y la búsqueda de una reaseguración constante
sobre la solidez de la relación. Conductas características serían: revisar el teléfono móvil,
interrogar, llamar por teléfono, estar especialmente seductor/a, y en casos extremos,
agresividad.
Estadísticamente hablando, en los hombres predominan como emoción dominante el enfado
y las conductas violentas. Es un dato conocido que muchas secuencias de violencia de género
están activadas por una situación de celos (Echeburúa y Fernández-Montalvo, 1998). Esta es
la conexión fundamental entre celos y enfado.
Las consecuencias mantenedoras de las conductas de celos son sobre todo la potente
sensación de alivio momentáneo, refuerzo negativo, que el individuo celoso experimenta
cuando comprueba una vez más que sus celos son infundados. Además de otros efectos
subjetivamente beneficiosos como controlar la conducta de la pareja o tener sensación
subjetiva de poder.
El lector experimentado habrá observado la fuerte similitud funcional que existe entre las
secuencias de celos y las secuencias de trastorno obsesivo-compulsivo. Este no es un tema
nuevo, pues diversos autores (Gangev, 1997; Parker y Barrett, 1997) han incluido los celos
como una clase específica de trastorno obsesivo-compulsivo.
En términos de lo que en Psicología tradicional se suele denominar rasgos de personalidad,
además de la archiconocida falta de autoestima, muchas veces en consulta hemos encontrado
variables que podrían situarse casi en un polo extremo, como por ejemplo el narcisismo. U
otras estructuras totalmente distintas, como la suspicacia, la posesividad o incluso la
dependencia.
Desde un punto de vista histórico, no es raro encontrar que los individuos celosos hayan
sufrido, personal o vicariamente, experiencias de infidelidad, lo que de una forma directa y
clara les habría hecho más susceptibles a creer en la alta probabilidad de infidelidad.
Tampoco es raro encontrar en familiares directos, normalmente padres, modelos de conductas
celosas. Muchas veces fuertemente influidos por los valores culturales en que se han criado.
Atención a aquellos casos donde los celos aparecen en la ancianidad de forma súbita. A
menudo obedecen a causas biológicas, degenerativas (Parkinson o Alzheimer) o agudas
(cualquier tipo de accidente cardiovascular). Atención también a aquellos casos en que los
celos están conectados con el consumo de tóxicos (alcohol, cocaína).
Pensamientos
La naturaleza cognitiva del enfado sería la descalificación moral. Habitualmente hacia los
demás, pero en ocasiones hacia el mundo o hacia uno mismo. Y se plasma en pensamientos
«inflamatorios» (Deffenbacher, 2002).
Esa descalificación parte de diferentes creencias: la exigencia de que el mundo debe ser de
una determinada forma, el pensamiento de injusticia y la etiquetación global de inmoralidad.
En la literatura, especialmente en la racional-emotiva (Ellis y Tafrate, 1997), se proponen
clasificaciones, algunas de cierta complejidad sobre diferentes pensamientos proenfado.
Como clínicos, nos resulta difícil diferenciar con tanta exactitud estas categorías, pero nos
ayudan a dirigir el proceso de evaluación y a ser exhaustivos a la hora de atrapar los
diferentes tipos de pensamientos.
La «deberización» (Ellis y Dryden, 1988) se refiere a una forma rígida e inflexible de ver
el comportamiento de los demás, el devenir del mundo y la propia conducta. Parte de una idea
muy clara, maniquea, de lo que está bien y lo que está mal en términos morales. Esto incluye
no solo reglas morales de cierto calado, por ejemplo, «los amigos no mienten», sino reglas de
comportamiento rutinario como «hay que bajar la tapa del inodoro después de usarlo». Estas
normas se aplican a todas las facetas de la vida del individuo. Las relaciones de pareja y
familia, amigos, laborales, interacciones con desconocidos, cuidados de la casa, y algunos
temas estrella como la conducción, el gobierno o el deporte profesional.
Algunas personas que sufren enfado patológico lo padecen en gran medida por su
exacerbada percepción de la justicia. Su descontrol se activa cuando perciben una injusticia:
la conducta de un jefe despótico, un examen mal corregido, la promoción de un compañero que
no se lo merece, o que un político corrupto se libre de sanciones legales. Algunos ejemplos de
esta línea de pensamiento serían: «No es justo, ha ganado la oposición por enchufe»; «¿En
serio? ¿un examen después del puente?»; «Merecían ganar»; «Toda la vida cuidándose y le ha
dado un infarto. No hay derecho».
Evaluar de manera generalizada y global a una persona o a una situación en lugar de la
actuación o del hecho concreto también produce enfado excesivo. Un error, un olvido, una
opinión contraria, una descortesía, se convierten en la esencia definitoria de la persona: «Es
torpe»; «Siempre llega tarde»; «Nunca hace bien su trabajo»; «Es un irresponsable».
No importa cuál es la ruta cognitiva por la que empieza y transcurre el enfado, el final
siempre es el mismo, pensamientos de descalificación moral, pensamientos inflamatorios,
etiquetas negativas. Dependiendo del nivel sociocultural de la persona, de su uso peculiar del
lenguaje, y de su irrepetible historia de aprendizaje, las palabras utilizadas variarán de
persona a persona. Algunos usan en su discurso interno sustantivos moderados como
«estúpido, imbécil, torpe, holgazán, mala persona o mentiroso». Mientras que otros utilizan
expresiones groseras o malsonantes como «cabrón, gilipollas o hijo de puta». No importa el
término, sino su significado: malo, moralmente inadecuado, repudiable, perverso, éticamente
inaceptable.
Si el enfado es especialmente severo, puede incluir castigo. Castigo para el ofensor,
castigo para el que ha cometido el pecado: «Te vas a enterar»; «Esto no va a quedar así»; «Te
reviento»; «Me vengaré»; «Así aprenderás» o «Te voy a partir la boca».
En estos casos, hay más probabilidad de que exista conducta agresiva. Parodiando a Albert
Ellis, la persona enfadada jugaría a ser Dios, y no un Dios bondadoso sino un Dios vengativo.
En primer lugar, definiría de manera precisa y rígida lo que es bueno y lo que es malo,
éticamente hablando. A continuación, juzgaría la conducta provocadora como pecado.
Seguidamente descalificaría a la persona con una etiqueta que signifique perversidad moral, y
finalmente lo castigaría con su ira divina.
Mención aparte merecerían las cogniciones que activan el enfado hacia uno mismo. Si el
enfado en general ha sido un tema casi olvidado como objeto de investigación, el enfado
dirigido hacia uno mismo, aún más. Y es comprensible porque diferenciarlo de la depresión es
muy difícil y, a menudo, ambas emociones caminan juntas. Nuestra opinión, basada únicamente
en nuestra experiencia clínica, tanto en personas deprimidas como en personas con enfado
patológico, es que la diferencia radicaría en que los pensamientos de autodescalificación
depresivos evalúan negativamente al individuo en términos de valía personal, capacidad,
aptitudes o habilidades. Mientras que en el enfado los pensamientos serían de descalificación
en términos de valía ética o moral, pero probablemente la autoestima seguiría manteniéndose
alta. Ejemplos de pensamientos depresivos, clásicos en la literatura y en la clínica serían: «Lo
hago todo mal, no sirvo para nada, soy un desastre, siempre me equivoco». La semántica de
estas cogniciones sería que la persona, como mínimo, es inferior a la media de la población de
referencia.
Ejemplos de cogniciones de autoenfado serían: «Soy malo, merezco lo peor, solo pienso en
mí mismo, o les he fallado». Aquí el contenido, el significado de esas expresiones no
implicaría capacidad o habilidad, sino valor ético o moral. La persona se percibiría a sí
misma como malvada o perversa y, a menudo, exigiría su propio castigo. En realidad, aún es
más complejo porque dos pensamientos idénticos en términos de forma, usando exactamente
las mismas palabras, podrían tener significados diferentes y, por lo tanto, provocar
diferencialmente depresión o enfado. Por ejemplo, «soy un mierda» podría significar para un
individuo «soy inferior» y para otro individuo, «soy malvado». A veces y todavía de mayor
complejidad, podríamos encontrar individuos donde la depresión sigue al enfado. Habría una
primera interpretación en términos de descalificación moral y, a continuación o casi
simultáneamente, una autodescalificación en términos de valía personal. Esto nos recuerda las
sutilezas necesarias que el terapeuta debe tener en cuenta en la evaluación y también en la
implementación de la terapia cognitiva.
En cualquier caso, insistimos una vez más en que estas ideas teóricas son solo intuiciones
clínicas y que, por lo tanto, deben tomarse con extrema cautela, a la espera de auténticos
conocimientos basados en la investigación.
A continuación, veremos algunos ejemplos de pensamientos proenfado de clientes reales.
Rosa tiene 31 años y tiene un bebé de 10 meses. La relación con su familia política no ha sido especialmente
buena, aunque tampoco problemática. Era más bien civilizada. Sin embargo, desde que es madre, las cosas
han empeorado sensiblemente. Una secuencia que sucede casi a diario es que su suegra la llame por teléfono
para preguntarle por la niña en horas que para Rosa son inadecuadas. Cada vez que suena el teléfono, se
enfada con su suegra y con su marido, y piensa: «Ya estamos otra vez, esta tía es imbécil y no se entera de
nada, ¿pero cómo no se da cuenta de que va a despertar a mi hija? Y el calzonazos de mi marido no es capaz
de llamarle la atención a su madre».
Enrique tiene 47 años y dirige una pequeña empresa familiar con una docena de trabajadores. Se enfada con
mucha facilidad. Según él, no tolera la incompetencia ni la holgazanería. Cada vez que entra en los vestuarios
del personal y encuentra algo fuera de sitio, no puede evitar pensar: «Mira que son guarros, anda que no se lo
he dicho veces. ¡Que yo tenga que dar de comer a estos inútiles! No los aguanto. Son parásitos. Se van a
enterar».
César a sus 17 años tiene un problema de enfado. Cada vez que sus padres le piden alguna tarea doméstica
monta en cólera: «No pueden dejarme tranquilo ni un segundo. Me tratan como un esclavo. Es injusto. A mi
hermana no le piden ni la mitad de cosas».
Emociones / sensaciones
La respuesta fisiológica del enfado puede llegar a ser muy intensa. Para entender su intensidad
ayuda tener en mente cuál es el objetivo evolutivo del enfado: sobrevivir. Cuando como
individuos de la especie no podemos huir, la siguiente línea de defensa es luchar, incluso
cuando el depredador es más grande y fuerte. Y para ello, todo nuestro cuerpo se dispone al
enfrentamiento. Los cambios fisiológicos nos preparan biológica y psicológicamente para la
contienda, para hacernos más rápidos, más fuertes, más despiadados y agresivos, y notar
menos el dolor.
En términos de evaluación, lo que necesitamos precisar son las sensaciones que la persona
enfadada experimenta en los momentos de descontrol. Aunque el patrón de enfado, como el de
ansiedad, es muy parecido en todas las personas como miembros de la especie humana, es
único e idiosincrásico para cada individuo, y esas singularidades son exactamente el objetivo
de esta parte de la evaluación.
Los principales cambios fisiológicos que aparecen en el enfado son:
Comportamiento operante
Cambios sutiles en el • Hablar menos (contestar con monosílabos, no contar determinados bloques de
comportamiento del sujeto información, ceder la iniciativa en la conversación, prolongar los silencios...).
• Dejar de sonreír.
• No mirar a los ojos.
• Alterar las variables paralingüísticas (volumen, entonación y ritmo).
Recordando a Rosa, sus conductas agresivas varían cuando las expresa hacia su suegra o hacia su marido.
Usa la ironía, los comentarios indirectos y malas caras con ella: «Habrás tenido un día muy ocupado verdad?
Porque como llamas a estas horas... Ya no te acuerdas de lo que es ser madre ¿eh?». Mientras que con él es
mucho más directa: «¿Qué pasa, que para ti es más importante tu madre que tu hija? Eres un cagao y un
pocohombre. Y te vas a preparar la cena tú mismo».
Enrique, el empresario, expresa su enfado hacia sus empleados con gritos y amenazas: «¡Estoy harto de que
seáis tan guarros! El próximo que se deje los calcetines sudados en el banco del vestuario, se va a la puta
calle!».
César, cuando pierde el control con sus padres, actúa agresivamente dando portazos, patadas a las puertas, o
golpeando con el puño la pared.
Para acabar este apartado es obligatorio hablar de las respuestas cognitivas operantes, mucho
más difíciles de localizar y evaluar que las motoras y que, a menudo, pueden pasar
inadvertidas para el terapeuta novel.
La clave para distinguirlas es el constructo involuntario/voluntario. La respuesta cognitiva
operante o pensamientos instigadores de enfado, aunque egosintónicos en la mayoría de los
casos, son totalmente involuntarios y encajarían perfectamente en la categoría de pensamientos
negativos automáticos (Beck, 1976). Mientras que las respuestas cognitivas operantes serían
voluntarias, elegidas. Teóricamente, la persona tendría control sobre ellas.
El objetivo o funcionalidad de estos comportamientos es idéntico al de las operantes
motoras: responder a la ofensa y reducir el malestar emocional.
El sujeto enfadado que utiliza este tipo de estrategias piensa voluntariamente maneras de
afrontar la agresión de la que ha percibido ser objeto. Ejemplos serían planificar una opción
de venganza, réplica, reacción, o agresión: «mañana llegaré tarde a propósito al trabajo para
que se entere de lo que vale un peine», «le diré: tú cállate que eres el que menos puede
hablar», o imaginar a modo de película cómo abofetea a su cuñada. Como en el último
ejemplo, las respuestas cognitivas operantes también pueden darse en formato de imagen.
En aquellos casos en que hay rencor histórico, en los que se mantiene una animadversión de
larga duración, de años, este tipo de maniobras suele ser especialmente prominente y
elaborado. El ejemplo más claro proviene de la España profunda y se refiere a esos odios
ancestrales entre familias. Odios que se heredan culturalmente. Posiblemente el conflicto se
inició con una reyerta entre dos miembros de diferentes familias y ha pasado de generación a
generación, mantenido por una sofisticada combinación de comportamientos respondentes y
operantes, en los que ocupa un lugar central la rumiación de planes de venganza.
Deffenbacher (1997) identifica 14 categorías de expresión de enfado:
Disparadores
Como todas las reacciones emocionales, psicopatológicas o no, el enfado patológico aparece
provocado por situaciones específicas. Hay más escenarios disparadores cuanto más amplia y
generalizada es la respuesta de enfado (véase cuadro 2.2).
• Situaciones donde se tienen expectativas de conseguir determinadas metas y son bloqueadas o interrumpidas.
• Situaciones en las que se han violado reglas éticas de comportamiento.
• Cualquier acción o evento que no encaje exactamente en cómo el cliente cree que debería ser.
• Actuaciones de uno mismo que violan el código ético personal en el enfado autodirigido.
• Estímulos internos cognitivos. Dos tipos: recuerdos o anticipación de situaciones.
A César le enerva que su madre le pida que arregle su habitación, pretenda organizarle su horario de estudio, o
que le diga la hora a la que tiene que volver.
Por supuesto, ambas categorías pueden solaparse en un mismo evento disparador, por ejemplo,
que un amigo acabe no concediendo una ayuda económica que había prometido. En esta
situación no se conseguirían las metas o expectativas que el cliente había creado y, además, se
rompería una norma ética de comportamiento entre amigos.
La mayoría de los lectores, al leer el tipo de eventos descritos como estímulos, pensarán
que todo el mundo podría reaccionar con enfado ante ellos, o al menos con frustración,
decepción, o un cierto grado de irritación. Cierto. Por eso, este trabajo está dedicado al
enfado patológico y no al mero enfado. La categoría de enfado patológico incluiría a aquellas
personas que en esta gama de situaciones potencialmente perturbadoras para todo el mundo
reaccionarían con un enfado desproporcionado; o muy intenso, o muy duradero.
Mención aparte merece otra categoría de eventos disparadores que, en algunos casos, es
tan amplia como «cualquier acción o evento que no encaje exactamente en cómo el cliente cree
que debería ser». Por ejemplo, la forma en que se realizan tareas domésticas: guardar la ropa,
fregar los platos, o hacer la compra. La persona que se enfada en exceso cree que hay una
forma precisa y correcta de realizar estas actividades, y cuando la otra persona, por ejemplo
su pareja, no las hace exactamente así, surge el enfado. Esto también incluiría opiniones
políticas, culturales, filosóficas o intelectuales. La lógica sería: «si no estás de acuerdo
conmigo, estás contra mí». En esta categoría se puede incluir el devenir del mundo. Es
habitual encontrar estados de enfado patológico activados por determinadas circunstancias
sobre las que el cliente no tiene ningún control. Desde variables aparentemente nimias, como
cambios climatológicos, hasta otras aparentemente más relevantes, como cambios en la Bolsa
o en el gobierno. El esquema dominante parece ser el mismo; no solamente la gente tiene que
actuar como el cliente quiere, sino que el mundo tiene que ser tal y como él o ella considera.
En nuestra experiencia clínica, hemos encontrado casos de personas sumidas en un estado de
constante amargura, difícil de definir, quizás a caballo entre la depresión y el enfado, con una
elevada dosis de rencor hacia el universo porque, incluso en un pasado lejano, ocurrió algo
que según ellos jamás debió ocurrir: perder a un hijo, no poder estudiar lo que realmente
deseaban, ser traicionados por un familiar o no haber sido correspondido por la persona
amada.
Cuando el enfado es autodirigido, los estímulos son actuaciones de uno mismo que violan
el código ético personal. Por ejemplo, no dar una ayuda solicitada por una persona
significativa, mentir, o fallar en una ejecución deportiva.
Finalmente, en algunos casos de personas con enfado excesivo también encontraremos
estímulos internos cognitivos. Básicamente de dos tipos, recuerdos o anticipación de
situaciones. Recuerdos de escenarios en los que la persona sintió humillación, frustración,
maltrato y enfado. Suelen tener forma de imagen y pueden provenir de un pasado reciente, unos
días u horas antes, o de un pasado remoto, años. Estos estímulos serían especialmente
prominentes en casos de rencor histórico, y una parte importante de algunos estados de odio.
También es un componente importante en algunas secuencias de estrés postraumático.
Por otro lado, existe enfado anticipatorio cuando la persona puede prever que va a tener
que afrontar una situación que habitualmente le provoca esa reacción emocional. Solo
imaginar que va a tener que hablar con su jefe, hacer una gestión burocrática, o cenar con su
familia política, ya provoca enfado.
En términos de precisión metodológica en la evaluación, es crucial diferenciar bien entre
estímulos internos cognitivos, recuerdos o anticipación de situaciones que provocan enfado,
de pensamientos ya de enfado, respuesta cognitiva de enfado. Por ejemplo, Manolo, en pleno
fin de semana, se acuerda de la descalificación que sufrió por parte de su jefe el viernes justo
antes de salir del trabajo. Lo ve en formato de secuencia fílmica con bastante precisión
(recuerdo: estímulo interno cognitivo), y piensa «es un imbécil. Estoy harto de él» (respuesta
cognitiva respondente).
Según Kassinove y Tafrate (2002) el 80% de los enfados se producen en situaciones
interpersonales, es decir, están dirigidos hacia otras personas. De esa cifra, a su vez, en el
70% de los enfados, el objeto del enfado son personas cercanas o queridas. Quizás una forma
de interpretar este dato sería que exigimos más a las personas significativas, nuestras
expectativas son más altas, y además somos menos estrictos con nuestros sistemas de
autocontrol. El otro 20% restante está dirigido hacia nosotros mismos y el mundo.
Variables preenfado
Las variables preenfado (Deffenbacher, 2002) son estados emocionales o biológicos que, si la
persona los está sufriendo, aumentan la sensibilidad hacia los estímulos disparadores, y por lo
tanto, facilitan la aparición del enfado.
El ejemplo más claro, y quizás más habitual, sería el enfado previo no resuelto.
Enrique va acumulando malestar, y se va poniendo irritable. Llega al trabajo y rápidamente encuentra un «fallo»
de algún empleado. Se activa. Pasa un tiempo, minutos u horas, y encuentra otra transgresión de la norma.
Cuantas más veces pase esto, más probabilidades hay de que acabe estallando.
Por supuesto, otras emociones negativas o, más claro aún, psicopatológicas, aumentan la
conexión del programa de enfado.
Cuando Rosa se siente triste y deprimida, se enfada más. O cuando César está ansioso y preocupado por los
exámenes, le resulta muy difícil controlar su enfado ante el más mínimo comentario de sus padres. Cuando a
Enrique le sale mal algún negocio, por ejemplo que un cliente anule un pedido o reclame, la frustración que le
genera le pone en situación de alta susceptibilidad para enfadarse.
Otros estados carenciales como el cansancio, la falta de sueño, el hambre o sufrir cualquier
tipo de dolor, suelen crear un estado emocional de alto riesgo para el enfado.
Mantenedores
Revisando los modelos explicativos del enfado (DiGiuseppe y Tafrate, 2007), echamos de
menos la descripción de los factores de mantenimiento. Los diferentes autores incluyen en su
conceptualización del enfado la palabra consecuencias, pero en la mayoría de los casos se
refieren más bien a consecuencias prácticas del enfado que a consecuencias funcionales.
Desde nuestro punto de vista, el enfado es comportamiento. Todos los comportamientos se
mantienen por las consecuencias que generan. El enfado no es una excepción. Así pues, a
continuación describiremos las principales consecuencias, reforzadores que mantienen el
problema.
Las conductas operantes de enfado provocan un poderoso efecto de refuerzo positivo
interno. La persona se siente más fuerte, poderosa y autoeficaz. A menudo se materializa en
pensamientos como «Tenía yo razón, he ganado, siempre me salgo con la mía o soy el mejor».
Un ejemplo claro de la enorme eficacia mantenedora de esta consecuencia lo encontramos en
los maltratadores, en los que la sensación de dominio y de control sobre la víctima halaga
enormemente su ego (De Corral, 2004). También es frecuente que en los enfados justicieros
este elemento aparezca en formato de «se ha hecho justicia. Así aprenderá. Soy un héroe».
Para una persona con estas ideas, conseguir cambios «justos» tiene un valor positivo muy
poderoso en tanto en cuanto que se hace justicia, triunfa el bien.
Otro potente reforzador, crucial en algunos casos, es el refuerzo negativo interno. A corto
plazo, expresar enfado de manera descontrolada, agresiva, elimina el malestar provocado por
la intensa activación fisiológica. Subjetivamente se experimenta que la presión desaparece y
es sustituida por un placentero estado de descarga y relajación. Es más, algunos clientes con
problemas de enfado patológico están convencidos de que esta catarsis emocional es la única
manera de recuperar el control. Esta idea, a todas luces falsa, es tan popular en la población
general que la mayoría de la gente la comparte. Usamos habitualmente expresiones como
«suéltalo», «desahógate», «no te lo quedes dentro». Este fenómeno también sucede en otras
emociones mejor estudiadas como la ansiedad. Muchas personas con trastornos de ansiedad
creen firmemente que la única forma de eliminar el malestar es dando conductas de evitación y
escape.
También las conductas operantes de enfado provocan cambios en el medio externo.
Obviamente esos cambios operados sobre el medio social repercuten en los estados
emocionales del propio cliente. Cuando el comportamiento de enfado reduce un malestar
provocado por una situación amenazante conflictiva o peligrosa generada por el entorno,
entonces entra en acción el refuerzo negativo externo. Por ejemplo, ante una crítica incluso
formulada asertivamente, el individuo reacciona de forma agresiva y consigue que la crítica
desaparezca y la amenaza externa quede neutralizada. Esa respuesta agresiva se refuerza
negativamente.
Además de estos efectos en el medio, las conductas de enfado también pueden provocar
otros cambios externos. Conseguir que los otros actúen exactamente como la persona enfadada
desea. Las amenazas, el chantaje, la intimidación verbal, y por supuesto la agresividad física
son tremendamente eficaces para modificar a corto plazo el comportamiento de los demás.
Cuando estas maniobras producen este efecto, se mantienen por refuerzo positivo externo.
César obtuvo su último smartphone de su madre poniéndose muy agresivo con ella, amenazándola con que iba
a dejar los estudios y gritándole.
La evaluación del organismo incluye la recolección de una serie de datos que, aunque
directamente no son funcionales, nos ayudan a entender por qué y cómo esa persona en
particular ha desarrollado ese tipo de problemas. También nos da relevante información sobre
qué clase de persona es y cuál es su estilo de vida. Todo ese tipo de información es de gran
ayuda junto con la información funcional para decidir el mejor plan de tratamiento. (Pastor y
Sevillá, 1990).
HISTORIA DE APRENDIZAJE
En este apartado el objetivo sería averiguar cómo la persona desarrolló el problema que la trae a consulta. Por qué procesos
de aprendizaje, modelos y refuerzo discriminativo de conductas de enfado, esa persona desarrolló su enfado patológico.
¿Hubo modelos familiares específicos? ¿El sistema educativo en el que fue educado contribuyó a reforzar las conductas
agresivas? ¿Hubo influencias culturales a través de grupos de referencia durante la adolescencia, literatura, películas o
videojuegos? ¿Desde cuándo se podría demostrar que el problema está en marcha? ¿Ha habido cambios?, si ha habido
mejorías, ¿a qué han sido debidas?
ESTILO PERSONAL
Se refiere a conocer cómo es la persona que tenemos enfrente al margen de su problema. Edad, nivel sociocultural,
profesión, estilo de vida, aficiones, vida familiar, etcétera.
Este tipo de información suele aparecer indirectamente en las sesiones de terapia y preguntamos por ella de forma
específica en algunos autoinformes biográficos (Pastor y Sevillá, 1995).
Incluimos también en este apartado lo que en terapia de conducta clásica se denominaban haberes conductuales;
aptitudes o habilidades que, al menos potencialmente, podrían usarse en terapia: capacidad de imaginación, nivel de disciplina,
habilidad para relajarse, habilidades sociales, etcétera.
Finalmente también en este apartado evaluaríamos habilidades de afrontamiento. ¿Qué intenta, en caso de que lo haga,
hacer la persona para manejar su enfado excesivo? Relajarse, distraerse, abandonar el escenario, respirar, intentar pensar de
otra forma... Si el sujeto utiliza alguna de estas estrategias, aunque sea con un nivel de eficacia bajo, nos está ofreciendo
pistas a la hora de elegir el tratamiento. En ese sentido, cuanto más familiares le resulten las técnicas de terapia, más
facilidad para aprenderlas y usarlas con éxito.
VARIABLES BIOLÓGICAS
¿Existe algún tipo de condición biológica que pudiera causar o modular el enfado descontrolado? ¿Podría haber algún
mecanismo neurológico interviniente: lesiones o tumores cerebrales, demencia o enfermedades degenerativas en el SNC?
¿Podría haber algún desarreglo hormonal, por ejemplo, hipertiroidismo? ¿Hay consumo de psicofármacos o fármacos que
pudieran contribuir a la irritabilidad, por ejemplo, antidepresivos, broncodilatadores o corticoesteroides?
RELACIÓN SOCIAL:
PAREJA, FAMILIA, AMIGOS, TRABAJO
¿Cómo afecta el exceso de enfado a la relación de pareja? ¿Y a la vida familiar? ¿Y a los amigos? ¿En el trabajo?
Advertimos al lector que incluso en aquellos casos más extremos no es raro encontrar asincronías. Lo más habitual es
que afecte enormemente a la relación de pareja y familia y quizás podría haber pasado inadvertido en el área laboral.
Si las manifestaciones más intensas de enfado aparecen en el contexto de pareja e incluyen violencia verbal y física,
estaríamos ante un caso de violencia de género. El terapeuta tendría que oír sirenas de alarma en su cabeza y activar el
protocolo adecuado para estos casos (Echeburúa y Del Corral, 1998).
MÉTODOS DE EVALUACIÓN
A continuación presentaremos los instrumentos que utilizamos para evaluar enfado patológico.
Mostraremos nuestra propia versión del uso de estos métodos, centrándonos especialmente en
su aplicabilidad clínica.
Entrevista
Dificultades en la entrevista
Existen dos factores que entorpecen el desarrollo adecuado de la entrevista y, en general, del
abordaje terapéutico de las personas con enfado patológico.
El primero afecta al terapeuta. La dificultad para crear empatía que muchos terapeutas
tienen con estos clientes, o peor aún, que sientan miedo hacia ellos.
En segundo lugar, y obstáculo principal, encontramos la falta de consciencia de trastorno y
escasa motivación hacia el tratamiento por parte de la mayoría de estos clientes. Estos
problemas hay que acometerlos ya desde la primera entrevista. Si no lo hacemos así, será
inviable no solo implementar las técnicas de tratamiento elegidas, sino incluso una fiable
evaluación.
Crear empatía hacia un individuo que se enfada en exceso y/o muy intensamente, pudiendo
llegar hasta la agresión física, es difícil para todo el mundo, incluidos los propios terapeutas
profesionales. Esta situación tiene una doble vertiente: por un lado, no es raro que un
porcentaje alto de terapeutas se sientan incómodos ante los comportamientos de enfado que
esa persona exhibe en su día a día. Y por otro, que esta incomodidad incluso aumente cuando
esos comportamientos de enfado excesivo aparezcan durante la sesión.
Esa incomodidad y malestar conlleva diferentes reacciones: rechazo y distanciamiento
emocional, enfado o miedo. Cuando la evaluación del comportamiento del cliente se hace
paradójicamente en términos de descalificación moral («menudo tipejo», «cómo trata a su
gente», «es un machista») las emociones del terapeuta van a moverse en un continuo que va
desde la simple frialdad emocional hasta el enfado, e impiden ponerse en la piel del cliente,
entender realmente cuál es el mecanismo psicológico que explica y mantiene su conducta
problemática.
Si la interpretación es en términos de amenaza («este tipo es peligroso», «¿y si me ataca?»)
inevitablemente aparecerán el miedo y, probablemente, las conductas de autoprotección.
Estas reacciones emocionales del terapeuta dependen de las variables del organismo del
propio terapeuta: quién es uno/a mismo/a, cuál es su autoimagen, cómo cree que deberían
comportarse los demás, y cómo debería funcionar el mundo. Y todo esto se ha fraguado en la
propia historia de aprendizaje personal. En otras palabras, somos quienes somos por las
mismas razones que los clientes con enfado son como son. Por ejemplo, si el terapeuta, en su
idiosincrásica manera de ver el mundo, considera que ser machista es algo deleznable, será
casi inevitable que si su cliente es muy machista surjan sentimientos que obviamente no
favorecerán la empatía. Si el terapeuta, a lo largo de su experiencia vital, ha aprendido que las
conductas agresivas son lo peor en la escala de inmoralidad, y su cliente exhibe tales
conductas, será muy difícil que esto no se convierta en un obstáculo para la empatía.
¿Qué se puede hacer al respecto? La solución más obvia es no aceptar esta clase de
clientes. Muchas veces los terapeutas se exigen tener un control emocional que, en realidad, no
creemos que estén obligados a tener. Si las características de un determinado caso provocan
un coste emocional demasiado alto, el terapeuta tiene derecho a rechazarlo. Esto quizás el
lector lo puede ver más claro en casos extremos como violencia de género, u ofensores
sexuales violentos.
Si aceptamos el reto de tratar a esta clase de personas, la solución es evidente: utilizar con
nosotros mismos las mismas estrategias que les enseñamos a ellos, teniendo en mente una frase
que el Dr. Albert Ellis solía usar habitualmente: «que una persona actúe piojosamente, no la
convierte en un piojo». Esas técnicas incluirían sobre todo Terapia Cognitiva y Exposición. La
Terapia Cognitiva se centraría en encontrar una explicación no moral de la conducta del
cliente, y la Exposición provocaría la habituación a esa clase de circunstancias.
La mayoría de los clientes con problemas de enfado llegan a terapia forzados por sus
familiares o personas significativas. Lo más habitual es que hayan llegado bajo coacción de
perder una relación (pareja, familia o amigos), o incluso de perder un trabajo o estar
involucrado en un problema legal, como por ejemplo, una denuncia por agresión.
Esto significa casi siempre que no hay consciencia de trastorno, ni, por lo tanto, motivación
firme para el tratamiento y el cambio, aunque a veces afirmen lo contrario. Deffenbacher y
McKay (2000) distinguen diferentes grados de ausencia de consciencia: algunos individuos no
tienen consciencia de trastorno porque no ven el trastorno, otros sujetos tienen un cierto grado
de consciencia de que se enfadan pero no se dan cuenta de los efectos que produce su enfado.
Un tercer grupo considera el enfado o incluso la agresividad como una parte fundamental de sí
mismos. Controlar esa faceta personal significaría renunciar a ser como son. Los hay, la
mayoría, que no están dispuestos a trabajar en sí mismos porque creen que el problema está en
los demás: según su punto de vista, se les provoca constantemente. También es posible que el
enfado de un cierto grupo de clientes sea parte de otros trastornos, como el estrés
postraumático, la depresión, o el trastorno límite de la personalidad, lo que no ayuda a ser
consciente del problema.
En términos de posicionamiento en estadios de cambio (Prochaska y DiClemente, 1998) la
mayoría de ellos estarían en precontemplación o contemplación. O nunca se habrían planteado
la posibilidad de tener un problema, o lo harían de forma esporádica.
Como acertadamente sugieren DiGiuseppe, Tafrate y Eckhardt (1994), con frecuencia, al
inicio del tratamiento, la situación es esta: el terapeuta intentando convencer al cliente de que
cambie sus reacciones de enfado, y el cliente intentando convencer al terapeuta de que quienes
tienen que cambiar son los otros.
Por lo tanto, el primer objetivo del tratamiento será aumentar el grado de consciencia de
trastorno y el deseo de cambio.
Desafortunadamente, en la literatura disponible no existe un método demostrado para
conseguir tal objetivo. Sin embargo, los diferentes expertos en el tema sugieren estrategias que
parecen funcionar en la práctica clínica.
