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ELIZABETH LOWELL
PRÓLOGO
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La suave luz del sol y el profundo olor a café, hicieron que el sueño se
fuera alejando para dar comienzo a un nuevo día. Estaba tumbada boca abajo,
enredada entre las sabanas, y adormilada tras una noche de incesante sexo
que me había dejado exhausta y complacida.
Parecía que Christian estuviera preparándose para un maratón erótico,
o que nunca tuviera bastante de mí, cosa que me sonrojaba, me excitaba y me
encantaba. Yo también le necesitaba cada vez más, y estaba segura de que a
este ritmo acabaríamos consumidos el uno por el otro.
Me desperecé mientras me giraba, y vi al protagonista de mis sueños
más húmedos acercándose por el lateral de la cama. Iba vestido solo con un
viejo pantalón vaquero de cintura baja, dejándome sin aliento al desprender
una sensualidad masculina que me cortaba la respiración, por lo que solo
pude dar las gracias por estar tumbada, pues de lo contrario el temblor de
piernas abría delatado mi deseo por él.
Llevaba un par de tazas de café en las manos, las cuales dejó en la
mesita de noche con cuidado antes de ponerse junto a mí.
—Buenos días, dormilona —me dijo mientras se sentaba a mi lado y
me besaba el hombro—. ¿Cómo has dormido?
Me quedé quieta sobre la alborotada cama para poder verle mejor
mientras bostezaba y terminaba de despejarme. Tenía medio cuerpo tapado
por la sábana, mientras la otra mitad de mi torso desnudo quedaba al
descubierto, ofreciendo la visión de mis pechos erectos y maduros.
—¡Genial!, aunque no me importaría dormir un poco más.
—Esta noche prometo ser bueno y dejarte dormir… —se calló por
unos segundos mientras me contemplaba— …un poco más —terminó
diciéndome con voz ronca.
—Por mí no te molestes, no me estaba quejando —le contesté con una
coqueta sonrisa en mis labios.
Christian me sonrió y después besó mi boca hasta dejarme sin aliento.
El sonido de mis tripas quejándose por falta de alimento nos separó, al
recordarnos las horas que llevábamos sin probar bocado.
—¡Debes de estar hambrienta!
—¡No tanto como tú!
Ambos sonreímos al rememorar la velada anterior y de cómo
acabamos en la cama sin cenar, pero teniendo una noche de sexo increíble.
—Te recuerdo que pasé gran parte de la noche cenando —me soltó
con aire pícaro Christian.
Me sonrojé al recordar la veces que me había saboreado, y de como
no podía parar de jadear y de gritar su nombre cada vez que me devoraba.
—¿O quieres que te lo recuerde? —me preguntó mientras recorría mi
cuerpo con sus ojos y su mano para provocarme.
—Entonces sí que no me levanto en todo el día, ¿qué hora es? —le
dije tratando de cambiar de tema o acabaría convertida en un amasijo
tembloroso nada sexy.
—Se ha hecho un poco tarde, pero aún llegas con tiempo a la
entrevista.
—Supongo que es una de las ventajas de ser el jefe.
Sonreí al darme cuenta de lo cerca que estaba de conseguir mi sueño,
y de lo mucho que ambos habíamos compartido para que yo pudiera
conseguirlo.
—Una de muchas —me dijo guiñándome un ojo—. ¡Se me olvidaba!,
te he traído el café para que te lo vayas tomando en la cama.
Christian me ofreció una de las tazas que había dejado unos minutos
antes en la mesilla, y se quedó con la otra para él.
—¡Vaya, qué lujo! —Le di un profundo trago que me sentó de
maravilla—. ¡Mmmmm!, me estás acostumbrando muy mal.
—Tus deseos son órdenes para mí, mi señora —me contestó risueño.
Durante unos segundos nos quedamos mirándonos en silencio
mientras saboreábamos nuestros cafés. Estábamos perdidos en nuestros
pensamientos mezclando el amargo sabor en nuestro desayuno, con el dulce
recuerdo de los días anteriores.
Christian me observaba sin perderse ningún detalle de mí, y hubiera
dado cualquier cosa por saber lo que estaba pensando. Parecía feliz y
complacido, pero había en sus ojos algo que creí identificar como una duda.
Me apartó un mechón de cabello de mi rostro con una suave caricia y
acarició mi rostro con suavidad mientras seguía perdido en sus pensamientos.
—Tengo algo que decirte —paró unos segundos como tratando de
conseguir fuerzas—. He estado pensando que podrías ayudarme en un asunto.
No dije nada y esperé a que siguiera hablando.
—Como sabes mi negocio consiste en la compra y venta de
inmuebles, pero también restauro hoteles y los hago rentables.
Asentí curiosa por saber hacia donde quería llegar con sus palabras.
—He pensado que teniendo a mi lado a alguien con tu talento, podría
encargarte los trabajos de diseño —calló durante unos segundos, para
después continuar diciendo—: No quiero que pienses que te los ofrezco por
estar juntos, porque no es así. Es solo que me parece estúpido contratar a otra
agencia cuando confió en la tuya.
—No sé qué decirte.
—Puedes pensarlo si quieres, aún quedan unas semanas hasta que
estés en pleno funcionamiento y no tengo prisa.
—Está bien, lo pensaré.
No sé qué cara puse pero debió preocuparle ya que no se quedó muy
conforme. Me terminé de tomar el café de un trago, aunque hubiera preferido
un buen sorbo de algo más fuerte.
Lo que Christian me ofrecía era un negocio redondo, pues con ese
trabajo obtendría unos ingresos cuantiosos y prácticamente fijos. Además me
darían prestigio al colaborar con una empresa tan grande, sin olvidar de que
se trataba de una oportunidad única para darme a conocer. Lo malo era que
no estaba muy segura de estar a la altura, pues yo me había hecho a la idea de
que mi negocio sería pequeño, y de que poco a poco conseguiría una cartera
respetable.
—¿No te ha molestado mi oferta, verdad?
—¡Claro que no Christian!, más bien estoy sorprendida.
—¿Por qué?
Le miré detenidamente y vi preocupación en sus ojos. Entonces caí en
la cuenta de que debía de estar con esta idea en la cabeza desde hacía algún
tiempo, y no habría sabido cómo decírmelo para no ofenderme. Me dolió que
aún creyera que estaba reacia a obtener su ayuda después de todo lo que
habíamos hablado y compartido, pues eso significaba que no había terminado
de creerme cuando le dije que quería contar con él para todo. Decidida a
dejarle claro de una vez por todas este asunto le contesté.
—Bueno, mi negocio es pequeño y estamos comenzando, no sé si voy
a poder estar a la altura de tus expectativas. Tú posees una de las mayores
empresas del país y yo acabo de empezar con mi negocio. No creo que esté a
tu nivel, aunque me encantaría trabajar contigo.
Christian soltó un suspiro y noté como se relajaba. Daba la sensación
de que se hubiera quitado un gran peso de encima, el cual llevaba cargando
durante bastante tiempo. Me hubiera gustado darle un manotazo y haberle
regañado, al pensar que me negaría al plantearme una oferta semejante por
orgullo.
—¡Claro que vas a estar a la altura!, te conozco y sé como te
esfuerzas y te entregas en todo lo que haces. Además, he sido testigo de tu
creatividad y tu mente despierta —me acarició con dulzura la cara mientras
seguía diciéndome—. Y sería un auténtico placer trabajar a tu lado.
Me lancé a sus brazos con las lágrimas picando en mis ojos. Cualquier
hombre que comprendiera y animara a la mujer que tenía a su lado se merecía
todo lo mejor. Pero si además le daba su amor, su respeto y su admiración,
así como la impulsaba a conseguir las metas que a ella le parecían imposibles,
entonces ese hombre se merecía a una mujer que luchara del mismo modo
por él y por su amor.
—¿Te he dicho ya que te quiero? —le pregunté entre sus brazos.
—¡Hoy no! —me contestó apenas sin aliento debido a la emoción que
sentía.
—Pues quiero que sepas que te amo con locura.
Me separé de sus brazos para poder mirarlo a los ojos, mientras le
decía con el corazón latiendo a mil por hora en mi pecho:
—Sería maravilloso poder trabajar a tu lado si tú así lo deseas.
La sonrisa de Christian iluminó su cara, y me emocioné al hacerle
feliz con un gesto tan sencillo, pero que a la vez implicaba tanto. Sabía que
este sería el comienzo de un largo camino, donde ambos compartiríamos
nuestras vidas y nuestro mundo.
—Yo solo deseo hacerte feliz —me aseguró.
—Entonces lo tienes fácil, pues solo tienes que amarme.
Volvimos a besarnos dejándonos llevar por nuestros sentimientos en
un arranque de necesidad que ambos sentimos. Nos perdimos en un abrazo
cargado de deseo, y demostramos como la palabra amor puede ser dicha de
múltiples formas, sin que sea pronunciada ni una sola letra. El tiempo dejó de
regirnos y olvidamos todo lo que nos rodeaba.
—¡Te amo mi ángel!, no lo olvides nunca.
Solo fui capaz de dejarme llevar por sus caricias y sus dulces besos.
—¿Qué es esto? —soltó de pronto, siendo evidente el cambio en su
voz, al dejar de ser meloso para pasar a ser precavido.
Tras su pregunta me pasó un dedo por un lateral de mi cuello con
mucho cuidado, y fue justo en ese instante cuando me acordé del accidente de
coche y del rasguño que me había hecho. Respiré despacio sabiendo lo que se
me avecinaba, y me preparé para el inminente interrogatorio.
—¡Ah, esto!, ya lo había olvidado —comenté tratando de quitarle
importancia—. No es nada, me lo hice ayer con el cinturón de seguridad.
—¡Tienes que tener cuidado cielo! ¿No te duele?
Negué con la cabeza, y me di cuenta de que no podía posponer por
más tiempo el contarle lo ocurrido el día anterior, así que decidí ser sincera y
directa. Al fin y al cabo él solo se preocupaba por mí, y debía de estar
agradecida de que le importara a alguien.
—Ayer tuve un accidente —solté sin más.
Christian me miró sorprendido y estuve a punto de romper a reír por
su expresión. Un día de estos iba a acabar matándolo por culpa de los sustos
que le daba.
—¿Cómo has dicho?
Su voz sonaba incrédula. Como si le hubiera comentado algo tan
absurdo que le resultaba difícil de creer.
—En realidad, solo fue un frenazo.
Ya sin prestar atención a lo que le decía me colocó ambas manos en el
cuello, y se puso a revisarlo como si fuera médico y estuviera tratando de
encontrar alguna contusión. Me hizo gracia que después de haber estado toda
la noche haciendo posturitas imposibles, ahora se preocupara por un rasguño
sin importancia que llevaba horas olvidado.
—Pero te encuentras bien. Tenías que habérmelo dicho.
Le cogí las manos para que volviera a prestarme atención, y con voz
serena para tranquilizarle le dije:
—¡No fue nada! No te lo conté porque se me pasó con tantas cosas
pendientes y luego… —me ruboricé— …estuvimos ocupados toda la noche.
—¿De verdad estás bien? —me volvió a preguntar.
—Sí, estoy bien —le aseguré con mi mejor sonrisa para tranquilizarle.
—De acuerdo, luego le echo un vistazo al coche y me ocupo del
papeleo.
—El coche no tiene nada, y por papeleo no te preocupes, el golpe fue
contra el coche de Lisa.
—¿Qué Lisa? —me preguntó muy serio.
Conociéndole como le conozco, seguro que ya estaba pensando en
demandarla o algo parecido. De pronto calló en la cuenta, e incrédulo me
preguntó:
—¿Lisa tu ayudante?
Asentí divertida ante la cara de asombro que puso.
—¡Pues sí que empieza bien!
Solté una carcajada y lo abracé. Ese era el hombre que se había
adueñado de mi corazón, y no estaba dispuesta a cambiarlo por nada del
mundo. Aunque a veces fuera gruñón y maleducado, posesivo e imperfecto,
pues aun cargado de defectos era ideal para mí.
—Christian, no te haces a la idea de lo divertido que eres a veces.
Él se quedó mirándome con una sonrisa en los labios y me contestó:
—Eres la primera persona que me ha dicho que soy divertido.
—Eso es porque no te conocen tan bien como yo.
—Debe ser por eso —me contestó con tono guasón.
—Aunque también influye que no pares de gruñir a todo el mundo.
Christian soltó una carcajada y me estrechó con más fuerza entre sus
brazos.
—¿Así que gruño? —me preguntó risueño.
Asentí con la cabeza mientras le devolvía la sonrisa.
—Pero solo cuando te enfadas —le dije a modo de disculpa.
Él volvió a reírse, y me miró con un amor y una ternura que iluminó
la mañana.
—¡Eres un auténtico diablillo!
Sonreí por sus palabras y lo besé con todo mi amor. Por desgracia el
tiempo no se detenía, y el poco que nos quedaba lo necesitábamos para
prepararnos, pues de lo contrario nos hubiéramos dejado llevar por la ternura
del momento, y hubiéramos terminado de nuevo en la cama. Pero ninguno de
los dos pudo olvidarse de las obligaciones que teníamos pendientes.
Christian, como siempre tan responsable, fue el primero en ponerse en
pie y en dirigirse al cuarto de baño para darse una ducha rápida, mientras yo
bostezaba y me resistía a salir de la cama.
—¡Christian!
Lo llamé cuando él ya estaba a punto de entrar en el baño. Él se paró
y se giró para mirarme interrogante.
—Si hubieras tenido un accidente con un posible empleado, ¿le
hubieras contratado después?
—Cariño, no soy ningún monstruo —me respondió muy serio.
—¿Eso quiere decir que sí?
—Eso quiere decir que no —afirmó con una sonrisa maliciosa, para
después perderse en el baño.
Solté una carcajada y dije bajito, solo para mis oídos:
—Lo que yo decía. Un monstruo.
—¡Te he oído!
Le escuché decir un poco antes de que se metiera en la ducha. Me
quedé riendo, tumbada en la cama, dándome cuenta de que hacía tiempo que
no era tan feliz.
Mi mañana había empezado de forma maravillosa y estaba
convencida de que el resto del día seguiría igual. Pues la felicidad que en ese
momento sentía, sería difícil de ser arrebatada.
***
***
«¿Cómo podía tener tan mala suerte?» Deliberó Lisa, mientras salía
del despacho acompañada de un huraño Rayan.
Cuando creía que había dejado mis problemas atrás y que tenía otra
oportunidad para empezar, vuelve a aparecer él en mi vida para seguir
atormentándome.
Lo había conocido hace casi un año, cuando entré a trabajar para una
gran internacional y él tenía un puesto de directivo. Solo coincidíamos en
algunas reuniones, pero desde luego todo el mundo sabía quién era ese
atractivo y brillante hombre de negocios.
Al principio él no recayó en mí, pero pasado unos meses de coincidir
por los pasillos o en las juntas, ambos empezamos a lanzarnos miraditas
insinuantes y coqueteos sin importancia. Me encantaba como me miraba, y
como se dirigía a mí con su aire galante pues me hacía sentir sexy y especial.
Nunca tuvimos una cita romántica, pero comíamos juntos siempre que
nos era posible, y cada tarde me esperaba a la salida del trabajo para tomar
algo, o para simplemente acompañarme hasta el coche.
Pensé que estaba empezando a formarse algo entre nosotros, pero
cuando un proyecto se filtró a la competencia y todos me acusaron, nadie, y
menos él, creyó en mi inocencia. Me di cuenta de que había sido una estúpida
por haber creído que yo era especial para Ryan, ya que él no me dio ninguna
oportunidad para quedar en privado y defenderme.
Tuve que aguantar el desprecio de todos, aunque fue el suyo el que
más me dolió. Ni siquiera la falta de pruebas, o el hecho de que era imposible
mi culpabilidad, hizo que las cosas cambiaran entre nosotros, o se mostrara
incrédulo por todo lo que estaba pasando. El daño ya estaba hecho, y su
negativa a rectificar su error me dolió como ninguna otra cosa lo había
conseguido antes.
Es por ello que decidí empezar de cero alejándome de ese mundo
corporativo, y dimití para buscar un trabajo más creativo y tranquilo en una
pequeña empresa. Al conseguir el puesto al lado de Mary, había supuesto que
el pasado quedaba atrás, y que se estaba abriendo una nueva oportunidad para
empezar de cero. Aunque ahora, tras verle y saber que volveríamos a trabajar
juntos, ya no estaba tan segura.
***
***
***
Una vez más Lisa miró su reloj y se peguntó qué le habría podido
pasar a Mary. Era muy extraño que se retrasara y no llamara para avisar, pues
quedaban tres días para la inauguración, y Mary no llegaría tarde a menos de
que le hubiera pasado algo grave.
Ella y Ryan habían llegado puntuales como cada mañana desde hacía
ya una semana, pero hoy era la primera vez que Mary no había llegado a su
hora. Tras esperar un buen rato, usaron la copia de las llaves que Mary les
había entregado, con el fin de que tuvieran libertad para entrar o quedarse a
trabajar hasta tarde.
Aunque se conocían desde hacía poco, Mary les había dado toda su
confianza y la respetaban más por ello. Pero esta era la primera vez que
usaban su copia, pues Mary siempre era la primera en llegar y la última en
marcharse. Sin darse cuenta Lisa volvió a mirar su reloj motivada por la
preocupación.
—¡Quieres dejar de mirar la hora! ¡Es la jefa y puede llegar cuando
quiera! —le reprendió Ryan.
Él se había puesto a trabajar en su mesa, que estaba enfrente de la de
Lisa al tener que compartir el despacho, sin preocuparse por la tardanza de
Mary, ya que estaba acostumbrado a que los jefes con el tiempo se tomaran
ciertas libertades.
—¡Ya sé que puede llegar cuando quiera!, es solo que no es común en
ella llegar tarde y más sin avisar —le respondió alterada.
Ambos habían pactado un código en el que solo se hablaban lo
estrictamente necesario, y siempre eran temas relacionados con el trabajo.
Además, hacían todo lo posible por no coincidir en el despacho, y se trataban
con tanta cordialidad y desdén, que parecían salidos de unos cursillos de
buenas formas y protocolo.
Hasta que algo les hacía enfrentarse y entonces toda esa formalidad,
que tanto les costaba mantener, se fundía en un instante. Era entonces cuando
las puyas y los comentarios sarcásticos daban lugar a una verdadera batalla
campal.
—¿Y cómo sabes si es común o no? Solo llevas trabajando para ella
unos días.
—¡Pues porque lo sé!
—¡Ya! ¡Tú lo sabes todo! —le contestó en voz baja y en un tono que
demostraba que estaba molesto.
Lisa, cansada de tantos comentarios y tantas miradas de recelo, se
plantó ante él dispuesta a aclarar todo los malentendidos, para poder trabajar
en paz de una vez. Con cara de enfado colocó sus brazos en jarras para
demostrarle lo harta que estaba de él, y se dispuso a cortar de una vez por
todas tanta animadversión.
—¿Se puede saber qué es lo que te he hecho que tanto te molesta?
Ryan ni se dignó a levantar la mirada, y siguió como si no le
interesaran sus palabras.
—Ahora no estoy para juegos.
—Pues yo pienso que no podemos seguir así. Si vamos a trabajar
juntos deberíamos aclarar algunas cosas.
Ryan por fin levantó la vista hacia ella, y en sus ojos se pudo ver
claramente lo enfadado que estaba. Pero Lisa estaba decidida y no se iba a
echar hacia atrás, por lo que mantuvo la mirada clavada en él.
—¿De verdad quieres saber qué es lo que me molesta?
Lisa afirmó con un leve movimiento de cabeza y le dejó continuar.
—Me molesta que llegue alguien nuevo dispuesto a comerse el
mundo, y en vez de trabajar duro como los demás, se dedique a robar ideas o
a flirtear con hombres que podían ser su padre.
—¿Pero de qué estás hablando?
—¡Sabes muy bien de qué estoy hablando! ¡Así que deja de hacerte la
tonta, que yo no voy a caer en tus trucos!
Lisa se quedó callada por unos segundos hasta que comprendió de qué
le estaba hablando. Estaba convencido de que en la otra empresa donde
trabajaban ella había infiltrado información, y aunque se demostró que fue
una acusación falsa, él aún creía en su culpabilidad.
