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COLOQUIO “El movimiento magisterial mexicano. Historia, memoria y testimonio”. 2-5 de diciembre de 2013.

UNAM-CIACL. Seminario de Investigación, Análisis y Reflexión sobre Educación y Magisterio.


coloquiomovmag@gmail.com / coloquiomovimientomagisterial.blogspot.mx / facebook.com/coloquiomovmag

31 años de docencia: de la lucha sindical a la formación académica. Testimonio*

Jenaro Reynoso Jaime**

La Normal de Tenería
18 días antes de que cumpliera 15 años, el primero de septiembre de 1978, dejé la
casa y la población donde había vivido y cursado la educación primaria y secundaria,
para ingresar a la Escuela Normal Rural Lázaro Cárdenas del Río, ubicada en San
José, Tenería, en el Estado de México. Periódicamente, esa fecha vuelve a mis
recuerdos por la nostalgia de dejar a los padres, los hermanos, los amigos e internarme
en una escuela donde estudiaría para profesor de educación primaria.
Abandonar los hechos, las personas y los lugares, que habían formado mi
primera identidad a punto de comenzar la adolescencia, fue una experiencia fuerte,
pues constantemente reaparece la imagen mía con una mochila llena de ropa en la
espalda y una cobija enrollada en la parte superior, caminando sobre la calle
Nezahualcóyotl, del pueblo de Tenancingo, mientras los cohetes y la banda de viento
tocaba en la capilla de la virgen de los remedios a la que año con año asistía con mis
amigos para mirar a las muchachas y divertirme. Desde entonces no he vuelto a esa
fiesta del barrio.
Sin embargo, la nostalgia de alejarme del hogar se compensó con la libertad de
vivir sin la presencia de la autoridad paternal y maternal, y conviviendo internado con
compañeros estudiantes de otras entidades con quienes compartimos la añoranza. Las
circunstancias en las que comencé a formarme en la escuela normal se caracterizaron
por tener que acercarme rápidamente a la realidad social y educativa, porque como
parte de la formación docente en el segundo grado de estudios había que ser
observador de un alumno practicante y en tercero y cuarto ser practicante, a su vez,

*
Cómo citar este trabajo:
Jenaro Reynoso Jaime, “31 años de docencia: de la lucha sindical a la formación académica.
Testimonio”, ponencia presentada en el Coloquio El movimiento magisterial mexicano. Historia, memoria
y testimonio, realizado en el Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe de la
Universidad Nacional Autónoma de México, del 2 al 5 de diciembre de 2013. Consultado en:
coloquiomovimientomagisterial.blogspot.mx.
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Universidad Pedagógica Nacional, Unidad Toluca, Instituto de Estudios Sobre la Universidad-
Universidad Autónoma del Estado de México. Contacto: rjenaro@hotmail.com.

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con otros compañeros observadores de los primeros grados, en las escuelas primarias
rurales. Las prácticas docentes fueron determinantes para comenzar a tener conciencia
de la pobreza en la que vivían los alumnos de las escuelas y de mi propia pobreza; sin
embargo, una experiencia agradable fue la solidaridad real de los pobres, pues aun
viviendo con limitaciones aceptaban invitar a los practicantes a comer a sus casas
durante dos semanas.
Una experiencia más fue que, durante una práctica, un alumno me atendía
fijamente mientras daba la explicación de una clase frente al grupo; la mirada del
alumno siguiendo mi cara me emocionó, pues me hizo pensar que yo estaba haciendo
las cosas tan bien como docente que lo tenía cautivado; sin embargo, en algún
momento volteé rápidamente y me percaté que el alumno estaba atento no a lo que
explicaba sino a mis movimientos para aprovechar cuando yo miraba al pizarrón y sacar
algo del cajón de la banca para llevárselo a la boca.
Recuerdo que fui al lugar del alumno mientras él me miraba con terror mientras
me acercaba; entonces me agaché para revisar que era lo que tenía y pude mirar y
tomar en mis manos una tortilla fría impregnada con sal que se quebraba en varios
pedazos, los cuales masticaba casi sin moverse. Ese acontecimiento me marcó y
reforzó mi vocación por ayudar a los otros a través de la educación.
Al mismo tiempo que tenía mi primer contacto con la pobreza, a través de la
convivencia con estudiantes durante la práctica docente, en la escuela normal tuve mi
primer trato con la lectura y el conocimiento del pensamiento crítico. Con la literatura a
través de la clase de español del profesor Lucio Tovar, quien me hizo leer la novelita
Las buenas conciencias de Carlos Fuentes; con la historia y el marxismo cuando llegó
como profesor a la normal un egresado de la Facultad de ciencias políticas de la
UNAM. Humberto Marte Rivera impartió la clase de ciencias sociales, una de cuyas
estrategias era la lectura de libros que él llevaba a la normal cada vez que venía a la
ciudad de México. Por sus clases supe que en esos días se estaba haciendo una
revolución en Nicaragua, en la que los sandinistas buscaban terminar con la miseria
que provocaba el mal gobierno de la dictadura de los Somoza; fueron constantes sus
referencias a la revolución en proceso que impulsaba el Frente Farabundo Martí para la

