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Evolución del régimen de certificación de semillas en Colombia:

Iván Vargas-Chaves

Resumen

Palabras clave

Introducción

El proceso de reglamentación de las semillas encuentra su sustento en el fin


constitucional de garantizar estándares de sanidad en el país, situación que deriva en
beneficios para la salud y un aparente interés general, sin embargo detrás de la
reglamentación también se incorpora un fuerte proceso de regulación y
direccionamiento de los mercados que beneficia ciertos interés particulares, y termina
en realidad lesionando el interés general.

Como se plantea en el presente texto, dicha situación genera una fuerte confrontación
entre el texto de la norma y una realidad que se niega a adoptarlo, la aplicación de las
normas mencionadas afecta la construcción de un tejido social que se ha venido
forjando durante muchos años y que consolida toda una estructura social y cultural que
se ha generado en torno a las semillas.

Teniendo en cuenta lo anterior, es necesario dar respuesta al problema jurídico del


presente texto, y

los productos campesinos a los consumidores, dicha situación parece entrar en una
fuerte contradicción con lo establecido en la Resolución 970 de 2010 y demás procesos
reglamentarios para el uso de la semillas, las cuales crean todo un modelo de acceso y
consumo de semillas direccionado al interés de unos pocos particulares, en
contraposición al tejido social que se ha venido forjando y que es la base estructural de
los pequeños productores, los cuales de acuerdo al acuerdo final de paz, son la base de
la negociación.

Dicha situación genera otro grave problema, relacionado con la seguridad y soberanía
alimentaria del país, el control sobre la comercialización de las semillas de una manera
u otra se traduce en el control sobre la seguridad alimentaria y por consecuencia afecta
la soberanía de los países, quienes frente a un mercado monopolizado se sujetan a las
condiciones que ciertos intereses económicos puedan tener, este escenario puede ser un
grave problema para el Estado colombiano, ya que al cerrar la posibilidad de poder
producir las semillas y obligar al consumo de una semilla especifica, desincentiva las
practicas de los pequeños agricultores, los cuales son la base fundamental de la
seguridad alimentario del país.

El presente texto realiza en primer lugar un estudio de los antecedentes de la Resolución


970 de 2010.

1. Antecedentes de la reglamentación de semillas certificadas


2. La Resolución 970 de 2010, la regulación en materia de semillas certificadas y el
caso de Campoalegre

El proceso de reglamentación que se ha venido realizando en Colombia ha tenido un


enfoque punitivo, evadiendo los mecanismos de participación necesarios (Vargas-
Chaves, Rodríguez & Gómez, 2016); ignorando el tejido social que existe en torno a la
resiembra de semillas. Los procesos de reglamentación de certificación de las semillas
surgen en un contexto de globalización económica, y de protección de las inversiones de
la industria agrícola. De ahí, surgen organizaciones intergubernamentales como la
Unión Internacional para la Protección de las Obtenciones Vegetales UPOV, que
administra el Convenio UPOV que reglamenta la protección de las mejoras
convencionales y no convencionales de las variedades vegetales.

En el ámbito comunitario-andino, del cual hace parte Colombia al igual que del
sistema UPOV, se destaca la estructuración de normas que refuerzan esta protección
como la Decisión 345 de 1993 de la Comunidad Andina de Naciones, que regula el
Régimen Común de Protección a los Derechos de los Obtentores de Variedades
Vegetales. Estas normas refuerzan normas de Derecho interno, entre estas las
Resolución 187 de 2006 del Ministerio de Agricultura y Desarrollo Rural y la
Resolución 970 de 2010 del Instituto Colombiano Agropecuario – ICA.

Lo anterior se refuerza con la normatividad penal, que incorporando como delito la


usurpación de derechos de propiedad industrial y derecho de obtener de variedades
vegetales. Esto se encuentra figado en el artículo 306 de la Ley 1032 de 2006, por la
cual se modificó el Código Penal, y que estableció que el que, fraudulentamente, utilice
o usurpe derechos de obtentor de variedad vegetal, protegidos legalmente o
similarmente confundibles con uno protegido legalmente, incurrirá en prisión de cuatro
a ocho años y multa de veintiséis puntos sesenta y seis a mil quinientos salarios
mínimos legales mensuales vigentes.

Se estableció en la misma norma que en las mismas penas incurrirá quien financie,
suministre, distribuya, ponga en venta, comercialice, transporte o adquiera con fines
comerciales o de intermediación, bienes o materia vegetal, producidos, cultivados o
distribuidos en las circunstancias previstas en el inciso anterior. Cabe resaltar que la
Corte Constitucional en Sentencia C-501/14, declaró exequible el mencionado artículo
306, señalando que la expresión “o similarmente confundibles con uno protegido
legalmente” no es aplicable al delito de usurpación de los derechos de obtentores de
variedades vegetales ya que no era posible definir cuál es el grado de similitud.

