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Carentes de esperanzas, los trabajadores del mundo repiten a diario la tragedia de la explotacién capitalista. Este usufructo de toda capacidad humana se intensifica cuando el sujeto es su propio explotador; tal es el caso de los vendedores ambu- antes, quienes toman la palabra en Sumar, la nueva novela de Diamela Eltit, para reunirse con otros ciudadanos vejados, por un orden estatal que parece divino y comenzar a marchat. Esta es la gran marcha de los postergados, quienes no tienen permiso para trabajar en el espacio puiblico y no accedieron al suefio de la propiedad. Una larga procesién de trescientos setenta dias hacia la moneda y el centro de las injusticias s0- ciales. En ella van el Casimiro Barrios, la Aurora Rojas y la Angela Mufioz Arancibia, voces y cuerpos rebeldes, que avan- zan por la ciudad y la historia como si se adentraran en una pesadilla, probablemente la eterna noche chilena. ‘Sumar es una novela extraordinaria que anuda el habla popular, las largas ¢ inconclusas batallas de los trabajadores.y las fantasmagorias con que el progreso ha inundado las calles, un texto poderoso y urgente que se inmiscuye en las més sombrias, profuundidades del arribista y segregador caracter nacional. tty mt Diamela Eltit Naci en Santiago, en 1947. Graduada en Letras en las universidades de Chile y Catélica. Actualmente es profesora titular en la Universidad Tecnol6gica Metropolitana ‘y Distinguished Global Professor de la Universidad de Nueva York. Obtuvo el Premio Tberoamericano de Narrativa José Donoso en 2010, el Premio Municipal de Literatura en 2017, el Premio Nacional de Literatura en 2018 ¥y ocup6 la Catedra Simén Bolivar (2014-2015) en la Universidad de Cambridge, Inglaterra. Ha sido profesora visitante en las universidades de Berkeley, Columbia, Stanford, Johns Hopkins, Virginia y Pittsburgh. Ha publicado novelas como Lumpérica (1983; Seix Barral, 1998), Por la patria (1986; Seix Barral, 2007), El cwarto mundo (Planeta, 1988), Vaca sagrada (Planeta, 1991), Les vigilantes (1994), Los trabajadores de la muerte (Seix Barral, 1998), Mario de obra (Seix Barral, 2002), Jamds el fuego nunca (2007), Impuesto «ala carne (2010) y Fuerzas especiales (Seix Barral, 2013). Ademas ha escrito los libros de ensayo Emergencias: escritos sobre literatura, arte y politica (Planeta-Ariel, 2000; Seix Barral, 2014), Signos vitales (2008) y Réplicas (2016, Premio Municipal de Literatura). Sus libros han sido traducidos al inglés, francés, italiano, Seix Barral Biblioteca Breve Diamela Eltit Sumar © 2018, Diamela Elie Derechos exclusivos de edicion: © 2018, Editorial Planeta Chilena S.A, ‘Avda. Andrés Bello 2115, 8° piso Providencia, Santiago de Chile Imagen de portada: Locy Rosenfeld Diseso: lan Campbell ISBN: 978-956-9949.36-4 Primera edicibn: mayo de 2018 ‘Segunda edicién: octubre de 2018 Impeeso en Chile por: Copygraph Ninguna parte de exea publicacibn, includ el disefio dela cubierta, puede ser reproducida, almacenads 0 twansmicda en manera alguna nl por ningiin medio, ya sea clécrico, quimico, mecénica, Sptico, de grabacién 0 de fotocopia, sin permiso previo del editor Agradecimiencos en los tiempos de este libro ABugenia Prado A Laura Scarabeli Santiago, 15 de octubre de 1973 iago Villarrael Cepeda, casado, chileno, radicado en El Cobre, expone y solicia al Jefe dela Guarmiciin de Ejércio, con el més profundo dolor de padre de Ofelia Rebeca Villarroel Lavin que fue arrestada en la industria Sumar el dia 20 tat, Segunda Divisién del mes préximo pasado y conducida al Estadio Nacional, sin saber mis de ella asta el 5 del presente, pese@ las incontables biisquedas yyaveriguaciones, al comprobarla muerte de mi hija ylo que es peot, 1a sepultacién de ella en esa misma fecha, ignorando hasta hoy los morivos de tan drdstica medida. Fue ademSs sepultada como la mis vulgar indigent, bajo el prorocolo 2843, Sepultura N° 2719 en el patio N* 29 en un cajén con otra persona del sexo masculino. ‘Como chileno creo que me asiste el minimo derecho de reclamar loc restos de ella, 1 que solicito en este momento con el dolor que Ud. comprenderi Mi humilde peticién consiste en que Ud. me conceds la auto- rizacién en tal sentido, para ser presentada al Servicio Nacional de Salud y proceder a separatlos y sepultarla en un nicho del mismo ‘cementerio hasta que sea posible rrasladarlaa mi sepultura de familia cen el Cementerio de Nogales. Con todo el respeto que usted me merece y con laeterna gratitud ‘quedo a la espera de su comprensible, favorable y rida respuesta Sawriaco Vittarrort Crreps Lzontoas Moras, Cartas de petcién 1973-1989. No somos piadosas. Mi tocaya se afirma los rifiones con las manos. Se me van a caer, dice, y después se rle, Me jimagino la fortaleza inamovible de sus riiones, el par que tiene, Existe una nube que se expande agobiada por la ‘omnipotencia de str captura. Parece invisible aunque porta tuna materialidad abrurmadora. Una nube inubicable para nosotros. Esté radicada arriba o abajo o entre los intersticios de un suberrineo 0 en la simtesis proteica de una comida espacial. a nube es una cifra inmensa (aun en el paroxismo de su parquedad) que se apodera de la suma de nuestros mo- vimientos. Es dvida, provista de una elasticidad envidiable. Un espacio inclusive que contiene una flota de robots de ‘iltima generacién y el ocaso filmico de un astronauta. El cielo, eso ya lo sabemos todos, se ha convertido en una simple fachada para mostrar su representacién mas benigna (dotada de una ingenuidad abismal); tras la que se refugian los nuevos savéites condenados ala monotonia de su trabajo y al desgaste que ocasionan los espionajes. Son simples recolectores