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Liberación Nacional en El Salvador y los esfuerzos de la Unión Revolucionaria Nacional


Guatemalteca en su lucha contra la dictadura de Efraín Ríos Montt.
En todos los casos el profesor Marte comparaba con la situación mexicana y
llamaba a los alumnos a tomar conciencia de lo que deberíamos hacer como docentes
para terminar con la miseria que observábamos, que vivíamos, que experimentábamos.
Con el citado profesor y otros compañeros hicimos eco de la auto organización y
formamos un círculo de estudio sobre El Capital que funcionó inclusive durante el
primer año después de egresar. Antes de esas experiencias no había leído un libro
completo y tampoco sabía que existían lugares específicos para venderlos como las
librerías Ghandi, El Parnasso y el Sótano.
El tercer elemento que en la Normal me formó ideológicamente hacia una visión
de izquierda fue la participación político estudiantil. Esta comenzó con el
reconocimiento de la división estudiantil en la escuela: por un lado estaban los quintos,
un grupo de estudiantes normalistas expulsados de la normal de El Quinto, Sonora, y
que mantenían una posición anti partidista y, por otro lado, se encontraban los que
militaban en el Partido Comunista Mexicano, mejor conocido como los peces. La
disputa entre las tendencias era más evidente a la hora de elegir al comité estudiantil y
al secretario general del mismo; había que estar de un lado, no se podía estar en medio
jugando a la tercera vía, la neutralidad científica no se conocía ni se aceptaba. Ya
elegido el comité, se organizaban los paros, huelgas, marchas, plantones, secuestro de
camiones, para presionar a las autoridades a fin de que mejorarán las condiciones de
vida de los estudiantes o para solidarizarnos con otro movimiento estudiantil o social;
era durante los movimientos cuando, además, comíamos mejor, pues una comisión de
estudiantes preparaba los alimentos y disponíamos de variedad como resultado de los
secuestros de unidades repartidoras de alimentos.
Así, en la participación y en la lectura me fui enterando de que había habido
movimientos sociales que buscaban mejorar las cosas, que hubo y había grupos
organizados que se planteaban ir más allá de la lucha pacífica para transformar las
condiciones de vida. En esas circunstancias de experimentar y reconocer el presente fui
conociendo el pasado, la historia de las luchas anteriores no sólo de los pueblos y los

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estudiantes, sino también de los maestros. Después de cuatro años de intensa


experiencia, lectura, análisis y militancia, egresé de la normal con ganas de transformar
el mundo y de saber más para hacer mejor las cosas. De mi proceso formativo inicial
también asumí desde entonces una postura crítica ante el sindicalismo magisterial de
corte oficialista. Sin embargo, comencé mi trabajo como docente en una entidad donde
el sindicalismo magisterial ha sido en su mayoría siempre oficial y me enfrenté a la
represión laboral todo el tiempo.

