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Duelo o melancolia Imtroyectar - incorporar Realidad metapsicolégica y fantasma™ Nicolas Abraham y Maria Torok” 2 incorporacién corresponde a un fantasma y [a in- troyeccion a un proceso: he alli una precisién teil, que no debe sorprendernos, y que se encuentra 2 ve~ ces en los textos kleinianos. Lo que, en cambio, no deja de sor- prendernos, es que se califique al fantasma, un producto del yo, de anterior al proceso, producto del psiquisme completo. En este punto, importantisimo, nuestra concepcién se aparta del "panfantasismo’: intentamos restringir el concepto de fan- tasma a un sentido mas preciso, poniéndolo en contraste con aquello que el fantasma esté Hamado a esconder. En efecto, si se conviene en llamar “realidad” (en el sentido metapsicolé- pico del rérmino) 2 todo Io que acriia sobre el psiquismo de manera de exigirle una modificacién tépica —rrévese de una restriccién “endogens’ 0 “exégens’— se podra reservar el nem- bre de “fantasma” a toda representacién, toda creencia, todo estado del cuerpo que tienda al efecto opuesto, es decir a la mantencién del statu quo topico. Esta definicion no se refiere nia los contenidos ni a las caracteristicas formales sino cx- clusivamente ala funci6n del fantasma, funcin preservadora, conservadora, por muy innovador que su genio sea, por muy extenso que sea el campo donde se despliega y sin importar la complacencia con la que se relacione con los deseos. Nuestra concepe' es esencialmente narcisista: mas que afectar al sujeto, 7m consiste, por lo tanto, en sostener que el fantasma vende a transformar al mundo. Bl hecho de que suela ser inconsciente significa, no que esté fuera del sujeto, sino que se refiere a una t6pica manteni= da secretamente. Entonces, comprender a un fantasma cobra un sentido preciso: es localizar, concretamente, qué cambio tépico esta llamado a resistir. El fantasma originario seria, por su parte, Ia medida apropiada para salvaguardar la r6pica originaria, suponiendo que ella esté en peligro. :No esti acaso la teoria metapsi- colégica completa hecha para explicar, en dltimo término, el cémo y el porqué del fantas- ma y sus retofios? Decir que el fantasma subyace al proceso implicaria una inversién de graves consecuencias para to- da la empresa psicoanalitica Intentar averiguar, por el con- trario, a través del fantasma, a qué modificacién procesuel es- t4 oponiéndose, es pasar de la descripcion del fenémeno a su resonancia transfenomenal, es ubicarse en ese punto geom: trico desde el cual podria leer- se el origen metapsicolgico de todo fantasma hasta el “ori- gen” de Io originario mismo. Articulo publicado originalmente en le Nowvelle Revue de Paychanalyse, n°VI, 1972, "Destin du cannibalieme’, y recogide luego en Lécorce ef le noyau (Flammarion, Paris 1987, 2002:259- 275), libro donde se rewnicron los articulos de ambos autores tras la muerte de Abraham, Traduccién del frances al espanol por Femando Pere V. (N. del 1) Nicolas Abraham (1919-1975) y Maria Torok (2925-1998) nacieron en Hungria, pero su trabajo intelectual y elinico se de- sarrollé sobre todo on Francia, pais al que huyeron del nazismo y del comunisme respectivamente, A partir de 2940, Abraham sigue estudios de oatética y filorofia en Francia, y en 1959, r0- cike el titulo de analists por Ia Sociedad Pricoanalitice de Paris, Su obra tesrica publicads, ademas de loz diversos arriculos rece- gidos en la coleccién mencionada en Ia nota anterior, ineluye el Iibro Le Verbier de Vhomme awe loups(2976), escrito en conjunte con Maris Torok (su pareja y compafers de trabajo desde 1950 hasta eu muerte) y con prélogo de Jacques Derrida, asi come lo# trabajos péstumamente publicador Rythmes: de la philosophic, de Ja psychanalyse et de la pocsic (2985) y Jonas et le cas Jonas (1983, 1999). Su obra intents reconeiliar la fenomenologia husrerliena con el psicoanilicis freudiano, a menudo a pattix de problemas estéticos, especialmente literarios. Maria Torok egé a Paris en 1947, se formé como pricéloga en la Sorbonne y recibio el tite lo de psicoanalista en 1956. Se la considera una pionera en las critica: 2 la concepeisa freudiana de la sexualidad femenina. A partir de 2983, trabaja en colaboracién con Nicholas Rand, ee Incorporacién: fantasma de la no-introyeccién Inseparable a la vez de la coyuntura intrapsiquica (que esté llamado a selvaguardar) y de la realidad metapsicolégica (que exige un cambio), el fantasma, cuando ya no esta truncado © deformade, debe ser doblemente elocuente; tanto por el sujeto que lo inventa como por el peligro que conjure. Entre todos los fantasmas, reducidos asf a su funcién, algunos poseen un caracter privilegiade, los que ilustran