de la informacién automeética para la que han sido investidos y su tiempo titil tiene una fecha de término ya marcada de antemano. Los edificios ofrecen a un precio considerable la parte de la altura que les pertenece. El espacio inmediatamente superior ya esté disponible a un precio clevado en el mer- cado por un nuevo decteto edilicio. Los aviones van més alto y mas répido ante los riesgos de un alza inminente en los impucstos debido a lalicitacién de nuevas aperturas en las concesiones celestes que van a diezmar las arcas ce las compaiias. __ Mi tocaya, sentada en la cuneta, ahora se aprieta las sienes. Se me va a reventar, dice, la cabeza, pero ya vamos a alcanzar la moneda. Uno, dos, tres, meses, ya no sé unto nos falta para completar los doce mil quinientos kilémetros que acordamos en la asamblea y asi culminar ‘nuestra marcha en los trescientos setenta dias exactos, me dice. Imaginate, dice, que ni siquiera me acuerdo en qué dia estamos, pero yo ahora necesito descansar un rato para que no me explote, dice, este cerebro que me asfixia. Miro su cara y confirmo en su expresién descompuesta el malestar que la domina. Las cejas erizadas y una sutil ‘mancha plateada en el borde superior de los ojos, la delatan. Le ayudo a sentarse en la cuneta sin el menor aspaviento para no desencadenar ante los demés ni compasién ni alarma ni menos signo alguno de rendicién. Solo el justo descanso que requiere la tarea incesante de marchar para intencar mover y hasta remover la arquitectura rigida de la moneda, Me siento a su lado porque yo también necesito tuna breve pausa, un legitimo suspenso que me permica acceder parcialmente ala parce confortable, aunque esquira, de lo humano, Después la dejo sola para que se reponga Y Fecupere el brillo extraiio que tiene en las mejllas. Ese ‘matiz apabullante que la vuelve indispensable en el munco. Mec levanto, Mi tocaya se queda sentada en la cuneta presionando sus sienes con las manos. Abatida, perseverando en su dolor. A menudo me pregunto si sus malestares no se deben a la excesiva acumulacién de pesares y al silencio ue mantiene ante las oscuras emociones que la envuelven. Pienso que su cerebro y sus dos rifiones que tiene se plegaron ala desazén desu dnimo para profundizar as! las fbras més rencorasas de su cuerpo. Estoy segura de que ella experimenta una forma de aos silencioso pero voraz que le atravesé sus érganos, tal como lo demostraron los estudios mas veridicos que fueron iniciados por Abu Zayd Ahmed al-Balkhi, un médico persa de la primera antigiiedad. El fue quien aceleré su propio pensamiento cuando realiz6 un andlisis inesperado ¢ in- tegrador que resulté coincidente con los escritos de Haly ‘Abbas, muy conocido por su nombre sintético, porque el real y el més auténtico (escamoteado por una vocacién a la simplificacién) fue Alf ibn al-Abbas al-Majusi. Los dos ‘médicos, en fechas cercanas, llegaron a elaborar —usando el lenguaje mas convincente de su tiempo— la existencia de una relacién incontrolable del todo con cada una de sus partes. Ya se lo dije a mi tocaya. Le informé de manera deta- Iada acerca de esos estudios que impulsaban a disipar los dolores al permitir el flujo de los malestares generales de una manera mds arménica. Lo hice mientras transcurria tuno de sus dias demasiado quejosos. Le detallé esos aportes al bienestar humano para que pudiera incrementar su pers- picacia ¢ incidir con una cierta determinacién en el buen curso de su salud, Pero ella se mostré desdefiosa conmigo, ligeramente iracunda aunque contenida, como acostumbra, ‘Me mixé (con una molestia disimulada en forma magistral) y me contesté del modo incisivo y veloz que la caracteriza: “Pa qué me hablai estas tonteras, no veis que me duelen la cabeza, los rifiones y os pies, jacaso creis que con los persas se me van a quitar?. Ten‘a razén. Se sentia mal. Se notaba a simple vista. Cualquiera podfa percibitlo. Pero ahora necesito un espacio que me pertenzzca, ‘un hueco mental para refugiarme en m{ misma mientras camino, El tiempo esti disuelto y citcula en mi interior, Me parece que hace mil noches ya que sofié con un gato luminoso durmiendo sobre el suelo de una casa que yo no conocia. Dos mil noches que sofié con tna serie de hombres sentados en los peldatios de sus puertas,estaban tranquilos, como siel tiempo les perteneciera. Soi, a lo largo de unas hhoras que no puedo precisar, con una mujer islefa mirando el mar a través de un catalejo de bronce labrado, Ella, la islefia, observaba las aguas desde el techo de su cabaiia de madera mientras sonreia ante el retorno inesperado de un ndufrago que sangraba copiosumente entre sus harapes. Son; el dia de mi enfermedad més peligrosa (un tipo de asma corrosiva que me ataca de manera intermitente), on tuna agotadora mulkitud cle imagenes humanas vertiginosas que se movian en un trnsito cadtico aunque terminaban en una prodigiosa forma concéntrica, Era una muchedim- bre formada no solo por mis préximos —que aparecian de manera infinita (multiplicados segiin la forma de un caleidoscopio)— sino también por personas que apenas conocia. Decian algo parecido a una silaba, porque nada cera demasiado audible o confiable en medio de esa proyec- cidn sorprendente. Desperté una y otra vez. Cada imagen seguia circulando y provocaba la agitacién en mi memoria. Necesitaba, yo lo sabia bien, pensar en la moneda, en su urgencia, pero volvia a cerrar los ojos para convertitme en. una frenética maquina de suefios que parecian contener un futuro que yo nunca podria comprender. 