San Juan Palo Seco


En los últimos días de agosto de 1982 me presenté en el departamento de recursos
humanos de la entonces Delegación de SEP en Toluca, donde recibiría mis órdenes de
asignación de una plaza para entregarlas al supervisor de una zona escolar en el Valle
de Toluca, quien me asignaría una escuela para trabajar. Cuando llegué al domicilio del
supervisor, este se encontraba con otros profesores tomando, de inmediato me dio la
bienvenida y me invitó a integrarme al gremio magisterial con una cuba de ron Bacardí
blanco; pero, como no tomaba bebidas alcohólicas no acepté y pedí que me dijera en
cuál escuela tenía que presentarme para iniciar mis labores.
El supervisor tomó la negativa como una afrenta y me advirtió que me iría muy
mal por no haber aceptado su invitación; en seguida me entregó un oficio donde me
asignaba como profesor de la escuela primaria rural de San Juan Palo Seco, municipio
de San Felipe del Progreso, la más lejana de la zona y a la que sólo se podía acceder
después de caminar una hora y media desde la comunidad de La Providencia, donde
me dejaba el autobús que iba al municipio de El Oro. La escuela se ubica en la sima de
los montes que dividen al estado de México con el de Michoacán y donde comienzan
los bosques donde se aloja la mariposa monarca.
Para ese año de 1982 la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la
Educación (CNTE) llevaba ya tres de actividad política; de esa organización, sus
demandas y formas de lucha llegaba información a las escuelas a través de otros
compañeros; la comunicación era personal, mediante reuniones los fines de semana y
a través de volantes donde se caracterizaban los problemas del país, el papel

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corporativo del sindicato en el sistema político priista y se hacía un llamado constante a


buscar la democratización del mismo, a luchar por un aumento salarial de 100 por
ciento y demandar que se dedicara mayor presupuesto a la educación. Estas
demandas contrastaban con la práctica de los miembros de la parte oficial y sindical,
como se decía desde esos tiempos, pues había vivido en carne propia que por no
complacer al supervisor, había sido enviado a la escuela más lejana; además, sabía,
por comentarios de compañeros y compañeras, que se podía obtener un lugar cercano
a la comunidad de origen, o a la ciudad, si se regalaba algo o se organizaba una
comida al supervisor y/o si se aceptaba alguna proposición indecorosa, en el caso de
las mujeres.
La fortaleza del ideal y los principios que me había formado en la normal fueron
más fuertes que las oportunidades de pragmatismo del sistema educativo, por lo que
con otros compañeros de la zona comenzamos a elaborar nuestros propios volantes
donde denunciábamos los casos de corrupción y los actos de directores, supervisor y
otras autoridades educativas que, desde nuestro punto de vista, caracterizaban la
cultura política del priismo y del sindicalismo en la zona escolar. La redacción de
volantes y la reproducción se hacía mediante un mimeógrafo artesanal; el reparto se
daba en las reuniones oficiales o laborales a las que se citaba a todos los integrantes
de la zona escolar y al visitar a compañeros que creíamos se integrarían a lo que
comenzamos a denominar nuestra lucha. Para lograr convencer a nuestros
compañeros de asumir una postura crítica frente al sindicalismo nos trasladábamos a
pie a las escuelas de otras comunidades, regresábamos a Palo Seco ya de noche con
la luz de la luna como guía y convencidos de que estábamos en la ruta de la revolución
educativa.
Con esas actividades realizadas a nombre de la CNTE logramos conformar un
grupo compacto de compañeros, casi todos egresados de distintas generaciones y
diferentes normales rurales del país, para luchar por la democratización del sindicato.
Pero nuestra actividad comenzó a molestar tanto al supervisor como al núcleo de
directores que se encontraban subordinados a sus órdenes y directrices como miembro
de la estructura oficial que era, al mismo tiempo, la estructura de operación política del

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sindicato y del partido en el poder. Al terminar el primer año escolar hubo ofrecimientos
de cambio de zona y de puestos de director a algunos compañeros, a otros sin consulta
les entregaron nuevas órdenes que los ubicaban en su comunidad de origen o en
lugares cercanos y se fueron, al resto nos movieron de escuela para desmembrar al
equipo conformado.

La Normal Superior México


Los cursos de verano de la Normal Superior de México (ENSM) constituían en la
década de los setenta y comienzos de la década de los ochenta, del siglo XX, una
opción de formación continua y de movilidad de nivel educativo para los maestros de
los estados del país. Durante las cuatro semanas de julio y las dos primeras de agosto
de 1983 asistí al curso de verano para hacer la Licenciatura en Pedagogía, pues mi
certificado de normal respaldaba los estudios de profesor de educación primaria y de
bachillerato en Ciencias Sociales solamente. Sin embargo, el contacto anual entre
profesores de distintas regiones del país, el intercambio de experiencias y la discusión
de la teoría educativa y otros temas, en una escuela superior de la capital del país,
fueron gestando un ambiente de formación de conciencia política donde
hegemonizaban las diferentes corrientes críticas y oficiales del sindicalismo. Cada
verano se comenzaba a formar cuadros políticos que durante el resto del año
realizaban labor de concientización, organización y protesta en escuelas de
prácticamente todo el país.
Esa fue la razón por la que en junio o julio de 1983 un acuerdo del entonces
secretario de educación, Jesús Reyes Heroles, determinó la descentralización de los
cursos de verano de la normal superior en sedes de Veracruz, Querétaro, y Sonora. La
reacción de la comunidad de profesores y alumnos, casi todos con una postura crítica,
fue lógicamente de resistencia y para mantener el funcionamiento de los estudios de
verano. Si inició entonces un proceso organizativo de alumnos y maestros con el
maestro Jaime Neri como director, quien asumió la defensa de la institución y se
enfrentó a la SEP. Luego vinieron una sucesión de varias marchas en la ciudad para
protestar por los acuerdos autoritarios que separaban a los estudiantes, las cuales no

