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Alcantara. Las Formas de Gobierno Relaciones Ejecutivo y Legislativo PDF
Alcantara. Las Formas de Gobierno Relaciones Ejecutivo y Legislativo PDF
LEGISLATIVO
Manuel Alcántara y Francisco Sánchez
1. Concepto
1.1. Introducción
Más allá de debates derivados del derecho constitucional o de la filosofía política, la discusión
sobre los distintos modelos de interacción entre el Ejecutivo y el Legislativo se ha reflejado en
la Ciencia Política en la discusión sobre las formas de gobierno, las mismas que no son más
que el modelo de relaciones existente entre los dos poderes. Otra definición útil es que la
forma de gobierno es la manera en la que se organiza el sistema de gobierno en un sistema
político y especialmente como se nombra al jefe de éste. Las formas de gobierno democráticas
tradicionales son: presidencialismo, parlamentarismo y una serie de formas híbridas nacidas
de la mezcla entre las dos que son conocidas con los nombres genéricos de
semipresidencialismo o semiparlamentarismo.
Desde finales del siglo XVIII, las relaciones entre Gobierno y Parlamento han estado
definidas por una serie de elementos que llegaron a generar dos modelos bien diferenciados.
Por una parte, se situaba el modelo dominado por la comprensión inglesa de la política en el
que el Parlamento era el centro de gravedad político y se producía la “confusión” de poderes
merced a una completa imbricación entre el Gabinete y el Parlamento, puesto que aquél
procedía de la confianza de éste a la que permanecía sujeto y, en reciprocidad, el Gabinete,
que era un órgano colegiado, podía decretar la disolución del Parlamento. En frente, se
encontraba la posición que mantenía una estricta separación de poderes, de manera que, a
diferencia del anterior donde la legitimidad era única, se generaban órganos con
“legitimidades” separadas y funciones perfectamente diversificadas. El primero dio lugar al
modelo denominado parlamentarismo, mientras que el segundo respondió al título de
presidencialismo. (Alcántara, 1995: 83).
A pesar de que cada vez se hace más difícil hablar de tipos ideales en lo que se refiere a las
formas de gobierno, en la literatura se sigue otorgando una serie de características básicas al
presidencialismo y al parlamentarismo a pesar de que en los distintos sistemas políticos se han
ensayado combinaciones de arreglos institucionales en el esquema de relación entre los
Gobiernos y Parlamentos. Esto ha llevado a que la línea divisoria entre las distintas formas de
gobierno sea cada vez menos clara y más bien -en la gran mayoría de los casos- se tenga que
hablar de sistemas mixtos de gobierno en los que se compaginan instrumentos presidenciales
y parlamentarios en un intento de obtener lo mejor de cada sistema. La conceptualización
ideal sería un continuum en el que las formas clásicas, presidencialismo o parlamentarismo, se
ubiquen en sus respectivos extremos. Los diferentes casos nacionales democráticos ofrecen
hoy en día tal grado de matices y de variaciones que obligan a generar constantemente
modelos diversificados de comprensión. Por su dinámica propia, tienen que ser abiertos y
permanecer permeables a las repercusiones que pudieran producir los otros aspectos del
sistema (Alcántara, 1995: 104; Martínez y Garrido, 2000: 3). A pesar de estos antecedentes y
de que estamos conscientes de que en lo relacionado a las formas de gobierno es peligroso
hacer “fotos fijas”, aquí se intentará una clasificación con fines analíticos y didácticos.
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No tiene mucho sentido situar el debate sobre las formas de gobierno en un terreno
exclusivamente “técnico”, por llamar de alguna manera a las atribuciones politico-
adminstrativas de las ramas que interactúan. Por el contrario, tal debate es relevante en la
medida en que afecta al grado de eficacia, capacidad de resolución de conflictos y
desenvolvimiento en general de los distintos tipos de instituciones democráticas. La
evaluación de las distintas formas político-institucionales requiere el desarrollo de marcos
teóricos y la producción de conocimientos empíricos, con los que se pueda definir los efectos
complejos de uno u otro tipo de instituciones en el contexto de los ambientes, preferencias y
valores de cada sociedad.
Dependiendo de como se mire, el período fijo de gobierno puede ser una ventaja o desventaja.
Ventaja porque ofrece estabilidad frente a la inestabilidad de algunos parlamentarismos o
desventaja porque su extrema rigidez no se adapta muy bien a las situaciones de crisis. En la
literatura se suele citar como ejemplos de regímenes políticos parlamentarios inestables al de
Alemania de la República de Weimar, la España de la Segunda República y la Italia
contemporánea anterior a las reformas institucionales. Otro caso que se menciona
frecuentemente es Israel antes del semipresidencialismo. Más allá de esos puntos de vista, hay
que tomar en cuenta que el contar con un período fijo de gobierno y un calendario electoral
estable tiene implicaciones para las relaciones entre Ejecutivo y Legislativo.