Una casi inevitable es utilizar la entrevista motivacional (Miller y Rollinck, 1991).
Probablemente el lector estará familiarizado con este instrumento de cambio desarrollado, en
principio, para abordar clientes con problemas de adicción y moverlos hacia estadios de
aceptación del problema y disposición al cambio. Con todos nuestros respetos hacia la
entrevista motivacional, tenemos que confesar que no la usamos habitualmente, porque
repitiendo palabras del profesor Emmelkamp (2011): «¿Acaso hay algo en la entrevista
motivacional que un buen terapeuta conductual no haga?». Básicamente, estamos hablando de
habilidades sociales del terapeuta.
Kassinove y Tafrate (2002) proponen una serie de maniobras terapéuticas para conseguir la
colaboración del cliente: revisar los datos, diferenciar consecuencias a corto/largo plazo,
clarificar el efecto negativo de la catarsis y reducir la resistencia.
• Reducir la resistencia
Tal y como sugieren Miller y Rollnick (1991), cuando el terapeuta utiliza un estilo demasiado
magistral y directo a la hora de referirse al problema del cliente («sí, parece claro que tienes
un serio problema de enfado, deberíamos trabajar en ello»), que puede funcionar en otros
trastornos, en enfado patológico suele provocar rechazo, oposición y, muchas veces, enfado.
El cliente se siente cuestionado. Como estrategia terapéutica alternativa, funciona mejor un
estilo más indirecto, más socrático, en el que el cliente llegue a la conclusión adecuada:
Terapeuta: Vaya, sí que debió de ser una discusión fuerte y muy desagradable.
Cliente: Sí. Mi mujer se merecía un buen repaso, y lo tuvo.
Terapeuta: Comprendo. ¿Cómo crees que se sintió ella?
Cliente: Pues mal. Supongo que humillada y luego muy triste.
Terapeuta: ¿Y tú crees que esto ayudará a que vuestra relación mejore?
Cliente: (silencio)... Pues no, no lo creo.
Terapeuta: ¿Cómo te sientes ahora?
Cliente: Mal. Hecho polvo. No debí hacerlo.
Terapeuta: ¿Se te ocurre algo que podríamos mejorar?
En esta misma línea de trabajo, DiGiuseppe y Tafrate (2007) proponen similares estrategias,
que él denomina como «construir la alianza» y «empezar con empatía». Otras opciones
planteadas por este autor son utilizar feedback de instrumentos estandarizados y usar
autorregistros.
• Usar autorregistros
Los autorregistros son un método excelente no solo para obtener información de primera mano,
sino para aumentar el grado de consciencia del trastorno, troceándolo en elementos más
pequeños y más aprehensibles. Parte de ese proceso ya se consigue cuando se rellena el
autorregistro, durante o con posterioridad a un episodio de enfado, pero también en la próxima
cita con el terapeuta, donde al revisarlo se obtiene una privilegiada posición de tercera
persona que ayuda a sacar las conclusiones adecuadas.
Los autores de formación racional-emotiva tienden a utilizar autorregistros muy
estandarizados y de cierta complejidad. Nosotros preferimos otros más sencillos. Ver apartado
correspondiente en este mismo capítulo.
En nuestra práctica clínica con clientes que sufren de enfado patológico, utilizamos además
dos estrategias en completa consonancia con los autores líderes del tema.
Finalmente, al margen de la combinación exacta de estrategias que usemos para salvar la falta
de motivación del cliente, la base sobre la que se asienta este objetivo es la empatía. Estos
clientes tienen una larga experiencia en ser descalificados, menospreciados o rechazados. Son
personas aristosas, con bordes afilados y que hacen daño a los demás. Muchos los miran con
ojos asustados, defensivos o incluso agresivos. El terapeuta no puede hacer lo mismo. Hay que
recordar que una persona con problemas de enfado tiene esos problemas por las mismas
razones que otros con problemas de ansiedad o depresión los tienen. Por su historia de
aprendizaje, por sus experiencias, por su educación. De alguna manera, a pesar de que a
menudo son ofensores, también son víctimas.
La mejor forma de ganar su confianza y construir la relación terapéutica es comprenderlos,
entender por qué actúan como actúan y hacérselo sentir. En realidad, no estamos hablando de
alterar nuestro comportamiento profesional, sino más bien de todo lo contrario, de
comportarnos como lo hacemos con el resto de los clientes que vemos en consulta.
La dinámica de la entrevista
Nuestra forma de interpretar la entrevista clínica es similar para todo tipo de trastornos
psicológicos. Diferenciamos la primera entrevista del resto de las entrevistas.
La primera entrevista es especialmente importante porque es el primer contacto con el
cliente. Nuestros objetivos son tres: empatizar y empezar a construir la relación terapéutica,
obtener una descripción general del problema y dar información.
El estilo terapéutico es poco directivo, caracterizado por preguntas abiertas, y apenas
redirigimos al cliente si sus respuestas se alejan mucho de la información solicitada.
Cuidamos el lenguaje adaptándolo al nivel sociocultural del cliente, con el objetivo de
maximizar la comunicación. Igualmente es importante el control de las variables
paralingüísticas: volumen, entonación y ritmo, y el lenguaje no verbal con énfasis en la
expresión facial. La justa combinación de las palabras adecuadas, el tono empleado y el
lenguaje corporal conseguirán dar la imagen de profesionalidad y empatía que buscamos.
El terapeuta va dando feedback constante sobre la información que el cliente le transmite,
reforzando y animando la actitud de sinceridad, transparencia y emisión de información
funcional, y desanimando, extinguiendo, información anecdótica o actitudes de poca
colaboración u opacidad. En enfado, es fundamental darle permiso al cliente para utilizar su
propio lenguaje. Al describir las secuencias de enfado tiene que expresarse con las mismas
palabras con que formula sus pensamientos inflamatorios o que verbaliza en caso de agresión
verbal. Sin esa libertad, los clientes se sentirán constreñidos y además supone un serio
obstáculo para crear empatía.
El objetivo, en términos de información a obtener, en esta primera entrevista es
relativamente modesto. Una descripción general del problema, quizás ejemplificada en varias
secuencias completas, así como el inicio y desarrollo del problema.
Los últimos diez minutos de esta primera sesión se dedican a dar información al cliente. Le
explicamos qué es terapia cognitivo-conductual, qué es un psicólogo y las fases de la terapia.
También aprovechamos para hacerle sabedor de aspectos formales de la relación terapéutica.
Es el momento de instigar preguntas y dudas sobre el proceso de recibir terapia.
La sesión finaliza entregando ya tareas para casa, probablemente cuestionarios y
autorregistros.
Las siguientes entrevistas o entrevistas de Análisis Funcional, normalmente una o dos más,
tienen una estructura y objetivos diferentes. El estilo es mucho más directivo en un formato
pregunta-respuesta. Y es habitual concatenar varias preguntas hasta obtener la información
solicitada. Aunque las preguntas abiertas siguen siendo mayoría, también se usan ágilmente
preguntas cerradas. Se enfatiza en la precisión y el detalle. Se usan otros recursos verbales
como el parafraseo y los frecuentes resúmenes para reforzar el esfuerzo del cliente.
Sin olvidar que la construcción de la relación terapéutica y la generación de la empatía
siguen siendo un objetivo destacable, la obtención de la información completa es la meta
principal de esta fase de la entrevista. El terapeuta tiene en mente los elementos de Análisis
Funcional, y va preguntando sistemáticamente por cada uno de ellos. El orden habitual es
empezar preguntando por la respuesta, en sus tres canales: pensamientos, emociones y
comportamiento motor, seguir con los escenarios disparadores, y acabar con las
consecuencias.
Ejemplos de preguntas para obtener la Respuesta Cognitiva:
— ¿Qué pensabas en ese momento?
— ¿Qué te decías a ti mismo?
— ¿Qué pasaba por tu mente?
— ¿Cómo juzgabas la situación?
— ¿Qué pensabas sobre la otra persona? ¿O de las circunstancias? ¿O del mundo? ¿O de ti mismo?
— ¿Cómo se supone que tendría que haber actuado la otra persona?
— ¿En tu mente había palabras descalificativas?
— ¿Aparecían palabras como debería, injusto, es, necesito o siempre?
— ¿Había algún tipo de imagen en tu mente? Descríbela.
También se pueden utilizar otros recursos para obtener cogniciones de enfado. Por ejemplo,
pedir al cliente que cierre los ojos, recree en su mente una situación problemática y, tras darle
unos minutos para ponerse en contacto con los pensamientos y las emociones que aparecen,
preguntarle sobre ello. Igualmente se podría hacer un proceso similar escenificando en
consulta, con un coterapeuta, una interacción social que en su versión real provocó enfado
descontrolado.
Ejemplos de preguntas para obtener la respuesta emocional/fisiológica:
— ¿Cómo te sentías en ese momento?
— ¿Qué emociones o sentimientos notabas?
— ¿Qué sensaciones físicas experimentabas?
— ¿Tu cuerpo te enviaba señales?
— ¿Qué cambios aparecieron en tu cuerpo?
— ¿Cómo notabas físicamente el enfado?
— Describe con el mayor detalle posible eso que has llamado «subidón».
De particular dificultad resulta evaluar las respuestas operantes encubiertas. Nos referimos a
maniobras como insultos mentales, y especialmente planes de venganza.
Una buena pregunta para obtener este tipo de datos es «¿en esos momentos, hay algún
pensamiento que te ayuda a sentirte mejor?». Al preguntar sobre la respuesta cognitiva
automática, muchas veces el cliente nos contestará describiendo sus cognitivas operantes. Será
misión del terapeuta diferenciar con precisión ambos tipos de eventos cognitivos.
Ejemplos de preguntas para obtener los Estímulos:
— ¿En qué situaciones te enfadas?
— ¿Ante qué personas?
— ¿Qué hace la gente para que reacciones así?
— ¿Qué tipo de comentarios?
— Por favor, cuéntame la última situación que te hizo enfadar.
— ¿Podríamos hacer una lista de los escenarios que más fácilmente te hacen perder el control?
— ¿Hay algún recuerdo o imagen que provoque el mismo efecto?
— ¿Has notado si algo te predispone a enfadarte? ¿Otro enfado? ¿Tristeza? ¿Nerviosismo? ¿Cansancio?
¿Falta de sueño? ¿Dolor?...
Autoobservación y autorregistros
Jueves Conduciendo al trabajo, el ¿Será idiota! ¿Es que Enfado. Pito, le grito: «¡Va, coño!».
7.45 de delante va lento. está dormido?
Jueves Dos currantes llegan tarde ¡Inútiles, vagos! Enfado. Les sermoneo diciéndoles que eso es una
10.30 de almorzar. falta y que les podría amonestar.
Jueves Pillo a la secretaria ¡Jo, es que sois todos Enfado. Le digo que en horas de trabajo no se
12.00 hablando por el móvil. iguales...! habla por el móvil.
Si el terapeuta pretende averiguar la intensidad del enfado añadiríamos una columna en que
cuantificara de 0 a 10 el nivel de enfado, si quisiéramos centrarnos en la duración del enfado,
añadiríamos una casilla de duración en minutos del enfado, si quisiéramos averiguar las
consecuencias que administran los interlocutores, añadiríamos «cómo reaccionan los demás».
En tercer lugar, ya con el instrumento en mano, debemos adiestrar al cliente en su uso. Le
pedimos que nos describa la última situación de enfado y juntos rellenamos el autorregistro.
Esta maniobra permite asegurarnos de que, efectivamente, el cliente ha entendido cómo
cumplimentar el autorregistro. Además, esas anotaciones le servirán de guía por si, al
rellenarlo por sí mismo en los escenarios naturales, le surgen dudas.
Finalmente, en la siguiente cita, como es habitual, el terapeuta empezará la sesión pidiendo
al cliente las tareas para casa. Si son autorregistros, reforzaremos su uso revisando cada una
de las secuencias anotadas. Este es el momento para corregir cualquier tipo de imprecisión o
error en el instrumento, inevitables al inicio.
En caso de que no lo haya rellenado, se abordará directa y asertivamente esta
complicación, averiguando el problema y buscando una solución.
Es casi imposible que el autorregistro, de alguna forma, no modifique el estado de las
cosas; en enfado puede producir reactividad, y cuando lo hace, suele ser reduciendo la
respuesta de enfado. Si ocurre, nos parece bien, lo hablamos con el cliente, y aprovechamos
para clarificar una bondad añadida de los autorregistros, que favorecen el autocontrol.
Observación
Difícilmente podremos hacer observación en ambiente natural por razones obvias. Sin
embargo, esto no será un problema porque, con seguridad, podremos hacer observación en un
ambiente casi natural: la propia consulta.
A lo largo del proceso de evaluación, durante las entrevistas, con altísima probabilidad,
tendremos ocasión de observar la conducta de enfado del cliente. La manera más habitual es
cuando el cliente, relatándonos una secuencia de enfado reciente, se enfada mientras lo
describe.
Más que sorprendernos o incluso asustarnos por sus reacciones, deberíamos aprovechar
esta extraordinaria ocasión para observar lo que está sucediendo y obtener toda la información
que sea posible. En realidad, sería una combinación de dos métodos de evaluación:
observación y entrevista. Al cliente, en pleno enfado, le preguntaríamos por todos los
elementos que lo conforman.
Que el terapeuta reaccione con naturalidad y profesionalidad, en tanto en cuanto que no
manifiesta reacciones de enjuiciamiento moral y mucho menos de rechazo o miedo, sino que se
adapta a la situación y saca información de ella, también se convierte en una poderosa forma
de empatía y mejora de la relación terapéutica. Ante los ojos del cliente será una manera muy
convincente de validar su conocimiento del tema y buen hacer.
También puede ocurrir que, viniendo a la cita terapéutica, el cliente se enfade y llegue a
sesión en tal estado. La forma de reaccionar será exactamente la misma.
Finalmente, quizás una situación más difícil de manejar sería cuando el cliente se enfada
con el terapeuta. Es un momento crucial en terapia, que va a marcar el tono de la relación
terapéutica. Incluso podría resultar en abandono.
Desgraciadamente, no hay estudios que nos indiquen cómo desenvolvernos en esa
situación. Nuestra propuesta es la siguiente: primero, tan pronto como notamos el menor
indicador de su malestar hacia nosotros, reaccionamos directa y asertivamente: «Perdona, ¿te
estás enfadando conmigo?». Normalmente, solo con esta breve intervención, el estallido de
enfado se paraliza y deja de aumentar. A continuación, el siguiente paso es empatizar
comprendiendo su reacción: «Vaya, entonces hemos tocado un tema sensible», «he metido el
dedo en la llaga» o «entiendo tu enfado».
Finalmente, le proponemos analizar in situ lo que ha sucedido: «Lamento que te hayas
enfadado, pero ¿qué te parece si aprovechamos tu malestar para saber más de él?».
Una vez acabado el interrogatorio, le reforzamos que lo haya permitido, y también el
control que ha ejercido sobre su enfado.
En raras ocasiones, el enfado del cliente hacia el terapeuta es tan intenso que requiere una
reacción más contundente. El objetivo, entonces, será cortar la escalada de enfado
inmediatamente. Para ello, seremos tan asertivos como la situación exija. He aquí varios
ejemplos de asertividad creciente: «Te veo muy enfadado, vamos a parar hasta que te calmes»,
«Estás muy enfadado, aquí no permito esa manera de hablar. Tranquilízate, respira lento unos
minutos y luego continuamos», «Te veo fuera de control, sal del despacho, ve al baño,
refréscate la cara, intenta calmarte y cuando te sientas mejor, vuelves», «Estás muy agresivo,
no podemos continuar hablando de esta manera, lo dejamos por hoy, y llámame a última hora
para ver cómo estás».
Lo que nunca hay que hacer y consideramos un grave error es reaccionar a la defensiva
perdiendo el control y enfadándonos, ni desde luego permitir que el cliente domine la
situación a sus anchas asumiendo una postura de debilidad.
Como en el resto del tratamiento de distintos problemas, especialmente aquellos que
implican relaciones sociales, el terapeuta actúa de modelo para el cliente. Modelar reacciones
agresivas o de sumisión para esta clase de personas, sería extremadamente contraproducente.
Por otra parte, los roles del terapeuta y del cliente están en juego. Si el terapeuta se
descontrola y reacciona agresivamente o se asusta y reacciona pasivamente permitiendo la
agresión del cliente, los roles se pierden y la relación terapéutica se corrompe.
El terapeuta tiene que ser modelo de firmeza, comunicación directa, pero al mismo tiempo,
comprensión y empatía.
Otro objetivo de la observación es evaluar sus habilidades asertivas. Ya que algunos
modelos teóricos y protocolos de tratamiento (Deffenbacher, 2000) establecen la relación
entre déficit de habilidades sociales, especialmente a la hora de recibir y expresar críticas, y
enfado, parece razonable evaluar el área.
En formato de roleplaying, tal y como lo hacemos en el campo de las habilidades sociales
en general, o también en el área de comunicación al evaluar a las parejas con problemas, y con
la ayuda de un interlocutor o coterapeuta, le pedimos al cliente escenificar una selección de
las situaciones problemáticas más habituales. Idealmente lo grabamos en vídeo para poderlo
estudiar con tranquilidad.
Cuestionarios
Consta de una puntuación total y de puntuaciones para tres grandes factores: Enfado hacia
dentro, Reactividad/Expresión y Venganza. El cuestionario tiene una buena consistencia
interna al igual que validez y fiabilidad.
• State-Trait Anger Expression Inventory (STAXI)
El State-Trait Anger Expression Inventory (STAXI; Spielberger, 1988) permite evaluar la
experiencia y expresión de enfado, en sus dos dimensiones (estado y rasgo) y en sus tres
direcciones (expresión, supresión y control del enfado).
Este inventario está constituido por 44 ítems, distribuidos en 6 escalas y 2 subescalas:
1.ª Estado de enfado: mide la intensidad del sentimiento de enfado experimentado por un
sujeto, en un momento determinado.
2.ª Rasgo de enfado: esta escala, compuesta por 10 ítems, mide la predisposición del
sujeto a experimentar enfado. A su vez, posee 2 subescalas: Temperamento irritable:
mide la predisposición general a experimentar y expresar enfado sin una provocación
específica; y Reacción de enfado: esta subescala, de 4 ítems, evalúa la predisposición a
expresar enfado cuando se es criticado o tratado injustamente por otros sujetos (es
decir, a partir de una provocación específica).
3.ª Enfado hacia afuera: permite conocer la frecuencia con la que un individuo expresa
enfado hacia otras personas u objetos del entorno.
4.ª Enfado hacia dentro: a través de esta escala, de 8 ítems, se obtiene la frecuencia con la
que un individuo contiene o suprime los sentimientos de enfado.
5.ª Control del enfado: evalúa la frecuencia con la que un individuo logra dominar los
sentimientos de enfado.
6.ª Expresión del enfado: se obtiene a partir de los ítems de las tres anteriores escalas.
Provee un índice general de la frecuencia con la cual el enfado toma una dirección
inadecuada.
PRESENTACIÓN DE LA HIPÓTESIS
La idea a transmitir, por encima de cualquier otro detalle, es que la enorme cantidad de
complejos y sofisticados procesos psicológicos que llamamos enfado excesivo o patológico,
está ahí, se sufre, porque está sólidamente reforzado positiva y negativamente, e interna y
externamente.
El arte del terapeuta consiste en traducir esta explicación científica en términos coloquiales
y de fácil comprensión. En realidad, no es diferente a cómo lo hacemos con el resto de
trastornos psicológicos (Sevillá y Pastor, 1996, 2002; Pastor y Sevillá, 1999, 2011).
A continuación, veamos un extracto de una sesión en la que se comparten con el cliente las
variables de mantenimiento:
Terapeuta: Entonces... cada vez que te enfadas más de lo adecuado, y expresas ese enfado de una manera
descontrolada, esos comportamientos provocan unos efectos muy potentes.
Cliente: ¿Efectos? ¿Qué efectos?
Terapeuta: Primero, fíjate en lo que pasa con tus emociones. En pleno enfado, notas tu cuerpo a punto de
estallar, y es como si liberaras toda esa presión, cuando gritas y te pones agresivo, ¿cierto?
Cliente: Sí, sí, así es. Pero ¿eso está bien, no?
Terapeuta: Sí, subjetiva y evolutivamente, está bien. Pero como persona, yo diría que te juega una mala pasada,
porque al disiparse todo ese malestar, notas una gran sensación de alivio, y tu cerebro aprende que
esa es la mejor forma de reducir esa presión. En otras palabras, cada vez te resultará más fácil
enfadarte y perder el control.
Cliente: No sé si te sigo.
Terapeuta: Sí, es complicado. Imagínate que te duele la cabeza, te tomas una aspirina y el dolor desaparece,
¿qué harás la próxima vez que te duela la cabeza?
Cliente: Tomarme una aspirina... ¡Aaaah!...
Terapeuta: ¿Lo entiendes ahora? Es como si tu mente pensara: «Si hago esto, me quito de encima toda esta
presión, así que adelante».
Cliente: Sí, claro, tiene lógica
Terapeuta: Pero hay más cosas. Normalmente, cuando pierdes el control, y te enfadas demasiado, consigues
objetivos prácticos. Por ejemplo, si a alguno de tus empleados le pides algo agresivamente, lo hace. Si
te enfadas con tu hermano y le amenazas con dejar tu puesto de trabajo, accede a tus peticiones.
¡Funciona! Consigues tus objetivos y, una vez más, tu cerebro aprende que vas por el buen camino.
Cliente: Claro, es que, si se lo pido amablemente, igual no lo hacen.
Terapeuta: Espero poderte demostrar en breve que eso no suele ser así. Pedir las cosas con amabilidad no es
incompatible con pedirlas con firmeza y de una manera robusta. Es más, parte del tratamiento estará
justamente dedicado a eso.
Cliente: Mi experiencia es que si te muestras débil y vas de buena persona, todo el mundo se aprovecha de
ti.
Terapeuta: Esa es la cuestión, que ser amable, respetuoso, y educado no tiene nada que ver con ser débil o
sumiso. Además, hay otro aspecto crucial y difícil de ver. Las ganancias a corto y a largo plazo de
estos comportamientos. ¿Cómo crees que se puede sentir una persona a la que has gritado,
amenazado o incluso insultado?
Cliente: No creo que sea para tanto.
Terapeuta: ¿Cómo crees que se sentirá mientras le hablas de esta manera? ¿Y después? Cuando llegue a
casa y piense en lo que ha pasado, ¿cómo crees que se puede sentir? ¿Pensará en invitarte a la
fiesta de cumpleaños de su hijo?
Cliente: Vale, de acuerdo. Se sentirá mal.
Terapeuta: ¡Bien! Por lo tanto, ¿esos comportamientos te sirven para tener buenas relaciones con la gente?
Cliente: No me importa lo que piensen de mí mis trabajadores.
Terapeuta: Pues quizás debería, porque ¿no crees que ellos trabajarían mejor si en vez de tenerte miedo, te
respetaran y confiaran en ti?
Cliente: Ya, igual sí. ¿Pero eso me hará ganar más dinero?
Terapeuta: Sin duda. Quien trabaja contento y con ganas, trabaja mejor: llega puntual, no le importa quedarse
un rato, pone más empeño en hacer las cosas bien, se interesa por la empresa, probablemente la
recomienda a futuros consumidores, detecta fallos y los intenta cambiar...
Cliente: Alguna vez lo he pensado, pero así es como mi padre hacía las cosas.
Terapeuta: Cierto. Pero eso no significa necesariamente que fuera la mejor forma de hacerlas, y por supuesto,
no significa que tú tengas que hacerlas de la misma manera.
Cliente: Ya.
Terapeuta: Luego está el efecto que eso causa en tus seres queridos, tus amigos, tu hermano, tu mujer. ¿Por
qué viniste aquí?
Cliente: Porque mi mujer me puso entre la espada y la pared: o cambiar mi genio, o divorcio.
Terapeuta: Luego...
Cliente: Sí, es verdad. Mi carácter arruina mi vida.
En cada cliente, insistiríamos más en aquellas variables de mantenimiento que tuvieran más
peso. Por ejemplo, hay algunos clientes en los que la sensación de «poder» que otorga el
enfado es particularmente prominente a la hora de explicar su mantenimiento. La estrategia
sería la misma, normalmente de manera socrática, iríamos transmitiendo la información para
que llegara a la conclusión, una vez más, de que los efectos a corto plazo, en este caso
positivos, mantienen el problema y no le permiten ver los efectos nocivos que inevitablemente
producen en su vida.
Psicoeducación
La fase de presentación de hipótesis también incluye explicar la naturaleza del enfado como
respuesta evolutiva inherente al ser humano y otras especies.
Sin profundizar en las bases biológicas y neurológicas de la reacción de enfado, le
contamos por qué nos enfadamos. Valga el siguiente ejemplo:
Por muy humanos que seamos, también somos animales. Y como tales, hemos sido dotados de varios
sistemas automáticos que nos ayudan a sobrevivir. Uno de ellos es la ansiedad y otro es el enfado. La ansiedad
es un mecanismo que prepara a nuestro cuerpo y a nuestra mente para escapar del peligro, para evitar el
peligro. El corazón va más rápido para enviar sangre a los músculos, la respiración se acelera para aumentar el
nivel de oxígeno en sangre y todo nuestro cuerpo se tensa, preparado para la acción. Sin embargo, en
ocasiones, no es posible escapar, y cuando eso ocurre, la última línea de defensa es luchar. Y luchamos mejor
si estamos enfadados. Cuando nos enfadamos, nuestro cuerpo se prepara para la lucha y todos los cambios,
enormes, que suceden en nuestro cuerpo y mente están destinados a luchar mejor. Por ejemplo, si somos
heridos, notamos menos el dolor cuando estamos enfadados, somos más fuertes, más agresivos, más
resistentes.
Lo que intento decirte es que enfadarse no solo es natural sino inevitable. El problema está en que a veces
nos enfadamos en exceso y parece como que nuestro cuerpo no distingue lo que es una amenaza real de lo
que no lo es. Y esos enfados, que nos venían muy bien hace 40.000 años, cuando teníamos que luchar contra
un tigre de dientes de sable, ahora nos fastidian la vida cuando aparecen porque el vecino «hace ruido
demasiado tarde».
Probablemente algo, o al menos una parte de esto, ya se ha hecho resolviendo los problemas
de motivación. Este es el momento para ocuparnos específicamente.
Un error habitual que importamos del tratamiento de otros trastornos, por ejemplo de la
depresión, es proponer como objetivo terapéutico pasar de enfadarse mucho o muy
intensamente a no enfadarse nada. Este propósito no es solamente imposible de conseguir, sino
que además suele provocar una reacción defensiva o de rechazo en el cliente. Muchos de ellos
consideran que el enfado es legítimo y una parte importante de ellos mismos. Y probablemente
es cierto. La alternativa sería no erradicar el enfado, sino controlarlo.
En la línea de Ellis y Tafrate (1997), es útil clarificar que hay dos patrones de enfado. El
primero, enfado adaptativo, sería una reacción legítima ante situaciones amenazantes, en las
que la intensidad del enfado se distribuiría en un continuo que iría desde el enfado más ligero
a un enfado de alta intensidad, pero nunca perdiendo el control, pasando a la agresividad, y
que ayudaría a tener una vida feliz. El segundo, enfado disfuncional o clínico, estaría ya en
otra escala caracterizada por el descontrol. Aunque aparente y subjetivamente para el cliente,
a corto plazo pudiera tener algunas bondades, sin duda alguna, provocarían una vida de
infelicidad y problemas. El enfoque terapéutico sería pasar de un tipo de enfado al otro.
A menudo, utilizamos el silogismo motivacional (DiGiuseppe, 1995; DiGiuseppe y Trafate,
2007) que consiste en:
La parte final de esta sesión está dedicada a proponer al cliente las técnicas de tratamiento
elegidas. A partir del Análisis Funcional específico de cada cliente, de las características
personales y de las circunstancias específicas que rodean a cada persona, y siempre
basándonos en las técnicas que la investigación demuestra eficaces, elegimos la combinación
de técnicas a aplicar en cada caso (Sevillá y Pastor, 1997).
Decidido el plan de tratamiento, se lo presentamos al cliente, íntimamente conectado a la
presentación de la hipótesis, de manera que surja como la conclusión necesaria y evidente de
la misma. A nuestro entender, es muy importante que se vea esa conexión, que el plan de
tratamiento se desprenda directamente de la explicación del problema. El mensaje debería ser
algo parecido a: «Si este es el problema, esta debería ser la solución». Es más, con algunos
clientes, podemos incluso permitirles que adivinen el tratamiento: «De acuerdo, ahora que
tenemos claro por qué pierdes el control enfadándote en exceso. ¿Qué crees que podríamos
hacer para cambiar el estado de las cosas?». Obviamente, la respuesta nunca va a ser nombres
de técnicas, pero sí muchas veces van a dar respuestas como «aprender a calmarme, verlo de
otra manera, parar e irme de la situación antes de perder el control». Y a partir de ahí,
resultará muy fácil introducir técnicas como relajación, terapia cognitiva y técnicas de
interrupción de la respuesta.
CAPÍTULO 5
1. Tenemos datos para ser optimistas. Existen tratamientos eficaces para adultos,
adolescentes y niños con exceso de enfado.
2. Aunque hay evidencias de la eficacia del tratamiento cognitivo-conductual para el
enfado, el grado de eficacia es sensiblemente menor que en el tratamiento de la
depresión o de la ansiedad.
3. Los cambios se mantienen a través del tiempo. El grado de recaídas en el seguimiento es
muy escaso.
4. Los cambios producidos por el tratamiento se perciben en diferentes tipos de variables
dependientes, no solo en autoinformes.
5. La idea de elegir las técnicas de tratamiento en función del «síntoma» prioritario, y que
esto aumentará la eficacia, no se sostiene.
6. El 80% de los estudios publicados se refiere a modalidad de terapia en grupo.
7. Aquellos estudios en que se han utilizado manuales de tratamiento con el objetivo de
asegurar la integridad del tratamiento, producen mejores resultados que aquellos que no
lo han hecho.
8. Finalmente, la mayoría de los estudios revisados incluían técnicas conductuales,
cognitivas o cognitivo-conductuales. En particular, Entrenamiento en Relajación,
Terapia Cognitiva, Resolución de Problemas, Exposición y Entrenamiento
Autoinstruccional. Muchos de ellos, como el protocolo de Deffenbacher (1988; 1990),
probablemente el más validado, incluye la aplicación de casi todas las técnicas
anteriores. No se encontraron estudios en los que usara psicoanálisis, terapia familiar,
Gestalt o terapia centrada en el cliente. Sí, dos estudios basados en meditación
Mindfulness.
Técnicas para aumentar la percepción de enfado
Este grupo de técnicas está destinado a aumentar la sensibilidad del cliente ante las señales de
enfado. Una de las razones por las que no se ejerce control sobre el enfado es porque es una
reacción tan rápida y tan automatizada que, en algunos casos, no se percibe hasta que la
intensidad del malestar es demasiado alta y ya se ha perdido el control. Es rápida, porque si
no lo fuera no sería evolutivamente eficaz, y está automatizada, por la historia de aprendizaje
peculiar de cada individuo que le ha llevado a practicarla repetida e intensamente.
El objetivo, por lo tanto, sería desautomatizar la reacción de enfado, aumentando la
percepción de los cambios en el canal cognitivo, emocional o incluso motor, que aparecen a
medida que la reacción de enfado se activa. Idealmente, cuanto más pronto se detecten esos
cambios, más oportunidad se tendrá de ejercer control sobre ellos. Si es posible, también se
intentará que la persona no solo los identifique cualitativamente sino que los gradúe
numéricamente en una escala de 0 a 10.
Estas técnicas están indicadas para aquellas personas que no notan las sensaciones de
enfado hasta que es demasiado tarde, y para aquellas que conceptualizan su enfado como un
estado incontrolable que, de pronto, aparece de la nada, y les abduce al descontrol. Enseñarles
a ver que en realidad es un proceso razonablemente gradual y progresivo, ayuda enormemente
a entender su problema, y a aumentar su disposición al cambio.
Autorregistros de concienciación
El primer método y más habitual de las estrategias para aumentar la sensibilidad a los cambios
del enfado, es usar autorregistros con tal fin. Rellenar un autorregistro implica unos
prerrequisitos, unos procesos previos, que resultan de gran ayuda para conseguir esta meta.
Antes de rellenar un autorregistro, el cliente tiene que autobservarse, volcar la atención sobre
sí mismo. Y esa es la clave.
A nivel práctico, la variante de este método que más usamos es pedirle un autorregistro
clásico de terapia cognitivo-conductual: día/hora-situación-pensamiento-emoción-conducta,
con las mismas instrucciones que en la fase de evaluación. Pero después de revisarlo en la
siguiente sesión, y reforzar al cliente por haberlo rellenado, lo utilizamos de una manera
diferente. Le pedimos que intente recordar qué cambios, a modo secuencial, notó desde que
estaba emocionalmente estable hasta el máximo descontrol del enfado. Para que esta
información sea más manejable y se recupere con más facilidad, la dividimos en los tres
canales, le pedimos que la despiece («Centrémonos en tus sensaciones, ¿qué sensación notaste
en primer lugar? ¿Y luego? ¿Y a continuación?»; «Ahora pasemos a tus pensamientos,
¿recuerdas el primer pensamiento de enfado?...; «Y tu forma de actuar, ¿qué pasó con tu
comportamiento? ¿Qué hiciste primero? ¿Cómo actuaste a continuación?...»).
Otra variante de esta técnica es pedirle que este análisis retrospectivo lo intenten hacer
ellos solos, cada vez más cerca del momento del descontrol. A menudo, reducir el tiempo de
espera entre el episodio de enfado y el autoanálisis aumenta la información recuperada.
Idealmente, en pocas semanas, el cliente llega a ser capaz de percibir los diferentes cambios
en la medida en que se van produciendo.