14 Ya habia sofiado antes, de manera incisiva, con la imagen de la moneda mientras se desplomaba enteramente hasta derretirse, Yo estaba alli, realmente desolada, durante ese sueio extrafo y tertble, como la abservadiora o la testigo principal de esa rragelia. Si, ea yo misma (igual a mi, sin encubrimiento on{rico alguno) la que aparecia en uno de sus vértices, convertida en una presencia anénima aunque convulsa debido a la aceleracién quimica que me provocaba la crucldad de esa mafiana, la mds ardua. Me sentia, en el suefio, como un ojo amplificado bajo un lente de laboraori. (Un ojo apresado por su abligaién a permanecer ahi, un ojo corroido por una tristeza excesiva, el mismo ojo mirando cémo la moneda se deshacfa hasta formar un rio metilico todavia mds dafiino que la furiosa estela de lava que eclipsé los suelos ante la erupcién del volcén Bromo, en Indonesia. ‘Ay, sf se incendiaba la moneda, La imagen se repeia una y otra vez. Se derretia de una manera peligrosa debido ala veloz oscuridad liquida de los metales calcinados que ‘emitian la estela de un olor més que discordante, tan extenso y ofensivo que alerté al equipo completo de guardacostas de la isla Honshi, en Japon, Después de ese suesio inconcebible vi cémo, més ade- ante, en otro suefo, la moneda nacia desde el interior de s{ misma. Una emergencia violenta, explosiva, usurera en medio de mi suefio encapsulado por matices destructivos, enmarcado por las llamaradas cuyas chispas caian en la retaguardia de cada una de las mentes. ‘Yo seguia ahi, observando, pero carente de sensaciones porque ya no cabia estupor alguno en mi armazén emocional. Emergia, la moneda, quizés més opaca, aunque vengativa luego del espectéculo propinado por las lamas, las bombas y 1a experiencia de una asombrosa conversién metilica. Es posible que tuviera fiebre porque, a pesar del estado de irrealidad que experimentaba, sentia, en mi suefio, que cada movimiento me causaba un intenso dolor en las articul ciones y me corria un liquido oscuro y traumatizante entre Jas piernas. Una cepa atin no estudiada de accite vegetal. Estaba, eso lo comprendo bien, producienda nna cata- rata de suetios como una manera de diferir el wemino de {a cronologta més previsible y resignada en la que se habia cursado el rumbo de mi vida. Necesitaba de ese estado paralelo, enteramente visual, para dilatar la inminencia de Ja marcha que se avecinaba debido a las excesivas privacio- nes y las tormentas de inexistencia que cafan no solo sobre mj, sino encima de cada uno de nosotros, los ambulaates Sofiaba y sofiaba antes de emprender nuestro histérico teclamo ambulante, organizado en contra de la predesti- nacién social que se dictaminé desde el centro mismo de a moneda. Una marcha ya demasiado documentada como lun suceso mitico que enaltecia alos espacios cosmopolias. Esas mismas marchas recogidas (en sus imagenes més combarivas) por las postales comerciales. O el sonido de los /himanos que le percenccen al vigor de las marchas y que tanto conace el sudor piblico. Los mismos himnos entonzdos por los desocupados, con una elocuencia magnética, en a culminacién épica de sus borracheras. Si, escuchaba, en ‘mi suefo, cada una de las melodias histéricas que todavia tienen Ia tozudez enfermiza de la esperanza. a decisin de iniciar la marcha parecfa (en la actuali- dad destructiva de los tiempos de la moneda) una accién recutrente pero que iba a precipitar una realidad ambigua y hasta paradéjica sobre nosotros, pues pese a disponer de jos (custodiados) espacios en ls calles, ahora solo contiba- mos con un sitio semejante a un tdinel carcelario. Si, mis suefios formaron parte de una tregua frégil porque, aunque plagaban mi mente de manera absurda, no permitian que evitara la mision que se avecinaba sobre mi. Experimentaba Ja inminencia de un nuevo horizonte que me provocaba una asombrosa tensién que aceleraba mis moléculas, Hacfa tiempo ya que me invadia un nerviosismo de tal magnitud que me ocasionaba una serie inacabable de palpitaciones en las mejillas y, de manera preferencial, en uno de los pérpados, el izquierdo. Estaba atravesada por movimientos que me dejaban el ojo exhausto ¢ inti, reducido a un nivel inhumano dificil de describiz. Un parpado titilante que proyectaba tantas emociones que me avergonzaba y, por es0, cada vez que me encontraba frente aufrente con otro humano como yo, me tapaba el ojo con la ‘mano para que nadie se inmiscuyera en los surcos privados de mi cerebro. Sofié, en la aparente desidia de esos dias (cuando ya se incubaba la marcha que podia establecerse como un mintisculo dato hist6rico en un archivo sin visitas), con un antiguo buque de guerra convertido en mera chatarra Biss, incon, ae balanceaba varado cn la inmensidad de ls aguas del Atlintico. Un bugue que aparentaba ser tun simple desecho o un stibita aparicién cinematogrifica, pero que actuaba como mero camuflaje porque escondia un programa extremo destinado a liquidar a las especies ‘marinas enemigas. Una podcrosa confabulacién internacional organizada desde una pletaforma del {ndico en contra del océano opositor, su més temido adversario, el AtLintico, Sofé que ofciaba como una mesera, atenta e impasibe, al servicio de una reunién de Iideres del Asia Menot senta. dos en toro a una mesa de caoba sobre la que ditimfan un acuerdo expansivo para incrementar las ventas de la vida Util del planeta. Soité con una gran estera de un material sintético que abrazaba a un grupo de turistas en la -erraza dde-un horel en la isla Zanzibar de Tanzania y los someria al terror de una asfixia inevitable. Sofé conmigo misma en luna encruetjada de caminos que parectan sin salida alguna po ol a cadena de montafas. Peto ahora, en esce presente mas auténtico, oon calle, despierta y ansiosa. Despierta y hicida. Incremey [a marcha a la que nos sumamos, nosotros, os vendedo. x65 ambulantes (chilenos), Una marcha miltple, le més numerosa del siglo 200. Una gesta inusual de nosotros, los ambulantes, porque tomamos una decisién radical en huestras vides, avalada solo por nuestro ingenio. Es que ya ‘stamos absolutamente cansados de experimentar tondadas dle privaciones. Hastiados de los golpes que nos propinan x oleadas de desconsideracién y de desprecio. 