El período fijo de gobierno permite a los partidos políticos diseñar mejor su estrategia y jugar
con el timing en la relación entre poderes. Bajo esa estructura, los partidos políticos y los
legisladores tienen mayores certezas para enfrentar la disyuntiva entre apoyar las iniciativas
del Presidente u oponerse a las mismas. Las decisiones estratégicas que tomen los dirigentes
de los partidos o los legisladores estarán influidas por la ventaja o desventaja que las opciones
adoptadas otorguen al partido en el acceso a recursos y a las futuras elecciones. En los
gobiernos parlamentarios, a priori, las coaliciones de gobierno suelen tener los mismos
integrantes al inicio y término de la legislatura, con la excepción de procedimientos especiales
que se contemplan en algunas constituciones. Es más, el fin del período o la convocatoria a
nuevas elecciones puede estar determinada por la ruptura de una coalición. En el
presidencialismo, debido al período fijo de gobierno, cuando el Presidente no tiene un bloque
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mayoritario propio puede respaldarse en una sola coalición o alianza o varias a lo largo de su
gobierno, ya que si la coalición se rompe, el Presidente no tiene otro recurso que buscar una
nueva mayoría dentro de un Legislativo que no ha cambiado su composición. La formación de
una nueva mayoría, o simplemente de una mayoría, no es una tarea fácil y muchas veces los
gobiernos han terminado en el inmovilismo o la llamada pugna de poderes, siendo amenazada
incluso la misma democracia.
De los llamados modelos mixtos de gobierno, cabe comentar el caso del semipresidencialismo
debido a su trascendencia. El semipresidencialismo es un diseño institucional relativamente
nuevo ya que tiene su origen en la forma de gobierno de la Quinta República Francesa de
1958 y la posterior reforma constitucional de 1962 y luego -con diversas adecuaciones- se a
trasferido a otros países como Finlandia o Portugal. La característica principal de esta forma
de gobierno es la de que existe una estructura de autoridad dual entre un Jefe de Estado de
elección directa, el Presidente, y un Jefe de Gobierno fruto de la decisión de la mayoría
parlamentaria. En este caso la diferencia radica en que el Presidente se reserva cierto tipo de
competencias de gobierno. Según Sartori (1994: 148) las características del
semipresidencialismo son: a) el jefe de Estado (el presidente) es elegido por el voto popular –
ya sea directa o indirectamente- para un período predeterminado en el cargo, b) el jefe de
Estado comparte el poder Ejecutivo con un primer ministro, con lo que se establece una
estructura de autoridad dual cuyos tres criterios definitorios son: el presidente es
independiente del Parlamento, pero no se le permite gobernar solo o directamente, y en
consecuencia su voluntad debe ser canalizada y procesada por medio de su gobierno; el
primer ministro y su gabinete son independientes del presidente porque dependen del
Parlamento y están sujetos a su voto de confianza y/o censura, y en ambos casos requieren el
apoyo de una mayoría parlamentaria y, por ultimo, la estructura de autoridad dual del
semipresidencialismo permite diferentes balances de poder así como predominios de poder
variables dentro del ejecutivo, bajo la rigurosa condición de que el “potencial de autonomía”
de cada unidad componente del Ejecutivo subsista.
En el caso del Parlamentarismo, el principio normativo que está detrás es la idea de que
Parlamento es el depositario de la voluntad del poder soberano (el pueblo o los ciudadanos) la
misma que es indivisible y por lo tanto le corresponde el nombramiento del gobierno y su
control. También hay que tomar en cuenta que el mayor desarrollo institucional del
Parlamentarismo como forma de gobierno, se dio en países en los que había un Jefe de Estado
(generalmente un monarca) que servía como cabeza -en la mayoría de las veces formal- del
sistema de gobierno.
Siguiendo con el análisis de los EE.UU. como prototipo presidencial, es necesario insistir en
que el modelo presentado en The Federalist Papers y recogido por la Constitución, se basa en
que haya separación de poderes y división de poderes. Esto es posible gracias a que se
“separa” al Ejecutivo del apoyo del Legislativo debido a que existen instituciones distintas
que son titulares de cada uno de los poderes tradicionales del Estado. Es decir los “padres
fundadores” no crearon un gobierno de poderes separados sino uno de instituciones separadas
que comparten el poder o incluso, no sólo de instituciones separadas y que comparten el poder
sino que también compiten por él. El modelo de separación de poderes no busca solamente la
relativa autonomía de las instituciones que ejercen determinadas funciones dentro del sistema
político y que comparten poderes, busca también que éstos colaboren a la vez que se
controlen y equilibren, puesto que no son recíprocamente independientes en todos los
aspectos.