Quizás al lector le pueda parecer que conseguir esta habilidad es muy complicado, pero en
realidad lo es menos de lo que parece. Aunque no es rigurosamente idéntico en cada crisis de
enfado, la mayoría de los clientes descubren que hay un patrón reiterativo y, por lo tanto,
predecible, de cambios en los tres niveles de respuesta. Identificada esa secuencia, resulta
más sencillo ser consciente de ella. En un momento dado, diferente para cada cliente, le
pedimos también que cuantifique las sensaciones numéricamente. A algunos clientes les resulta
muy fácil y lo pueden hacer desde los primeros días, y otros necesitan más tiempo.
Rosa, que al principio solo percibía el descontrol cuando se oía gritando, fue aprendiendo
a identificar esta secuencia de cambios:
Role-play en consulta
Control de Estímulos
Con este grupo de técnicas se pretende parar la respuesta de enfado lo más pronto posible o
incluso antes de que aparezca.
Esta conocida técnica usada en diferentes trastornos emocionales, como insomnio (Bootzin,
1972) o adicciones (Echeburúa, 1994), también es muy útil en el manejo del enfado patológico
(Kassinove y Tafrate, 2002). Es una técnica paliativa provisional y su principal bondad es que
no exige un alto nivel de autocontrol en el cliente.
El Control de Estímulos aplicado al enfado consiste en cambiar la manera en que el sujeto
interacciona con el medio de forma que no aparezcan los potenciales disparadores del enfado.
Por ejemplo, si la reunión de la comunidad donde vive el cliente suele provocarle enfado
descontrolado, el control de estímulos consistiría en no asistir hasta que haya sido entrenado
en otras habilidades de autocontrol más sofisticadas. Si asistir a una comida familiar muy
concurrida, a la que acuden todos sus hermanos y cuñados, es un escenario de enfado
reiterado, la aplicación del control de estímulos significaría excusarse y no hacer acto de
presencia.
Para la adecuada implementación de este recurso, es imprescindible que el cliente
comprenda y acepte su uso. De ninguna manera debería entenderse como una imposición
externa que el terapeuta ejerce sobre la persona con enfado excesivo. Más bien, el cliente
deberá conceptualizarla como una forma inicial de manejar su problema, aún todavía sin tener
control sobre el mismo.
He aquí la transcripción de un tramo de una sesión terapéutica en la que el terapeuta
explica al cliente la técnica.
Terapeuta: Una primera forma de ejercer control sobre tu exceso de enfado es elegir estratégicamente no
afrontar ciertas situaciones.
Cliente: ¿Cómo?
Terapeuta: Sí, antes de meterte en el agua tendrás que aprender a nadar. Antes de afrontar situaciones que te
hacen enfadar demasiado, primero tendrás que aprender a dominarte. Y mientras tanto, nos conviene
no meternos en esos escenarios.
Cliente: Entiendo. O sea, huir de situaciones conflictivas.
Terapeuta: Algo parecido. Aunque la palabra huir quizás no sea la más adecuada. Más bien, hablaríamos de una
estrategia de anticipación que te permitiría sortear las situaciones peligrosas provisionalmente.
Cliente: ¿Y para qué haremos esto?
Terapeuta: Primero, para romper un automatismo. Si tus enfados se cortan, los procesos psicológicos que los
mantienen también se cortan. Y en segundo lugar, a nivel práctico, y pensando en la calidad de tus
relaciones, te conviene igualmente parar estas reacciones agresivas.
Cliente: Vale, me parece bien.
Terapeuta: Perfecto. Una de las situaciones en la que más habitualmente te enfadas, es cuando vas al banco
para pedir aclaración sobre cualquier incidencia en tu cuenta: gastos, cobros, comisiones, etc.
¿Cierto?
Cliente: Sí, no puedo con ellos. Son unos ladrones.
Terapeuta: Vale, pues hasta que lo decidamos, no puedes ir al banco.
Cliente: ¿Y si necesito algo?
Terapeuta: Cualquier operación la puedes hacer on line y si la situación exige contacto personal, de momento,
que vaya tu mujer.
El Control de Estímulos no es la estrategia nuclear sobre la que hay que construir el protocolo
de tratamiento. Aunque en términos clínicos es muy efectiva para reducir la frecuencia de los
episodios de enfado, no proporciona al cliente un aprendizaje poderoso que vaya más allá de
elegir estratégicamente la evitación de las situaciones problema.
El Control de Estímulos también ejerce un efecto positivo, a menudo infravalorado por los
profesionales, que es desautomatizar la secuencia de enfado. Aunque el objetivo final del
tratamiento es eliminar los reforzadores que mantienen las secuencias de enfado, no hay que
despreciar el cambio positivo que se opera al interrumpir dichas secuencias. Y además, el
efecto que produce sobre el cliente el hecho de dejar de experimentar enfado, no solo es
intrínsecamente terapéutico, sino que genera autoeficacia.
Mención aparte merece el hecho de que, en aquellos casos en que el enfado descontrolado
produce agresividad física, sea imprescindible por razones obvias parar semejantes
comportamientos lo antes posible.
El Control de Estímulos para enfado se puede aplicar tanto para estímulos externos como
para factores preenfado.
Conociendo los escenarios externos que provocan sistemáticamente el descontrol, el
cliente con enfado excesivo evitaría voluntariamente esas situaciones para así impedir la
aparición de la respuesta de enfado. Conducir en horas punta, acudir a restaurantes donde el
servicio es particularmente lento, ver ciertos programas de televisión, hablar de determinados
temas conflictivos, o quedar con la familia política.
También aplicamos Control de Estímulos ante los estados facilitadores de enfado:
cansancio, estrés, otro enfado no disipado, dolor, u otros. Por ejemplo, estaríamos usando
Control de Estímulos, de una manera creativa, si enseñáramos al cliente a reorganizar su
agenda de una manera más racional para sufrir menos estrés, o también sería Control de
Estímulos programar momentos de descanso y desconexión para paliar el cansancio, o pedirle
al cliente que no consumiera nada de alcohol si la evaluación nos hubiera revelado que la
desinhibición que provoca este tóxico facilita el enfado.
Un problema habitual a la hora de aplicar Control de Estímulos es que, en ocasiones, el
cliente no tiene control directo de las variables que tendría que manipular para inhibir la
respuesta de enfado. Por ejemplo, si el cliente vuelve a casa conduciendo y se ve atrapado en
un atasco, y esta es una situación disparadora, llegará a casa enfadado. Pero, a partir de ahí,
aún podría utilizar Control de Estímulos eligiendo no hacer una llamada telefónica
habitualmente provocadora. Si otro cliente, por la razón que sea, no puede evitar compartir
mesa con un familiar con el que habitualmente choca, aún puede elegir no hablar de temas
conflictivos.
Los únicos límites a la aplicación de este recurso terapéutico son la propia creatividad de
terapeuta y cliente. Incluso en aquellos escenarios donde una evitación completa es imposible
es casi seguro que se pueda diseñar algún tipo de manipulación ambiental útil para, si no
eliminar completamente la respuesta de enfado, al menos atenuarla de una manera
significativa. Por ejemplo, si una parte del trabajo de la persona conlleva hacer llamadas para
captar clientes o reclamar pagos, lo que le resulta altamente provocador, siempre podría
programar esas llamadas para momentos en que esté menos cansado o estresado.
Instamos a los terapeutas a no rechazar esta técnica tildándola de simple. Sin duda, tiene su
momento, en particular al principio del tratamiento.
Es la siguiente línea de control. Todavía un control poco elaborado, pero control al fin y al
cabo. De imprescindible aplicación en los casos de agresividad, de hecho, es una estrategia
que forma parte de todos los programas de entrenamiento a maltratadores (Echeburúa y Del
Corral, 1998).
Partiendo del entrenamiento de sensibilización en la respuesta de enfado ya comentado,
decidimos un determinado nivel de enfado cuantificado numéricamente, por ejemplo: 5 en una
escala de 0 a 10, y cuando el cliente lo alcanza y lo percibe, tiene que parar y abandonar la
situación provocativa: «Perdona, creo que me estoy enfadando demasiado, me voy a ir unos
minutos hasta que me sienta mejor». Es imperativo que abandone físicamente la situación. No
es suficiente que deje de hablar o que se aparte unos metros del interlocutor. Debe salir del
escenario físico en que se desarrolla la interacción social, ir a otro espacio, otra habitación de
la casa, o mejor aún, salir a la calle, y hacer algún tipo de actividad que le distraiga de su
línea de pensamientos y emociones de enfado. Si sigue rumiando su enfado, una parte
importante de la eficacia de la técnica desaparecerá.
Para que la técnica funcione, es imprescindible seguir unos pasos:
1. Que el cliente la acepte sin reservas. Muchos de ellos ponen todo tipo de pegas: «Es
innecesario, excesivo, bastaría con dejar de hablar, es descortés para la otra persona,
etc.».
2. Hay que especificar exactamente cómo se va a actuar, paso a paso. Nivel de enfado a
partir del que se aplica, a qué habitación irá el cliente, cómo justificará su ausencia
según el interlocutor, y especialmente, qué actividades distractoras usará. Por ejemplo,
hacer operaciones matemáticas mentalmente, reproducir en la imaginación escenas de
películas o de eventos deportivos, imaginar las clásicas escenas relajantes asociadas al
entrenamiento en relajación muscular, leer, escuchar música, ver una película...
3. Ensayarlo en la imaginación en consulta.
Terapeuta: Seguimos avanzando a la búsqueda del control. Lo que quiero enseñarte es lo siguiente. Ahora que
ya percibes tus señales de enfado, y que eres capaz de graduarlas numéricamente, en el momento en
que te sientas por encima de 5, quiero que te vayas de la situación.
Cliente: ¿Que huya?
Terapeuta: No, que controles.
Cliente: ¿Y eso no es de cobardes?
Terapeuta: No, eso es de personas. Y es difícil. Porque una parte tuya muy poderosa, la parte más animal, te va
a pedir luchar. Y lo que tú vas a hacer es elegir salir de la situación para no ponerte agresivo.
Cliente: ¿Y si me está provocando?
Terapeuta: Especialmente si crees que eso es lo que está sucediendo.
Cliente: ¿Y cuánto tiempo tendré que hacer esto?
Terapeuta: Hasta que seas capaz de estar en este tipo de situaciones sin que el enfado te desborde y se
convierta en agresividad.
Cliente: Vale, es como un truco.
Terapeuta: Exacto. Como un paso más hacia el control.
Cliente: ¿Y cómo lo hacemos?
Terapeuta: Lo más importante es detectar ese nivel de enfado que te pone ya en posición de ataque y
abandonar la situación.
Cliente: Abandonar la situación, ¿cómo?
Terapeuta: Salir físicamente de ella. Por ejemplo, si es en casa con tu mujer, lo ideal sería que te bajes a la calle.
Cliente: ¿Y qué le digo a ella?
Terapeuta: Básicamente lo que está pasando. Algo así como: «Me estoy enfadando demasiado. Así que me
voy a pasear al perro para que se me pase».
Cliente: Le parecerá muy raro, ¿no?
Terapeuta: Es probable que le sorprenda pero te aseguro que le va a encantar.
Cliente: Sí, es cierto. Lo va a ver como que lo estoy intentando en serio.
Terapeuta: Exacto. No solo quiero que te vayas de la situación sino que hagas algo que te resulte incompatible
con seguir pensando en términos que te enfadan.
Cliente: ¿Como qué?
Terapeuta: Pues algo que te resulte fácil. Por ejemplo, reproducir mentalmente escenas de una película que te
haya gustado mucho.
Cliente: ¿Podría ser del último partido que haya visto?
Terapeuta: Por supuesto, ¡siempre que tu equipo no haya perdido! (risas) Y una cosa más. Tienes que insistir
en esta actividad hasta que tu enfado se disipe completamente.
Borkovec demostró (1998) que esta estrategia era eficaz para tratar la ansiedad
generalizada y, aunque en nuestra práctica clínica no la usemos habitualmente a la hora de
tratar el enfado patológico, creemos que podría ser de ayuda para algunos clientes, siempre
enmarcada dentro de un protocolo mucho más riguroso y probado experimentalmente
Relajación
Quienes firman este trabajo no pueden evitar confesar su poca confianza en las técnicas de
relajación destinadas al tratamiento de los trastornos de ansiedad. Excepto para el trastorno de
ansiedad generalizada (Borkovec y Newman, 1998), en el que hay evidencias de su eficacia,
en el resto de los problemas de ansiedad no solamente no es un ingrediente activo sino que, en
algunos casos, véase el pánico, puede incluso convertirse en una estrategia de escape (Pastor y
Sevillá, 1995). Durante años, y sigue ocurriendo en la actualidad, la relajación se ha aplicado
indiscriminadamente a todo tipo de problemas de ansiedad. Probablemente el error viene de la
famosa aseveración del Dr. Joseph Wolpe (1958): «La ansiedad es incompatible con el estado
de relajación muscular profunda». Y cómo no, al propio sentido común que erige la relajación
como antídoto de la ansiedad.
Si bien todo esto es cierto, la relajación se acaba usando como un ansiolítico psicológico,
olvidando completamente la base científica y los modelos de aprendizaje en que se basa la
terapia cognitivo-conductual: la relación funcional entre los estímulos, las respuestas y las
consecuencias.
Dicho esto, sin embargo, las evidencias demuestran que la relajación funciona para el
tratamiento del enfado patológico, (Deffenbacher, 1999), aunque en la mayoría de los estudios
se ha utilizado como un ingrediente dentro de un protocolo multicomponente.
Por otra parte, desde un punto de vista más lógico e intuitivo, resulta más que razonable
enseñar estrategias de relajación a las personas que sufren enfado patológico. La peculiaridad
de la respuesta fisiológica del enfado, consistente en la asincronía de la enervación del
Sistema Nervioso Simpático y Parasimpático, va a provocar, en la mayoría de los sufridores a
largo plazo, problemas de salud, sobre todo en el sistema cardiovascular, reduciendo incluso
la esperanza de vida. Así pues, disponer del recurso de la relajación no solamente va a ser útil
para el tratamiento del enfado patológico sino también para prevenir problemas físicos
mayores, manteniendo la salud (Paul, 1969).
La mayor parte de los clientes, una vez salvado el problema de la falta de conciencia de
trastorno, aceptan fácilmente ser entrenados en estrategias de relajación. A la hora de
presentarla, usamos exactamente los mismos argumentos que en el apartado anterior hemos
enumerado: la relajación es eficaz para controlar el desbordamiento emocional que
conocemos como enfado patológico, y la relajación también es un eficaz método para prevenir
posibles problemas de salud de alta gravedad. Veamos una transcripción de una sesión
terapéutica dedicada a tal objetivo.
Cliente: ¿Y por qué relajación? Eso es un rollo. Me suena a yoga o alguna tontería de ese estilo.
Terapeuta: Sí, estoy de acuerdo contigo en que el entrenamiento en relajación no es lo más divertido del mundo,
pero ¡funciona!
Cliente: ¿Funciona? ¿Qué quieres decir con que funciona?
Terapeuta: En todos los estudios exitosos para tratar el enfado excesivo, se incluye, como uno de los
ingredientes esenciales, la relajación. ¡Funciona!
Cliente: Vale, si tú lo dices...
Terapeuta: Y funciona porque una parte muy importante del descontrol es la que sufre nuestro cuerpo. Ese
«subidón» del que ya tantas veces hemos hablado.
Cliente: Sí, sé a lo que te refieres. Cuando noto todo ese calor en la cara, las mandíbulas apretadas y lo veo
todo rojo.
Terapeuta: Exacto, y en esas condiciones es muy difícil pensar con lógica. Tu pensamiento está secuestrado
por una parte muy primitiva del cerebro que te pide solo una cosa: luchar.
Cliente: Sí, es como si no fuera yo, como si no pudiera elegir lo que digo.
Terapeuta: Y en cierta manera, así es. ¿No te parece que si pudiéramos reducir eso, las cosas cambiarían de
una forma dramática? ¿No te parece que ganarías ya un importante grado de autocontrol?
Cliente: Seguro.
Terapeuta: Sería como si vas conduciendo muy rápido, muy, muy rápido, y vas a meterte en una zona de
curvas, quitar el pie del acelerador te lentificaría y te permitiría controlar el coche.
Cliente: Ah, claro... Sí, lo veo.
Terapeuta: Y eso es más importante de lo que parece, porque hasta ahora el control que has aprendido en
terapia sobre tu enfado venía de factores externos: o evitar las situaciones conflictivas, o salir de ellas
una vez empezabas a notar signos de descontrol. Esto es distinto, ya ejerces control directo.
Cliente: Me gusta.
Terapeuta: Pero aún hay más. Como hablamos en su momento, el enfado no es saludable. La gente que se
pasa la vida enfadándose constante e intensamente y no aprende a controlar suele acabar teniendo
problemas de salud. La relajación también nos ayudará en esto.
Cliente: O sea, que me bajará la presión arterial.
Terapeuta: Pues sí, así es.
Cada uno de los ejercicios, se explica, se modela y se practica en una primera sesión.
Normalmente, las instrucciones se graban y se pide como tarea para casa al cliente que lo
practique dos veces diarias hasta la próxima sesión. Si el cliente ha sido disciplinado y ha
cumplido con las tareas propuestas y superada cualquier dificultad, en la siguiente sesión
pasaríamos al siguiente estadio: 8 grupos musculares.
La mecánica de práctica propuesta es la misma: dos sesiones diarias hasta la próxima cita
terapéutica. Y una vez más, si no ha habido ninguna variable boicoteadora, el cliente estaría en
condiciones de afrontar el tercer estadio: 4 grupos musculares.
Tras la práctica de una semana, siempre con el ritmo de dos ensayos de práctica por día,
pasaríamos finalmente al procedimiento de Relajación Mental. Que se reproduce a
continuación.
Este procedimiento supone un cambio importante con respecto a los anteriores ya que no hay fase de tensión sino que
directamente intentamos producir relajación en los músculos. En este punto estás tan familiarizado con las sensaciones de
tensión y las de relajación que puedes evaluar mentalmente tu cuerpo y eliminar la tensión que localices en cualquier grupo
muscular.
• En la posición de relajación y con los ojos cerrados, centra tu atención en ambos brazos. Busca posibles puntos de tensión
en tus antebrazos, bíceps y tríceps, y sin hacer ningún movimiento muscular, elimínalos. Disfruta de las sensaciones de
relajación que notarás al eliminar la tensión.
• Céntrate ahora en la cara y el cuello. De nuevo evalúa si hay algún punto de tensión y elimínalo. Nota las sensaciones de
relajación que ya conoces. Céntrate en ellas.
• Busca tensión en la zona de espalda, hombros y abdomen. Si la encuentras, elimínala notando la relajación que la
sustituye. Disfruta de esa sensación unos segundos.
• Por último, fíjate en las piernas y observa si hay tensión. Suéltalas y nota la relajación.
DURACIÓN APROXIMADA: 2 minutos
PRÁCTICA RECOMENDADA: 2 veces diarias durante una semana. Si en alguno de los cuatro grupos musculares tienes
dificultades para conseguir relajación con este procedimiento, realiza el ejercicio de la fase anterior durante un par de días.
Practicar relajación a diario no es suficiente para mejorar el enfado. No se trata de estar «más
relajado» en general y, por lo tanto, sufrir menos enfado. El objetivo de la técnica es distinto.
Aprender a relajarse rápido y bien, y usar esa habilidad tan pronto como la persona note que
se está enfadando.
Para conseguir ese nivel de destreza, mucho más complejo que simplemente saber
relajarse, necesitamos seguir un proceso gradual, que incluye los siguientes cinco pasos:
1.º Entrenamiento en Relajación Muscular Profunda completo. El cliente tiene que llegar a
relajarse profundamente y muy rápido, tal y como se ha descrito en el apartado anterior. Tiene
que ser una herramienta transportable y usable en situaciones reales.
2.º Practicar Relajación en situaciones cotidianas. Cuando la persona ya sabe relajarse, le
pedimos que lo haga en situaciones cotidianas. Por ejemplo, mientras está caminando, sentado
en el autobús o trabajando ante el ordenador. Es decir, al realizar una actividad habitual, la
tarea consiste en localizar los puntos de su cuerpo en que nota tensión y relajarlos con las
estrategias aprendidas.
3.º Practicar Relajación en situaciones de estrés. El siguiente paso en el proceso de
dominio de la relajación es que el cliente la use ante los pequeños estresores diarios a los que
inevitablemente nos enfrentamos. Tener prisa, dolor de cabeza, o ir al dentista. Es un nivel
mayor de dominio de la técnica. Al estar en situaciones que generan ansiedad en cualquiera de
sus variantes, estrés, preocupación o miedo, igualmente el cliente tendrá como objetivo
identificar aquellas zonas en que su cuerpo se tensa y relajarlas.
4.º Práctica de Relajación en afrontamiento imaginado de situaciones de enfado. Partiendo
del listado de situaciones disparadoras de enfado, recopiladas durante la fase de evaluación,
se establece una jerarquía según el grado de enfado que provoca.
Veamos la jerarquía de Ricardo. Ricardo tiene 37 años, es profesor universitario y está casado y tiene dos hijos.
Sus momentos de descontrol están muy centrados en situaciones de interacción en las que es objeto de
críticas.
Que su mujer le critique con malos modos la relación con su madre y hermano 7
A partir de ahí:
Terapia Cognitiva
Al revisar la literatura científica sobre el uso de las técnicas cognitivas para enfado, aparecen
tres tipos de estrategias diferentes: Inoculación de Estrés (Novaco, 1985), Resolución de
Problemas (D’Zurilla y Nezu, 1999) y Terapia Cognitiva (Ellis, 2003; Beck, 1999).
Ray Novaco (1985) adaptó la famosa técnica de Inoculación de Estrés (Meichenbaum,
1985) al enfado. Trabajó principalmente con policías con el objetivo de aguantar
provocaciones del público en general. Sin desmerecer la eficacia de la técnica, aunque en su
momento ocupó un lugar privilegiado en el panorama científico, en la actualidad parece que ha
pasado de moda. En nuestra práctica clínica reservamos el trabajo autoinstruccional para
clientes en que, por sus características personales, no son buenos candidatos para usar
técnicas de terapia cognitiva en formato de reestructuración cognitiva. También podríamos
encontrar un uso legítimo en niños y adolescentes.
La Resolución de Problemas tendría su campo de aplicación en aquellos casos de enfado
en que una parte importante de los escenarios disparadores fuera el manejo de situaciones
ambientales estresantes. Situaciones que exigieran toma de decisiones para resolver áreas
conflictivas. Las conceptualizaríamos como una manera de reducir la amenaza percibida por
el cliente. A menudo, forma parte también de las estrategias de mantenimiento de logros y
prevención de recaídas.
Finalmente, la opción más habitual son los métodos de Reestructuración Cognitiva. Sin
duda alguna, la aportación principal, desde un punto de vista clínico, que no experimental,
proviene de la Terapia Racional Emotiva (Ellis, 1962). El Dr. Albert Ellis dedicó mucho
esfuerzo terapéutico y publicaciones (Ellis, 1977) a abordar el tema del enfado patológico.
Algunos dicen que lo hizo quizás motivado para dominar su autodenominada «emoción
favorita»: el enfado. Sea por lo que fuere, definió y asentó las bases de lo que hoy conocemos
como terapia cognitiva para el enfado. Esta relación de la Terapia Racional Emotiva y el
tratamiento del enfado patológico sigue viva. Casi todas las figuras actuales en el campo han
sido discípulos del difunto Dr. Ellis.
Sin ánimo de cuestionar los modelos de entrenamiento clásico en terapia cognitiva, que
consideramos una parte ineludible de la formación como terapeutas, hemos desarrollado una
versión quizás más práctica, estructurada y, sobre todo, más fácil de aprender para el terapeuta
novel y para los clientes.
Esta versión de la terapia cognitiva se basa en nuestro aprendizaje formal de la Terapia
Racional-Emotiva y de la Terapia Cognitiva, filtrada por nuestra práctica clínica y adaptada a
nuestra cultura. Este punto nos parece particularmente destacable. La mayoría de los
pensamientos se expresan en palabras; esas palabras tienen un significado y todo ello está
enmarcado dentro de un idioma en particular que, a su vez, se usa en un marco cultural
específico. En esa línea, siempre hemos tenido la sensación de que tan solo traducir, por
ejemplo, las habituales preguntas de Discusión usadas en terapia cognitiva era inadecuado. En
el inglés original, muchas palabras, expresiones, o frases, que se repiten una y mil veces en la
jerga cognitiva, necesitaban urgentemente una adaptación o sustitución a nuestro idioma y a
nuestro modo de pensar conectado con nuestras bases culturales.
Nuestra propuesta incluye los siguientes pasos que se desarrollarán a lo largo de este
capítulo: explicación del ABC y propuesta de Terapia Cognitiva, Precriterios y Criterios de
Racionalidad, discusión verbal de los pensamientos negativos automáticos (PNA),
experimentos conductuales, búsqueda de pensamientos alternativos y cambio de creencias
disfuncionales (Pastor y Sevillá, 1995; 1999; 2011; Sevillá y Pastor, 1996; 2002; 2009).
3. Compartir el modelo.
Nuestra experiencia como formadores de terapeutas profesionales nos ha hecho aprender que
una proporción significativa de ellos no comparte en el terreno personal el modelo A-B-C. Es
como si creyeran que «esto está bien para la gente que tiene problemas, pero no va conmigo».
Es evidente que este modelo es una sobresimplificación de una enorme cantidad de procesos
biológicos y psicológicos, pero también que explica, mejor que cualquier otro de los
existentes, la psicopatología y la naturaleza humana. Semejante divergencia acaba provocando
un uso inadecuado de la terapia cognitiva cuando el terapeuta comparte algún pensamiento
negativo automático con el cliente.
Al cliente también se le exigen algunos requisitos para ser un buen candidato a la hora de
recibir Terapia Cognitiva. Igualmente un cierto dominio del lenguaje y, sobre todo,
habilidades metacognitivas. La capacidad de poder observar en actitud de tercera persona sus
pensamientos y sus emociones. En muchos textos de terapia cognitiva se sugiere que esta
puede ser implementada con éxito en todo tipo de personas. Nuestra experiencia clínica no
encaja exactamente con ese precepto. Es posible que se pueda utilizar terapia cognitiva en
diferentes tipos de personas pero sin duda el grado de dificultad variará mucho de una a otra.
Niños menores de diez años, ancianos muy mayores, o personas con deterioros cognitivos,
sobre el papel no parecen ser buenos candidatos a recibir este tipo de tratamientos.
El estilo socrático es más democrático y bidireccional que el magistral. El rol que tienen que
realizar, tanto el terapeuta como el cliente, es más activo. La ventaja fundamental es que las
conclusiones que se obtienen, el descubrimiento del ABC, tienen un alto nivel de credibilidad.
También este estilo pedagógico más dinámico nos permite asegurarnos de que la persona
efectivamente entiende y comparte el modelo.
Por otra parte, también tiene desventajas. Es más lento que el estilo magistral y, si el
terapeuta no lo aplica con un cierto grado de dominio, ante los ojos del cliente podría parecer
que titubea o no está seguro de su intervención.
El estilo magistral tiene como principal virtud una mayor eficiencia. La información se
transmite de forma clara, casi unidireccional, y permite enseñar el modelo ABC en un corto
espacio de tiempo.
Su principal desventaja sin embargo, es que, dado que la interacción con el cliente es
menor, el formato se parece a una clase, no resulta tan claro apreciar si efectivamente la
persona entiende y comparte el contenido del modelo ofrecido.
La solución es atender a las señales de oidor del cliente y, en caso de duda, preguntar
directamente.
Sobre el papel, parece, y así lo sugieren algunos autores (Wallen, DiGiuseppe y Dryden,
1990) que el estilo socrático sería más adecuado para clientes más verbales, con mayores
habilidades metacognitivas, y más motivados. Quizás también para aquellos que esperen un
tratamiento más interactivo y democrático. Mientras que el estilo magistral estaría reservado
para clientes menos verbales, con menos habilidades de introspección y que probablemente
esperan un estilo de terapia más clásico y conservador, en el que el terapeuta es mucho más
directivo.
Desde nuestro punto de vista, esta dicotomía debe tomarse de manera muy flexible.
Primero, porque no existe un estilo socrático puro, como no existe un estilo magistral puro.
Más bien existen estilos predominantemente magistrales o predominantemente socráticos.
Segundo, tampoco existen clientes completamente verbales o no verbales, con habilidades
metacognitivas o sin ellas, o muy motivados y nada motivados. Más bien, se distribuyen en un
continuo. Así pues, el formato ideal de presentación del modelo ABC debería estar diseñado
para cada cliente, y ese es el reto que el terapeuta tiene en este punto.
Un error clásico, permitido y casi institucionalizado entre terapeutas cognitivos, es
presentar el modelo ABC con un estilo acérrimamente cognitivo. Algo así como que el punto
C está causado exclusivamente por el punto B, y el punto A no tiene apenas relevancia: «El
problema no está en la situación sino en lo que piensas de ella». Eso a veces es cierto. En
determinados trastornos emocionales el problema no son los estímulos sino la conexión que se
ha establecido entre ellos y una respuesta de malestar. Por ejemplo, en los trastornos de
ansiedad. Pero muchas veces encontramos personas con As verdaderamente desafortunados,
pérdidas de seres queridos, enfermedades graves o serias dificultades económicas. En estos
casos, negar por parte del terapeuta la influencia de esas situaciones en el malestar,
atribuyéndolo casi en exclusiva a los pensamientos, no solo es científicamente inadecuado,
sino a menudo ofensivo para el cliente. Esta es la razón por la que en nuestra forma de
presentar el modelo ABC, el C es la suma del A más el B.
En otras palabras, si nuestra forma de enfocar las situaciones cambia, nos enfadaremos
menos, y tendremos control sobre nuestro comportamiento.
A estos dos principios de Discusión los llamamos Precriterios. No pasaríamos a los Criterios,
si la persona no aceptara estas bases.
Terapeuta: El primer Criterio es el Criterio de Objetividad. Si un pensamiento puede ser avalado, demostrado,
por datos sólidos y veraces, con pruebas, entonces lo aceptaremos como válido. Pero si, por el
contrario, no hay datos que demuestren su adecuación o incluso hay datos en contra, por mucho que
nos lo creamos, concluiremos que es una mala interpretación de la situación en la que ha aparecido.
Cliente: Suena lógico.
Terapeuta: Sí, lo es. Y este es el corazón de la Terapia Cognitiva. Por ejemplo, estamos a mitad del mes de julio,
el pensamiento «hace calor», ¿sería demostrable?
Cliente: Claro. El termómetro marca 30 grados, tenemos puesto el aire acondicionado, sudamos, no sé,
todos dicen que hace calor...
Terapeuta: Perfecto, así es. Sin embargo, que yo tuviera la intuición, creyera, que me va a tocar la bonoloto este
fin de semana, ¿podría demostrarse de la misma manera?
Cliente: Claro que no, a no ser que tuvieras una bola de cristal.
Terapeuta: Eso es objetividad. Si podemos demostrarlo, lo aceptamos, si no, intentamos dejar de creerlo.
Esta sería una forma habitual de explicar el Criterio de Objetividad. Con un estilo similar,
propondríamos también el resto de los criterios: Intensidad, Utilidad y Formal.
• El Criterio de Utilidad hace referencia a para qué sirve pensar de esa manera. Los
pensamientos inadecuados a corto plazo provocan descontrol emocional y conductual. En el
día a día, boicotean nuestros objetivos prácticos: familiares, de pareja, profesionales, etc. Y a
largo plazo reducen enormemente la calidad de vida y producen infelicidad.
Los pensamientos adecuados producen, a corto plazo, emociones y comportamientos bajo
control. Ayudan a que nuestra vida cotidiana funcione, y a largo plazo, aumentan las
probabilidades de tener una vida feliz.
• El Criterio Formal se refiere al tipo de lenguaje que utilizamos al pensar. Es evidente que
también hay pensamientos en forma de imagen, pero la mayor parte de lo que pensamos tiene
un formato lingüístico verbal. No siempre, pero la mayoría de las veces, el tipo de lenguaje
con el que pensamos cuando sentimos emociones psicopatológicas es peculiar, característico.
En enfado, aparecen expresiones como: «es, no debería, imbécil, yo nunca lo habría hecho, él
tendría que, estúpido, siempre, todo, te vas a enterar, se merece...». Lo que, en términos
generales, llamamos pensamientos inflamatorios. Cuando nos enfadamos adaptativamente, el
lenguaje que utilizamos es mucho más flexible, circunstancial, graduado, centrado en el
comportamiento tipo: «no me gusta, no estoy de acuerdo, ya sé cómo es, lo ha hecho mal, tengo
que aprender de esta experiencia...».
El lector familiarizado con la ciencia cognitiva encontrará en este criterio la clara
influencia de la Terapia Racional Emotiva (Ellis, 1986).
Una vez explicados los criterios, el siguiente paso es contar con detalle cómo los vamos a
usar para guiar la Discusión.
La idea es que, basándonos en los criterios, generaremos preguntas con las que vamos a
analizar los pensamientos automáticos (Sevillá y Pastor, 1999).
Las preguntas que provienen del Criterio de Objetividad cuestionan la demostrabilidad de
los pensamientos, retan al cliente a buscar pruebas que los avalen.
Las preguntas construidas sobre el Criterio de Intensidad examinan el efecto emocional y
conductual que provocan los pensamientos objeto de análisis.
Las preguntas derivadas del Criterio de Utilidad se centran en el efecto práctico de los
pensamientos negativos.
Y finalmente, las preguntas que emanan del Criterio Formal revisan el lenguaje con el que
expresamos los pensamientos-objetivo.
Este sistema de cuestionamiento tiene dos grandes ventajas: la primera es su simplicidad.