Pero lo que no sabía era a qué se debía ese comentario de que ella
flirteaba con hombres mayores. Nunca lo había hecho y nunca lo haría, pues
era denigrante, y ella no estaba dispuesta a eso por nada del mundo.
—Si te refieres a las acusaciones que me hicieron en la otra empresa,
sabes perfectamente que fueron infundadas, y que se demostró mi inocencia.
—¿Entonces por qué dejaste la empresa si no tenías nada que
esconder?
—Porque gente como tú ya me había juzgado sin darme la
oportunidad de defenderme. ¿O vas a negarlo?
El ambiente cada vez era más tenso, y ambos empezaron a sentir
como el enfado iba apoderándose de su cuerpo.
—Yo solo sé que se te acusó y poco después te marchaste —volvió a
insistir Ryan.
Él se negaba a admitir su error por precipitarse al juzgarla, pues sería
como admitir que era igual que los demás que le dieron la espalda
obligándola con ello a dimitir.
—Pues haberte informado mejor. Además, tú me conocías, no sé
cómo pudiste pensar que yo era capaz de hacer algo así.
—No te conocía tanto. Solo habíamos tonteado un poco y tomado
alguna copa juntos.
Lisa sintió un profundo dolor en el pecho, pues para ella esos días
junto a él habían significado mucho más. No es que se hubiera enamorado
perdidamente, o eso pensaba, solo que se había hecho ilusiones de llegar a
algo serio y todo se había quedado en nada. Pero lo peor de todo era que sus
palabras le recordaron el daño que le hizo el no sentirse respaldada por él.
—Solo tenías que haberte tomado la molestia de acercarte a mí y
haberme preguntado.
—¿Y qué me dices de lo otro?
Ryan cambió de tema al saberse vencido, y le preguntó sobre lo que
realmente le interesaba. Durante días la imagen de ella metiéndose en el
coche de otro hombre le atormentó, y era incapaz de quitársela de la cabeza.
La sensación de sentirse engañado y utilizado le había causado mucho daño,
y fue el detonante de su mal comportamiento respecto a ella.
—¿Qué otro? —le preguntó Lisa al no saber a qué se refería.
—Te vi meterte muy sonriente en el coche de un hombre que podía
ser tu padre.
—¡No sé de qué me estás hablando! —contestó ella aún más
confundida.
—¡Claro! —Dijo sarcástico—, ahora no te interesa recordar.
Lisa, cabreada como nunca había estado en su vida, se le acercó hasta
quedar a escasos centímetros de su cara.
—No es que no me interese recordar, es que no tengo ni idea de lo
que estás hablando.
—¡Te vi! —Gritó enojado—, llamaste al despacho diciendo que te
encontrabas mal y que te tomabas el día libre. Fui tan estúpido que me dirigí
a tu casa para ver cómo te encontrabas, y te vi saliendo de tu portal muy sana
y sonriente. ¿Vas a negar eso también? —le retó colérico.
Lisa se le quedó mirando con los ojos como platos, debido a su
sorpresa.
—¿Fuiste hasta mi casa para ver cómo me encontraba?
Ryan empezó a sentirse incómodo al darse cuenta de lo que había
confesado. No quería que supiera el interés que había sentido por ella en el
pasado, pues era algo que no tenía remedio.
—No has contestado a mi pregunta —por el tono de voz que utilizó,
parecía más una acusación que una indicación.
—Recuerdo muy bien ese día. Hacía muy poco que me habían
acusado y todos me dabais la espalda. No tenía ganas de ir a la oficina y
enfrentarme a las miradas cargadas de odio, como a los comentarios hirientes
que decían a mis espaldas. Sobre todo me dolían los que provenían de los que
hasta ese momento había considerado mis amigos.
—Sigues sin contestar a la pregunta —volvió a reiterar Ryan.
—Ya que tanto te interesa, te diré que ese hombre era un abogado
amigo de mi padre, que me recogió para ir a su despacho y ver cómo
podíamos resolver el problema de la falsa acusación.
«Si mentí ese día fue para que nadie de la empresa se enterara de este
encuentro, ya que los verdaderos culpables no debían darse cuenta de que
estábamos tras ellos y no destruyeran las pruebas. Si no hubiera sido por mi
familia y ese hombre —pronunció esto último con énfasis—, ahora estaría
enfrentándome a una falsa acusación por espionaje industrial».
Durante unos segundos ambos se quedaron callados mientras se
miraban a los ojos. Él se dio cuenta de que la había prejuzgado por culpa de
los celos, y no le había dado la opción de justificarse. Se sintió culpable y
quiso averiguar si también para ella fue doloroso el dejarlo atrás.
—Si eras inocente, ¿por qué no pediste mi ayuda?
—Te recuerdo que tú fuiste uno de los primeros en creer en las falsas
acusaciones.
—Pero fue porque te vi con ese…
De pronto calló. La verdad es que no tenía excusa para sus acciones.
Se había portado mal y no había estado a su lado cuando le necesitaba, ni
siquiera como amigo. Todo su enfado se desvaneció y solo quedó el
remordimiento.
—Tienes razón, no estuve a tu lado. Debí de haberte dado la opción
de defenderte —fue lo único que se atrevió a decirle, pues no podía
confesarle que le dio la espalda por culpa de los celos.
El corazón de Ryan se encogió de dolor, al ver las lágrimas bañando
los ojos de Lisa. Se estaba dando cuenta de que ella le había necesitado, y sin
embargo la había apartado. Debieron de haber sido unos días muy duros para
ella, y le dolía no haber podido estar a su lado para consolarla.
—Ya sé que es tarde, pero si te sirve de consuelo lo siento.
Lisa asintió con la cabeza sin decir nada. Tenía las lágrimas apunto de
derramarse por su rostro, y la garganta cerrada por el dolor que sentía en su
pecho. No quería volver a sentir la sensación de desgarro que tanto le costó
olvidar. Tan solo quería dejar el pasado atrás y empezar de cero en un nuevo
futuro.
—¿Hacemos las paces?
Ryan alargó la mano frente a ella para que se la estrechara en caso de
que quisiera perdonarlo. Todo su cuerpo estaba en tensión esperando la
reacción de Lisa, pues sabía que le estaba pidiendo algo que muy pocas
personas le darían.
Lisa suspiró profundamente sin dejar de mirar la mano extendida, y
decidió que era imposible empezar de cero si no llegaban a un acuerdo. Por
eso unió su mano a la de él, como señal de entendimiento y de paz.
La sacudida eléctrica que ambos sintieron les dejó clavados en su
sitio, sin ser capaces de apartar la mano o la mirada. Cuando por fin pudieron
ser conscientes de sus cuerpos, Lisa fue la primera en retirar la mano, y en
bajar la mirada avergonzada por su reacción.
—Será mejor que sigamos trabajando —la voz ronca de Ryan sonó
unos segundos después, consiguiendo que ella se sobresaltara.
No estaba muy segura de qué era lo que esperaba, pero nunca hubiera
creído que para él resultara tan fácil olvidarlo todo y seguir como si nada, ya
que para ella no había resultado así, al haberlo echado mucho de menos.
Estaba claro tras el escalofrío que sintió al juntar sus manos que aún
le afectaba, como igual de claro había quedado que para él ella no había
significado nada. Molesta y desilusionada por este descubrimiento, se dirigió
a su mesa, sin percatarse de la cálida mirada que la seguía.
Al cabo de unos incómodos momentos escucharon abrirse la puerta, y
poco después aparecía una radiante Mary incapaz de dejar de sonreír.
—¡Buenos días equipo!
—¡Buenos días! —contestaron a la vez y con bastante menos énfasis.
—¿A pasado algo interesante?
Lisa miró a Ryan, que tras el saludo parecía ensimismado mirando
unos papeles, y contestó abatida:
—¡No! Todo sigue igual.
CAPÍTULO SIETE
***
***
El día de la inauguración había llegado. Faltaba una hora para que los
invitados aparecieran y todo estaba prácticamente preparado. Había quedado
con mi familia en que vendrían un poco antes para ayudarme, y estaba segura
de que no tardarían en llegar. Sobre todo Tilde, que no se perdería la
oportunidad de ordenar y organizar.
Christian estaba a mi lado tratando de calmar mis nervios, y
ayudándome con los pequeños detalles, guapísimo con su traje a medida y su
mirada seductora. No paraba de sonreírme y de decirme lo guapa que estaba
con mi vestido de cóctel negro, formado por un corpiño entallado y una falda
amplia que quedaba por debajo de mi rodilla.
Había elegido un diseño elegante y sencillo de gasa con tirantes
anchos que recordaba a los años cincuenta. Llevaba un escote en forma de
pico, según Christian demasiado pronunciado y según mi criterio recatado,
que le daba un aire más informal y sexy. Un conjunto de collar y pulsera de
oro eran mis únicos complementos, junto con unos sofisticados Manolos a
juego.
Toda la agencia estaba iluminada por las luces artificiales de las
lámparas, o por los últimos rayos del sol de marzo que se filtraban por las
ventanas. Me sentía eufórica y aterrorizada a partes iguales, y no dejaba de ir
de un lado a otro supervisándolo todo.
Lisa y Ryan también estaban a mi alrededor como pollitos
persiguiendo a su mamá gallina. Parecía que se llevaban mejor aunque de vez
en cuando alguno soltaba algún comentario malicioso. Los dos iban
impecables y elegantes y, aunque sabía que era algo imposible, parecían la
pareja perfecta.
El hall era donde se iba a concentrar todo el mundo, y por eso nos
habíamos esforzado en que diera una imagen profesional pero cálida, al igual
que las demás partes de la agencia. Había contratado un catering con un total
de tres camareros; uno para organizar y recoger, y los otros dos para ir por la
sala con una bandeja ofreciendo bebidas o canapés variados.
El trastero iba a ser su centro base, desde donde sacarían las bandejas
ya montadas y donde se apilaban las cajas con las bebidas, sobre todo de
champán. Acababan de dejarlo todo y se habían marchado un momento para
traer más botellas, pues Christian quería aportar unas cajas de whisky que al
parecer eran muy difíciles de conseguir y excesivamente caras.
Con el fin de recoger las cajas, y alguna otra cosa que Christian
mantenía como sorpresa, se marcharon dejándonos solas a Lisa y a mí, y fue
entonces cuando comencé a intranquilizarme. No sé si fueron los nervios, o la
cantidad de manzanilla que me estaba tomando para tranquilizarme, pero la
necesidad de ir al baño estaba empezando a ser molesta.
Mientras me lavaba las manos, y me miraba en el espejo para
comprobar que mi maquillaje y mi recogido estaban perfectos, me dije que
era una tontería preocuparme. Todo estaba saliendo a la perfección y no había
manera de estropearlo en tan poco tiempo; por desgracia había olvidado mi
tino para atraer a la mala suerte en los momentos más inoportunos.
Como era de imaginar el problema apareció cuando menos ayuda
tenía y menos tiempo quedaba para que llegaran los invitados, pues cuando
intenté cerrar el grifo éste se resistió. Por mucha fuerza con que lo intentara
esa maldita manecilla se negaba a obedecerme, mientras el agua no paraba de
salir a presión.
Poco a poco el agua fue aumentando su volumen en la palancana, al
mismo ritmo que aumentaba mi desesperación. Si no conseguía pararla en
pocos segundos se desbordaría y empezaría a caer por el suelo, justo cuando
faltaba media hora para abrir las puertas.
Sin saber qué hacer me quité un zapato y empecé a golpear el grifo
con él, como si fuera un martillo y no unos caros Manolos. La desesperación
se transformó en furia y ese grifo se convirtió en el centro de mi ira, al mismo
tiempo que el baño se inundaba cada vez más y mi intento para pararlo no
funcionaba.
—¡Dios mío! ¿Qué ha pasado?
Al oír la incrédula voz de Lisa no pude evitar soltar unas lágrimas, al
sentirme incapaz de hacer algo. Me aparté del lavabo desolada y me giré para
mirarla.
—¡Este grifo me odia! —le dije tratando de contener los nervios.
—Tranquila yo lo soluciono.
Sin pensarlo dos veces entró en el baño y empezó a revisar el grifo.
Luego, sin decir nada, se marchó del cuarto dejándome medio mojada, medio
descalza y medio maquillada, pues tenía el rímel corrido por culpa de las
lágrimas. El agua mojaba mis pies, y ya estaba a punto de salir del cuarto
para adentrarse en el pasillo, cuando, sin que nadie lo tocara, ésta se cortó y
todo quedó en silencio.
No podía pensar, ni reaccionar, y solo pude quedarme allí parada
mirando el estropicio que había organizado en pocos segundos. Lisa volvió
corriendo al baño, y al ver que todo había cesado sonrió, aunque su alegría le
duro poco en cuanto descubrió mi expresión abatida, y sin pensárselo dos
veces se acercó y me abrazó.
—Ya paró, no tienes porqué preocuparte
Solté entre sus brazos la tensión acumulada con mis últimos sollozos,
aunque mi curiosidad fue más fuerte que mi congoja, y tuve que preguntarle
cómo había conseguido que dejara de salir el agua.
—¿Cómo lo has parado?
—He cerrado la llave de paso.
En ese momento me sentí una verdadera estúpida por no haberlo
pensado, y mis deseos de llorar se multiplicaron hasta hacerse insoportables.
Lisa debió notar que me sentía fatal por no habérmelo figurado y trató de
consolarme.
—Es lógico que no te acordaras, estabas muy nerviosa. Además, a mí
me ha pasado tantas veces que ya lo hago de forma automática.
Sus palabras de aliento en tono burlón y su sonrisa sincera, hicieron
que me sintiera mejor por no haber ideado esa solución antes.
—Igualmente tienes que mirar el lado positivo —me dijo aún
sonriendo.
—¿Cuál? —le pregunté ya más serena.
—¡Te has desahogado con ese pobre grifo!
Las dos rompimos a reír consiguiendo que por fin la tensión saliera de
mi cuerpo. Ni la manzanilla, ni ver que todo estaba dispuesto, habían
conseguido relajarme tanto como golpear ese maldito grifo con mi zapato.
—¿Haciendo reformas de última hora?
La voz de Christian nos hizo girar para mirar hacia la puerta, donde
éste se encontraba observándonos con las manos en los bolsillos, seguido por
Ryan y mi familia. Todos me miraban fijamente con expresiones que
variaban con un: «Pero qué has hecho», «¿Cómo es posible que siempre se
meta en líos?» o un «Está visto que no puedo dejarte sola». Cansada de ser
siempre la patosa opté por seguir con la broma.
—¡He pensado que no le vendría mal un buen fregado!
Levanté la barbilla retándolos a contradecirme, consiguiendo que la
mayoría sonrieran, entre ellos Christian, que se acercó para ponerse a mi lado
y darme un beso en la frente. Tilde se hizo paso para ver la magnitud del
desastre y, como es normal en ella, no pudo callarse.
—¿Y para eso has tenido que golpear al pobre grifo con tu zapato?
Christian rodeó mi cintura con su brazo a modo de protección, no sé
si de forma instintiva o porque así lo deseaba, pero su toque fue justo lo que
necesitaba en ese instante.
—¿Estás bien? —me preguntó al oído con voz suave.
Me aferré a él suspirando y asentí con un leve movimiento de cabeza.
Rodeada de mis seres queridos me sentía feliz y mucho más tranquila, aunque
estaba algo abochornada al haber sido descubierta en otro de mis múltiples
desastres.
—¡Todo el mundo fuera! ¡Ya me ocupo yo de esto! —ordenó Tilde.
Cuando me solté de los brazos de Christian me di cuenta de que mi
hermana estaba a mi lado, e inmediatamente ésta me cogió la mano mientas
me indicaba sonriendo:
—Dejemos a Tilde al mando.
Asentí, pues sabía que en sus manos todo estaría solucionado en
pocos minutos, y me puse el zapato, que milagrosamente había sobrevivido a
los golpes, para salir junto a los demás del baño. Ya en el hall empecé a
saludar con un abrazo a todos, hasta que le tocó el turno a mi cuñado Alan, y
éste no pudo evitar meterse conmigo.
—¡Busca líos! —me llamó de forma guasona.
Sonreí por el apodo que siempre me decía cuando me metía en
problemas, y como ya era mi costumbre le saqué la lengua, ganándome otro
abrazo suyo.
Con tantas manos dispuestas a ayudar, en pocos minutos estuvo todo
impecable y el grifo arreglado. Viéndome rodeada por las personas que más
quería me propuse disfrutar de este momento, y olvidarme de todo lo malo
que podía pasar para arruinar la inauguración.
Centré mi pensamiento en que esta iba a ser una fiesta entre familia y
amigos, aunque al principio se centrara en la parte comercial. De este modo
me sentí mucho más relajada y dispuesta a enfrentarme a lo que fuera.
Cuando todo estuvo preparado y faltaban pocos minutos para recibir a
los invitados, Christian nos reunió en el hall y mandó a los camareros que
sirvieran champán; excepto a los niños que les pusieron un refresco. Sin
decirme nada, colocó su mano en mi espalda y me llevó hasta el centro de la
sala, sorprendiéndome al no saber qué se proponía. Cuando vio que todos
estaban en silencio y tenían sus copas preparadas, alzó la suya y se dirigió a
los presentes.
—Quiero hacer un brindis por Mary, una mujer que ha trabajado y
luchado por hacer su sueño realidad. Hoy solo es el primer paso de muchos
otros que seguro te llevaran al éxito. ¡Por la valiente, preciosa y algo patosa
Mary!
Todos sonrieron mientras elevaban sus copas y decían a coro:
—¡Por Mary!
Mi hermana elevó su copa y mirándome me dijo:
—Yo quiero agradecerte que quieras compartirlo con nosotros. ¡Por
Mary, la mejor hermana del mundo! —Sonriendo con malicia no pudo evitar
soltar un último comentario—, aunque no pueda evitar meterse en líos.
Todos soltaron una carcajada aunque a mí no me hizo ninguna gracia.
Christian que se encontraba a mi lado y vio mi cara de «Esta me la pagas
hermanita», me rodeó la cintura con su brazo y me atrajo hacía él.
—Nosotros también queremos hacer un brindis —señaló Ryan junto a
Lisa, con las copas de ambos alzadas—. Lisa y yo queremos brindar por
Mary, por ser una amiga antes que una jefa y, sobre todo, queremos
agradecerte la oportunidad de trabajar a tu lado. ¡Por Mary!
—¡Por Mary! —dijeron todos al unísono.
—¡Di unas palabras! —soltó Alan.
—¡Sí, que diga algo! —comentó Lisa, contenta con su segunda copa
de champán medio vacía.
—¡Que hable! —empezaron a decir todos felices.
Estaba emocionada y sentía como mi garganta se me iba cerrando. Me
sentía feliz al estar rodeada por unas personas que demostraban lo mucho que
me querían y lo importante que era para ellos. Incluso Lisa y Ryan, que
conocía desde hacía poco, ya se habían ganado mi amistad incondicional.
Christian me sonrió y me besó en la mejilla con dulzura para darme
ánimos. Tratando de contener las lágrimas alcé la copa, y dejé que el corazón
guiara las palabras que salían por mi boca.
—Quiero daros las gracias por acompañarme en esta nueva aventura,
pues sin vuestro apoyo nunca lo habría conseguido. ¡Sois maravillosos y os
quiero! ¡Por todos vosotros! —brindé emocionada.
—¡Por Mary! —aclamaron todos alzando las copas.
—¡Y dejar de brindar o vais a conseguir que nos emborrachemos
antes de que lleguen los invitados! —dijo Tilde muy seria consiguiendo que
los presentes rompiéramos en carcajadas.
En ese momento llamaron a la puerta y todos se giraron para mirarme.
Christian me apretó la mano y me dijo:
—¡Llegó tu momento!
Asentí y decidida me dirigí hacia la puerta para dejar entrar a los
primeros asistentes, dando de esa forma comienzo a la inauguración y a un
nuevo futuro. Por fin se iba a hacer realidad un sueño que creí imposible en el
pasado; tener mi propio negocio, pero además, contar con alguien a mi lado
con quien compartirlo.