Más allá de las características formales, el presidencialismo se caracteriza por hacer efectivo
el principio de separación y división de poderes a través de la desvinculación de origen y
supervivencia del Ejecutivo y el Legislativo, mientras que los sistemas parlamentarios
requieren que los gobiernos sean designados, apoyados y según el caso, destituidos, merced
del voto del Parlamento. El riesgo de la separación estaría en que puede resultar electo un
Presidente que no cuente con suficiente apoyo en el Legislativo, lo que a priori dificultaría el
proceso de toma de decisiones. A pesar de sus riesgos, la legitimidad democrática dual es
parte de la esencia misma del sistema y es un efecto manifiesto, mas no latente del entramado
institucional del sistema de gobierno presidencial (Mainwaring y Shugart, 1997; Sartori,
1994; Shugart y Carey, 1997).
En los regímenes presidenciales el proceso de policy making se caracteriza y está influido por
la separación de poderes, pues las medidas que se tomen tienen que contar con la aprobación
de los dos cuerpos independientes de autoridad, ya que la estructura institucional exige que se
sumen las voluntades para adoptar cualquier tipo de medida. El “derecho” de participación de
las ramas del poder está garantizado en el rol de actores o puntos de veto que tienen las
mismas. Esta separación de poderes se puede transformar en una separación de propósitos, lo
que puede dificultar el proceso de toma de decisiones, llegando incluso al bloqueo del mismo
(Shugart y Haggard, 2001: 64). En los gobiernos parlamentarios no es posible que se llegue a
la separación de propósitos entre el gobierno y la asamblea ya que, teóricamente, el gobierno
es fruto de la voluntad del Legislativo. En la praxis, una separación de propósitos en temas de
política pública implicaría en los parlamentarismos la caída del gobierno o la renovación de la
cámara, lo que generaría un nuevo escenario con actores distintos.
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Cuando falta la debida colaboración entre los dos poderes - en contextos de separación de
poderes- que se da la llamada pugna o conflicto de poderes. En este sentido, la gran diferencia
entre el parlamentarismo y el presidencialismo es que el primero lleva implícita la
cooperación inmediata entre los poderes, mientras que en el segundo el Jefe de Gobierno debe
generar incentivos para que esta cooperación se dé, en el mejor de los casos.
La discusión contemporánea sobre las formas de gobierno ha estado mucho más centrada en
el presidencialismo que en cualquiera de las otras, en esto tiene que ver sin duda la búsqueda
de explicaciones de las constantes crisis de gobierno en los países de América Latina, -cuya
forma de gobierno mayoritaria es la presidencial-. El debate sobre el parlamentarismo ha
tenido menos intensidad y se ha centrado más en la manera a través de la que se podría
optimizarlo, sobre todo, en lo relativo a los mecanismos de control al ejecutivo y vínculo con
la ciudadanía. En lo que tiene que ver con la parte más institucional de está forma de
gobierno, el debate no ha sido muy fructífero desde el afianzamiento del llamado
“parlamentarismo racionalizado” que es un modelo heredero de los diseños institucionales
que surgen en Europa después de la Segunda Guerra Mundial, sobre todo de las Leyes
Fundamentales de Bonn (Grundgesetze) y de la Constitución Francesa de la V República. La
racionalización del Parlamento consiste en dotar a los gobiernos de mayor margen de
maniobra frente a los Legislativos, fortalecer a los partidos como actores del proceso
legislativo, evitar que el control político se convierta en foco de desestabilización y hacer más
estables los cambios de gobierno que no se den en contextos de nuevas elecciones. A esto se
sumaría la creación de Tribunales Constitucionales que hacen el papel de árbitro en los
conflictos que se den dentro del aparato institucional, esta tendencia evolutiva del
parlamentarismo ya fue anticipada por Carl Schmitt que decía que se ha pasado de una
división de poderes a una distinción de poderes, para terminar en una mera división de
funciones. Una de las principales críticas que se hace actualmente a los Parlamentarismos es
que éstos se han “presindencializado” debido a que las elecciones se han ido centrando en la
figura del posible jefe de Gobierno y al papel protagónico que éste desempeña en caso de ser
electo.
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La discusión sobre formas de gobierno y estabilidad democrática tuvo su auge en los últimos
años de la década del 1980 y los primeros de 1990. Durante ese período se realizó una serie de
encuentros en los que estuvieron presentes políticos y académicos, así como también se
publicaron varios trabajos sobre el tema 1 . Incluso se barajó la posibilidad de que algunos
países adoptasen el parlamentarismo como forma de gobierno en lugar del presidencialismo,
quizá la experiencia más significativa en este sentido es el referéndum brasileño de 1993
donde se pidió a la población escoger entre el presidencialismo y el parlamentarismo y, por
otra parte, entre la república y la monarquía constitucional. Están también las propuestas que
se hicieron, sin mucha trascendencia, para parlamentarizar Chile o el debate uruguayo sobre el
mismo tema.