la conjuncién de las ins- tancias en su contenido mismo. Fsas son —lo sabemos'— los archifantas- mas de escena originaria, de castracién, de seduccidn. Pero hay también wy se lo sabe menos~ otto tipo de fantasmas, igualmente privilegiados, cuyo contenido ilustra el proceso por el cual la topica esta siendo modi- ficada. Nos referimos a los fantasmas de incorporacién. Introducir en el cuerpo, retener o expulsar de allf un objeto entero 0 em parte- 0 una cosa, adquirir, guardar, perder, otras tantas variantes fantasmaticas, que Uevan en ellas, bajo la forma ejemplar de la apropiacién (o la desapro- piacién fingida) la marea de una situacin intrapsiquica fundamental, ¢reada por la realidad de una pérdida sufrida por el sistema psiquice. Esta pérdida, si hubiera sido ratificada, impondrfa una reordenacién profun- da. El fantasma de incorporacién pretende realizar eso de forma magica, Mevando a cabo en el sentido literal aquello que no tiene lugar mas que figuradamente. Es para no “tragar” Ia pérdida que uno se imagina tragat, haber tragado, lo que se perdi, bajo la forma de un objeto. En la magia incorporanre se encuentran asi dos procedimientos combinados: le des metafovizacion (tomar al pie de Ia letra aquello que se dice figuradamen- te) y 1a objetivacién (lo que se sufre no es una herida del sujeto sino la pérdida de un objeto). La “curacién” magica por incorporacién dispensa del trabajo dolorose del reordenamiento. Absorber lo que nos falra bajo la forma de comida, imaginaria o real, cuando el psiquismo esti de luto, es vehusarse al duelo y a sus comsectencias, es tehusarse a introducir en sila parte de si mismo depositada en lo perdido, es rehusarse a saber el verdadero sentido de Ia pérdida, aquél que nos haria volvernos otros si lo supiéramos. Se trata, en suma, de rehusarse ala introyeccion. El fantasma de incorporacién traiciona una laguna en el psiquismo, una falta en el lugar preciso donde bubiera debido producitse una introyeccién. La introyeccién como comunién de “bocas vacias” 2No es intro-yectar (lanzar hacia dentro) lo mismo que incorporar? Por cierto, la imagen es la misma, pero por razones que apareceran mas adelante, preferimos distinguirlas, como se distingue una imagen meta forica de una imagen fotogré- fica, 0 el aprendizaje de una con quien publica en 7995 el libro Questions a Frew: du devenir deta psychanalyse. Sus textos fueron recogides postumamente con el ritulo Une vie avec le psychanalyse (2002). Nicholas Rand, profesor de literatura en la universidad de Wisconsin- Madison (BE.UU) ha hecho mucho por la traduccion al inglés y por la difusion de los trabajos de Abraham y Torok. Recientemente, ha publicade Quelle psychanalyse pour demain? Voies Quvertes par Nicholas Abraham et Maria Torok, una excelente introduccién ay Aesarrollo de laz ideas pricoanaliticas de ambos autores. La obra de Abraham y Torok ha tenido wna importante resonancia en. Chile gracias al interés del fildsofe y exitice Patricio Marchant (929-1990), quien trabajo sus ideas en Sobre drbolut y madres (4984) y on ios articulos xecogides postumamente en Eseritura ¥temblor (2990). Recientemente, también Armando Uribe ha Fetomade Ins ideas de estos autores en su Bl fantasma de ha sinra- yon (N. del T) J. Laplanche et J.B. Pontalis, Vocabulaire de la psychanalyse, 5 BUR, 1967, p. £58. Jengua de la compra de un dic- cionario, una apropiacién de si por medio del andlisis y el fan- tasma de la “incorporacién’ de un “pene”. Ferenczi, inventor del tér- mino y del concepto, entendia por “introyectar” un proce- so de ampliscién del yo para el cual, segiin él, el amor de wansferencia era la condicién principal. Por ejemplar que sea la situacién psicoanalitica como condicién de la introyec- cién, no cabe duda de que ésta se inicia poco después del nacimiento y en condiciones comparables. Sin entrar aqui en detalles, bastard para nuestro propésito sefialar lo siguien- te: los Inicios de la introyeccidn tienen lugar gracias a las experiencias del vacio de Ia boca, acompanadas por una presencia materna. Este vacio se experimenta al principio como gritos y Ianto, lenamiento diferido, luego como ocasin de Hamada, medio de hacer aparecer, lenguaje. Mas tarde atin, como autollenamieto fonatorio, por la exploracién linguo-pa- lato-glotal del vacio, haciendo eco a las sonoridades percibidas desde el exterior y, finalmente, como sustitucién progresiva parcial de las satis- facciones de la boca, lena del objeto materno, por las de ta boca vacia del mismo objeto pero liena de palabras cuando el sujeto lo decide. Ei paso de Ja boca lena del seno a la boca lena de palabras se efecriia por medio de experiencias de la boca vacia. Aprender a Ilenar de palabras cl vacio de la