Volviendo al régimen de certificación de semillas, si se analiza la normatividad


en su contexto, se evidencia una tendencia impositiva que busca modificar usos y
costumbres tradicionales que son parte esencial de los procesos de producción,
especialmente de los pequeños agricultores. En el caso de la Resolución 187 de 2006
que reglamenta la producción, procesamiento, certificación, comercialización y control
de la producción agropecuaria ecológica, vemos que su objeto es crear un sistema de
control para la producción ecológica, que obliga a los productores –entre los que se
encuentran por supuesto los campesinos– a registrarse ante el ICA. La norma crea
además un régimen de autorizaciones para poder desarrollar sus actividades.
Por su lado la Resolución 970 de 2010, por medio de la cual se establecen los
requisitos para la producción, acondicionamiento, importación, exportación,
almacenamiento, comercialización y/o uso de semillas para siembra en el país, su
control y se dictan otras disposiciones contiene las disposiciones más restrictivas al
pretender reglamentar y controlar la producción, acondicionamiento, importación,
exportación, almacenamiento, comercialización, transferencia a título gratuito y/o uso
de la semilla, para siembras de cultivares obtenidos por medio de técnicas y métodos de
mejoramiento convencional.

La Resolución en su artículo 12 obliga a los agricultores a usar semillas


certificadas o ‘semillas legales’. Esta obligación se traduce en que únicamente estos
pueden sembrar aquellas semillas que han sido certificadas por el Instituto Colombiano
Agropecuario – ICA. Esto implica que las semillas que han sido utilizadas por los
agricultores durante generaciones se enmarcan en la ilegalidad; direccionando la
adquisición y siembra de aquellas semillas que pasaron por este proceso que, como lo
mencionamos en líneas anteriores, resulta oneroso y restrictivo para los campesinos que
no cuentan con la infraestructura económica y técnica para certificar sus semillas.

Otra imposición que merece la pena destacar es el artículo 15 de la Resolución


970 de 2010 sobre la reserva de la cosecha para su resiembra, que como también lo
mencionamos anteriormente es una práctica tradicional de los campesinos consistente
en guardar la mejor parte de una cosecha anterior para reutilizar la semilla en una
próxima siembra. Esta práctica tradicional fue limitada por la resolución, y la sujeta a la
autorización del ICA bajo ciertos parámetros, sobre al particular la norma estableció que
quien pretenda reservar parte de su cosecha debe solicitar autorización al ICA, tener una
única explotación agrícola por ciclo de siembra igual o menor a cinco hectáreas
cultivables, dependiendo de la especie.

Otros requerimientos para que puedan resembrarse sólo por una única vez,
llevan a que los campesinos no deben haber superado la densidad de siembra
establecida por especie, demostrando al ICA que en la explotación ha usado semilla
certificada o seleccionada y tener el predio donde ejerce su cultivo o explotación a una
distancia mayor a mil metros respecto del predio donde otro agricultor se encuentre
haciendo uso de esta reserva sobre el mismo género o especie vegetal. Esto sólo por una
única vez, pues a partir de la segunda resiembra el campesino debe volver a adquirir la
semilla al titular.

No cabe duda para nosotros que esta regulación atenta contra los conocimientos
tradicionales y las costumbres de los agricultores; de esta manera, si el agricultor quiere
utilizar sus semillas debe registrarlas ante el ICA, dando cumplimiento a los requisitos
establecidos, y si no tiene la capacidad debe pagar los royalties al titular. Pero preocupa
más aún que el delito al que se refiere el citado artículo 36, actúa como un mecanismo
coercitivo contra los campesinos como sujetos de aplicación de la norma, ya que se
busca modificar toda una estructura social, económica cultural a través del Derecho
penal; castigando en algunos casos el ejercicio del derecho de proveerse sus propios
medios de sustento mediante la agricultura.

3. El nuevo escenario tras Campoalegre, la derogación de la Resolución 970 de 2010


y la promulgación de la Resolución 3168 de 2015
El artículo 15 de la Resolución 970 de 2010, les exigía a los campesinos colombianos
solicitar la autorización del ICA para sembrar sus cultivos, indicándoles donde se debía
hacer, y demostrando que la semilla utilizada se encontraba certificada o seleccionada
según las exigencias de este organismo. Si nos atenemos con rigurosidad a lo dispuesto
en esta resolución, nos encontramos con que pese a no prohibirse expresamente la
siembra de semillas nativas, éstas se ven afectadas al haber contenido la Resolución
zonas grises que las catalogaban como semillas ilegales en tanto no estaban certificadas.

Estas disposiciones le permitieron al ICA en el año 2013 realizar una acción sin
precedentes en la historia reciente de Colombia. La entidad ordenó a la Policía Nacional
decomisar y enterrar cientos de toneladas de arroz en uno de los rellenos sanitarios de
Neiva, capital del Departamento del Huila. La decisión del ICA, tuvo como justificación
que el arroz producto de esta semilla no era apto para el consumo, ya que al no estar
certificadas no se ajustaban a la reglamentación exigida.

En realidad, gran parte de los cultivos tradicionales en Colombia provienen de


semillas que no son certificadas porque lo campesinos, pueblos indígenas o
comunidades étnicas no tienen la infraestructura técnica ni la capacidad económica para
certificar las semillas que ellos mismos han modificado por la vía convencional.

La acción impulsada por el ICA en Campoalegre fue en realidad un antecedente


que quería dejar sentado ante la opinión pública para que los campesinos colombianos
tuvieran conocimiento del alcance de esta norma, y se abstuvieran de realizar sus
prácticas tradicionales (Grupo Semillas, 2013). El argumento de que una semilla de este
tipo que se recoge y resiembra varias veces genera problemas sanitarios, al encontrarse
en el mismo lugar donde haya arroz rojo, perdiéndose la parte genética del material
(Clavijo & Montealegre, 2010), pasa a un segundo plano si entendemos la justificación
real de una política de protección al sector privado.

