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ALEJANDRO SERANI MERLO

EL VIVIENTE HUMANO
Estudios Biofilosóficos
y Antropológicos

u
EDICIONES UNIVERSIDAD DE NAVARRA, S.A.
PAMPLONA
Primera edición: Septiembre 2000

© 2000. Alejandro Serani Merlo


Ediciones Universidad de Navarra, S.A. (EUNSA)
Plaza de los Sauces, l y 2. 3l0l0 Barañáin (Navarra)- España
Teléfono: (34) 948 25 68 50- Fax: (34) 948 25 68 54
E-mail: eunsa@cin.es

ISBN: 84-313-1803-1
Depósito legal: NA 2.104-2000

Autor y editor agradecen el respeto a la propiedad intelectual.

Composición:
P RET EX TOEstafeta,
. 60. Pamplona

Imprime:
LINEG RAFic,S.A. Hnos. Noáin, 11. Ansoáin (Navarra)

Printed in Spain - Impreso en España


A Maritza
"
I ndice

INTRODUCCIÓN ..... .... ... ................. ..... ... .... ... .... .......... ............ ......... ...... 11

PRIMERA PARTE
Capítulo I. La biofi1osofía y la unidad del saber biológico ........... 21
Capítulo II. Mente, cerebro y nuestra idea del hombre .................. 41
Capítulo III. El genoma humano: mitos y realidades ........... ........... 61
Capítulo IV. El estatuto antropológico del embrión humano 77

SEGUNDA PARTE
Capítulo I. Introducción al estudio de la conducta animal .......... .. 95
Capítulo II. La persona humana como animal racional: libertad y
moralidad ..................................... ................................ 115
Capítulo III. Raíz biológica de la sexualidad humana ..................... 131
Capítulo IV. El comportamiento sexual humano ............................. 145
Introducción

Los estudios aquí reunidos ilustran el tipo de reflexión que des


de hace casi veinte años hemos venido intentando. A fines de 1980,
trabajando en el Laboratorio de Neurobiología de la Facultad de
Ciencias Biológicas en la Pontificia Universidad Católica de Chile,
con1enzamos con mi colega y amigo, Manuel Lavados, un itinerario
de proyecciones insospechadas. Se trataba, en ese momento, de pro
fundizar en el saber filosófico, con objeto de comprender mejor las
relaciones entre el funcionamiento del sisterna nervioso central y la
vida mental animal y humana.
El contacto con la filosofía y las largas conversaciones acerca de
estos temas se remontaban a los tiempos no lejanos en que ambos
estudiábamos medicina en la Universidad de Chile. Lo que en esa
época nos preocupaba era la situación de cambios que vivía la uni
versidad, y los problemas acerca del modo de organizar la atención
de salud en nuestro país. A la hora de buscar un fundamento desde
el cual iluminar esas situaciones, la filosofía política de Jacques Ma
ritain fue de una ayuda inestimable. De la profundización en esas
lecturas fuimos derivando insensiblemente hacia cuestiones antro
pológicas y metafísicas que se revelaban como fundamento, no sólo
de una reflexión sobre la vida universitaria y la medicina, sino tam
bién sobre aspectos científicos y epistemológicos que nos interesa
ban. Tengo particularmente presente en la memoria, a este respecto,
la lectura --entre clases y tumos -del libro de Maritain, La Filoso-
fía de la Naturaleza, obra iluminadora en cuestiones epistémológi
cas.
l2 El viviente humano

Es comprensible entonces que, cuando algún tiempo después


volví a encontrarme con Manuel, ya graduados ambos y dedicados
a la investigación neurofisiológica, no sólo se reanudaron las disqui
siciones «filosóficas>>, sino también recurrimos espontáneamente al
viejo maestro. En esta ocasión fue Introducción a la Filosofía la
obra que nos sirvió de orientación. Experimentábamos una profun
da afinidad con el pensarniento de Maritain y con su comprensión
de la ciencia y la filosofía. No en vano este autor había estudiado
biología y filosofía en La Sorbonne y trabajado, en sus inicios, con
el biólogo del desarrollo Hans Driesch, en Heidelberg. Se explica,
por consiguiente, su profunda comprensión de la naturaleza y del
contenido de la actividad científica, que se advierte a lo largo de
toda su obra filosófica.
En esa época de dedicación intensa al trabajo de laboratorio, nos
inquietaban dos temas. Por una parte, más allá de la fisiología sen
sorial y de la regulación lógica nerviosa del sistema cardiorrespira
torio, que eran los temas concretos que en ese momento investigá
bamos, surgían también una serie de interrogantes acerca de la
relación existente entre el funcionamiento del sistema nervioso cen
tral y fenómenos tales como la conciencia, la memoria, la conducta
animal, la afectividad, la libertad. Ahora bien, por mucho que bus
cábamos, no aparecía la manera de engarzar la investigación neuro
biológica con esos ternas. Como hecho anecdótico recuerdo la ilu
sión con la que asistí, a mediados de 1980, a un simposio que se
llevó a cabo en el imponente marco de la Escuela Normal Superior
de Pisa, Italia, organizado en honor del profesor Moruzzi, quién to
davía velaba por el trabajo del laboratorio de neurofisiología de la
Universidad de Pisa. La reunión II.evaba el título de «Brain mecha
nisms of perceptual awareness and purposeful behavior» («Meca
nismos cerebrales de la atención perceptiva y del comportamiento
propositivo») y participaban en ella neurocientíficos de la talla de
Mountcastle, Granit, Evarts, Hobson y Pompeiano. No he vuelto a
tener la oportunidad de presenciar discusiones científicas de tan alto
nivel, y la emoción vivida en esos días se conserva todavía presente
en el recuerdo. No obstante lo anterior, a esa experiencia siguió una
cierta frustración. Del título del simposio sólo se cumplieron cabal
mente las dos primeras palabras, porque de la percepción como tal
y del comportamiento propositivo no hubo ocasión de escuchar
nada realmente significativo; era como si el conocimiento directo
de
Introducción 13

