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Para dar inicio al presente escrito, vamos a tomar como referencia base el caso
planteado en la actividad: “William es un niño de 8 años de 3ª de primaria, cuando
la maestra le dice que van a ir al Jardín Botánico, se pone a gritar de la emoción
causando desorden en todo el salón, como consecuencia es castigado y no se le
permite ir a la salida programada.”
En años anteriores era muy común, normal y/o tal vez un requisito del docente
tomar un papel de castigador frente a ciertas conductas de los estudiantes,
muchas veces si el estudiante no respondía o rendía al mismo ritmo que sus
compañeros o al que el docente creía indicado, este debía ser castigado, y es
entonces cuando al hablar con nuestros padres en casos no muy lejanos acerca
de sus “historias de colegio”, es muy común oír hablar de golpes con la regla en
las palmas de las manos, pasar cierto tiempo de rodillas en el rincón, entre otros
castigos absurdos que vistos desde una perspectiva moderna, rayan en la línea de
maltrato infantil. ¿Pero que tan lejos se encuentra del maltrato infantil la
prohibición, a la expresión de felicidad del infante?
Como docente se debe tener siempre presente la muy mentada frase “cada
cabeza es un mundo diferente” y es que más allá de ser una simple frase, es una
guía, una alerta que indica que ante una determinada situación, se pueden
esperar diversas respuestas, en este caso William se emocionó al punto de
contagiar su emoción y euforia a sus compañeros, situación que la docente no
supo manejar y la llevo a tomar la decisión de castigar, sin pensar que con este
hecho se está generando un estigma en el niño, que en futuras ocasiones lo
puede llevar a bloquear la expresión de sus sentimientos libremente.