boca, he alli un primer paradigma de la introyeccién. Se comprende que ella no puede levarse a cabo sino con Ia asistencia constante de una ma- dre, peseedora ella misma del lenguaje. Su constancia como la del Dios de Descartes~ es la garantia necesaria de la significacion de las palabras. Cuando se adquiere esta garantia, y s6lo entonces, las palabras pueden remplazar le presencia maternal y dar lugar a nuevas introyecciones. Para empezar, la boca vacia, luego la ausencia de los objetos se vuelven pa- labras, finalmente las experiencias de las palabras mismas se convierten en otras palabras. Asi, el vaefo oral originario encuentra remedio a todas sus faltas por su conversién en relacién de lenguaje con la comunidad parlante. Introyectar un deseo, un dolor, una situacién, es hacerlos pasar por el lenguaje en una comunidad de bocas vacias. Es asi que la absorcion alimenticia, estricramente hablando, se convierte en la introyeccién figu- rativa. Llevar a cabo este paso, es lograr que [a presencia del objeto ceda su lugar a una auto-aprehensién de su ausencia. El lenguaje que suple esta ausencia, figurando la presencia, no puede ser comprendido sino en el seno de una “comunidad de bocas vacias". Incorporar: una obra bucal para otro Si todo fantasma es un rechazo del introyectar y la negacién de una laguna, es preciso preguntarse por qué algunos de entre ellos oman Ja forma privilegiads de introducir un objeto en el cuerpo. En otras pala- bras, 2por qué su contenido adopta la metifora misma de la introyeccién? Planteada asi, la pregunta implica un comienzo de respuesta. En efecto, para que la incerporacién proceda de manera que la metéfora introyec- tiva se realice literalmente, es necesario que el proceso, habitualmente espontineo, se vuelva el objeto de una tematizacion, de un cierto tipo de tratamiento reflexivo. Ahora bien, ello debe ocurrir en un sélo caso: cuando el trabajo de introyeccién se topa con un obstéculo prohibitive apenas comenzado o entrevisto. Sentado esto, nos es licito precisar el lugar de tal obstaculo: se encuentra, evidentemente, en la boca misma, donde se asientan los fenémenos que presiden la introyeccién. Es por- que la boca no puede articular ciertas palabras, enunciar ciertas frases “por razones atin no dererminadas— que se cogeré alli, como fantasma, lo innombrable, la cosa misma. El vacio de la boca que llama en vano, para Ienarse, palabras introyectivas, vuelve a convertirse en la boca avida de alimento anterior a la palabra hablada: a falta de poder nutrirse de las palabras que se intercambian con otro, ella se introduciré, fantasmética~ mente, una persona completa o en parte, nica depositaria de lo que no tiene nombre. Desde la introyeccién, revelada como imposible, el pasaje decisivo a la incorporacién se efecttia por tanto en el momento en el cual, al no colmar las palebras de Ia boca el vacio del sujeto, éste introduce alli ‘una cosa imaginaria. El artificio desesperado que consiste en Ilenar la bo- ca de un alimento ilusorio tendra como efecto suplementario ~ilusorio. también— Ia supresién de la idea de una laguna que debe ser lenada por medio de las palabras, la idea misma de la necesidad de introyectar. Bs por tanto, podria concluirse, la conjugacién de la urgencia con la imposi- bilidad de realizar una obra bucal ~hablarle a orro de lo que nos falta~ lo que nos empuja a realizar otra obra bucal, imaginaria, apta para oponer su negaci6n a la existencia misma del problema en su conjunto. He alli cémo, salido de la derencién ante Ia introyecci6n impracticable, el fan- tasma de incorporacién aparece como su substituto a la vez regresivo y reflexivo, Lo que implica igualmente que toda incorporacién tiene una vocacién nostilgica de introyeccion. Falsas incorporaciones zCémo legan a faltar las palabras de la incorporacién? ;Por qué esta urgencia que las Hama? También aqui las preguntas sugieren respuestas. No puede tratarse sino de la subita perdida de un objeto navcisistamente indis- pensable, y cuya pérdida es de una naturaleza tal que impide la comunicacién. En cualquier otvo caso, la incorporacién no tendria raz6n de ser. Comocemos numerosos casos de rechazo del duelo, de negacién de la pérdida, sin que ellos impliquen empero necesariamente una incorporacin. Nos viene aqu{ a la memoria el espectaculo inolvidable de un hombre solitario, sen- tado en una mese de restaurante donde se hacia servir, simulrineamente, dos comidas diferentes; las consumia las dos solo como si cstuviera con alguien més. Este hombre que, visiblemente, alucinaba Ia presencia de un ser querido ausente, no habia debido sin embargo incorporarlo. Al contrario —puede suponerse— gracias a esa comida ‘compartida" lo podia mantener fuera