esas realidades se diera por descontado. Mirando a la distancia se ve


que tal vez no podía responsabilizarse completamente de esta frus
tración a tan dignos personajes. Es posible que lo que buscaba en
ellos era algo que no estaban en condiciones de entregar, y que qui
zá ni siquiera lo intentaban.
Por otra parte, en paralelo con el trabajo experimental, buscába
mos encontrar satisfacción a nuestras inquietudes en un tipo de lite
ratura que en ese momento no escaseaba. Se trataba de libros escri
tos por científicos del más alto nivel -buena parte de ellos premios
Nobel de fisiología y medicina -como Eccles, Monod, Jacob. Lite
ratura, ésta, en la que positivamente se intentaba responder a los
grandes problemas de la biología general y de la neurociencia, pero
que no llegaban a afrontarla de un modo satisfactorio. De estos es
critos varias cosas nos llamaban poderosamente la atención: ¿Cómo
era posible que personas que habían trabajado toda su vida en labo
ratorios de biología molecular o de neurofisiología, de la noche a la
mañana, y por el solo expediente de haber recibido un reconocí
miento a la calidad de su investigación científica, se transformaran
súbitamente en filósofos, y fuesen capaces de hacer las más rotun
das afirmaciones sobre temas como la esencia de la vida, la natura
leza del conocimiento, la existencia de la libertad, la realidad del
alma y muchos otros de análoga complejidad? Y todo esto, sin que
parecieran percibir la necesidad de fundamentar de modo riguroso
la mayor parte de sus aseveraciones en estas materias. El trabajo
científico nos mostraba cuán lento era el aprendizaje, cuán absor
bente la realización de los experimentos y cuán distante se encontra
ba la perspectiva puramente científica del abordaje filosófico que
incipientemente habíamos comenzado a descubrir. ¿Cómo era posi
ble que estós grandes científicos hubiesen aprendido suficiente filo
sofía, en medio de sus ocupaciones, sin pasar por un camino de pre
paración que ya vislumbrábamos, era aún más largo y dificultoso?
Veíamos hasta con dolor, que si esos eminentes científicos hubiesen
aplicado sobre sus juicios de carácter filosófico el mismo rigor que
empleaban en el laboratorio frente a sus datos experimentales, se ha
brían ahorrado el tener que hacerles ver los límites de su propia
competencia. Era patente además, en aquella literatura, la ausencia
de referencia meditada a científicos y filósofos antiguos que ya nos
parecía tenían algo que decir. Para estos científicos la historia del
pensamiento parecía haberse. iniciado en el siglo XVII.
14 El viviente humano

Lo anterior nos fue haciendo ver la necesidad de una adecuada


preparación filosófica, para así llevar el análisis hasta sus últimas
consecuencias. Intentando encontrar alguna luz en la lectura de Ma
ritain, tomamos nota de la referencia constante que éste hacía a To
más de Aquino. Comenzó así a surgir una convicción más informa
da acerca de la importancia de la obra intelectual y de la figura
moral de este pensador, y un mayor respeto por la valía de la obra
intelectual del medioevo. Con no poca ingenuidad nos abocamos a
su lectura directa en los temas que nos interesaban. A poco andar,
sin embargo, pudimos constatar que en los puntos claves de interés
para lo nuestro, Tomás de Aquino remitía casi invariablemente a
Aristóteles, autor al que denominaba «El Filósofo». Nos llamaba la
atención que un pensador de la categoría de Tomás singularizara de
tal manera a Aristóteles, por encima de la inmensa multitud de otros
autores que aparecen discutidos en sus obras. Acostumbrados como
estábamos a estar expectantes de las más recientes publicaciones
científicas, y a desechar por obsoletos artículos a veces recién apa
recidos, nos admiraba que un autor elevara a tan alta consideración
obras que tenían ya 1.600 años. Movidos por la curiosidad, dejamos
provisoriamente de lado la lectura del Aquinate, y, con no menos in
genuidad que en la ocasión precedente, iniciamos la lectura directa
de sus obras. Fue así como empezaron a aparecer, frente a nuestros
ojos asombrados, La Física; El tratado acerca del alma; La Metafí
sica; Las partes de los animales, y comenzábamos a tener noticia de
La generación de los animales; La marcha y el movimiento de los
animales; La historia de los animales; De la sensación y lo sensi
ble, La memoria y la reminiscencia; Del sueño y la vigilia; La gene
ración y la corrupción, etc.
La lectura de «El filósofo» causó en nosotros una impresión que
perdura hasta hoy. Mirando atrás, con la perspectiva del tiempo, y
con la ahora clara conciencia de la dificultad objetiva que supone el
estudio·directo de Aristóteles, hago un esfuerzo por explicitar qué
pudo habemos llamado tanto la atención. En primer lugar, quizá,
una cierta identificación. Conocedor de los temas médicos, Afistó
teles era un apasionado del estudio de la naturaleza, y en particular
de los seres vivos. La historia lo tiene, a justo título, por fundador de
la biología. En segundo lugar, el modo «fresco» de abordar los pro
blemas. Preguntas claras, radicales, pertinentes, sin mucho rodeo y
frecuentemente planteadas -siguiendo el ejemplo de Platón -al
Introducción 15

modo de aporías. Consideración crítica, profunda y abierta de lo ob


tenido por sus predecesores. Respuestas decisivas, expresadas ora
de modo rotundo, ora de modo tentativo, y sin temor a volver a
cuestionarlas, corregirlas o profundizarlas. En suma: una mente dis
puesta a cuestionárselo todo... pero en serio.
Desde pequeños, el sistema escolar y la cultura imperante nos
habían trasmitido de modo acrítico y hasta tautológico que «La
Ciencia» es la actividad que emplea el método científico. Método
que no es sino el abordaje empírico o experimental en sus diversas
variantes. Durante años luchamos por hacer entrar en ese molde to
das nuestras inquietudes intelectuales en lo que hace relación con el
estudio de la naturaleza, experimentando a la larga la frustración de
su insuficiencia. Y he aquí que, del modo más inopinado, aparecía
este pensador que había vivido hacía más de 2.300 años, y que se
preguntaba lo mismo que nosotros, con una «modernidad» tal que
daba la impresión de estar conversando con él en el laboratorio. Los
libros de historia de la ciencia y de la filosofía suelen subrayar, casi
con fruición, cómo los conocimientos científicos de Aristóteles se
encuentran hoy obsoletos. Sin intentar defender lo indefendible, es
fuerza reconocer que una parte importante de sus consideraciones
estrictamente empíricas (experimentales o teóricas), o no tienen ya
valor alguno, o son demasiado generales como para conservar algún
interés. No obstante lo anterior, y más allá de cuestiones en definiti
va accidentales, el pensamiento filosófico aristotélico, en lo funda
mental, conserva una vigencia no igualada. Sé que para los que he
mos sido formados en la precariedad y rápida obsolescencia de
buena parte de los conocimientos científicos, este hecho puede ser
difícilmente aceptable. Pero, al leer y releer a Aristóteles, y junto
con él a Platón, Parménides, Heráclito, no se puede evitar pensar
que, con ellos, la cultura helénica tocó verdades que para el pensa
miento humano serán definitivas. No se pretende afirmar que el
pensamiento de Platón o el de Aristóteles sean sistemas cerrados o
acabados, y que no dejen espacio para progresar; basta familiarizar
se un poco con su lectura para desengañarse. No obstante, hay en
ellos modos de plantearse los problemas, ciertos puntos de partida
en la investigación, formas de enfrentar las dificultades y algunas
respuestas específicas, que parecieran defmitivas.
Surgió así la necesidad de iniciar un proceso conducente a al
canzar los instrumentos conceptuales necesarios para llegar a una
16 El viviente humano

