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Es una clase normal. Los niños saludan a la maestra con un beso en la mejilla,
comienzan el día con una oración y reciben evaluaciones calificadas del día anterior.
Se ven manos levantadas, se resuelven dudas, hay bulla y travesuras y también
llamados de atención. Los estudiantes no ven en frente suyo al señor CARLOS
ARMANDO NAVIA, sino a una mujer que decidió llamarse Solypsi, su profe. La
maestra dirige una clase de tercero de primaria en la Institución Educativa Gabriela
Mistral, en el oriente de Cali. Es su lugar de trabajo desde hace 25 años.
“Me sentía acomplejada, frustrada y en especial cuando estaba cerca de otras chicas
trans que ya habían sacado su identidad a flote. Pero tras ese periodo, decidí enseñar
con una apariencia andrógina al reunir rasgos ambiguos entre lo masculino y
femenino”.
El cabello largo y los gestos amanerados hacían fruncir el ceño de algunos padres de
familia y de otros profesores. Mientras tanto, Solypsi hacía público su verdadero perfil
en Facebook, donde subía fotos reveladoras de su transición de género. Usualmente,
se trataba de una imagen primaveral y un poco kitsch: delante de un fondo rosado, se
revela una Solypsi con el cabello pintado de rubio, aretes que llegan hasta la base del
cuello y un vestido de gala blanco. Mirada inocente y sonrisa apenas perceptible.
“Hubo algunos padres de familia que no aceptaron y pidieron que sus hijos fueran
transferidos a otro salón”, recuerda Miriam Patricia Duque, rectora del colegio. Unos
cuantos profesores, como era de esperarse, pusieron resistencia incluso hasta el día
de hoy. Los estudiantes de primaria y bachillerato, por el contrario, no le vieron ningún
misterio al tema.
Dar vueltas con una toalla atada a su cabeza, como imaginando que tenía una
cabellera, es uno de los recuerdos que guarda Carlos de su niñez en cuerpo ajeno;
daba vueltas como Lynda Carter en la Mujer Maravilla, uno de sus ídolos de esos
años.
Aunque mucho de esto sucedía a puerta cerrada, Carlos, de niño, no se resistía a
protagonizar reinados de belleza ante la sonrisa de sus amigos del barrio Villanueva.
Algunos despertaban la atracción de Carlos, algunos también eran homosexuales,
pero no había manera de revelar su verdad en medio de una familia conservadora
como la suya. Su papá lo vigilaba y lo reprendía por sus maneras, y más de una vez lo
llamó “maricón”.