de sus limites fisicos ~Ilenando al mismo tiempo el vacio de su boca y sin verse obligado a “absorber” a la persona desaparecida “No, parecia decir, el ser querido no ha muerto, esti alli, como antes, con sus gustos, en los platos que preferia.” El mozo parccia estar al tan~ to y ayudaba al hombre con sus consejos a escoger el otro plato; tal vez habia conocido las costumbres del difunto... No se veria nada de ello en el caso de una incorporacién. Si ella tiene lugar, nadie debe saberlo. El hecho mismo de haber tenido que perder seria objeto de una negacion. La comida imaginaria en compania del difunto puede ser concebida como una precaucién contra el peligro de incorporacién. Recuerda la comida faneraria que debe tener Ia misma finalidad: la comunion alimenticia entre los sobrevivientes. Ella puede querer decir: en lugar de la persona del difunto, es nuestra presencia mutun lo que introductmos en nuestros cuerpos con forma de alimento asimilable; en cuanto al difunto, es en Ia tierra que lo pondremos, y no en nosotros mismos. La necrofagia, en fin, siempre colectiva, se distingue igualmente de la incorporacién; por muy fantasmatica que sea en su origen, su realizaci6n en grupo hace de ella un lenguaje: la absorcién real de los despojos simbolizar4 —escenificando el fantasma de incorporacién— a la vez que la introyeccién de la pérdida es imposible y que ella ya acontecié. Ella tendra por efecto exorcizar la inclinacion a una incorperacién psiquica que podria nacer con el deceso. La necrofagia seria, por tanto, no una variedad de incorporacién, sino una medida preventiva de anti-incorporacion. La caverna intrapsiquica Podemos ver que no todas las pérdidas narcisistas por mucho que se sustraigan @ Ia introyeccién— tienen a la incorporacién como destino fatal. Tal no es el caso mas que para las pérdidas que no se pueden —por algu- na causa— reconocer en tanto que tales. Sélo en este caso, la imposibilidad de introyeccién Iega hasta el extremo de no pezmitiz ni siquiera que el rechazo del duelo se haga lenguaje. Se nos prohthe incluso sefalar que estamos desolados. A falta de incluso esta salida de emergencia, no nos queda sino oponer a ls pérdida una negacién [déni] radical, simulando no haber tenido nada que perder. No sera ya cuestién de ostentar ante un tercero el duelo que nos achaca. Todas las palabras que no hayen podido ser dichas, todas las escenss que no hayan podido ser rememoradas, to- das las Ligrimas no derramadas, serén tragadas, junto al traumatismo que caus6 la pérdida. Tragadas y puestas en conserva. Bl duelo indecible instala alinterior del sujeto una caverna secreta. En la cripta reposa, vivo, recons- tituido a partir de palabras, imagenes y afectos, el correlato objetual de la pérdida, en tanto que persona completa, eon su propia t6pica, asi como Ios momentos traumaticos ~efectivos 0 supuestos— que habian vuelto impracticable la introyeccién. Se crea asi todo un mundo fantasmético inconsciente que lleva una vida separada y oculta. Ocurre sin embargo que, durante realizaciones Itbidinales “a medianoche”, el fantasma de la cripra le pena [vient hanter] al guardién del cementerio, haciéndole sig- nos extraios ¢ incomprensibles, obligindolo a llevar a cabo actos inséli- tos, infligiéndole sensaciones inesperadas. Uno de nosotros analizé a un muchacho que “Ilevaba" en él asi a su hermana, dos aos mayor que él, y que lo habia “seducido” antes de morir a la edad de ocho afios. Cuando el muchacho aleanzé Ia puberrad, fue a robar en una tienda ropa interior femenina. Muchos afios de relacién analitica y un lapsus providencial ~en el que declaré tener Ia edad que su hermana hubiera tenido si estuviera viva— permitieron reconstituir la si- tuacién interior y el motivo de su “cleptomania’: “Si, dijo él, para explicar sus robos, a Ia edad de catorce aos ella hubiera necesitado un sostén.” La cripta de este muchacho albergaba a la nifia “viva, cuya maduracién él seguia de manera inconsciente. Este ejemplo muestra bien por qué la introyeccién de la pérdida era imposible y cémo la incorporacién del ob- jeto perdido se convirtié para este muchacho en el ‘inico medio posible de realizar una reparacién narcisista. Sus juegos sexuales prohibidos y vergonzos0s no habian sido objeto de ninguna comunién de lenguaje. Sélo la incorporacién y Ia identificacién subsiguientes permitieron sal- vaguardar el estado de su t6pica marcada por la seduccién. De portador de un secreto compartido que era, pasé a ser, tras la muerte de su herma- na, portador de una cripta, Para marcar bien la continuidad de los dos estados, hemos creido conveniente Mlamarla criptoforia. Bfectivamente, pensamos que generar un fantasma de incorporacién, es verse constrefit