comprensión en profundidad, no sólo de los alcances y límites de la


ciencia experin1ental, sino, 1nucho más importantemente, del senti
do teórico último de aquellas realidades que pobremente por el ca
mino de la ciencia pretendíamos agotar. El objetivo se fue perfilan
do paulatinamente en el sentido de desarrollar una biofilosofía
deslindada de la ciencia experimental, pero en estrecha relación con
sus hallazgos y sus interpretaciones. Una biofilosofía en la cual las
realidades no se den por descontado y que se apoye en un discerní
miento reflexivo de sus fundamentos. Por esa época nos comprome
timos, en Toulouse, Francia, junto a un grupo de amigos y discípu
los de Jacques Maritain, en un ambicioso proyecto de rehabilitación
y renovación del pensamiento filosófico acerca de la realidad natu
ral; tarea ésta que no éramos pocos los que veníamos viendo como
necesaria y urgente.
El primer trabajo biofilosófico de largo alcance lo emprendi
mos, en Toulouse, con ocasión de nuestras tesis de doctorado en fi
losofía1. Trabajo arduo, fructífero, pero cuyo carácter tentativo y
factura desigual nos ha hecho desistir de su publicación. Producto
de este esfuerzo fue una renovada convicción acerca de la necesidad
de una rehabilitación de la filosofía de la naturaleza, en términos ge
nerales, y en particular de una rama de ella: la biofilosofía.
La rehabilitación de la biofilosofía aparece como necesaria y ur
gente fundamentalmente por dos razones. En primer lugar, en orden
a llenar un vacío existente en la cultura. Signo de este vacío, es que
actualmente a cada planteamiento público de un problema comple
jo de bioética, a los que primero se consulta es a los científicos, y
acto seguido a los moralistas (en el mejor de los casos). Como si la
filosofía nada tuviera que decir acerca de estos temas. Es como si la
filosofía hubiese cedido el terreno de la realidad natural a los cientí
ficos y a los filósofos no les correspondiese _sino acantonarse en el
ámbito de las realidades «espirituales». Y, esto. último, siempre y
cuando lo de «espíritu» todavía signifique algo para esos filósofos.

l. LAVADOS MoNTES, M. (1987), La connaissance sensible dans la philoso


phie de l' étre; y SERANI MERLO, A. (1986), L' étre vivant selon la perspective réa
liste: propos pour lesfondements d'une biophilosophie, These de Doctorat de Troi
sieme Cycle, Mention Philosophie, U.E.R. D'Études Philosophiques et Politiques,
Université de Toulouse Le Mirail, Fichier Central de Theses (Lill e).
lntroducción 17

De no ser así, parece que la única tarea que le resta a la filosofía, se


ría la de llevar a cabo una suerte de ret1exión acerca de los hallazgos
de la ciencia, tornados éstos aden1ás como indiscutibles. En esta
perspectiva, la filosofía, si quiere ser «científica» debe ser filosofía
de la ciencia, si no, no es nada.
Nuestra propia experiencia con la ciencia nos mostró que, por su
naturaleza, la ciencia empírica está y debe estar rigurosamente ape
gada a los datos, siéndole muy difícil -y arriesgado -el alejarse
de ellos. No obstante lo anterior, es grande la tentación para el cien
tífico -no como científico, sino como persona-, de pasar del ni
vel de los datos experimentales al de sus significados teóricos últi
mos. La experiencia de los científicos anteriormente citados estaba
ahí para confirmarlo. El ser humano es un animal de significados y
la ciencia experimental carece por sí misma de herramientas que le
permitan pasar desde los datos empíricos a su sentido ontológico.
Existe ciertamente --con1o intentaremos mostrarlo -un espacio en
el ámbito propiamente empírico para la teoría científica, la que a di
ferencia de la teoría propiamente filosófica, se mueve más en un
plano de verosimilitudes que de verdades formales. No se trata tam
poco de marginar a los científicos. ¿Quién mejor para encontrar el
significado último de los descubrimientos, que el propio científico
que los descubre? «Sí, -reconocía Étienne Gilson -a condición de
que acepte filosofar». La situación de estos científicos, es, entonces,
psicológicamente comprensible, lo que no justifica sus desvaríos. El
ser humano, como persona, ni se contenta ni puede contentarse con
los puros datos sensibles. Para sobrevivir, necesita extraer el signi
ficado práctico de los datos que percibe por los sentidos. Ahora
bien, para poder saber qué hacer con las cosas, necesita además sa
ber algo acerca de lo que ellas «son». En la base, entonces no sólo
del sobrevivir, sino también, y antes que nada, del vivir propiamen
te humano, se encuentra la imperiosa necesidad de conocer algo
acerca del sentido último de las cosas, en términos puramente teóri
cos. En síntesis, los seres humanos queremos y necesitamos saber
qué son las cosas entre las cuales vivimos y existimos, y los datos
experimentales (científicos o no) no son sino el primer paso en el
camino hacia ese saber.
Además de satisfacer una de las más hondas necesidades huma
nas, una visión filosófica de la naturaleza es indispensable, en nues
tro días, para la bioética. Sólo una visión filosófica del mundo pue-
18 El viviente humano