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lograron su derogación. El gobierno se mantuvo incólume ante las protestas, dejó que
pasara el tiempo sin responder a las demandas y ya casi para que finalizar el periodo
escolar de verano, justo cuando ocupábamos el cruce de insurgentes y reforma en un
plantón, desplegó a los ganaderos de la ciudad para disgregar la concentración y
apalear a quienes nos manifestábamos.
La experiencia de la Normal Superior de México fue, además de política,
fundamentalmente académica o enlazó los dos aspectos: leímos, discutimos y
aprendimos los contenidos de nuestros planes de estudios como parte de una ideología
disidente y a la luz de las decisiones y respuestas autoritarias del gobierno mexicano;
esa circunstancia de aprendizaje le dio un sentido a los estudios, ratificó en mi caso la
idea de que los esfuerzos de aprender valen la pena si se hacen para ayudar, para
orientar la formación y realización de los otros, no para dominar o alimentar la soberbia.
En otros compañeros, el desconocimiento del curso de verano y la represión
gubernamental tuvieron un impacto más fuerte. Aunque no supe que hicieron después,
algunos docentes de Colima, con los que compartía el alojamiento, juraban que para
cobrarle el agravio al gobierno serían los primeros en alistarse cuando se llamara a un
movimiento armado.

La Normal Superior Federal de Querétaro


La descentralización de la ENSM y el desconocimiento del curso de verano 1983
truncaron mi vocación de pedagogo; pero, no lograron desaparecer mis ganas de saber
más, toda vez que el verano siguiente realicé trámites para inscribirme en la sede de la
normal superior que se abriría en distintas instalaciones de escuelas secundarias de la
ciudad de Querétaro; allí comencé a estudiar la Licenciatura en Ciencias Sociales para
la Educación Media, la cual completé en el periodo veraniego de 1990.
Durante esos años en Querétaro tratamos de reproducir el esquema de
organización estudiantil de la escuela anterior. En cada grupo se nombraba
democráticamente un representante que se integraba al Comité Estudiantil Coordinador
de la Escuela Normal Superior de Querétaro (CECENSQ), el cual se encargaba de
organizar una bienvenida con actividades con sentido crítico, donde fue constante la

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presencia del cantante de protesta José de Molina, del Llanero Solitito y de los
miembros del Centro Libre de Experimentación Teatral (CLETA); también organizaba
otras actividades como marchas de protesta para que el gobierno del estado creara
mejores condiciones de estudio para los docentes que asistían a los cursos.
La organización estudiantil para la toma de conciencia crítica entre los profesores tuvo
algunas características diferentes en Querétaro: una circunstancia en contra era la
actitud de los profesores, ya que la mayoría de ellos eran los oficialistas de la Normal
Superior de México que habían sido desplazados por el movimiento democrático y
llegaron a Querétaro con toda la intención de evitar que se reprodujera el protagonismo
estudiantil y se siguiera promoviendo una visión crítica del sindicalismo y la educación
en México; para lograrlo excedían la cuota de trabajo y así mantenían ocupados a los
maestros toda la tarde y parte de la noche; impedían el uso de las instalaciones y
buscaban controlar la conducta de los docentes a través del uso represivo de la
calificación.
Otro factor que año con año se presentaba era el de una estrategia diseñada y
financiada por la sección sindical local y la dirección nacional del Sindicato Nacional de
Trabajadores de la Educación, la cual consistía en tratar de construir una organización
estudiantil que disputara la representación estudiantil al CECENSQ. Las actividades de
cooptación y disuasión emprendidas por el SNTE en realidad no tuvieron efecto, pues la
mayoría de los estudiantes habían vivido la experiencia de la ciudad de México y su
postura, incluso, contagió a maestros locales que se integraron a los cursos, quienes
por convencimiento o conveniencia ante la mayoría se adherían a las actividades del
comité democrático. Por lo menos hasta 1990 no fueron suficientes los desayunos,
ropa, dinero y descuentos que los operadores oficiales ofrecían a los estudiantes.