Sobre el documental de Victoria Solano del que recogimos algunas entrevistas


para el presente estudio, no hacemos ningún juicio de valor al carecer de rigor
académico por no estar contrastado en fuentes, ni tampoco validado por pares
evaluadores expertos. En todo caso, ello no resta mérito como fuente, lo que en realidad
haces es ir directamente ante los campesinos, e indagar en primera voz sobre el
problema que les representó la Resolución 970 de 2010.

Por otra parte, aunque existan algunos supuestos de exoneración de esta


obligación como la ‘excepción del agricultor’ que les permite a los campesinos la
resiembra de variedades que hayan pagado el royality, esto, es sólo una vez, teniendo
que adquirir la semilla original cada dos ciclos, pagando el precio y cerciorándose que
el terreno utilizado no supere las cinco hectáreas. Sin dejar de mencionar que los
trámites burocráticos que deben realizar para acogerse sólo una vez a esta excepción
resultan extenuantes.

Todo esto, sumado a lo acontecido en Campoalegre, fue el detonante para que se


desarrollara el Paro Nacional Agrario de 2013, pues los campesinos estaban
preocupados porque esta reglamentación afectaba su modo de vida, lesionaba su
soberanía alimentaria y los hacía dependientes a semillas certificadas de
multinacionales. Pese a ello, aunque la Resolución 970 de 2010 no prohibía
expresamente resembrar sus semillas nativas, de manera indirecta al no estar éstas
certificadas para su comercialización, quedaron prohibidas en todo el territorio
colombiano.

Con este fundamento se llevó a cabo el operativo de decomiso de semillas en el


Municipio de Campoalegre, presentándose enfrentamientos entre los campesinos y el
Escuadrón Móvil Antidisturbios ESMAD de la Policía Nacional. Se observa de los
testimonios recogidos en el documental de Victoria Solano, que los campesinos
denuncian amenazas de los agentes de la Policía de que serían judicializados por violar
la resolución. Estos respondían desconocer el contenido normativo del decreto y además
la no capacitación sobre lo que regularía la actividad agrícola, puesto que no les
transmitieron información por ningún medio (Solano, 2013).

Ello nos lleva indefectiblemente a la figura de ‘error de prohibición’, el cual


recae sobre el conocimiento del carácter injusto del acto, sobre su comprensión o sobre
la intensidad de la ilicitud. En tal situación, el autor tiene la convicción de obrar
legítimamente sea porque considere que la acción no está prohibida; porque ignore la
existencia del tipo legal, esto es, ignorancia de la ley; porque dé a una causa
justificación o un alcance que no tiene; o, porque juzgue que concurre una causal de
justificación que la ley no consagra o finalmente porque se considere legitimado para
actuar. (Balaguera & Pallares, 2012; Gómez, 2003).

Este escenario también nos remite al posterior incumplimiento del gobierno


sobre lo pactado en el marco del Paro Nacional Agrario, el cual se desató como
consecuencia de problemáticas derivadas del decomiso de semillas no certificadas, así
como de una política agraria no incluyente con el campesinado colombiano (cita), entre
otros factores.

No era de extrañar, como lo señalan Vargas, Gómez & Rodríguez (s.f.) que tal
incumplimiento se previa desde antes de pactarse, pues no en vano desde aquel entonces
se evidenciaban “las trabas y las contradicciones que el gobierno presentó en las mesas
de negociación” por ello “se debe llevar la propuesta de realizar una consulta popular
sobre la necesidad de revisar los TLC en materia agrícola y de propiedad intelectual
[semillas]” (Dorado, 2013, p. 2), de allí que no nos apartamos de la realidad si
afirmamos que la soberanía alimentaria no era una prioridad para el Gobierno.

Respecto a la situación derivada de lo anterior:

“(…) la cuestión que evidentemente cabría plantearse es si ante el incumplimiento de lo


pactado en los Acuerdos de la Mesa Regional Agropecuaria de Boyacá, Cundinamarca
y Nariño, así como el Acuerdo de la Mesa de Tunja, estos podrían ser objeto de una
acción de cumplimiento, a pesar de no ser una norma integrada al ordenamiento
jurídico, ni un acto administrativo en estricto sentido, sino tan sólo dos Acuerdos en los
cuales el Gobierno plasmó su voluntad de manera taxativa e inequívoca de suspender la
Resolución 970 de 2010, a cambio del levantamiento del paro nacional agrario”
(Vargas, Gómez & Rodríguez, s.f.).

En cualquier caso, el objetivo del presente texto no es detenernos en el análisis


jurídico del incumplimiento como sí comprender los efectos de la nueva resolución;
tema que analizaremos a continuación, no sin antes reiterar –como lo mencionábamos
en líneas anteriores– que al finalizar el operativo en el Municipio de Campoalegre, el
ESMAD decomisó en su totalidad los bultos de arroz que los agricultores tenían
almacenados, depositándolos posteriormente en un relleno sanitario a las afueras de la
ciudad de Neiva.

En definitiva los agricultores colombianos, guardianes de una práctica ancestral


de resiembra, actualmente se ven obligados a adquirir semillas certificadas para contar
con su habitual medio de subsistencia mediante su siembra. Con todo, el antes y el
después de la ya derogada Resolución 970 de 2010 del ICA, cuyo reemplazo se dio con
la Resolución 3186 de 2015, marcó una nueva dinámica en el agro colombiano.

Ahora bien, si nos detenemos en analizar la nueva resolución vemos que su eje
de acción se sitúa tanto en la reglamentación, como en el control y en la producción de
semillas como un producto mejorado, susceptible de ser comercializado en el mercado
para su posterior siembra.

