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En el papel que juega el receptor dentro del proceso de la comunicación – y más aún en el proceso de la
comunicación audiovisual –, las emociones tienen un peso muy importante en la toma de decisiones. Esto
queda claramente reflejado en las cuotas de pantalla, más elevadas en el caso de programas de signo
emocional como Gran Hermano u Operación triunfo.
A pesar de que tradicionalmente han existido tres tipos de libertades – natural, política y personal – la
libertad del individuo como espectador se ha visto muy mermada últimamente, o así lo ven aquellos que
defienden una postura determinista, cuyo principal postulado es que una decisión causada no es una
decisión libre. De esta manera las acciones humanas son percibidas como una serie de eslabones que van
conformando una cadena, una metáfora de cómo el pasado acaba por determinar el futuro.
Desde esta perspectiva, los sentimientos son considerados estados confusos de la mente y la libertad solo
puede ser alcanzada a partir del conocimiento y entendimiento de las pasiones, dándose así un
sometimiento consciente. Esta sumisión es incentivada por los medios de comunicación en contra de los
propios espectadores, que, irremediablemente, acaban consumiendo el producto ofertado por obligación y
no por libre albedrío. De esta manera, los sentimientos funcionarían como un sistema autoritario que rige
las acciones humanas por encima del racionamiento.
En un tercer lugar, nos encontramos con una teoría que aúna las dos anteriores: el compatibilismo. Siendo
la posición más ecléctica y popular de las tres, el compatibilismo defiende que si existe una capacidad de
decisión y libertad por parte del espectador, pero que este requiere de un reducido determinismo –
encarnado por los mecanismos sugestivos del medio televisivo (Ej. El empleo de emociones, mitos, anclajes
subjetivos, etc.) – para ejercer su propia libertad y actuar racionalmente. En definitiva, esta postura
defendería la que todo lo realizado se debe a una causa; pero, en este caso, la causa no sería impuesta,
como defiende el determinismo.
Todas estas teorías, aunque muy diferentes, desembocan en un mismo mar: los sentimientos y las
necesidades humanas son un factor muy importante en los medios de comunicación y el éxito de estos
depende de su recreación. Aunque esta afirmación pueda parecer muy impactante, si paramos a pensar
nos damos cuenta de que cada vez son más los programas que reflejan importantes aspectos de nuestra
vida, como por ejemplo el amor (Confianza ciega), el prestigio (Operación triunfo) o la identidad personal
(Gran hermano). Esto demuestra que el espectador ha dejado de serlo, para convertirse en un consumidor
de significados, ilusiones y aspiraciones – también implantadas en la publicidad – cada vez más complejos,
que cada uno de nosotros tiene cada vez más difícil alcanzar en la sociedad mercantilista y superficial en la
que vivimos.
Finalmente este consumo exacerbado para alimentar el ego sumado a un sistema comunicativo permeable
a las preocupaciones, problemas e intereses sociales, nos lleva a desear absorber en mayor medida un
contenido simbólico que uno real, a quedarnos en la superficie antes que indagar, a perder nuestra
personalidad en una audiencia homogeneizada psicológicamente.