Providencia y la Facultad de Humanidades


Luego de aprender y reforzar las ideas acerca del funcionamiento de la política sindical,
los profesores regresábamos a las comunidades de trabajo. En mi caso, después de
Palo Seco trabajé en La Rosa y posteriormente en Providencia, desde donde pude
viajar a la ciudad de Toluca. El hecho de viajar todos los días mermó la actividad

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político sindical con los compañeros de la zona y posibilitó que me inscribiera en la


Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma del Estado de México. La razón
por la que ingresé a la Facultad de Humanidades a estudiar una licenciatura fue la de
aprender historia para la práctica y la transformación política.
Ingresé a una institución donde se vivían los estertores del movimiento estudiantil
de la década de los setentas y no faltó año con año la organización de la marcha para
conmemorar, por ejemplo, el 2 de octubre. Era un ambiente todavía de politización que
se expresaba en la disputa por la dirección de la institución, en la lucha por la
coordinación de cada licenciatura, por la representación de los maestros y estudiantes
en los órganos internos de gobierno y en el consejo universitario. Era el lugar adecuado
para seguir participando en el movimiento estudiantil, pues la perseverancia de la
memoria histórica en la consigna 2 de octubre no se olvida es de lucha combativa
provocaba a la toma de conciencia y a brigadear salón por salón para organizar eventos
y participar en la vida institucional de la Facultad y en las manifestaciones estudiantiles.
Así que como estudiante y como representante alumno ante el consejo de gobierno y
universitario, con otros organizamos y estimulamos la participación en la marcha del 2
de octubre como una especie de resistencia de la memoria para hacer frente a la
propaganda oficial que buscaba silenciar el hecho represivo a como diera lugar.
Durante el primer año de estudios en la universidad estatal viajaba de
Providencia a Toluca. Sólo había tres corridas de autobús al día, por lo que salía
corriendo de la primaria para alcanzar el autobús que venía de El Oro, llegaba a la
Facultad entre 4 y 4.15 horas para tomar clase hasta las 8 de la noche; a esa hora salía
corriendo otra vez para alcanzar el autobús que iba a El Oro; llegaba a providencia
entre las diez y once de la noche para dormir y al día siguiente repetir el recorrido. Esta
narración no es una queja ni una estrategia para parecer víctima, sino para contrastar
con el trato que el sindicato y las autoridades educativas daban a quienes no hacían
críticas a su gestión; para ellos las mejores condiciones, para nosotros nada.
Aunque con menos intensidad, los estudios universitarios no impidieron que
siguiéramos difundiendo la postura crítica en las asambleas sindicales y promoviendo la
organización de alternativas en las elecciones de representantes o planillas;

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precisamente un día antes de que se llevara a cabo una reunión para elegir delegado
ante el congreso seccional me llamó el director para decirme que al día siguiente debía
presentarme con el supervisor de otra zona escolar, pues habían determinado mi
cambio de adscripción para facilitar mis estudios en la universidad. Mediante ese
oportuno cambio llegué a trabajar a la región otomí del municipio de Lerma.
En la nueva zona de trabajo ya se había difundido el rumor de que llegaba un
disidente y por ello había que evitar comunicación con él y mucho menos hacerse su
amigo; sin embargo, en todas las regiones siempre hubo compañeros maestros que
emitían críticas y denunciaban los excesos de las autoridades y los operadores del
sindicato, que casi siempre eran los mismos. De esa manera entré en contacto con dos
compañeros de Morelos que también habían sido satanizados desde tiempo atrás como
disidentes del sindicato y afiliados a la coordinadora, con ellos sólo platicábamos y
eventualmente coincidíamos en señalar alguna injusticia al interior de la zona escolar y
la delegación sindical.