Resulta muy fácil de aprender para el terapeuta y para el cliente, nada que ver con la
complejidad de los sistemas clásicos de Terapia Cognitiva. No hay una gran exigencia en
cuanto esfuerzo memorístico. El terapeuta en formación no tiene que recordar fórmulas
específicas de discusión conectadas a pensamientos negativos automáticos específicos.
La segunda ventaja es la universalidad. Es aplicable a cualquier pensamiento, parte de
cualquier trastorno emocional. Desde la depresión, hasta la esquizofrenia, pasando por
diferentes problemas de ansiedad, trastornos de alimentación, y por supuesto, enfado
patológico.
A continuación detallamos ejemplos de preguntas para cada uno de los criterios aplicados
al campo del enfado patológico.
PREGUNTAS BASADAS
EN EL CRITERIO DE OBJETIVIDAD
PREGUNTAS BASADAS
EN EL CRITERIO DE INTENSIDAD
PREGUNTAS BASADAS
EN EL CRITERIO DE UTILIDAD
¿Para qué te sirve pensar de esta forma?
¿Te sirve para sentir las emociones que quieres?
¿Te sirve para actuar de la forma que quieres?
¿Te sirve para tener autocontrol sobre ti mismo?
¿Te sirve para relacionarte bien con los demás?
¿Te ayuda a conseguir tus metas prácticas?
¿Te ayuda a conseguir tus metas a medio y largo plazo?
¿Te ayuda a tener más y mejores amigos?
¿Te ayuda a ser feliz?
PREGUNTAS BASADAS
EN EL CRITERIO FORMAL
Estirar el pensamiento
Este proceso de acceder al significado de los pensamientos del cliente es difícil y, a menudo,
se confunde con otras estrategias. No sería, por ejemplo, conectar un pensamiento negativo
automático con una creencia filosófica más abstracta. Maniobra técnica muy habitual entre
terapeutas racional-emotivos (Ellis, 2003).
Otra confusión habitual es confundir este proceso con la propia discusión. El objetivo no es
analizar la demostrabilidad del pensamiento negativo sino solo entender su semántica.
Al principio, y normalmente sobre el autorregistro, el terapeuta guía, enseña y modela el
procedimiento al cliente. De manera que al cabo de unas pocas sesiones, dos o tres como
media, la mayoría de los clientes son capaces de aumentar la precisión en sus registros y
acudir a la sesión de terapia con los pensamientos ya estirados. Aun así, es misión del
terapeuta asegurarse de que este trabajo está hecho antes de iniciar la discusión de un
pensamiento concreto. Es muy frustrante comprobar en mitad de una discusión que se está
debatiendo una versión incompleta del pensamiento.
Discutir el pensamiento
Mediante las preguntas elaboradas a partir de los Criterios, cuestionamos la adecuación de los
pensamientos. Es un proceso dialéctico, el terapeuta pregunta y el cliente responde. Es como
filtrar la calidad del pensamiento para decidir acerca de su bondad, hasta llegar a una
conclusión.
Terapeuta: Entonces, el sábado cenando en un restaurante con amigos, tardaron mucho en sacar el segundo
plato. Pensaste: «Son unos incompetentes, unos taraos y engañan a la gente». ¿Qué significa
engañar a la gente?
Cliente: Pues que tienen la obligación de atender rápido y lo hacen muy lentamente. Y lo saben. Engañan a la
gente.
Terapeuta: De acuerdo, «engañan a la gente» significa que, de entrada, ellos ya saben que se van a retrasar.
¿Cierto?
Cliente: Claro, lo hacen siempre.
Terapeuta: Vale, ¿cuántas veces has ido a ese restaurante?
Cliente: Dos. Y las dos veces se han retrasado un montón.
Terapeuta: Bien. ¿Crees que dos veces demuestra lo que sucede habitualmente?
Cliente: ¿Qué quieres que vaya, cien veces?
Terapeuta: Eso sí sería una muestra significativa. La otra vez que fuiste ¿también era sábado?
Cliente: Sí, ¿por qué?
Terapeuta: Me preguntaba si por ser sábado, haber más gente... eso podría tener que ver con el retraso.
Cliente: Pues igual sí.
Terapeuta: ¿Tenemos pruebas de que ese retraso es intencional, voluntario o aceptado?
Cliente: No, no lo creo.
Terapeuta: ¿Tenemos pruebas de lo contrario? ¿De que intentan hacerlo lo mejor posible, ir más rápidos, o de
que se excusan por el retraso?
Cliente: Sí, es cierto que se les veía apurados y que no paraban de pedir perdón.
Terapeuta: Luego...
Cliente: Sí, es cierto, parece que no hay intención.
Terapeuta: Bien. Pensar esto, ¿cómo te hace sentir y actuar?
Cliente: Pues fatal. Me descontrolo, me sienta mal la comida y les amargo la noche a todos.
Terapeuta: Exacto. ¿Y te sirve para controlar el enfado?
Cliente: No, al contrario, me provoca el enfado.
Terapeuta: ¿Qué palabras utilizas?
Cliente: Incompetentes, taraos, siempre... Está claro.
Terapeuta: Muy bien, luego, ¿qué conclusión sacaríamos de este análisis?
Cliente: Que el pensamiento es negativo.
Nótese que el terapeuta refuerza sistemáticamente las repuestas «correctas» del cliente en este
proceso socrático de discusión. El grado de directividad, instigación y modelado variará de
persona a persona. Pero siempre será necesario en mayor o menor medida. Otro elemento
añadido a este proceso complejo y verbal es el humor.
Como algunos conocidos instructores de Terapia Cognitiva suelen decir, las técnicas de
Discusión serían ver «lo que no es», el pensamiento negativo. Sin embargo, la tarea no
quedaría completa sin ver «lo que es», una nueva forma de interpretar la situación
disparadora. Un pensamiento alternativo.
Este proceso debe entenderse y ejecutarse de la forma adecuada. La Terapia Cognitiva no
es terapia de autoinstrucciones, el énfasis no es sustituir el pensamiento inadecuado por uno
más adecuado. El énfasis está en el análisis del pensamiento supuestamente negativo. Si el
resultado de ese debate demuestra que es una mala explicación de la parcela de la realidad
que lo ha suscitado, entonces y solo entonces, se le pedirá a la persona que reformule una
hipótesis de ese escenario, que busque una nueva interpretación. Así pues, una buena manera
de entender este paso es casi como que llega por inercia, casi de forma natural. La alternativa
se desprende directamente del resultado de la Discusión.
Cliente: Entonces, ¿si esto no es lo que debo pensar, qué hacemos?
Terapeuta: ¡¡¡Magnífica pregunta!!! Sí, ¿qué podrías pensar en esta situación en vez de pensar lo que pensaste?
Cliente: No sé...
Terapeuta: ¿Qué tal una explicación que encaje con los datos?
Cliente: Los datos...
Terapeuta: Sí, es sábado, hay mucha gente, piden perdón, se les ve acelerados, os invitaron a café...
Cliente: ¿Serviría que se retrasaron tanto porque al haber tanta gente y todos a la vez, la cocina no daba
abasto?
Terapeuta: Perfecto, mejor imposible. ¡Sí, algo asÍ!
Cliente: Vaya.
Terapeuta: Lo contrario sería pensar que estaban todos ahí en la cocina, con la comida hecha, observando tu
cara, para fastidiarte sin servirla...
Cliente: ¡Ja, ja, ja!, ¡qué tontería!
Terapeuta: Si consiguieras pensar de esta nueva manera en esa situación ¿cómo te sentirías?
Cliente: Mucho mejor.
Terapeuta: Sin duda. Pero ¿cómo? ¿Menos enfadado? ¿Molesto, frustrado, contrariado... hambriento?
Cliente: Sí... ¡Ja, ja, ja!
Aunque hay muchas fórmulas para instigar al cliente a buscar una alternativa, la más habitual
sería: «De acuerdo, si esta no es una buena explicación para esa situación ¿qué podríamos
pensar?». Lo ideal es que la persona formule por sí misma una alternativa aceptable. Si no,
por supuesto, el terapeuta es libre de ofrecer sugerencias.
A destacar que no hay una única alternativa para sustituir a un determinado pensamiento
negativo. Suele haber varias. Para que una alternativa sea válida tiene que estar en
consonancia con los datos. Si somos más estrictos con nuestra particular forma de
conceptualizar la discusión, también debería provocar emociones bajo control, ser útil, y estar
expresada en un lenguaje flexible y modulado.
Desde el punto de vista del cliente, cuanto más encaje con su estilo personal, más fácil será
de incorporar a su repertorio habitual de pensamientos.
Un error grave a la hora de buscar alternativas es confundirlas con la búsqueda de
pensamientos positivos, que definimos como de color rosa. Es decir, buscar una nueva manera
de interpretar la situación problemática igualmente indemostrable que el pensamiento
inadecuado, pero por el extremo contrario. Demasiado bonita. Demasiado positiva.
Demasiado rosa. «Me insultó porque me quiere mucho», «La culpa es nuestra, de los clientes,
por venir todos a cenar a la misma hora», «Es normal que los funcionarios sean tan poco
eficaces porque cobran muy poco».
La esencia del pensamiento proenfado es la explicación de la conducta negativa en
términos de descalificación moral. Por consiguiente, la esencia del pensamiento alternativo es
la explicación de la conducta negativa en términos realistas: formas de ver el mundo
diferentes, falta de conocimiento, falta de inteligencia, diferentes normas de educación,
perturbación emocional, tradiciones culturales distintas, prisa, inmadurez, etcétera.
Me lleva la contraria en una reunión de la «No para de decir tonterías» «Lo ve de forma distinta»
empresa
En una discusión con mi hijo, mi marido le da «Yo nunca le hubiera dado la razón «Claro, porque tú eres tú, y él es
la razón a él a él» él»
Me para la policía y me hacen soplar «La única vez que bebo, me pillan. «Es una cuestión de azar, no de
Es injusto» justicia»
Encontrar un pensamiento alternativo veraz y convincente resultará más fácil cuanta más
información tenga el cliente sobre la situación provocadora. Si la persona que hace la
conducta molesta es un amigo o familiar es más sencillo explicar en términos realistas el
porqué de esa conducta y eliminar las interpretaciones moralistas y culpabilizadoras.
Estadios de la Discusión
Una de las técnicas nucleares de la Terapia Cognitiva son los Experimentos Conductuales
(Beck y cols., 1979; Bennett y cols., 2005). El momento idóneo para hacer uso de ellos sería
cuando el cliente ya se siente cómodo con las técnicas de Discusión Verbal.
Los Experimentos Conductuales son el paso natural de las técnicas dialécticas: poner a
prueba la calidad del pensamiento analizado a través de la manipulación del comportamiento.
Se han utilizado profusamente en muchos campos clínicos: depresión (Beck y cols., 1979),
diferentes trastornos de ansiedad (Wells, 1997), trastornos de alimentación (Fairburn, 1983) o
esquizofrenia (Chadwick y cols., 1996).
Hay muchas variantes de experimentos conductuales. El más habitual probablemente
consistiría en manipular la propia conducta y observar los efectos que produce en
determinadas variables psicológicas. Un ejemplo clásico de este tipo de experimento lo
encontraríamos en el área de los trastornos de ansiedad. Desde maniobras sencillas como
controlar el escape en un ataque de pánico para comprobar que nada terrible ocurre, a
estrategias mucho más complicadas como alterar la frecuencia de una comprobación corporal
en hipocondría (Sevillá y Pastor, 2013) para apreciar el efecto que produce en los niveles de
ansiedad. Desde una óptica más clásica, este tipo de experimentos conductuales podrían
conceptualizarse como una forma peculiar de hacer exposición.
Muy habituales son los experimentos relacionados con la observación. Consisten en
observar una conducta determinada de los demás con diferentes objetivos: normalizar el
comportamiento, modelar, desinhibir y autorizar una conducta propia. Por ejemplo, pedirle a
un fóbico social que observe en su grupo de amigos cómo es normal tartamudear de vez en
cuando, observar cómo un compañero de clase hace una pregunta, y usarla como modelo,
observar cómo un amigo es capaz de «decir no», o registrar durante una hora de clase las
preguntas que hacen los alumnos para después clasificarlas en cuán interesantes o brillantes
son (Pastor y Sevillá, 1999).
También se utilizan las encuestas. Con ellas pretendemos asentar el criterio de normalidad
estadística y usar ese marco de referencia para compararlo con el que usa subjetivamente el
cliente. Un campo de aplicación clara de este tipo de estrategia son los trastornos de
alimentación. Mostrar dos fotos de la cliente anoréxica, una de ellas con un índice de masa
corporal muy bajo y otra con un índice normalizado a un grupo de personas y pedirles que
digan cuál tiene mejor aspecto. O en un TOC hacer una encuesta a diferentes personas
preguntando cuántas veces se lavan las manos al día, para cuestionar su criterio de limpieza.
Hay muchos más tipos de experimentos, en realidad el único límite sería la creatividad del
terapeuta: usar registros para buscar patrones de conducta, provocar situaciones ridículas,
estrategias paradójicas, etcétera.
Sea el experimento que sea, hay que seguir un protocolo específico que incluye los
siguientes pasos:
1.º Definir con exactitud el pensamiento a examinar: «Si no doy tres golpes con el nudillo
en el techo del coche, tendré un accidente».
2.º Diseñar con precisión el experimento conductual: «La próxima semana, cada vez que
cojas el coche para ir al trabajo, vas a golpear un número de veces diferente el techo del
coche. No puedes golpear tres veces, como hacías al ritualizar».
3.º Acordar un criterio de interpretación y observar los resultados: «Si como resultado de
alterar tu ritual, tienes un accidente cada día, el pensamiento supersticioso lo tomaremos
como real. Si los resultados nos muestran que no hay conexión entre el número de veces
que golpeas el techo y los accidentes, entonces el pensamiento supersticioso será falso.
Será una obsesión».
4.º Sacar conclusiones. ¿Qué pasó? ¿Qué podemos deducir de los resultados? ¿Es
demostrable el pensamiento o todo lo contrario?
Como en cualquier otro trastorno emocional, existe un número casi infinito de pensamientos
que producen enfado patológico. En esta sección describiremos algunos de los más frecuentes
y sugeriremos directrices de Discusión habitual para el Criterio de Objetividad, así como
algunos Experimentos Conductuales. Una «directriz de Discusión» es una posible línea de
análisis del pensamiento. Cada pensamiento puede debatirse usando diferentes directrices de
Discusión. En ese sentido, no existe una línea perfecta para cada pensamiento o persona. Lo
más parecido a la perfección sería que el terapeuta, por una parte, manejando con fluidez
diferentes estilos de Discusión y, por otra, conociendo a la perfección a la persona que tiene
enfrente y las características de su enfado, diseñara el enfoque más ajustado.
Una norma a tener en cuenta durante la Discusión es la persistencia. Una vez elegida una
directriz de Discusión, aunque aparezcan resistencias y resulte más difícil de lo previsto, el
terapeuta hará bien en insistir en ese enfoque hasta conseguir los resultados deseados. Un error
habitual entre terapeutas inexpertos es, ante la menor dificultad, abandonar la directriz elegida
y saltar a otra sobre la marcha. Este trabajo errático confunde al cliente y casi nunca da los
resultados buscados.
Pillo a un amigo mío en una «Es un mentiroso de Enfado Dirijo la conversación para pillarlo, y le grito que es
mentira. mierda». Nivel: 7. un mentiroso.
PENSAMIENTO A DISCUTIR:
«Es un mentiroso»
Terapeuta: Empecemos, ¿qué pruebas tenemos de que porque te haya mentido en esta ocasión es un
«mentiroso (de mierda)»?
Cliente: Pues eso, que me ha mentido.
Terapeuta: ¿El hecho de que te haya mentido una vez lo convierte en mentiroso?
Cliente: Sí.
Terapeuta: ¿Recuerdas alguna ocasión en que no te haya mentido?
Cliente: (con cara de sorpresa) Sí, claro...
Terapeuta: ¿Cuántas?
Cliente: No sé, muchas, es lo habitual... supongo.
Terapeuta: De acuerdo, pues no lo entiendo. ¿Cómo es posible que a la hora de calificarlo, pese más una
mentira aislada que constantes verdades?
Cliente: (silencio).
Terapeuta: ¿Notas dónde está el error en el pensamiento?
Cliente: Sí, en que me pesa más un fallo que el día a día de aciertos.
Terapeuta: Eso es. Muy bien.
En esta directriz de Discusión, el terapeuta guía al cliente para que discrimine entre la
conducta molesta y el ser de la persona que la emite. La estrategia es muy simple. Comparar la
frecuencia de la conducta molesta con la frecuencia de la conducta alternativa.
Veamos otra línea directriz diferente para discutir el mismo pensamiento:
Terapeuta: ¿Qué significa exactamente «mentiroso de mierda»?
Cliente: Pues alguien que miente.
Terapeuta: ¿Que miente? ¿Cuánto, cómo, por qué miente?
Cliente: Pues está claro, miente siempre, ¿cómo y por qué? Pues no sé... para conseguir lo que quiere.
Terapeuta: A ver si te entiendo: sería una persona que como manera habitual de relacionarse con los demás,
mentiría. Y lo haría de forma egoísta para conseguir sus objetivos.
Cliente: Exacto.
Terapeuta: Bien. Para considerar a alguien mentiroso, ¿cuál crees que sería la proporción de mentiras que
tendría que emitir en su discurso habitual?
Cliente: Pues, no sé, muy alta, 70%.
Terapeuta: O menos. Yo creo que una persona que mintiera más de la mitad de veces que habla, ya sería más
mentiroso que no, ¿no crees?
Cliente: Sí, veo que me entiendes.
Terapeuta: Tu amigo ¿entraría en esa categoría?
Cliente: ... No. Ni parecido.
Terapeuta: ¿En qué proporción le situarías?
Cliente: Muy poco, no sé, ¿un 5%?
Terapeuta: Igual entonces, el problema fue que al chocar con la mentira, se te coló un juicio global de tu amigo,
basado en ella, y no en cómo realmente es él.
Aquí se está utilizando la baza de la empatía. Pedirle al cliente que se ponga en la piel del
interlocutor, que se imagine emitiendo la conducta molesta, y que desde esta privilegiada
posición, reconsidere la interpretación original.
Cualquiera de estas tres directrices de discusión, u otras, no son las únicas posibles,
deberían rematarse con la búsqueda de una alternativa.
Terapeuta: Entonces, cuándo te diste cuenta de que tu amigo te mintió, ¿qué podrías haber pensado en vez de
pensar que era un mentiroso?
Cliente: Pues no sé. Lo lógico sería buscar una explicación.
Terapeuta: Correcto. Conociéndolo, ¿qué explicaciones se te ocurren?
Cliente: Pues, como somos muy amigos, y la mentira fue ponerme una excusa para no quedar conmigo,
igual pensó que me iba a molestar.
Terapeuta: ¿Quieres decir que fue una mentira piadosa?
Cliente: Sí, casi seguro. Como sabe que soy muy celoso de nuestra amistad, pudo creer que me lo tomaría
mal.
Terapeuta: Muy bien. Pues ya está.
— Pedirle al cliente que observe al «mentiroso» y registre todas sus «no-mentiras» durante un día.
— Hacer una lista de gente a la que considera buena y alguna vez haya mentido.
— Autoobservación y registro durante una semana de mentiras, mentirijillas, exageraciones, ocultamiento de información,
etcétera.
2. Deberización
Desde que tenemos uso de razón, aprendemos cómo funciona el mundo, y creamos una serie de
normas morales sobre cómo debe ser, cómo debe comportarse la gente, cómo debe transcurrir
la vida y cómo debemos actuar nosotros. Y está bien. Porque esa es la base de nuestro sistema
de valores, de nuestra ética personal. Esta construcción está moldeada por nuestros padres,
colegio, amigos, cultura y todo tipo de experiencias vitales.
Sin embargo, en ocasiones, algunas personas parece que aprenden estas normas de manera
extrema, demasiado rígida. El resultado inevitable es que, cuando estos «deberías» son
incumplidos por los demás, aparecerán emociones negativas como la decepción, la
frustración, la tristeza, y sobre todo, el enfado.
DEBERIZACIÓN
Mi marido vuelve a dejar los zapatos «¿Cuántas veces se lo tendré que decir? Enfado Se lo digo una vez
dentro de la habitación. Debería dejar los zapatos fuera». Nivel: 6. más de manera
brusca.
PENSAMIENTO A DISCUTIR:
«Debería dejar los zapatos fuera del dormitorio»
Terapeuta: María, cuando piensas «debería», ¿qué significa exactamente para ti?
Cliente: Huy, pues está claro. Eso, que debe hacerlo, que tiene que hacerlo.
Terapeuta: ¿Sería algo así como una norma moral, como que si no lo hace así está mal hecho?
Cliente: Claro, todo el mundo sabe que los zapatos no se dejan en el dormitorio.
Terapeuta: Comprendo. ¿Qué pruebas tenemos de que eso sea así?
Cliente: Así es como siempre se ha hecho en mi casa.
Terapeuta: Claro, pero con todos mis respetos, ¿eso demuestra que deba hacerse así?
Cliente: ¡Claro!
Terapeuta: ¿Cómo lo demuestra?
Cliente: Es que es lógico.
Terapeuta: ¿Por qué es lógico?
Cliente: Porque es más higiénico.
Terapeuta: Sí, probablemente lo es. Pero que sea más higiénico ¿es una prueba de que sea obligatorio
moralmente hacerlo así?
Cliente: Sí, sin duda.
Terapeuta: ¿Ducharse cada día es higiénico?
Cliente: Sí, por supuesto.
Terapeuta: Sin embargo, ¿conoces a gente que no lo hace?
Cliente: Sí, pero deberían.
Terapeuta: ¿Lavarse el pelo cada día es higiénico?
Cliente: Sí.
Terapeuta: ¿Conoces a alguien que no lo haga?
Cliente: (silencio) Sí, bueno... yo me lavo el pelo tres veces por semana.
Terapeuta: Pero sería más higiénico lavártelo a diario, ¿no?
Cliente: Bueno, cada uno tiene sus propias normas.
Terapeuta: Muy bien. Eso es. Que sea más higiénico no significa que tengas la obligación moral de lavarte el
pelo cada día. De hecho, tú tienes tu propio punto de vista. Te lo lavas tres veces por semana. Y está
bien. ¿Cómo podrías trasladar esta conclusión a los zapatos de tu marido?
Cliente: Pues supongo que él tiene otras normas diferentes y un punto de vista diferente.
En este ejemplo, la línea directriz elegida es poner a prueba la «verdad absoluta» del debería
de María. Ella basa su creencia en que siempre lo ha vivido de esa manera. No ha cuestionado
esa norma. Y se enfada cuando ve otra forma de actuar que no es la que ella cree. Una manera
eficaz de resquebrajar la creencia es guiar a la persona hasta una postura de observador, para
que pueda ver que la norma aceptada, el debería, viene más de la tradición que de razones
prácticas.
Veamos otra opción:
Terapeuta: ¿Qué pruebas tenemos de que tu marido debería, en el sentido de obligación moral, dejar los
zapatos fuera del dormitorio?
Cliente: Que sería más higiénico.
Terapeuta: Que sea más higiénico, ¿significa que tenga la obligación moral de hacerlo?
Cliente: No, pero me gustaría que lo hiciera.
Terapeuta: Genial. Sería estupendo que lo pensaras así: «Desearía, me gustaría, preferiría que dejara los
zapatos fuera». Pero lo cierto es que lo piensas de otra manera: «debería» dejarlos fuera.
Cliente: ¿Y por eso me enfado tanto?
Terapeuta: Claro. ¿Tenemos pruebas de que dejar los zapatos fuera le convierte en una mala persona?
Cliente: No, claro que no.
Esta línea directriz normalmente es más complicada porque opera en un nivel más filosófico,
más abstracto. Se trata de hacer que el cliente vea que, aunque el comportamiento del
interlocutor no encaje con su estándar moral, eso en absoluto demuestra que actúe
inmoralmente. A menudo, esta línea de Discusión aporta de una manera casi espontánea
alternativas de pensamiento más flexible: «Me gustaría, preferiría, sería mejor, me haría más
feliz si... dejara los zapatos fuera de la habitación».
Terapeuta: ¿En qué te basas para decir que él debería dejar los zapatos fuera de la habitación?
Cliente: En que en mi familia siempre se ha hecho así.
Terapeuta: ¿Y que un comportamiento se haya hecho de la misma manera durante generaciones significa que
tenga que seguir siendo así?
Cliente: Será por algo, ¿no?
Terapeuta: ¿No te decían de pequeña que cuando estabas con la menstruación no te podías duchar?
Cliente: Sí, mi madre era muy pesada con eso.
Terapeuta: Y ahora ¿qué piensas?
Cliente: Que es una tontería.
Terapeuta: Luego, quizás no todas las tradiciones pasadas de boca a boca son necesariamente válidas... ¿no?
Cliente: Sí, es verdad.
Terapeuta: ¿No te parece que si la norma de los zapatos que tú aprendiste fuera un imperativo moral casi todas
las familias la compartirían?
Cliente: Puede ser.
Terapeuta: Estamos de acuerdo.
— Encuesta a diferentes personas sobre la norma de los zapatos u otras normas semejantes de hábitos cotidianos.
— Listar hábitos, tradiciones, excentricidades, peculiaridades de su familia.
— Constatar cambios conductuales en su historia vital: bendecir la mesa, hablar de usted, etcétera.
Otra presentación de los deberías es la que se relaciona con la culpabilización. En este caso,
como resultado de no cumplir un imperativo moral, un debería, la persona atribuye toda la
responsabilidad de un desenlace negativo a otro. Suele expresarse a través del condicional «si
tú hubieras hecho/o no hubieras hecho..., no habría sucedido...». Y haciendo esto, el foco de la
culpa solo recae en esa actuación concreta despreciando otros factores que influyeron o
causaron el comportamiento.
Me entero de que a mi marido se le ha pasado el plazo «Debería haberla pagado a Enfado Se lo digo
para pagar la multa por exceso de velocidad con el tiempo. ¿Cómo es posible que se Nivel: 8. acusativamente
descuento del 50%. le olvidara?». y tenemos
bronca.
PENSAMIENTO A DISCUTIR:
«Debería haberla pagado a tiempo»
Terapeuta: ¿Qué pruebas tenemos de que tu marido debería haber pagado la multa en plazo de descuento?
Cliente: Jo, pues está claro. Que si lo hubiera pagado cuando toca, a tiempo, como es su obligación, en vez
de pagar 400 euros, ¡habríamos pagado 200!
Terapeuta: No hay duda, económicamente hubiera sido más ventajoso.
Cliente: Sí, él tiene toda la culpa.
Terapeuta: ¿Quieres decir que es responsable al 100%?
Cliente: Por supuesto, aparte de que la multa se la pusieron a él, él es el que se ocupa de estas cosas.
Terapeuta: ¿Podríamos encontrar otros factores que influyeran en que no la pagara a tiempo?
Cliente: Él dice que confundió la expresión «días hábiles» con «días naturales».
Terapeuta: ¿A qué te refieres?
Cliente: Pues que el plazo de pago voluntario y con descuento era de 14 días naturales, dos semanas, y él lo
interpretó como 14 días hábiles, que serían dos semanas más cuatro días.
Terapeuta: ¿Entonces esta confusión podría ser un factor relevante para explicar su error?
Cliente: Sí, pero en su justa medida. Debería estar más atento.
Terapeuta: ¿Pudo intervenir otro tipo de circunstancias?
Cliente: Sí, pero al final todo son excusas.
Terapeuta: No se trata de excusar o justificar el comportamiento, sino de explicarlo con razones objetivas de
manera que nos permita entenderlo con la menor carga moral posible.
Cliente: Vale. Es cierto que la chica que limpia en casa quitó la carta de la multa de donde él la suele poner, y
no estuvo a la vista durante unos días.
Terapeuta: ¿Y crees que esto pudo influir?
Cliente: Sí, vale.
Terapeuta: Dime otros factores que pudieron influir.
Cliente: Mi marido estaba muy estresado esos días.
Terapeuta: ¿Por qué?
Cliente: Por historias suyas de trabajo.
Terapeuta: Muy bien. ¿Algo más?
Cliente: No.
Terapeuta: ¿Podrías habérselo recordado tú?
Cliente: ... Sí. Además yo lo tenía en la cabeza todo el tiempo.
Terapeuta: Resumamos: parece que el hecho de que no se acordara es el resultado de diferentes factores: el
error de tu marido de interpretación de la carta, que la asistenta traspapelara la carta, la sobrecarga de
trabajo de tu marido y que quizás tú, aunque parece que tenéis el acuerdo de que no es tu función,
podrías haberle recordado el tema.
Cliente: Sí. Todo eso influyó. Y la verdad es que viéndolo así, me siento menos enfadada con él.
Terapeuta: Perfecto. Porque lo culpabilizas menos.
Con esta línea directriz, forzamos al cliente a revisar todos los posibles factores que
influyeron en la causalidad de un evento. Al repartir la responsabilidad entre diferentes
elementos, eliminamos el concepto culpa.
Veamos una estrategia paralela en el siguiente ejemplo.
Uno de mis camareros se equivoca y sirve un plato a una «El camarero no debería Enfado Le sermoneo de
mesa que no corresponde. haber fallado». Nivel: 6. malos modos.
PENSAMIENTO A DISCUTIR:
«El camarero no debería haber fallado»
Terapeuta: Antonio, entiendo que consideras culpable al camarero de este error. Y es comprensible. Pero
¿qué otros factores pudieron influir en que se equivocara?
Cliente: (enfadado) ¡Su estupidez!
Terapeuta: Sí, seguro que él tiene una parte de responsabilidad, a lo mejor incluso alta, pero intenta buscar otras
causas que contribuyeran a su error.
Cliente: Pues el restaurante estaba muy lleno, había mucho trabajo.
Terapeuta: Bien, más cosas.
Cliente: Eran las 11, ya en pleno segundo turno y todos estábamos cansados.
Terapeuta: ¿Más cosas?
Cliente: La confusión se dio en dos platos de pescado.
Terapeuta: ¡Ah!, esto facilita el error. ¿Algo más?
Cliente: Intentando ser objetivo, mi letra no es clara. Igual la comanda no se leía perfectamente.
Terapeuta: ¿Algo más?
Cliente: La mala pata. Hay días en que las cosas salen bien y otros, mal.
Terapeuta: Y no nos olvidemos del propio camarero. Correcto. Ahora, intentemos darle un porcentaje específico
a cada una de estas variables intervinientes.
Cliente: De acuerdo.
Terapeuta: Que estuvierais desbordados, ¿cuánto le pondríamos?
Cliente: Eso es importante. Ponle un 40%.
Terapeuta: Vale, ¿y el cansancio?
Cliente: También lo es. Un 20%.
Terapeuta: Que fueran dos platos de pescado.
Cliente: Eso creo que menos, un 10%.
Terapeuta: Vale, ¿y tu letra?
Cliente: Pues igual un 20%. Todos los camareros me lo dicen.
Terapeuta: Y por último ¿el azar?
Cliente: Poco, un 2%.
Terapeuta: Sumándolo todo, nos sale 92%. Así que parece que le queda un 8% al error del camarero.
Cliente: Pues igual nos hemos pasado, pero entiendo adónde quieres llegar.
Terapeuta: ¿Cómo te hace sentir verlo así?
Cliente: Ciertamente, mejor.
Esta es la versión clásica de lo que en Terapia Cognitiva se llama la gráfica de la tarta o del
queso (Salkovskis, 1985). Y se suele apoyar en una representación gráfica en forma de tarta de
los porcentajes de los diferentes factores contribuyentes. No es más que una forma específica
de enseñar al cliente a atribuir responsabilidades sobre un evento negativo. Pero es
sorprendente el efecto esclarecedor que conlleva en muchos de ellos.
4. Silogismo:
«Yo nunca hubiera hecho eso, (luego) tú no deberías haberlo hecho»
Esta creencia, muy extendida, es una variante de los «debería». Habitualmente se cree con más
intensidad en relaciones de cercanía o intimidad (pareja, familia, amigos).
La idea es que, a mayor afecto, tendría que haber un mayor equilibrio entre lo que cada uno
está dispuesto a hacer por el otro. Es el concepto de reciprocidad obligada: «Si yo estoy
dispuesto a hacer por ti X, tú deberías hacer por mí X».
Esta forma de ver las relaciones siempre conduce a emociones negativas: frustración,
decepción, tristeza y, muy frecuentemente, enfado. Y seguramente es la base doctrinal de ese
refrán popular: «Del amor al odio solo hay un paso».
Es una idea contraproducente porque, incluso en las relaciones más recíprocas, es
imposible que la reciprocidad sea al 100%. Es comprensible, estamos hablando de individuos
sintonizados, pero diferentes.
Mi marido no intercede por mí en «Yo NUNCA hubiera permitido que mi Enfado y No le hablo
una discusión con mi suegra. madre tratara así a mi marido». decepción Nivel: durante unos
8. días.
PENSAMIENTO A DISCUTIR:
«Yo nunca hubiera permitido que mi madre le tratara así».
— Durante dos días, observar a la pareja buscando diferencias y asincronías entre su forma de reaccionar y la del cliente.
— Ídem con amigos íntimos y familiares.
Una situación tipo que provoca enfado en mucha gente es cuando la supuesta ofensa del
interlocutor se ha repetido una y mil veces, a pesar de las conversaciones, instrucciones,
peticiones y súplicas del agraviado. La inadecuación proviene de la creencia de que solo la
petición de cambio verbal es suficiente siempre para producir el cambio real.
Mi hijo, una vez más, coge la comida «¡Otra vez! Ya no sé cómo decírselo. Enfado Le grito y le repito que
con las manos. ¿Cuándo aprenderá?». Nivel: 6. use los cubiertos.
PENSAMIENTO A DISCUTIR:
«¿Cuántas veces se lo tengo que decir para que lo haga?»
Terapeuta: Te refieres a que, como se lo has dicho muchas veces, él debería haber cambiado ya.