El concepto de mejora –científica en este caso– no obstante queda abierto a


distintas interpretaciones. Mejoramiento que en el sentido propuesto por la norma, como
la labor de modificar determinadas características genéticas de una variedad para
obtener mejoras que a su vez se traduzcan en características que le otorguen al titular
una ventaja competitiva; y que, desconoce en su concepción los métodos tradicionales
de mejoramiento realizados desde épocas ancestrales por los pueblos indígenas,
comunidades étnicas y campesinas.

Ciertamente el mejoramiento genético no es una actividad exclusiva de la


industria fitomejoradora, y esto es algo que no queda claro en la resolución a diferencia
del sistema UPOV que contempla las mejoras convencionales de las no convencionales.
Por lo demás, el reconocimiento del mejoramiento tradicional se dio desde la
jurisprudencia de la Corte Constitucional en su Sentencia C-1051 de 2012 por medio de
la cual declaró inexequible por falta de un consentimiento libre, previo e informado
mediante un proceso de consulta previa– de la Ley 1518 del 13 de abril de 2012, a
través de la cual se aprobó el Acta de 19 de marzo de 1991 del Convenio Internacional
para la Protección de Obtenciones Vegetales.

“El ICA en toda la norma insistentemente señala que se aplica a semillas producto de
“mejoramiento genético, pero no aclara a qué se refiere por mejoramiento genético
convencional y no convencional. El ICA en todo el desarrollo del texto: en el objetivo,
en el ámbito de aplicación y en las definiciones, pretende dar a entender que refiere solo
al mejoramiento que realizan los fitomejoradores, y las empresas productoras de
semillas comerciales; pero en realidad la norma tambiénn se aplicaría también a las
semillas obtenidas por mejoramiento genético que realizan los agricultores de
comunidades indígenas afro y campesinas.” (Grupo Semillas, 2015; citado por Melo,
2017, p. 15)

Ahora, teniendo en cuenta a los productores de semillas fruto del mejoramiento


genético, éstos deben cumplir requisitos de calidad. En el artículo 4 de la Resolución,
se establece que los productores registrados como productores y comercializadores de
semillas certificadas, deberán cumplir con requisitos mínimos para las semillas
obtenidas por medio de procesos científicos para el mejoramiento genético de: arroz,
maíz, algodón, papa, sorgo, arveja, cebada, trigo, soya, ajonjolí, maní, yuca y frijol.

Sin embargo, para el caso de los pequeños agricultores que producen y


comercializan semillas criollas o como las llama la resolución “semillas no
certificadas”, nos queda la duda de si serían en realidad –o no– objeto de lo norma, o
cómo lo plantea el Grupo Semillas (2015) ¿qué sucedería si un pequeño agricultor
produce y comercializa semillas criollas o semillas no certificadas de estos cultivos?
¿Le aplicaran con rigor esta norma?

Sobre el registro de las semillas obtenidas con ocasión de un procedimiento


científico para el mejoramiento genético, éste se deberá hacer ante el ICA en el registro
nacional de cultivares comerciales, siempre y cuando la mejora que se quiera registrar
no cuente con una protección de derechos de obtentor. El artículo 12.1 sobre los
requisitos para el establecimiento de la prueba, indica que es el interesado quien debe
presentar solicitud ante la Dirección Técnica de Semillas del ICA,

Un aspecto a tener en cuenta de ambas resoluciones, 970 de 2010 y 3168 de


2015, es que se contempla únicamente la posibilidad de mejorar y producir semillas
siempre y cuando éstas hayan sido obtenidas de una semilla previamente protegida; esta
actividad es reconocida en el Acta de 1978 del Convenio UPOV. La problemática de
esta disposición es que limita la práctica de resiembra, así como otras prácticas
tradicionales que los campesinos, pueblos indígenas y las comunidades étnicas han
desarrollado, y cuyo reconocimiento yace en el Convenio 169 de la Organización
Internacional del Trabajo, o en el TIRFAA - Tratado Internacional sobre los Recursos
Fitogenéticos para la Alimentación y la Agricultura, entre otros instrumentos
internacionales.

De hecho si nos remitimos a este último, la Resolución 3168 de 2015 lesiona el


interés jurídico protegido de los derechos de los agricultores, en tanto establece que no
se deberán dar interpretaciones de la norma en contra de los derechos que tienen los
agricultores para conservar, utilizar, intercambiar y vender elementos de siembra, así
como de propagación que estos tengan en su terreno. Por lo demás, la resolución
mantiene el privilegio del agricultor en su artículo 22:

“El agricultor interesado en una variedad protegida por derecho de obtentor, tal como lo
contempla la Decisión CAN 345 de 1993, podrá reservar producto de su propia cosecha
para usarla como semilla para sembrarla en su misma explotación de conformidad con
las áreas por especie así: arroz hasta 5 has. (una tonelada), soya hasta: 10 has. (800
kilos), algodón hasta 5 has. (60 kilos) Lo anterior sin perjuicio de lo establecido en las
normas vigentes para los planes de manejo y bioseguridad”.

Lo reprochable en este caso, es que se restrinja el privilegio de los agricultores


de conservar las semillas protegidas a un tipo de cultivo, como lo es el de arroz, soya y
algodón y, por añadidura, más allá de limitar el número de semillas y el tipo de cultivos,
se restringe además la propagación de plantas de especies frutícolas ornamentales y
forestales. En igual sentido, por motivos de bioseguridad se exceptúan las semillas
modificadas genéticamente, además de aquellas que se obtienen por mutaciones
espontáneas o inducidas artificialmente.