Lerma y el congreso sindical


En la región de Lerma no se logró compactar un grupo definido por la corriente crítica y
de lucha por instaurar los principios democráticos al interior del SNTE; sin embargo, la
insistencia en la necesidad de realizar la gestión sindical de diferente manera generó
reconocimiento y apoyo por parte de la mayoría de los profesores de la región, ya que
logré representarla ante el congreso donde se analizarían las condiciones de trabajo,
las prestaciones y se elegiría al comité de la sección XVII. El hecho de que la mayoría
de los profesores hubiera emitido su voto a mi favor preocupó al supervisor y al
delegado sindical a tal grado que comenzaron a regañarlos y a amenazar a algunos de
que no tendrían los cambios ni ascensos que habían pedido. Es claro que uno de los
mecanismos de control político fue, y es, la gestión de las prestaciones y los derechos
como trabajadores.
Dentro de mi esquema de principios la asignación de la representación lleva
implícito el compromiso de quien es electo con aquellos que confiaron en él, al otorgarle
su voz. Con esa postura asistí y estuve en los trabajos del congreso, de donde salió

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electo un secretario general que después sería diputado local y ahora funcionario del
subsistema federalizado de educación en el Estado de México. En ese congreso no
localicé a otros compañeros de tendencia crítica y a mí me asignaron a un desconocido
como compañero de cuarto que no se me despegó de principio a fin. No pude entablar
comunicación ni plantear ninguna de las demandas formuladas en la zona. Todos los
momentos y circunstancias del congreso estaban controladas y manipuladas para que
se evitara la discusión y se aceptaran los resolutivos que ya estaban escritos antes del
congreso.
A pesar de la mala experiencia en el suceso sindical, el compromiso con mis
compañeros estaba presente, por lo que decidí narrar lo sucedido en un informe
mimeografiado que repartí a todos y cada uno de los integrantes de la zona escolar. En
dicho informe señalé que el congreso era un evento en el que cada detalle estaba
planeado para imponer directrices y representantes de la manera más antidemocrática,
ya que no se sabía dónde se llevaría a cabo la reunión hasta que el autobús asignado
llegaba a las instalaciones y entonces reconocías donde te encontrabas; si eras
delegado con antecedentes de disidente como era mi caso, nadie te daba información y
todo mundo se cuidaba de que lo vieran contigo porque eso podía ser la causa de que
también fuera discriminado de la información y de alguna recomendación o prestación a
la que aspirara; la organización de las mesas de discusión se hacía de tal manera que
se aceptaban los resolutivos ya elaborados y presentados por quien la conducía; la
propuesta de los secretarios de organización, conflictos, etcétera, ya estaba palomeada
y consensuada, se aseguraba, por Jonguitud, de tal manera que todos aceptaban y
daban por hecho que así sería; la propuesta de aumento se aprobaba por aclamación lo
mismo que la secretaría general.
El congreso era una fiesta donde todos los delegados aprobaban lo decidido
verticalmente y, por tanto, buscaban que el nuevo secretario general los identificara
como alguien que había votado por él para cobrar más adelante la factura con algún
favor. Por eso había que realizar el besamanos, que consistía en formarse en una fila
interminable para saludar al recién ungido y recordarle que algo se le debía
recompensar más adelante. El besamanos era la ratificación del contrato corporativo

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entre el representante de una delegación y el representante de la sección sindical, en el


que el primero aceptaba la obediencia de las decisiones autoritarias y el segundo se
comprometía a pagar la lealtad con un cambio de zona, una plaza, un ascenso, un
crédito, etcétera.
El informe ilustró a mis compañeros sobre el funcionamiento antidemocrático del
sindicato y sus congresos de renovación política; pero, a mí me ubicó otra vez como un
disidente descontento con todo lo que oliera a SNTE. Por esa razón comencé a darle
más importancia a los estudios universitarios, cuyo resultado fue positivo, pues obtuve
la licenciatura en historia. El día de mi examen recepcional los sinodales sugirieron al
director de la institución que se me contratara como profesor en la Facultad de
Humanidades. Así sucedió; pero, todavía asistí a las marchas de finales de los ochenta
que quitaron a Jonguitud Barrios y encumbraron a Elba Esther Gordillo.