Cliente: Claro, es que se lo he dicho un montón de veces.
Terapeuta: Vale. Calculémoslo.
Cliente: ¿Cómo?
Terapeuta: Intentemos un cálculo aproximado del número de veces que haya comido sin utilizar los cubiertos.
Cliente: ¡Uf, eso es imposible! Más o menos desde que tenía 6 años, ¡¡¡y ya tiene casi 15!!!
Terapeuta: ¿Hablamos de cientos o de miles de veces?
Cliente: ¡De miles!
Terapeuta: Bien. ¿Ha servido de algo?
Cliente: No, sigue haciéndolo igual de mal.
Terapeuta: Eso parece. ¿Cuántas veces calculas que se lo tendrás que repetir para que finalmente te haga
caso?
Cliente: Ni idea, no creo que me haga caso.
Terapeuta: Muy bien. Si no funciona el método, y según tú, parece que no va a funcionar, la pregunta inevitable
es ¿para qué sigues usándolo?
Cliente: Entonces ¿debería permitírselo?
Terapeuta: No, pero quizás sí cambiar el método. ¿Qué pasa cuando se lo dices?
Cliente: Que nos enfadamos.
Terapeuta: Claro. Entonces, ¿os conviene seguir utilizando un método que no sirve para conseguir el cambio y
provoca sistemáticamente una bronca?
Cliente: No, claro que no. Bien pensado no sé quién es más tozudo: él o yo.
Una directriz de Discusión, muy económica en esfuerzo y a menudo muy eficaz, es hacer un
cálculo numérico de las veces que el cliente ha intentado cambiar la conducta de una tercera
persona por medio del enfado sin ningún resultado. Para conseguir un cambio en el
comportamiento de otra persona es necesario que se cumplan unos pasos: hacer la petición de
cambio, que el interlocutor la procese, que la acepte, y embarcarse personalmente en un
proceso de cambio. Solo exigir el cambio no funciona.
— Durante varios días, alterar la insistencia de cambio hacia la otra persona: dos días, aumentar la frecuencia; dos días,
eliminar la insistencia.
— Que el cliente revise su pasado para constatar que la insistencia de cambio de otras personas (padres, profesores, etc.)
pocas veces produjo cambio.
6. El castigo funciona
«Te vas a enterar»
Es una creencia básica y muy arraigada entre personas que sufren enfado patológico y que se
permiten liberarlo en forma de conductas agresivas. Ellis (1987) ya definía este estado mental
como «jugar a ser Dios». Primero, una definición rígida de lo que está bien y lo que está mal;
segundo, cuando el interlocutor traspasa esa línea, se le etiqueta como moralmente
inaceptable; y tercero, merece castigo y se le aplica.
EL CASTIGO FUNCIONA
El coche de al lado se cambia de carril «¡Gilipollas! Te vas a enterar. Se Enfado Pito, le adelanto y conduzco
sin avisar y se me cruza. merece un correctivo». Nivel: 6. muy lento para fastidiarle.
PENSAMIENTO A DISCUTIR:
«Se merece un correctivo»
Terapeuta: ¿Para qué el correctivo?
Cliente: Para que la próxima vez se lo piense dos veces.
Terapeuta: ¿Tu objetivo es educarle?
Cliente: Sí, que sienta en propias carnes lo que significa que te adelanten mal, forzándote a frenar.
Terapeuta: ¿Para que no lo vuelva a hacer más?
Cliente: Sí... por lo menos no a mí.
Terapeuta: ¿Qué pruebas tenemos de que aprenderá al recibir un castigo?
Cliente: Igual se calma.
Terapeuta: ¿Qué efecto ha producido en ti cuando él te ha adelantado mal?
Cliente: Me he enfadado.
Terapeuta: ¿Por qué debería a él provocarle un efecto distinto?
Cliente: Ya, de hecho, me estuvo pitando todo el rato.
Terapeuta: Claro, las conductas agresivas suelen provocar más agresividad. La agresividad se contagia.
Cliente: No, a veces funciona.
Terapeuta: Sí, cuando el otro se asusta lo suficiente.
Cliente: Ya.
Terapeuta: ¿Es ese tu objetivo? ¿Atemorizar a la gente?
Cliente: No, realmente no.
Aquí se resalta la ineficacia del castigo como método de control del comportamiento de los
demás. Las conductas agresivas suelen provocar una respuesta agresiva en el interlocutor, o
una respuesta de miedo. El castigo, por lo tanto, no provoca un cambio de conducta duradero
en la otra persona. Desde la teoría del aprendizaje, el castigo, a duras penas, podría reducir
temporalmente la conducta blanco. El cambio real aparecería solo si la mayor parte del
esfuerzo estuviera dedicado a enseñar y reforzar una conducta alternativa.
Además, el castigo como método educativo produce efectos dramáticos en las relaciones
afectivas entre castigador y castigado.
Terapeuta: Y este conductor descontrolado era un desconocido, pero traslademos esta secuencia a la gente
que te importa. ¿Cómo crees que se siente tu hijo cuando le humillas para corregir su conducta?
Cliente: ¡Pero tiene que aprender!
Terapeuta: Sin duda, la alternativa no es dejar que haga lo que quiera. Luego hablamos de eso. ¿Cómo se
siente cuando lo tratas así?
Cliente: Rabioso, dolido...
Terapeuta: Probablemente, y ¿qué crees que puede pensar sobre ti en esos momentos?
Cliente: Pues lo peor, que soy un imbécil, y que me odia.
Terapeuta: ¿Compensa? ¿Vale la pena?
Cliente: No.
— Revisar la propia historia personal para ver cuántas veces el cliente ha cambiado por castigo.
— Pensar qué cambios ha hecho su hijo, y ver cuántos son debidos al castigo y cuántos son debidos a otras variables.
— Durante unos días, eliminar el castigo. Pillar a su hijo haciendo la conducta alternativa y premiarlo por ello.
— Revisar a lo largo de su biografía, personas que le castigaron sistemáticamente (por ejemplo, profesores) y analizar los
sentimientos que tuvo o tiene hacia ellos.
7. Intencionalidad
«Lo ha hecho a propósito»
INTENCIONALIDAD
Álvaro, un alumno de 2.º de ESO, pega un «Lo ha hecho a propósito para Enfado Le grito, y le castigo
portazo al entrar. fastidiarme». Nivel: 5. sin patio.
Cliente: Pegó el portazo porque sabe que me molesta, lo he dicho en clase un millón de veces, y él sigue.
Terapeuta: ¿Qué pruebas tenemos de que seguro que dio el portazo para fastidiarte?
Cliente: Que sabe que me molesta.
Terapeuta: ¿Qué otras razones podrían explicar que diera el portazo?
Cliente: Que lo hizo sin darse cuenta, o que intentaba llamar la atención, o hacerse el gracioso, que no
controla su fuerza...
Terapeuta: ¡Qué bien! Entonces, ¿en qué nos basamos para pensar que lo hizo solo para fastidiarte?
Cliente: La verdad es que pruebas, pruebas... no tengo.
Terapeuta: No sé, igual te miraba de una forma especial mientras daba el portazo...
Cliente: No, él estaba tan tranquilo.
Terapeuta: O igual cuando le llamaste la atención estaba desafiante...
Cliente: No, qué va, me pidió perdón al instante.
Terapeuta: Luego...
Cliente: Sí, en este caso, no es probable que lo hiciera para fastidiarme.
— Recordar situaciones en las que el cliente fue acusado injustamente de haber hecho una acción intencionadamente.
— Lo mismo en familiares, amigos o compañeros de trabajo.
Jugando al tenis, fallo una «¡Eres un gilipollas! A estas alturas, estos Enfado Tiro la raqueta y grito en
derecha cruzada, mi mejor errores no pueden ocurrir. No deberías fallar». Nivel: 8. voz alta: «¡Gilipollas, soy
golpe. gilipollas!».
PENSAMIENTO A DISCUTIR:
«No deberías fallar. No debo cometer errores»
Terapeuta: ¿Qué quieres decir con «no puedo fallar»?
Cliente: Que como yo soy mejor que esto, no debería tener esta clase de fallos.
Terapeuta: Comprendo. Sin embargo, que tengas la potencialidad de no fallar, ¿significa que no puedas fallar
alguna vez?
Cliente: Es que es absurdo, es como si te sabes un examen y te equivocas en la respuesta.
Terapeuta: Buena comparación, usémosla. ¿Y acaso eso no ocurre?
Cliente: Sí, la verdad es que sí.
Terapeuta: Luego, volvamos a la base, ¿por qué tú no deberías fallar?
Cliente: Sí, sí, eso lo entiendo, puedo fallar. ¿Pero tanto? ¿O en fallos tan tontos?
Terapeuta: ¿Significa eso que ya con un determinado nivel de juego no se pueden cometer fallos tontos? ¿Eso
es demostrable?
Cliente: Sí, no sé...
Terapeuta: Piensa en tu tenista profesional favorito, ¿no comete a veces fallos tontos?
Cliente: Sí, pero menos.
Terapeuta: Claro, él es un profesional. Entrena 6 horas diarias. Y aun así a veces falla tontamente.
Cliente: Sí, es cierto.
Terapeuta: Entonces, ¿podríamos demostrar que no debes cometer fallos tontos?
Cliente: No, al revés, es lo normal.
Con esta línea directriz el recurso elegido es usar un modelo admirado para extraer
conclusiones. Le hacemos ver que la autoexigencia consigo mismo es mucho mayor en este
caso, que lo que le pide a una estrella del tenis.
El enfado dirigido hacia uno mismo muchas veces surge de esta clase de pensamientos, de
los altos estándares. Y puede que esté íntimamente conectado con la tristeza y la depresión.
— Observar a otros haciendo fallos tontos (por ejemplo, a una estrella del tenis).
— Cometer a propósito fallos tontos.
9. Enfado justiciero
«Esto es injusto»
Entre la población de personas que se enfadan en exceso, hay un grupo significativo que lo
hace por lo que solemos llamar «enfado justiciero». Posiblemente es el enfado que sufría Don
Quijote y el que sufren los superhéroes de los cómics. Precisamente el enfado que les lleva a
descargar su ira contra los malvados. Los escenarios provocadores de este tipo de enfado son
aquellos en que se percibe una injusticia. Personas que no reciben lo que se merecen,
poderosos que abusan de los débiles, o individuos que actúan con maldad. Estas reacciones de
enfado a algunos observadores les podrían parecer legítimas. Y probablemente son la base del
ojo por ojo.
En primer lugar, este tipo de pensamientos es discutible porque el concepto de
justicia/injusticia habitualmente es subjetivo. Muchas veces las personas tienden a calificar
como injusto lo que simplemente no les gusta o no les conviene o beneficia.
En segundo lugar, incluso cuando puede ser razonablemente objetivo que un determinado
evento sea injusto, en términos de que no existe una relación de causa y efecto entre lo que se
ha hecho y lo que se ha recibido, el concepto sigue siendo indemostrable porque el mundo
lamentablemente no funciona así.
ENFADO JUSTICIERO
PENSAMIENTO A DISCUTIR:
«Es injusto»
En esta secuencia de Discusión, el terapeuta guía al cliente para que examine las evidencias a
favor o en contra de la circunstancia social, en este caso perder un ascenso, que él evalúa
como injusta. El análisis detallado revela que no hay datos que sustenten que es injusto.
Simplemente, cuando nos sentimos frustrados o dolidos por un suceso vital, es muy fácil
acabar explicándolo en términos de injusticia.
Sin embargo, en ocasiones, sí que este análisis revela que la persona que se queja de la
injusticia merecía el ascenso. Veamos el caso de Andrés:
Terapeuta: Andrés, ¿qué pruebas tenemos para pensar que es injusto que le den el ascenso a tu compañero en
vez de a ti?
Cliente: Yo me lo merezco más.
Terapeuta: ¿Qué pruebas tenemos que sustenten que tú te lo mereces más?
Cliente: (indignado) ¡Todas! Llevo mucho más tiempo que él, mi trabajo es mejor, hasta ahora yo tomaba las
decisiones, todo el mundo lo comenta...
Terapeuta: De acuerdo, tú tenías muchos más méritos para ese cargo. Pero ¿eso demuestra que deberían
dártelo?
Cliente: Claro, esa es la cuestión, por eso estoy tan enfadado.
Terapeuta: Lo que te enfada es creer que uno tiene que recibir lo merece. ¿Eso es demostrable?
Cliente: Sííí.
Terapeuta: ¿Podemos demostrar que los políticos que llegan al poder son los más honestos? ¿Que la gente
que más dinero gana es la más inteligente, trabajadora? ¿Que las personas más buenas no tienen
cáncer, ni accidentes ni se les mueren los seres queridos?
Cliente: Mmmmm.
Terapeuta: ¿Que la lotería toca a los más necesitados?
Cliente: No... realmente, no.
Terapeuta: No, rotundamente no, desafortunadamente no.
Cliente: Entonces, ¿no importa lo que hagamos?
Terapeuta: Claro que importa. Tenemos control sobre ciertas variables pero no sobre otras. Por ejemplo, si
alguien come bien, hace deporte, y no tiene hábitos tóxicos, las probabilidades de tener enfermedades
se reducen. Pero no está completamente a salvo, porque hay otras variables que no puede controlar,
como la genética o el azar.
Cliente: Entiendo, ¿entonces, en mi caso?
Terapeuta: En tu caso, ser un buen trabajador te da más posibilidades de conseguir un ascenso pero no lo
garantiza. Que te lo merezcas y que sea injusta la situación, no demuestra que lo tengas que recibir.
Cliente: Entonces, ¿tengo que aceptarlo?
Terapeuta: ¿Puedes cambiarlo?
Cliente: No.
Terapeuta: Pues tienes que aceptarlo pero no a modo de dolorosa resignación, sino normalizándolo.
Cliente: ¿Qué quieres decir?
Terapeuta: Cambiando tu pensamiento. En el mundo suceden cosas injustas, y aunque no nos guste, es
normal.
Es un trabajo extremadamente más complicado que el anterior porque va mucho más allá de un
análisis empírico del pensamiento. Exige un cambio filosófico, mucho más profundo y difícil:
aceptar que es normal que haya injusticias.
En ocasiones, este cambio filosófico podría parecer, malentendido, como inmovilismo o
amarga resignación. Nada más lejos de la verdad. Se trata de luchar por cambiar lo que se
puede cambiar, y entender lo que haya sucedido y que no podemos cambiar para aceptarlo,
reetiquetándolo como desafortunado, pero normal.
Mucha gente es desgraciada viviendo con un sordo rencor por acontecimientos que le
sucedieron a veces mucho tiempo atrás y que nunca normalizaron. Olvidar es imposible, pero
lo más parecido es habituarse a un recuerdo doloroso de manera que las emociones negativas
se extingan. Pero eso no puede suceder si no hay aceptación y seguimos luchando activamente
contra aquel evento. Consultar el capítulo dedicado al perdón.
ENFADO JUSTICIERO
Veo en las noticias un «¡Qué injusta es la vida! Había niños. Es Enfado, mal Discuto con mi mujer. Ella
accidente aéreo, 298 injusto que pasen estas cosas». humor, tristeza dice que estoy amargado.
muertos. Nivel: 5.
PENSAMIENTO A DISCUTIR:
«Es injusto que pasen estas cosas»
Terapeuta: ¿Qué entiendes por injusto?
Cliente: Que no puede pasar. No es posible que casi 300 personas, incluidos niños, suban felices a un avión
y acaben carbonizados.
Terapeuta: Es una noticia espantosa.
Cliente: Y no hay derecho.
Terapeuta: ¿Qué razones explican que ese avión se cayera?
Cliente: Aún no se sabe, mirarán la caja negra y todo ese rollo.
Terapeuta: Claro, intentemos adelantarnos. ¿Por qué puede haber pasado?
Cliente: Pues casi seguro por un problema del avión.
Terapeuta: Sí, o un error humano, o por una circunstancia climatológica...
Cliente: O ya puestos, que lo haya derribado un misil. O que hubiera un terrorista con una bomba dentro...
Terapeuta: Sí, es verdad. Tomemos la causa más probable: el fallo mecánico. ¿Estás de acuerdo?
Cliente: Casi seguro.
Terapeuta: Bien, ¿por qué se producen fallos mecánicos?
Cliente: Las máquinas se estropean... no sé, desgaste del material...
Terapeuta: Correcto. ¿Y es normal que una pieza falle o se desgaste?
Cliente: Sí, no solo sucede en los aviones sino en los coches o en la cafetera.
Terapeuta: Sí. ¿Es injusto que pase eso?
Cliente: No es justo ni injusto, pasa... ¡Ah!
Terapeuta: ¿Qué has pensado?
Cliente: Que esto no es una cuestión de justicia.
Terapeuta: ¡Exacto! Lo que sucede es que cuando pasa algo tan terrible como esto tendemos a verlo como una
injusticia. Si el mismo fallo mecánico no hubiera provocado un accidente, nadie hubiera pensado en la
justicia.
Cliente: Claro.
Aquí el terapeuta centra la directriz de Discusión para que el cliente explique el evento
catastrófico en términos objetivos, y no de justicia.
Veamos otra línea complementaria para discutir este pensamiento. Habitualmente se aplican
concatenadas.
Terapeuta: Vale. Parece claro que ya sabemos por qué ocurrió. Probablemente por un mal funcionamiento de
algún dispositivo del avión, eso explica la catástrofe. ¿Sí?
Cliente: Sí, totalmente de acuerdo.
Terapeuta: Ahora busquemos razones por las cuales «no debería haber ocurrido esto».
Cliente: Porque no habría muerto nadie.
Terapeuta: Sí, esa es una razón por la que hubiera sido más conveniente que no hubiera ocurrido. Y podemos
definir mejor, si quieres, como que: no mueren inocentes, no sufren los familiares, no se invierten
recursos buscando los restos, no hubiera habido indignación general, etcétera.
Cliente: Entonces, ¿cuáles serían las razones por las que no debería haber ocurrido?
Terapeuta: (entusiasmado) ¡Qué buena pregunta! Algo así como que hubiera una ley inmutable que rigiera el
universo, el devenir de las cosas y que dijera «los aviones, particularmente los que llevan niños, no
caen».
Cliente: Ja, pero eso no existe.
Terapeuta: Claro, por eso pensar así, solo sirve para hacernos más daño.
Cliente: Desde luego.
En esta línea, el terapeuta intenta algo más difícil. Demostrar que no hay ningún debería
universal, que aunque sería tranquilizador y nos daría confianza saber que existen unas reglas
morales acerca de lo que puede o no puede suceder, desafortunadamente el universo no
funciona así. El lector interesado en profundizar en este concepto hará bien en consultar el
clásico trabajo del genial y controvertido Dr. Ellis.
— Ver en acontecimientos sencillos o impersonales que el desenlace muchas veces no tiene que ver con la justicia (en un
partido de fútbol no siempre gana el que mejor juega).
— Ídem con acontecimientos históricos injustos (el Holocausto, por ejemplo).
— Ídem con situaciones de personas conocidas o propias.
Una idea muy extendida, entre la gente que sufre enfado patológico y el público en general, es
que, una vez enfadado, la única forma de sentirse bien y eliminar la sensación de presión es
descargando de manera explosiva esos sentimientos. La vieja idea de que una olla a presión
solo se alivia descargando esa presión. Nada más lejos de la verdad. Cuanto más se enfada
una persona y más pierde el control expresando su enfado, más aumenta su enfado y más
facilidad tiene para enfadarse. Al expresar el enfado airadamente, más intenso es el
sentimiento.
Además, la persona no tiene la oportunidad de descubrir que no es necesario estallar para
controlar y eliminar el enfado.
Finalmente, y peor todavía quizás, es que cada enfado expresado con pérdida de control,
predice más enfado y más descontrol en el futuro.
Muchas veces a los clientes les cuesta ver esta idea objetivamente porque el alivio que
produce a corto plazo el descontrol es muy potente. Les cuesta ver que, más que abrir la tapa
de la olla para que escape la presión, la solución está en reducir la intensidad del fuego para
que tal presión no exista.
Ya cabreado por lo que ha hecho mi «Voy a estallar. Necesito Enfado Grito, golpeo la mesa, me levanto, le
hermano. soltarlo». Nivel: cojo del brazo...
10.
PENSAMIENTO A DISCUTIR:
«Necesito estallar»
En este ejemplo, el terapeuta crea un escenario mental imposible para obligar al cliente a
imaginar lo que realmente pasaría si en vez de empujar el enfado hacia fuera, lo mantuviera
bajo control. Y que pueda entender que, cuanto más exteriorice su enfado, más se enfadará.
Hay, sin embargo, como en cada pensamiento negativo automático diferentes directrices de
Discusión. Veamos otra utilizando una comparación:
Terapeuta: ¿Qué pruebas tenemos de que necesitas estallar?
Cliente: Que siempre que me enfado estallo; que siempre lo hago así.
Terapeuta: ¿Te ha pasado alguna vez tener un picor persistente en alguna parte del cuerpo?
Cliente: Sí, claro, sobre todo en verano.
Terapeuta: Correcto. En verano sucede más. ¿Cómo reaccionamos ante el picor?
Cliente: Rascándonos.
Terapeuta: ¿Y qué sucede cuando nos rascamos?
Cliente: Que nos alivia el picor.
Terapeuta: Sí, pero solo durante unos segundos. ¿No vuelve a aparecer el picor más intensamente?
Cliente: Es verdad, y te vuelves a rascar.
Terapeuta: Exacto. Y así una vez y otra, y llega un punto en que tienes que parar aunque siga picándote porque
ya te has rasgado la piel.
Cliente: Sí, sí, así es.
Terapeuta: Y aguantas sin rascarte porque estás sangrando, y ahí viene lo sorprendente, al cabo de unos
minutos el picor ha desaparecido. ¿Me sigues?
Cliente: Sí. Quieres decirme que cuanto más me rasque más me picara, y que debería dejar de rascarme y
aguantar el picor, hasta que desaparezca.
Terapeuta: Exacto. Las emociones funcionan igual. Cuanto más las practicamos, más las sufrimos, más
probabilidades tenemos de seguirlas sufriendo y más intensamente las sufrimos.
— Pedirle que, ante una situación que le haga enfadar habitualmente, reaccione voluntariamente de dos formas distintas.
Una, no solo no controlando la expresión del enfado, sino aumentándola. Y la segunda, no reaccionando de ninguna
forma, aguantando el malestar del enfado sin expresarlo. Comparar los niveles de intensidad del malestar experimentado.
— Recordar qué ha pasado con el enfado en aquellas situaciones en que las circunstancias, por ejemplo, jerarquía
profesional, le han impedido expresar el enfado.
En personas con enfado patológico podemos encontrar una gran variedad de ideas nucleares. He aquí algunas de ellas:
• La gente debería actuar (pensar, hablar, sentir) exactamente como yo lo hago. Si no, son idiotas.
• El devenir de los acontecimientos en el mundo, en la vida, debería ser exactamente como yo espero. Si no, el mundo está
en mi contra y es un fraude.
• La gente en general no es de fiar. Todo el mundo tiene intenciones ocultas y, a menudo, malvadas. Deberías tener cuidado
a la hora de elegir con quién te relacionas y estar siempre atento.
• El mal existe. Hay personas malvadas porque sí, porque nacieron así, porque esa es su naturaleza.
• Todo el mundo debería tener unos mínimos éticos y aptitudinales: inteligencia, honestidad, disciplina... si no, son idiotas.
• Si alguien te ha ofendido o maltratado de alguna forma, debería ser castigado. El castigo y la venganza son éticamente
correctos.
• El castigo es la mejor forma de enseñar a la gente a enmendar sus errores y a cambiar.
• La venganza es la única forma de aliviar el enfado que ha producido una ofensa.
• Si le caes mal a alguien es que esa persona es idiota y debería caerte mal a ti también.
• Si alguien es claramente diferente a ti en un área básica: filosofía de vida, política, nivel cultural, nivel económico...
deberías rechazarlo, si no odiarlo. Todo lo diferente es malo.
• Reciprocidad. Si tú estás dispuesto a hacer algo por alguien, esa persona debería estar dispuesta a hacer exactamente lo
mismo por ti. Si no, es idiota.
Inma tiene rasgos, sin cumplir los requisitos formales, del trastorno esquizotípico de la
personalidad. Ha consultado a una larga lista de profesionales de la salud mental, y la mayoría
la han diagnosticado en este grupo. Sus relaciones sociales son escasas y difíciles. Están
deterioradas por su enorme suspicacia y por su firme convicción de que el mal existe.
Terapeuta: Inma, estoy muy contento de tus avances en estos últimos meses. Has aprendido muy bien a
cuestionar tus interpretaciones originales sobre las intenciones de la gente...
Cliente: Es verdad. Ahora estoy mucho más cómoda con la familia y con mis amigos.
Terapeuta: Me alegro mucho y te felicito de nuevo. Pero hoy quiero que empecemos a ir más allá. Yo creo que
tienes muy metida en tu mente la idea de que la maldad existe. Que hay personas que son malas por
naturaleza.
Cliente: Claro, de la misma forma que hay animales malos, hay personas malas.
Terapeuta: ¿Animales malos? ¿Como cuáles?
Cliente: Muy fácil, los herbívoros son buenos, los carnívoros son malos.
Terapeuta: Muy interesante. Un tigre, por ejemplo, ¿sería malo?
Cliente: Sí, muy malo, porque mata y se come a otros animales.
Terapeuta: ¿Has visto alguna vez en uno de esos documentales de naturaleza, cómo los tigres cuidan
amorosamente a sus cachorros?
Cliente: Sí, son adorables.
Terapeuta: ¿Y cómo encaja eso en ser malvados por naturaleza?
Cliente: No lo sé.
Terapeuta: ¿No será que los tigres son capaces de comportarse de muchas maneras? Es cierto que cazan
para comer, pero también son extremadamente protectores e incluso amorosos con sus pequeños.
Cliente: Sí, eso parece.
Terapeuta: ¿Este hecho es una prueba de que son intrínsecamente malvados? ¿O es una prueba de que a
veces tienen comportamientos malvados?
Cliente: Más bien lo segundo, ¿no?
Terapeuta: Sí, eso parece. Pero vamos más allá todavía. ¿Por qué cazan? ¿Por qué se comen a otros
animales?
Cliente: Porque son tigres, son carnívoros.
Terapeuta: Sí. ¿Pueden elegir? ¿Te imaginas a un tigre pensando «¿Me como ese antílope o busco unas bayas
salvajes?».
Cliente: Ja, ja, ja. Vale. No puede elegir. Es su naturaleza.
Terapeuta: Entonces ¿matar es algo personal? ¿O una parte de su cerebro, sin que pueda elegir, le obliga a
ello?
Cliente: No puede elegir. Actúa violentamente pero por necesidad. No es malo.
Terapeuta: Muy buena conclusión. Vale, traslademos esto a las personas.
Cliente: Lo que intentas decirme es que, si alguien actúa mal, eso no significa que sea malo, malo.
Terapeuta: Exacto, ¡qué maravilla! Eso es. Que un comportamiento sea malo, no hace que la persona sea
completamente mala. Una persona completamente mala, como tú dices; malo, malo, sería alguien que
todo lo que hace es malvado.
Cliente: ¡Aaah!
Terapeuta: Es más, para ser malo, malo, tendría que actuar siempre mal y además tener la capacidad de elegir.
Cliente: ¿De elegir?
Terapeuta: Sí, de elegir entre actuar bien y actuar mal. Y optar por la opción malvada.
Cliente: ¡Uf! Déjame que lo piense más. Esto es muy fuerte.
A Rosa, que se enfadaba mucho con su suegra por sus intromisiones en la crianza de su niña y con su marido
por permitirlo, le pedimos que llamara a su suegra tres veces durante la próxima semana para contarle cosas
que había hecho la nena.
Y a César, nuestro adolescente enfadado, le sugerimos que se sentara con su madre y escuchara atentamente
cualquier tipo de discurso que su madre tuviera a bien ofrecerle. Él debía dar señales de oidor, e incluso
sobreactuar fingiendo interés.
Los ensayos escritos, muy habituales en Terapia Racional Emotiva, se pueden definir como
una Discusión cognitiva extendida. Consisten en debatir una creencia disfuncional a modo de
ensayo periodístico. Un relato corto donde, sin los límites que, por pura lógica práctica, se
aplican a la Discusión, se critica una creencia disfuncional, llegando a la conclusión de que es
errónea y buscando una alternativa más funcional. El cliente es libre de utilizar no solo los
conocimientos que ha aprendido en terapia, sino también ideas que puede encontrar en
materiales de biblioterapia, ejemplos históricos, personajes públicos o hechos de la más
rabiosa actualidad.
En nuestra opinión, son un excelente instrumento de «adoctrinamiento» en la nueva forma
de ver las cosas. Obliga al cliente, no solo a pensar con el idioma de la nueva filosofía, sino
también a procesarla, elaborarla e interiorizarla.
A muchos clientes les resulta una técnica familiar, en tanto en cuanto que les recuerda a las
redacciones del colegio o los trabajos de la facultad. Pero una pequeña advertencia,
reservamos esta estrategia solo para clientes verbales y que se sientan cómodos escribiendo.
La mecánica habitual para escribir un ensayo es pedirle al cliente que redacte una primera
versión como tarea para casa. En la siguiente sesión, se revisa aportando ideas o sugerencias
de cómo mejorarlo. De nuevo, el cliente trabaja en casa y trae una nueva versión a la siguiente
sesión. Este proceso se repite varias veces hasta llegar a la versión definitiva. Y a partir de
ahí se le pide al cliente que la lea con una periodicidad regular. Por supuesto, en cada lectura
es libre de cambiar o añadir nuevos fragmentos que mejoren la calidad del ensayo.
Muy habitual en fases avanzadas de Terapia Racional Emotiva. Se intercambian los roles: el
terapeuta hace de cliente sosteniendo de manera enfática la creencia disfuncional, y el cliente
hace de terapeuta, debatiendo la creencia objeto de examen, con estrategias de Discusión
cognitiva. El role-play invertido permite que el cliente se distancie de su creencia y vea en
una privilegiada posición de espectador cómo suena en boca de otra persona, en este caso el
terapeuta. El terapeuta tiene a su vez la oportunidad de comprobar cuánto se ha asimilado la
técnica nuclear de la terapia cognitiva, la Discusión verbal.
En nuestra experiencia resulta más eficaz si el terapeuta actúa con un estilo histriónico,
exagerando idealmente de manera humorística la creencia sostenida.
El perdón
De una manera creciente en la literatura sobre el enfado patológico, se abre camino una nueva
estrategia: el perdón. En realidad, y así lo reconocen los autores pioneros (Kassinove y
Tafrate, 2002), el perdón no es una técnica nueva, es una extensión de la terapia cognitiva.
La base de la que parte el perdón es que el enfado sostenido en el tiempo, que acaba
tomando un formato de rencor, es autodestructivo. Habitualmente se utiliza la «metáfora del
anzuelo» para ejemplificar el proceso de estar atrapado por estos sentimientos. La persona
cree que el odio y el rencor hacia el ofensor están completamente justificados o incluso son
éticamente correctos, pero no puede ver cómo esas mismas emociones le enganchan más a su
propio sufrimiento.
Mucha gente cree que el tiempo lo cura todo. Que transcurrido un periodo de tiempo
habitualmente largo, hasta el odio desaparece. Muchas veces no es así. Para que realmente el
transcurso del tiempo provoque este efecto se necesita que la persona adopte, más o menos
voluntariamente, una actitud de perdón. En caso contrario, el mero paso del tiempo puede
provocar el efecto contrario: un aumento del rencor. Cuanto más rumie la persona atormentada
sobre cómo fue la ofensa, cuánto daño sufrió, cómo debería haber reaccionado y
especialmente cuál sería la venganza perfecta, más se incrementará el rencor y el odio.
El ser humano no tiene la capacidad de olvidar voluntariamente. No podemos erradicar
recuerdos de nuestra mente. Lo más parecido a ello es reducir o eliminar las emociones
conectadas a los recuerdos. Si la persona utiliza estos procesos mentales, esas emociones no
solamente no se reducen sino que pueden llegar a aumentar. No les permiten pasar página y
continuar con su vida dejando atrás esos recuerdos.
Qué no es el perdón
1. El perdón cristiano. El perdón cristiano se concede por gracia. Dios perdonó al hombre
y sirve como ejemplo para que el hombre a su vez conceda el perdón. En otras palabras,
la aptitud de perdonar es una virtud. La persona perdona como expresión de su bondad.
No necesita reevaluar el porqué del comportamiento ofensivo. Es un proceso individual.
2. Perdonar no es permitir. Perdonar no significa en absoluto seguir permitiendo el
maltrato o la conducta abusiva. No es consentir. De hecho, el control emocional que
produce el perdón, controlando el desbordamiento del enfado, nos ayuda incluso a
reaccionar de una manera más sólida a la agresión.
3. Perdonar no es excusar o disculpar. Una solución fácil que mucha gente intenta para
metabolizar una ofensa es justificar o disculpar ese comportamiento, quitando
importancia a la responsabilidad moral o a las consecuencias prácticas de tal acción.
Buscar explicaciones a menudo falsas y simplistas, sin verificar cuáles son realmente
las razones verdaderas. Es como autoengañarse. Ver las cosas mejor de cómo en verdad
son. Teñir la realidad inconveniente de color rosa.
4. Perdonar no es olvidar. Es habitual intentar olvidar algo que nos ha molestado, una
ofensa. Frecuentemente las personas fuerzan su mente para erradicar recuerdos o
pensamientos dolorosos. Es un proceso de evitación cognitiva, que casi nunca funciona.
Es más, usando el cuerpo de conocimientos proveniente de los trastornos de ansiedad,
podríamos teorizar que el efecto va a ser contrario al buscado. No es una buena
alternativa.
5. Perdón no es reconciliación. Aunque, para reconciliarse, se necesita previamente haber
perdonado, son acciones diferentes. La reconciliación implica retomar una relación que
se había roto por un enfado. Se puede perdonar sin llegar a la reconciliación.