Según la 3168, solo se pueden producir, comercializar y registrar semillas


autorizadas y certificadas con su respectiva rotulación. En ningún caso, plantea la
norma, se contempla el registro de semillas que sean similares o induzcan a error en el
comercio. En la resolución no se especifica con claridad quienes están autorizados, sin
embargo, se puede colegir que los agricultores tradicionales, los pueblos indígenas y
comunidades étnicas, quienes se han dedicado a la producción, selección, intercambio y
comercialización de las semillas permanentemente han violado esta resolución, toda vez
que, las semillas que usan no son certificadas ni rotuladas (Grupo Semillas, 2015).

El ICA tiene como instrumento el control policivo, aspecto que está incluido en la
resolución 3168. Así el ICA realiza allanamientos y decomisos de semillas en centros de
almacenamiento y en cultivos de agricultores.

Los infractores de la 3168 serán sancionados con multas que podrían llegar hasta 10.000
SMLMV, prohibiciones temporales o definitivas de cultivos o cría de animales,
cancelación del registro como productor o importador o permisos concedidos por el
ICA; adicionalmente quienes obstaculicen o impidan el desempeño el ejerció de las
funciones del ICA o de sus funcionarios serán sancionados con las penas estimuladas en
las leyes Colombiana por agraviar a las autoridades.

Las prohibiciones y restricciones contenidas en la 3168 que a la vez incluye las de la


970, se fundan en el principio de usurpar los derechos que tiene un obtentor de
variedades, la cual es posiblemente confundida con una que sea legalmente protegida.
este concepto fue evaluado por la Corte Constitucional, en el contenido del articulo 306
del Codigo penal Colombiano concerniente a los derechos de obtentor vegetal y ordena
eliminar la expresión “semillas similarmente condundible”

La inclusion de conceptos de semillas “similiar mente confundibles” en la 3168 generan


confusion y ambiguedad, teniendo en cuenta que debemos determinar a que es lo
“confundible” o para quien es “confundible”. Peor aun, cual es el fundamento para
determinar que una variedad es similar o no, o sí lo que se pretenden penalizar por ser
“similar” o presuntamente “confundible” es preexistente respecto a la variedad con la
cual se compara. Las restricciones y prohibiciones que propone la resolución, son
dañinas para los agricultores, en el entendido que, muchas semillas modificdas y
protegidas puede ser percibidas como semillas criollas y confundirse como si lo fuese y
no por el contrario como lo intenta esgrimir la norma. En su lugar, la resolución debería
prohibir de forma expresa el registro sobre semillas que sean similares a las variedades
vegetales criollas que no cuentan con una protección legal.

Los cambios más relevantes de la Resolución 3168 de 2015 que reemplazó la


Resolución 970 de 2010 que reglamenta las semillas en Colombia, entre las que se
encuentran:

• La nueva norma reglamenta únicamente las semillas de cultivares obtenidos por el


mejoramiento genético, no las semillas nativas ni criollas. Es decir, no afecta la
soberanía alimentaria

• Se eliminó el término general del uso de semillas, ya que se daba a entender que
todos sus usos eran controlados.

• Se eliminó el control de la transferencia a título gratuito de semillas, que generaba


preocupación en el libre intercambio de semillas entre comunidades étnicas.

• Se eliminó el sistema de información de cultivos en el cual los agricultores debían


inscribir sus fincas y semillas en las oficinas locales del ICA.
• La reserva de la cosecha se cambió por el privilegio del agricultor, el cual consiste en
que las variedades vegetales que tengan o estén protegidas por el derecho obtentor
puedan ser utilizadas por los agricultores hasta unos mínimos razonables.

• Se eliminan las condiciones adicionales para la reclamación por calidad de semillas,


lo que facilita al agricultor realizar dicho proceso.

• Los marbetes que se utilizaban para identificar la semilla certificada, se cambiaron


por las etiquetas. En esta nueva modalidad el productor de semillas declara que ha
cumplido con todas las disposiciones para producir la misma. Sin embargo, el ICA
sigue siendo ente certificador y realizará de forma aleatoria visitas de inspección,
vigilancia y control con el fin de verificar el cumplimiento de las normas mínimas de
calidad de semillas en los lotes.

• Se eliminó el término “semilla ilegal” por cuanto, la resolución dicta medida para la
calidad de semillas y las semillas están dentro o fuera de estándares de la calidad. No es
competencia del ICA establecer ilegalidad o legalidad de hechos.

Por otro lado, sería también contrario a la resolución; la comercialización de una


variedad criolla con su nombre originario, ya que, a la luz de la norma se estaría
induciendo en error, confusión o engaño al consumidor.

Del mismo modo, el ICA establece la no venta o intercambio de semillas de costal por
no contar con un empaquetamiento y rotulación debida. De ser así, es posible que este
tipo de semillas sea decomisada y destruida añadiendo la judicializacion de los
campesinos o la imposición de multas, por almacenar semillas en empaques reutilizados
o venderlas sin tener la certificación exigida.

A la fecha entre 2010 y 2013 han decomisado o restringido la comercialización de 4


millones de kilogramos de semillas de diferente clase, siendo las semillas de arroz la
mayor decomisadas. Estas acciones llevadas acabo por el ICA y con acompañamiento
de la policía, han sido repudiadas nacional e internacionalmente; ya que se persigue
judicialmente a los campesinos por hacer lo que siempre han hecho libremente desde
épocas ancestrales. Los funcionarios del ICA estarán facultados como inspectores de
policía sanitaria cuando con ocasión a la inspección, control y vigilancia con apoyo de
autoridades civiles y militares (Grupo Semillas, 2015).