de proporcionar una comprensión del significado real de los descu


brimientos científicos, y de las proyecciones de las intervenciones
tecnológicas. Para esto, la reflexión biofilosófica puede y debe pro
longarse en una reflexión antropológica. Es en definitiva, la antro
pología, el lugar propio desde donde debe arrancar un trabajo bioé
tico verdaderamente pertinente. Sin una antropología sólidamente
fundada en una visión filosófica de la realidad natural, el moralista
deambula entre oscuridades, y se puede llegar a hacer mucho daño,
con la mejor de las intenciones.
Los estudios que siguen a continuación pretenden ser un modes
to aporte, en la línea de esa tan necesaria y añorada rehabilitación y
renovación de la filosofía de la naturaleza. Más en particular, se re
fieren a algunos de aquellos temas frente a los cuáles se hace hoy en
día imperiosa una opinión fundamentada desde la biofilosofía. En la
mayor parte de ellos se intenta también aquella prolongación hacia
la antropología que es la única base sólida de una bioética que orien
te a las personas de modo seguro, realista y atrayente.
La mayor parte de estos estudios son inéditos, y los que han
aparecido en revistas han sido revisados y corregidos para esta pu
blicación. Se ha intentado en todos ellos privilegiar la claridad
frente al tecnicismo, sin perder el rigor. Nos hemos esforzado ade
más por lograr que los elementos de orden científico sean com
prensibles para cualquier persona con una mínima base escolar en
ciencias naturales. Hemos intentado también que los elementos fi
losóficos sean accesibles sin excesivo esfuerzo. No supimos cómo
evitar algunas repeticiones, pero esperamos que ellas contribuyan
a una mejor comprensión. Hemos intentado además evitar un ex
ceso de erudición académica y el recurso a particularismos de es
cuela que en otras circunstancias pueden tener su lugar. Somos
conscientes de que a medida que avanzábamos en el desarrollo de
las ideas, iban quedando abiertos nuevos caminos, imposibles por
ahora de explorar. Sean estos senderos abiertos un estímulo para
atraer a quien quiera recorrerlos. Agradecemos de antemano las
observaciones y comentarios críticos que se tenga a bien hacemos
llegar, pues, siendo el hombre un ser de cultura, la búsqueda de la
verdad es tarea colectiva.
Primera Parte
Capítulo I
La biofilosofía y la unidad del saber biológico

l. EN EL ORIGEN DE LA PREOCUPACIÓN POR ESTUDIAR


LOS SERES VIVOS

Todo razonamiento, toda reflexión sistemática, en definitiva,


toda investigación, tiene necesariamente comienzo. Por esta razón,
decía Aristóteles, que «un gran saber procura muchos puntos de par
tida» 1 • En las ciencias de la naturaleza, los puntos de partida son los
hechos, expresados en juicios en los que se intenta declarar aquello
aprehendido por mediación de los sentidos. La noción de hecho --es
claro -debe ser entendida en forma analógica; esto quiere decir
que un hecho no es sólo un juicio acerca de las manifestaciones
sensibles de las cosas, sino que la idea de .hecho se extiende ade
más, y por encima de todo, a las cosas que por medio de la sensa
ción se manifiestan 2• Dicho de otro modo, el conocimiento racional
de la naturaleza no puede quedar reducido a un catastro de regula
ridades fenoménicas, sino que está llamado a progresar al conoci-

l. Se trata de un escrito acerca de la educación, hoy perdido. Referido por


PLUTARCO,«Cuestiones Conviviales» VIII, 10, 734 D, en AUBONNET,J., BERTIER,
J., BRUNSCHW IG, J., HADOR,P., PÉPIN, J., THILLET,P., Aristote: cinq oeuvres perdues
(de la richésse,de la_priere, de la noblesse, du piaisir, del' éducation),fragments
et témoignages, Presses Universitaires de France (Paris), 1968.
2. Cfr. BITÜRR.o,J., Introducción al filosofar, Kapelusz (Buenos Aires), 1978.
22 El viviente humano

miento esencial de las cosas que por esos fenón1enos aparecen. En


esto, como se ve, nos separatnos desde el inicio de una visión re
duccionista, en la que se afirme de modo absoluto que sólo tienen
valor de conocimiento las afirmaciones que se verifican en la apre
hensión sensible y sólo en ella. Esta doctrina sostenida en este siglo
por el llamado positivismo lógico del Círculo de Viena tiene la cu
riosa particularidad de excluirse sin justificación del criterio de ve
rificación que ella n1isma propone. En efecto, la afirmación positi
vista de que sólo es verdadero lo que es susceptible de verificación
experimental (sensible, mensurable), no es susceptible de ser veri
ficada experimentalmente.
Proponemos, en consecuencia, como punto de partida de la pre
sente investigación, un hecho, que puede ser expresado del modo si
guiente: «Los seres humanos se placen en la contemplación de las
obras de la naturaleza»Se entiende que la veracidad de este juicio no
descansa en una constatación de tipo empírico-estadístico. En cir
cunstancias reales, que no es difícil imaginar, podría llegar a darse que
un grupo importante de la población humana no estuviese en condi
ciones de gozarse en la contemplación de las obras de la naturaleza.
Esta constatación, empero, no restaría en nada validez a este juicio
que, más allá del dato empírico, intenta aprehender lo que pudiéramos
llamar un dato de naturaleza. Lo que este juicio intenta manifestar es
la existencia de una inclinación propia al ser humano en cuanto tal,
más allá de las situaciones circunstanciales que puedan obstaculizar u
obliterar la aparición de esta tendencia en casos concretos.
El juicio anterior podríamos restringirlo todavía más en función
del tema que nos ocupa, afirmando que «entre las obras de la natu
raleza, el ser humano se place sobre todo en la contemplación de
los seres vivos». Pruebas o signos de ello lo constituyen, por ejem
plo, los parques nacionales, las reservas naturales, jardines zoo
lógicos, acuarios, aviarios, jardines, plazas y parques botánicos
existentes en todas partes del mundo y visitados por millones de
personas, sin considerar los miles de revistas, libros y documenta
les referidos a estos temas. En este fin de milenio asistimos además
a un interés sin parangón histórico por la protección y conservación
de los recursos naturales, y de modo muy específico de la biodiver
sidád. Las razones de esta preocupación son también múltiples,
pero la más importante de ellas es, con mucha probabilidad, la agu
da onciencia
La biofilosofía y la unidad del saber biológico 23

tra sociedad, en virtud del desarrollo de la técnica, del caótico cre


cimiento de las grandes urbes y de la casi incontrolable codicia del
hombre conten1poráneo.
La conciencia de nuestro poder destructor ha hecho a su vez to
tnar nota de nuestra responsabilidad en el destino de las futuras ge
neraciones. Diversos autores se han hecho portavoces de esta res
ponsabilidad. El filósofo judío-alemán Hans Jonas ha sido, de entre
ellos, quizá el más elocuente'. Implícita en este reconocimiento de
responsabilidades, con respecto a futuras generaciones, está la per
cepción de que los actuales habitantes del planeta no tenemos el de
recho de privar a nuestros futuros semejantes del placer de disfrutar
de la contemplación de toda la riqueza y variedad de las obras de la
naturaleza. No es del caso examinar ahora el fundamento preciso de
este derecho, si es que verdaderamente existe. Baste para nuestros
fines con poner en evidencia los elementos del problema.