Qué es el perdón
El perdón es un proceso voluntario en el que la persona que perdona decide, con completa
consciencia, cambiar la interpretación original sobre la conducta ofensiva que le provocó el
estado de enfado, rencor u odio. Esa reinterpretación conlleva abandonar la explicación
moral, en términos de maldad, como causa primaria de la ofensa, y encontrar una explicación
auténticamente realista, independientemente del grado de incorrección de la conducta del otro.
La filosofía de la que emana esta concepción del perdón considera que aunque sí que hay
acciones malvadas, no hay individuos intrínsecamente malos. Nunca la explicación real de la
más terrible de las conductas es la maldad de su ejecutor. Si tuviéramos acceso a toda la
información de ese individuo: bases biológicas, patrones de crianza, sistema educativo,
relaciones sociales, experiencias concretas... encontraríamos una explicación precisa, aunque
extremadamente compleja, del porqué y el cómo de su conducta malvada.
En realidad, el objetivo de perdonar es saludablemente egoísta. Se trata de dejar de sufrir,
de dejar de vivir en el pasado y conseguir la paz. El rencor nos ancla en el pasado y exige
mucha energía, mientras que el perdón nos hace libres para seguir avanzando en nuestra vida.
Como dijo Ajahn Jayasaro, un famoso monje budista, «los sentimientos de odio y rencor dejan
un efecto duradero en nuestro karma».
El rencor y el odio no son más que variantes del enfado patológico. Y este sabemos que está
asociado a diversos problemas orgánicos y a muerte prematura. Para el terapeuta, este
argumento puede ser una herramienta excelente de motivación al cambio para que la persona
tome la decisión de perdonar. Ya no se trata solo de dejar de sufrir emocionalmente, sino de
tener una salud física mejor y una más larga esperanza de vida
2. El perdón mejora la salud emocional.
Una de las tesis claves de este trabajo es que el enfado patológico perturba nuestro equilibrio
emocional. El rencor sostenido en el tiempo hace daño. Produce dolor emocional a diario,
roba felicidad. Es equivalente a estar en guerra, hay un enemigo constantemente en movimiento
ante el que hay que estar siempre en alerta.
El perdón nos permite pasar a un estado de paz y mayor felicidad.
El rencor paraliza el tiempo. Nuestra mente queda atrapada en una especie de bucle temporal
que nos retrotrae constantemente al pasado, al momento en que fuimos ofendidos. El presente
pierde protagonismo, al igual que los planes constructivos para un futuro mejor. La capacidad
de centrarnos en el aquí y el ahora se reduce notablemente. La calidad de vida se resiente.
Perdonar significa salir de esa trampa temporal y volver a vivir la vida de forma real.
Cómo perdonar
El proceso de enseñar a perdonar incluye una serie de pasos que deben contemplarse de una
manera flexible, adaptándonos a cada cliente, y no como una fórmula rígida y estereotipada.
1. Elegir una secuencia funcional. Lo que en Terapia Racional Emotiva se conoce como una
secuencia ABC: A) evento disparador, B) interpretación, C) emociones y conducta.
Describirla haciendo énfasis en el formato bucle que tiene y cómo esa funcionalidad hace que
se mantenga en el tiempo y que parezca no tener fin.
Terapeuta: Antonio, la semana pasada te pedí como tarea para casa que eligieras una situación que venga del
pasado y que te siga haciendo mucho daño en términos de enfado o rencor. ¿Has tenido ocasión de
elegirla?
Cliente: Sí. No he tenido ninguna duda. Es una circunstancia que hemos comentado varias veces en terapia.
El testamento de mi padre.
Terapeuta: De acuerdo, sé que es un tema particularmente doloroso para ti. Describámosla con detalle.
Primero, cuéntame por favor exactamente cómo fue.
Cliente: Mi padre murió y cuando leímos el testamento descubrimos que, en vez de repartir el patrimonio
entre mi hermano y yo al 50%, le dio la mayor parte de los bienes a él.
Terapeuta: Y eso ¿te molestó?
Cliente: Sí, claro, pero no tanto como que mi hermano lo aceptara y no dijera que lo correcto sería repartirlo
conmigo mitad y mitad.
Terapeuta: Muy bien, esta sería la situación disparadora que sucedió ¿hace cuanto tiempo?
Cliente: Pues va a hacer ya dos años.
Terapeuta: ¿Cómo te sentiste?
Cliente: Pues muy mal, timado, ofendido y muy, muy enfadado.
Terapeuta: ¿Y cómo ha ido evolucionando ese malestar?
Cliente: Yo creo que a peor. Todavía sigo esperando que mi hermano reaccione, que haga lo que es justo.
Terapeuta: ¿Cómo es tu relación con él?
Cliente: No hay. Discutimos. Intenté hacerle ver lo injusto del testamento, pero él no cedió y rompimos. No
nos hablamos.
Terapeuta: Entiendo. Esta fue y sigue siendo tu reacción emocional y conductual. ¿Qué pensaste y sigues
pensando cuando viste los términos del testamento y especialmente su reacción?
Cliente: Pues que no hay derecho, que mi padre debería haberlo repartido a partes iguales, como toca y que
si no se dio el caso por la razón que fuera mi hermano debería haber insistido en que fuera así.
Terapeuta: ¿Y si tanto tu padre como tu hermano no hicieron lo que deberían haber hecho, eso en qué los
convierte?
Cliente: En unos canallas, en mala gente, en basura.
Terapeuta: Cuando estos pensamientos están en tu cabeza, ¿qué haces para lidiar con ellos?
Cliente: Lo que más hago es repetirme los argumentos que me dan a mí la razón sobre la injusticia del
testamento. Los dos éramos sus hijos igualmente, y nos merecíamos la mitad cada uno. Ni siquiera
pienso que tuviera que haberme dado más a mí, pero sí creo que la mitad es mía.
Terapeuta: Entiendo. ¿Qué más cosas haces?
Cliente: Pues darle el coñazo a mi mujer. Y a mis tías. Y a mis amigos...
Terapeuta: ¿Se lo cuentas?
Cliente: Sí, claro, constantemente.
Terapeuta: ¿Y qué te dicen?
Cliente: Pues que tengo razón. Que no se entiende. Pero que lo deje ya porque me estoy amargando la vida.
Terapeuta: ¿Y qué te parece esta sugerencia?
Cliente: Pues que tienen razón. Me estoy amargando la vida y amargándosela a ellos. Pero no sé cómo
parar.
5. Destacar los resultados y los beneficios. El último elemento del proceso terapéutico del
perdón es la evaluación de las consecuencias y beneficios del perdón. Este elemento del
proceso del perdón se aplica en dos momentos temporales distintos. Uno, en sesión
terapéutica, tras el cambio cognitivo y la decisión de qué regalo ofrecer, y el otro, cuando el
cliente ya ha ofrecido su regalo, en formato de evaluación de los resultados. Veamos el primer
momento:
Terapeuta: Bien, ahora quiero que hagamos un esfuerzo de imaginación: quiero que te imagines cómo te
sentirás y cómo cambiará tu vida y la de los que te rodean al empezar a pensar en el asunto de la
herencia en estos nuevos términos.
Cliente: No sé si te entiendo.
Terapeuta: Imagínate que en vez de pensar que tu padre y tu hermano son unos traidores, piensas que aunque
no te guste su decisión lo hicieron así porque no podían hacerlo de otra forma.
Cliente: Si pienso eso, se reduce mucho mi cabreo y me siento mejor. Pero aun así estaría frustrado.
Terapeuta: Claro, y ese es el camino. La frustración permite la aceptación y la habituación. ¿Cómo repercutiría
esto en el día a día de tu vida?
Cliente: Pues seguramente dormiría mejor, me sentaría mejor la comida...
Terapeuta: ¿Y en la relación con tu mujer y tus hijos?
Cliente: Bueno, ahí sería un cambio radical. Están hartos de oírme hablar del tema, de mis malas caras, de
mi mal humor...
Terapeuta: Perfecto.
No hay que olvidar que el perdón es Terapia Cognitiva. Así pues, como mínimo la persona
tendrá que haber aprendido el proceso de Discusión cognitiva y manejarlo con soltura. Dicho
esto, el momento adecuado para usar la técnica del perdón será distinto en cada caso.
El perdón es un proceso, un proceso de cambio cognitivo que exige tiempo y trabajo
personal. Muchas veces el proceso es largo, incluso de meses. Por eso, en la mayoría de
ocasiones, el perdón se aplica en su óptima forma en fases avanzadas de terapia. No es raro
que sea parte del mantenimiento de los logros y la prevención de recaídas.
En otras ocasiones, sin embargo, la Terapia Cognitiva del perdón puede ser un objetivo
prioritario y ser abordado desde el principio de la terapia. Elisa odia a su jefe. Trabaja en una
gestoría y acude a consulta porque no soporta la relación con su jefe. Aunque se recuerda a sí
misma como una persona de enfado fácil y relaciones sociales difíciles, el tema de su jefe la
está desbordando. Piensa seriamente en dejar el trabajo y le da miedo perder el control y
hacer una estupidez. En este caso, y en otros similares, la terapia inicialmente ya estaría
destinada a que Elisa «perdonara» a su jefe, explicándose su comportamiento en términos
realistas y no morales, y cambiando su comportamiento de antagonismo hacia él.
Se puede dar el caso de que el ofensor ante el que el cliente se esté planteando la
posibilidad de otorgarle el perdón se anticipe y, llevando la iniciativa, pida perdón por su
actuación. Andrés lleva enfadado con su hermana unos meses. Rompieron la relación por una
discusión relacionada con la comunión de su hijo. Y desde entonces no han cruzado palabra.
Andrés está en terapia intentando reevaluar la actuación de su hermana. Y sucede lo siguiente:
Cliente: No te creerás lo que pasó anoche.
¿Se puede perdonar cualquier ofensa? Esta es una pregunta que escuchamos habitualmente en
terapia y que también nos planteamos nosotros mismos como terapeutas y como personas.
¿Independientemente de la aversividad de la ofensa deberíamos ser capaces de perdonar?
Sobre el papel al menos, la respuesta debería ser sí, aunque en el mundo real, es posible que
muchas personas respondan con un NO rotundo.
¿Qué actitud tomar ante comportamientos tan aberrantes y malvados como el holocausto
nazi, los actos terroristas, la violación y la pedofilia, o las matanzas políticas en las dictaduras
sangrientas?
Para poder contestar a esta pregunta imposible, debemos recordar que perdonar no es
permitir. Muchos clientes, cuando introducimos estos conceptos en terapia reaccionan
diciendo cosas como: «Entonces, ¿qué tengo que hacer: permitirlo todo?» y la respuesta,
invariablemente, es: «NO, permitirlo no. Entenderlo todo. Entender el auténtico porqué de esa
conducta ofensiva. Y a continuación, ser libre de decidir cómo manejarla». No es una postura
de debilidad. Al contrario, es una postura que aumenta tu fortaleza porque te hace libre para
decidir lo que más te conviene hacer.
Veamos el caso de Mariana. Sus padres siempre han tenido con ella una actitud abusiva: la insultaban, la
ridiculizaban e incluso le pegaban de manera habitual. Hoy Mariana tiene 32 años y vive con su marido y sus
hijos. Un objetivo ya avanzado en su proceso terapéutico ha sido perdonar a sus padres. Ha conseguido
explicar su comportamiento en términos de: «aprendieron a educar así de sus propios padres, creían que esa
era la forma correcta de educar. Probablemente, de forma diferente, pero ambos, sufrían profundas
perturbaciones emocionales. En ningún momento estuvieron en posición de hacer autocrítica y cuestionar su
comportamiento para conmigo...».
Sin embargo, el problema no ha acabado. Cuando Mariana visita a sus padres, aunque de una manera más
ligera, siguen apareciendo los viejos comportamientos. Que Mariana les haya perdonado le da mucho más
control sobre sus emociones, sobre su enfado, y la pone en posición de ser asertiva y parar cualquier tentativa
de conducta abusiva: «Papá, no sigas por ese camino, ya no soy una niña y no voy a permitir que me trates de
esa manera. Si sigues haciendo esto, me iré ahora mismo», «entiendo tu punto de vista, pero no estoy de
acuerdo. Es mi vida y decidiré lo que a mí me convenga».
Hay que resaltar que Mariana decidió no solo perdonar a sus padres sino reanudar la relación
con ellos, pero esto fue el resultado de una decisión personal, de una toma de decisiones
meditada. En otros casos, la persona puede decidir, tras perdonar, no mantener ningún tipo de
relación con los ofensores, independientemente del vínculo genético que les una. Este aspecto
es, sin duda alguna, controvertido. Hay mucha gente desgraciada porque cree que la
consanguinidad condiciona la relación, y que existe un imperativo moral que nos obliga a
mantener la relación, sea como esta sea, con nuestros familiares. Como solemos decir a
nuestros clientes en terapia, desafortunadamente ser padre (hijo, hermano) no nos hace
mejores personas ni más inteligentes, ni más sabios. Y lo que realmente marca la calidad de la
relación es justamente la interacción, el tipo de comportamiento que intercambiamos. Es
difícil, por no decir imposible, querer a alguien que te está machacando constantemente.
Liberarse de esta creencia puede ser la clave para empezar a dejar el sufrimiento en muchas
personas.
Otra cuestión fundamental desde nuestro punto de vista es diferenciar el perdón psicológico
del perdón legal. El perdón psicológico, al que todo este capítulo está dedicado, consiste en
explicar las conductas ofensivas de las que se ha sido víctima,
en términos demostrables y no éticos. El castigo legal implica una sanción legislada por el
código penal. Significa que el ofensor ha actuado delictivamente, violando una ley o leyes
vigentes, y recibe un castigo por ello. El perdón legal sería el indulto. A pesar de haber
encontrado culpable al ofensor, se le perdona la pena impuesta.
Perdonar a la persona en términos psicológicos no implica en absoluto eximirlo de su
responsabilidad legal. Perdonar moralmente al ofensor no significa dejarle sin castigo legal.
Es algo que cada persona debería decidir. Por ejemplo, Andrés fue víctima de abusos sexuales
por parte de su tío entre los 6 y los 8 años. Empezó a ser consciente de lo que había pasado a
los 16 años y desarrolló un odio que fue incrementándose hasta su edad actual, 22 años. En
terapia, consiguió perdonar moralmente a su tío. También decidió no tener ningún tipo de
contacto con él y fue más allá, tomó la decisión de denunciarlo. Consideró que la razón por la
que su tío abusó de él eran unos impulsos sexuales parafílicos que no había elegido tener y que
no podía controlar. Pero, a pesar de ello, era responsable de sus actos y merecía castigo.
Concluyendo este apartado, creemos que no hay límites para el perdón. Deberíamos tener
el objetivo de perdonar incluso las ofensas más severas, pero no por razones altruistas,
espirituales o ni siquiera éticas, sino por ese saludable egoísmo al que ya hemos hecho
referencia. El rencor, el odio, la venganza... el enfado nos hace daño, es como un tumor que
crece y duele constantemente. No nos deja vivir, disfrutar del aquí y ahora. Perdonar se
convierte en un instrumento de salud mental.
Terapeuta: Isabel, no entiendo muy bien lo que está pasando. Llevas dos semanas practicando tú sola en casa
los ejercicios de exposición interoceptiva, pero no parece que este trabajo esté sirviendo para reducir
tus miedos.
Cliente: (con tono retador) Sí, así es. Yo estoy haciendo todo lo que tú me pides, pero no sirve para nada.
Terapeuta: («Vaya, hoy viene con el modo hostil. Extingo») Sí, yo también estoy preocupado. Dos semanas de
exposición interoceptiva tendrían que notarse en una importante mejora. Y como no sé a qué se debe,
lo que quiero pedirte es que hagas la exposición interoceptiva delante de mí, para comprobar que la
aplicas adecuadamente.
Cliente: (gritando) ¿Qué pasa? ¿Me estás llamando mentirosa?
Terapeuta: («Me equivoqué, no está en modo hostil, está en modo terminator, pero ella es así, no lo puede
evitar») No, Isabel, en absoluto. No te estoy llamando mentirosa, y si ha sonado así te pido perdón. Lo
que quiero es asegurarme de que usas la técnica adecuadamente.
Cliente: ¡Eso es llamarme mentirosa, y ya que estamos te diré que creo que no sabes lo que haces y que
estás dando palos de ciego conmigo! La otra psicóloga me permitía llamarla cuando yo quería y
además quedaba conmigo los fines de semana. Tú eres muy frío y pasas de mí.
Terapeuta: («Es mucho peor de lo que pensaba. Está fuera de control y además parece que la escalada va a
seguir subiendo. Este es un punto de no retorno. Voy a pararla ahora». Con entonación calmada y a un
ritmo ligeramente más lento del discurso habitual) Isabel, estás muy enfadada. Así no podemos
continuar. Necesito que te calmes. Respira profundamente y tómate un par de minutos para
tranquilizarte.
Cliente: ¡Que me calme! Cálmate tú. Creo que toda esta terapia no sirve de nada. Y que debería volver con
mi antigua psicóloga. Ahí te quedas. Me voy.
Terapeuta: («No tiene sentido insistir. Está demasiado enfadada»). Creo que te equivocas. Pero es tu decisión.
Medítalo y si decides volver, aquí estaré. Pero teniendo en cuenta que yo soy el terapeuta y tú la cliente.
Lo peor que se puede hacer en estos casos es intentar manejar esta situación con agresividad,
estableciendo una especie de duelo de caracteres. El terapeuta, ante cualquier tipo de
problema emocional, pero especialmente en enfado, no solo es el entrenador del cliente sino
también su modelo. Ciertamente, a veces es difícil no perder el control, pero es parte
importante de nuestro quehacer profesional doblegar nuestras emociones más intensas para no
perder el rol. Recomendamos practicar, practicar y practicar.
Sin embargo, como se ve en la transcripción terapéutica anterior, hay un punto de no
retorno en el comportamiento del cliente, que si lo cruza, no podemos limitarnos meramente a
extinguir. No se trata de aguantarlo todo, de ser humillado, y poner reiteradamente la mejilla.
Esa frontera puede ser variable para cada terapeuta, pero en cuanto hay comportamientos
groseros, descalificación personal o profesional, insultos, gritos, amenazas u otro tipo de
conductas agresivas, el terapeuta debe reaccionar de forma asertiva y contundente. No somos
un saco de boxeo, ni hermanitas de la caridad.
Hay otro tipo de escenarios terapéuticos en que el problema es diferente y exige también un
esfuerzo importante de autocontrol por parte del terapeuta, no tanto por el comportamiento del
cliente en sesión, sino por su comportamiento fuera de la sesión, en su vida real.
Nos referimos a aquellos casos en que el cliente actúa de una manera que la mayor parte de
los ciudadanos considerarían inmoral o incluso monstruosa. Maltratadores, delincuentes
sexuales, psicópatas, delincuentes violentos...
¿Qué hacer cuando tu cliente es un pedófilo? Lo primero, recordar que como terapeutas no
tenemos la obligación de aceptar a todos los clientes que llegan a consulta. Muchos terapeutas
noveles, después de formarse, incluso de la manera óptima, y con el entusiasmo que
caracteriza a los principios de la práctica terapéutica, aceptan todos los casos que les llegan.
Estamos convencidos de que hay que iniciarse en la práctica clínica de manera graduada. Al
principio, tratar casos teóricamente más sencillos, como trastornos de ansiedad, depresión o
problemas sexuales. Luego, aceptar casos más complicados como problemas de pareja,
trastornos de alimentación y trastornos de personalidad o adicciones. Y finalmente, llegar a
casos muy complejos, esquizofrenia, trastorno bipolar, delincuencia sexual, o agresores. Hay
dos razones para seguir esta línea progresiva en dificultad de tratamiento: en primer lugar, es
bueno practicar y llegar a dominar las técnicas en casos más sencillos, y en segundo lugar,
exponernos al dolor emocional de los clientes para crear una fortaleza personal, que nos
permita tener una posición lo más profesional posible.
Dicho esto, ni siquiera es obligatorio tras años de experiencia clínica, aceptar todo tipo de
casos. El terapeuta tiene derecho a decidir en qué áreas trabaja y en qué áreas no trabaja. ¡Uno
de los autores de este trabajo decidió hace muchos años no tratar parejas y, desde entonces, es
feliz!
En segundo lugar, si nuestro cliente es, por ejemplo, un pedófilo, lo que no va a funcionar
es ejercer un control de «boca hacia fuera». Es decir, que el terapeuta, ante el abusador de
niños, en sesión, dé una imagen de serenidad, control y empatía, la misma que daría ante otros
clientes, pero que, por dentro esté enfadado o incluso sienta odio por la conducta perversa del
cliente. Esto siempre acaba mal. Sin duda alguna, el trabajo se verá afectado, y además, el
profesional estará pagando un precio exorbitado con sufrimiento personal.
Solo hay una solución: perdonar. El terapeuta hará bien en pensar que el cliente, aunque
tenga comportamientos monstruosos, no es un monstruo. Es una persona que ha vivido
acontecimientos, experiencias, que le han llevado inexorablemente a ser como es. No eligió
libremente ser así. Y tampoco sabe cómo dejar de serlo. Es más, está aquí para intentar
cambiar. Como terapeutas tenemos una oportunidad de absoluto privilegio, podemos ayudarle
a cambiar. Como decía Albert Ellis, llegar a la aceptación incondicional.
Paco acude a consulta por recomendación de su abogado. Ha pasado un mes en prisión
preventiva, acusado de abusos sexuales sobre ocho menores. Sus variables del organismo nos
revelan a un hombre adaptado, es profesor en un colegio, con pareja estable, buenas
relaciones sociales y un nivel de inteligencia sobresaliente. Lo siguiente sucede en la primera
sesión.
Cliente: Estoy sorprendido por tu actitud.
Terapeuta: ¿Sorprendido? ¿A qué te refieres?
Cliente: Desde que toda esta pesadilla ha empezado, eres el primero que me trata con normalidad.
Terapeuta: ¿Cómo te han tratado?
Cliente: Fatal. El día que me arrestaron, los policías me trataron como si fuera una bestia, me insultaron, me
humillaron e incluso me llegaron a pegar.
Terapeuta: Vaya, pues sí que lo siento. ¿Y tu novia?
Cliente: Pues no muy bien. Parece que le doy asco y dice que se tiene que replantear la relación. Todo el
mundo me mira mal. Pero tú no. ¿Cómo lo haces? ¿Disimulas el odio que sientes por mí?
Terapeuta: No. Desde luego que no. Interpreto tu comportamiento sin utilizar filtros morales. No creo que la
razón por la que hayas abusado de diferentes niños sea la maldad.
Cliente: ¿No? ¿Y por qué lo hago? ¿O mejor dicho, por qué presuntamente lo he hecho?
Terapeuta: Veo que tu abogado ha hecho su trabajo, y te ha aleccionado a no admitir ningún delito. Pero, si te
parece, vamos a aprovechar esta circunstancia para clarificar cuál es mi trabajo. Yo no soy un juez, ni
un sacerdote, y en realidad, no me importa mucho si vas a la cárcel o no. Probablemente vas a ir, y
por unos cuantos años. Si demuestran tus delitos, eso es casi seguro. Mi trabajo es, si tú quieres,
enseñarte a librarte de esos deseos sexuales hacia niños, y conseguir tener una vida sexual saludable.
Cliente: (desvía la mirada hacia abajo. Largo silencio) ¿Y no te da mal rollo tratar conmigo?
Terapeuta: No. Aunque tus conductas me parecen inadmisibles, tú no eres solo tus conductas. Eres un ser
humano que seguramente por una compleja combinación de factores, has aprendido a sentirte atraído
por menores. No elegiste en un momento dado de tu vida ser como eres, en este aspecto. Desde mi
punto de vista, no tuviste elección. Ahora bien, que no haya confusiones, no estoy justificando o
quitándole importancia a lo que has hecho. Creo que eres responsable.
Cliente: Entonces, ¿puedes ayudarme?
Terapeuta: Sí, si tú realmente apuestas por la terapia. Por ejemplo, me vas a tener que contar con detalle qué
has hecho y confiar en mí. Porque si no eres claro, y honesto, y realmente no decides cambiar, no te
podré ayudar. Es más, si no veo esa actitud en ti, no aceptaré trabajar contigo.
CAPÍTULO 7
Terapia de Exposición
Una vez el cliente maneja la Terapia Cognitiva como estrategia de autocontrol es el momento
adecuado para introducir las técnicas de Exposición.
Recapitulando, hasta este momento, el cliente ha aprendido a bloquear la aparición de la
respuesta con las técnicas de Control de Estímulos, a pararla una vez en marcha con las
técnicas de Interrupción de la Respuesta, a reducir su activación fisiológica por medio de la
Relajación y a cambiar sus pensamientos negativos con la Terapia Cognitiva. De alguna
manera, todos estos recursos son defensivos, de autocontrol. Intentar, o que no aparezca el
enfado, bloquearlo en cuanto se activa, o modularlo y minimizarlo en los canales fisiológicos
y cognitivos. La Exposición significa un cambio de estrategia radical, contraatacar, pasar a la
ofensiva: afrontar voluntariamente situaciones provocadoras.
La Exposición tiene como objetivo fundamental romper el automatismo entre las
situaciones disparadoras y las respuestas de enfado.
Es crucial que el terapeuta responda a cualquier duda que el cliente plantee, o explique varias
veces puntos concretos del entramado teórico. La Exposición no puede imponerse, no
funcionará si el cliente acepta hacerla solo porque el terapeuta se lo pide. Tiene que entender
que es un ingrediente necesario para la eficacia del tratamiento.
Una idea incorrecta muy habitual entre terapeutas a la hora de aplicar exposición es que tiene
que ejecutarse de una manera perfecta. Casi nunca es así. Especialmente en los primeros
ensayos. Es inevitable que, de pronto, el cliente se desconecte de la escena o que aparezcan
pensamientos distractores, o que use alguna conducta de escape. Que suceda este tipo de
accidentes no invalida la eficacia de la sesión. Simplemente el terapeuta identifica el
problema y da instrucciones directas para corregir el error, y la sesión continúa.
Los siguientes pasos serán insistir con la Exposición guiada por el terapeuta de la misma
escena y pasar a autoexposición en cuanto el cliente esté preparado. Superado un ítem, se
continua con el siguiente de la misma forma.
4. Otros usos creativos de la Exposición para enfado. A continuación, presentamos una serie
de estrategias, variantes de la exposición, que a pesar de no haber sido validadas
empíricamente, las hemos usado en nuestra práctica clínica con muy buenos resultados. En
realidad, son maneras creativas de aumentar el grado de Exposición a las situaciones
disparadoras por parte del cliente.
• Exposición «enlatada»
Casi todo el mundo, y especialmente los clientes con enfado excesivo, posee una serie de
experiencias cotidianas impersonales que provocan enfado en diversos grados.
Lo que hemos bautizado como «Exposición enlatada» consiste precisamente en sacar
partido a esta debilidad: utilizar este tipo de escenarios como un poderoso medio de
exposición. Una de sus virtudes es que muchas veces tenemos incluso un control casi perfecto
de la duración de la situación o incluso de la aversividad de la situación.
Estos son algunos ejemplos de las situaciones que más hemos utilizado.
¿En el tratamiento del enfado existe un espacio para el entrenamiento de las habilidades
sociales?
La respuesta de todos los autores que han trabajado en el tema es sí (Kassinove y Tafrate,
2002; DiGiuseppe y Tafre, 2007). La literatura científica evidencia que todos los protocolos
de tratamiento que han demostrado su probable eficacia incluyen el ingrediente de habilidad
social.
Sin embargo, nuestro consejo es ligeramente diferente. Creemos que hay que entrenar en
habilidades sociales al cliente en aquellos casos en que la evaluación evidencia que,
efectivamente, no poseen un repertorio de habilidad social suficiente para manejar
interacciones sociales disparadoras. De forma más directa, ¿una vez eliminado el exceso de
enfado, el cliente podrá afrontar de manera competente una determinada situación social? Si la
respuesta es sí, no necesitaría entrenamiento adicional en eficacia social. Si la respuesta es no,
sería un ingrediente imprescindible.
No es diferente al criterio que utilizamos en la toma de decisiones para el tratamiento del
trastorno por ansiedad social (Pastor y Sevillá, 1999). Si el sujeto es hábil socialmente, el
tratamiento se centra en la reducción de la ansiedad: Terapia Cognitiva y Exposición; y si no
lo es, antes de la aplicación de esas técnicas, incluimos un protocolo de habilidades sociales.
Antes de la aplicación de las técnicas de Exposición in vivo e in vitro. Sería un error técnico
importante pedirle al cliente que afrontara situaciones disparadoras de interacción social
conflictiva, aun cuando hubiera reducido el nivel de enfado que le producen, sin saber
manejarlas conductualmente, en términos de competencia social. Si el cliente no tiene las
habilidades sociales mínimas, aunque la emoción esté bajo control, no sabrá cómo
comportarse en la situación. Son dos objetivos diferentes. El primero sería doblegar el enfado
excesivo. Y el segundo, aprender un comportamiento eficaz alternativo. Desafortunadamente,
si el cliente no tiene los requisitos sociales necesarios, conseguir el primer objetivo no lleva
automáticamente al segundo.
Un ejemplo claro es una situación de defensa de derechos de consumidor. Una reclamación
en un comercio. Aunque el cliente ya tenga control sobre su enfado, necesitará además saber
cómo pedir que le devuelvan el dinero o que le cambien el producto defectuoso. Si no, lo más
probable es que surja una recuperación espontánea de su original repertorio conductual
anterior: los comportamientos agresivos.
Clínicamente, la respuesta es muy sencilla: aquellas de las que el cliente carezca (ver tabla
resumen). Sin embargo, en la literatura científica sobre el enfado (Kassinove y Tafrate, 2002)
se ha dedicado más atención a dos tópicos: hacer críticas y recibir críticas. La lógica parece
irrefutable. Estos dos tipos de situaciones, incluso para la gente sin problemas de enfado, o
también para personas con una gran habilidad social, además de la inevitable ansiedad, suelen
generar un cierto grado de enfado. Con lo que parece razonable dedicarles especial atención.
Sin embargo, desde nuestra experiencia clínica no es raro que las personas con enfado
patológico también se desborden en otras situaciones clásicas de asertividad, como hacer
peticiones y decir no. Lo mismo podría suceder en el campo de la defensa de derechos de
consumidor y en el de expresar o mantener opiniones.
Tampoco deberíamos olvidar evaluar las habilidades sociales de expresar y recibir
sentimientos positivos. Como terapeutas, el objetivo siempre es mejorar la calidad de vida de
los clientes. Y aunque probablemente no haya una relación directa entre aprender a expresar y
recibir positivo y tener mayor control sobre el enfado, sí que la hay con tener mejores
relaciones sociales. Así pues, es habitual que incluyamos en el entrenamiento estos dos
tópicos.
Otras técnicas
En este apartado, revisaremos otras técnicas utilizadas en el tratamiento del enfado patológico.
Dos de ellas, clásicas, la terapia de Resolución de Problemas y el entrenamiento en
Inoculación de Estrés, y otra reciente y novedosa, perteneciente a las llamadas terapias de
tercera generación, el Mindfulness.
Resolución de problemas
En nuestra experiencia las personas con enfado patológico pueden adolecer de cualquiera
de estas actitudes.
Tienden a catastrofizar ante la presencia de cualquier problema. Sobre todo, aquellos que
dirigen el enfado hacia el mundo, hacia el devenir de los acontecimientos. Cuando tienen que
afrontar un evento desafortunado, se enfadan con el mundo evaluándolo como injusto e
inadecuado.
Suelen procesar muchas situaciones problemáticas como irresolubles, y además, tienen
serios problemas para entender que en ocasiones, la solución implica la autorregulación
emocional. Este déficit se ve muy claro en aquellas personas amargadas, rencorosas, por
alguna situación pasada que en términos prácticos no pueden cambiar, y no se les ocurre que
controlar la emoción que les consume podría ser una excelente solución.
Su forma de reaccionar ante los problemas suele ser el enfado y la agresividad, y, a pesar
de que el desenlace muchas veces no es bueno, son muy reacios a ver otras opciones. Se
quedan en bucle, sin investigar otras alternativas para solucionar la situación problemática.
Las personas con enfado patológico son impulsivas. Es comprensible. Evolutivamente el
proceso de enfadarse tiene que ser muy rápido puesto que, de la velocidad en la reacción, va a
depender la supervivencia.
Por último, muchos sufridores de enfado excesivo tienen grandes dificultades para detectar
no solo sus sensaciones de enfado sino para discriminar en la conducta del interlocutor que
están en una situación problemática de antagonismo.
5. Puesta en marcha y verificación. Una vez elegida la mejor alternativa, hay que diseñar su
puesta en marcha. La forma de hacerlo es definir conductualmente, paso a paso, lo que hay que
hacer para implementarla. En ocasiones, una buena solución falla porque no se ejecuta de la
forma adecuada.
Otro aspecto relevante de este último estadio es ir por delante, y saber si la persona posee
las habilidades necesarias para dar esa serie de pasos consecutivos con que se ha definido la
puesta en marcha de la solución elegida. En general, el principal escollo suele ser el déficit de
habilidades sociales y en el caso del enfado, más especialmente. Sobre todo en las
habilidades de expresar y recibir críticas. Es, por eso, que en muchos casos, el tratamiento
conlleva un entrenamiento específico en el tema.
Una vez la persona ha actuado, tiene que evaluar el resultado. Si es satisfactorio, el
proceso acaba aquí, y si no, habría que revisar en orden decreciente dónde se ha cometido un
error: ¿hubo problemas en la ejecución de la alternativa elegida?, ¿hubo problemas en la
evaluación de las alternativas?, ¿hubo algún error en la generación de alternativas?, ¿y en la
definición?
