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TERCER DOMINGO DE PASCUA 

Abril 26 de 2020 
Comentario 

En las lecturas bíblicas de este domingo, encontramos el pasaje de los discípulos


de Emaús que incluye otra de las apariciones de Jesús resucitado. De este relato,
que es de San Lucas, miremos algunos detalles ricos en su significado. 

Los dos discípulos derrumbados por la muerte de Jesús y abandonando las


ilusiones y el proyecto de vida que se habían planteado junto a su maestro,
regresan a su pueblo, a su casa, a su rutina de campo, van de regreso a su tierra,
van de regreso a su pasado. Pero en el viaje un caminante sale a su encuentro, un
caminante que, con su conversación basada en la sabiduría bíblica del Antiguo
Testamento, los va motivando a abrir la mente y el corazón para lo nuevo, para el
cumplimiento de las promesas divinas de esos escritos. Al llegar a casa los
discípulos dan hospedaje al inesperado peregrino; y allí, en la intimidad del hogar
y de la cena compartida se descubre su identidad: es Jesús, es el maestro; cómo
ardían sus corazones al escucharlo hablando de las Escrituras. Ahora ese ardor
ya tiene su claro sentido y su destinatario: Jesús resucitado, el maestro que está
vivo.

Dice la narración que cuando Jesús los encontró de regreso a Emaús “en sus
rostros se veía la tristeza”. Pero después de haber oído de nuevo al maestro y de
haber cenado con él, los discípulos regresan afanosos y alegres a Jerusalén a
retomar el discipulado junto a los once apóstoles y a comunicar a todos que Jesús
está vivo y está saliendo al encuentro de todos los que le buscan y le abren su
mente y su corazón y lo acogen en sus hogares, en sus vidas. Esa es la buena
nueva que estos y todos los discípulos comenzaron a anunciar en Jerusalén y sus
alrededores y, luego, en el mundo entero. Esa es la buena nueva que hoy también
alienta y guía nuestra vida y nuestro apostolado. Este es el motivo de las
celebraciones de este tiempo pascual y de su gozo festivo.

Hoy, como aquellos paisanos de Emaús, puede que muchos seamos “duros de
entendimiento” para ver y oír con prontitud al maestro; pero si estamos abiertos al
encuentro con el otro, con los demás peregrinos de este mundo, y si mantenemos
una actitud hospitalaria y de acogida, a nuestras casas y a nuestras vidas entrará
Jesús repetidamente con su presencia sanadora, reconfortante, iluminadora y,
ante todo, portadora de los cielos nuevos y la tierra nueva prometidos en las
Escrituras sagradas.

El camino de Dios es el camino del hombre; “en él vivimos, nos movemos y


existimos” decía Pablo en el areópago de Atenas; “os aseguro que cuando lo
hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”,
predicaba Jesús hablando del juicio final.

“El mensaje del Papa en Santiago y en Barcelona me ha sonado como un canto a


la gloria de Dios y a la gloria del hombre. No ha venido, como algunos esperaban,
repartiendo condenas, sino abriendo caminos al encuentro, deshaciendo
malentendidos: que Dios no es el antagonista del hombre; que su nombre no se
profiera en vano; que esa palabra santa no se pervierta con fines impropios; que
en Cristo, en su cruz, se revela el amor más alto y que, por tanto, no se puede dar
culto a Dios sin velar por el hombre”, escribió un obispo español en la revista vida
nueva digital.

Hoy también nosotros somos caminantes de muchos caminos que se entrecruzan


entrecruzando nuestras vidas; y así, algunos van con más ánimo que otros,
algunos puede que estén desorientados y algunos vamos buscando pasados y
viejas trincheras; y nada de esto es reprochable porque cada uno es dueño de sus
miedos, desazones y desilusiones; pero lo que es válido para todos y que es, a la
vez, nuestra común esperanza, es que si somos abiertos al otro, si caminamos
juntos trechos de esos senderos, si somos solidarios, acogedores y hospitalarios,
la presencia de Dios se hará visible en nuestras cotidianidades plenificando
nuestras vidas y llenado de reconciliación y ternura nuestros hogares y
comunidades. Este tiempo de crisis y cambios nos favorece en mucho esta
particular sensibilidad y es así una maravillosa oportunidad para la plenitud del
espíritu.

(Pbro. Ovidio Giraldo Velásquez)

Frases para recordar

“En el amor verdadero no hay lugar para el temor, porque si se tiene el amor se
tiene la plenitud, no falta nada, no hay ausencia, no hay desolación; y mi fragilidad
está abrigada por el abrazo del amado @” (cfr. 1 Juan 4,18)

A propósito del Día de la Tierra celebrado el pasado miércoles 22 de abril,


recomiendo valorar la oración con los salmos 8, 19,104, 148 y el cántico de Daniel
3,51-90

SALMO 148
Alabanza del Dios creador
.  
1
 [¡Aleluya!]
Alabad al Señor en el cielo,
alabad al Señor en lo alto.
2
Alabadlo, todos sus ángeles;
alabadlo, todos sus ejércitos.
3
Alabadlo, sol y luna;
alabadlo, estrellas lucientes.
4
Alabadlo, espacios celestes
y aguas que cuelgan en el cielo.
5
Alaben el nombre del Señor,
porque él lo mandó, y existieron.
6
Les dio consistencia perpetua
y una ley que no pasará.
7
Alabad al Señor en la tierra,
cetáceos y abismos del mar,
8
rayos, granizo, nieve y bruma,
viento huracanado que cumple sus órdenes,
9
montes y todas las sierras,
árboles frutales y cedros,
10
fieras y animales domésticos,
reptiles y pájaros que vuelan.
11
Reyes y pueblos del orbe,
príncipes y jefes del mundo,
12
los jóvenes y también las doncellas,
los viejos junto con los niños,
13
alaben el nombre del Señor,
el único nombre sublime.

Su majestad sobre el cielo y la tierra;


14
él acrece el vigor de su pueblo.

Alabanza de todos sus fieles,


de Israel, su pueblo escogido.

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