Crítica y academia en la UAEM


Comencé a trabajar en la universidad al tiempo que lo hacía también en la escuela
primaria; en la primera me dediqué a contribuir en la formación de licenciados en
historia; pero, en esa nueva faceta también fue necesario asumir una postura crítica,
pues las disciplinas humanísticas se cultivaban bajo el enfoque del positivismo;
particularmente la historia, como disciplina científica, tenía como bases el trabajo de
archivo por sí mismo y bajo el canon de la neutralidad científica. Mi formación me
dictaba y me dice que toda investigación de un hecho pasado tiene sentido si
contribuye en comprender el tiempo que se vive y ayuda al hombre a reconocer su
historicidad y la capacidad de intervenir en la definición de su futuro.
Mi postura disidente y crítica en el ámbito sindical se trasladó a la diferencia
epistemológica en el ámbito de la educación superior y la historia, debido a eso traté de
impartir las clases sobre el siglo XX; buscaba siempre explicar los hechos presentes al
recurrir al pasado más cercano. Así se me formó, por ejemplo, la imagen del
movimiento estudiantil de 1968 como un hecho histórico que no puede entenderse sin
revisar la historia del siglo XX en México y el mundo.

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Cuando enseñaba la historia del siglo XX siempre se filtraba la idea de que de la


revolución mexicana iniciada en 1910 surgió un régimen político de tipo autoritario, cuyo
ejercicio del poder se fincó en la corrupción y en el control de la sociedad a través del
corporativismo sobre el que se levantaba el partido revolucionario, que era al mismo
tiempo el gobierno, o al revés; con la realización de procesos electorales como
mascarada para la renovación del poder político, mediante la alimentación y respiración
artificial a partidos políticos que servían como comparsa mientras obtenían migajas de
poder por su travestismo en los comicios y con la represión contra otros partidos
minoritarios que no se coludían y contra las expresiones individuales o colectivas que
cuestionaran o pusieran en peligro el poder obtenido por la negociación, la
manipulación y la fuerza. En ese contexto ubicaba y entiendo mi propia historia
personal.
Para alimentar mis conocimientos y realizar una actividad académica más
fructífera solicité ingresar a la maestría en historia de México de la Facultad de Filosofía
y Letras de la UNAM. La motivación para estudiar el posgrado en historia fue que
viniendo a la UNAM reforzaría mis conocimientos históricos sobre la historia reciente y
sobre la diversidad de corrientes historiográficas; sin embargo, me desmoralicé cuando
supe que lo más cercano que podía estudiarse en ese programa era un curso sobre
cardenismo que impartía la doctora Andrea Revueltas y que el seminario con mayor
aporte formativo en la teoría de la historia era o es el del doctor Álvaro matute.
Noté que prevalecía la idea de que la historia es la ciencia que estudia los
hechos pasados del hombre y que la frontera entre el pasado y el presenta era el
régimen cardenista. Al final me tuve que someter a esa idea de la historia, pero, otra
vez apareció mi interés por el tema del trabajo al elaborar la tesis Conflictos laborales y
sindicalización en el Estado de México 1929-1934. Afortunadamente hubo un curso
sobre la corriente historiográfica de Annales que tomé con el doctor Carlos Antonio
Aguirre Rojas, el cual fortaleció mi postura crítica en la ciencia histórica.

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Crítica y academia en la UPN


Mientras realizaba los estudios de maestría a través de La Jornada supe acerca de una
convocatoria para concursar por plazas en la Universidad Pedagógica Nacional, Unidad
Toluca, me inscribí y gané la posibilidad de trabajar en una institución de educación
superior formadora de docentes. Comencé a laborar en la UPN en febrero de 1995 en
la Licenciatura en Educación Plan 94 que se imparte desde entonces a profesores en
servicio o bachilleres habilitados como tales en educación primaria y preescolar; en esa
nueva fase tenía la posibilidad de influir en la formación del pensamiento crítico y
científico de quienes tienen como encargo educar a las futuras generaciones de
mexicanos. Ese es el ideal que ha guiado mi actividad docente durante los últimos 18
años; me he sentido en la necesidad de formar docentes instruidos, cultos,
responsables, pues pienso que es una condición básica no sólo para hacerlo por los
demás, sino para que los mismos profesores sean conscientes y estén pendientes de la
política que determina sus vidas y sus trabajos.
El trabajo de formar docentes en servicio es una alta responsabilidad y no ha
sido nada sencillo, porque quien trabaja cotiza al sindicato y prácticamente le debe a
esta organización la oportunidad de realizar un trabajo para el que todavía no está
preparado; de esa manera, el docente estudiante tiene ya un respaldo político en su
condición de semiprofesional y apela a él y a los directivos de la institución, también
colocados en ese lugar por la fuerza del sindicato, cuando su desempeño no es
suficiente para acreditar una asignatura. Entonces se mueven todas las influencias para
obtener constancias sindicales y médicas o de plano la autoridad interviene a fin de que
el estudiante tenga todas las oportunidades necesarias para aprobar sin problema.
La labor académica seria, y otras circunstancias relacionadas con la dispersión
del grupo inicial de compañeros de lucha, me llevaron a dejar la militancia activa en la
disidencia sindical y a transformarme en formador de historiadores críticos y de
docentes críticos. Seguramente algunos de ustedes comienzan a pensar y señalar que
la mía es una actitud cómoda; pero, no lo es tanto como la de muchos de mis
compañeros que fueron cooptados y se vendieron por un cambio de zona, una
dirección, una supervisión, plazas para sus hijos o hasta un puesto en la dirigencia