2. LA ADMIRACIÓN EN EL ORIGEN DE TODO GENUINO SABER

¿Qué tiene que ver el placer de contemplar la naturaleza con el


tema de la biofilosofía que nos ocupa? Desde los griegos viene ya
siendo casi un tópico el que en el origen del filosofar se encuentra la
admiració n4 • En tanto que, más allá de la evidente multiplicidad de
las ciencias, existe también una más radical y profunda unidad de
todo el saber humano, pensamos que aquella admiración de la cual
arranca la filosofía afecta en mayor o menor medida a los comien
zos de todo genuino saber. En el caso de las ciencias naturales, y en
particular de la biología, nos parece ser esto particularmente claro.
Con esto queremos decir que un signo de una recta y sana búsqueda
del saber en el campo de las ciencias naturales lo constituye la per
sistencia de esta actitud admirada de la cual la investigación arranca
y a la que en alguna medida siempre debe retomar.

3. Cf. JONAS H., The imperative of responsibility: in search of an ethics for the
technological age, The University of Chicago Press (Chicago/London), 1984.
4. Cf. PoLo, L., «La admiración como comienzo de la filosofía» y «La verdad
y la admiración», en POLO,L., Introducción a la filosofía, EUNSA (Pamplona),
1995, pp. 21-46.
24 El viviente humano

Ahora bien, nos parece que, entre el placer que brinda la contem
plación de la naturaleza y la ad1niración que se encuentra al origen de
toda genuina inquietud científica, existe una íntima conexión. Quizá ni
la contemplación ni la admiración deban ser formalmente consideradas
como partes de la investigación inquisitiva que surge de ellas, pero es
claro que sin ellas a la investigación científica o filosófica le faltaría
algo esencial, no en cuanto a ella formalmente considerada, sino con
respecto a lo que da cuenta de su existencia en la mente de los hombres.
¿Adónde apuntamos con esto? Se dice que hoy en día existe más
gente dedicada a la investigación científica en el mundo que la suma
de todas las personas que se han dedicado a ella a lo largo de toda la
historia. Es muy posible. Sin embargo, me atrevería también a decir,
que nunca como hoy ha habido menos verdaderos y genuinos cientí
ficos entre las personas dedicadas a la ciencia. Una proporción muy
alta de la gente que hoy se dedica a la ciencia lo hace sin una verda
dera motivación científica; en el «hacer ciencia» de nuestra época se
han colado infinidad de motivaciones subalternas, y esto, como vere
mos, no deja de tener consecuencias para la misma ciencia y para la
cultura. La expresión ya citada de «hacer ciencia», propia del ámbito
de la producción, y frecuente en nuestros días para referirse. a la acti
vidad científica, nos sugiere ya una óptica desplazada en el modo
como nuestra cultura concibe la naturaleza íntima de la actividad
científica. La tesis que avanzamos, y que ya se adivina en lo que aca
bamos de decir, es que sólo puede entenderse por genuina motiva
ción científica aquélla que conserva en su trabajo cotidiano una con
tinuidad vital con la experiencia fundante de la ciencia, la cual se da
en la contemplación y en la admiración de la realidad.

3. CONTEMPLACIÓN Y ADMIRACIÓN

Expuesta ya la tesis, intentaremos justificarla y mostrar las con


secuencias que para las ciencias naturales ha tenido el abandono
práctico de esta verdad. Volvamos a nuestro punto de partida y exa
minemos un poco más de cerca esto que hemos llamado experiencia
funda nte de la ciencia natural. Parece pertinente hacer notar, en pri
mer término, que confluyen en esta experiencia no sólo elementos
cognitivos sino también elementos afectivos muy fuertes. En la con
templación de la naturaleza se experimentan, de hecho, las más di-
La biofilosofía y la unidad del saber biológico 25

versas emociones; desde la alegría, el coraje y el optimismo hasta la


tristeza, la angustia, la repugnancia y el miedo. Sin embargo, nos
parece que éstas corresponden más bien a emociones que pudiése
mos llamar adventicias, circunstanciales o accidentales, ya que tie
nen que ver más con modos concretos de reaccionar de cada obser
vador, o con evocaciones de experiencias pasadas, que con afectos
que digan relación estricta con la situación de contemplación. Ade
más de las emociones descritas, es posible constatar otro tipo de
afectos o sentimientos, que pueden ser descritos como una cierta ex
periencia de paz, de gozo interior, de quietud, de querer prolongar lo
más posible ese estado de contemplación. Afectos éstos últimos que
nos parecen intrínsecamente ligados a la genuina experiencia de
contemplación y de admiración.
A ello probablemente se refería Aristóteles cuando nos invita a
vencer la repugnancia frente a la contemplación de ciertos animales.
Nos permitimos citar in extenso un texto que merece ser tenido por
uno de los más hermosos que jamás se hayan escrito sobre este tema:
«Ya que aún cuando se trata de seres que no ofrecen un aspecto
agradable, la naturaleza, que es su arquitecto, reserva maravillosas sa
tisfacciones a quién los estudia, siempre y cuando éste sea capaz de re
montar a las causas y que sea verdaderamente filósofo. Sería además
ilógico y extraño que nos gozáramos en contemplar las reproducciones
de estos seres, admirando al mismo tiempo el talento del artista, pintor
o escultor, y que no experimentásemos más alegría cuando, al lograr
percibir las causas, contemplamos estos seres en ellos mismos, tal cual
la naturaleza los ha organizado».
«De este modo, no hay que dejarse llevar de una repugnancia pue
ril por el estudio de animales menos nobles. Ya que en todas las obras
de la naturaleza reside alguna belleza. Debemos considerar lo que se
gún dicen contestó Heráclito a unos visitantes extranjeros, que en el
momento de entrar a su casa se detuvieron viéndolo como se abrigaba
al calor de la cocina: él los invitó a entrar sin temor, diciéndoles que
también allí se encontraban los dioses. Según esto, debemos abordar
sin disgusto el examen de cada animal con la convicción de que a cada
uno de ellos le corresponde su parte de naturaleza y de belleza» 5•