Se puede decir que hubo dos tendencias, por un lado los partidarios del parlamentarismo,
básicamente el grupo de Linz, y los que matizaban los presuntos efectos del presidencialismo
como factor de desestabilización, en ese entonces, con Nohlen a la cabeza. Estos no
consideraban conveniente el cambio debido a factores históricos, institucionales y partidistas.
Vale mencionar la actitud de Sartori que en solitario no se decantaba por ninguna de las
formas de gobierno Su posición se refleja básicamente en dos trabajos: “Ni presidencialismo
ni parlamentarismo” en Linz y Valenzuela (1997: 167-184) y en su Ingeniería Constitucional
Comparada (1994b) donde plantea el modelo que llama de dos motores que va a medio
camino entre le presidencialismo y el parlamentarismo.
Después vinieron los trabajos que según Serrafero (1998) son parte de una nueva generación.
Éstos se alejan del debate normativo sobre la forma de gobierno y se centran en el
presidencialismo en concreto y su funcionamiento, sin dejar de lado y hacer referencia
constante a los tópicos que aparecieron en el debate anterior, más bien trataron de probar
empíricamente algunas de las hipótesis que surgieron en el mismo. Dentro de esta nueva
generación de trabajos, despuntan los elaborados por politólogos neoinstitucionalistas
norteamericanos, entre los textos más significativos de esta tendencia se pueden citar los
trabajos de Carey y Shugart (1998) , Jones (1995), Mainwaring y Shugart (1997) o Shugart
y Carey (1997), los que a partir de un amplio trabajo empírico caracterizan y clasifican al
gobierno presidencial. Ellos comparten la conclusión de que hay distintos tipos de
presidencialismo debido a que éste varía de acuerdo con una serie de factores, de entre los que
destacan los distintos perfiles institucionales del Ejecutivo y la configuración de los
subsistemas del sistema político, en especial los sistemas de partidos y sistemas electorales,
que actúan dando más o menos poder al Ejecutivo. Otro elemento que en mayor o menor
medida aparece en los primeros textos es el hecho de que el “problema” del presidencialismo
está en las coaliciones de apoyo que se puedan construir en el Legislativo. Aquí aparece
nuevamente el problema del apoyo legislativo al Ejecutivo como una de las debilidades del
1
En mayo de 1989 se realizó en la Universidad de Georgetown un simposio titulado Democracia Parlamentaria
o Presidencial: ¿supone una diferencia?, el que tuvo una especie de continuación en otro evento realizado en
Chile. De estos dos encuentros salió como resultado el libro compilado por Linz y Valenzuela (1997) que
apareció en versión original en 1994 y en el que se recogían los aportes teóricos de Liphart, Sartori, Stepan,
Skach y Suleiman. Estos aportes se enriquecen con un segundo volumen en el que se publican estudios de caso
nacionales. Dieter Nohlen es la cabeza visible de un encuentro que se realizó en Uruguay en el año de 1987, para
discutir sobre reforma política y consolidación democrática, fruto de ese encuentro se publicó un libro en 1988
editado por Nohlen y Solari. El mismo Nohlen edita junto a Fernández (1991) un libro llamado Presidencialismo
versus parlamentarismo en el que conjugan aspectos teóricos con estudios de caso. En Argentina se creo el
órgano para-estatal “Consejo para la consolidación de la Democracia” en el que Carlos Nino planteó el problema
del presidencialismo. Un debate similar también se dio en el Chile de la transición con la activa participación de
Arturo Valenzuela y Carlos Godoy.
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presidencialismo, lo que de cierta manera daría la razón a los que desde postulados
normativos indicaban que el parlamentarismo tiene cierta ventaja sobre el presidencialismo.
También merecen atención los investigadores que desde trabajos más modestos, por su
alcance no por su calidad, han hecho aportes significativos a la comprensión del
presidencialismo como forma de gobierno, sus lógicas y funcionamiento.
También hay lecturas positivas sobre las características del presidencialismo. En ellas los
supuestos problemas del presidencialismo aparecen como soluciones a problemas que podría
presentar el parlamentarismo. Así por ejemplo, los períodos fijos son interpretados como un
elemento de estabilidad ante lo inestables que pueden resultar los gabinetes parlamentarios.
