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EL FANTASMA

Victoriano Salado
Álvarez

El filo del mediodía, después de andar a caballo


seis horas seguidas, confieso que me sentía
fatigado, a pesar de mis venticinco años y de mi
práctica en estas diligencias de apeo y deslinde,
que constituían mi especialidad y mi único medio
de vida desde que recibí mi título de manos del
señor Presidente del Tribunal de Justicia.
En cambio mi contradictor, el licenciado don
José de la Luz Hoyos, a pesar de sus sesenta y dos
años cumplidos, estaba tan alegre y contento
como antes de salir de Tlaxochimilco.
-No se desabrigue, compañerito -me dijo-, que
es lo más fácil pescar un constipado en estas
montañas... Y si a mano viene una pulmonía doble,
como el pobre licenciado Ibarra, a quien
enterramos no hace dos meses.
-Pon eso por allí -dijo al cometón que nos
acompañaba-, y danos modo de hacer por la vida,
que estamos cayéndonos de necesidad. A las
bestias las atenderás después; por ahora sólo
aflójales las cinchas y arregla las mangas y los
sarapes de modo que podamos descansar un buen
rato. Se siente, se siente el calorcillo.
Bajo una frondosa parota había instalado
Frumencio los abrigos que nos habían cubierto
aquella mañana de otoño, en que ya empezaba a
alear la gruya, y con las sillas por cabecera nos
dispusimos a comer las viandas que sacaba de un
gran tompeate el mozalbete que don José de la
Luz llevaba a su servicio.
-Acá ese paquete -ordenó el licenciado-; no me
lo "malmodiés", que contiene el único modo con
que cuento de dar de comer a mi larga familia. En

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estas cosas, no sé por qué tienen ustedes los
modernos ideas tan singulares. Yo, en el Derecho
Español de Álvarez, en la Política Indiana de
Solórzano, en el Centenario de Montemayor y
Beleña, hallo la ley y los profetas. Sobre todo, hay
que buscar y concertar las medidas de los
agrimensores viejos y los mapas y croquis de los
indios y de los propietarios. No son cosas
inconciliables.
"Por ejemplo, ese arroyo se llama ahora de los
Lamentos; pero en el juicio, si a él llegáremos, le
probaría que no era sino el torrente de Antón
Martín, que claramente señala don Juan García de
Argomániz en su escritura... Aquella piedra blanca,
¿la ve usted?, claro está que es la misma que
después de haber tendido la cuerda encerada,
empleando el agujón y el astrolabio, señalaron el
juez Ruy Pérez de Coto y el escribano Juan de las
Hezas Ponce en el instrumento que poseemos,
aunque desgraciadamente mutilado y casi
ilegible..."
-¿Y el nombre del predio, licenciado? -dije yo,
sonriendo-. Porque mire usted que media distancia
entre los nombres de "Hacienda de las Copellas" y
"Rancho del Fantasma"... Yo sostendría que este
es el que se concedió a Gonzalo de Orozco en
1597, y que su hija Violante vendía ya con sus
límites actuales, monte y herido molino, al capitán
Luis García de Elorza con el nombre de "Estancia
de la Pantera", en 1643.
-Pues estaría muy equivocado, compañerito.
¿Mira usted aquella ladera con una casuca de mala
muerte? Pues esa era la famosa Estancia de la
Pantera, como se lo puedo demostrar fácilmente.
Y en aquella laderilla verde y viciosa, que se
extendía a nuestra vista sin más accidente que un
chorrillo de agua que parecía galón de plata
rodeando un brial de seda, y que a la cuenta era el
río de las Ajuntas, don José de la Luz me señaló las

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haciendas de las Trojes, de las Ánimas y de
Amezcua mientras comíamos el bastimento que
para aquel evento habíamos llevado.
-Eso del Fantasma es cosa nueva y depende de
una tradicioncilla vulgar que voy a contarle. De
algo le servirá a usted andar en compañía de un
viejo.
"De sobra sabe usted que a los principios del
siglo, después de la guerra de Independencia,
todos los minerales de Guanajuato se inundaron o
dieron en borra, de manera que la que había sido
opulenta ciudad en que se apaleaba la plata y
había fiestas y diversiones para chicos y grandes,
llegó a convertirse en lugarón miserable de donde
emigraron primero los pueblos de las minas, que
iban a unirse a los insurgentes o a los realistas,
después los propietarios, a quienes perseguían las
gavillas, y al último los comerciantes, los
agricultores y toda la gente de paz, que iban en
busca de lugares donde se viviera mejor y sin
tantos sobresaltos.
"Entre las gentes que quedaron se hallaban
doña Legarda Aillón y su hija María Manuela,
doncella que ya pasaba de la edad de Cristo.
"Retiradas en su casuca, en la cuesta de los
Mandamientos, no sabían ni cómo seguir viviendo
en el mineral ni cómo marcharse de él: no tenían
más industria que la de la aguja, y más por
caridad que por necesitarlo, algunas gentes
bondadosas les encargaban ora los "embutidos"
exquisitos, ora las "guardas" primorosas, ya el
bordado en oro de algún cendal o túnica para
santo milagroso o bien la enseñanza de niñas a
quien enseñaban a ejecutar "dechados", en que
iban en sedas de todos colores muestras de todas
las habilidades posibles en materia de costuras,
desde las letras para marcar toscas y primitivas
hasta el más primoroso "dobladillo de ojo".
"Pero un día se presentó un problema terrible e