***
Esta última semana había constituido todo un reto para mí. Junto con
mi hermana, Tilde y mis amigas habíamos formando un plan; en lo que
llamamos Operación Matrimonio, y hoy había llegado el momento de poner
en práctica la primera parte del programa.
Había quedado con ellas como habíamos acordado tras comunicarles
mi intención de pedirle en matrimonio, aunque la espera se me estaba
haciendo eterna. Desde esta misma mañana, en que tuve que registrar los
cajones de Christian en busca de un anillo con sus medidas, el tiempo había
parecido ralentizarse, y cada minuto de espera parecían horas.
Vi a Lisa que se me acercaba caminando con una gran sonrisa. No la
había visto en lo que llevaba de mañana, pues ella había estado en la casa de
un cliente enseñando las muestras para una reforma, y por eso no habíamos
coincidido en la agencia. Llevábamos una semana con mucho trabajo, pero
ella había conseguido hacer un hueco en su agenda para acompañarme por lo
que le estaba muy agradecida.
También pude ver a mi hermana Sarah, que se acercaba por el otro
lado de la calle hablando por teléfono, mientras Claire la acompañaba en
silencio y, por supuesto a Crystal, que no se lo perdería por nada del mundo y
venía a paso ligero detrás de ellas para alcanzarlas.
Todas ellas habían dejado de lado sus trabajos durante unas horas para
estar a mi lado, y asesorarme en un tema delicado y de suma importancia para
mí. Las cinco nos reunimos en la plaza donde habíamos quedado puntuales y
emocionadas.
—¡Muchas gracias por haber venido! —les dije tras saludarlas con un
fuerte abrazo.
—¡¿No pensarías que te íbamos a dejar sola en algo tan importante?!
—me comentó Claire sonriente.
—Además para eso están las amigas —repuso Lisa con su gran
sonrisa.
—¡Y las hermanas! —soltó Sarah sin separarse de mi lado.
—¡Muchas gracias! —dije conmovida pues significaba mucho para
mí que me acompañaran.
—Bueno, ¿entramos o nos quedamos aquí fuera un rato más? —
repuso Crystal mientras tiraba de mi brazo sin esperar la respuesta.
—¡Tranquila Crystal, la vas a poner nerviosa! —le insinuó Claire.
—¡Si no entramos ya, la que se va a poner nerviosa soy yo! —le
contestó Crystal impaciente.
—¡Está bien, entremos! —les indiqué deseosa de empezar cuanto
antes.
Conforme nos acercábamos a nuestro destino, pude ver en el
escaparate una amplia colección de joyas expuestas que brillaban bajo los
efectos de los rayos del sol. Los cinco pares de ojos se perdieron entre sus
brillos, y durante unos minutos nos quedamos mirando y señalando las que
más nos gustaban.
Nos encontrábamos ante el escaparate de una de las joyerías más
selectas de la ciudad. Se trataba de uno de los establecimientos más antiguos
y elegantes del barrio, y estaba reservada solo para los clientes más
adinerados. Un lugar al que nunca había entrado y que me hacía sentir como
una intrusa a punto de colarse en el paraíso.
—¡Señoras, por favor centrémonos! —Nos dijo Sarah—. Hemos
venido a por una cosa en concreto y no debemos desviarnos.
—Tienes razón, no importa que lleve años soñando con entrar en esta
joyería, no debemos olvidar nuestra misión. Aunque nos muestren una
maravilla como esa pulsera de diamantes —los ojos de Lisa estaban clavados
en dicha joya resultándole imposible salir de su influjo y moverse.
—Nada de pendientes, ni de pulseras, ni de ninguna otra chuchería,
aunque esta de aquí me esté llamando a gritos —soltó Sarah sin dejar de
mirar una fina gargantilla de oro con un diamante en forma de lágrima
mientras tiraba de Lisa que aún estaba como hipnotizada.
—Si queréis podéis compraros algo, no hace falta que solo hagamos
una compra —les comenté ante sus caras de fascinación.
—Si nos juntamos las cinco en una joyería y nos das carta blanca
para probarnos y comprar, no salimos de aquí ni aunque nos echen —me
respondió Crystal mientras tiraba otra vez de mí para que entrara en la tienda.
—Lo dice por experiencia —fue la contestación risueña de Claire que
la conocía bien—. Yo no he traído dinero así que no puedo comprarme nada
—comentó decidida aunque con un destello de desilusión en su mirada.
—¿Y desde cuándo una mujer necesita llevar dinero para comprar?
¡Gracias a Dios se inventó algo llamado tarjeta de crédito! —repuso divertida
Crystal.
Todas nos echamos a reír por su comentario, pero sobre todo por su
tono de voz jovial y su expresión maliciosa. Sin perder más tiempo entramos
dispuestas a encontrar esa joya tan especial que estábamos buscando. Me
acordé de aquel dicho que decía; el mejor amigo de la mujer es un diamante.
Y aunque sonara algo frívolo hay que reconocer, que no hay nada que cause
más suspiros femeninos que una joya exquisita pues, ¿quién puede
menospreciar un regalo de veinticuatro quilates?
Cruzamos la entrada principal acristalada, y entramos en una estancia
donde el lujo era el que mandaba. El interior de la tienda era impresionante
por su gran tamaño y su diseño exquisito y clásico. Daba la sensación de
haber entrado en otro mundo lleno de elegancia y destellos brillantes. Se
respiraba un aire de serenidad, como si el tiempo no importara en su interior.
Estábamos rodeadas de refinadas joyas expuestas entre terciopelos y
mostradores de cristal, con las luces deliberadamente colocadas sobre ellas
para reafirmar su belleza.
A ambos lados del pasillo central había pequeños expositores que
parecían mesitas de té, y delante de ellas se encontraban cómodas sillas
renacentistas, tapizadas en terciopelo rojo para las clientas. De esta manera
los dependientes las atendían cómodamente mientras tomaban un café o una
copa de champán.
—¡Debo de estar muerta porque esto tiene que ser el cielo! —nos
dijo Claire asombrada y sin poder dejar de mirar a todos lados.
—Yo nunca había entrado aquí, pero dos calles más abajo hay otra
joyería muy parecida —afirmó Sarah.
—¿Hay más como ésta? —preguntó Claire con los ojos como platos.
—¿No sales mucho de compras, verdad? —repuso Crystal
colocándose a su lado.
—Al supermercado una vez por semana, y te puedo garantizar que no
me ofrecen champán ni en la charcutería —le contestó tan seria que nos
causó risa.
Las cinco nos encaminamos hacia al mostrador de enfrente donde un
hombre bajito, medio calco y rechoncho nos observaba satisfecho por nuestra
reacción. Debía de estar acostumbrado a ver como las caras de las mujeres se
iluminaban cuando entraban en su tienda, pues esperó tranquilo a que nos
acercáramos a él para poder atendernos.
—¡Éste debe ser el Santa Claus de las mujeres buenas! —comentó
Lisa en voz baja.
—Entonces por eso no lo había visto antes —le contestó Claire—.
¡Hace mucho que dejé de ser buena!
Las cinco empezamos a reírnos tratando de ser lo más discretas
posibles. Sobre todo por miedo a que nos echaran sin haber cumplido con
nuestra misión.
Una vez delante del mostrador y del hombrecillo, me dejaron que
fuera yo la que hablara. Al fin y al cabo estábamos allí por mí.
—¿En qué puedo ayudar a estas bellas damas? —nos preguntó con
una estudiada sonrisa en los labios.
—Queríamos ver anillos —le dije tratando de parecer decidida.
—Entonces han venido al sitio adecuado. Si me permiten, siéntense y
prepárense para ver las mejores joyas de la ciudad —nos ofreció risueño en lo
que debía ser su frase estudiada de bienvenida.
De inmediato apareció un hombre de poco más de veinte años y
elegantemente vestido con traje de chaqueta, igual que el resto de los
dependientes, indicándonos que le acompañásemos a una de las esquinas
donde había sillas para todas, y una mesita mostrador alargada frente a ellas.
Nosotras le seguimos encantadas y en silencio, como temerosas de
romper el encanto del momento. De hecho, estábamos tan embelesadas por
las joyas y el cuerpazo del hombre, que le habríamos seguido hasta el fin del
mundo sin darnos cuenta.
—¡Siéntense, por favor! —Nos indicó con amabilidad—. ¿Puedo
ofrecerles algo para beber?
—Yo me conformo con quince minutos a solas con él —le dijo
Claire a Lisaen su oído.
—Yo necesitaría como mínimo veinte minutos, ¿no has visto su
trasero? —le contestó ésta con un tono de voz no tan reservado.
Temerosa de que el hombre las escuchara, les di un empujón para que
se callaran, consiguiendo que Claire se ruborizara y Crystal sonriera. El
dependiente las sonrió más ampliamente dejando bien claro que su oído
funcionaba a la perfección, y haciendo que Claire se encogiera y deseara que
la tierra se abriera para tragársela.
Nos sentamos cómodamente mientras no dejábamos de observar todo
a nuestro alrededor. La mesita que estaba frente a nosotras estaba compuesta
por un mostrador de cristal, en vez del típico tablero de madera, en donde se
podía ver una pequeña selección de joyas imposibles de no querer poseerlas.
Ese debía de ser uno de los secretos de su éxito pues, ¿quién no desea algo
que ve y que parece tan a su alcance?
—¡Señorita Gilbert, no la había reconocido! —le dijo el dependiente
a Crystal mientras la miraba fijamente.
—Será porque hace tiempo que no vengo por aquí —le contestó
Crystal de forma escueta.
—No debe privarnos de su compañía por tanto tiempo.
—Lo tendré en cuenta, ¿por qué no nos traes unos cafés? —le
contestó con un tono algo más frío de lo normal.
—¡Por supuesto, señorita! —le respondió entendiendo que no estaba
para juegos.
—Van a ser dos cortados, un capuchino y dos solos —le pidió
Crystal segura, manteniendo su tono neutro.
Una vez que se marchó le pregunté extrañada:
—¿A qué ha venido todo esto?
Crystal suspiró, se notaba que su humor había cambiado y había
perdido algo de su alegría. Trataba de parecer tranquila, cuando era evidente
para cualquiera que le mirara que no lo estaba.
—Antes de que mi vida cambiara tras... —no dijo más, pero supe que
se refería a su violación—, mi mundo era despreocupado y lleno de lujos.
Solía venir mucho por aquí y me gustaba tontear con hombres guapos, así
que tuve alguna que otra… digamos “cita” con él.
Le cogí la mano y se la apreté, con el fin de hacerla sentir que estaba
junto a ella en algo más que en cuerpo.
—No hace falta que me cuentes nada más, te recuerdo que conozco
la historia de las veces que nos has hablado de ella en la terapia.
—Lo sé, pero es la primera vez que vengo aquí desde… y me ha
recordado lo estúpida que era.
Me di cuenta de que tras muchas terapias y un sinfín de sonrisas,
Crystal aún no estaba preparada para asumir lo que le había pasado, pues
incluso era incapaz de mencionarlo. Pensé que cada una teníamos nuestro
propio ritmo y solo el tiempo podría decirnos cuándo estaríamos preparadas.
—No eras estúpida, quizá un poco alocada, pero eso no tiene que ver
con lo que te pasó.
—No dejo de pensar que si no hubiera tonteado con tantos, esos
hombres no hubieran pensado...
—Sabes que eso no tiene nada que ver. Puede que te guste tontear y
tomar una copa con alguien de vez en cuando, pero cuando una mujer dice no
es no, y si ellos no lo entendieron es porque no les interesó hacerlo.
Crystal me apretó la mano como respuesta tratando de no llorar, la vi
vulnerable por primera vez desde que la conocía. La dura y segura Crystal
había desaparecido y solo quedaba ante mí una mujer que había sido usada,
humillada y pisoteada.
—Si crees que no puedes con ello, dímelo y nos marchamos, hay
cientos de joyerías en esta ciudad.
—¡No!, no voy a seguir huyendo ni voy a cambiar, este sitio me
encantaba y he sido una tonta por no haber venido antes. Además, tú te
mereces lo mejor.
—¿Chicas, pasa algo? —nos preguntó mi hermana algo confundida
por estar ambas hablando bajito y tan serias.
—Nada interesante. Bueno, ¿qué os parece el lugar? —soltó Crystal
captando la atención de todas y tratando de parecer la de siempre.
—¡Yo pienso venir de vacaciones todos los años! —contestó Claire
muy seria haciendo que todas sonriéramos y rompiendo el momento de
tristeza que nos estaba envolviendo a Crystal y a mí—. Aunque tengo una
pregunta, ¿cómo sabías lo que íbamos a tomar cada una?
Las cuatro nos quedamos mirando a Crystal que volvía a mostrar su
mirada maliciosa y su sonrisa pícara. Estaba intentando volver a ser la de
siempre, y podías esperar cualquier cosa que saliera de su boca.
—En realidad no tengo ni idea de lo que acabo de pedir, por lo que os
ruego que os portéis como niñas buenas y educadas y os lo toméis sin
protestar.
Las cuatro soltamos unas carcajadas sin poner ninguna objeción a su
comentario. Nosotras, como compañeras de terapia, sabíamos que Crystal era
una mujer muy impulsiva, y que era normal en ella controlar la situación para
sentirse segura. Por suerte, mi hermana y Lisa tampoco dijeron nada, y no
nos importó tomar café para cubrir a nuestra amiga.
—¡Señoras, espero que estén cómodas! —nos preguntó el
dependiente bajito y rechoncho mientras se nos acercaba.
Las cinco le sonreímos a modo de respuesta, mientras él se sentaba
delante de nosotras tras la mesita acristalada, y se colocaba unos anteojos
dispuesto a hacer una jugosa venta. Nos habíamos colocado en un
semicírculo; donde yo ocupaba el centro y a ambos lados tenía a mi hermana
y Crystal. Claire, se encontraba al otro lado de Crystal, y Lisa se había
sentado junto a mi hermana Sarah, pues desde que se habían conocido se
había hecho buenas amigas.
—Me han dicho que querían ver anillos, ¿verdad? —nos preguntó el
hombre cuando se hubo sentado.
—¡Así es! —le confirmé.
—¡Perfecto!, entonces empecemos por lo básico. ¿Podrían decirme
qué habían pensado?
Nos quedamos mirando las unas a las otras, como si tratáramos de
encontrar la respuesta.
—¿Un anillo de compromiso? —me preguntó Sarah mientras me
miraba tratando de buscar mi confirmación.
—¡Sí!, un anillo de compromiso —le dije notando que las manos
empezaban a sudarme.
—¡Perfecto! En cuanto al tamaño y la forma del diamante tenemos
una amplia selección que seguro le entusiasmará.
—¿Quieres un diamante en el anillo? ¡No me parece muy indicado!
—me preguntó Crystal muy seria.
—¿Es lo tradicional no? —repuso Lisa mientras me miraba no muy
convencida.
—No creo que sea apropiado —le dije al dependiente tratando de
parecer convincente.
—Si me permiten, tengo cierta experiencia en esto y les recomiendo
un diamante —la voz del hombrecillo sonaba tan segura que me hizo dudar.
—Verá —repuse y carraspeé. Luego tratando de sonar convencida
continué diciendo—: conozco al novio y no creo que le agrade la idea de un
anillo con diamantes.
El dependiente sonrió y apoyó sus brazos sobre su barriga en lo que
pareció un movimiento habitual en él. Después, me miró con aires de
superioridad, como tratando de parecer un hombre seguro de su buen gusto y
de sus años de experiencia
—Espero que no le moleste mi comentario, pero no creo que deba
importar los gustos del novio en esta cuestión, sino los suyos —lo dijo tan
convencido que me dio pena contradecirle.
—Es que el anillo es para él y no para mí —tuve que aclararle.
La expresión del dependiente cambió a incrédula y ya no tan seguro
tras mis palabras.
—¿Cómo ha dicho?
—Es un anillo de compromiso para el novio —le contestó Crystal,
que no pudo aguantar más para soltarlo, siendo además bastante evidente que
estaba conteniendo la sonrisa.
—¡Es que se lo va a pedir ella! —le indicó Lisa como si fuera el
acontecimiento del año.
El dependiente me miró, como pidiendo mi confirmación, y al ver mi
sonrisa dedujo que era todo cierto. Carraspeó un par de veces, se colocó bien
en su silla y nos dijo:
—Comprendo. En ese caso no creo que sea apropiado un diamante.
—¡Lo que yo decía! —repuso Crystal satisfecha.
—Tengo algo que les puede interesar en la caja fuerte. Si me
disculpan, enseguida vuelvo.
Sin comentar nada más, se levantó de su asiento y se marchó
dejándonos solas, permitiéndonos por fin reírnos a gusto.
—¡Pobre hombre, con lo contento que estaba! —comentó Claire
mientras se reía.
—¡Menuda cara ha puesto! —Indicó Lisa—. ¡Y eso que trataba de
disimular la sorpresa!
Las risas inundaron el cuarto donde estábamos sentadas, impidiendo
que escucháramos al hombre más joven entrar con una bandeja llena de tazas
de café. A él no pareció sorprenderle el encontrar a un grupo de mujeres
riéndose mientras esperaban que le mostraran las joyas, por lo que deduje que
el estado de alegría o incluso de euforia en ese lugar era algo cotidiano.
—¡Señoras, sus cafés!
Sin más palabras empezó a dejar los cafés sobre la mesita de forma
arbitraria, al mismo tiempo que nosotras le mirábamos embobadas por la
desenvoltura de sus movimientos.
—Si necesitan cualquier cosa solo tienen que pedírmelo —nos
indicó, aunque fue a Crystal a quien miró cuando lo decía.
—¡Muchas gracias! —le contesté de forma educada al igual que todas
las demás.
Una vez que se hubo marchado empezamos a intercambiar los cafés
que Crystal nos había pedido sin preguntarnos, y tras un pequeño caos, todo
quedó arreglado y me tocó el capuchino por ser la novia. Feliz de estar por
fin cumpliendo el primer paso para hacer mis sueños realidad, no pude evitar
soltar un comentario graciosillo que volviera a hacernos reír.
—¡Claire! —La aludida me miró seria—. ¡Seguro que el charcutero
no te atiende de una forma tan refinada!
—¡Ojalá! —me contestó soltando un suspiro con aire soñador.
Las risas de todas no tardaron en escucharse por la sala, por mucho
que tratamos de contenernos, incluida la de Claire, que me guiñó un ojo tras
su comentario, indicándome que me había seguido el juego para hacernos
reír.
Fue justo en ese momento cuando el dependiente rechoncho entró
portando en sus manos una bandeja con pequeños estuches negros, con una
expresión en su cara de puro regocijo, la cual nos hizo pensar que en vez de
traernos unos simples anillos nos iba a mostrar las joyas de la corona.
—¡Aquí les traigo unos anillos que seguro les van a encantar! —nos
comentó mientras dejaba la bandeja sobre la mesita y escogía una de las
cajitas.
—Por las medidas no se preocupen, solo escojan el modelo y de lo
demás me ocupo yo. Pero sería aconsejable que me indicaran un tamaño
aproximado —aunque hablaba en general, su mirada iba dirigida a mí.
—He traído un anillo del novio para las medidas —le dije
ganándome la sonrisa del dependiente.
—¡Eso es fantástico! —me respondió como si hubiera realizado una
hazaña épica, aunque pensándolo bien así había sido.
—¿No sospecha nada? —me preguntó mi hermana en voz baja.
—¡No! —le aseguré con una amplia sonrisa—. Salió todo perfecto.
—¡Menos mal! —Contestó—, así te va a ser más sencillo preparar
todo sin que te moleste. De lo contrario lo hubieras tenido detrás de ti todo el
rato.
—¡Ya está detrás de ella todo el rato! Por eso es mejor que se casen
rápido antes de que la deje embarazada —comentó Crystal de forma
maliciosa en un susurro no tan bajo como lo hubiera deseado.
Sin pensarlo le di un manotazo en su brazo, consiguiendo que tuviera
que hacer equilibrios para que la taza de café que sujetaba no se le cayera
encima. Por un segundo me hubiera encantado que se hubiera achicharrado
con el líquido caliente, hasta que recordé que sus comentarios solo buscaban
hacernos reír.