La elección por separado y directa del Presidente y Legislativo es vista como un elemento que
brinda mayores oportunidades de elección, penalización y gratificación a los votantes,
permitiendo que se reflejen las opciones del electorado de forma más adecuada que los
gobiernos parlamentarios donde solo se elige el Legislativo; en el presidencialismo, el
Legislativo tendría mayor libertad de acción y no estaría sometido a los designios de la
coalición mayoritaria de gobierno. Se discute también la veracidad de la idea extendida de que
en el presidencialismo el ganador se lleva todo, ya que en los gobiernos parlamentarios esto
puede ser más rígido gracias a la disciplina de partido y fortaleza de la organización
(Mainwaring y Shugart, 1997: 33-40).
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El segundo conjunto de estudios es el que toman en cuenta los factores que, dependiendo de
su variación, dotan de particularidad al presidencialismo de cada país. Según Shugart y Carey
(1997: 150-166) se pueden agrupar entre poderes legislativos del Presidente y los poderes
constitucionales no legislativos del Presidente. En el primer subgrupo estarían, el poder de
veto, los decretos ejecutivos, la introducción exclusiva de legislación y la propuesta de
referéndum, entre otros. En el segundo subgrupo: la formación y disolución de gabinetes,
censura y disolución de la asamblea.
Y por último, en el tercero, se agruparían los estudios que ponen énfasis en los subsistemas
que inciden directamente en el rendimiento del presidencialismo. Aquí se destacan, el trabajo
de Jones (1995) sobre el sistema electoral y su incidencia en la formación de mayorías
parlamentarias y los aportes de Mainwarirng (1993) y después de Mainwaring y Shugart
(1997) sobre el sistema de partidos, especialmente sobre la mala relación que existe entre
presidencialismo y multipartidismo. Valga aquí puntualizar, especialmente si se toma en
cuenta los trabajos publicados en Lanzaro (comp.) (2001), que el multipartidismo peligroso es
el poco propenso a las coaliciones 2 .
Como se ha visto, en la discusión sobre efectos que generan las formas de gobierno puede
haber distintas interpretaciones del mismo fenómeno, pero nadie discute que las distintas
formas de gobierno generan distintos incentivos. A manera de recapitulación de los aportes
teóricos presentados, se puede decir que el elemento que más influye para hacer efectiva la
división y fraccionamiento del poder en los sistemas presidenciales es la elección separada del
Ejecutivo y el Legislativo. La “legitimidad dual” hace que los actores políticos electos para
las funciones no sean interdependientes para su supervivencia en el cargo, a la vez que son co-
responsables en la adopción de ciertas decisiones públicas. Esta capacidad de chantaje mutuo
o espacios de veto dota a cada actor de pequeñas parcelas de poder las mismas que tienen que
ser agregadas para la toma de decisiones. El incentivo para ejercer el espacio individual de
poder es menor en el parlamentarismo, fundamentalmente porque el nombramiento del
Ejecutivo es fruto de las elecciones legislativas y la supervivencia y éxito presente o futuro,
tanto del Legislativo como del Ejecutivo, depende de la actitud cooperativa de los
parlamentarios de gobierno, mientras que los grupos de oposición se benefician en la medida
en que desarrollan una imagen de alternativa sólida y colectiva de gobierno. Dentro de lo que
llama la faz representativa del gobierno, Cotta (2001: 221) recoge lo planteado por autores
como Rose y King para indicar que, debido a que hay una sola elección, existe un único
“juego” representativo, el gobierno puede ser más un actor más representativo aún más fuerte
que en los sistemas presidenciales; pero acota que al tratarse de una elección que si bien
nombrará a un encargado del gobierno es a la vez colectiva, ya que el primer ministro gana
junto con los miembros de su partido en el Parlamento, gracias a los cuales y con cuya
conjunción puede llegar y asegurar su supervivencia en el gobierno.
2
En los últimos años, el tema de las coaliciones en gobiernos presidenciales se ha convertido en uno de los
temas más relevantes de la agenda de investigación, en este contexto aparecen los trabajos de Altman (2000),
Chasquetti (2002), Deheza (1998), Lanzaro ed. (2001) o Morgenstern (2004).
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2.3. Los partidos políticos como vínculo entre ejecutivo y legislativo
Debido al papel que tienen los partidos políticos en los sistemas políticos actuales, se ha
desarrollado el concepto de Estado de Partidos o de la partidocracia, en este sentido, Leibholz
(1971) plantea que la democracia parlamentaria representativa ha sido remplazada por una
democracia de partidos en vista de la capacidad de los partidos para insistir en las decisiones
parlamentarias, debido a que los diputados han delegado sus poderes en el partido. Por otro
lado hay que tomar en cuenta que el partido en el Parlamento -en tanto integrado por
representantes que comparten una misma identidad partidista- es el componente más antiguo
de los existentes para la organización política ya que surgió por la necesidad de emprender
acciones colectivas dentro del Parlamento. La posición de los partidos es algo claro en la
mayoría de los parlamentarismos europeos o las otras democracias consolidadas; pero quizá
un poco discutible en algunos países en vías de consolidación como las de América Latina. Si
bien es cierto que hay grandes diferencias entre los dos ámbitos regionales a los que he hecho
referencia, lo cierto es que los partidos políticos son protagonistas importantes de los sistemas
políticos latinoamericanos.