Conclusiones

Bibliografía

Balaguera, M., & Pallares, L. (2012) Error de prohibición en el derecho penal. Verba
Iuris, 1, 1-20

Clavijo, J., & Montealegre, F. (2010). Arroz rojo en Colombia: Comportamiento y


riesgos. Producción Eco-Eficiente del Arroz en América Latina, 413.
Grupo Semillas (2015).

República de Colombia, Corte Constitucional,

IMPLICACIONES A LA SOBERANÍA ALIMENTARIA DEL RÉGIMEN DE


CERTIFICACIÓN DE SEMILLAS.

Desde los orígenes de la humanidad, las semillas son un componente fundamental de la


cultura, los sistemas productivos, la soberanía y la autonomía alimentaria de los
pueblos. Las semillas son el resultado del trabajo colectivo y acumulado de cientos de
generaciones de agricultores, que las han domesticado, conservado, criado, utilizado e
intercambiado desde épocas ancestrales (Grupo Semillas, 2010). Es fundamental que las
semillas caminen libremente de la mano de los campesinos sin un dueño definido,
porque son patrimonio colectivo de todos los pueblos. Por ello, para los pueblos y
comunidades es inaceptable que las semillas puedan ser controladas monopólicamente
mediante patentes o protección de obtentores vegetales.

Una de las cuestiones de mayor preocupación a nivel mundial es la superpoblación del


planeta. En los últimos años la población ha crecido de manera exponencial y se espera
que en un futuro el número de personas que habitan el planeta siga aumentando (Luque
polo, 2017). Esta situación supone una amenaza a la hora de garantizar la seguridad
alimentaria. A este panorama se suma otro factor: el control sobre la comercialización
de las semillas que obliga a los agricultores a usar semillas certificadas o ‘semillas
legales’; lo que impide a los agricultores realizar prácticas ancestrales en la explotación
de semillas, lo que obstaculiza la economía y genera otro grave problema, relacionado
con la seguridad y soberanía alimentaria del país.

Lo anterior crea un escenario que puede ser un grave problema para el Estado
colombiano, ya que al cerrar la posibilidad de poder producir las semillas nativas y
obligar el consumo de semillas específicas, desincentiva las prácticas de los pequeños
agricultores, los cuales son la base fundamental de la seguridad alimentario del país.

En Colombia el avance corporativo de la agroindustria ha generado una concentración


casi monopólica de la producción de alimentos, este poder se ha expandido a todos los
rincones del globo por medio de acuerdo multilaterales y bilaterales que favorecen a las
corporaciones en su intento por ampliar los mercados (Cardona Triviño, 2016). Por
supuesto, los campesinos colombianos se han visto afectados por nuevas formas de
agricultura que chocan de frente con sus tradiciones, sus culturas, costumbres y su
relación con la naturaleza y el territorio, lo que ha generado una respuesta de
movimientos sociales para proteger sus semillas tradicionales ante el avance de las
semillas corporativas; donde el estado ha actuado más como facilitador y promotor del
modelo corporativo, con la emisión de normas en detrimento de los derechos
campesinos.

Actualmente el 82% de las semillas que se comercializan en el mundo son patentadas y


de ellas, el 77% se encuentra en manos de tan solo diez empresas, entre las cuales
apenas Monsanto, Dupont y Syngenta son dueñas del 47% (Bastidas, 2013). No es de
extrañar, como lo señala Mejía Toro (2014), que al paso que van las cosas, en caso de
conflicto con los países originarios de estas trasnacionales, o de crisis alimentaria
interna, Colombia será totalmente dependiente para su alimentación de proveedores
foráneos y en el peor de los casos, el oligopolio de las semillas podría llegar a ser usado
como estrategia de coacción o extorsión. Todo lo anterior representa un gran problema
ya que el incremento de las patentes de semillas a expensas del agotamiento de las
especies nativas, representa una amenaza para la seguridad alimentaria de las naciones.

El estado debe generar normas claras frente a esta temática, en las cuales, por supuesto
se respete los derechos de autor del obtentor pero que también procuren la no creación
de monopolios transnacionales. La resolución 3165 del 2015 es una norma que apoya
tácitamente la creación de monopolios transnacionales.

Es evidente que esta norma viola los derechos que la Constitución de Colombia y los
tratados internacionales les conceden a los agricultores sobre sus territorios, recursos y
bienes culturales. Es una clara violación a los derechos de los agricultores y de las
comunidades indígenas y negras, por la no realización de la consulta previa, antes de su
aprobación.

Teniendo en cuenta toda la problemática que trae consigo este régimen de certificación
de semillas para el pueblo Colombiano, podemos decir que el manejo semillero en
Colombia debe ser concertado pero no entre las multinacionales y el mercado, la
concertación se debe dar entre el Estado, los agricultores y las personas en general,
porque la soberanía alimentaria de un país entendida esta como la decisión de los
pueblos de que sembrar y de que comer es algo que debe estar más allá de la lógica del
capital y de intereses extranjeros.