doa perpetuar, cuando se lo pierde, un placer clandestino haciendo de él tun secveto mtrapsiquico, La incoporacién como antimetafora Esta es nuestra hipstesis. Clinicamente, ella podria significar que ca~ da vez que se descubre una incorporaci6n, se la debe atribuir a un duelo inconfesable que por otra parte no harfa sino suceder a un estado del yo ya dividido [cloisonné], luego de una experiencia objetual vergonzosa. Es esta divisién la que, por su estructura misma, la cripta perpertia. No bay cripta, por lo tanto, si no hubo antes un secreto compartido, un secreto que haya ya, de antemano, dividido la tpica. Cuando evocamos la ver- gitenza, la clandestinidad, queda por precisar quién deberia enrojecer, quién deberia esconderse. Se tratard del sujeto mismo, por ser culpable de torpezas, de ignominias, de acciones indebidas? ;Podemos suponer lo que queramos, pero no encontrariamos alli ni una sola piedra con la que hacer una cripta! Para que se construya una, es necesario que el secreto vergonzoso haya sido obra de un objeto, puesto en el rol de ideal del yo. Se trata por lo tanto de guardar su secreto, cubrir su vergiienza. Si su duelo no se lleva a eabo —como de costumbre— con palabras tomadas en senti- do figurado, es por la buene razén de que las metéforas utilizadas para avexgonzar, si elas hubieran sido evocadas en el curso del duelo, serian ells mismas invalidadas (precisamente en tanto que metéforas) por la pérdida del ideal que las gerantiza. La solucién del sujeto criproforo sera anular el efecto de Ia vergiienza asumiendo —en secreto o a plena luz del dia— la significacion literal de las palabras reprobatorias. "Introyectar” se convierte en "meter en Ia boca’, “tragar’, “comer”, el objeto vergonzoso sera por su parte ~como se dice— “fecalizado”, transformado en verdade- ro excremento. Bl rechazo de introyectar la pérdida del ideal se expre- sard en tiltime instancia por la doble bravata opuesta al avergonzador, resumida por el fantasma y sus innumerables variantes de comer, haber comido excrementos: malos modales, groseria, coprolalia, etc. Puede ver- se bien que lo que importa en tales fantasmas no es su referencia a un estado canibalistico del desarrollo sino su cardcter anulatorio del lenguaje figurado. Para salvaguardar el objeto ideal, el criptéforo se deshace de quienquicra que intente avergonzarlo: neutraliza, a fin de cuentas, los instrumentos por asi decirlo materiales, de fa reprobacién, las metéforas provenientes de la deyeccién, del excremento, declarindolos comestibles, apetecibles incluso. Si uno esté decidido a ver un lenguaje en los procedimientos ‘que gobiernan ese tipo de fantasmatizacién, conviene tomar nota de una nueva figura de estilo, figura de la destruccién activa de la figuracién, para Ie cual proponemos el nombre de antimetdfora. Precisemos que no se trata simplemente de volver al sentido literal de Jas palabras sino de hacer de ellas un uso tal —en palabras o actos— que su “figurabilidad” sea como destruida. El modelo de tal acto es la coprofagia; tal uso verbal puede encontrarse en exclamaciones groseras en las que se recomienda el incesto, etc. Pero lo més radicalmente antimetaférico es sin duda la incorporacién misma: ella implica la destruccién, fantasmatica, del acto mise ‘mo por el cual la metafora es posible: el acto de poner en palabras el vacio oral originario, el acto de introyectar, Bl fantasma frente « la realidad intrapsiquica Ta desmetaforizacién no es un hecho primario: ella aparece como un efecto del emparedamiento intrapsiquico de una experiencia que haya puesto en peligro a la t6pica. Bl encierro, el aprisionamiento y, en w+ timo término, el entierro no hacen sino objetivar el fantasma de incor poracién. Este, al inventar el medio de excluir, guardando al interior, se ilusiona en cuanto a su eficacia. La incorporaci6n no es mas que un fantasma que tranguiliza al yo. La realidad psiquica es completamente diferente. Las palabras, las frases indecibles y ligadas a recuerdos de alto valor libidinal y narcisista no se conforman con estar excluidas. Desde su cripta imaginaria donde, desvitalizadas, anestesiadas, designificadas, el fantasma creia ponerlas a hibernar, las palabras indecibles no cesan de poner en préctica su accién subversiva. En un reciente trabajo, hemos creido mostrar la existencia en el Hom- bre de los lobos de una palabra de este tipo, el verbo ruso teret (“frotar") que, en nuestra hipéresis, cristalizaria acontecimientos traumaticos vi- vides 2 una edad de menos de cuatro afios en relacién con tocamientos incestuosos que el padre habria disfrutado exigiendo a su hija, dos afios, mayor que el nifio. Descrtbimos allt cémo, a través de méltiples disfra- ces, esta palabra focaliza toda Ia vida libidinal (es decir, sublimetoria) del sujeto.