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seccional. Así que tratar de que los futuros maestros de historia o de educación básica
asuman una postura informada y crítica sobre el medio en el que se desenvuelven es
también una lucha que tiene sus consecuencias y que directamente enfrenta al
sindicalismo promotor de la simulación y la ignorancia como almacén de votos para
beneficiar al partido político que convenga en la coyuntura.
Asumo conscientemente que dejé la organización alternativa y las
manifestaciones por la formación de docentes de educación básica y de historia en
secundaria y en bachillerato. La tarea diferente del activismo político la he llevado a
cabo durante los últimos veinte años en la UAEM y la UPN-Toluca, y aunque pareciera
que las instituciones académicas de nivel superior están fuera de las garras del
sindicalismo corporativo, no es así, pues no pude librarme de la influencia y el dominio
del sindicalismo, particularmente en la última escuela, la cual fue descentralizada por el
Acuerdo Nacional para la Modernización de la Educación Básica y Normal de 1993.
Durante las últimas dos décadas la UPN se ha convertido en un espacio
educativo más en manos del SNTE y ha sido contaminada de la cultura política que
prevalece en educación básica. Cambió en su condición de niveladora de los docentes
que no tenían el título de licenciatura para ser formadora de profesionales de la
educación con base en los programas curriculares que elabora la sede Ajusco. Hoy la
UPN Toluca forma a los hijos de los docentes afiliados al sindicato que buscan heredar
la plaza y ofrece posgrado en educación básica y enseñanza de las humanidades,
exclusivamente para trabajadores de los SEIEM; es decir, todos sindicalistas.
Aparentemente se hace un examen aplicado por el CENEVAL; sin embargo, la
mayoría de los estudiantes ingresa a la licenciatura mediante una lista elaborada por el
sindicato, entregada al encargado de educación superior, que es un exsecretario
seccional del sindicato, quien a su vez ordena al director de la UPN que la publique. Al
ingreso fácil y privilegiado se agrega un trato políticamente correcto durante los
estudios, el cual consiste en evitar todo problema de reprobación aun cuando los
estudiantes no cumplan con el trabajo mínimo que se pide. Finalmente, si los egresados
no aprueban el examen general de conocimientos que aplica el CENEVAL para obtener
el título, entonces, se les apoya para que cualquier trabajo de investigación sea

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presentado como una tesis o proyecto de intervención y, paradójicamente, en suntuosa


ceremonia se le toma la protesta al nuevo licenciado en los siguientes términos:
“protesta usted velar por el prestigio de la UPN y del magisterio nacional”.
El ingreso, permanencia y egreso de los hijos de sindicalistas es fácil, porque en
los últimos años se ha procurado que la planta docente se integre de profesores
comisionados de educación básica que hicieron estudios de licenciatura y maestría, la
mayoría sindicalista; debido a que la normatividad para elegir director se ha hecho a un
lado para tomar decisiones unilaterales y convenientes por parte de una junta de
gobierno integrada por directores, subdirectores y jefes de departamento, casi todos
cuadros del sindicato; debido a que los docentes originales de la UPN, que ingresaron
por concurso de oposición, se están jubilando y cada vez somos menos para defender
el proyecto original de la universidad y porque esta es un espacio cedido en una
negociación a la sección 17.
En el contexto que he descrito, cada vez me convenzo que soy una especie de
Sísifo, porque después de 31 años de trabajo estoy condenado a comenzar otra vez de
cero en esta lucha por reorientar la educación mexicana, ahora a través del trabajo
académico. El problema es que ya no tengo la edad de hace 31 años.

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