1g Me siento (aslo creo) despierta mientras marcho. Me ve tiplico diversa, convertida en un icono seplendesene cenergia cinética que ya habia desechado, pero que reapare én mi mientras camino y camino, atravesada por la aie fuerza irreprimihle que pulula descontrolada a través be subsuelos del zooldgico de Omaha, donde retumban ridos goticos de pesar. 2 ons tenmlag mento comnts (a smarcha fandada cn el poder de su persistencia y de su longieud) vamos @ acceder a lt moneda porque necesitamos corcer el tiempo para disponemnos a vivir. Tenemos que olvidar cuanto nos hemos esforzado solo por sobrevivit. Después de nuestro attibo alcanzaremos las tiltimas migajas de un sustento mis benigno para nosotros. Sera necesario fijar a zapatos en el suelo 0 iene has Feroheavear los pies 0 se acalambren o se hinchen a un nivel oa Pero si nor entregamos a las dificuleades en conta de nosotros —los escollos que comprimen y cercan nuestro impetu— podriamos convertirnos en la representacién de una antigua ¢ insulsa acuarela escolar. Conocemos cémo se gestan las derrotas. Sabemos que nos espera una linea de sucesivas confabulaciones dispuestas a atacamos desde todos ls fientes. Si esas fuerzas consiguieran cercarnos, serfamos los emisarios de una vaguedad de colores difuusos que nos obligaria a encadenatnos a la parte més insuficiente dela moneda. Después de todo, como asegura ‘i tocaya, el tiempo empecinado en oprimir se consolida Bracias al infinico conjunto de sombras inofensivas que sosticnen a la moneda como meras biologias esclavizadas O quizis podrfamos terminas, afirma ella, idénticos a una setie de adornos irtisorios lanzados ala rojiza fundicién de tuna moneda no coleccionable, Todo parece demasiado trégico e inminente, Alosambalances nos cortespondlié ocupar (como scrape) ellugar més frigil en la reparticin de la estricta geografia dela marcha y no alcanzamos a vislumbrar ningtin obje- tivo confiable, pues formamos parte de la tiltima multitud, Fuc el inico espacio posible que nos otorgaron gracias ala fuerza de nuestras argumentaciones y que nos permitics después de trescientos setenta dfas, avizorar los bordes de a ‘moneda, Resulté injusto, porque luego de las peticiones que clevamos, con un cuidadoso y mesurado tono de reclano, nos informaron que existe un estaruto que destina lugares para cada tna de las sectencias territoriales que iniciaron el estado de alerra. Nos dijeron que cl estatuto era vélido para el mundo entero y se debia acatar. Para nosotros fue triste, y hasta dramético, porque se trataba de un nuevo reparto de las veredas y de las calles que antes nos pertenecian, pero que ahora nos relegaban 2 un lugar humillante y casi imperceptible, el iltimo de todos que, por el momento, no podemos modificar. Somos Cuerpos interdictos debido a la ilegalidad que nos han adju- dicado, Pero asf son las ldgicas y las érdenes impuestas por los poderes de los nuevos mapas digitales que se transan de acuerdo a las categorias jerérquicas que les asignan al des- contento, Nos dijeron que cada uno de los acuerdos debian consideratse inamovibles. Pero no lo son porque nosotros merecemos mis yl vamos a conseguir. No hay vuelta atrés (por ahora) y solo nos cabe refugiaenos en una paciencia que requiere una constancia desmesurada, Paciencia es la palabra més comin, la més alegre que conocemos. Cuatro hijos. Mis cuatro nonatos, producto de la laberfncca con- formacién de mis érganos, tienen necesidades imperiosas. Flos comen y se quejan, yo les doy comida y los celebro con ls palabras maternas més conocidas, Palabras ligeras ¢ inconvincentes, pero que extranamente los apaciguan. Los aletargan como si estuvieran impregnados por la misma forma del opio imperial de la dinastia Qing, que contzolaba y distibufa sus finos cigarilos para promover Jn belleza entre la elegancia Kinguida de los cuerposseiros del palacio Yuan Ming Yuan, mientras afuera proliferaba la confabulacién incesante de la secta del Loto Blanco. Mis hijos ocupan una porcié notable de mi masa cerebral. Por ellos me alimento, ocasionalmente, de una manera ascética oasiatica, de raigambre arrocera. Mi vocation por Ja comida ha sido inestable a lo largo de mi vida y carezco de la urgencia que provoca el hambre permanente, que distorsiona la comisura de los labios hasta producir un conjunto de muecasderestables, Pero extees un tiempo excepcional marcado por la ocupacién de la que soy vietima. Tengo que soportar los excesos y comer por mis ‘cuatro nonatos pero, especialmente, para ellos. Una comida ‘monétona, porque mis hjos son mévile eimpercepciles como cualquier especie invadida por una adiccién insaciable alos sabores y yo tengo que ensefiarles, con una exactitud prolija, cémo soporcar las privaciones y as{ prepararlos para enfrentar la extensa injusticia de los alimentos. Sé que mis hijos, cada tino de ellos, me causaron una angustia impresionante, pero ya lo olvidé, Su fuerza, su dafio. No recuerdo en qué torsién fui fecundada ni rienos podria dirimir el gemido o la inundacién de la que fui victima, una més, lo sé, fecundada o inundada mientras yo recordaba la moneda, Pensaba también en que tenfa impreso un destino semejante a una inacabable penitencia © a la constancia cruel que provoca castigo. Un destino escrito en una profecta de tradicién oral cananea, hablada en lengua ugaritica. ‘Una