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inaplazable a aquellas desdichadas. Debían seis
meses de casa, y nueve pesos, que eso sumaba en
total lo que les reclamaba diariamente el feroz don
Antonio Ziriza, no se podían sacar en junto sino
después de muchos meses de ahorros y
privaciones.
"Sin decir nada a la hija, salió desesperada doña
Lugarda a buscar... no sabía bien qué iría a
buscar... pero en fin, a salir de aquellas cuatro
paredes que la asfixiaban.
"Andando y andando, la pobre dio con una
comadre llamada doña Juliana Ponce, a quien
luego de informarse de salud y trabajos, le refirió
el horrible apuro en que se hallaba.
"-Así son los caseros, mi alma, y ese don
Antonio acabará por poner sus trastos en medio de
la calle, a pesar de estas lluvias, que nos tienen
inundadas, si usted no le da aunque sea un corto
abono. Yo si pudiera servirle... pero ya sabe cómo
andamos todos...
"-Es la verdad -respondió doña Lugarda.
"-Sólo hay un arbitrio, Lugardita. Que se
decidieran a tomar la casa de los señores
marqueses de San Juan de Rayas...
"Doña Lugarda rió de buena gana en medio de
su aflicción, y repuso con buen acuerdo:
"-Julianita, ¿está usted burlándose de mí? Si no
puedo pagar miserables doce reales por la casuca
en que vivo, ¿quiere que me vaya a habitar ese
palación enorme en que ni siquiera he entrado
nunca?
"-¿En qué tierra vive usted, vida mía? ¿Entonces
no sabe que nadie quiere ni pasar por esa casa,
porque en ella espantan? No sé qué habrá. Cosas
de duendes, de aparecidos, de cadenas que
suenan, de puertas que se abren, de patios
embrujados... En fin, con decirle que Teclita Mares,
la última inquilina que habitó allí, quedó perlática
y dando de pie y mano, y que la anterior, doña

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Chonita Martínez, salió peor: salió con los pies por
delante y hace buenos años descansa en el
camposanto.
"-Ni pensarlo, hija, ni pensarlo -dijo la afligida
señora, que se despidió de prisa de su amiga.
"Pensativa, además, llegó a su casa la pobre y
desvalida doña Lugarda, y no tardó en referir el
caso a su hija, que con ese valor propio de la
inexperta juventud respondió animosa:
"-Señora madre, no sé qué será peor: si
quedarmos a la interperie o meterse en una casa
vieja y lóbrega. ¿Qué espantan? Pues tal vez no
nos espanten a nosotras, o todo sea fábula y
mentira. Vamos a la casona y Dios dirá, que con
mi buen rosario de Jerusalén y los conjuros que me
ha enseñado el padre Jaén, estoy segura de que
no podrán nada contra nosotras todos los espantos
del mundo.
"Y como el valor es contagioso como el miedo,
madre e hija resolvieron ir a ver al administrador
de los bienes del difunto señor Zardaneta, que les
infundió ánimos, con que no contaban.
"-Yo creo -dijo el buen señor, que todavía
llevaba coleta y calzón corto-, que todos son
decires y chismes de las comadres desocupadas...
Sí, hablan de un fantasma; pero sabido es que los
muertos no vuelven, y que afirmar lo contrario no
sólo es contrario a las luces de nuestro siglo, sino
pecado grave contra la fe.
"Recibieron pues, las llaves las pobres mujeres,
y abrieron puertas y postigos sin que devorase
ningún trasgo ni se les apareciera ninguna bestia
espantable.
"En la gran cocina de la casa, empezaron a
calentar su pobre comida, cuando la muchacha,
que debe de haber estado un sí es no es
contaminada del escepticismo del siglo, dijo con
sorna:
"-¿Oye usted ese tormentón, señora madre?