* Ahora podemos agregar que la misma palabra desempeSé un rol, dieciséis aftos mas tarde, en el suicidio esquizofréntco de la misma hermana. Es sabido que ella murié a consecuencia de un acto deliran- te que no puede ser descrito “Ta palabra magice del Hombre de los lobos, Incorporaciém, _€9M© SHicida sino en funcidn teria interna, exlptonimia’. Revue frangaise de psychanalyse, de sus consecuencias: se tragé Xo7t, nes CAparecido luego en Cryptonimic, le Verbier de Paemme un frasco de mercurio liquide. aux loups, Aubier-Flammation, Paris, 2976). Ahora bien, “mercurio” en ruso se dice rtout, inversién de una pronunciactén algo cavernosa (por ejem- plo tourout con vocales gloales) de teret. Como si ella hubiera querido, con su gesto delirante de tragicas consecuencias, rehabilitar el deseo ver- gonzoso de su objeto ideal, al comer (es decir, al declarar “comestible”) Ia palabra, convertida para orzo en excremencial, y objetivada en una ma- tera t6xica. La inversién de las dos consonantes de la raz del verbo teret (R-T) puede constituir una realizacién fonética de un “jeannot-léve-toi” Clevantare-juanito") que, en el material del Hombre de los lobos, corres- ponderia a una palabra de la muchacha. Notemos al pasar, y porque ello aclara nuestro propésito, que seria un grave contrasentido interpretar ~como algunos cstarian tentados de hacerlo~ Ia absorcién del mercurio come un deseo disfrazado de felacion. Es la palabra, desmetaforizada, ob- jetivada, lo que se trata de tragar, como bravata coprofgica. Estos ejemplos ilustran igualmente otro aspecto del fantasma de in- corporacién cuya escasa eficacia para contrarrestar la inversién libidinal acabamos de mostrar. En un principio, efectivamente, la incorporacién se asemeja a una represién, de tipo histérico, con retorno de lo reprimido ¥, para que no falte nada, de valor sexual. Esta apariencia no deja de ser engaiosa. ¥ ello 2 titulo doble. Para empezar, si en nuestro ejemplo se trata claramente en ambos casos de realizacion de deseos, tanto del her- mano como de la hermana, subsiste sin embargo una restricciéu: ellos no son imputables alos sujetos mismos, sino al objeto incorporado, al padre, con el cual, por medio de Ia palabra vergonzosa, ambos se identifican, Al disimular esta palabra en la imagen de la frotadora de pisos, el nifio consigue por cierto Hegar al orgasmo en lugar del padre, como por poder; pero la nina, por razones edipicas sin duda, fracasa, lo cual no le impide en todo caso Hevar a cabo a su vez un gesto desde el lugar del padre, ella lo erige del mismo modo, y ella opina que ella (=el padre) debiera encon- tar ingenioso su descubrimiento (RTouT) y, como palabra, si no explica- ble, al menos comestible. Le diferencia con la represién histérica aparece también en el hecho de que, en ambos casos, el verdadero sujeto es padre, y es él quien reivindica el derecho a su deseo vergonzante. Lo que equiva” fe a decir que ~favoreciendo esta identificacién— los dos nifos, uno por su fetichismo y otro por su acto delirante, busean a cualquier precio res- tablecer 2 su padre como ideal del yo. En una palabra, estos actos, de na- turaleza sexual en uno, de apariencia sexual en la otra, tienen un objetivo narcisista. A través de los sintomas de la incorporacién, es el ideal del yo vergonzante quien reclama derecho de ciudadania. Es posible sostener entonces que toda Ia fantasmatizacién proveniente de la incorporacion tiene por objeto reparar ~en el imaginario— una herida realmente ocurri- da que afecté al objeto ideal. La fantasmatica de la incorporactén no hace sino traicionar el voto utépico: pueda el recuerdo de lo que sufrié una conmocién no haber nunca sido, o en lo mds profunde, no haber tenido nunca que conmocionarse. La t6pica inclusiva EI procedimiento de diagnéstico ~como se sabe~ constate dificil- mente los efectos de una incorporacién: numerosos andlisis de crip- t6foros son conducidos como curas de histéricos histerofébicos 7 2 veces se instala un proceso curioso ~y no desprovisto de alcances— que consiste, por parte del paciente, en conducirse como si fuera realmente histerofébico (lo asombroso es que pueda) y concluir su cura sin haber tocado nunca el problema de base. Habria mucho que decir de estos casos as if analyses y de sus efectos sobre la incorporacién. No cabe, per otra parte, sorprenderse de este tipo de mettdas de pata analiticas, pues la incorporacién, tanto por su génesis como por su funcién, no puede sino ser un fenémeno criptico. Ella se oculta tras la “normalidad” por ejemplo, se refugia en el “caricter” o en la perversién, para no aparecer a plena luz del dia sino en el delirio, o