Es evidente que las semillas deben ser libres como lo hicieron desde el principio de los
tiempos, cualquier restricción a esto es ir contra el orden natural de las cosas. Se deben
retirar las limitaciones que existen alrededor de las semillas criollas para que en ámbitos
de libertad y competencia el agricultor tenga alternativas para escoger y no la
obligatoriedad de usar la semilla certificada.

No podemos dejar que se impida el flujo horizontal de las semillas entre los agricultores
y que se rompa la relación de interdependencia entre los pueblos con sus semillas ya
que se obstaculiza la economía y genera otro grave problema, relacionado con la
seguridad y soberanía alimentaria del país.

IMPLICACIONES EN LA BIODIVERSIDAD DEL RÉGIMEN DE


CERTIFICACIÓN DE SEMILLAS.

A pesar de su importancia como eje vital de las formas de vida rurales, históricamente
también desde las acciones de los actores locales se ha generado la extinción de
variedades de semillas, especialmente como consecuencia de la implementación
generalizada de formas producción y consumo basados en concepciones de desarrollo
que fragmentan la biodiversidad y priorizan los factores económicos. La Revolución
verde y los monocultivos, por ejemplo, se convirtieron en unos de los principales
factores de simplificación de los ecosistemas y extinción de especies locales desde los
años sesenta aproximadamente; en este modelo se hizo común y normal el uso de
agroquímicos y paquetes tecnológicos que permitieran acelerar e incrementar la
producción agraria para obtener mayor rentabilidad, afectando directamente el proceso
biológico y cultural de las semillas, alterando la composición microbiológica de los
suelos, del agua y en general del territorio (Pineda Pinzón, 2012)

La biodiversidad es un componente fundamental para el desarrollo socioeconómico y


Colombia es especialmente privilegiada, siendo el segundo país más rico en este sentido
después de Brasil; según datos del Instituto Alexander von Humboldt, una de cada diez
especies de flora y fauna se encuentra en Colombia (Bermúdez, 2013). No obstante,
toda esta riqueza es cada vez más amenazada por un modelo no sostenible ni equitativo
de explotación de los recursos.

En general, las normas de semillas tanto en Colombia como en los demás países,
conllevan una lógica de homogeneización de los cultivos y de prácticas agrícolas que
refuerzan la exacerbada y alarmante crisis de biodiversidad. De acuerdo al Segundo
Informe de la FAO sobre el estado de los Recursos Fitogenéticos en el Mundo, al año
2010 el 80% de la alimentación se producía únicamente a partir de 12 plantas; de las
12.000 plantas comestibles conocidas, sólo 150 a 200 eran consumidas por la
humanidad y tan solo tres especies: arroz, maíz y trigo aportaban alrededor del 60% del
total de las calorías y proteínas provenientes de las plantas. La ONU afirma que desde el
siglo XX, se han dejado de usar el 90% de las variedades agrícolas; el 75% del alimento
en el mundo se encuentra en las manos de unas pocas trasnacionales, varias de las
cuales también poseen el oligopolio de la industria de semillas y en los últimos 80 años
en un país tan grande y rico como Estados Unidos, se ha perdido el 93% de la
biodiversidad en semillas alimenticias. Al respecto, la FAO señala que la rápida y
creciente pérdida de semillas en el mundo, puede conllevar hambrunas globales en el
futuro (Necoechea, 2014) y que la pérdida definitiva de genes es neurálgica, dado que
ellos son la unidad fundamental de la herencia y la primera fuente de variación natural
(FAO, 1996).

El Grupo Semillas (2016; Pág. 3) afirma que, la libre circulación de las semillas entre
comunidades y pueblos es la mejor manera de recuperarlas y fomentar su uso, y con ese
objetivo en mente, las acciones desarrollas por los movimientos rurales, desde épocas
ancestrales, como los trueques, mercados y encuentros, cumplen su función de
garantizar la soberanía alimentaria de los pueblos y conservar la biodiversidad que es un
componente fundamental para el desarrollo socioeconómico de Colombia.

Es evidente que el control corporativo, motivado por el retorno económico, lleva a


enfocar la mayor parte de los recursos y el trabajo únicamente en los cultivos de mayor
rentabilidad, lo que causa la pérdida de la biodiversidad de la agricultura global. El
control de las semillas más importantes para la alimentación a gran escala, sumado a la
posesión de grandes extensiones de tierra, más el surgimiento de agro combustibles, ha
llevado a la explosión del monocultivo, causando daños irreversibles que conllevan los
esfuerzos a una perdida en la biodiversidad colombiana.