profecia, la mas comin de todas, dedicada a su tarea moralizadora mediante el uso de una serie de sentercias, hasta cierto punto perversas, pero eficaces para inocu ar el horror mas punzante que obliga ala obediencia ya la cautela. Permeada por un ciclo adverso, en el momento preciso de cada fecundacién de la que fui objeto, estaba enfrentendo un dia malo, ominoso. Ese dia que cada uno de los seres gue habitamos el mundo conocemos y experimentamos Un dia totalmente en contra. Asi me converti en madre de cuatro nonatos sober- biamente pigmentados, tatuados, némadas, irreverentes en su audacia que, desde el umbral més precario de ellos ‘mismos, ya se habfan propuesto sobrevivir. Y ahora estén absortos, todo el tiempo del que disponemos, en la rarea de rememorar, sin pausa alguna, mientras urden un asilto Para salir de mi, dispuestos a decorat el habito numérico con el que se certifica el estado calamitoso del mundo Mis nonatos, los cuatro, encarnan lo més atascado que ‘me habita. Contienen punzadas de angustias antiguas que me indican cémo y en cuanto perviven las imagenes a pesar de que estén trenzadas en una comprensible confusiSn, Entre esas marcas ya crénicas se parapetan los retazos ‘menos manejables que me habitan: suefios, fragmentos, ligrimas, asombro, terrores, certezas, lo sé, que todavia no estdn dispuestos a rendirse ni al olvido o a la constante y rutinaria resignacién a Ja que obligan los dias, ni menos a alas fancasas que provocan las monedlas enceguecedoras. “Asf es. Existen sensaciones, pedacitos de puertas, fotografias ‘ingui entos, cartas, Escenas ue se nicgan a extinguirse, documentos, . de escombros que se reciclan y se reciclan profundizando la obsesién que hoy me embarga. Me recuesto. Tengo que Jos cuatro nonatos que cantan y soportatlos. Soportar a luego chillan y se retuercen de angustia en los bordes de mi cerebro. Fui una vendedora ambulance entre muchas, localizada en Jas calles més alejadas de la moneda. En un patio limpio, nunca desproporcionado, extendi mi mercaderfa oporcuna, aunque sabja que era demasiado conocida, repetitiva. Una mereaderia que yo escogia después de una ardua (e inttil) deliberacién conmigo misma. Por mis manias adversas a las tendencias ambulantes —que tendian a la diversifica- cidn para una economia de guerra— debido a mi fijacién hacia los colores comunes, fui nombrada por algunos de mis compafieros de oficio —con una mezcla de humor y desprecio— como una cachivachera. Recibi comentarios detestables por mi vocacién al plistico rutilante. Pero asi somos nosotros, los ambulantes, proclives ala itonia, y a una seleccién detallada de descalificaciones. Nos dedicamos a perfeccionar una serie interminable de burlas inofensivas, leves, algunas veces crucles, peto siem- pre amistosas. Ataques que ejercemos sin tregua alguna para defendernos del clima. Gracias a nosotros mismos, a la desesperacién que nos acompafia, reunimos las fuerzas que necesitamos ante las despiadadas carreras que debemos emprender en las horas més peligrosas, para salvar nuestras ‘mercaderias(slidas, barata, tiles) que una policfa infinita ¢ infatigable pretende confiscarnos. Cada dia se sumaban més y mds vendedores en los bordes de las veredas, expectantes. Pareciamos lo que éramos: excesivamente gritones, convertidos en agitados monumentos calejeros, hasta cierto punto gordos 0 muy gordos o muy desfallecientes, pero siempre arménizos, si arménicos. Esa exactitud monocorde que caractetiza alos ‘gremios y termina por unificarlos, Peto més allé de la presencia ambulante que nos ca- racteriza, nos acccha el estigma de portar unos mstros demacrados. Un tipo de sombra facial que se vuelve crénica ante la incertidumbre de lo que nos va a depacar el dia. Cada hora es imprevisible y por eso tenemos que soportar la incontenible zozobra cuando alguno de los peatones se detiene, observa el suelo y entonces se nos altera la respi- racién ante la mirada sobre el patio. Descifrar la decisién de esa mirada sobre nuestros productos nos provoct una colisién frontal entre la ansiedad y la angustia. Un ckoque estrepitoso e inmerecido, Nos entregamos a esos segundos decisivos que pueden alentarnos o enfermarnos 0 dejamos presa de una prolongada estupefaccién. Después de que se hha producido una derencién en el mundo, cuando el peaeén cumple o incumple su deseo, se reinicia nuesteo tiempo callejero, ciclico. Discutimos entonces si es més favorable el fifo o el calor para nuestros cuerpos y las mercaderias. Nunca hemos conseguido acordar, pero la temperatura ahora no es nuestra peor enemiga, La noticia de que se preparaba la marcha para alcanzar 4a moneda crecié con la potenciay la velocidad de una nave- gacidn virtual de tilsima generacién. ;Cudl generacién: No lo sabemos. Esa posibilidad ya estaba instalada en nuestro horizonte. ¥ aunque no sé exactamente cuindo nos invadié el hastio definitivo, e dikimo, frente a una desesperacién 16 snocida decidimos, antes de plegarnos, realizar ec 4 una improvisada asaumblea de ambulan- Aili lo acordamos de manera unénime, Estébamos iaflamados por un fervor ya lo suficientemente analizado BE scacoesinds que hose predooeum te agobiante de Ururacién. Pero insusttuible, Si, insusttuible. El fervor. Una dos, tes asumbleas fue la consigna, Una, dos mil asambleas, dijo el Casimiro Bastios, con su vox més decisiva, mediante la que desplegé toda su elocuencia frente al mimero de asistentes formados por nosotros, Jos ambu- Jantes, ls cuerpos hacinados en los suelos de las veredas. Las mismas veredas que nos convertian en setes infimos, solo necesarios para incentivar el murmullo humano por el que se definen las ciudades. i Se sumaron otros ambulances de los spe pe