en aquello que Freud lamaba neurosis narcisista: la “maniaco depresiva’. El caréeter esencialmente criptico de la incorporacién no explica quizé sin embargo todo el des- conocimiento del que ella ha sido objeto. Desde Duelo y melancolia no ha acontecido nada que permita comprender mejor el sentido de su fantasmatica, ni tampoco por lo demAs la fantasmética “manfaco depre- siva’. Un pasaje de la correspondencia con Karl Abraham ilustra elo- cuentemente la naturaleza del obsticulo, 4 la proposicién hecha por su interlocutor de relacionar la melancolia con la problemética pulsional (culpabilidad por deseos canibalisticos y sédico-anales, deteniendo un proceso de duelo arcaico), Freud responde: el aspecto pulsional no es Por cierto insignificante, pero demasiado general, como lo seria una ex- plicacién en funcién del Fdipo 0 del miedo ala castracién, etc., y desvia In atencién de su amigo hacia los aspectos répicos, dinamicos y econé- micos que, por su parte, podrian proporcionar las especificaciones de- seadas*. Notemos que los aspectos [lamados pulsionales eran sobre todo fantasmas. Es sin duda una lstima que esta sugerencia no haya podido ser Ilevada lo bastante lejos como para ser fructifera. Al contrario, la es- casa inclinacién de Abraham a aplicar la metapsicologia alli donde sus concepciones personales parecian bastar debe ser considerada respon- sable de la futura teoria kleiniana, teorfa rigurosa, generosa y en ciertos sentidos grandiosa, pero incapaz de salir del pulsionalismo descriptive y panfantasista. Para Freud, la melancolia libra multiples combates entre odio y amor en el sistema inconsciente al nivel de las representaciones arcaicas, no susceptibles de volverse conscientes: ase debe guardar 0 no la inversién en el objeto, pese 2 los malos tratamientos o desengafios sufridos, pese a su pérdida? Una situacién tal del sistema inconsciente bien puede corresponder a una predisposicién proveniente de la primera infancia, pero no especifica atin una melancolia. Ahora bien, leyendo con aten- cién un texto bello y dificil, la oreja es atraida por la imagen que vuelve de una Llaga abierta, que aspira en torno @ ella a toda la libido de contra- inversion. Es esta llaga lo que el melancélico intenta disimular, rodear de un muro, encriptar, y ~creemos~ no en el sistema inconsciente sino en el sistema mismo en el que ella se encuentra, en el preconsciente- consciente. Es alli en todo caso que un proceso intratépico debe tener lugar, proceso que consiste entonces en crear, en el seno de una sola region, sistema o instancia, un anélogo de la topica completa, evando a cabo por medio de grandes esfuerzos de contra-inversién un aisla- miento riguroso de la “Ilaga’ respecto a todo el resto del psiquismo y sobre todo del recuerdo de aquello que ha sido arrancado. Una creacion tal se justifica en un solo caso: cuando es necesario renegar tanto del saracter real como de la naturaleza de una pérdida a la vez narcisista y libidinal. Proponemos, para designar a esa topice adicional, el nombre de inclusién, y uno de nosotros ha calificado su efecto como represién conservadora. Puede verse que la inclusin no es del orden del fantasma sino del orden del proceso. Por ello, mas que con la incorporacién, puede com- pararse con otro proceso: la introyeccién. Bila se produce precisamente cuando esta dlrima se topa con un cierto modo de imposibilidad. Los avatares del fantasma de incorporacién nos aparecerin ahora como es- trechamente ligados a la vida oculta de la topica incluida y su estudio, clinico y teérico, adquiere asi las bases metapsicolégicas necesarias. 1969, p. 235. Melancolia: del “duelo” al suicidio 2Como intexpretar, ala luz de nuestra hipéresis, ese muiltiple combate que “libran el amor y el odio” en un sujeto que ~seguin Freud— habria sido realmente maltratado por el objeto? Para nosostros, lo que es importante subrayar para empezar es Ia existencia de un amor anterior sin ambiva- lencias; enseguida, el caracter inconfesable de ese amor; es necesario, por iltimo, que una causa real (y por tanto traumética), lo haya interrumpido. Es bajo los efectos de la conmocién y a falta de toda posibilidad de duelo que se generard un sistema de contra-inversién utilizando los motives del odio, decepciones y malos tratamientos sufridos por parte del objeto. Ahore bien, esta agresin fantasmatica no es la primera: ella prolonga la otra, efectiva, que ha ya golpeado al objeto —la muerte, Ia vergiienza sufrida, el alejamiento, causa involuntaria de la ruptura. De hecho, sin Ia creencia convencida en Ia inocencia del objeto, no se produciria una inclusién sino, como en un caso de verdadera decepcién narcisista, una esquizofrenia, con destruccidn interna