—¡Haz el favor de comportarte! —repuse tratando de sonar lo más
seria posible.
—¡Pero si has sido tú la que casi me tira el café encima! —contestó
indignada tratando de parecer la víctima.
En cuanto la miré a los ojos, vi que se estaba metiendo conmigo a
posta y estuve a punto de zarandearla. El carraspeo del hombre nos devolvió
a la realidad, y volví a sentirme como una colegiala cuando es pillada por su
profesora tras una travesura. Estuve a punto de pedirle perdón e ir al rincón
de castigo por lo bochornoso de la situación, pero por suerte ya era
mayorcita, y todo se solucionaba con un sonrojo y una caída de ojos
lastimera.
—¿Qué les parece si empezamos por los más sencillos? Son los más
valorados por los caballeros —indicó el dependiente volviendo a centrar mi
atención en la colección de anillos que nos había traído.
—¡Buena idea! —Le contesté—. El estilo de Christian es sencillo
pero elegante.
—Por supuesto, se nota su buen gusto por la elección de la novia —
dijo sonriéndome satisfecho por el cumplido que acababa de hacerme.
No supe qué contestarle, ya que no estaba acostumbrada a tanto
galanteo por parte de un desconocido, y solo pude sonreírle y sonrojarme un
poco más. En ese momento hubiera preferido una copa de champán y no de
café, pues si todos los allí reunidos estaban dispuestos a que fuera el centro
de todas sus atenciones, tanto buenas como malas, el café se me iba a quedar
muy corto.
El hombre cogió un pequeño estuche de terciopelo negro y lo abrió.
Luego se lo entregó a Lisa, pues era la que tenía más cerca, para que lo viera
mientras todas permanecíamos en silencio. Una vez que ella lo miró, se lo
pasó a Sarah para que lo examinara, y después ésta me lo pasó para que
hiciera lo mismo. Tras contemplarlo detenidamente se lo entregué a Crystal
que lo observó con ojo crítico, para segundos más tarde cedérselo a Claire y
ésta, después de estudiarlo, se lo devolvió al dependiente.
Seguimos con este ritual con cada anillo que nos entregaba, y en cada
ocasión todas me miraban cuando caía en mis manos, esperando saber si era
el elegido.
No cabía duda de la calidad y el buen gusto de cada joya, pero no
sentí en ninguna ocasión que fuera el adecuado para Christian. En ningún
momento noté que el dependiente se impacientara o me mirara con mala cara,
sino más bien todo lo contrario. Nunca perdió la paciencia ni la sonrisa, y me
animaba a seguir buscando el que yo creyera perfecto para mi prometido.
La verdad es que no estaba acostumbrada a tratar a Christian como
tal, y que lo mencionaran como mi futuro marido me hacía sentir unas
cosquillas por el estómago muy agradables.
—¡Creo que este es el que está buscando! —exclamó el hombre con
una radiante sonrisa.
Como si se tratara de un objeto muy valioso se lo entregó a Lisa, que
la miró con aprobación cuando lo tuvo entre sus manos. Sarah se lo quitó sin
miramientos, movida por la curiosidad y la impaciencia, y yo estuve a punto
de hacer lo mismo cuando me percaté de que lo observaba sin pasármelo.
—¡Es muy bonito! —fueron sus únicas palabras cuando por fin lo
depositó en mis manos.
Durante unos segundos lo contemplé fijamente tratando de identificar
lo que me decía ese círculo brillante en dos oros. No se trataba de un anillo
normal, liso y simple, sino de una joya realizada con maestría donde los dos
oros se entrelazaban, uno blanco y otro el tradicional amarillo.
No es que fuera más bonito que otros o tuviera algo que lo hiciera
más valioso, si no que tenía un significado para mí que los demás no poseían.
Era como si al verlo lo hubiera reconocido, aunque nunca lo hubiera visto.
Ese era el anillo que estaba buscando, pues lo notaba en mis entrañas.
El anillo me recordaba a la relación que desde el principio habíamos
tenido, y a nuestra forma de ser. Desde que nos conocimos había quedado
muy claro que ambos proveníamos de dos mundos diferentes, con dos formas
de ser distintas y una forma de ver la vida muy personal y compleja. Esa
diferencia había sido la causante de tantos roces y problemas a los que
tuvimos que enfrentarnos, hasta que supimos adaptarnos y acoplarnos el uno
al otro.
Por eso al ver el anillo hecho con dos materiales tan diferentes pero a
la vez tan iguales, como son el oro blanco y el oro amarillo, era como estar
mirando el hilo de nuestro destino. Tenía un entrelazado que unía ambos oros
en un círculo perfecto y eterno, como esperaba que fuera nuestra relación.
Una combinación elocuente de dos personas aparentemente incompatibles,
pero que con amor y esperanza habían logrado unirse.
Nunca seríamos iguales, y lo más seguro es que no coincidiríamos en
muchas cosas, pero aun así siempre estaríamos juntos. Sin lugar a dudas ese
anillo era una síntesis de nuestra historia de amor, nuestra vida y nuestra
esencia. Éramos nosotros pues así lo sentía.
—¡Este es nuestro anillo! —exclamé mientras lo miraba fijamente y
sentía la emoción como lava líquida ardiendo por mi pecho.
—¡A ver, pásamelo! —me pidió Crystal al mismo tiempo que me lo
quitaba de las manos sin esperar a que se lo pasara.
—¿Estás segura? —me preguntó mi hermana.
Yo asentí segura de mi decisión. Ese anillo era el símbolo de nuestra
unión, y no había confiado encontrarlo cuando habíamos quedado para ver
joyerías. Pero sobre todo, no me había esperado estar tan convencida de
hallar algo que sintiera tan nuestro.
—Todas las joyas tienen algo único, solo hay que encontrar la que ha
sido creada especialmente para ustedes —me comentó el dependiente,
haciéndome comprender con sus palabras lo que acababa de sentir con esa
joya.
—Desde luego es muy original, como tu Christian —expuso Claire.
—A mí me gusta —confirmó muy seria Crystal.
—A mí también, es diferente y elegante —me aseguró Lisa.
Ya solo me quedaba saber la opinión de mi hermana Sarah. No es que
fuera a cambiar de parecer según ella me dijera, pero quería saber la opinión
de todas y en especial de ella.
—¿Qué te parece? —le pregunté algo temerosa de su respuesta.
—¡Pues qué me va a parecer! —Exclamó con lágrimas en los ojos—.
¡Que te vas a casar! —soltó eufórica para después lanzarse a mis brazos.
—¡Ohhhh! —dijeron todas a la vez mientras nos observaban.
No sabía si llorar como ella o reírme por su arrebato de hermana
mayor, así que me dejé llevar y abrazadas reímos de felicidad con lágrimas en
los ojos. Cuando segundos después nos repusimos vimos que todas tenían un
clínex en la mano, y el rechoncho dependiente nos estaba ofreciendo una caja
llena de ellos.
Suspiré aliviada al darme cuenta de que no era la primera clienta que
se ponía a llorar en la tienda, pues de lo contrario no contarían con una
reserva de clínex tras el mostrador.
—Déjame verlo otra vez —pidió mi hermana—. ¡Es perfecto! ¡Me
encanta!
Me lo acercó para que lo viera, y definitivamente ese anillo tenía algo
que me decía a gritos que estaba hecho para nosotros.
—¿Entonces es el apropiado? —me preguntó el dependiente.
—¡Sí! ¡Es justo el que andaba buscando! —le confirmé alegre y
decidida.
—¡Perfecto!, pues si me entrega la muestra para que busque uno de
su medida habremos terminado.
Sin pensarlo dos veces agarré mi bolso y empecé a buscarlo en su
interior; era increíble como algo tan pequeño podía llenarse tan pronto. Pensé
que menos mal que había optado por un bolsito coqueto donde cogiera lo
básico, de lo contrario necesitaría un equipo de búsqueda y rescate para poder
hallar algo antes de que acabara el día.
Era la odisea diaria de toda mujer, cada vez necesitabas un bolso más
grande para guardarlo todo, y por eso cada vez te costaba más encontrar lo
que estabas buscando. Por fin pude ver al fondo el estuche donde lo había
guardado y suspiré aliviada. Como era de esperar, se encontraba bien
escondido en el profundo agujero negro que a veces resultaba ser este
complemento femenino.
—Aquí lo tiene —señalé al dependiente mientras se lo entregaba.
—¡Perfecto! Enseguida lo traigo. ¿Qué le parece si mientras tanto
piensa en una dedicatoria?
Asentí pues ya lo había pensado con antelación, ya que tenía bastante
claro qué le iba a poner en ella.
—Bueno, ya lo hemos encontrado —me dijo mi hermana mientras
me volvía a coger de la mano.
—¡Sí! ¿Y solo has tardado una hora y media! —Repuso Crystal—.
Yo hubiera apostado a que necesitaríamos tres mañanas completas.
Sonreí ante sus palabras creyendo que se trataba de una broma, pero
su cara seria me hizo dudar de que así lo fuera.
—¿Lo dices en serio? —pregunté incrédula.
—Es lo que yo hubiera tardado como mínimo —me respondió
dejándome con la boca abierta.
—¿Tres días? —repuse.
—Mi hermanita tiene las ideas muy claras, por eso ha tardado tan
poco —expuso Sarah para defenderme.
—¡Eso desde luego! ¡Pero además tienes un par bien puestos al ser tú
la que se lo va a pedir! —Comentó Lisa mirándome con admiración—. ¡Yo
no sé si me atrevería!
—¿Tú crees que si quisieras a alguien, y desearas estar con él más
que nada en el mundo, no te atreverías a pedírselo? —le preguntó Claire.
—¡Si lo pintas así...! —le respondió tras pensarlo unos segundos.
—Hay una cosa que ha quedado clara y es que es: ¡Perfecto! —
señaló Crystal imitando al dependiente consiguiendo así que nos riéramos.
—¡Crystal no seas mala! —la regañé mientras aún me reía.
—¿Cuántas Cuántas veces ha dicho perfecto? ¿Cinco? —nos
preguntó Lisa.
—No lo sé, dejé de contar en la cuarta —todas volvimos a reír por la
contestación de Sarah siendo sorprendidas cuando el dependiente regresó.
—Bueno, pues aquí lo tiene —me dijo mostrándome el anillo con la
medida apropiada para Christian.
Me quedé mirándolo mientras lo sostenía en mi mano. Ese era el
anillo, y sentirlo sobre mi piel me indicaba que el momento decisivo se
estaba acercando. Dentro de pocos días, si seguía el plan trazado, le pediría
matrimonio y quedaría mi corazón a su antojo. Le indiqué que estaba
conforme y se lo entregué para que lo depositara en su pequeño estuche.
—¿Tiene ya pensada la inscripción? —me preguntó.
—Sí, me gustaría que pusiera "siempre" con letras mayúsculas.
—¡Perfecto! —volvió a mencionar haciendo que todas sonriéramos
—. Mañana ya lo tendrá listo.
—¡Perfecto! —fue lo único que se me ocurrió contestarle, antes de
que las sonrisas se convirtieran en carcajadas.
El cosquilleo de la anticipación corrió por mis venas, y me pregunté si
sería igual para todas las mujeres, pues era una mezcla de terror y felicidad
que te hacía sentir viva y afortunada, mientras el cuerpo no podía parar de
temblar y el pecho me ardía de calor.
Estaba tomando las riendas de mi vida y sabía con quién, cómo, y
cuándo quería vivirla. Por eso había elegido nuestra palabra Siempre, pues así
lo sentía. Nuestro amor sería eterno ya que él estaría a mi lado pasara lo que
pasara, hasta que dejáramos de respirar y de sentir, pero no de amar.
—¿Ya tienes pensado cuando vas a pedírselo? —me preguntó mi
hermana.
—Sí, mañana por la noche.
Fue entonces cuando me di cuenta de lo cerca que estaba y lo real que
era. Empecé a tener miedo por todos los detalles que me quedaban por hacer
y el poco tiempo que me quedaba. También recelé por lo mucho que me
estaba jugando, y por no querer estropearlo como lo había hecho la última
vez.
Me enderecé y aparté mis dudas a un lado. Esta vez todo saldría bien
al estar segura de nuestro amor, y por las ganas que teníamos de compartir un
futuro juntos. Pensar en ello me daba seguridad, y me hacía estar convencida
de que su respuesta sería afirmativa. ¿O no?
CAPÍTULO DOCE
Ese día fue un milagro que pudiera salir de entre sus brazos, y con
ello también de la cama, pues se mostraba incansable en provocarme y
excitarme. Solo cuando el hambre fue más fuerte que el deseo, empezó a
ceder, y salimos de la habitación dispuestos a saquear la nevera.
Cargamos todas las provisiones y nos atrincheramos en el salón, en un
improvisado campamento hecho a base de sábanas, cojines y mantas. La
mitad de la comida la tomó de mi cuerpo que hizo de plato, y la otra mitad
quedó olvidada por falta de interés en ella.
Menos mal que nos centramos en comer fruta y fiambre, ya que si
hubiera sido otra clase de alimento la experiencia no hubiera sido tan
placentera, y hubiera necesitado pasarme toda la tarde frotándome en la
ducha. Por suerte, Christian se ocupó de mantenerme bien limpia al comer y
lamer sin dejar ni un solo rastro de comida.
Pasamos el resto de la tarde tranquilos, sin ganas de movernos y
dejándonos llevar por las caricias perdidas, los besos fugaces y el recuerdo de
los momentos felices. Sin lugar a dudas estaba convirtiéndose en un mal vicio
permanecer tumbados sin hacer nada durante horas, con la única compañía de
nuestro amor y nuestras ganas de detener el tiempo.
Ya más avanzada la tarde, cuando el sol estaba cansado de observar
nuestros juegos, me convenció para que tomara un largo y relajante baño de
espuma, mientras él se ocupaba de encargar la cena y prepararlo todo. Como
soy una buena chica, no opuse resistencia a su plan, y acabé entre nubes de
espuma y música suave que Christian insistió en ponerme.
Cuando empecé a percibir que el agua se estaba enfriando, y mi piel
comenzaba a arrugarse, decidí que había llegado el momento de salir de la
bañera y empezar a arreglarme. Como no esperábamos visitas y sabiendo que
cualquier cosa que escogiera iba a durar poco tiempo puesta, opté por un
camisón de raso color hueso con la espalda al descubierto que llegaba hasta el
suelo. El tejido se pegaba a cada forma de mi cuerpo como si fuera mi propia
piel, por lo que lo acompañé con una bata de encaje que también me cubría
hasta los pies y disimulaba un poco mis formas.
El conjunto le daba muy poca cabida a la imaginación, por lo que
estaba segura de que a Christian le encantaría para una ocasión tan especial,
sobre todo al ser solo para sus ojos. Además, en muy pocas ocasiones una
mujer tiene la suerte de impresionar a su pareja con algo así, y yo estaba
dispuesta a usar todas mis armas para seducirlo.
Dejándome guiar por la suave música de jazz que tanto le gustaba; y
yo ya estaba empezando a apreciar, y por el delicioso olor de la comida
recién hecha, salí de nuestro cuarto y quedé paralizada en las puertas del
salón ante la visión del paraíso sobre la tierra.
Toda la habitación estaba sumida en una luz tenue al estar iluminada
por lo que me pareció centenares de velas blancas diseminadas por cada
rincón, superficie y objeto que tenía ante mí.
Sin saber muy bien qué hacer le busqué con mi mirada, y cuando le
encontré, me quedé maravillada ante la visión del hombre de mis sueños.
Solo podía observarle mientras se me acercaba y rezaba para que mis piernas
dejaran de templar. Suspiré y decidí aprovechar uno de los momentos más
inolvidables de mi vida, pues estaba segura de que Christian haría todo lo que
estuviera en sus manos para que así lo fuera.
Christian me sonrió al acercarse con su forma felina de caminar.
Estaba elegante, sereno y varonil. Solo llevaba puesto un pantalón oscuro y
una blusa blanca, pero no le hacía falta nada más para parecer un Dios del
olimpo que había bajado a la tierra para seducir a una joven mujer.
—¡Estas preciosa, cariño! Como siempre me dejas sin aliento.
—Christian no sé qué decir, me has… sorprendido.
Él recompensó mis palabras ampliando su sonrisa seductora y
adquiriendo una actitud triunfal.
—¿Qué te parece si me dices lo mucho que me amas?
Me abalancé decidida sobre él y me cobije entre sus brazos que me
recibieron con fervor.
—¡Te amo, te amo, te amo, te amo…! —confesé cientos de veces.
Interrumpió mi declaración con un profundo beso que hizo temblar de
deseo todo mi cuerpo, y detuvo el tiempo en nuestras manos para poder
saborearnos hasta la eternidad.
—Mi ángel, te quiero tanto que creo perder la cabeza si no te tengo
cerca.
—Entonces tenme siempre a tu lado.
—¿Para siempre? —me susurró entre dulces besos.
—¡Siempre! —le contesté inundada de deseo.
—Ven, quiero tenerte entre mis brazos.
Me cogió de la mano y me acercó a los enormes ventanales donde los
últimos rayos de sol bañaban la ciudad. Luego, me pegó a su cuerpo, y
lentamente empezamos a movernos al ritmo de una suave melodía.
—Necesitaba tenerte así, solo para mí.
—Sabes que me tienes solo para ti.
Él me miró clavando su mirada en la mía, consiguiendo que pareciera
una caricia que suavemente recorría mi cara para tratar de memorizarme.
—Lo tenía todo preparado, solo estaba esperando el momento
adecuado, pero ayer tú te me adelantaste —me dijo muy suave al oído
mientras movíamos nuestros cuerpos despacio.
—Para que…
Fue entonces cuando caí en la cuenta, las velas, la música suave, la
cena, Christian se había estado preparando para volver a pedirme en
matrimonio. Me pregunté cuánto había pensado esperar para volver a
pedírmelo, y me arrepentí por haber sido tan impulsiva. Tal vez si no me
hubiera anticipado hubiera tenido la pedida de mano perfecta, aunque
pensándolo bien, la petición de la noche anterior no había estado nada mal.
—¡Ibas a pedirme en matrimonio! —no se lo pregunté pues sabía la
respuesta de antemano.
Su mirada de adoración me confirmó que Christian había estado
decidiendo si estaba preparada para un sí quiero, solo que en esta ocasión me
había adelantado.
—¿Tenías todo esto pensado para este día? —le pregunté llena de
curiosidad.
—No había escogido una fecha concreta, pero como ya no vamos a
necesitar todas estas velas, he pensado en hacer algo especial para hoy.
—¡Hubiera sido una velada perfecta! —comenté mientras apoyaba mi
cabeza en su hombro y me dejaba llevar soñadora.
—Yo pienso que la de anoche fue perfecta. Aunque debo decirte que
tu forma de hacerlo fue muy original. ¡Sobre todo al principio tan segura y
sin nervios! —esto último lo dijo de una forma que no cabía dudas que se
estaba burlando de mí.
—¡Eh! ¿Tienes algo en contra de mi pedida de mano? —le pregunté
tratando de parecer indignada al mirarle, mientras él me sujetaba fuerte contra
su pecho para que no me alejara.
—¡Nada en absoluto! —replicó mostrándome una gran sonrisa.
—¡Mejor!, además esta ha sido la primera vez, con la práctica iré…
—De eso nada —me cortó muy serio—. Tú serás mía para siempre.
Para dejarlo muy claro me besó con frenesí, demostrando que no
permitiría que nuestra relación acabara. Me abrazó, me acarició y me
demostró que solo podría ser feliz a su lado y que nuestros destinos estaban
entrelazados.
—No soportaría perderte Mary, nunca digas algo así ni en broma —su
voz sonaba tan triste que mi corazón se encogió ante su dolor.
—Sabes que no lo decía en serio —murmuré mientras uníamos
nuestras frentes y le acariciaba el cabello—. Yo tampoco podría vivir sin ti.
Además, como te dije anoche, mi “sí quiero” es para siempre.
—Entonces casémonos cuanto antes, mañana mismo en Las vegas.