shor as y que acudieron hasta nosotros. Llegaron cansa- Ee ai seguros, dotados de una curiosa plenitud. Los aceptamos sin resquemores, de manera fraternal, después de que nos enteramos de cémo fueron expulsados de sus veredas, Nos dijeron que el cuadrante al que pertenecfan sus pafios en el suelo, la iniea sede con la que contaban para sus mercaderias, iba a ser erradicado hasta la desaparicién. ‘A-esos ambulantes los sacaron (con violencia) desde las veredas, después de una aprobacién municipal firmada por lalcalde, Rogelio Ugarte. Este alcalde, luego de consolidar tuna turbialitacién, puso en marcha una innovadora for ‘ma de vereda, que un inversor finlandés habia conseguido no solo instalar, sino que multiplicar. Esa fue la propuesta ‘que gané, pese a sus mecanismos impuros que generaron numerosos reclamos, sin resultado alguno. La innovacién consistia en levantar una pasarela de Vidrio irrompible. Los ambulances, desalojados de sus veredas,dijeron en la asamblea que el fnlandés exhibié su maqueta virtual, que estaba formada por vidrios blindados destinados ae a ee sa pasarela (que evocabza la forma de n coto de caza de una antigua pintura de origen fine Primera de su tipo que se iba a ina piieaaner ts . aa inaugurar en is peacio ing, diseRado para admirar,en los alae i ke 5 en los atardeceres, § SoPor de a ciudad cinsertar de-una manera agradabl especticulo de la pobreza, ie EI Casimiro Barrios cor é ios comenté en la asamblea — una elocuencia qu Nos provocé compasién, rstera e i i <1 estos histricos ambulantesperdieron su vered porel aral re aj ‘ zo empecinado de un péjaro de rapina que buscaba perdurar para admiratse asi mismo, asamblea de ambulances integrada por antiguos acid sombiccos mochlnas suo eiladior sche sn cape an es res 0 expatriados que ahora solo traba- mn ahinco feoz en las veredas. Entendi que ig ryairners de hijos (cuatro), tengo que calcularlo carmen ado enfrma o cansada oinitaday ya me he sional em una copia dels marionetas de Gui, ls Moun ison cwadas porel compas dentita Lauren mrp Bte a ciudad de Lyon, para apaciguar el dolor di 8-Si, soy una administradora (con los dedos pesuctoc 9 oicos que eg) dun cnjuntode more 28 Quién podria amar tanto a una vereda como lo hace- ‘mos los ambulantes, que nos proclamamos a gritos para convencer. Ese era el tono vendedor y teatral de los suerios que me invadian, La verdad es que existen momentos ver- daderamente intensos y agotadores en los que se instala la desdicha para nosotros, los hijos del genocidio industrial. ‘Tengo que llegar a la moneda. Mi tocaya me dijo que ella iba a alcanzar la moneda abrazada a un hombre. La miré asombrada. Si, dijo, yo sme propongo tocar la moneda (colgando) del braz0 de mi marido. No, no, es una broma que te estoy haciendo, me dijo mi tocaya. Yo me doblé por la risa que me provocd. En realidad, al igual que ella, yo tampoco tengo un ma- rido, no, pero en la interminable comedia de mi vida sigo actuando como una esposa, como una madre, como una yecina, como un holograma, como una hambrienta, como una amiga, enmo tina resentida, como una testigo, como tun cuerpo, como una lorona. Represento a la perfeccién las aristas mas comunes de una vida posible y me siento capaz de actuar incluso las calamidades de una vida imposible. ‘A mi se me vino el mundo encima —o abajo— més de una vez. Antes miraba la moneda desde lejos, la miraba ocasionalmente. Era y no era parte de mi vida. Pero més adelante supe que la moneda es crucial en cualquiera de sus dimensiones. ¥ aunque todavia no termino de enten- derla, por esa capacidad de sorprender y de engafiar que la caracteriza, la persigo con mis cuatro nonatos en los suefios que no me dan tregua. Necesito la moneda. Sf, la necesito con la misma obstinada persistencia que invadié una parte de Africa ante el acuerdo inédito, pero muy consensuado, que alcanzé la eficacia del cauti, Asi se impuso un poder que consiguié convocar a una parte crucial de la faz de la tierra, para promover de ‘manera articulada la codicia. El impetu del cauri, después a de concordar en sus propios terrtorios, se desplané con fix ay um splendor inédito hasta los lugares ms mcSndlitos China. Mas adelante se extinguié. Desaparecid solo s articular forma, pero nunca su determinacién, 1 ty estamos tan Icjos del cauri, le digo a mi tocaya, ero ella se enoja: pa qué te acorddi de esos tiempos anti. us, ite © inttles para nosotros, cuando ahora hay otras monedas que sabis dn ahi ' : abis que estén abi para eliminarnos, be si eo Yo pienso que no hay que olvidar al cau, seri iosa injusticia y, especialmente, un error que peda cavendercémo s establecen ls Principio y le sis. Sabi le dj, me acuerdo porque quiero a si Ab, be -me contest, entonces te acordii dal xu Porgue s{només, te acordai porque queris noms. Bueno, tal, si queris acordarte, te acorddi no més, pues, 30 Yo soy una de las miles de ambulantes que también aguarda la moneda con un ribere de desprecio e imporencia. Pero ahora marcho (doce mil quinientos kilémetros) porque la necesito motivada porlos efectos de mi condicién corporal, extensa, madre de cuatro criaturas asombrosas, producto dela monétona tecnologia humana, Cuatro, que no crecen, omen y no cfecen, toman agua, comen y toman agua, los cuatro hijos, Cada uno de mis nonatos esté retenido en mi hhueco admirable, flexible, un orificio que es estremecedor y que suscita, de una manera que no termino de entender, dilemas y fantastas, Un hucco ortodoxo y cerebral. Mis nonatos nunca se decidieron a salir de mi ante la inminencia de una peligrosa exposicién al destello am- biental que los habria puesto fuera de si. Un hijo y otro, todos internos, hasta completar cuatro. Son neuronales. Se