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Pues en las espaldas tendríamos que soportarlo si
no hubiera su merced aceptado la dádiva de esta
casa. Para mí que no hay tales espantos... ¡Qué va
a haberlos cuando tanto tienen que hacer en el
otro mundo!
"No bien acababa de decir esas cosas la más
joven de las dos mujeres, cuando se abrió la pared
y apareció un caballero con capa de grana,
sombrero al tres y chorrera de encajes.
"Sin esperar nada, dijo con voz tonante:
"-Yo soy don Juan...
"Madre e hija cayeron privadas, cada una en un
extremo del viejo cocinón de campana, en que se
había los aprestos necesarios para asar desde un
pichón hasta un ternero de buen tamaño.
"La primera que despertó del letargo, que fue
María Manuela, reanimó a la otra, aunque no pudo
reanimar el mísero candilejo con que se
alumbraban. Toda la noche, que se pasó de claro
en claro, fue para elaborar proyectos. Al día
siguiente saldrían de aquella casa endiablada
aunque tuvieran que dormir debajo de un puente.
A otro perro con ese hueso. ¿Ellas en contacto con
ánimas del purgatorio o de quién sabe qué
regiones inferiores? No en sus días, así tuvieran
que mendigar el sustento de puerta en puerta.
"Al día siguiente se levantaron animadas de tan
sano propósito, pero, al ir a recoger sus cosas,
vieron que en la cocina no sólo abundaban el
carbón y la leña, sino que también había buenas
cantidades de frijol, maíz y harina, también
pajuelas de arder, azúcar, piloncillo, chocolate y
muchas cosas de calidad suprema.
"Tomaron con precauciones una tablilla de recio
Soconusco, midieron dos tazas, que en un
momento hirvieron en un jarro apropiado, y ya
más tranquilas empezaron a pensar hacia dónde
enderezarían el pobre barco de su menguada
fortuna.

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"Seguía lloviendo a mares, y esperando que
amainara un poco se dieron a pensar si no sería
ilusión de su fantasía lo que acababan de ver.
Claro; sugestionadas por las narraciones de gentes
que nada habían visto y sólo se referían a relatos
de gente impresionable y quizás empecatada,
creyeron que habían visto algo que no podían ver,
porque no podían verlo, porque repugnaba a la
recta razón, porque era grave pecado contra la fe.
"Y en efecto, al día siguiente no resultó la
aparición, ni el otro día, ni cuatro o cinco más. Ya
recorrían la casa con confianza, ya se daban
cuenta de las comodidades de que habían gozado
sus dueños. Se miraban en el agua vacilante de
las lunas venecianas de los "trumeaux",
descabezaban buenas siestas en las camas
grandonas, mullidas y sabrosas; se sumergían en
los cojines de los canapés; registraban los
secreteres; encendían las luces de las cornucopias,
cuando se apareció el tío aquel de la capa de
grana un día a la hija en el lavadero, otro a la
madre en un pasillo, otro a ambas en el gran tinelo
a la hora de la cena, no ya tan frugal como al
principio de su estancia en el palacio, debido a las
provisiones que hallaron acumuladas.
"No, no cabía duda que el aparecido tenía allí su
asiento, y por algo venía a este mundo. Era alto de
cuerpo, enjuto de carnes, blanco de rostros, de
ojos azules, de cabello ensortijado y rubio
grisáceo. Tenía la cara larga, la nariz ligeramente
encorvada, iba afeitado y la mano con que
accionaba era fina, larga y bien cuidada. La otra
cogía el puño del espadín, que levantaba la capa
roja que caía más abajo de las corvas. Llevaba
medias blancas de seda y zapatillas con grandes
hebillas de plata.
"La presencia del fantasma llegó a hacerse cada
día más y más distante.
"Primero llegaba cada dos semanas,

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generalmente los sábados; después cada tres
meses; luego dos veces por año. Al fin se alejó a
largos plazos.
"Les lucía el pelo a ambas señoras, y su aspecto
era más bien de lozanas hacendadas que de
pobres costureras.
"Atareadas estaban un día las dos mujeres en el
cuidado de la casa, cuando dijo la más vieja:
"-¿Y el espanto, tú?
"-De veras, madre, ¿qué pasará con el buen
señor?
"En ese momento apareció el fantasma y
exclamó con su voz de mando:
"-Yo son don Juan...
"No acababa de hablar, cuando la muchacha, ya
sin susto, le dijo, como si hubiera sido un antiguo
amigo:
"-¿Qué le había sucedido en tanto tiempo, don
Juanito?
No necesitaba más el espectro para hacer la
relación que llevaba lista, y que nadie oía porque
inmediatamente se "privaba".
"Había muerto a mano airada, traicionado por
una mujer liviana y por un amigo falto de
escrúpulos. Necesitaba sufragios y señaló el
número de misas, rosarios, comuniones y viacrucis
que era menester para que subiera su alma a
gozar de la eterna luz. Dijo dónde había
enterradas alhajas con diamantes tablas,
cubiertos, azafates, pescaderas, espadines,
collares, medallones, mancerinas, todo de oro. Las
monedas de oro y las barras de plata eran en
cantidad incalculable y de todo tomaron posesión
las honradas dueñas, porque para ello tuvieron el
permiso de su propietario. Compraron casas y
terrenos, favorecieron a sus parientes que lo
necesitaban y la doncella contrajo justas nupcias
con un caballero, que administró juiciosamente
sus bienes, entre otras esta hacienda del

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Fantasma, como le pusieron sus dueñas."
Esto fue lo que me refirió el licenciado don José
de la Luz Hoyos una siesta caliginosa, en el lugar
llamado Cerro del Espanto.

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