Me quedé quieta asimilando lo que me estaba diciendo. «¡¿Casarnos
en Las vegas!?», la verdad es que no sonaba tan mal. En pocas horas
podríamos ser marido y mujer y ahorrarnos todo el estrés que conlleva una
boda. Pero había una cosa que me impedía dar ese paso, ese día quería estar
rodeada de toda mi familia para poder compartir con ellos nuestra felicidad.
—Estoy de acuerdo con casarnos lo antes posible, pero me gustaría
que me concedieras un deseo.
—Sabes que soy incapaz de negarte nada, dime lo que quieres y lo
tendrás.
—Me gustaría compartir ese día con mi familia.
Él se apartó un poco para mirarme a los ojos y me acarició con
suavidad la mejilla mientras me decía:
—¡Tienes razón!, no pensé en lo importantes que son para ti.
—Tú eres más importante que ellos, pero si puedo tener las dos cosas
sería perfecto.
—Entonces será como tú lo desees, solo te pido algo a cambio.
—¡Me parece justo! —le contesté ofreciéndole mi sonrisa.
—Me gustaría una boda sencilla y si es posible en un lugar que es
muy especial para mí.
—¡Claro! Estoy de acuerdo con hacer una boda para los más cercanos
y por el lugar me da igual siempre que te haga feliz.
Christian sonrió ante mis palabras, luego, haciendo que el mundo se
detuviera, cogió mis manos y se las llevó a los labios para besarlas. Sus ojos
estaban fijos en mí, su tacto era cálido y suave, y mi corazón latía de forma
tan acelerada que creía que iba a salirse de mi pecho.
—¿Entonces qué te parece si nos casamos en un par de semanas junto
al mar? —fue su siguiente petición, consiguiendo que mis pulsaciones se
pararan de golpe por unos segundos.
—¿Junto al mar?
—¿Te acuerdas cuando te llevé a la costa en avión y nos hospedamos
en el hotel?
Recordé el fin de semana de ensueño en Providence, donde él me
abrió su corazón hablándome de su pasado, y de lo importante que fue para él
ese hotel. Ese fue su primer proyecto como dueño de la empresa y marcó el
comienzo de lo que sería su vida. Además, fue allí donde comenzó su pasión
por caminar de noche y en solitario, con el fin de pensar o desconectarse, y
era allí donde acudía cuando quería relajarse y olvidarse de todo.
Comprendí la importancia que tenía ese lugar para él, y estaba
encantada de que quisiera darle un aire personal; y sobre todo sentimental, a
nuestra boda. Al fin y al cabo no tenía familia que lo acompañara, y estar en
esa playa sería para él como poder contar con ellos.
—¿Cómo iba a poder olvidarlo? Fue un fin de semana maravilloso.
—Me gustaría celebrarla allí, pero no quiero que te traiga malos
recuerdos —su voz sonaba tan preocupada que deseé poder abrazarlo con
todas mis fuerzas para consolarlo.
—Solo guardo buenos recuerdos de ese lugar, y si te refieres a lo que
pasó con mi ex jefe… —como vi que su mirada me rehusaba, coloqué mis
manos alrededor de su cara para que no lo hiciera y siguiera mirándome— …
eso está olvidado y sellado. De ese fin de semana solo guardo nuestro paseo
por la playa, nuestras charlas, y la noche que pasamos juntos haciendo el
amor.
Christian buscó en el fondo de mi mirada la verdad de mis palabras, y
cuando vio que había sinceridad en ellas me besó con adoración y ternura.
—¡Te quiero mi vida! —exclamó cuando tras el beso consiguió
calmarse.
—Yo también te quiero y tu idea me parece fantástica —le mostré mi
sonrisa más radiante y de pronto sentí ganas de bailar y gritar—. ¡Vamos a
casarnos en la playa!
Christian se rió a carcajadas al ver mi entusiasmo y al darse cuenta de
la ilusión que me hacía.
—Además, el sitio es perfecto, es precioso, no tenemos que
reservarlo, y la recepción posterior sería en tu hotel que está al lado.
—¡Nuestro hotel! —soltó Christian cortando mi discurso.
Le hice un gesto con la mano indicándole que eso era un detalle sin
importancia, y empecé a pasearme frente a los ventanales haciendo planes
para la ceremonia.
—La boda podríamos hacerla a última hora de la tarde para coincidir
con el anochecer, ya que sé que te encanta ese momento —le dije
volviéndome para mirarle. Él se había apoyado en los ventanales con los
brazos cruzados y me observaba divertido—, Y podíamos colocar una tarima
para no mancharnos de arena, también podríamos poner un mirador o algo
parecido y los invitados...
En ese momento me quedé paralizada. Tenía que hacer un montón de
cosas y solo tenía dos semanas. Empecé a hacer una lista de lo más
imprescindible y a mi mente acudieron las listas de invitados, alojamientos,
transporte, menú, música, tarta, vestido, peluquería, maquillaje, zapatos,
flores, invitaciones, despedida de soltera y ¡Dios mío un cura! ¿de dónde
íbamos a sacar un cura?
Christian debió de notar mi cara de espanto pues abandonó su pose de
observador relajado y se acercó para abrazarme.
—Tranquila mi ángel, tenemos a todo un ejército dispuesto a
ayudarnos.
—Son demasiadas cosas en muy poco tiempo, tal vez deberíamos
fugarnos a Las vegas.
Christian soltó una carcajada por mi comentario y me besó en la
frente.
—Seguro que a tu hermana y a tus amigas les encantará ayudarte.
—¡Y a Tilde!, seguro que se pone al mando y no me deja hacer nada.
¿Te fijaste en cómo controló el catering de la inauguración?
Ambos sonreímos y me sentí más relajada estando junto a él.
—Además, yo cuento con mi ayudante que se ocupará de la parte del
hotel y los albañiles. Mañana mismo podríamos quedar para decirle que es lo
que queremos, y tener los planos y los menús listos cuanto antes.
—Le daré a Tilde su número de teléfono y hablaré con ella para
explicarle lo que queremos.
—Entonces ya está todo arreglado. En dos semanas serás la señora
Taylor.
Su sonrisa hacía que fuera imposible dejar de mirarle, pues estaba
feliz como nunca antes le había visto. Sabía que era a causa de lo que estaba
pasando, pero sobre todo porque me veía entusiasmada con el tema de la
boda.
—¡Seré tu esposa!
Sin poder evitarlo me lancé a sus brazos y comenzamos a girar
mientras reíamos eufóricos. Me aferré a su cuello y respiré el aroma de su
piel, estaba ilusionada; más bien pletórica, de saber que la palabra “siempre”
de su anillo se iba a hacer realidad.
—Y ahora qué te parece si vamos a la habitación a celebrarlo y me
enseñas qué hay debajo de ese camisón.
—Me parece perfecto, aunque debo avisarte de que no llevo nada
debajo.
Christian soltó un gruñido y me cogió en brazos como si fuera una
especie de hombre prehistórico en celo. Yo sonreí tras soltar un gritito y me
dejé llevar por él, pues también le deseaba con locura.
—Christian, ¿y qué hay de la cena?
—Encargaremos pizza después, ¡mucho después!
Y sin más comentarios que valieran la pena decir, pasamos la noche
demostrando nuestro amor entre caricias, besos y abrazos. También la
pasamos haciendo planes para nuestra boda y el viaje de novios, y al final,
¡muy al final! comimos pizza recalentada.
Cuando por fin Christian cayó dormido, me levanté despacio de la
cama y cogí mi móvil de encima de la cómoda. Sin querer perder más tiempo
lo encendí y escribí el siguiente mensaje: «Lo hice, almorzamos en Mamma
mía y os cuento». Se lo envié a todas las interesadas con una gran sonrisa en
mi cara y lo apagué.
Las conocía demasiado bien y sabía que en cuanto lo vieran me iban a
atosigar con llamadas y mensajes, y prefería mil veces esperar al día siguiente
para contárselo y así no pasar un solo segundo lejos de Christian.
Dejé el móvil otra vez en la cómoda y me volví a la cama junto a él;
que me acogió entre sus brazos, pues aún dormido me acercaba a él y me
abrazaba posesivo. Me apoyé en el hueco de su hombro, que ya era mi lugar
favorito para dormir, y me abracé a él esperando a que el sueño se
aproximara. Mañana sería un día muy movido pues empezaba la cuenta atrás
de los preparativos. En dos semanas sería su esposa y ante nosotros
tendríamos una vida entera para compartirla.
Bostecé y me acurruqué pegándome más a él. Por fin todo iba
cogiendo forma y mi vida se estaba empezando a parecer a la que siempre
había soñado. Entre sus brazos me quedé dormida y soñé con mundos de
fantasía imposibles. Aunque ya no me importaban pues, cuando despertara,
sabía que mi sueño de estar junto al hombre que amaba se había hecho
realidad.
***
Tras resistirme a salir de la cama, como cada mañana, y tras pasar las
primeras horas haciendo planes y preparativos para la boda en el despacho de
Christian, llegó el momento de enfrentarme a la manada de lobas que me
esperaban hambrientas de noticias.
Entré en el pequeño restaurante italiano Mamma Mía esperando que
ya estuvieran todas, pues llegaba veinte minutos tarde de la hora acordada.
Nada más entrar las vi sentadas en una mesa que estaba justo frente a la
puerta donde me encontraba, y no pasó ni un segundo hasta que se volvieron
para mirarme con la curiosidad reflejada en sus rostros.
En la mesa se encontraban las mismas que me habían acompañado a
por el anillo, y ahora estaban deseando saber cómo había pasado todo.
Las cuatro se me quedaron mirando mientras me acercaba, esperando
ver algo que les diera una pista de lo que había pasado. Por eso decidí
mantener un poco más de tiempo el misterio, y escondí la mano para que no
pudieran ver la sortija. Me quedé parada frente a ellas sin darme cuenta de
que estaba llamando la atención, consiguiendo que los clientes más curiosos
dejaran de comer para mirarme.
—¿Y bien, qué ha dicho? —como era de esperar los nervios de
Crystal no aguantaron más, y tuvo que preguntar.
Las miré, cogí aire y con la mayor de las sonrisas alcé mis brazos y
grité triunfante:
—¡Sí!
Un segundo después las chicas empezaron a gritar felices y se me
abalanzaron mientras nos abrazábamos y reíamos. El resto de los comensales
sonrieron ante nuestro numerito, y aplaudieron sin saber de qué se trataba
pero sin poder evitar unirse a la feliz celebración.
El caos que siguió después fue tremendo, pues todas me hablaban a la
vez pidiendo ver el anillo, por lo que no me quedó más remedio que alzar mi
mano para que lo vieran y al unísono todas volvieron a gritar de nuevo. Una
por una lo fueron viendo y empezaron a comentar lo maravilloso que era, por
lo que no pude evitar hincharme de orgullo con cada elogio.
No sé muy bien cómo comenzó todo, pero acabé invitando a los que
se encontraban en el restaurante a champán para brindar por mi boda, y fui
felicitada por desconocidos que se tomaron la noticia con una gran sonrisa.
De hecho, el dueño y los camareros fueron los más efusivos, al besarnos a
cada una de nosotras en la mejilla para desearnos buena suerte. Algo que nos
dejó sin palabras durante un segundo y medio.
Cuando conseguimos calmar la emoción que sentíamos nos sentamos
en nuestra mesa, y todas se quedaron esperando el meticuloso relato de todo
lo que había sucedido el fin de semana. Sobra decir que bajo ningún concepto
iba a darles detalles privados, y solo pensaba hacerles un resumen de lo más
elemental.
—¡Y bien! ¿Qué pasó? —me preguntó Lisa apunto de comerse las
uñas aunque le diera asco.
—¡Queremos todos los detalles! —insistió Claire.
—¡Hasta los más picantes! —afirmó con la malicia de siempre
Crystal.
Ante la cara que puse de: «Eso ni lo sueñes», tuvo que intervenir mi
hermana para poner un poco de orden y, como es normal en ella, protegerme.
—Bueno chicas, dejemos que nos cuente lo que quiera —afirmó ella
categórica dejando bien claro que mantuvieran cierto orden.
Le agradecí con una mirada su ayuda y me preparé para el inminente
interrogatorio de tercer grado.
—No hay mucho que contar, todo estaba saliendo como lo habíamos
pensado, hasta que me empecé a poner nerviosa y me bloqueé.
—¡Pobrecita! —repuso Claire con voz lastimera.
—¡¿No te desmayarías?! —preguntó excitada Lisa mientras las demás
me miraban boca abiertas esperando mi respuesta.
—¡No! —dije de forma contundente para dejarlo bien claro.
—¡Entonces no fue para tanto! —Comentó Crystal acompañando su
comentario con un movimiento de mano para quitarle así importancia—.
¡Sigue! —me ordenó después muerta de curiosidad.
Estuve a punto de tirarle un panecillo a la cabeza por su falta de tacto
ante los problemas de una amiga, pero como sabía que no le iba a hacer daño
al tener la cabeza muy dura, opté por olvidar su comentario y seguir con mi
relato.
—Como iba diciendo, me puse nerviosa pero enseguida me repuse.
—¡Esa es mi chica! —soltó efusiva Claire.
—¡¿Quieres dejar de interrumpir?! —le reprochó Crystal mientras le
tiraba un panecillo a la cabeza sin miramientos. Al parecer a ella no le
importaba tanto hacerle un chichón a su amiga, si con ello la mantenía
callada.
Como si no hubiera pasado nada, volvieron a mirarme para no
perderse nada de mi historia. Todas menos Claire, que tras haber agarrado el
panecillo al vuelo, y tras comprobar que iba a seguir con mi relato, había
empezado a untarlo con mantequilla. De pronto recordé que a esa hora
siempre estaba comiendo, y empecé a notar como el hambre se abría camino
haciendo rugir a mi estómago.
De forma natural cogí un panecillo y empecé a untarlo como si no se
me estuviera haciendo la boca agua. Fue como abrir unas compuertas, pues
cada una agarró el más cercano y comenzaron al unísono a untarlo sin
perderme de vista.
—Bueno pues, había empezado a hablar de lo que significaba para mí
y de cuánto lo quería, cuando él me interrumpió en el momento justo en que
empezaba a pedírselo —aproveché la interrupción, que estaba segura vendría,
para intentar darle un mordisco a mi panecillo con mantequilla.
Para mi sorpresa todas quedaron en silencio sin hacer una sola
pregunta, mientras masticaban su bocado sin ni siquiera pestañear o hacer un
ruido. Estaban decididas a no perderse ni una palabra, y más cuando venía la
parte más interesante. Suspiré y miré hambrienta a mi panecillo que tendría
que esperar.
—Solo dije algo así como ¿Christian, quieres…? Y él me calló —
miré a mi hermana que estaba a mi lado y continué—: Al parecer se dio
cuenta de mis intenciones y quiso ser él quien me lo pidiera.
El suspiró colectivo me confirmó que todas estábamos de acuerdo que
de ese modo todo había resultado mucho más romántico, y de paso mucho
más sencillo para mí.
—¿Qué fue lo que te dijo?
—¿Se puso de rodillas?
—¿Fue ahí cuando te dio el anillo?
El aluvión de preguntas me vino por todas partes y no supe a cuál
contestar primero.
—¡Chicas tranquilas! Dejar que lo cuente a su manera —les
interrumpió Sarah para mi alivio.
Las contemplé expectantes y me dejé llevar por el recuerdo, y por un
momento dejé de estar en el restaurante italiano, para volver a encontrarme
en el dormitorio con Christian ante mí pidiéndome en matrimonio.
Volvía a escuchar su «¿Quieres casarte conmigo?» y de nuevo me
estremecí al revivirlo. Ese momento estaría para siempre guardado en mi
memoria, como uno de los mayores tesoros de mi vida que pretendía revivir a
menudo, para no olvidar jamás cómo me sentí cuando lo tuve de rodillas ante
mí declarándome su amor.
—¡Fue maravilloso! Me preguntó si quería casarme con él y por su
puesto le dije que sí.
Las cuatro me sonrieron con una expresión sincera en su cara. No
había envidia o falsedad en ellas, tan solo alegría al verme radiante por haber
cumplido mi deseo. Sin lugar a dudas podía considerarlas unas amigas de
verdad, que solo querían mi felicidad, y no se quedaban en simples palabras
que se llevaban el viento al menor contratiempo.
—Fue algo muy romántico y me siento muy feliz —fue lo único que
pude decirles, antes de que las lágrimas empezaran a recorrer mis mejillas.
—¡Claro que sí! ¡Tú te mereces eso y mucho más! —me dijo Claire.
Miré a mi hermana queriendo saber su opinión, y la encontré
limpiándose las lágrimas de su rostro. Aun así se la notaba contenta y muy
satisfecha por el resultado que había tenido mi plan.
Crystal se levantó de su asiento con una copa en la mano y nos dijo:
—¡Brindemos por Mary!
Al instante todas se levantaron convirtiéndonos de nuevo en el centro
de atención de todo el local. Las cuatro alzaron sus copas y me miraron.
Sintiendo mi corazón a cien por tantas emociones juntas, y con un temblor de
rodillas que no se terminaba de alejar de mi lado, me levanté y alcé mi copa
como ellas habían hecho.
—¡Por una larga vida llena de amor y felicidad, y para que nunca
olvides a unas amigas que siempre estarán a tu lado! —fue el brindis de
Crystal.
Todas alzamos las copas aceptando el brindis y después bebimos el
sorbo de los deseos. Amor, felicidad y amistad, ¿qué más se puede pedir en la
vida? Me sentí la mujer más rica del mundo por tener unas posesiones tan
valiosas, las cuales no se podían comprar con oro pero que te enriquecían
más que cualquier mina.
Con la diversión del momento aún reinando en el ambiente nos
volvimos a sentar, y me tuvieron durante un par de horas secuestrada bajo un
cuestionario de preguntas sobre cada palabra y gesto que había sucedido.
Entre bocado y bocado les conté a grandes rasgos que me había dicho
después, y cómo fue su reacción durante la pedida, dejando los momentos
más personales solo para mi recuerdo. Pero cuando se armó más alboroto fue
a la hora del café, cuando llegó el momento de revelar lo más gordo.
—¡Ah! tengo que contaros algo muy importante.
Todas quedaron en silencio observándome.
—Hemos decidido casarnos dentro de dos semanas.
—¡Dios mío, estás embarazada! —gritó Lisa consiguiendo que todas,
incluyendo los pocos clientes que aún quedaban en el restaurante, me
miraran.
—¡No! —respondí tajante.
Me volví para ver a mi hermana Sarah que estaba observándome con
los ojos abiertos como platos.
—¡No pasaría nada si lo estuviera! —repuso Claire para defenderme.
—Solo tendríamos que buscar un vestido de novias ancho e incluir en
el catálogo de regalos una cuna.
El comentario de Crystal me hubiera hecho gracia, si no hubiera sido
porque mi hermana estaba empezando a hiperventilar. Ella había vivido algo
parecido cuando decidieron no esperar para casarse, tras hacer poco que se
conocían, y tuvo que aguantar durante meses las miradas maliciosas de la
gente.
Incluso estuvo a punto de dejar su trabajo por culpa de algunos de sus
compañeros, que empezaron a tratarla sin respeto y a decir comentarios
maliciosos e hirientes, sobre cómo había atrapado a un socio del bufé de
abogados quedándose embarazada.
Cogí las manos de Sarah para que me prestara toda su atención, pues
quería dejarle claro los motivos de la decisión que habíamos tomado. Al fin y
al cabo ella era mi familia y se lo merecía.
—Sarah, no estoy embarazada —le dije con voz dulce y sin rehusar la
mirada—. Tomamos la decisión porque estamos seguros de querer estar
juntos y porque deseo ser su esposa cuanto antes. No hay nada más.
Ella asintió, notándose que estaba avergonzada por su reacción
precipitada.
—Perdona que me haya puesto así. Yo no soy quien para meterme en
tu vida privada —me apretó la mano y continuó diciéndome—: y lo que
decidas, por el motivo que sea, estará bien.