Inoculación de Estrés
Mindfulness
En la mayor parte de los casos de enfado patológico no hay una consciencia clara de
problema. Lo que supone una dificultad, no ya para el tratamiento, sino para la propia
evaluación. Veamos el ejemplo de Jacobo y cómo transcurren los minutos iniciales de la
primera entrevista.
Terapeuta: Muy bien, Jacobo, ahora que nos conocemos, ¿en qué puedo ayudarte?
Cliente: ¿Ayudarme? No creo que necesite ayuda.
Terapeuta: Vaya, esto no es lo habitual. Normalmente la gente viene a terapia porque está sufriendo y quiere
ayuda. Si no es este el caso, ¿por qué estás aquí?
Cliente: Por mi mujer. Me ha dado un ultimátum. O vengo a un psicólogo o me deja. Y aquí estoy.
Terapeuta: ¿Y por qué crees que ella te ha dicho eso?
Cliente: Porque dice que tengo muy mal genio y le amargo la vida.
Terapeuta: ¿A qué se refiere exactamente? ¿Qué se supone que tú haces para que ella te haya dicho esto?
Cliente: Pues que tengo mucho carácter y, a veces, tengo un pronto muy fuerte.
Terapeuta: ¿A ti no te parece un problema?
Cliente: No, para nada, mi padre era igual que yo, y mi madre no tuvo ningún problema en aguantarlo toda su
vida. Además, tampoco es para tanto.
Terapeuta: Entiendo.
Un escenario similar a este aunque en cada caso diferente, es lo que vamos a encontrar en la
mayoría de las personas que vemos en terapia. Así pues, la respuesta inevitable a la pregunta
inicial es: casi siempre usaremos técnicas de aumento de consciencia del problema, como las
descritas en el primer apartado del capítulo 3, y además, probablemente, ya desde la primera
sesión.
En aquellos casos en los que la persona solo se da cuenta de su estado de enfado cuando la
intensidad es tan alta que ya está en un punto de no retorno y ha perdido el control. Es el caso
de Amalia, que cuenta de esta forma su enfado.
Terapeuta: Amalia, cuéntame por favor la última vez que te hayas enfadado.
Cliente: Ayer mismo. Como ya te he dicho, soy supervisora de enfermería, y ayer me enfadé con una de las
chicas.
Terapeuta: ¿Una de las chicas?
Cliente: Sí, bueno, una de las enfermeras que está a mi cargo.
Terapeuta: Claro, perdona, ¿cómo fue?
Cliente: Pues nada, hizo mal otra vez una cosa que le he dicho cien veces cómo tiene que hacer. En realidad
una tontería, pero me enfureció.
Terapeuta: ¿Qué pasó?
Cliente: Fue superrápido. En cuanto vi que había rellenado mal el estadillo, ya me oí a mí misma gritándole.
Terapeuta: ¿No notaste nada antes?
Cliente: ¿Como qué?
Terapeuta: Sensaciones que te enviaba tu cuerpo, algún pensamiento...
Cliente: Sí, pero cuando ya estaba gritándole.
Terapeuta: Vale. ¿Suele ser así de rápido siempre?
Cliente: Sí, sí. Desde que era una niña.
Estas técnicas son absolutamente imprescindibles en aquellos casos en que los estallidos de
enfado son tan severos que incluyen violencia, física o verbal. Un error terrible que no debería
cometerse es confundir un problema de enfado con un problema de violencia de género. En
cuanto se detecte un patrón de maltrato psicológico o físico, las sirenas deben activarse y
poner en marcha un protocolo de maltrato (Echeburúa y Corral, 1998; Labrador, Rincón, De
Luis y Fernández-Velasco, 2004).
En aquellos casos que sean únicamente de enfado excesivo, el control de estímulos es
especialmente útil cuando hay muchas variables preenfado. Es decir, cuando el cliente esté
sometido a una serie de factores físicos, ambientales o psicológicos, que le ponen en un estado
de irritabilidad muy proclive al enfado. Estaría en una situación de alto riesgo constante hasta
que la influencia de estos elementos desaparezca. El ejemplo más habitual es una persona que
ya ha sufrido varios enfados en un periodo corto de tiempo y, aunque se las ha arreglado para
ejercer control sobre ellos, no exteriorizando conductas agresivas, se siente muy activado. Y
esa noche tiene una cena familiar con el cuñado que le saca de quicio.
Una situación idónea para utilizar técnicas de interrupción de la respuesta, pero también
control de estímulos, se da en los casos donde la relación entre el sujeto que sufre de enfado y
su interlocutor está muy deteriorada, o bien en el terreno personal, pareja y familia, o en un
terreno más práctico, trabajo. Aquí, desde el punto de vista de las consecuencias reales de un
enfado más, lo que hay en juego no es solo la pérdida de control, sino la ruptura de una
relación de pareja o la pérdida de un trabajo.
En el campo de la Terapia de Parejas, estas técnicas se aplican con el objetivo de controlar
las «escaladas aversivas» (Jacobson y Christensen, 1996).
Cliente: Al final, acabamos gritando los dos. Y faltándonos al respeto.
Terapeuta: ¿Qué quieres decir?
Cliente: Que nos insultamos y nos decimos cosas que sabemos que nos van a herir.
Terapeuta: Sí. Llegados a ese punto no es raro ese tipo de comportamientos. ¿Sabes qué pasa? Que el enfado
y la agresividad se «contagian». Es muy difícil cuando en una interacción, uno de los dos se desborda
y se pone agresivo, que no le suceda lo mismo a su interlocutor. En este caso, tu mujer. Esto es lo que
en el campo de las parejas llamamos «escalada aversiva».
Cliente: ¿Y cómo se controla?
Aunque todavía no hay evidencias tan sólidas como nos gustaría, realmente hay pocos estudios
del uso sistemático de la Exposición en enfado patológico, creemos que el futuro va en esa
dirección. Esta conclusión se basa en la naturaleza del enfado, y su proximidad como emoción
básica a la ansiedad. Aun así, pensando en los clientes que hemos tratado, nos resulta difícil
pensar que pudieran haber aceptado hacer exposición sin una fase previa de Terapia
Cognitiva.
Como norma general, usamos Exposición en todos los casos, pero a mayor intensidad de la
conducta agresiva, mayor graduación en el ritmo de la Exposición. Esta idea de progresión no
solamente es aplicable a la jerarquía de los ítems sino también a la modalidad de Exposición.
Aconsejamos empezar con exposición imaginada, pasar a continuación a la in vitro y solo
llegar a la in vivo cuando el cliente no solo tiene sensación de autocontrol sino de
autoeficacia.
Cliente: Da igual lo que haga, el que pierde siempre soy yo.
Terapeuta: Explícame más eso.
Cliente: Sí, que cuando estoy muy enfadado, o bien para no pasarme, me voy y se me queda un mal rollo
dentro que me dura horas y acabo con diarrea, o bien, exploto, que es lo que me pide el cuerpo y lo
único que me relaja, pero luego tengo ahí a mi mujer de morros tres o cuatro días.
Terapeuta: Ya veo.
Cliente: O me quedo yo hecho polvo o mi mujer me amarga tres o cuatro días. Siempre pierdo yo.
Cuando el sujeto, además de ser desbordado por una intensa emoción, carece de las
habilidades sociales mínimas para poder afrontar la situación disparadora con éxito.
El criterio usado es el mismo que en la fobia social: si la persona no solo sufre de una
intensa ansiedad social, sino que no es competente en términos de repertorio conductual, antes
de tratar la ansiedad social, lo dotaríamos de las habilidades sociales necesarias (Sevillá y
Pastor, 2003).
Terapeuta: ¿Alguna vez, ya sintiéndote enfadado con tu hijo, has probado a decirle lo que te molesta de una
manera tranquila?
Cliente: ¿Cómo tranquila?
Terapeuta: Podemos estar enfadados y aun así decir las cosas que nos molestan de una forma clara, directa
pero sin gritar, ni perder el control.
Cliente: Jamás. No sabría hacer eso. Si tengo que decir algo que no me gusta, o no lo digo, o si lo digo, lo
suelto bruscamente. Como dice mi marido, no soy diplomática. Y aunque tenga razón, la pierdo.
Como suele ocurrir en casos con una cierta complejidad, lo habitual en enfado patológico es
que acabemos usando la mayoría de las técnicas. Sin embargo, lo que creemos que diferencia
una buena práctica profesional de una mera aplicación mecánica de las técnicas, incluso
sustentada en las evidencias experimentales, es una cuidadosa elección de qué técnicas usar y
su orden exacto para cada caso.
CAPÍTULO 9
Sobreexposición
A Pepa, profesora universitaria, liberal, feminista y defensora de la cultura y la intelectualidad, se le pidió que
durante ocho semanas viera programas amarillistas o de prensa rosa tipo Mujeres, hombres y viceversa.
Siguiendo con la idea de conseguir un cambio filosófico profundo, hemos diseñado esta
técnica. Le pedimos al cliente que elija un acontecimiento histórico de un pasado remoto o
reciente. Un evento que haya calificado como injusto, inmoral, o incluso imperdonable. Por
ejemplo, el holocausto nazi, los atentados del 11-S o del 11-M, el macabro trabajo de un
asesino sistemático, o una trama de corrupción política.
Como la mayor parte de los ciudadanos, el cliente habrá juzgado estos hechos a través de
un tamiz moral. De lo que se trataría ahora es de reinterpretar el comportamiento de las
personas protagonistas de esos momentos históricos de manera realista: perturbación
emocional, culturas y educaciones diferentes, variables económicas, factores históricos...
Es más de lo mismo. Una excusa para seguir practicando Terapia Cognitiva, una nueva
ocasión para perdonar, intentando encontrar la auténtica explicación de esas conductas
malvadas.
Terapeuta: Entonces, finalmente, has elegido el ataque terrorista del 11-M en Atocha.
Cliente: Sí. Eso me afectó muchísimo porque tengo un amigo en Madrid que ese día tenía que coger ese tren
y, por pura casualidad, no lo cogió. Seguramente eso hizo que salvara su vida.
Terapeuta: Vaya. Realmente estremecedor. Debió de ser un momento muy duro. ¿Cómo lo has juzgado durante
todo este tiempo?
Cliente: Pues te lo puedes imaginar. Fatal. Los tipos que lo hicieron merecerían ser exterminados, pero
además de la peor forma posible.
Terapeuta: Entiendo. Vamos allá. ¿Cómo podríamos explicar este comportamiento atroz de una manera distinta
a la maldad? Acuérdate, no es disculparlos. Tan solo entenderlos.
Cliente: Me cuesta mucho. Esto es otro nivel. No tiene nada que ver con mi suegro.
Terapeuta: De eso se trata. De hacerte aún más fuerte. Venga...
Cliente: Pues supongo que ellos creían que estaban haciendo lo correcto.
Terapeuta: ¿Y cómo es eso posible?
Cliente: Porque al parecer, ellos creen que esa es la forma adecuada de luchar por sus ideas.
Terapeuta: Sí, seguro. Pero la acción no deja de ser terrible.
Cliente: Me imagino que para poder hacer algo así les tienen que lavar el cerebro desde pequeños.
Terapeuta: ¿Cómo podrían hacer esto?
Cliente: Pues contándoles que Occidente es el mal, que Estados Unidos y Europa los queremos exterminar,
y que estamos librando una guerra a muerte.
A una escala menor, se podría hacer lo mismo con famosos de la vida pública que hayan sido
protagonistas de conductas poco éticas: plagiar un libro, defraudar a Hacienda, abusar de un
cargo público, protagonizar un escándalo sexual, etcétera.
Percibir lo positivo
A lo largo de este trabajo, en diferentes ocasiones, se ha descrito el enfado excesivo como una
actitud. Una actitud de estar en guerra con el mundo y/o con los demás. Desde ese punto de
vista, todo es peligroso, amenazante, injusto, inadecuado, defectuoso, o erróneo. Y a modo de
abstracción selectiva generalizada, cuanto más se permanece en esta postura, más sensibilidad
se desarrolla para seguir procesando las cosas de esta manera. Esta estrategia consistiría en
cambiar el foco de atención. Pedirle al cliente que de ahora en adelante intente hacer lo
contrario. Centrarse en lo positivo.
Para cada caso será diferente. Por ejemplo, si a alguien le perturba particularmente la
incompetencia profesional, deberá registrar cada vez que observa a alguien haciendo bien su
trabajo. O si lo que más le altera son las situaciones que parecen injustas, deberá centrarse en
encontrar circunstancias cuyo desenlace es justo. Si otra persona se irrita especialmente ante
las mentiras y la deshonestidad, su objetivo deberá ser encontrar actuaciones sinceras y
honestas.
Juan tiende a molestarse mucho con la gente que hace mal su trabajo. Palabras textuales:
«Me fastidia mucho la incompetencia, la falta de amor al trabajo y la holgazanería». Una
situación disparadora de Juan es ir a cenar a un restaurante.
Terapeuta: Bien, Juan. Si te parece bien, podemos empezar a practicar esta nueva forma de ver el mundo, en
un tipo de situaciones que ha aparecido mucho a lo largo de nuestro trabajo. Cuando vas a un
restaurante o un hotel, y ves que la gente no da la talla.
Cliente: Ya, pero es que no la dan. Siempre hacen algo mal.
Terapeuta: Sí, seguro, las personas fallamos. Mucho...
Cliente: Pues eso, ¿qué quieres que haga, que me vende los ojos?
Terapeuta: Bueno, una parte importante del trabajo ya la estás haciendo: explicar esos fallos de otra manera.
Cliente: Sí, es verdad. Y estoy menos amargado.
Terapeuta: ¡Claro! Pero ahora quiero que añadamos otro elemento. Quiero que tu punto de mira se traslade de
«todo-lo-que-hacen-mal» a «todo-lo-que-hacen-bien».
Cliente: ¿Qué quieres decir?
Terapeuta: Este fin de semana, cuando salgas a cenar, lo que quiero que hagas, desde que entres hasta que
salgas del restaurante, es que busques todo lo que esté bien: comportamiento del personal, limpieza,
ambiente, calidad de la comida, y además que lo comentes con tu mujer o con quien te acompañe.
Cliente: ¿Y si no encuentro nada positivo?
Terapeuta: Eso solo podría significar una cosa: que tu exigencia es demasiado alta. Bien, significa adecuado;
en una escala de 1 a 10, por encima de 6. No 10.
Cliente: Pero eso es muy subjetivo, ¿no?
Terapeuta: Sí, desde luego. Pero creo que me entiendes.
Cliente: Sí, creo que sí.
Como Marlatt y Gordon (1984) decían, una manera indirecta, pero irrenunciable, de prevenir
las recaídas es tener una vida satisfactoria. El enfado no es una excepción a esta regla. Si la
persona, una vez superado el problema, tiene una vida teñida de gris, es más probable que se
reinstalen los viejos patrones de comportamiento.
En la práctica real, nos hemos encontrado con dos patrones más frecuentes de estilos de
vida proenfado. Uno dominado por la ansiedad, en formato de estrés, y el otro, por el bajo
estado de ánimo, sin necesariamente llegar a la depresión. No son incompatibles, es más, los
solemos encontrar unidos.
Reducir el estrés
En la mayoría de los casos, el estrés proviene de una mala relación con el trabajo. Trabajar
demasiado y de una manera poco eficiente.
La intervención en el área del trabajo (Pastor y Sevillá, 2013) suele tener los siguientes
objetivos: reducir el tiempo de trabajo, aprender a delegar y a organizarse mejor.
Para reducir el tiempo de trabajo, a menudo hay que cambiar ideas contraproducentes
sobre el área, tipo: «cuantas más horas trabaje, mejor», «tengo que dar ejemplo llegando el
primero y saliendo el último», «soy mejor cuantas más horas trabajo». El objetivo del
terapeuta mediante el diálogo socrático será que el cliente llegue a la conclusión de que lo que
importa no son las horas que se está en el trabajo, sino los resultados que se obtienen. Lo ideal
sería conseguir un proporción óptima entre horas trabajadas y resultados conseguidos;
aumentar la eficiencia.
Aprender a delegar también es una habilidad que hay que entrenar en muchos casos.
Estamos hablando de personas con estilos perfeccionistas, de estructura obsesivo-compulsiva
que tienen la necesidad de controlar, supervisar o incluso hacer tareas que no son
estrictamente suyas. El resultado inevitable es la sobrecarga de trabajo. Una vez más, la
Terapia Cognitiva, enfatizando especialmente en los experimentos conductuales, resulta de
gran ayuda para flexibilizar su sistema de creencias. «Si no lo hago yo, no está perfecto», «yo
lo hago mejor», «no puedo confiar en nadie para las cosas importantes».
Para organizarse mejor, la persona tiene que aprender a utilizar la agenda de una manera
sistemática. Es sorprendente ver cómo muchos de ellos no usan agenda. Improvisan y cambian
de plan anárquicamente. El objetivo es enseñarles a dividir las tareas en diferentes categorías
según su prioridad, en elaborar el plan de trabajo para cada jornada y seguirlo.
Este objetivo terapéutico lo solemos empezar haciendo una pregunta de difícil respuesta al
cliente: «¿Qué es la felicidad para ti?». Intentamos guiarle hacia una nueva definición de
felicidad más operativa y conductual de lo que la gente suele responder.
Terapeuta: ¿Qué es la felicidad para ti?
Cliente: Vaya pregunta...
Terapeuta: Replanteo la pregunta. ¿Cuándo ha sido la última vez que te has sentido feliz?
Cliente: Esquiando con mi familia y amigos.
Terapeuta: Muy bien. Fuiste «feliz» haciendo una actividad divertida que te hacía sentir feliz.
Cliente: Sí, supongo.
Terapeuta: Perfecto. Ahí es donde quiero llegar. Tenemos momentos felices haciendo lo que nos hace disfrutar.
Cliente: Sí, sí.
Terapeuta: Luego, una persona más feliz es una persona que tiene más momentos felices ¿no?
Cliente: Está claro.
Terapeuta: Entonces ¿te parecería razonable intentar asegurarnos cada día aunque sea unos pocos momentos
de felicidad?
Cliente: Claro.
A partir de ahí, el terapeuta y el cliente acuerdan una cantidad mínima de refuerzo positivo.
Este mismo concepto aplicado al área del trastorno bipolar lo denominamos programa de
actividades de sostén (Sevillá y Pastor, 2009). Entendiendo como sostén un número de
actividades agradables, variable de persona a persona, pero que todos necesitamos para
mantener estable nuestro estado de ánimo.
Vivir el momento
HISTORIA PERSONAL
CUESTIONARIO BIOGRÁFICO
Nombre: _________
Dirección: _________
ANÁLISIS FUNCIONAL
1. RESPUESTA
Describa con sus propias palabras su problema principal: _________
Cuando se siente mal, ¿qué suele pensar o imaginar?_________Cuando se siente mal, ¿qué hace usted? _________
Rigidez-tensión en el cuerpo, flojedad, temblores, taquicardia, calor, sudor, rubor, sofoco, dificultades para respirar, sensaciones
en el estómago, vómitos, arcadas, sequedad de boca, dificultades para tragar, mareos, insomnio, falta de apetito, cansancio,
sueño excesivo, disminución del deseo sexual, dolores de cabeza, colitis, ganas de orinar, llanto, ideas de suicidio, pensamientos
que le resulta difícil controlar, intentos de suicidio, problemas sexuales, económicos, de pareja, celos, enfados, nerviosismo-
ansiedad, miedo, pánico, depresión, delirios, alucinaciones, dificultades con el alcohol, tabaco u otras drogas, problemas de
relación con los demás, sensación de culpa, de inutilidad, de fracaso, desesperanza ante el futuro, timidez, tartamudeo,
problemas con sus hijos o familiares, dificultades para expresar lo que siente, problemas de comunicación.
2. ESTÍMULOS
¿En qué situaciones se presenta su problema? _________
¿Dónde? _________
¿Ante qué personas? _________
¿Hay alguna sensación corporal que hace que aparezca el problema? _________
3. CONSECUENCIAS
¿Cuándo y cómo desaparece el malestar? _________
Describa secuencialmente, paso a paso, la última vez que sufrió el problema que le trae a consulta: _________
4. ORGANISMO
• HISTORIA DE APRENDIZAJE
¿Recuerda alguna circunstancia que coincidiera con el inicio del problema? _________
• ESTILO PERSONAL
Profesión: _________
Estudios _________
• HABILIDADES PROPIAS
¿Tiene una buena capacidad de imaginación? _________ ¿Sabe usted relajarse? _________
¿Cómo? _________
¿Le resulta fácil expresar a otras personas lo que usted piensa o siente? _________
¿Utiliza alguna estrategia para distraerse cuando quiere dejar de pensar en algo? _________
• VARIABLES BIOLÓGICAS
Nombre de los medicamentos que está tomando (incluyendo psicofármacos, anticonceptivos, vitaminas o cualquier otro)
_________
¿Toma alguna droga (incluido alcohol y tabaco)? _________ Frecuencia y cantidad: _________
¿Cree usted que lleva una dieta equilibrada? _________ ¿Por qué? _________
¿Hace ejercicio físico con regularidad? _________ Cuál y frecuencia semanal: _________
• HABILIDADES DE AFRONTAMIENTO
¿Qué intenta hacer usted para sentirse mejor cuando se presenta el problema? _________
• TRATAMIENTOS ANTERIORES
• SISTEMA DE REFUERZOS
¿Cuáles son sus aficiones, hobbies, actividades preferidas? Ordénelas por preferencia: _________
• PERSONAS SIGNIFICATIVAS
¿Qué cualidades cree que tiene que tener un buen psicólogo? _________
¿Hasta qué punto está usted dispuesto a trabajar por la terapia? _________
5. OTROS PROBLEMAS
Describa otras áreas-problema de su vida que no hayan aparecido. Indique hasta qué punto le afectan _________
6. VIDA COTIDIANA
Describa, paso a paso y con horario, cómo es un día normal de entre semana: _________
7. COMENTARIOS
Si quiere añadir algo que le parezca importante y que no haya salido o que desee insistir más en ello, coméntelo: _________
APÉNDICE 2
ENTRENAMIENTO
EN HABILIDADES SOCIALES
Manual del terapeuta
(Juan Sevillá y Carmen Pastor, 1995)
EVALUACIÓN
La evaluación se habrá llevado a cabo en formato individual, decidiéndose la inclusión de cada cliente en el grupo.
El criterio básico es que, como problema principal, los clientes posean un déficit importante de habilidades sociales, aunque
después hayan desarrollado un componente elevado de ansiedad social.
También pueden incluirse en el grupo (aunque sería menos adecuado) clientes cuyo problema principal fuese fobia social. En
este caso, estarían en el grupo a modo de terapia de Exposición.
Antes de iniciar el entrenamiento en grupo, individualmente, cada cliente debe haber recibido la explicación pormenorizada
de su hipótesis.
PROGRAMA GENERAL
Sesión Objetivos
17.ª, 18.ª Se pueden añadir todos los tópicos que se crea conveniente para cada grupo: entrevistas de trabajo, ligar...
y restantes
Seguimiento
El orden de las sesiones puede, y debe, cambiarse según las características concretas del grupo.
ENTRENAMIENTO
EN HABILIDADES SOCIALES
SESIÓN 1
OBJETIVOS
El terapeuta explica quién es y da ciertos datos acerca de su cualificación profesional. (Esta parte es innecesaria si es él/ella
mismo quien ha hecho la evaluación individual de cada cliente).
El terapeuta pide y anima al grupo a que cada uno se presente diciendo quién es, y a qué se dedica (incluso en el caso de que
esto sea una situación ansiógena). Se refuerza la intentona, incluso si no ha sido muy satisfactoria.
• Todos tenemos en común problemas en situaciones sociales; la explicación tiene que ver (como ya sabéis) con aprendizaje
inadecuado o no aprendizaje.
• Esto es terapia «en grupo» y no «de grupo» (Ayuda de otras personas y Exposición).
• Estructura de cada sesión:
— Pequeña introducción teórica de la nueva habilidad.
— Práctica en grupo.
— Trabajo específico de situaciones de cada uno hasta que: no haya ansiedad (o enfado), se cumplan los objetivos
propuestos, y la ejecución sea exteriormente adecuada.
Para ello usaremos explicaciones, modelos, aproximaciones sucesivas, y a veces, vídeo.
* Resaltar que es posible que en algunas sesiones no trabajemos situaciones de cada uno de los miembros del grupo. Estos
tendrán prioridad en la próxima sesión, pero recordar que no solo aprendemos a ser más hábiles cuando practicamos nuestras
situaciones personales, sino también cuando observamos a otros y participamos en sus escenificaciones.
* Pedir a los miembros del grupo que vengan a sesión con un cuaderno y un bolígrafo.
4. Ejercicios de desinhibición
Realizarlos solo en caso de que no sean altamente aversivos, y siempre en formato de exposición (no acabar hasta que haya
una sustancial reducción de la ansiedad).
* Graduar el orden según las características del grupo. Por supuesto, los ejercicios son solo indicativos. Lo ideal es diseñarlos
para cada grupo.
ENTRENAMIENTO
EN HABILIDADES SOCIALES
SESIÓN 2
OBJETIVOS
1. Iniciar conversaciones
Hay muchas formas hábiles de empezar una conversación, quizás las más fáciles y eficaces sean:
• Hacer un comentario impersonal sobre la situación: «qué frío hace», «este autobús siempre se retrasa», «qué música más
bonita»...
• Decir algo reforzante para el/la otro/a, aunque poco íntimo: «qué camisa más bonita»... seguido de una pregunta abierta:
«¿verdad?», «¿dónde te lo has comprado?».
La primera forma es más adecuada para personas que no conocemos de nada, y la segunda para personas a las que conocemos
superficialmente (de vista), o más a fondo.
Gestos Usar las manos para apoyar el mensaje; gestos fluidos, circulares y sin movimientos innecesarios (frotarse las
manos, tocarse la cara o pelo, rascarse...).
2. Presentación
El terapeuta explica y modela la forma de presentarse diferenciando un estilo más formal de otro más informal:
• FORMAL: mirar a los ojos, sonreír, acercarse, dar la mano con firmeza y decir expresiones como: «Me llamo..., mi nombre
es...», seguido de: «¿Cómo está usted?», «Encantado/a de conocerle/a», «Es un gran placer/honor ...», «Mucho gusto en...».
• INFORMAL: Mirar a los ojos, sonreír más claramente, acercarse un poco más, dar la mano o un beso y decir frases como:
«Soy...», «Me llamo...», seguido de: «¿Qué tal estás?», «¿Cómo te va?»...
* Explicar que en situaciones informales, uno/a se presenta después de haber empezado a hablar, y que en situaciones formales,
antes de haber empezado a hablar.
* Resaltar la importancia de la comunicación no verbal.
3. Ejercicios
1. Practicar iniciar conversaciones y presentarse, frente al espejo (centrándose en la parte no verbal) entre 15/20 minutos
diarios imaginando que están en una situación real concreta (variar las situaciones).
2. Iniciar dos conversaciones presentándose ante una persona conocida de vista y otra desconocida.
ENTRENAMIENTO
EN HABILIDADES SOCIALES
SESIÓN 3
OBJETIVOS
0. Corregir tareas.
1. Practicar iniciar conversación.
2. Practicar presentación, formal e informalmente.
3. Tareas para casa.
EJERCICIO; tomar las tareas (iniciar conversaciones) y practicarlas formalmente. Utilizar un sistema circular: una situación de
cada miembro del grupo hasta que se haya representado una situación de cada uno, y si hay tiempo se inicia de nuevo la ronda.
2. Practicar presentación
SESIÓN 4
OBJETIVOS
0. Corregir tareas.
1. Aprender a mantener conversaciones.
2. Tareas para casa.
1. Mantener conversaciones
El terapeuta explica al grupo que algo tan aparentemente complicado como mantener una conversación puede dividirse en una
serie de subhabilidades más concretas:
• Conducta no verbal: contacto ocular, sonrisa, expresión facial y gestos de las manos.
• Hacer preguntas.
• Parafrasear.
• Autorrevelar.
• Ceder y tomar la palabra.
• Cambiar de tema.
• HACER PREGUNTAS
Para iniciar y mantener conversaciones conviene empezar por preguntas circunstanciales e ir ascendiendo en grado de intimidad
y si es posible, llegar, a grados íntimos.
• PARAFRASEAR
Consiste en repetir las últimas palabras que ha dicho el interlocutor, exactamente, o añadiendo algo más, como por ejemplo una
pregunta.
EJERCICIO: Por parejas uno/a cuenta una historia (una película, una experiencia personal,...) y el otro/a parafrasea y pregunta.
2. Tareas para casa
1. Iniciar y tratar de mantener al menos 5 minutos un mínimo de 4 conversaciones, tratar de hacer muchas preguntas y
parafrasear ante la respuesta.
2. Leer el periódico cada día preparando a diario varios temas de actualidad.
ENTRENAMIENTO
EN HABILIDADES SOCIALES
SESIÓN 5
OBJETIVOS
0. Corregir tareas.
1. Mantener conversaciones II.
2. Tareas para casa.
1. Mantener conversaciones II
• AUTORREVELACIÓN
Una estrategia muy sencilla pero muy útil para mantener conversaciones es autorrevelar, o cuando nos hacen una pregunta
concreta, cerrada o abierta, responder dando mucha más información de la solicitada.
EJERCICIO: Por rondas, ante una pregunta cerrada, el cliente da más información de la requerida.
• Aprovechar una pausa del interlocutor para hablar: cuando nos hace una pregunta, o cuando no habla y nos mira.
• Subir el volumen de la voz ligeramente aun cuando nos están hablando y empezar con expresiones como: «Perdona..., yo
creo que..., en mi experiencia..., tal y como yo lo veo...».
EJERCICIO: Por parejas, practicar ceder la palabra y tomarla. Trabajar los dos estilos.
• CAMBIAR DE TEMA
Existen básicamente dos estilos para cambiar de tema diferenciándose entre sí según el nivel de directividad:
• Indirectamente, aprovechando alguna de las palabras del mensaje de nuestro interlocutor como enlace para otro tema. «Hoy
hacía un frío terrible», «¿frío?, el que hacía en...?».
• Directamente, de forma clara y usando palabras introductorias estándar (muletillas) como: «Cambiando de tema..., por
cierto..., a propósito de lo que dices..., se me está ocurriendo...».
EJERCICIO: De tres en tres, están hablando de un tema concreto y uno de ellos tiene que cambiar de tema.
EJERCICIO: En grupo, elegir un tema de actualidad, de los preparados y empezar una especie de charla o coloquio practicando:
hacer preguntas, parafrasear, autorrevelación, tomar la palabra y ceder la palabra y cambiar de tema. Si hay problemas de falta
de iniciativa el terapeuta propone un orden específico.
1. Iniciar y mantener al menos durante 15 minutos un mínimo de 5 conversaciones usando: hacer preguntas, parafrasear,
autorrevelarse y ceder y tomar la palabra, y cambiar de tema.
ENTRENAMIENTO
EN HABILIDADES SOCIALES
SESIÓN 6
OBJETIVOS
0. Corregir tareas.
1. Dedicar 20-30 minutos a una conversación de grupo.
2. Aprender a cerrar conversaciones.
3. Tareas para casa.
Cerrar una conversación cuando se desea de forma habilidosa implica al menos dos objetivos: conseguirlo y que los
interlocutores no se enfaden.
• Hacer un pequeño resumen de la conversación y de las conclusiones, si las hubo, y expresar nuestro deseo de acabar:
«Bien..., creo que esta es una buena solución y también creo que ya es el momento de finalizar esta reunión».
Esta forma es especialmente adecuada en contextos profesionales.
• Expresar un sentimiento positivo hacia la otra persona y cerrar la conversación: «Siempre que estoy contigo lo paso
fenomenal..., pero me temo que es el momento de irme».
Ideal para relaciones íntimas.
• Dar una fórmula alternativa para continuar la conversación en otro momento disculpándose al mismo tiempo: «Lo siento
mucho pero tengo que irme, ¿seguimos mañana en clase?...».
Más adecuada cuando queda pendiente parte de la conversación.
EJERCICIO: Practicar conversación en grupo y cuando el terapeuta le da la señal a cada uno de los clientes, estos cierran la
conversación.
SESIÓN 7
OBJETIVOS
0. Corregir tareas.
1. Introducir el modelo Cognitivo.
2. Explicar las técnicas Cognitivas.
3. Tareas para casa.
• Explicar el modelo ABC usando ejemplos de otro tipo de problemas emocionales no relacionados con habilidades sociales o
ansiedad social.
• Una vez claro, encajar los problemas sociales dentro del modelo ABC.
• Pedir al grupo que cuenten los pensamientos boicoteadores que habitualmente acompañan a su inhabilidad social.
SESIÓN 8
OBJETIVOS
• Utilizamos la lista de Smith por ser la más larga y completa, pero se podría usar otros listados de otros autores.
• Leemos los derechos, los explicamos, y aclaramos dudas. Es muy frecuente utilizar las estrategias cognitivas de la sesión
anterior para ponernos de acuerdo en ciertos derechos.
Haciendo una tipología a la hora de clasificar el comportamiento social, podríamos distinguir como tres grandes estilos. Estos
estilos jamás se encuentran puros, y deberían ser considerados como un continuo más que como categorías estancas.
• PASIVO: Es el estilo de respuesta que implica no expresar lo que realmente se está sintiendo o pensando. Generalmente
ignoran los derechos personales asertivos y suelen dejar en segundo plano sus deseos y preferencias en favor de los de los
demás.
Se caracterizan por aguantar («tragar») continuamente tratos que consideran injustos, y sin embargo, tienen estallidos
ocasionales de cólera.
Se sienten explotados por los demás, y al mismo tiempo culpables por no saber cambiar esa situación.
• AGRESIVO: Son personas que anteponen siempre sus derechos sobre los de los demás imponiéndoles cómo deberían
comportarse. Expresan demasiadas veces y con excesiva intensidad lo que quieren o sienten. Su casi único objetivo en las
interacciones sociales es hacer prevalecer sus opiniones a toda costa. Frecuentemente lo consiguen a expensas de la
amistad y el afecto, y a favor de la grosería y la frialdad.