RESOLUCIÓN 3168 DE 2015


Antes de analizar los aspectos más críticos de la resolución 3168 del ICA de 2015, es
fundamental tener en cuenta que actualmente en Colombia existen dos tipos de normas
de semillas; por un lado existen las leyes de propiedad intelectual sobre semillas que se
aplican mediante los lineamientos de los convenios internacionales UPOV 78 y UPOV
91, y por otro lado, se cuenta con las normas que controlan la producción, uso y
comercialización de semillas. Ambos tipos de normas están inseparablemente
relacionadas e interconectadas, puesto que para poder hacer efectivo el derecho de
obtentores vegetales y de las patentes de semillas modificadas genéticamente, es
fundamental contar con normas que regulen la producción de semillas y que obliguen
únicamente la comercialización de semillas protegidas legalmente.
Aunque el ICA en planteo que esta norma es solo para controlar semillas certificadas y
registradas de las empresas semilleras obtenidas por mejoramiento genético
convencional, pero en realidad permite el control de todas las semillas en el país, puesto
que es muy clara en definir que el todo el territorio nacional solo se puede
comercializar semillas certificadas y/o registradas legalmente. Eso significa que las
comunidades locales solo podrían utilizar y comercializar sus semillas criollas, si están
certificadas o registradas.       
La resolución 3168 de 2015 en su artículo 22 señala que el agricultor interesado en una
variedad protegida por derecho de obtentor, podrá reservar producto de su propia
cosecha para usarla como semilla, en las áreas por especie así: arroz hasta 5 has, soya
hasta 10 has y algodón hasta 5 has, exceptuándose de este privilegio la utilización
comercial del material de multiplicación, reproducción de las especies frutícolas,
ornamentales y forestales, y semillas transgénicas. Es claro que la norma no otorga
privilegio a los agricultores para guardar otras semillas protegidas, que son
fundamentales para los agricultores y que aportan significativamente al aumento de la
biodiversidad de semillas alimenticias; entre estas semillas encontramos: maíz, frijol,
yuca, papa, plátano, tomate, entre otras.
Según la resolución 3168 de 2015 todos los productores de semillas para siembra en el
país y las unidades de evaluación agronómica y de investigación en fitomejoramiento,
deben registrarse ante el ICA. Igualmente hace obligatorio el registro de la producción
de plántulas o plantas de vivero; pero no aclara si deben registrarse ante el ICA también
los viveros de frutales y especies maderables que establezcan comunidades campesinas
locales.
Según la nueva resolución, no se puede registrar semillas con fines de comercialización
que sean “similares o confundibles; solo es posible producir, registrar y comercializar
semillas autorizadas, que sean certificadas, registradas y debidamente rotuladas. La
norma no especifica claramente quienes son las personas autorizadas, pero se puede
inferir que los agricultores y comunidades locales que permanentemente están
produciendo, seleccionando, intercambiando, compartiendo y comercializando semillas,
estarían violando esta norma, puesto que sus semillas no están certificadas ni rotuladas.”
También sería ilegal, comercializar una variedad criolla con su nombre originario,
puesto que según la norma podría “inducir a error, confusión y engaño al consumidor”.
Estas restricciones sobre semillas similarmente confundibles incluidas en la resolución
3168, son ambiguas y confusas, puesto que debemos hacernos las siguientes preguntas:
¿quién determinará qué es confundible?, ¿confundible para quién?; más aún, qué base
puede esgrimirse para penalizar una similitud, especialmente ¿cuándo aquello a lo que
se castiga por ser parecido ha existido con anterioridad a aquello con lo que se le
compara? Estas prohibiciones son inaceptables para los agricultores, puesto que muchas
semillas manipuladas y protegidas se pueden parecer a las criollas y confundirse con
estas y no al revés como lo indica la norma; mas bién debería haber una prohibición
expresa de registrar semillas que presenten similitud con variedades criollas que no han
sido protegidas legalmente.
Tampoco según el ICA, se pueden comercializar e intercambiar “semillas de costal”, es
decir que no esté debidamente empacada y rotulada. Esto puede llevar a que los
agricultores se les decomisen, destruyan sus semillas y sean penalizados con multas o
incluso llevados a la cárcel, por el hecho de guardar semillas en empaques reutilizados o
por comercializar en los mercados locales semillas no certificadas.
Las prohibiciones y restricciones contenidas en la 3168 que a la vez incluye las de la
970, se fundan en el principio de usurpar los derechos que tiene un obtentor de
variedades, la cual es posiblemente confundida con una que sea legalmente protegida.
Este concepto fue evaluado por la Corte Constitucional, en el contenido del artículo 306
del Código penal Colombiano concerniente a los derechos de obtentor vegetal y ordena
eliminar la expresión “semillas similarmente confundible”

La inclusión de conceptos de semillas “similarmente confundibles” en la 3168 generan


confusión y ambigüedad, teniendo en cuenta que debemos determinar que es lo
“confundible” o para quien es “confundible”. Peor aún, cual es el fundamento para
determinar que una variedad es similar o no, o sí lo que se pretenden penalizar por ser
“similar” o presuntamente “confundible” es preexistente respecto a la variedad con la
cual se compara. Las restricciones y prohibiciones que propone la resolución, son
dañinas para los agricultores, en el entendido que, muchas semillas modificadas y
protegidas puede ser percibidas como semillas criollas y confundirse como si lo fuese y
no por el contrario como lo intenta esgrimir la norma. En su lugar, la resolución debería
prohibir de forma expresa el registro sobre semillas que sean similares a las variedades
vegetales criollas que no cuentan con una protección legal.

El control oficial y las sanciones establecidas en esta nueva resolución es uno de los
aspectos más polémicos e inaceptables por los campesinos y los agricultores en general,
incluidos tanto en la resolución 970, como en la nueva norma. El carácter de control
policivo ha sido el instrumento del ICA para realizar allanamientos y decomisos ilegales
de la cosecha de cultivos de los agricultores y de los centros de almacenamiento y
comercialización de semillas. Es así como el ICA afirma que entre 2010 y 2013 había
decomisado o impedido la comercialización más de cuatro millones de kilogramos de
semillas de diferentes cultivos, siendo más intensivos los operativos para el caso de
semillas de arroz. Estos decomisos de semillas realizados por el ICA con el apoyo de la
policía han generado un enorme rechazo nacional e internacional, y el repudio por la
judicialización y el trato a los agricultores como delincuentes, simplemente por
producir, guardar y distribuir semillas, actividades que han realizado libremente desde
épocas ancestrales.

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