Asentí sin saber qué decirle pues ella había sido como una madre para
mí durante muchos años. Si bien le agradecía su confianza en mi decisión,
también sabía que ella sería una de las pocas personas a la que escucharía sus
consejos y los llevaría a cabo, por lo que me alegraba de que estuviera de
acuerdo conmigo. Sin más dejamos zanjado el asunto y nos volvimos para
seguir con la conversación.
—¡Aclarado este punto! —Dije mirando a Lisa que estaba roja como
un tomate—. Queremos que sea algo íntimo y privado y sin grandes
pretensiones.
—¿Pero habrá convite?
—¡Tienes que casarte fabulosa!
—¿No habrá despedida de soltera?
—¡Tiene que haber muchos invitados, si no la boda será aburrida!
—¿Va a dar tiempo para las reservas?
—¡En dos semanas no nos da tiempo ni a pensar en el regalo!
—¿Tendremos que llevar pareja?
—¡Yo quiero ir de largo!
—¿Habrá baile después?
—¡Hay que empezar con las pruebas ya!
—¿De dónde vas a sacar un cura?
Como me esperaba que todas saltaran con un comentario, me pareció
hasta divertido escucharlas. Sus quejas siguieron hasta que se dieron cuenta
de que las miraba divertida, y entonces decidieron callarse y dejarme hablar.
Continuando como si no hubiera sido interrumpida, seguí
resumiéndoles nuestros planes.
—Hemos decidido que la boda será en un hotel que tiene Christian en
la playa.
Ese comentario pareció gustarles más ya que la expresión de enfado
mal disimulado empezó a desaparecer de su cara.
—Nos casaremos al anochecer en ella y luego el convite se celebrará
en el hotel.
—¡Menos mal! ¡Creía que te habías vuelto loca! —soltó Crystal
mientras se recostaba en su silla en actitud más relajada.
—Lo tenemos todo pensado. Nos iremos un día antes para hacer una
cena de despedida y al día siguiente tendremos toda la mañana y parte de la
tarde para descansar y prepararnos.
—¡Suena genial! —comentó Claire.
Miré a las cuatro mujeres, que hacía solo unos minutos estaban a
punto de lincharme, y ahora estaban a punto de estrujarme en un abrazo.
—¡Pues falta lo mejor! —les dije sabiendo que se pondrían como
locas cuando se enteraran.
Se me quedaron mirando, aguantando la respiración a la espera de la
noticia, ya que a esas alturas de la velada se esperaban cualquier cosa.
—La boda se celebrará en Providence, y Christian nos llevará en su
avión hasta allí. Después, tendremos a nuestra disposición todas las
instalaciones del hotel, que por supuesto es de cinco estrellas, y con todos los
gastos pagados.
No pude remediar alardear de todo ello, pero, ¿cuántas veces tienes la
oportunidad de decir algo así? Con solo recordar que hacía unos cuantos
meses me vi en la calle desahuciada, y ahora sin embargo me encontraba
planeando una boda a todo lujo, me entraban unos escalofríos por el cuerpo
que apenas podía contener.
La reacción de las chicas fue como una ola que se escapa del mar y lo
envuelve todo, ya que su rugido llegó hasta la última esquina del restaurante,
y su alegría bañó todo el ambiente.
—¡Eres la mejor!
—¡Menudo planazo!
—¡Por fin voy a poder estrenar el biquini!
—¿Pero ese hombre es real? ¡Avión, hotel y encima está como un
queso!
—¡Chicas, centrémonos! —les dijo mi hermana divertida—. ¡No
debemos olvidar que es la boda de Mary!
Todas empezaron a asentir y a callarse tratando de controlar su
entusiasmo. Dispuesta a conseguir que ellas fueran la mitad de feliz de lo que
yo me sentía, volví a provocarlas.
—¡Pero esperar que aún hay más!
—¿¡Más!? —soltaron al unísono haciéndome reír.
—El hotel tiene casino, pub, piscina y un spa.
El grito fue tan efusivo que por poco creí que se hundiría el techo, o
lo más probable, que terminaran echándonos de allí. Dejándolas hacer planes
como locas para hacer de todo en tan poco tiempo, me volví hacia mi
hermana y le dije:
—También tiene algo que te va a encantar.
—¿El qué? ¿No me digas que en el spa dan los masajes unos modelos
suizos?
Solté una carcajada por el comentario de mi hermana y su fijación por
los hombres rubios. Un dato curioso ya que terminó casándose con un
moreno.
—¡No, tonta! El hotel tiene guardería.
—¡Muchísimo mejor! —soltó encantada y no pudimos evitar reírnos
con ganas.
—¡Tenemos que planearlo todo! —comentó Claire consiguiendo que
todas empezaran a opinar sobre qué era lo primero por hacer.
—Por el trabajo no te preocupes, Ry y yo nos ocuparemos de todo —
me comunicó Lisa.
—¿¡Ry!? —le dije elevando una ceja para parecer aún más extrañada
de lo que estaba.
—¡Es un alarga historia! —me contestó poniéndose otra vez colorada
como un tomate y esta vez incluso rehusando la mirada.
Sin duda esos dos habían hecho las paces, y habían pasado de tratarse
como perros y gatos a ser una pareja de tórtolas. Decidí dejarlo pasar ya que
no era algo de mi incumbencia, mientras no fuera un problema en el trabajo.
Mi hermana llamó mi atención colocando su mano sobre la mía para que la
escuchara.
—Por la organización de la boda no te preocupes, seguro que a Tilde
le encantará ayudarte y por supuesto también me tienes a mí.
—Ya lo sé Sarah. Además, ¿tú crees que Tilde nos dejará ocuparnos
de algo?
Ambas sonreímos pues sabíamos que ella se adueñaría de todo
haciéndose con el control y solo nos dejaría ver los catálogos y probar las
muestras. Sin lugar a dudas se ocuparía de las invitaciones de boda, la tarta,
los manteles, las flores y mil detalles más. Todo un alivio para alguien tan
despistada como yo, y con una boda que debía de ser planeada en menos de
dos semanas, pues la cuenta atrás ya había empezado.
Respiré aliviada al saber que todo saldría bien y me dejé llevar por la
alegría reinante. Ante mí tenía unos días de locura y frenesí, pero sobre todo
de pura felicidad. De pronto recordé una de las preguntas que me habían
hecho y se me heló la sangre.
—¡Dios mío! ¿De dónde voy a sacar a un cura?
La risa colectiva que escuché no me animó en nada, y comprendí de
inmediato que la pesadilla de preparar el día más feliz de mi vida acababa de
empezar, y no iba a ser tan divertida como pensaba.
CAPÍTULO CATORCE
***
***
No sé muy bien cómo pude aguantar todas estas horas sin cogerla en
brazos y perderme con ella. Necesitaba tanto tenerla entre mis brazos, que se
me estaba haciendo cuesta arriba esperar el momento adecuado. Por suerte
este llegó entre brindis y bailes, cuando la cena ya hacía tiempo que había
acabado, por lo que logré sacarla de esa sala infestada de invitados para
llevarla a la solitaria playa que nos estaba esperando.
Paseamos hasta encontrar un refugio apartado de las miradas
indiscretas, donde tenía preparada una manta para colocarla sobre la arena. A
partir de ese instante no estaba dispuesto a compartirla con nadie, pues tenía
planeado hacerla mía la noche entera.
Preparamos nuestro nido de amor y nos tumbamos felices, ya que
habíamos conseguido dar esquinazo a los incansables de nuestros invitados.
La abracé con ternura y la besé con adoración, disfrutando del rincón
apartado que habíamos ocupado.
—Te necesitaba tanto que me estaba volviendo loco.
Mary rió eclipsando el brillo de las estrellas con sus ojos, e hizo que
volviera a desear besarla. Estaba sobre ella en la silenciosa playa mientras no
podía dejar de mirarla.
—Estarán locos buscándonos por todas partes —soltó divertida.
—Si son listos nos dejarán tranquilos.
Ella me abrazó colocando sus brazos alrededor de mi cuello y me
incliné perdiéndome en el aroma de su cabello.
—¡Me encanta estar aquí contigo! —me dijo notándose que estaba
complacida.
—¿Te ha gustado mi idea?
—¡Muchísimo!
Levanté la cabeza para mirarla y vi la felicidad marcando su rostro.
—Pues era mi plan B.
—¿Ah sí? ¿Y cuál era el plan A? —me preguntó curiosa.
—Atrincherarnos en nuestra habitación. Pero tras conocer a tus
primos he cambiado de idea.
Mary soltó una carcajada contagiosa y los dos acabamos riendo.
—Son un poco impulsivos.
—¿Un poco? —solté divertido aunque traté de sonar incrédulo.
—Bueno, quizá un poco demasiado impulsivos.
—Cariño, no les he echado de la fiesta porque son tus primos.
—Y porque mis amigas se lo están pasando en grande con ellos.
—¡Eso también!
—Pues me alegro de que saliera mal el plan A —suspiró y ensanchó
su sonrisa—, ya que me encanta estar aquí.
La contemplé durante unos segundos. Estaba preciosa con su vestido
de novia y su rostro de ninfa. Jamás olvidaré cuando la vi frente a mí
caminando hacia el altar, al haber creído que todo formaba parte de un sueño
que se estaba haciendo realidad, al aparecer ante mí la mujer de mis fantasías
avanzando hasta encontrarme.
—Aún no puedo creer que seas mi esposa.
Mary acarició mi cabello con una dulzura que me puso la carne de
gallina, y sentí como mi cuerpo se encendía por su roce.
—A mí también me cuesta asimilar todo lo que hoy ha pasado. Me
imagino que cuando mañana despertemos, y veamos que no ha sido un sueño,
podamos por fin creer que fue real.
—Tú siempre serás para mí un sueño —le dije dispuesto a seducirla.
La besé con entrega hasta obtener su sumisión completa, y no dejé de
acariciar su cuerpo hasta sentir que se estremecía. Estaba dispuesto a que esa
noche fuera perfecta, y me había propuesto hacerla gemir de pasión hasta
apagar el brillo de las estrellas.
De pronto escuchamos gritos y un gran alboroto que venía hacia
nosotros, y maldije por mi mala fortuna. Al parecer unos cuantos invitados
habían tenido la misma idea que nosotros y ahora venían por la playa
dispuestos a divertirse.
—¿Qué está pasando? —preguntó algo confusa.
Mary me apartó hacia un lado y se incorporó curiosa hasta sentarse
para observarles mejor. Maldije por no haber cerrado las puertas de acceso
con llave, y haber dispuesto a los de seguridad para que nadie nos
interrumpiera. ¿Pero cómo iba a imaginar que unos pocos invitados iban a
tener mi misma idea?
—¿Esas no son mis amigas?
—Yo diría que sí. Y por lo que veo están acompañadas de tus primos.
—¡Dios mío! ¿Pero qué están haciendo?
Los gritos y las risas llegaban hasta nosotros, y tuve que dejar de estar
enfadado mientras observaba como corrían por la playa descalzos. Sus tres
amigas estaban irreconocibles, pues se les veían felices de estar en medio de
la playa en plena noche. Solo falta Joan, la más mayor de las cuatro, que
debía de estar en el hotel descansando.
—Me parece que esos que vienen tan acaramelados son tu hermana y
tu cuñado.
Mary se quedó mirándolos boquiabierta sin saber muy bien qué decir.
Los primos decidieron que ya se habían adentrado lo suficiente, y empezaron
a despojarse de la ropa a pocos metros de nosotros. Fue ese el momento en
que las chicas comenzaron a chillar como locas, y por lo que pude ver, solo
una de ellas: «Seguro que esa era Crystal», comenzó a bajarse la cremallera
de su vestido.
—¿Quién son esos que vienen rezagados? —le pregunté aun sabiendo
la respuesta.
—Espera, déjame ver —Mary se quedó mirando a la pareja que se
acercaba despacio, y se quedó paralizada cuando contempló de quién se
trataba—. ¡Dios mío, esos son mi tío Scott y mi tía Marlene!
No pude aguantarme más y lancé una carcajada por el espectáculo que
teníamos ante nosotros.
—¡No me lo puedo creer! ¿Es que todos han perdido la cabeza? —la
voz risueña de Mary me confirmó que a ella también le parecía gracioso el
giro que había tomado nuestra escapada secreta.
—Cariño, creo que hemos servido demasiado champán —le dije entre
carcajada y carcajada mientras me colocaba detrás de ella y la abrazaba.
Nos quedamos sentados observándolos sin querer perdernos ni un
solo detalle, curiosos por saber qué iba a suceder después.
—Qué pena no tener nada a mano para grabarlos. Mañana no nos van
a creer.
Cuando todos se quedaron en ropa interior empezaron a correr por la
playa en múltiples direcciones, en lo que pareció no tener sentido.
—¿Qué hacen ahora?
—Déjame ver. Creo que los chicos tienen que atrapar a las chicas —le
contesté tras ver como cada mujer era perseguida de cerca por un hombre.
Vimos como Lisa caía rendida ante Ryan, que encantado la cogió en
brazos y despacio se encaminó con ella hacia el agua. Otra de las parejas que
nos llamó la atención fueron Sarah y Alan. Ella se encontraba parada frente a
él, en lo que parecía un intento de calmarle o regañarle. Pero no consiguió
disuadirlo, y acabó colgada de su hombro y conducida hasta el mar, mientras
se escuchaban claramente sus amenazas y gritos.
Delante de nosotros se estaba representando una batalla campal, en
donde los perdedores eran conducidos a las cálidas aguas del océano en
brazos de los vencedores. Las pobres víctimas estaban en desventaja, frente a
la astucia y la fuerza de sus perseguidores. Aunque he de admitir que algunas
de estas mártires se veían ofrecerse gustosas al sacrificio.
Los únicos que no salieron corriendo en ropa interior por la playa
fueron el tío Scott y la tía Marlene, que con tranquilidad y ajenos al alboroto,
se adentraron en las oscuras aguas y se remojaron sin dar excesivo escándalo.
Abracé con más fuerza a Mary y apoyé mi barbilla en su hombro, mientras
me iba señalando risueña como una a una sus amigas eran capturadas por sus
primos y llevadas hasta su castigo.
Poco a poco la playa se fue quedando vacía mientras las chicas eran
capturadas y llevadas hasta el mar. Una vez allí la juerga seguía, y era
entonces cuando los chicos huían divertidos de las fieras que se revolvían
vengativas.
Escuché un suspiro de anhelo salir de la garganta de mi esposa, y supe
que le hubiera gustado participar como una más de ellos.
—¿Quieres que nos acerquemos? —le pregunté dispuesto a darle todo
lo que me pidiera
—No, estoy muy bien aquí contigo —me contestó mientras se volvía
para darme un suave beso en la mejilla.
Durante unos minutos nos quedamos mirándolos y riéndonos por las
tonterías que veíamos que hacían. Sin querer que se perdiera nada de lo que
pasaba ese día se me ocurrió una idea.
Me aparté de su lado con cuidado y me levanté mientras me miraba
extrañada. Cuando me situé frente a ella le extendí mi mano y le dije:
—¡Vamos!
—¿A dónde? —me preguntó sorprendida.
—A darnos un baño.
Durante unos segundos se quedó quieta decidiendo qué era lo que más
deseaba hacer.
—Prefiero quedarme aquí contigo —aunque esas fueron sus palabras,
pude ver en sus ojos el anhelo de unirse a ellos.
—Tendremos muchas oportunidades para disfrutar de esta playa, pero
este momento solo lo vamos a tener una vez en la vida —comenté mientras le
hacía una señal con la cabeza hacia donde estaban todos bañándose.
—Pero es nuestra noche de bodas y me apetece estar contigo.
—Entonces nos quedaremos a un lado —le hice una señal con la
mano para que la cogiera—. Vamos pequeña. Nos damos un baño y luego
hacemos lo que tú quieras.
Ella bajó la mirada sorprendiéndome, pues hubiera jurado que estaba
deseando ir a bañarse con ellos. Se quedó callada durante unos segundos y
luego en un susurro me confesó el motivo de su reticencia.
—No puedo bañarme delante de todos. Tendría que hacer toples.
Me quedé mirando su vestido ajustado y su espalda al descubierto, y
me di cuenta de que no me había percatado de ello. Toda una sorpresa, pues
me había pasado la velada entera deseando perder mi mano por su escote para
acariciarle un pecho, al saber que no llevada nada debajo del vestido para
impedírmelo.
Mary me conocía muy bien y sabía que no me iba a gustar verla
expuesta ante unos ojos que no fueran los míos. Por muy cuñados, tíos o
primos que fueran seguían siendo hombres y ella una mujer preciosa. Y eso
por no hablar de su empleado Ryan, al que tendría que romperle la cara cada
vez que la mirara, por si estaba reviviendo la visión de esta noche en la playa
con sus senos flotando frente a él. Definitivamente era una mala idea.
Pero había otra cosa que no podía dejar pasar por alto, y eran las
ganas que tenía Mary de participar de la diversión de darnos un baño juntos,
estando arropados por la oscuridad de la noche y del mar. La contemplé
mientras se escuchaban las carcajadas que venían del océano y no pude
impedirle darle lo que más deseaba.
Empecé a desabrocharme la camisa, sabiendo que ella sentiría
curiosidad por saber qué estaba haciendo. Solo tuve que esperar tres
segundos para que su curiosa naricilla se elevara, para mirarme con unos ojos
mitad curiosos y mitad sorprendidos. Le volví a extender mi mano tras haber
acabado de desabrocharla y esperé a que ella me la tomara.
—He tenido una idea —le dije al ver que no se movía—. Dejas el
vestido aquí y te presto mi camisa para que te bañes con ella.
—¡Pero es de seda y se estropeará!
—Solo es una camisa, mi ángel, mañana mismo la puedo reemplazar
por otra. ¡Vamos! —le volví a decir mientras hacía un gesto con la mano
extendida.
Con una sonrisa Mary aceptó mi mano, y con un simple tirón la puse
de pie frente a mí.
—Tendrás que ayudarme a quitármelo —me dijo con una sonrisa
dibujada en la cara que la hacía aún más hermosa.
Mary se giró mostrándome su desnuda espalda, la cual no pude evitar
besar.
—Preciosa, llevo deseando que me pidas eso desde hace horas.
La carcajada de Mary recorrió todo mi cuerpo, causándome la misma
descarga que me causaría uno de sus besos. Me di cuenta de que hacerla feliz
se había convertido en mi prioridad, y que consentirla no sería ningún
sacrificio sino más bien un privilegio.
Con mucha maña y consumiendo la poca paciencia que me quedaba,
conseguí encontrar la esquiva cremallera y bajarla. Todo un prodigio si
teníamos en cuenta que estaba oculta tras una hilera de pequeños botones,
que más de una vez había estado a punto de arrancarlos a mordiscos o con un
fuerte tirón.
Tras desabrocharla y sentirme el hombre más orgulloso del mundo
por mi singular logro, me dejé llevar por el deseo de tocarla y pasé mis
manos por sus hombros, marcando de esta manera una senda con mis caricias
que iban desde su cuello hacia su espalda desnuda.
Con sumo cuidado empujé el vestido, para que éste cayera por sus
caderas, sintiendo el calor de su piel quemando mis manos. Noté como se
estremecía por mi tacto y me pegué a ella para que percibiera mi excitación
en la entrepierna.
Deslicé mis manos por su cintura y comencé un reguero de besos por
su cuello y hombros, para enloquecerla como estaba enloqueciendo yo por
ella.
—No consigo dejar de desearte —le confesé entre susurros en su
oído.
—Y yo no quiero que dejes de hacerlo.
Con un único pensamiento la envolví entre mis brazos, sintiéndome
complacido al notar como su respiración estaba tan acelerada como la mía.
—Si no nos metemos en el agua enseguida tendré que hacerte el amor
aquí mismo.
Con un gruñido me contestó y con coquetería movió sus caderas para
provocarme. Sabiendo que no aguantaría más y que no estaba dispuesto a
hacerle el amor sabiendo que podrían pillarnos en cualquier instante, decidí
poner punto final a la provocación y llevarla hasta el agua. Al fin y al cabo
dentro del mar estaba oscuro, y nadie tenía porque enterarse qué hacían
muestras manos sumergidas.