5. ARISTÓTELES, De las partes de las animales, Libro Primero, cap. V. (Ver


sión nuestra a partir de la edición bilingüe griego-francés de Pierre Louis, Belles
Lettres) (Paris), 1956.
26 El viviente humano

¿De dónde proceden ese gozo, esa quietud, esa alegría interior
que se asocian a la verdadera contemplación intelectual? ¿De qué
naturaleza es esa realidad que permite que el hombre cuando la
posee experimente una tan grande satisfacción? Examinando la
experiencia con detención nos vemos conducidos a afirmar que
ese estado afectivo procede del puro, simple y desnudo hecho de
conocer. Es como si el ser humano se deleitara al contemplar y, al
contemplarse contemplando, se volviera a deleitar. Esto que pare
ce claro si nos imaginamos frente a la erupción de un volcán o a
la majestuosidad de un glaciar. ¿Sería también posible experi
mentarlo al observar, por ejemplo, un edificio de apartamentos?
Nos parece que, en principio, sí, pero habría que abstraer antes
muchas realidades adventicias o «contaminantes» como podrían
ser el saber que es el edificio donde yo vivo, que le está haciendo
falta una buena mano de pintura, que el arquitecto fue mi parien
te, etc. Sólo después de haber prescindido de todos esos «distrae
tares» estaríamos quizá en condiciones de ejercer una contempla
ción genuina, un conocimiento «desinteresado». O, si se quiere,
sólo interesado en la experiencia como tal. Situación muy distin
ta es la que provoca la crecida de un río en la época de deshielos.
Impresionado por la fuerza magnífica del torrente, y, una vez en
lugar seguro para no ser arrastrado por las aguas, lo único que
resta es contemplar.
Si lo que venimos a afirmar es cierto, la conclusión que se sigue
es muy simple: «al ser humano le gusta conocer»; se place, se goza
en el conocimiento. Así como disfruta la bebida y la comida, la co
modidad, la seguridad, las demostraciones de cariño, así también le
gusta conocer, y conocer bien. El conocer, el saber, sacia una de las
aspiraciones, deseos, apetitos --o como se lo quiera conceptuali
zar -más profundos del ser humano. Una vez que el ser humano
satisface sus necesidades más elementales surgen inmediatamente
mil manifestaciones de sus ansias de saber 6 ; algunas más nobles,
otras menos. El que gusta de la comida quiere conocer otros sabo

6. «Estas ciencias que no se aplican ni a los placeres ni a las necesidades na


cieron primero en aquellos puntos donde los hombres gozaban de reposo (ocio).
Las matemáticas fueron inventadas en Egipto, porque en este país se dejaba un gnm
solaz a la casta de los sacerdotes»: ARISTÓTELES, Metafísica, Libro Primero, cap. l.

¡¡ ,·
La biofilosofía y la unidad del saber biológico 27

res, el que vive apegado a los placeres quiere conocer otros placeres
tnás intensos, el que disfruta de la arquitectura quiere conocer otras
ciudades, el que aprecia la naturaleza intenta conocerla más a
fondo 7 •
Avanzando otro paso más en nuestra investigación, nos atreve
mos a proponer que entre el gozo contemplativo y la admiración hay
un paso más allá, un ascenso. Podríamos decir que, en el primer es
tadio, el predominio está dado por la percepción sensible; en el se
gundo el equilibrio bascula hacia un plano tnás propimnente intelec
tual. Plano que prepara el surgimiento de las preguntas que dan
inicio formal a la ciencia.

4. LA ETAPA DE LAS PREGUNTAS

La tradición aristotélica sostiene que todas la múltiples y variadas


preguntas que nos hacemos acerca de una cosa son últimamente re
ductibles a dos. Dos tipos fundamentales o dos modos del preguntar.
Éstas son: ¿Existe? (an sit) y ¿Qué es? (quid est). El punto de partida
formal de toda la investigación acerca de los seres vivos lo constitui
ría, en consecuencia, una pregunta que surge de la contemplación ad
mirada y que podría ser formulada aproximadamente del siguiente
modo: ¿Existe un grupo de seres originales --como por ejemplo estas
plantas, estas aves o estos peces-, que exhiben características tales
que los distinguen del fuego, del aire, del agua y de las rocas? En de
finitiva, ¿existen seres vivos, con1o cosas distinguibles y distintas de
aquellas otras realidades que por contraste llamamos no vivas o iner
tes? Y si la respuesta es afinnativa, la pregunta que inmediatamente

7. Lo que venimos a expresar es coincidente con lo que expresa mucho mejor


que nosotros Aristóteles en el comienzo de su M etafisica: «Todos lo hombres tie
nen naturalmente el deseo de saber. El placer que nos causan las percepciones de
los sentidos son una prueba de esta verdad. Nos agradan por sí mismas, indepen
dientemente de su utilidad, sobre todo las de la vista. En efecto, no sólo cuando te
nemos intención de obrar, sino hasta cuando no nos proponemos ningún objeto
práctico, preferimos, por decirlo así, el conocimiento visible a todos los demás co
nocimientos que nos dan los demás sentidos. Y la razón es que la vista, mejor que
los otros sentidos, nos da a conocer los objetos, y nos descubre entre ellos gran nú
mero de diferencias»: ARISTÓTELES, Metafísica, Libro Primero, cap. l.
28 El viviente humano

sigue es: ¿Qué son? s. Es fácil imaginar, a partir de, cómo se plantea la
multitud de preguntas que siguen, de las cuales surge la constatación
de la inmensa diversidad de seres vivos y de la complejidad de sus
partes y de la casi interminable diversificación de ramas del saber bio
lógico, cada una de ellas abocada al estudio de un aspecto particular
de la realidad vital. Esta diversificación impresionante a la que obliga
el estudio de los seres vivos no es arbitraria sino que viene dada por la
variedad y complejidad de la materia de estudio.
El desarrollo histórico en lo que se refiere al estudio de los seres
naturales en general y de los seres vivos en particular nos muestra
que este estudio da origen no sólo a una diversificación material
(número de especies) sino también a una diversificación formal
(perspectiva de análisis). Esto significa que el mismo objeto mate
rial, por ejemplo, el tucán, puede ser estudiado desde perspectivas
formales distintas, dando origen a saberes o sub-saberes formalmen
te diferentes en tomo a un mismo objeto material. Podemos estudiar
al tucán en su composición química, en su fisiología, en su conduc
ta o en lo que se refiere a su estructura aerodinámica. Esta diversifi
cación epistemológica es válida para todas las ciencias naturales, y
estamos obligados a examinarla con un algún detalle antes de conti
nuar con nuestra investigación.