Casi todos los legisladores forman parte de una organización y estructura política (partidos) a
través de la cual llegan al escaño que ocupan en la asamblea. Esta organización y estructura
política cuenta con las características señaladas en un principio y sobre todo, sirve como un
aglutinante de intereses a través de la que se procesan los dilemas colectivos de los
legisladores tanto en asuntos de política pública como de funcionamiento interno.
Desarrollando el argumento de la conexión electoral de Mayhew (1974), los autores
norteamericanos Cox y Mc Cubbins (1993) plantean que los legisladores se benefician de la
reputación colectiva y los recursos que el partido controla.
En los regímenes presidenciales pueden darse distintos tipos de relaciones entre el Ejecutivo y
el Legislativo dependiendo de las características del sistema de partidos, las mismas que
pueden marcar la tendencia exitosa o el fracaso, no sólo de un gobierno determinado, sino del
régimen en sí. En principio parece obvio hablar de la importancia del apoyo legislativo
necesario para el buen funcionamiento de un determinado gobierno, pero es necesario llamar
nuevamente la atención sobre este hecho. Teniendo en cuenta que una de las variables es el
grado de separación de los poderes, la diferencia radica en el proceso de construcción del
apoyo legislativo. Mientras en el presidencialismo se tienen que generar constantemente
estímulos para atraer a los partidos; es más, se pueden dar casos de presidentes que durante
todo su período no cuenten con una mayoría sólida. En los gobiernos parlamentarios, nacen
de la Constitución de una mayoría y si bien se pueden dar casos de gobiernos en minoría, lo
más probable es que al final se termine convocando nuevas elecciones para reordenar el
tablero político y tratar de formar nuevas mayorías.
El lazo partidista que crea vínculos entre el Ejecutivo y Legislativo, puede ser visto como un
quebrantamiento de los límites impuestos por los principios de división de poderes, frenos y
contrapesos. Cuando la misma filiación partidista une al Presidente con la mayoría legislativa,
los dispositivos de mutuo control podrían dejar de ser operativos. En segundo lugar, la
presencia de los partidos superpone a la relación Ejecutivo-Congreso, de naturaleza
institucional, la dialéctica gobierno-oposición de naturaleza partidista, donde el Ejecutivo
estaría en el mismo sector que su bloque de diputados. Ahora bien, para que los partidos
operen en las direcciones señaladas es preciso que estén en condiciones de imponer disciplina
(Mustapic, 2000: 578).
En una línea parecida argumenta Shugart (2001: 162) al plantear que los partidos pueden
estilizarse como actores unitarios si llegan a controlar todas las instancias de veto, es decir, el
partido mayoritario en el Legislativo es a la vez el partido del Presidente. En este caso se
puede hablar de un actor de veto único independientemente de la cantidad de instancias
formales de veto, lo que se puede dar siempre y cuando los partidos sean unitarios. El mismo
autor plantea que en América Latina se dan combinaciones institucionales que fomentan la
falta de unidad interna de los partidos, trayendo como consecuencia que los partidos se
fraccionan y actúan como instancias de poder separadas. A diferencia de lo observado por
Shugart para Latinoamérica, en los países europeos, mayoritariamente parlamentarios, las
combinaciones institucionales tienden a reforzar el poder de los partidos.
Dentro de los casi inexistentes estudios de la influencia de la forma de gobierno sobre los
partidos políticos, Samuels (2002) los estudia usando el presidencialismo y el
parlamentarismo como variables independientes y concluye que el presidencialismo, sobre
todo por la separación de poderes, modifica la conducta de los líderes y las organizaciones
convirtiéndoles en partidos presidencializados (presidentialized). Su estudio está centrado en
los incentivos que ofrece la forma de gobierno a los partidos en el momento electoral, aunque
no niega la posibilidad de que afecte las otras acciones que desarrollan los partidos, por lo que
dice haberse centrado en esa coyuntura solo por razones analíticas. Siguiendo con el
argumento del autor, aunque en ambos sistemas los partidos buscan el poder del Ejecutivo, el
sólo hecho del foco presidencial les hace distintos, en especial porque la consecución del
Ejecutivo es separable del éxito o del fracaso en las elecciones legislativas. El
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presidencialismo, a diferencia del parlamentarismo, obliga a los partidos a asignar los
recursos de acuerdo con las expectativas de los resultados que pueden alcanzar en dos niveles
electorales separados. Bajo el presidencialismo, existen dos premios electorales en juego: el
Legislativo y el Ejecutivo lo que implica que los partidos tienen que desarrollar estrategias
electorales diferentes (dentro de la lógica de voto seeking) para obtener cada premio.