Me aparté y me quité la camisa para después ofrecérsela como todo
un caballero. Algo frustrada ella la aceptó, y se la abotonó despacio mientras
no se perdía detalle de cómo me desprendía de mi ropa hasta quedarme en
calzoncillos.
—¿Estás lista? —le pregunté una vez que ambos habíamos concluido
con nuestro cometido.
—Espera, aún me queda una cosita.
Sin más aviso pasó sus manos por debajo de la camisa y tiró de su
tanga hasta bajarlo al suelo. Debí quedarme con cara de bobo mirándola, pues
me sonrió divertida y bastante complacida por mi reacción. Luego, de una
patada se las quitó y colocándose frente a mí dijo:
—¡Lista!
Por supuesto, yo me quedé parado, ya que necesitaría varios minutos
para archivar cada detalle de esta imagen, y así poder revivirla en mis sueños
todas las veces que deseara durante el resto de mi vida. Al ver que no
reaccionaba, se le ensanchó la sonrisa de su rostro, y decidió decirme el
motivo de su acción.
—Te conozco, y si no me las quito ahora acabarán a la deriva en
mitad del océano.
Sonreí pues esa había sido mi idea desde el principio, y me percaté de
que estaba encantado de que esa mujer a la que adoraba me conociera tan
bien.
—Imagínate qué trauma si se las encuentra un besugo —me dijo
divertida.
Reí por su comentario y la abracé con todas mis fuerzas de pura
felicidad. Era increíble como conseguía enamorarme cada día un poco más,
aunque hubiera jurado que era algo imposible.
—Vamos al agua y te demostraré todo lo que tenía pensado hacerte
—le comenté dispuesto a cumplir mi promesa.
Entonces ella tiró de mí divertida y corriendo nos acercamos a las olas
que nos recibieron encantadas. Unos bitores y silbidos nos dieron la
bienvenida, aunque nos mantuvimos algo apartados del grupo, y ellos no
tuvieron la intención de acercarse respetando nuestra decisión de
mantenernos a distancia. Algo que les agradecí en silencio, pues quería
disfrutar de tener a mi esposa solo para mí entre mis brazos.
—¡El agua está buenísima para estar a primeros de abril!
—La he encargado especialmente para ti —solté divertido mientras
nos adentrábamos hasta que el agua nos llevó a los hombros.
—Seguro que sí —me dijo ella pegándose a mi cuerpo y rodeándome
el cuello con sus brazos—. Y seguro que encargaste para hoy el espléndido
día que hemos tenido.
—¡Por supuesto! —Exclamé siguiéndole el juego—. Todo lo mejor
para mi esposa.
—¿También vas a hacer que salga el sol solo para mí? —me retó.
La abracé con fuerza y con mi boca a escasos centímetros de la suya
le contesté:
—Pequeña, hoy, y siempre que tú quieras, haré que salga el sol solo
para ti.
Tras mis palabras la besé con todo mi amor y con el firme deseo de
hacerla comprender, que por ella sería capaz de cometer la más imposible
locura que cualquier hombre hubiera realizado.
—¿Y qué quieres que haga yo por ti? —me preguntó excitada.
La contemplé con adoración y me perdí en su mirada. Tenerla entre
mis brazos, pegada a mi cuerpo, era lo máximo que podía desear en ese
momento.
—Solo quiero que me ames —le susurré convencido de la verdad de
mis palabras.
Ella me acarició la nuca con suavidad y pude ver en sus ojos un brillo
que eclipsaba a la luna.
—Sabes que lo eres todo para mí y que mi corazón es tuyo.
—Lo sé, mi ángel. Lo sé —fue mi respuesta con una voz tomada por
la emoción.
—Para siempre, Christian —susurró abriéndome su corazón.
—Para siempre, mi amor —dije por última vez antes de besarla.
Ya nada más importaba a nuestro alrededor, ya nada nos molestaba.
Ni las otras personas que gritaban y chapoteaban divertidas, ni cuando nos
vieron abrazados y decidieron marcharse para darnos privacidad. La playa
quedó para nosotros, y durante lo que me pareció un instante, nos amamos
como si no existiera el mañana.
Quedamos solos bajo las estrellas a la orilla del mar, sin darnos cuenta
de que poco a poco el sol se asomaba por el horizonte para ser testigo de
nuestro inmenso amor. En las cálidas aguas del océano le demostré cuánto la
amaba, mientras las olas nos empujaban a la playa y nos acariciaban con
devoción.
Fue en ese mismo instante cuando ambos sentimos que algo grande y
hermoso estaba sucediendo, abriéndose ante nosotros un nuevo futuro. Tal
vez fuera un hombre frío y solitario. Tal vez no supiera lo que era el amor,
pero un ángel de ojos verdes me hizo descubrir un mundo donde las segundas
oportunidades son posibles, y donde el amor es algo de gran valor.
EPÍLOGO
Hacía justo un año que me encontraba en ese mismo lugar, solo que
esta vez la mujer que tenía a mi lado no era una desconocida de grandes ojos
verdes, sino un maravilloso ángel que me había devuelto a la vida con su
amor.
Otra vez era Acción de Gracias y frente a nosotros se encontraba la
misma casa, con las mismas personas que la vez anterior, aunque ahora
también eran mi familia. Pero en esta ocasión las cosas eran diferentes, pues
hacía tiempo que yo había dejado de ser ese hombre gruñón y solitario, para
convertirme en un devoto marido que amaba profundamente a su mujer.
Desde nuestra boda las cosas habían transcurrido como si
estuviéramos en un sueño que nunca creí que sucediera. Vivía junto a una
mujer que me lo entregaba todo, y me hacía creer en sucesos imposibles
como que se podía ser feliz con solo contemplar su sonrisa. Las cosas
cotidianas como desayunar juntos, compartir la ducha, hablar abrazados hasta
que nos vencía el sueño, o recibir una llamada de teléfono suya a media
mañana, eran algo que me hacían inmensamente feliz y no cambiaría ni por
todas las riquezas del mundo.
Y ahora, otra vez habíamos vuelto al punto de inicio. Otra vez mi
ángel guiaba mis pasos hacia lo desconocido, y me hacía perder la cabeza
cada vez que la contemplaba, como había hecho desde el principio. Aunque
en esta ocasión mi mayor preocupación era impedir que se resbalara y se
cayera por ser tan impulsiva y despistada. Algo que iba a suceder en breve si
no tenía cuidado y miraba por donde pisaba, pues toda su atención estaba
puesta en las luces navideñas que iluminaban las casas del vecindario.
—¿Estás bien, preciosa? —le pregunté después de haberla ayudado a
salir del deportivo y ver cómo tropezaba al caminar distraída.
—¡Tranquilo, lo tengo todo controlado! —solo pude bufar por su
comentario, pues ni yo podía estar tranquilo, ni ella lo tenía todo controlado
Mary estaba muy emocionada por lo que veía a su alrededor, y por ser
las primeras navidades que pasábamos como matrimonio. Desde hacía días
había estado preparando cada detalle contagiándome del espíritu navideño,
aunque me había tenido que negar en rotundo cuando me propuso ir a buscar
un árbol al bosque para adornarlo. Todo parecía mágico a nuestro alrededor,
y más cuando miraba a mi esposa y veía su vientre crecido por llevar a
nuestro hijo dentro.
Mi embarazadísima mujer empezó a caminar hacia la puerta con unos
andares de pato que yo adoraba tanto como ella los odiaba. Me era imposible
no desear besarla cuando empezaba a quejarse por su embarazo, sin dejar de
acariciarse la barriga con un inmenso anhelo en los ojos que desmentían cada
una de sus palabras.
Me acerqué a ella y le pasé un brazo por su cintura para aferrarla a mi
cuerpo y así impedir que se cayera, ya que no me fiaba mucho de su
equilibrio por culpa de su bombo de casi nueve meses y la nieve. He de
admitir que me gustaba cuidarla y tenerla entre algodones, aunque a veces a
ella eso no le gustara y se enfadara conmigo al sobreprotegerla.
—¡No hace falta que me ayudes, no soy una inválida!
—Lo sé nena, pero no me fío de esta nieve.
Mary se paró de golpe y se echó la mano a la espalda.
—¿Qué te pasa? —le dije algo intranquilo.
—¡No te preocupes!, es otra vez ese dolor en la espalda. Lleva
molestándome toda la noche —Mary acompañó sus palabras con una sonrisa
para quitarle importancia.
—¿No crees que deberíamos ir al médico?
Conocía muy bien a Mary y sabía que aguantaría lo que fuera con tal
de no perderse la cena familiar de acción de gracias, pero tenía que mirar por
el bien de ella y de nuestro hijo por encima de todo.
—¿Por un dolorcillo de nada? Lo que pasa es que esta barriga es casi
tan grande como yo y hace que me duela el lumbago.
Me quedé mirándola seriamente, tratando de descubrir si me estaba
ocultando algo. Su semblante era calmado y no daba muestras de estar
soportando ningún dolor, por lo que suspiré y me quedé un poco más
tranquilo.
—¡Está bien!, pero si después de cenar te sigue doliendo nos
acercamos a urgencias.
Mary me miró y debió ver la preocupación en mi rostro, pues me
acarició la cara con su mano enguantada y me dio un dulce beso para
tranquilizarme.
—¡Lo prometo!, si después de la cena me sigue molestando, me llevas
a donde tú quieras.
Le sonreí aun sabiendo que al final acabaríamos haciendo lo que ella
me dijera, pues era imposible que entrara en razón cuando se negaba a hacer
algo. Aunque según ella el insensato era yo cuando se trataba de su
seguridad, pues siempre tendía a exagerarlo todo. ¿Pero cómo no hacerlo
cuando lo que más quieres en la vida puede estar en peligro?
Durante los casi nueve meses que llevábamos casados todo había sido
perfecto, aunque a veces asomaran algunas nubes en nuestro paraíso. Aunque
esas ocasiones eran escasas y pronto lo solucionábamos, pues ninguno
soportaba ver al otro enfadado. Pero lo que más nos emocionó fue el
descubrir un par de meses después de la boda que estaba embarazada, pues
ese momento fue uno de los más felices de nuestra vida.
Desde entonces solo vivía para cuidar de ellos, ganándome alguna que
otra regañina, pero también muchas sonrisas como la que me acababa de
regalar. Desde el mismo momento que vi a nuestro bebe en la ecografía me
sentí pletórico y abrumado, sabiendo que dentro de la mujer que amo estaba
creciendo mi pequeño.
En ningún momento quisimos saber el sexo de nuestro hijo, y
llevábamos todo el embarazo tratando de encontrar un nombre o decidiendo
si queríamos a un hombretón o a una princesita.
En privado revisamos nuestras noches de amor y sexo, y llegamos a la
conclusión de que lo habíamos concebido la noche que, tras la boda, pasamos
entre las olas del mar esperando el amanecer. Fue una noche muy especial
para nosotros y estábamos convencidos que ese día concebimos a nuestro
hijo.
—¿No has cogido las botellas de vino? —me preguntó Mary tirando
de mí para que diera media vuelta y volviéramos al coche.
—En cuanto te deje sentada en el salón las cojo.
Llegamos a la puerta de entrada y tras llamar esperamos a que nos
abrieran.
—Y recuerda coger también las galletas que ha horneado Rose para
los niños.
Sonreí pues meses atrás ni siquiera se hubiera acordado de llevar algo
para la cena, debido a que siempre andaba corriendo de un lado a otro por
culpa de su apretada agenda de trabajo. Sin embargo, desde que se le empezó
a notar el embarazo, se estaba tomando las cosas con mucha más calma,
consiguiendo tiempo para ella y para preparar la llegada del bebé.
En cuanto escuché correr a nuestros sobrinos para abrir la puerta ya
sabía lo que iba a pasar, y sonriendo no pude evitar exclamar:
—¡Que empiece la fiesta!
Mary sonrió divertida, pues sabía que en cuanto se abriera la puerta
ambos niños se lanzarían sobre mí para ser los primeros en llamar mi
atención, y me apretó la mano para hacerme saber que entendía mis palabras.
—¡Feliz Acción de Gracias titos!
Y tras este saludo vinieron un sinfín de besos, abrazos y sonrisas a las
que ya me había acostumbrado, mientras los niños se agarraban a mí como si
fueran lapas. Era increíble cómo un año antes creía que esos pequeños eran
unos demonios venidos del infierno, y ahora era casi imposible separarme de
ellos.
Como era de esperar tardamos un buen rato en llegar al salón y la dejé
hablando con su hermana del millón de cosas que no se habían dicho desde el
día anterior. Era increíble como nunca les faltaba un tema de conversación, y
siempre tenían ganas de juntarse para contarse cualquier cosa.
Una vez que me libré de los niños, haciendo que se escondieran al
creer que estábamos jugando al escondite, salí con Alan a la calle para
recoger las cosas del coche, ya que no queríamos que los pequeños salieran a
acompañarnos, pues eran igual de cabezones que su tía Mary, y se
empeñarían en llevar las botellas de cristal hasta la casa; una idea nada buena
por culpa de la nieve.
Nada más entrar me encontré a Tilde convenciendo a Mary para que
se sentara y pusiera los pies en alto, mientras le servía algo de comer. Era
asombroso como una mujer tan pequeña siempre parecía tener hambre, y
nunca ponía reparos en comerse una buena ración de espárragos, aunque a
veces fueran las cuatro de la mañana.
Había llegado el momento de darle el relevo a Tilde para que la
cuidara, ya que se desvivía por ella casi tanto como yo, y tomar junto a Alan
una copa de vino mientras convencíamos a los niños para que jugaran solos
un ratito. Pero mi tranquilidad no me duró mucho, ya que a los pocos minutos
Mary pareció sentirse mal.
—¿Qué te pasa Mary? —le preguntó su hermana.
Fue todo lo que necesité escuchar para volver a ponerme en alerta y
palidecer de preocupación.
—No es nada, solo un pequeño dolor en la espalda —le respondió
tratando de aparentar encontrarse bien, pero sin conseguir engañarnos.
—¿Desde cuándo tienes esa molestia?
—Desde anoche, no he podido dormir muy bien por su culpa.
Y en ese preciso momento, todo cambió.
***
No era una niña y sabía muy bien cómo cuidarme, aunque ahora
empezaba a pensar que este simple dolor era algo mucho más serio de lo que
pensaba.
Sobre todo cuando vi cómo Sarah y Tilde guardaban silencio con un
rictus en su boca, mientras el calambre cada vez más persistente empezaba a
desvanecerse. Las miré tratando de averiguar que estarían pensando, pero
solo conseguí inquietarme aún más al darme cuenta de sus sonrisas forzadas
y de sus miradas preocupadas.
—¿No te apetece tumbarte un poco mientras se termina de hacer la
cena? —comentó Tilde que estaba a mi lado algo agitada.
—No hace falta, me encuentro bien —les aseguré tratando de
mantener la sonrisa, mientras todos me miraban como si estuviera a punto de
estallar.
Para que vieran que no era nada grave me incorporé de la silla, y me
sentí algo extraña.
—¿Estás segura, cariño? —me preguntó Christian con semblante
preocupado.
—Sí, de verdad, estoy bien.
Fue justo en ese momento cuando noté algo húmedo corriendo por
mis piernas, y sentí como si algo se hubiera roto en mi interior y empezara a
derramarse. Me quedé petrificada, pues no me atrevía ni a moverme, y
contemplé a Christian que estaba observándome aterrorizado.
Si antes había creído que estaba pálido, ahora parecía que se había
quedado sin una sola gota de sangre en el cuerpo, ya que estaba más blanco
que una pared recién pintada.
—¡Ay, Dios mío! —fue lo único que pude decir.
—¡Niña! ¡Acabas de romper aguas! —me dijo Tilde manteniendo una
ligera sonrisa para tratar de tranquilizarme.
Como en un sueño la miré incrédula, para pasar luego a mirar a mi
hermana que me sostenía la mano. Me quedé observándola para descubrir si
era cierto lo que me estaba pasando, y por la expresión de asombro que
empezó a formarse en su cara descubrí que era verdad. El parto se había
adelantado.
Me quedé quieta y por unos segundos me olvidé de todo lo que
sucedía a mi alrededor. Acaricié con cariño mi barriga abultada, sin poder
evitar sonreír, al darme cuenta de que dentro de unas horas tendría a mi hijo
en brazos.
Nada más tener este pensamiento busqué con la mirada a Christian, el
cual se estaba acercando con sus ojos fijos en los míos, haciéndome sentir la
mujer más feliz del mundo por estar a punto de ser madre. Con suma dulzura
él puso su mano sobre la que yo tenía en mi barriga, y durante unos segundos
nada más importó a nuestro alrededor. Estaba a punto de decirle lo feliz que
me sentía, cuando un dolor terrible casi me partió en dos.
Me pilló tan de sorpresa, que si no hubiera sido porque tenía a
Christian a mi lado me hubiera desplomado al suelo. Durante los segundos
que duró me quedé sin aire, y fue en ese mismo momento cuando me
mentalicé de lo que me esperaba.
Si quería tener a mi bebe en brazos, tendría que pasar antes por unos
dolores devastadores que me dejarían exhausta. Me erguí y traté de respirar
como me habían enseñado en las clases de pre-parto, dispuesta a sufrir el
martirio que fuera necesario con tal de tener a mi bebe en brazos. Solo me
quedaba rezar para que después de unas cuantas horas siguiera pensando lo
mismo.
—¡Cariño! —le dije a Christian—. Será mejor que vayamos al
hospital.
Fue en ese preciso instante cuando todo se convirtió en un caos. No sé
lo que se le pasó por la cabeza a Christian al escucharme, pero salió corriendo
hacia la puerta sin decirnos nada, llegando incluso a salir fuera de la casa.
Por otro lado, Alan se quedó petrificado en su sitio con dos copas en
la mano; una suya y la otra de Christian, que iba a ofrecérsela antes de que yo
rompiera aguas. Parecía perdido al no saber qué hacer, pues se dividía entre
beberse de un trago ambas copas, salir tras Christian, o quedarse a mi lado,
aunque parece ser que al final prefirió permanecer quieto en su sitio
mirándonos con los ojos como platos.
Mi hermana por el contrario trataba de mantener la calma, mientras
se me acercaba y me sujetaba como si fuera de porcelana, tratando de decidir
si se mantenía a mi lado, o si se dirigía hacia sus dos hijos que se encontraban
saltando y riendo mientras no paraban de gritar: «La tía se ha hecho pis».
Solo Tilde se mantuvo tranquila y, por suerte, asumió el mando.
—Alan, ve a por Christian y tráelo aquí antes de que se vaya solo al
hospital —le ordenó Tilde.
Éste nada más escuchar las palabras de Tilde salió corriendo en busca
de Christian, parando solo un segundo para dejar las copas encima de la mesa
y visiblemente aliviado de tener algo que hacer.
—Sarah —llamó Tilde mientras se volvía hacía ella—, encierra al
perro y ponle los abrigos a los niños. Van a pasar Acción de Gracias con los
vecinos.
Ni por un segundo Sarah cuestionó las órdenes de Tilde, pues tan solo
asintió, comprendiendo que era lo mejor para todos que sus hijos se quedaran
cenando tranquilos, mientras ellos esperaban en el hospital la llegada del
pequeño.
—¡Yo quiero ver a mi primito!
—¡No puedo irme sin cenar el pavo!
Sin hacer ningún caso a las quejas de sus hijos, Sarah los sacó del
salón e hizo lo que Tilde le había pedido, aunque para ello hubo que arrastrar
al más pequeño para sacarlo de la habitación.
Me quedé a solas con Tilde mientras permanecía sobre el charco de
agua, asustada por lo rápido que estaba pasando todo y por lo inesperado de
la situación. Como primeriza había leído y escuchado muchas cosas sobre el
parto, pero no tenía ni idea de qué era lo que tenía que hacer, o si mi hijo
correría algún riesgo al nacer antes de los nueve meses.
—Tú tranquila —me dijo llevándome hasta una silla cercana—.
Siéntate que yo me ocupo de recoger esto y nos vamos al hospital.
Asentí en silencio y me dejé llevar, pues agradecía que alguien tomara
el mando. En ese momento Christian entró a toda velocidad y sin perder un
solo segundo me abrazó con fuerza.