5. COMPLEJIDAD DEL SABER RACIONAL ACERCA DE LOS SERES VIVOS

En nuestra cultura existe una cierta idea acerca de las ciencias


naturales que las concibe como bloques unitarios, homogéneos y
bien delimitados entre sí: la Biología, la Química, la Física, etc. Esta
idea -que es una falsa idea-, se trasmite además de manera tre
mendamente eficaz en nuestro sistema escolar. Curiosamente, este
concepto de la delimitación precisa de bloques homogéneos suele
coexistir con otro concepto que en cierto sentido es contradictorio

8. Éste es el orden en que se procede en las ciencias naturales. Primero se


constata la existencia de algo distinto, y luego se pregunta acerca de la naturaleza
precisa de aquello que se descubrió. Sería una falacia el pretender que es necesario
primero saber exactamente lo que es una cosa para poder pronunciarse acerca de su
existencia.
La biofilosofía y la unidad del saber biológico
--------- --
29

con el anterior. ¿Qué es ciencia? Es una pregunta que solemos hacer


a estudiantes de prirner año de Universidad. Casi invariablemente la
respuesta es la siguiente tautología: «La ciencia es lo que se obtiene
con el método científico». Método único y universal al estilo de
Descartes, y «Ciencia» única y unívoca al modo del positivismo. La
única forma en que ambas ideas puedan compatibilizarse en una
sola mente es que se acabe concibiendo la separación entre la Bio
logía, la Química, la Física y la Matemática, como una mera distin
ción material; esto es, que la ciencia química difiere de la ciencia fí
sica como la descripción zoológica del águila podría diferir de la del
tiburón. A nuestro modo de entender, nada de esto tiene que ver con
la realidad de las cosas. Ni la biología, ni la física, ni las matemáti
cas son cuerpos monolíticos y homogéneos de saber, totalmente se
parados unos de otros, ni es cierto que pueda establecerse un modo
único de acceder a la verdad, válido para todas las ciencias, ni si
quiera para todas las ciencias naturales.
Para ilustrar y fundamentar lo que acabamos de afirmar, nos
permitiremos examinar con algún detalle la complejidad epistemo
lógica que se presenta en el estudio de los seres vivos. Esto mismo
podría hacerse para el caso de la física, pero nos apartaría de nues
tro tema. Permítasenos solamente hacer notar, que a poco que uno
quiera adentrarse en el tema, la imagen monolítica y homogénea de
«La Física» se desdibuja rápidamente. No sólo es posible discernir
en el estudio de los fenómenos físicos una pluralidad de niveles de
análisis, sino que también existen en algunos de estos niveles una
diversidad de enfoques conceptuales. Es así que los físicos experi
mentales no tienen interés en ser confundidos con los físicos teóri
cos, y dentro de los teóricos habrá que distinguir entre los enfoques
cuánticos, continuistas o relativistas, sin mencionar que estos mis
Inos teóricos se distanciarán de otros físicos teóricos que entran de
rechamente en el campo de la filosofía, como casi ninguno de los
grandes físicos de este siglo se ha privado de hacerlo, desde Eins
tein, Schródinger y Heisenberg, hasta Hawkings, Penrose, Reeves y
Prigonine 9•

9. Con resultados muy dispares, desde luego.


30 El viviente humano

6. EL TRABAJO CAPITAL DE LOS NATURALISTAS

De modo muy simplificado poden1os considerar para el caso del


estudio de los seres vivos al menos los siguientes niveles. Existe un
primer nivel-que a pesar de estar n1uy activo pasa hoy en día por
un momento de injusta desconsideración-que constituyó una de
las actividades predominantes de los estudiosos de los siglos XVII,
XVIII y XIX. Se trata del nivel del descubrimiento y descripción de
especies nuevas, sus características, sus variantes, su habitat, su
conducta. Vienen a la mente, a este propósito y entre otros muchos,
los nombres de los europeos Lineo, Buffon, Lamarck, Darwin,
Humboldt, Hanke, Mutis, Gay, Philippi, y de los nuestros Muñoz
Pizarro, Mann, Donoso Barros, Peña Silva, a los que se podrían
agregar los etólogos de este siglo representados por figuras como
Lorenz, von Frisch y Tinbergen, por citar sólo algunos. Individuos
en gran parte autodidactas y que se suelen calificar muchas veces
con el nombre amplio de naturalistas. No se debe omitir en este ni
vel el trabajo que desde hace no más de tres siglos desarrolla de
modo paciente y riguroso la paleontología. Este nivel de trabajo bio
lógico, como se comprenderá, es de una importancia fundamental, y
un desconocimiento de sus datos ha llevado no pocas veces a los te
óricos a generalizaciones antojadizas.

7. CIENCIA BIOLÓGICA EMPÍRICO-ESQUEMÁTICA

Muy cercano al nivel conceptual de análisis de los anteriores,


pero yendo quizá más al estudio analítico de las partes de los seres
vivos, y dejando un poco atrás el estudio del ser vivo como totali
dad, nos encontramos con un grupo de conocimientos de carácter
descriptivo obtenidos ya sea por simple observación, o por lo que
Claude Bemard llamaba observación provocada o experimenta
ción 10 • Los juicios emitidos en este contexto -al igual que para
los naturalistas -tienen su origen en las manifestaciones sensibles
de las realidades biológicas, sean éstas directamente observables
con

10. Cf. Claude BERNARD, lntroduction a l' étude de la médecine expérimenta


le, Flammarion (Paris), 1966.
La biofilosofía y la unidad del saber biológico 31

nuestros sentidos o con la ayuda de instrumentos de observación y


medición. El plano de verificación de estos juicios es entonces la re
alidad sensible como tal. En este nivel se situaría fundamentalmen
te, nos parece, todo el inmenso trabajo experimental que subyace
por ejemplo al desarrollo de la biología celular, la fisiología, la mi
crobiología, la genética y la biología del desarrollo.
Estos dos primeros niveles, momentos o partes de la ciencia
biológica, corresponderían a lo que Jacques Maritain propone de
nominar en su obra sobre Filosofía de la Naturaleza ciencia bioló
gica empírico-esquemática 11 • Empírica porque su criterio último de
verificación son los datos de los sentidos, esquemática porque la ac
tividad propiamente teórica se limita aquí al establecimiento de
marcos mínimos, estructuras más o menos permanentes, leyes que
permitan unificar o expresar datos que de otra manera se confundi
rían en un caos ininteligible. Esta parte de la biología es quizá la de
mayor actualidad hoy en día y es la que se suele identificar con toda
la ciencia biológica.