• ASERTIVO: La persona asertiva suele mantener un equilibrio entre sus derechos y los de los demás. Defiende firme pero
amablemente sus derechos personales sin pisotear los de los otros. Expresan libremente, cuando lo desean, lo que piensan y
sienten. Sus relaciones sociales suelen ser honestas y fluidas. Sus amigos los definen como seguros de sí mismos, sinceros y
agradables.
1. Seguimos con registro ABC añadiendo una columna de «¿qué derecho no ejerzo, o me cuestiono?». Y discusión.
2. Leer los dos primeros capítulos del libro de Smith.
ENTRENAMIENTO
EN HABILIDADES SOCIALES
SESIÓN 9
OBJETIVOS
0. Corregir tareas.
1. Aprender a dar feedback.
2. Aprender a hacer críticas honestas.
3. Tareas para casa.
1. Dar feedback
• El terapeuta explica que durante las sesiones anteriores él ha estado dando feedback o informando de la ejecución
conductual de los clientes, y que ahora ya les va a pedir que lo hagan ellos siguiendo ciertas normas:
— Se empieza por lo positivo, y se sigue por lo que se cree que se va a mejorar.
— Se dice siempre como opinión personal: «Yo creo que...», «Me parece que...», «Según yo lo veo...»
— Se centra en conductas concretas verbales o no verbales sin usar palabras amplias como enfadado, inseguro, nervioso...
• Tenemos derecho a hacer críticas honestas cuando, de forma justificada, nos molesta el comportamiento de otra persona.
• El objetivo de hacer una crítica (o expresar un sentimiento negativo) es hacer consciente a la otra persona de que algo de lo
que hace o dice no nos gusta (o nos hace daño) y probablemente, hacer una petición de cambio.
• A la hora de hacer una crítica hay que tener en cuenta una serie de cuestiones:
1. Controlar el enfado o la ansiedad; usar respiración profunda (o relajación) y terapia cognitiva: «Él/ella lo ve de otra
forma».
2. Que la comunicación no verbal (cara, cuerpo, gestos...) no se descontrole y se convierta en agresiva o titubeante.
3. No descalificar a la otra persona con insultos: «Eres un...»
4. Hay que ser concreto. Ceñirse al comportamiento que nos molesta: No sacar «trapos sucios».
5. Si se puede, reconocer algo positivo en el comportamiento del otro/a. Esto es más importante cuanto más íntima sea la
relación.
6. Tratar de mostrar empatía (ponerse en el lugar del otro): «Entiendo que esto te puede sentar mal...».
SESIÓN 10
OBJETIVOS
0. Corregir tareas.
1. Practicar hacer críticas.
2. Tareas para casa.
SESIÓN 11
OBJETIVOS
0. Corregir tareas.
1. Aprender a recibir críticas.
2. Tareas para casa.
• Cuando recibimos una crítica por parte de alguien (íntimo, solo conocido o desconocido), lo primero es refrenar el
automatismo de responder impulsivamente:
1. Contraatacando con otra crítica (filosofía del pim-pam).
2. Negar frontalmente la crítica.
3. Aceptarla inmediatamente (tragársela), magnificándola y derrumbándonos.
• Lo más habilidoso es tratar de ralentizar nuestra conducta, tomarnos unos segundos para escuchar y comprender el
contenido de lo que nos están diciendo. Aplicar Terapia Cognitiva: «Todo el mundo tiene derecho a expresar lo que piensa o
siente, y que lo que la otra persona dice es su opinión, y no necesariamente cierto», y a continuación, elegir la respuesta.
Usando estas estrategias:
INTERROGACIÓN NEGATIVA o pedir aclaración: Ante una determinada crítica, pedimos aclaración de qué aspecto
específico de nuestra conducta es al que se refiere nuestro interlocutor: «Vaya aspecto que traes hoy...», «¿Sí? ¿Qué es lo
que te llama la atención de mi aspecto?».
— Nos sirve para diferenciar las críticas bienintencionadas (sabrá contestar) de las que son ataques personales (no podrá
dar una respuesta convincente).
— A partir de la respuesta, entendemos el mensaje y decidimos cómo contestar.
— Se puede usar con íntimos, conocidos, o con compañeros con los que mantenemos una relación superficial.
ASERCIÓN NEGATIVA: Si después de oír la crítica, y entenderla (ya clarificada) estamos de acuerdo (totalmente o en parte),
la aserción negativa sería reconocerlo sin hundirnos, relajadamente, sin adoptar actitudes defensivas o ansiosas, sin
justificarnos ni sentirnos pillados y claro está, sin enfadarnos. Aquí subyace el derecho a poder equivocarnos. «Llegas 20
minutos tarde...», «Sí, es cierto, me he retrasado un montón».
BANCO DE NIEBLA: Esta técnica se suele usar ante críticas malintencionadas, y es bueno usarla para habituarnos a recibir
críticas con naturalidad, sin sentirnos avergonzados o enfadados. Consiste en reconocer serenamente la POSIBILIDAD de
que hay parte de verdad en la crítica que recibimos.
— Es muy importante no negar frontalmente la crítica, ni contraatacar con otras críticas.
— Veamos algunos ejemplos: «Parece que tienes muy mala cara...», «Sí, es posible que pueda tener mala cara hoy...» o «Mi
opinión es que lo estás haciendo fatal», «Comprendo que opines de esta forma...».
EJERCICIO: Por rondas, de forma descontextualizada practicar interrogación negativa, aserción negativa y banco de niebla.
EJERCICIO: Practicar formalmente una situación de recibir críticas de cada uno de los clientes del grupo.
1. Hacer un listado de personas que suelen criticarlos, pensar qué tipo de críticas les suelen hacer e imaginando que reciben la
crítica, y ante el espejo, practicar las técnicas.
2. Aplicar las estrategias a críticas reales; si aparecen (en caso contrario, y si es posible, provocarlas).
ENTRENAMIENTO
EN HABILIDADES SOCIALES
SESIÓN 12
OBJETIVOS
0. Corregir tareas.
1. Practicar recibir críticas.
2. Tareas para casa.
EJERCICIO: Pasar toda la sesión practicando formalmente recibir críticas a partir de los listados de situaciones elaboradas por
los clientes.
SESIÓN 13
OBJETIVOS
0. Corregir tareas.
1. Aprender a hacer peticiones.
2. Aprender a decir «NO».
3. Tareas para casa.
1. Hacer peticiones
• Uno de nuestros derechos fundamentales como personas es expresar clara y honestamente lo que deseamos de otra
persona; hacer peticiones. Tenemos derecho a pedir ayuda, un favor, un objeto, un cambio... lo que queramos.
• Es muy importante tener claro que hacer una petición no es dar una orden, y que el otro tiene derecho a decir «no». De igual
manera, hacer una petición tampoco implica que el otro se sienta forzado u obligado a acceder a nuestros deseos.
• Es falsa la creencia de que es más valioso que el otro adivine nuestros deseos y los cumpla, sin que tengamos que hacer una
petición explícita.
¿CÓMO HACERLO?
1. Directamente, sin rodeos, sin justificaciones o explicaciones excesivas. Por ejemplo: «¿Me dejas el coche esta tarde?»,
«Cuando pases por el horno, tráete pan, por favor», «He pensado que podríamos ir al cine esta noche, ¿te apetece?».
2. En caso de dar una explicación, es conveniente hacerlo después de hacer la petición.
3. Muy importante la parte no verbal. Adecuarla al tipo de petición.
Antes de aprender a decir «no», conviene clarificar algunos conceptos relacionados con ese derecho. Tenemos derecho a decir
no ante peticiones que:
• Si las aceptamos, nos van a hacer sentir incómodos personalmente: «Acompáñame a pedir información sobre...», «pregúntalo
tú...».
• Si las aceptamos, nos vamos a sentir molestos acerca de posesiones personales: «Déjame el coche, el suéter, el disco, el
libro...».
• Si las aceptamos, vamos a pensar que están abusando de nosotros y/o de nuestros derechos personales: «Pásame esto a
máquina», «Quédate más horas a trabajar», «Ve tú a clase y luego me pasas los apuntes», «Paga tú», «Haz tú el trabajo»...
• O simplemente, no nos apetece aceptar: «¿Vamos al cine?», «¿Quedamos para cenar?», aunque no haya una razón concreta.
Los demás tienen derecho a hacernos cualquier petición por rara que nos parezca (y eso no los convierte en unos canallas),
pero nosotros tenemos derecho a decir «NO» sin sentirnos culpables o villanos.
Si aceptamos una proposición sin desearlo, estamos violando nuestros derechos y renunciando a nuestros deseos. Si decimos
«NO», mantenemos nuestros derechos sin violar los de los demás. No hay ninguna ley social o moral que nos obligue a no poder
decidir.
Sin embargo, es muy importante escuchar y entender bien la proposición o petición que se nos está haciendo antes de
responder de una forma u otra. Hay muchos casos en que por cuestiones de supeditación o jerarquía (profesional, laboral,
familiar) o por el tipo de relación (amigos, pareja) nos «conviene» dejar en segundo plano nuestros deseos y no ejercer nuestro
derecho a decir «NO». Sería como valorar en cada caso los pros y los contras de nuestra conducta.
ESTRATEGIAS ESPECÍFICAS
• En muchos casos, sobre todo si son peticiones de cierto calibre que conviene meditar, recordemos que podemos retrasar la
respuesta: «Prefiero pensarlo con calma...», «Ahora no sabría que contestar», «Me pillas desprevenido» y dedicar tiempo a
decidir.
• Es muy importante romper el hábito de dar excusas. Es muy ineficaz, si nuestro interlocutor es hábil, las puede desmontar
con mucha facilidad: «Déjame el coche», «Lo siento no tiene gasolina», «Tranquilo, yo le pongo» y además no nos permite
aprender a decir no (y no es honesto para con nosotros mismos ni para con el otro).
• Una buena forma es usar como primera palabra la palabra «NO» seguida de la frase «prefiero no hacer...» o «prefiero
hacer...»: «¿Quedamos para ir a cenar?», «No, prefiero quedarme en casa, aunque te agradezco la invitación».
• Si lo deseamos podemos justificar el «no», dar razones, no excusas. Diferenciar ambos conceptos: justificar el «no» es
explicar utilizando argumentos reales el porqué de NO; poner excusas es usar argumentos falsos para apoyar el NO.
• También es muy importante acotar los límites de la negativa, ¿qué significa exactamente el no? Algunas veces, el no,
significa nunca: («Prefiero no quedar contigo y creo que es buena idea que no me lo vuelvas a pedir». Otras veces, el no
puede estar circunscrito a un tiempo o una situación específica: «Hoy no me apetece, pero podríamos quedar mañana».
• No usar expresiones cínicas, irónicas, corrosivas... AGRESIVAS: «¿Pero de qué vas?», «¿cómo se te ocurre?», «para
nada...».
• Si la persona que hace la petición nos interesa, y la apreciamos afectivamente, se puede «suavizar» la negativa con
expresiones como: «Me alegra mucho que hayas pensado en mí para esto, pero... NO», «Me siento muy halagado, pero...
NO».
• Si encaja con el tipo de petición y deseamos hacerlo, podemos ofrecer alternativas a la petición: «Yo no, pero creo que...».
EJERCICIO: Practicar formalmente una situación de cada cliente de hacer peticiones y decir «NO».
1. Hacer un listado de posibles peticiones a las que los clientes dirían no. Practicarlas en imaginación frente al espejo. Lo mismo
con hacer peticiones por parte del cliente.
2. Decir «NO» ante posibles peticiones reales, y hacer al menos 5 peticiones.
ENTRENAMIENTO
EN HABILIDADES SOCIALES
SESIÓN 14
OBJETIVOS
0. Corregir tareas.
1. Practicar decir «NO».
2. Tareas para casa.
EJERCICIO: Practicar decir «NO» formalmente a partir de los listados de situaciones de los clientes. Durante toda la sesión.
SESIÓN 15
OBJETIVOS
0. Corregir tareas.
1. Aprender a expresar y a recibir sentimientos positivos.
2. Tareas para casa.
Ser asertivo implica no solo mantener nuestros derechos y manejar las emociones negativas, sino expresar con control cualquier
tipo de emociones y pensamientos.
En esa línea, expresar y recibir sentimientos positivos es una parte importante de la asertividad.
Hay muchas buenas razones para expresar sentimientos positivos hacia los demás:
— La mayoría de las personas van a sentirse muy bien cuando les expresamos ese tipo de emociones.
— Hace que la relación con esa persona mejore; que seamos más amigos (o nos queramos más), nos respetamos más o que
mejoremos nuestras relaciones profesionales.
— Hace que, cuando a la misma persona le tengamos que expresar sentimientos negativos, esté menos predispuesta a
enfadarse con nosotros.
Sería expresar clara y directamente que algo de lo que la otra persona hace o dice nos gusta, o nos hace sentir alguna emoción
positiva. Encontramos tres niveles:
— Impersonal. Referido a cuestiones materiales y pertenencias: «Llevas un vestido precioso», «Qué maravilla de coche te
has comprado».
— Medio. Referido a cuestiones de trabajo o de desempeño: «Me ha parecido fenomenal la forma de manejar esta
situación», «A eso yo lo llamo un buen trabajo», «Estoy encantado con lo que has hecho».
— Íntimo-personal. Referido a la cuestión afectiva: «Hoy te encuentro muy guapo», «Cuando me tratas así, me siento muy
bien», «Te quiero».
Se trataría de aceptar la expresión de un sentimiento positivo de otra persona hacia nosotros sin negarlo, avergonzarse por él,
justificarse o rebajarlo de alguna forma.
Aceptar sentimientos positivos no significa ser fanfarrón o engreído, pero sí no ser excesivamente modesto y negar la
realidad. Aprender a aceptar la expresión de sentimientos positivos hace que nos queramos más (mayor autoestima) y que los
demás también nos aprecien y respeten más.
EJERCICIO: Por rondas, y de forma descontextualizada, practicar expresar y recibir sentimientos positivos.
EJERCICIO: Practicar formalmente una situación de expresar/recibir sentimientos positivos de cada uno de los clientes.
1. Hacer un listado de situaciones reales donde cada cliente tenga ocasión de recibir o expresar sentimientos positivos.
Practicarlos ante el espejo.
2. Expresar sentimientos positivos en un mínimo de cinco ocasiones: Recibirlos de la forma practicada en terapia, si surge.
ENTRENAMIENTO
EN HABILIDADES SOCIALES
SESIÓN 16
OBJETIVOS
0. Corregir tareas.
1. Practicar expresar y recibir sentimientos positivos.
2. Tareas para casa.
EJERCICIO: Practicar formalmente con el listado de situaciones de los clientes cómo expresar y recibir sentimientos positivos.
1. ¿QUÉ ES EL ENFADO?
El enfado es una emoción experimentada por todos. Como el resto de las emociones, está ahí porque tiene un valor de
supervivencia. El enfado sirve para luchar. Hace 150.000 años, cuando un hombre primitivo caminaba por un bosque primigenio
y se encontraba con un carnívoro de trescientos kilos, tenía que decidir en segundos si huir o pelear. En caso de elegir el
enfrentamiento, necesitaba estar enfadado. En ese sentido, el enfado es como un catalizador que aumenta la energía de nuestro
organismo y pone nuestra mente en modo despiadado, cualificándonos para luchar.
El enfado produce una serie de cambios en nuestros pensamientos, nuestras emociones y nuestra forma de actuar.
Los pensamientos se vuelven «inflamatorios». A menudo, incluyen pensamientos descalificativos hacia la persona o situación
objeto de nuestro enfado: «Eres un ...», «No tienes derecho a...», «Esto es intolerable», etcétera.
En términos emocionales, nuestro cuerpo sufre una gran cantidad de cambios bioquímicos y hormonales, que lo ponen en
«zafarrancho de combate»: el corazón se acelera, respiramos más rápido, los músculos se tensan, la temperatura corporal
aumenta... el cuerpo nos pide acción.
Y nuestro comportamiento también cambia. Desaparece la sonrisa, los gestos son más bruscos, elevamos el volumen de la
voz, y podemos a llegar a ser agresivos verbal o incluso físicamente (pegar portazos, insultar, empujar, romper cosas...).
Todas estas reacciones son puro instinto. Cuando estamos muy enfadados, una parte muy primitiva de nuestro cerebro toma
el control. En ese momento, evolutivamente, retrocedemos miles de años. Perdemos la capacidad de razonar serenamente y
elegir nuestro comportamiento.
¿CÓMO ES MI ENFADO?
Ahora que ya sabes qué es el enfado y para qué sirve, vamos a analizar tus enfados. Ayudará que veas cada uno de tus
enfados como una larga secuencia en que se concatenan diferentes elementos. Todo empieza por una situación provocadora,
que tú interpretas de una determinada manera, lo que de forma casi instantánea activa tu cuerpo, y a partir de ahí actúas con
mayor o menor control. Este comportamiento finalmente provoca unos efectos en ti y en los demás. Es importante que
compruebes que esta secuencia de eventos psicológicos se repite, con pequeñas variaciones de una manera sistemática. En
realidad, el enfado no es una explosión anárquica e impredecible, sino todo lo contrario. Saber esto te ayudará a intervenir en
diferentes momentos de ese proceso para manejarlo cada vez mejor.
Nuestro objetivo no va a ser que no te enfades, sino que cuando lo hagas no pierdas el control, llegando a la agresividad. Es
como conducir. Si conduces demasiado rápido, es casi seguro que acabarás perdiendo el control, pero si conduces a la velocidad
adecuada, aunque haya curvas o llueva, controlarás siempre el coche.
1. SITUACIONES PROVOCADORAS
Nadie se enfada en el aire. Recuerda la última vez que te has enfadado intensamente. ¿Qué situación provocó tu enfado?
Tómate unos minutos e intenta recordar diferentes episodios de enfado. ¿Hay un denominador común? ¿Qué tipo de
circunstancias suelen ser?
Haz un listado de las cuatro o cinco situaciones que más se repiten. Incluye las personas protagonistas, su comportamiento y
el escenario en el que suceden, en casa, en el trabajo, etcétera.
1. _________
2. _________
3. _________
4. _________
5. _________
A veces lo que dispara nuestro enfado son recuerdos o imágenes de situaciones pasadas. ¿Te ocurre esto? ¿Qué recuerdos
te enfadan?
1. _________
2. _________
3. _________
2. VARIABLES PREENFADO
Todos tenemos una serie de factores que nos predisponen a enfadarnos más rápidamente. Subraya los que crees que a ti
podrían afectarte:
3. PENSAMIENTOS E INTERPRETACIONES
Una vez en la situación disparadora, nuestra cabeza se llena de pensamientos. Es inevitable, tenemos que interpretar lo que está
pasando. Quizás tengas la sensación de no pensar en nada, pero eso es porque los pensamientos van muy rápido.
Si es necesario para contestar este apartado, tómate unos días para autoobservarte y cada vez que te enfades pregúntate a ti
mismo: ¿Qué estoy pensando?
Haz un listado de tus pensamientos inflamatorios más habituales. Es probable que haya pensamientos malsonantes, insultos, o
descalificaciones hacia otras personas. Es normal, no te preocupes, anótalos igualmente.
1. _________
2. _________
3. _________
4. _________
5. _________
1. _________
2. _________
3. _________
4. _________
5. _________
• ¿Alguna vez has actuado violentamente contra objetos o enseres? Descríbelo. _________
• ¿Alguna vez ha habido agresividad física contra otra persona? Descríbelo. _________
6. MI AUTOCONTROL
Cuando ya estás enfadado, ¿hay alguna estrategia que te ayuda a ejercer control, como irte de la situación, contar hasta 10
antes de hablar, distraerte, respirar o relajarte, intentar desdramatizar la situación...?
Cuenta con detalle qué haces y hasta qué punto funciona. _________
7. EFECTOS. CONSECUENCIAS
¿Qué efectos produce tu comportamiento de enfado? Una vez expresas tu enfado, ¿qué pasa a continuación?
Subraya los que se refieren a ti:
8. CÓMO EMPEZÓ
¿Desde cuándo recuerdas que tu genio se desbocara? _________
¿En tu familia hay alguien que tenga el genio vivo y quizás te haya podido influir? Describe cómo era. _________
Intenta recordar si ha habido altibajos en tus enfados. Épocas buenas, épocas malas. Y si las mejorías y empeoramientos
pudieran haber estado conectados con algún cambio en el estilo de vida: trabajo, pareja... _________
CUADERNILLO 3
LA RELAJACIÓN
Uno de los problemas, quizás el más severo del enfado excesivo, es que acaba dañando nuestro cuerpo. Es como un motor al
que pasamos de vueltas constantemente, las probabilidades de que se averíe, incluso seriamente, son más altas que si siempre
conducimos a la velocidad adecuada.
La Relajación te puede ayudar a mantener esas revoluciones sin llegar a la zona de rojo. Relajarse es eliminar cualquier
emoción intensa innecesaria. Poner a nuestro organismo en estado de reposo, descanso y autorregeneración.
Además, la relajación es una habilidad que se puede aprender. No es una aptitud que la gente tiene o no tiene. Se puede
aprender de una forma rápida, y totalmente efectiva.
De los diferentes métodos de relajación, nos gusta la Relajación Muscular Profunda. En primer lugar, porque su utilidad está
demostrada en muchos estudios, y en segundo lugar porque probablemente es el método de relajación más sencillo de aprender.
En esencia se trata de que aprendas a relajar tus músculos. Y de alguna manera, la relajación de tus músculos contagiará al
resto de tu organismo, incluido tu cerebro.
Algunas personas pueden encontrar el entrenamiento aburrido. Confía en él, vale la pena.
Este procedimiento supone un cambio importante con respecto a los anteriores ya que no hay fase de tensión sino que
directamente intentamos producir relajación en los músculos. En este punto estás tan familiarizado con las sensaciones de
tensión y las de relajación que puedes evaluar mentalmente tu cuerpo y eliminar la tensión que localices en cualquier grupo
muscular.
• En la posición de relajación y con los ojos cerrados, centra tu atención en ambos brazos. Busca posibles puntos de tensión
en tus antebrazos, bíceps y tríceps, y sin hacer ningún movimiento muscular, elimínalos. Disfruta de las sensaciones de
relajación que notarás al eliminar la tensión.
• Céntrate ahora en la cara y el cuello. De nuevo evalúa si hay algún punto de tensión y elimínalo. Nota las sensaciones de
relajación que ya conoces. Céntrate en ellas.
• Busca tensión en la zona de espalda, hombros y abdomen. Si la encuentras, elimínala notando la relajación que la sustituye.
Disfruta de esa sensación unos segundos.
• Por último, fíjate en las piernas y observa si hay tensión. Suéltalas y nota la relajación.
LA TERAPIA COGNITIVA
Es el día del estreno. Una película muy anunciada por los medios, y con director y protagonistas famosos, llega
por fin a las pantallas. Tres amigos van a verla juntos. Y al acabar la película comentan qué les ha parecido. A
Pepe le ha encantado, ha disfrutado cada plano de la película y ha sentido durante toda la proyección una
intensa sensación de excitación positiva. Andrés lo ha vivido de forma distinta. Se ha sentido frustrado y hasta
enfadado. Ha estado toda la película incómodo y esperando que acabara. Gabriel sale de la película triste.
Durante la proyección ha habido momentos en que tenía ganas de llorar aunque ha conseguido controlar las
lágrimas.
¿Cómo es posible que la misma película provoque estados emocionales tan diferentes? La respuesta obvia es que estamos ante
tres personas distintas, y por lo tanto, podemos prever que van a reaccionar de forma diferente. Eso es cierto, pero podemos ser
más precisos. Son personas distintas porque han tenido vidas distintas, experiencias distintas, vivencias distintas. Y esa historia
personal peculiar de cada uno les ha hecho tener una forma genuina e irrepetible de pensar. Y ahí está la clave. Han sentido
emociones distintas porque han interpretado de forma distinta las escenas de la película.
• Pepe pensó algo parecido a: «Este director es un genio. En cada película mejora. Qué planos, qué diálogo, qué personajes tan
bien construidos... qué gozada».
• Andrés pensó: «¡Vaya timo! Este director ha perdido su identidad y se ha vendido al cine comercial. No hay historia, no hay
trama, solo es... una forma de vender. ¡Qué estafa!».
• Y Gabriel, sin embargo, pensó: «Al personaje principal de la película le pasó lo mismo que a mí. Perdió a su padre cuando era
pequeño y su vida fue muy dura. Y tuvo que crecer solo».
Esto es lo que llamamos el modelo ABC. Al contrario de lo que la mayoría de la gente cree, no son solo las situaciones (A) las
que provocan las emociones y los comportamientos (C), sino la combinación de las situaciones (A) más los pensamientos o
interpretaciones (B) lo que activa las emociones y los comportamientos (C).
A no provoca C
En otras palabras, para sentirnos o actuar de una determinada manera, primero tenemos que pensar de la forma precisa para
activar esas emociones y esas formas de actuar. Para sentir o hacer, primero hay que pensar. Esa es la naturaleza humana.
Escribe tres A, B, C de enfado que hayas experimentado en esta última semana:
A (situación): _________
B (pensamientos): _________
A (situación): _________
B (pensamientos): _________
C (emoción y conducta):_________
A (situación): _________
B (pensamientos): _________
Para analizar un pensamiento usamos cuatro tipos de preguntas como guías o normas del juego.
Preguntas que examinan la demostrabilidad o no de un pensamiento. Si el pensamiento se puede avalar con datos sólidos, será
un pensamiento adecuado. Si por el contrario, no hay datos que lo sustenten o incluso hay datos en contra, el pensamiento será
rechazado.
Preguntas que evalúan la intensidad de la emoción que provocan los pensamientos objeto de análisis. Si la emoción es muy
intensa, nos desborda, haciéndonos perder el control de lo que sentimos y de cómo actuamos. Esos pensamientos son
inadecuados y haremos bien en rechazarlos.
Preguntas que analizan la utilidad de los pensamientos. Si un pensamiento no me ayuda a conseguir mis objetivos a corto y largo
plazo: tener control sobre mis emociones y mi conducta, relacionarme bien con los demás, tener un estilo de vida satisfactorio,
etc., este pensamiento será inadecuado.
Preguntas que cuestionan el lenguaje que usamos para expresar los pensamientos. Los pensamientos inadecuados suelen
expresarse con un lenguaje rígido, extremo, demandante, descalificativo, de blanco o negro: «Eres un...», «No deberías haber...»,
«Tendrías que...» «siempre...», «nunca...».
Si al evaluar un pensamiento, usando las cuatro clases de preguntas, llegamos a la conclusión de que el pensamiento es
inadecuado: no hay pruebas que lo demuestren, produce descontrol emocional/conductual, no es útil y está expresado en
lenguaje totalitario, el paso final será buscar un pensamiento alternativo mucho más realista que lo sustituya. Una nueva forma
de interpretar la situación disparadora: ¿Qué podría pensar en vez de...?
• Practica la Discusión Cognitiva con los pensamientos de las tres secuencias A-B-C que registraste.
Pensamiento 1: _________
Discusión:
1. ¿Qué pruebas tenemos?
2. ¿Cómo me hace sentir?
3. ¿Para qué me sirve?
4. ¿Qué palabras estoy utilizando?
Conclusión:
¿Es un pensamiento adecuado o no?
Pensamiento alternativo. ¿Qué podría pensar en vez de lo que pensé?
• Practica la Discusión Cognitiva con los pensamientos de las tres secuencias A-B-C que registraste.
Pensamiento 2: _________
Discusión:
1. ¿Qué pruebas tenemos?
2. ¿Cómo me hace sentir?
3. ¿Para qué me sirve?
4. ¿Qué palabras estoy utilizando?
Conclusión:
¿Es un pensamiento adecuado o no?
Pensamiento alternativo. ¿Qué podría pensar en vez de lo que pensé?
• Practica la Discusión Cognitiva con los pensamientos de las tres secuencias A-B-C que registraste.
Pensamiento 3: _________
Discusión:
1. ¿Qué pruebas tenemos?
2. ¿Cómo me hace sentir?
3. ¿Para qué me sirve?
4. ¿Qué palabras estoy utilizando?
Conclusión:
¿Es un pensamiento adecuado o no?
Pensamiento alternativo. ¿Qué podría pensar en vez de lo que pensé?
CUADERNILLO 5
LA TERAPIA DE EXPOSICIÓN
Para romper de forma definitiva las diferentes conexiones de los elementos que conforman las secuencias de enfado, además
de la relajación, la terapia cognitiva y otras técnicas que tu terapeuta te habrá enseñado, se necesita un ingrediente más: la
terapia de Exposición.
La Exposición, más que ninguna otra estrategia, va a romper el automatismo que se ha establecido a lo largo de los años
entre las situaciones disparadoras y tu respuesta de enfado. El objetivo sería muy ambicioso, no solo controlar, sino desconectar.
Quizás te parezca un proceso muy difícil, pero nuestro organismo está especialmente preparado para ello, y lo pone en marcha
constantemente, de manera automática: cuando nos duchamos con el agua ligeramente más fría de lo que nos gusta, cuando
tenemos que mantener una conversación con un ruido de fondo que molesta o cuando nos ponemos una prenda que nos aprieta.
El primer paso para usar la técnica de exposición es construir la jerarquía. Este objetivo ya habrá sido cumplido, dirigido por
tu terapeuta en la evaluación. Consiste en ordenar de menos a más, en cuanto a capacidad para producirte enfado, las
situaciones disparadoras.
1. EXPOSICIÓN IMAGINADA
Empezando con la situación que menos enfado te provoca, la Exposición Imaginada consiste en imaginar que estás en esa
situación con el mayor lujo de detalles, de manera que te sumerjas verdaderamente en ella. Sentirás que te enfadas, y a partir de
ahí no tienes que hacer nada, solo aguantar la emoción, hasta que al cabo de unos minutos empiece a decrecer, y al insistir aún
más, acabará desapareciendo.
En la mayoría de los casos, suele ser una imagen activa de una interacción social. Una buena estrategia es verla en la
imaginación como una película, como un corto videoclip, que empieza y acaba, una y otra vez.
No tienes que responder de ninguna manera: imaginar cómo actuarías, pensar en posibles venganzas, insultarlo mentalmente,
etc., tan solo ver la imagen ininterrumpidamente hasta que te habitúes y el enfado desaparezca.
Lo ideal es que practiques la Exposición Imaginada a diario, o un mínimo de cuatro veces por semana. El criterio para dar
por superada una situación es que directamente al imaginarla te dé 0 o muy poco de enfado.
Utiliza el Registro de Exposición Imaginada para anotar tu progreso.
2. EXPOSICIÓN IN VIVO
La Exposición in vivo es el paso natural e inevitable a la Exposición Imaginada. Consiste en afrontar también graduadamente,
las situaciones provocadoras, pero esta vez en la realidad. Lo ideal será que una vez hayas superado una situación en
imaginación, la afrontes directamente.
Muchas veces hay problemas prácticos para ejercer control sobre la situación real, porque dada la naturaleza social de estas
situaciones no dependen solo de ti. Así que a veces será necesario que provoques la aparición de la situación, por ejemplo, que
invites a tus suegros a comer. También será de ayuda que intentes alargar la situación hasta que el enfado haya desaparecido.
Una vez en el escenario provocador, tu actitud tiene que ser la misma que en la exposición Imaginada: aguantar la sensación
de enfado sin reaccionar con ningún tipo de comportamiento agresivo, ni visible, ni mental.
Si en un momento dado tienes la sensación de que podrías perder el control y ponerte agresivo, usa Terapia Cognitiva y
Relajación para mantener el control. Si la naturaleza de la interacción social exige por tu parte un comportamiento activo, usa
tus habilidades de asertividad. Mucho cuidado en mantenerte siempre dentro de los límites de la conducta asertiva.
Registra tus progresos en el Registro de Exposición in vivo.
REGISTRO DE EXPOSICIÓN IMAGINADA
REGISTRO DE EXPOSICIÓN IN VIVO
CUADERNILLO 6
Perdonar es entender que, por muy negativa que fuera la conducta ofensiva, la verdadera causa que la motivó no fue la maldad,
sino razones mucho más comprensibles y humanas: falta de inteligencia, educaciones diferentes o perturbación emocional.
Y además elegir muy conscientemente saldar esa cuenta pendiente, y que deje de estar presente en nuestra vida, que deje de
ocupar espacio en nuestra mente.
El perdón sirve para:
1. Elige una persona hacia la que tienes rencor y define exactamente la secuencia ofensiva por la que no le has perdonado.
Incluye:
2. Discute tu interpretación aplicando Terapia Cognitiva y busca una interpretación realista alternativa.
3. Decide un gesto de buena voluntad hacia esa persona. Para rematar tu cambio filosófico en el que has perdonado a la
persona a pesar de la ofensa, ve más allá y ofrécele un «regalo». Puede ser algo simbólico que nunca llegue a sus manos (por
ejemplo, desearle una buena vida), o empezar a saludarle educadamente. No implica reanudar la relación necesariamente. Una
cosa es perdonarle y otra olvidar lo que pasó y empezar de cero. Tú decides cuánto quieres dar.
RESUMEN DE LO APRENDIDO
Estás a punto de acabar el tratamiento psicológico de tu enfado excesivo. Contesta las siguientes preguntas a modo de
«Resume y recuerda».
• Situaciones: _________
• Pensamientos: _________
• Emociones: _________
• Comportamientos: _________
• Control de Estímulos
• Técnicas de Interrupción de la respuesta
• Relajación muscular
• Terapia Cognitiva
• Perdonar
• Exposición
• Entrenamiento de asertividad
• Resolución de Problemas
• Otras
Elige la que te haya parecido más eficaz, descríbela y explica por qué. _________
4. Imagina situaciones futuras en que podrían despertar tu enfado, y un plan para manejarlo. _________
BIBLIOGRAFÍA
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