procrean cn mi interior una y otra vez, a medio camino entre la belleza y una fealdad impresionante. Pero asi son dllos. Otto seria mi destino si hubiese conseguido reunit seis gatos y cuatro hijos en los alrededores de la moneda, una delgada (casi imperceptible), aunque eficaz, unién gatohumana, una forma de cerco suave a la moneda, en 31 Jossuefios interminables que ahora impregnan mis escasas horas de descanso. Migrar de Ia moneda, Quisiera ime, abandonatla aungue haceslo me empuje a mi propia disolucién, Me fustariaolvidarla, Pero migrar dela moneda es imposible, Porque all std ella, la moneda, monolitica, esquiva, abs. tracta, malévole, sobreviviendo a las Gltimas llamas, a ln Perforaciones de las borabas, con su inigualable hablidad ‘amaleGnica, gracias la usura descaraa de sus convesionce rentables que atraviesan los siglos y los milenios, Somos miles, no; no, millones los que esperamos o aspiramos a ‘ocar la moneda para rerorcerla. Mlloneo billoncs, noo jtén no termino de procesar el inezemento exponencal de {os ntimeros. Pero mi dilema son mis ‘suefios, mis hijos y la ausencia de mis gatos. Todavia tengo suefios apotebsicos, Brandilocuentes, remerarios. Por ahora estoy desperta y soy infeliz, Nact y crecf lentamente en medio de un tiempo in- fami retorcido. Un tiempo ambiguo que taneurtin ajeno y hasta distamte, y que no merece el menor intents de detallar 0 rememorar mediante alegortas © acudierda, a interminables cantos provenzales dramiéticos (exrito, €n idioma occitano), que contienen trisces episodios que detallan las diversas penurias de la nifcz. La nube que ar chiva al mundo para controlatlo ya est lo suficienterens sarurada de quejas y ejemplos que asolan a la infancia de iluminaciones agobiadoras, Formamos una familia igual a todas las familias, Fu mos un conjunto de hermanos comunes, Tuvimos padres Previsibles, reemplazables, seriados, No recuerdo con ‘exactitud cémo transcurrié ese periodo Porque nos recorria {a perera y una especie de abulia gatuna mientie le vida, !a de nosotros, seguia cumpliendo su anodino progrema. Pensé cle manera vaga en fa moneda a los dies afios, mas 32 és empez6 a perseguirme ella ccc es se a pa fn conjunta de mania y una forma hosea de a i Mis adelante, cuando mi infancia conclayé, ie cuatro hijos fueron incubéndose, dia tras dia, sia sito, mientras la cana de ml estSmago me sorpren fa a mafiana, hasta seatie que mi cuetpo por fuera areca bastante comin, una plana superficie humana que vor dentro se convertia en una planta de tomates, aestaa ns hijos corrfan espantados por mi interior. Se que on ar siempre en el poco hueco ave ene mi cerebro, y ahora n Pig mn ram eps una madre cola, comin, reincldence, fichada en los pales cuademos maternales, Soy la madre prisioneradebido ala estruendosa conmocién que produjo mi. Programa soe que arruind mis dias y me doté de un carécter inestable me ja cada vez mas de mi misma. : See me podria presentar o describir. No lo sé. Sa pura exterioridad. No quiero pensarme como in simple envoltorio, dotado de un conjumto de érganos que me : sultan enigmdticos. Cuando trato de isieenane que verdaderamente sorprendida, porque finalmente logue se aloja en mf son un grupo de macerias imperfects, ies porel trabajo impago que realizan y la envidia que se tie entre ellas. Una suma de érganos que palpitan ante 7 trabajo ineesante (gn pass alguna) que le fue inguere y se enferman de tedio de si mismos. at ‘ao 9 tengo, saturados por el encierro y la laxicud perma ee, se preparan para atme muerte y ast culminas, sin cu es sin listima alguna, la funcién exterminadora que est ig a ejecutar. Seca ee cetan Ge tendo exhibirme, detallarme o analizarme, no me parece necesario. A una madre solo le cabe ensefatles alos ronatos, mas adelamte, sialguna vez traspasan de manera clardestina ‘mi hueso craneal, el peso de la moneda, sus trampas, la falta total de decoro y la pesadumbre erénica que puede llegar a desencadenat. ‘Mi tocaya, la Aurora Rojas, me entiende. Esté enferma, Ja pobre. La cabeza y los rifiones la traicionaton después de consolidar un acuerdo malvado entte ellos. Mientras observo Ia intensidad del suftimiento contenido en sus ojos, recuerdo la mirada final y penetrante de una yimana, Sé que su dolor la ennoblece y la Ilena de orgullo. Hola, Casimir. Hola, Aurora. Nos saludamos con una cortesia rigida porque ya no nos une el poderoso hilo de confianza que (hace un tiempo) nos volvia préximos, salvo Iaineerminable peregrinacién hacia la moneda. A mi tocaya le duele la cabeza y le duelen los rifiones, le digo. Ya sabia, me contesta, la noticia circula en las redes. ;En qué redes?, en cual de todas?, le pregunto. No importa, no importa, me dice, yo pienso que la Aurora Rojas se quedé atrds solo porque alguna de sus manias see instalé en la cabeza y ella no quiere que la vean conmigo, te dai cuenta que todavia no ka entendis bien ti, tenfs que ser mAs activa, tenfs que observar més, mucho mis, pa que me ayudis a incrementar la direccién emotiva de la caminata, Miro al Casimiro Barrios. Ahora parece completamente ficaz, un verdadero experto en su tarea de dirigente. El ha experimentado los peores castigos y la degradacién que reciben todos los oficios: egresado de una escuela de sastreria, més adelante componedor de calzado, luego pit- quinero, después ayudante de mecdnico, junior, afilador de cuchillos, repartidor de gas, nachero, cuidador de autos, clectricisa, temporero, conserje, ayudante de peluquero, cargador, recolector de bocellas, hasta convertirse en. un = ambulante. Pero siempre igual, conservando integra su intransigencia sostenida por la inamovible historia de la rabia, No renuncia a si mismo porque esté capturado