—¿Estás bien, preciosa? —solo pude asentir—. Perdóname por salir
corriendo, estaba tan nervioso que no me di cuenta de que no me seguías.
La verdad es que en cualquier otro momento me hubiera reído, pero
en cuanto él terminó de hablar un dolor me sacudió las entrañas, y no pude
hacer otra cosa más que soltar un gemido y quedarme sin respiración.
Apreté con todas mis fuerzas los brazos de Christian que me
sostenían, y resistí hasta que la punzada empezó a desistir. En cuanto noté
que el dolor desaparecía levanté la vista y le contemplé mientras trataba de
serenar mi respiración. Estaba observándome muy serio, aunque en cuanto
notó que le miraba trató de relajarse y me regaló una débil sonrisa que yo
secundé.
—¿Ya se te va? —Me preguntó mientras colocaba un cabello suelto
detrás de mí oreja y yo asentía—. Ojalá pudiera ayudarte en algo.
—Ya lo haces cariño —le dije jadeando mientras el latigazo de dolor
se desvanecía.
—Bueno, ¿y ahora qué? ¿Nos vamos al hospital? —nos preguntó
Alan desde la puerta.
—Tú ve a llevar a los niños a casa de la vecina y le explicas lo que
está pasando. Diles que los recogerás mañana —mandó Tilde sin un ápice de
duda en su cabeza.
Alan no se lo pensó dos veces y salió disparado en busca de sus hijos,
los cuales estaban en la entrada luchando contra los abrigos.
—¡Mary, si estás preparada nos vamos!
La orden de Tilde nos sacó de nuestra burbuja y nos hizo caer en la
cuenta de las prisas que teníamos.
—¡Vamos, preciosa! —me dijo Christian con suma dulzura.
Protegida entre sus brazos empecé a caminar despacio hacia la puerta,
aprovechando los minutos que tenía libres entre dolor y dolor. Todo había
sucedido tan rápido que la cena quedaba cancelada para más adelante y, si el
parto marchaba bien, tendría a mi pequeño en unas fechas que para nosotros
significaban mucho. Pero con solo dar dos pasos me di cuenta de que algo no
estaba bien y paré en seco.
—¡Espera! —Solté sobresaltando a Christian—. ¡No puedo ir así!
El pobre me miró con una expresión que dejaba muy claro que no
entendía nada.
—Estoy empapada y no pienso entrar al hospital con las bragas
mojadas —dije con rotundidad y sin estar dispuesta a dar mi brazo a torcer.
Menos mal que en ese momento entraba mi hermana por la puerta, y
al escucharme comprendió la situación y se puso a mi lado para guiarme
hacia el baño. Por la cara de asombro que puso Christian comprendí que, si
hubiera sido por él, me hubiera llevado a rastras hacia el coche sin ningún
reparo. Se notaba con claridad que cada segundo que pasaba Christian iba
poniéndose más nervioso, al igual que a mí me estaba costando mantener la
calma.
—¡No tardaremos nada! —gritó Sarah mientras nos encerrábamos en
el baño.
Agradecí tenerla a mi lado, aunque una vez dentro me di cuenta de
que no tenía otro conjunto de ropa interior para cambiarme, por lo que caí en
la cuenta de que solo me quedaba una opción.
—¡No puedo ir al hospital sin bragas!
—Eso es lo de menos, en cuanto hubieras llegado te las habrías tenido
que quitar.
—Pero...
—Además, da gracias que solo te hayas mojado los zapatos y no el
vestido, de lo contrario te hubieras tenido que poner uno de Tilde.
Gemí con solo imaginármelo y agradecí al cielo por estos pequeños
favores. Mientras, en el hall, Christian paseaba como un tigre enjaulado
esperando a que saliéramos del baño. No hacía nada más que mirarse el reloj
como si fuéramos a llegar tarde a recoger al bebé, y miraba la puerta tratando
de contenerse y no derribarla.
En cuanto salí Christian se abalanzó sobre mí, consiguiendo que mi
agobio empezara a rebasarme.
—¿Ya podemos irnos? —Me preguntó mientras me revisaba con la
vista—. ¿Está todo bien?
Teniendo en cuenta que acababa de romper aguas, que unos dolores
me partían en dos y que además iba sin bragas, no pude hacer otra cosa más
que callarme las ganas de soltarle algún comentario y simplemente asentí. Sin
lugar a dudas cada vez estaba más cerca de perder el control.
Antes de que llegáramos a la puerta ya me estaba colocando el abrigo,
e incluso me lo abotonó por si yo sola no podía. No sabía si era por culpa del
parto, de alguna hormona o por la poca paciencia que me quedaba, pero
estaba empezando a sentir unas ganas enormes de darle una buena patada en
sus partes por ponerme tan nerviosa.
—Tilde, nos vamos —soltó mi hermana ya preparada para marcharse.
—Voy enseguida, solo me queda apagar el horno.
—De acuerdo, te esperamos fuera.
Christian estaba ajeno a todo mientras me enrollaba la bufanda y me
ponía los guantes. Yo había optado por contar hasta veinte antes de soltarle
donde podía ponérselos, y acabar empujándole para ir al hospital a tener a mi
hijo sola. Pero el colmo fue cuando se propuso colocarme el gorro de lana
que me había obligado a poner para venir a casa de mi hermana, al alegar que
hacía demasiado frío y tenía que abrigarme.
Sin poder aguantarlo por más tiempo le di un manotazo sin ningún
miramiento y lo aparté de mi lado de un empujón. No sé muy bien el motivo
por el que salté, pero al final Christian lo había conseguido y había hecho que
perdiera los nervios.
—¡Quieres hacer el favor de dejar de ponerme cosas y marcharnos
antes de que me ponga aquí a parir! —le grité enfadada.
Christian se me quedó mirando extrañado con el gorro de lana aún en
sus manos. Se lo quité de un tirón justo en el momento en que un dolor volvía
a atravesarme. El pobre me sostuvo entre sus brazos, mientras yo resistía y
trataba de respirar como me habían enseñado.
—¡Lo siento cariño! ¡Lo siento! —no hacía más que repetirme.
En cuanto me recuperé me sentí culpable, pues me di cuenta de lo mal
que lo estaba pasando por verme sufrir y no saber qué hacer para consolarme.
—¡Ya está! —le aseguré con voz suave—. Ya pasó.
Él me miró tratando de averiguar cómo había sido la intensidad del
dolor, y traté de disimular las ganas de salir corriendo hacia el hospital para
que me inyectaran la epidural. No me había dado cuenta hasta entonces de lo
mal que lo estaba pasando Christian, y volví a respirar profundamente para
calmarme. Pagar con él el dolor que sentía no nos iba a ayudar a ninguno de
los dos, y tenía que demostrarle que era fuerte y podía con ello si quería que
él se mantuviera a mi lado entero.
No sé muy bien cuánto tardamos en salir y llegar al coche, pero me
pareció una eternidad. Christian no hacía nada más que decirme que tuviera
cuidado y me preguntaba cada dos segundos si me encontraba bien. Lo que
me hizo sentir un escalofrío al pensar en los tres kilómetros que aún teníamos
por recorrer, y rogué al cielo para que mi paciencia aguantara.
Pero lo mejor de todo vino cuando me paré frente al deportivo, con mi
hermana a mi lado cronometrando las contracciones y a Christian empeñado
en que entrara.
—No pienso subir ahí —le dije a un Christian que me miraba atónito.
—¿Cómo has dicho?
Me quedé esperando a que se diera cuenta, pero él solo tenía en mente
meterme en el coche y salir a toda prisa hacia el hospital. Tuvo que aparecer
Alan, que acababa de llegar de dejar a los niños, para que pusiera un poco de
orden en el caos que empezaba a formarse.
—¿Qué pasa? —preguntó extrañado Alan al escucharnos.
—¡No quiere subir al coche! —afirmó incrédulo Christian que no
paraba de mirarme para luego mirar al reloj.
—¡En nuestro coche solo cogemos dos personas y no pienso
separarme de mi hermana! —exclamé rotunda.
—¡Yo llevo la cuenta de las contracciones! —repuso enseguida Sarah
mostrando el cronómetro para defenderse.
—Christian, por qué no vamos en mi coche. Así cogeremos todos y te
evito conducir al estar tan nervioso.
Sin perder un segundo más, pues su proposición contó con la
bendición de todos, los cuatro nos subimos a su coche y Alan arrancó. Tilde
llegó con el tiempo justo para que Alan tuviera que dar un frenazo, si no
quería dejarla olvidada en la acera.
Tuvimos que esperar impacientes a que Tilde subiera al coche,
mostrándonos las llaves de la casa en sus manos, y una expresión de recelo
que nos decía: «Y vosotros decís que Christian está nervioso», pues nadie se
había acordado de esperarla ni de cerrar la puerta de la casa.
Por el camino la nieve nos hizo ir más despacio de lo que
deseábamos, pero el colmo fue encontrarnos un atasco debido a un pequeño
accidente que había sucedido a un kilómetro de distancia. Se veía un camión
de bomberos y luces de sirena que parecían de la policía, y todos temimos
que el niño naciera mientras esperábamos.
—¡No te preocupes cariño! ¡Esto lo soluciono en un minuto!
Christian salió disparado del coche en busca de algún policía,
mientras yo me quedaba respirando y aguantando los dolores que cada vez
eran más seguidos. Tilde y Sarah trataban de ayudarme y darme ánimos, pero
sus miradas me decían que estaban empezando a preocuparse por lo rápido
que estaba yendo.
Se imaginaba que al ser primeriza iba a tardar más en dar a luz, pero a
este ritmo iba a batir algún récord mundial de rapidez. Entre jadeo y jadeo
traté de localizar a Christian, dispuesta a ir a por él si tardaba un minuto más
en aparecer. No hizo falta que saliera a buscarlo, pues apareció corriendo por
la carretera a nuestro encuentro acompañado de un policía que venía más
despacio.
El hombre se acercó tranquilo hasta nosotros, mientras Christian le
esperaba fuera del coche con una rigidez en el cuerpo que indicaba que estaba
dispuesto a estrangularle si no se daba más prisa. Cuando al fin llegó éste se
agachó para mirar a través de la ventanilla, y no debió de verme muy bien ya
que puso los ojos como platos y se marchó a toda prisa dejándonos sin saber
qué iba a hacer.
Pocos minutos después y al ver que no pasaba nada, Christian no
aguantó por más tiempo el estar sin hacer nada y sacó su móvil.
—¡Philips! ¡Quiero un helicóptero en diez minutos! —y sin más cerró
el móvil y se quedó tan tranquilo.
—Cariño, no le has dado la localización —no pude evitar decirle pues
la idea de que viniera un helicóptero a por nosotros no me pareció tan mala,
aunque estuviéramos a apenas dos kilómetros del hospital.
El pobre se giró para mirarme y debió darse cuenta de lo desesperada
que estaba por llegar.
—Tranquila preciosa. Me tiene localizado por el móvil.
Se oyó un suspiro colectivo y yo asentí algo más tranquila pues sabía
que cuando Christian me decía algo, siempre lo cumplía. Pero no tuvimos
que esperar ni cinco minutos pues el tráfico, como por arte de magia, se
empezó a mover.
Los coches que estaban delante de nosotros comenzaron a desplazarse
hacia un lado de la carretera, y así darnos espacio para pasar. El policía que
se había acercado hasta nosotros los estaba guiando, y empezó a hacernos
señales para que avanzáramos hacia él.
Por suerte solo se trataba de una veintena de coches, ya que a esas
horas casi todos estaban en sus casas con sus familias preparándose para la
cena. Despacio empezamos a pasar entre los coches y la nieve acumulada, y
vimos a pocos metros de nosotros cómo los bomberos sacaban a un hombre
de un amasijo de hierros.
Al parecer el conductor se había chocado contra una señal de tráfico,
y debido a la escurridiza nieve el vehículo de atrás le había seguido
golpeándolo, hasta empotrarlo contra un muro. Lo peor fue que este accidente
no acabó ahí, sino que otros coches se vieron implicados al chocar unos
contra otros, quizá por un exceso de velocidad o por falta de visibilidad,
quedando algunos seriamente dañados y otros sin embargo con alguna leve
abolladura.
No sabía si aquel hombre había resultado gravemente herido, pero
asustada agarré con fuerza mi barriga sin poder evitar pensar en cómo las
cosas pueden complicarse en un minuto y tu vida puede cambiar. No estaba
segura de cómo reaccionaría si perdiera a mi bebé por una complicación en el
parto, pero estoy segura de que no volvería a ser la misma mujer de antes.
Christian debió darse cuenta de cuales eran mis pensamientos, o tal
vez los suyos fueron los mismos que los míos, pues se giró para mirarme
desde su asiento delantero agarrándome con fuerza la mano.
—Todo va a salir bien pequeña, ¡confía en mí!
Asentí aún asustada pero dejándome llevar por la seguridad que
Christian trataba de darme, y seguimos hacia el hospital en un silencio que
solo era interrumpido por mis gemidos de dolor. En cuanto salimos del atasco
un par de motos de policía nos precedió con las sirenas para asegurarse de
que no encontrábamos más problemas, y solo quedó acelerar con precaución
mientras Christian seguía preguntándome cada veinte segundos qué tal me
encontraba.
La llegada al hospital fue un poco confusa, ya que por un lado
Christian me sacó en volandas del coche, y por otro los demás trataron de
seguirnos por los pasillos, incluidos los policías. En lo que me parecieron
horas llegué a la habitación, y tuve que ponerme una especie de bata, para
que la ginecóloga comprobara cuánto había dilatado antes de llevarme al
paritorio.
En la habitación esperamos junto con mi hermana que se desvivía por
que estuviera cómoda y no me faltara de nada, mientras afuera esperaban
Tilde y Alan para así darnos intimidad. Christian no se despegó de mi lado y
trataba de darme fortaleza en cada contracción. Sin soltar en ningún momento
su mano aguanté cada dolor que me partía hasta el alma, y sentí cómo su voz
me serenaba al decirme lo mucho que me quería y lo valiente que era.
Una vez que hube dilatado lo suficiente y con las contracciones ya
muy seguidas, me llevaron a la sala de partos y me subieron al paritorio. Una
vez colocada empecé a empujar, a gemir de dolor y aguantar como nunca
antes había hecho, mientras solo podía pensar en tener a mi hijo en brazos y
descansar durante el resto de la noche. El dolor fue cada vez más seguido y
agudo, pero continué apretando como si mi vida dependiera de ello hasta me
empezaron a faltar las fuerzas.
Fue toda una experiencia sentir como un pequeño cuerpecito salía de
mi cuerpo, y como algo que es tuyo llega a la vida. Nunca antes había sentido
una plenitud tan grande, ni había experimentado una felicidad tan plena.
La cara de adoración con la que Christian me miró me indicó que él
también estaba sintiendo algo parecido, y noté una fuerte conexión con él al
compartir algo tan importante. Ser padres iba a ser una gran aventura que
estábamos deseosos de vivir y de disfrutar. Su mano, que no había soltado en
ningún momento, apretó la mía y sonreí agradecida de tener junto a mí a un
hombre tan maravilloso.
—¡Te quiero, mi ángel!
Me dijo Christian en cuando nuestro hijo empezó a llorar. Su amor
estaba reflejado en sus ojos, los cuales pasaron de mirarme para contemplar
al pequeño bebé que cubierto de sangre acababan de dejar sobre mi vientre.
En cuanto lo toqué noté como se calmaba al haberme reconocido, siendo lo
más conmovedor que había sentido hasta entonces.
Era la cosa más bonita que había visto en la vida, y no pude hacer otra
cosa más que llorar emocionada al poder contemplarla. Hacía tanto que
esperaba ese momento, que aún me costaba asimilar que por fin lo podía
sostener, acariciar, besar y mimar. Mi pequeño ya estaba a mi lado y mi
corazón me gritaba todo el amor que sentía por él.
—¡Enhorabuenas papás, acaban de tener una niña! —nos informó el
médico.
Christian me sonrió, y pude ver en sus ojos que él también se había
enamorado de nuestra pequeña. Tenía los ojos rojos al estar conteniendo las
emociones y no pudo resistirse a besarme.
—¡Gracias, cariño! ¡Gracias! —me dijo tras su beso.
Quería decirle tantas cosas que no supe por dónde empezar. «Yo
también te quiero», «Me has dado el mayor tesoro que podía desear», «No
crees que es preciosa». Pero todo aquello quedó dicho con una sonrisa, pues
las palabras no supieron cómo expresarlo.
Una enfermera se llevó a nuestra hija para asearla y hacerle las
pruebas del minuto, mientras el médico terminaba conmigo. Christian se
alejó por primera vez, pero a los pocos minutos regresó con la pequeña entre
sus brazos ya limpia y bien arropada. No podía dejar de mirarla y de
susurrarle cosas, mientras se acercaba y se sentaba a mi lado.
—Y ahora te voy a presentar a tu mamá —le dijo al bebé.
La pequeña le hizo unos ruiditos que nos hicieron sonreír a todos los
presentes, pues parecía que le estaba contestando. Christian se inclinó y pude
ver por primera vez y con claridad la cara de mi hija.
—Señorita, esta es la mujer más maravillosa del mundo, que lo ha
dado todo por traerte a la vida.
Miré a mi hija y contemplé los profundos ojos azules de su padre en
ella, su determinación y su fuerza, pero también pude ver mi boca y mi
naricilla. Era la combinación perfecta de sus padres, pues cada rasgo, cada
movimiento y cada centímetro de ella, me recordaban a alguno de los dos.
—¡Ven, preciosa! —le llamé emocionada extendiendo mis brazos
para sostenerla.
Christian me la colocó con cuidado sin poder dejar de mirarla. Era la
cosita más maravillosa que habíamos visto y nos costaría muchísimo dejar de
observarla. Se la veía tan frágil, tan pequeñita y dulce que era imposible dejar
de contemplarla o de sentir cómo el corazón se ensanchaba con el amor que
surgía al observarla.
Una vez la tuve en mi regazo las dos nos quedamos mirando en
silencio durante unos segundos, siendo conscientes de como unos lazos
invisibles se unían a nuestra alma, haciendo que desde ese mismo instante y
para siempre estuviéramos conectadas, pues aunque ya había experimentado
un profundo amor por ella al tenerla en mi interior, fue ahora al contemplarla
cuando me di cuenta de la intensidad con que la amaba.
—¡Hola pequeñita, soy tu mamá! —le susurré y después besé
dulcemente su frente.
Me empapé de cada arruguita, de cada gesto, de cada parte de su cara
que besaba o acariciaba, y me hizo recordar algo importante. La miré y sonreí
pues comprobé que no estaba equivocada con mi idea.
—¿No crees que nuestra hija parece una sirenita? —le pregunté a
Christian sin poder dejar de mirar a esos profundos ojos del color del mar.
Cogí su manita y ella se aferró con fuerza a mi dedo pulgar que lo
miraba como si fuera algo prodigioso. Escuché la pequeña carcajada de
Christian, que debía de estar mirándonos fijamente para no perderse ningún
detalle de nuestro primer encuentro.
—¿Qué te parece si la llamamos Ariel? —le comenté, pero al no
obtener respuesta le seguí diciendo—. Como la concebimos en la playa...
Giré la cabeza para observarle y le vi mirándonos pensativo, para
después deslumbrarme con una de sus sonrisas más radiantes.
—Me parece perfecto —me respondió mientras se inclinaba para
besarme de nuevo—. Así tendré a mi ángel y a mi sirena.
Reí por su ocurrencia y acaricié su rostro.
—Pues prepárate porque éste es solo el comienzo —le advertí
convencida.
Él sonrió, y se inclinó para deleitarme con un dulce beso, y unas
palabras que guardaban más verdad de las que él podía imaginarse.
—Estoy seguro de que estar a tu lado va a ser toda una aventura.
Y así fue como la familia Taylor comenzó su nueva andadura por una
vida donde el amor marcaría cada día de sus vidas, una hija que sería la
primera de sus tres hijos, y la certeza de que juntos podrían enfrentarse sin
problemas a cada obstáculo del camino.
Como bien habían asegurado, sería el inicio de toda una aventura que
jamás olvidarían.
NOTA DE LA AUTORA