Los partidos juegan un papel crucial en las relaciones entre el Gobierno y el Parlamento al ser
la instancia de mediación a través de la que se procesa el apoyo u oposición legislativa al
gobierno. Mas allá de los debates que se puedan dar sobre la naturaleza de la participación del
Legislativo en la política pública, el problema puede reducirse a la necesidad que tienen los
gobiernos de contar con los votos necesarios para que sus iniciativas salgan aprobadas de las
Cámaras. En este sentido, el tipo de estrategia que desarrollen los partidos dentro de los
Legislativos influirá en el funcionamiento general del sistema, a la vez que el control del
partido sobre sus legisladores imprimirá certeza a la política, reduciendo los costos en el
proceso de toma de decisiones.
El debate sobre el control de los partidos sobre los legisladores tiene una alta carga valorativa
debido a que conduce necesariamente a otro tipo de temas como la naturaleza de la
democracia y la representación política. Pero en un nivel más operativo, se puede centrar la
discusión en otros temas como la manera en que este control afecta a funciones tradicionales
del Legislativo como la deliberación abierta en el pleno durante el proceso legislativo o el
control político. Sobre todo en los gobiernos de regímenes parlamentarios el control
parlamentario entendido como votos de sanción a los cargos públicos ha ido perdiendo
sentido porque la lógica de funcionamiento de los bloques mayoritarios hace prácticamente
imposible que se destituya un ministro o se haga una investigación a fondo de un tema que
pueda afectar seriamente al gobierno. Si bien es un asunto sensible desde el punto de vista de
los principios, adquiere otro matiz al ser pensado desde la viabilidad, efectividad y eficiencia
de los gobiernos, ya sean estos actuantes en sistemas parlamentarios o presidenciales.
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manera. Por otro lado, hay que tomar en cuenta que la votación en el pleno es la fase terminal
de un proceso en el que no se refleja la negociación previa que es durante la cual se dan las
disidencias internas.
Para definir a las formas de gobierno sin entrar en detalles sobre las atribuciones y poderes de
cada una de las ramas, que pueden ser difíciles de aplicar debido a la diversidad de la
casuística, proponemos una escala que se aparta de los contenidos filosófico-normativos que
estuvieron presentes en la génesis de los sistemas ya que el desarrollo de instituciones como
los partidos políticos o las propias formas de organización del trabajo legislativo han
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relativizado su vigencia. Nos parece que es más bien conveniente centrar el debate en el
vínculo de elección entre el Ejecutivo y el Legislativo y los mecanismos institucionales que
faciliten las negociaciones políticas para la formación de mayorías de gobierno. Con esto no
queremos simplificar la cuestión al punto de plantear que la relación entre Ejecutivo y
Legislativo debe entenderse solo desde la búsqueda de una mayoría sumisa al Jefe de
Gobierno, sino más bien, la entendemos como una serie de mecanismos para que se generen
incentivos de cooperación entre los integrantes del Legislativo y de éstos con el Ejecutivo.
Nuestro argumento se basa en la revisión de la literatura académica de la que se concluye que
el principal mecanismo institucional a través del que toma forma la separación de poderes es
el sistema de elección de los titulares de los distintos poderes. En este sentido, proponemos
una escala centrada en las particularidades de la mecánica electoral y su calendario, las
mismas que han sido divididas en cinco categorías para las que se ha considerado dos
dimensiones: una primera en la que observamos si la elección del Jefe de Gobierno la hacen
los electores directa o indirectamente y una segunda dimensión en la que tomo en cuenta el
nivel de simultaneidad que hay en el acto electoral en el que se elige el Ejecutivo y al
Legislativo. Del cruce de esas dos dimensiones se ha obtenido las siguientes categorías:
C. Elección directa y separada de las dos ramas en una misma boleta o papeleta
Aquí se agruparían los sistemas políticos en los que se busca vincular mecánicamente la
elección del Ejecutivo y la del Legislativo, lo que generalmente se realiza a través del sistema
electoral o el procedimiento electoral. Esta vinculación no restringiría al máximo la
posibilidad del elector de contar con varias opciones diferenciadas para la elección de los
miembros del Legislativo a pesar de que por la misma lógica del sistema, el voto tenga que
limitarse a las posibilidades que se enmarcarían dentro de una opción presidencial concreta
debido a que ese candidato a presidente o partido tiene la posibilidad de ofrecer más de una
sola lista de candidatos al parlamento. Vale puntualizar que la elección del Presidente y su
manteniendo en el cargo no implica que éste tenga la mayoría legislativa, pues siempre habrá
la posibilidad de que los candidatos que acompañen al ganador en las listas legislativas no
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consigan los votos suficientes para que se les asigne un escaño. Esto se debe sobre todo al
sistema de distritos diferenciados entre Ejecutivo y Legislativo, que hace que el primero
acumule votos en un distrito que por lo general no es mismo que el del representante.