tanto del objeto como de si. Nada asi se da en el melancélico. Su idilio inconfesable pero carente de toda agresion ha cesado, no por infidelidad, sino por una obligacién impueste; es por ello que ha puesto cuidadosamente en conserva el recuerdo como su bien més preciado, a precio de construirle una cripta con las piedras del odio y de Ie agresién. Por lo demés, en tanto que la cripta se man- tenga, no habra melancolia. Bila se declara en el momento en el cual las paredes se detrumban, a menudo por causa de la desaparicion de algtin objeto accesorio que las apuntalaba. Fntonces, ante la amenaza de que la cripta se derrumbe, todo el yo deviene cripta, escondiendo el objeto de amor oculto entre sus propios rasgos. Ante la pérdida inminente de su sostén interno, el niicleo de su ser, el yo se fusionaré con el objeto inclui- do, que imaginara haber abandonado él mismo y comenzard a plena luz del dia un “duelo” interminable. Divulgaré su tristeza, su herida abierta, su culpabilidad universal —sin denunciar jamés, por otra parte, lo indeci- ble (y que bien vale un universo). Poner en escena el duelo que el sujero presta al objeto habiéndolo perdido, no es acaso la énica manera que le queda atin de revivir sin que nadie lo sepa el paraiso secreto que le fue arrebatado? Freud se sorprende de que el melancélico no sienta la menor vergiienza de todos los horrores que se reprocha a si mismo. Es posible ahora comprenderlo: mientras mas se presenta el objeto como presa del sufrimiento, de la degradacién (subentendido: a fuerza de languidecer por lo que ha perdido), mas razones de orgullo posee el sujeto: “Todo eso le sucede a causa de mi pérdidal". Cuando estoy melancélico, pongo en escena, para que se reconozca su amplitud, el duelo de! objeto por haberme perdido. El melancélico parece hacer suftir su propia carne al prestérsela a su fantasia; se ha querido reconocer en ello una agresividad vuelta hacia si, No se sabe si él ama verdaderamente a su fantasma, pero se sabe con cer- teza que éste est loco por él; que por él haria cualquier cosa. Este fantas~ ma enamorado perdidamente, el melancélico lo encarna en todo aquello que sufte “por él’. Si hay alguna agresién, ella les es comun y se dirige al mundo exterior en conjunto, por la retirada misma de la inversién. Aho- ra bien, el objeto fantasma le pena también a la contratransferencia. En clesfuerzo de objetualizar la agresién, se lo toma a menudo como blanco, sin saberlo, olvidando que el unico interlocutor presente es precisamen- te el fantasma (el objeto incorporado), y que, haciendo eso, sc pronuncia contra lo que mas quiere, lo mis celosamente ocultado y que bajo todos sus camuflajes de odio y agresion se nos pedia reconocer. Reconocer el placer de uno al ver al otro en duelo por él; reconocer no el odio, sino ef amor del objeto por el sujeto; reconocer en fin la exalracién narcisista de haber rectbido —pagando el precio de peligrosas transgresiones el amor del objeto: he allf lo que el melancélico espera del analista. Cuando haya obtenido este reconocimiento, la inclusion podra ceder poco a poco el sitio a un verdadero duelo, los fantasmas de incorpotacion podrin vol- verse introyecciones. En cualquier otro caso, subsistird la herida abierta original, transformando toda intervencién sobre la agresividad en nueva herida narcisista. La mejor respuesta seré de todas maneras la reaccién maniaca: viendo que el objeto es atacado, la mania pone en escena la po- tencia todopoderosa del amor ("Cuin poderosamente me defiende, qué bien alega en favor de nuestra causa, no ha cesado de ‘comérselos a to- dos’, no mide sus palabras, no retrocede ante nada, y no se detiene ni un minuto... zno es su ardor admirable?"), Triunfo, desconfianza, furor, desa- fio a la vergiienza, son otros tantos titulos en su repertorio. El progreso del anilisis no se ve por cierto favorecido de este modo, pero los dias del paciente permanecen a salvo. Lamentablemente, muy frecuentemente el “duelo” melancélico habré sido la ultima carta del sujeto para obtener un restablecimiento narcisista. Ello se comprende fécilmente si se toma en cuenta que el deudo no ha perdido atin a su compaiiero 7 que su duclo es, porast decirlo, anticipado. Ahora bien, cuando el sujeto aprende —por re~ peticién del trauma de antafio~ que debe atacar a su amante secreto, no le queda sino llevar hasta la ultima consecuencia su fantasma de duelo: “Si es preciso que quien me ama me pierda definitivamente, no sobreviviré a esta pérdida’, Esta corteza otorge una gran serenidad, una imagen se- mejante a la cura. No llegar nunca s completarse sino cuando el “objeto” haya realizado el supremo sacrificio...

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