por tuna memoria técnica obsesiva que pretende ahuyentar a través de constantes parpadeos, que hacen que su rostro asombre y se vuelva inolvidable. Pero el Casimiro (es0 lo reconocemos de manera uné- nime) es eficaz, exacto, confiable y su odio, expresado con palabras legibles, aticuladas en la absoluta conviccién que Jo mueve, le permitié encabezar la asamblea de ambalantes de ese dia, el definitivo. Fue justo un hunes cuando nos reti- ramos de las veredas, dejamos de lado nuestras mercaderias hasta el abandono y, en un gesto de arrojo sin condiciones, dlecidimos sumamos a la marcha y volvernos compactos para intentar cambiar, al menos, una parte de lo que desaraba el poco futuro que nos quedaba ante la decisién unénime 2 Ja que habia llegado la eGpula del mundo. Fue ese el dia, un lunes preciso, cuando él se convirtié en un emblema para cada uno de nosotros. Sucedi6 1n dia después de que ya se habia desencadenado la tragedia para las veredas que antes nos permitian el espejismo tcatral 0 Citcense y hasta operdtico de concar con un espacio propio en las calles, EI Casimiro Barrios impuso su diagnéstico temible aunque certero. Con su lenguaje pleno de expresiones genuinas y acudiendo a su cara més convincente, nos dijo ‘que teniamos que sumarnos a plenitud, apelando a toda la seguridad de la que todavia éramos capaces, para incorpo- ramos. la marcha como los ambulantes que éramos. Una marcha que nos permitirfa alcanzar la moneda. Dijo que fbamosa caminar doce mil quinientos kilimetros. Ni uno mas, pero tampoco ni uno menos. Y nos comunicé que el plazo final que teniamos para alcanzar la meta y acceder a la moneda (que nos mereciamos) era de trescientos setenta 26 Enconces repitié: ni uno més, pero tampoco ni uno a Dijo que eee de la condicién de informales, de figuras secundarias o terciarias —como fuimos clasifica- ddos—,n0s aceptaron los organizadores dea gran marcha Dio también que nunca conocié a los organizadores. Dijo gue habl6 con unos ayudances de ayudantes que apenas lo tomaton en cuenta. Dijo que eran unos desconsiderados.. Unos oportunistas, agreg6. Pero también dijo que lo tinico importante radicaba en la marcha, que era necesaria y era justa para nosotros. Dijo que la moneda nunca nos habia pertenccido, més alla de cada una de las interpretaciones posibles. El Casimiro Bartios recordé las llamaradas. Entonces, mi tocaya habl6 del incendio de la Biblioteca de Alejandria y dijo que era ‘un enigma, porque no se sabia exactamente qué pas6. Fla dijo que todos los incendios eran escalofriantes, pero el Casimiro Barrios la miré con una ineludible reprobacién y deseché su intervencién. Después siguié como si mi tocaya no hubiese dicho una palabra y nos dijo que, a pesar de que éramos los ultimos cuerpos que conformaban la marcha, debfamos aceprarlo. : EI Casimiro nos dijo que marcharlamos tan atrs que ni siquiera verfamos a los que nos antecedian porque consiguié para nosotros un lugar completamente aparte. Dijo que no iba ser un espacio permanente porque ibamos a adelantar las posiciones gracias a nuestra capacidadescallejeras. Dijo que no solo eta la tinica, sino quizés la tlkima posibilidad que nos quedaba (esa era la idea inamovible que quiso inducir en nuestras cabeza) Hinoculé, en cada uno de os cerebros que lo seguiamos, Ja seguridad de que teniamos una obligacién. Sus palabras nos sefialaron la urgencia de nuestro presente antes que deviniera la extincién (no quiso decir la palabra muerte). Una extincién que seria recibida como un signo itrisorio y hasta necesario para validar la incesante gestién de las estadisticas. Dijo que no tenia nada que agregar porque la decision ya estaba tomada. El Casimiro Battios dijo que 41y nosotros éramos un solo cuerpo. Dijo que le dolia la garganta y que iba a hacer girgaras de sal. Garg salmuera, nos dijo. es ce 3g Mientras el Casimiro Barrios exponia las itltimas razones que nos involucraban de manera imperativa en la marcha, mi tocaya me susurt6 que él nos usaba como meros recur sos humanos para extender su voluntariosa persistencia en tun mismo fracaso. Dijo que él era la representacién mds poderosa de Ia falla producida por una repeticién. Dijo que ella sabfa que él no era capaz de advertir y menos aun de detener las confabulaciones que se tejian para impedit. Por qué no te calli, le dije, ahora si que esti meando fuera del tiesto, Vai a ver, me contest, espérate noms, se le ocurren puras ideas sin salida al Casimiro Barrios, piensa puras estupideces justo cuando el mundo entero va pa otta parte, Mi tocaya es asi: critica, desconfiada, inteligente, cien- tifica, metédica. Le gusta disentir de manera incontrolable, porque I invade la duda ante cualquier aseveracién y supone que existe una alternativa mas ola posibilidad de cambiar 0 ampliar las certezas. O acude a varias premisas que, insiste, habria que examinar. Porque ella es, en cierto sentido, plural, atcavesada por ideas luminosas que la encienden y, por eso, dispersa una estela de dudas y punzadas contradictorias, todas atendibles, aunque siempre, al final, acata los acuerdos Y contribuye con su tesén en el devenir de las asambleas, ‘mieneras lucha por acallar sus incontenibles diferencias, En ese momento quise preguntarle por la direc:ién del mundo y la calidad de su camino, Deseaba que me explicara la ruta antagénica que presagiaba. Entendi también quea pesar de que ella abria una via distinta—pues contaba con prucbas que podian ser verificadas—, sabfa que, enese dia preciso, cl lunes de una semana que no se iba a cetenet, no alfa la pena oponerse y debatir. Después de to¢o ya lo habiamos acordado en la asamblea y si estdbamos

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