La variación del grado de separación de poderes se daría en este sentido: en el caso A los
poderes estarían unificados y en el caso E se tendría el máximo de separación de poderes.
Trasladando los términos a la escala tradicional se podría decir que los casos cuya
características se correspondan con el caso A son casos de parlamentarismo y los que se
correspondan con E serían casos de presidencialismo.
3. Referencias clásicas
Linz, J. J., y Valenzuela, A. (Eds.). Las crisis del presidencialismo (Vol. I). Madrid: Alianza,
1997. Libro básico para la comprensión del debate sobre el presidencialismo por su carácter
seminal a pesar de que muchos de los aportes que ahí se hacen han sido superados por
trabajos más recientes.
Mainwaring, S., y Shugart, M. (Eds.) Presidencialismo y democracia en América Latina.
Buenos Aires: Paidos, 2002. Fundamental para la comprensión del presidencialismo, no solo
por el modelo explicativo que vincula el desempeño del sistema institucional con el sistema
de partidos sino también por los estudios de caso que incluye.
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institucionalista “radical”. Se ofrece una perspectiva comparada del presidencialismo,
parlamentarismo y semipresidencialismo a la vez que hace una propuesta nueva que el autor
llama de “dos motores”.
Shugart, M., y Carey, J. Presidents and Assamblies. Cambridge: CUP, 1997. Es el trabajo
más completo que se ha hecho desde la perspectiva neoinstitucional sobre los efectos de las
formas de gobierno en los sistemas políticos. Además de ofrecer una buena revisión de los
distintos modelos de relación entre Gobiernos y Parlamentos ofrece una abundante
información empírica sobre distintos países.
4. Fuentes en Internet
http://www.juridicas.unam.mx/publica/librev/rev/cconst/cont/7/ard/ard3.pdf
GROS ESPIELL, H. “Uruguay: ¿Presidencialismo o Parlamentarismo? Revista Mexicana de
derecho Constitucional. Nº7, 2002.
http://www.ucm.es/BUCM/revistas/cps/11308001/articulos/POSO0303110041A.PDF
GARRIDO, A.“Gobiernos y estrategias de coalición en democracias presidenciales. El caso
de América Latina”. Política y Sociedad, Vol. 40, Nº 2, 2003.
5. Ejercicios
Ejercicio 1. A partir de los conceptos dados, hacer una selección de nueve países de los
cuales tres tendrán que clasificarse como presidenciales, parlamentarios y mixtos
respectivamente. Aplicar el modelo de separación de poderes aquí propuesto para el análisis
de seis países: dos del norte o sur de Europa, dos de Europa oriental y dos de América.
Ejercicio 2. Analizar desde la perspectiva del estudio de las formas de gobierno una de las
crisis ocurridas en los países presidenciales latinoamericanos durante la tercera ola
democrática.
Ejercicio 3. Explicar por qué se suele usar como ejemplos de los peligros del
parlamentarismo a la alemana República de Weimar y la Segunda República Española.
Ejercicio 4. Comparar las facultades del Jefe de Gobierno tomando como casos tres sistemas
presidenciales y tres sistemas parlamentarios. Comparar las funciones constitucionales del
Jefe de Estado de España y el de Portugal.
Ejercicio 5. Analizar las atribuciones de las segundas cámaras en los procesos de toma de
decisiones en los gobiernos parlamentarios de Alemania (Bundesrat) y España (Senado) y en
los casos presidenciales de Estados Unidos, Argentina y Chile.
Ejercicio 10. En relación a los partidos políticos, señala cuál de las siguientes afirmaciones
NO es una dimensión a tener en cuenta a la hora de analizar la configuración de una
determinada forma de gobierno:
a) Rendimiento y configuración del sistema de partidos.
b) Multipartidismo.
c) Disciplina de voto.
d) Distancia ideológica de los partidos.
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e) Todas ellas influyen en la caracterización y desempeño de una forma de gobierno,
especialmente en el Presidencialismo.
6. Bibliografía
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SHUGART, M., y HAGGARD, S. “Institutions and Public Policy in Presidential Systems”.
En S. HAGGARD Y M. MC CUBBINS (Eds.), Presidents, Parliaments and Policy.
Cambridge: CUP, 2001.
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