8. CIENCIA BIOLÓGICA EMPIRIOMÉTRICA

Un segundo aspecto de la ciencia biológica actual viene dado


por los aportes de la ciencia físico-química a la comprensión de los
fenómenos biológicos. Consideramos aquí en particular aquellos as
pectos de la físico-química que dependen de lo que se ha llamado el
método físico-matemático de examen de la naturaleza, iniciado por
Arquímedes 12 en la Grecia antigua y revitalizado en el siglo XVII
por Galileo y Newton. Éste es el tipo de enfoque conceptual prefe
rentemente utilizado en los estudios fisiológicos, con fuerte énfasis
bioquímico y biofísico. Un ejemplo notable de este tipo de acerca
miento lo constituye aquel marco teórico conocido como teoría de
similitudes biológicas, el que integra como uno de sus elementos el

11. M A R IT A INJ., «La philosophie de la nature: essai critique sur ses frontieres
et son objet», en Oeuvres Completes V, Universitaires-Saint Paul (Fribourg-Paris),
1982.
12. A RQUÍM EDES, «El método» (traducción de María Luisa Puertas y Luis
Vega), Alianza Editorial (Madrid), 1986.
32 El viviente humano

análisis físico dimensional. En esta perspectiva general de análisis


los datos tienen también un origen prin1ariamente sensible; sin enl
bargo son rápidamente sometidos a una reducción n1atemática geo
métrica o aritmética, que opera como clave de inteligibilidad y
con1o punto de apoyo para conclusiones de carácter comprensivo o
predictivo (ecuaciones, constantes expresables numéricamente, le
yes generales con expresión numérica, etc.) 13 • El plano de verifica
ción de estos juicios no es entonces la realidad biológica sensible
como tal sino esta realidad en cuanto matematizada. De acuerdo a la
terminología propuesta por Maritain, esta parte de la biología co
rrespondería a un modo de conceptualización de tipo empírico-mé
trico o empírico-n1aten1ático. Quedarían comprendidas en este mo
do de conceptualizar la biofísica, la bioquímica y las partes más
matematizadas de las disciplinas empírico-esquemáticas menciona
das anteriormente.

9. BIOLOGÍA TEÓRICA Y BIOFILOSOFÍA

Un tercer aspecto de lo que se suele entender por ciencia bioló


gica actual está constituido por el nivel de los marcos conceptuales
o teorías unificadoras; por ejen1plo la consideración del sistema
nervioso como un sistema de regulación y control; o del ADN o
ácido desoxirribonucleico como constituyendo «genes» que contie
nen un «mensaje»; o la conceptualización de la estabilidad y de la
variabilidad de ciertos parámetros biológicos como formando parte
de un sistema cibernético con servomecanismos de autorregula
ción; la teoría darwiniana de la variación y de la selección; etc. En
este plano no nos encontramos ya en el nivel de las observaciones,
las mediéiones o las matematizaciones puras sino en otro en el cual
el componente interpretativo es cada vez más importante e incluso
dominante. Aquí los datos o las generalizaciones matemáticas ya
no son considerados en cuanto tales sino como reveladores de una

13. Hemos examinado con más detalle los aspectos epistemológicos de este
modo de hacer biología en A. SERANJ-M ERLO, L' étre vivant selon la perspective ré
aliste (propos pour les fondements d' une biophilosophie ), These de doctorat de
troisieme cycle, Université de Toulouse Le Mirail-U.E.R. D'Études Philosophiques
et Politiques (Toulouse), 1986, pp. 18-1O O .
La bíofilusofía y la unidad del saber biológico 33

estructura o de una ley pennanente de las realidades o de la Natu


raleza en su conjunto. Estas visiones sintéticas se apoyan cierta
rnente en los datos puros o matematizados pero, su validez no se
juzga directamente en el plano mismo de los datos sino en el orden
propiamente racional (coherencia interna, correspondencia con los
datos experimentales). En este nivel, la teoría funciona aquí al
modo de un modelo.
¿Qué decir -entonces -de la validez de estas teorías? Una te
oría científica es válida cuando propone un marco racional con1-
prensible y coherente y da cuenta de los hechos. El rol de la teoría
en este caso puede ser múltiple. Puede, por ejemplo, unificar una co
lección grande de datos que de otro modo quedarían dispersos; de
esta manera una cantidad de observaciones previamente considera
das de poca importancia o marginales pueden cobrar a la luz de la
teoría una significación insospechada. Comprender es en buena me
dida unificar y ésta es indudablemente una función de la teoría. Una
teoría es también verosímil cuando permite predecir hechos u obser
vaciones. Bajo la instigación de la teoría uno puede ir a observar de
rechamente ciertos aspectos de la realidad o puede predecir que
cuando ocurran ciertos sucesos lo harán de una cierta manera. En
síntesis, una teoría científica es válida en la medida en que haga más
comprensible una colección de datos experimentales, permita elabo
rar nuevas hipótesis y predecir ciertos efectos. En definitiva, que dé
cuenta de los hechos y que sea útil.
Sin embargo, no hemos respondido todo acerca del rol de la teo
ría diciendo que ésta es válida dentro de las condiciones y de los lí
mites que se han fijado. El estudioso de la naturaleza quiere saber
más. La utilidad autoriza el uso del modelo teórico dentro de los
condicionantes prefijados pero, más allá de poder ser usadas estas
teorías ¿son verdaderas, en sentido fuerte? Es decir, además de po
der ser usadas ¿pueden ser afirmadas como reflejo fiel de la reali
dad? Además de ser usadas ¿pueden ser pensadas?

10. LA CIENCIA Y SU VALOR DE VERDAD

Tocamos aquí un punto crucial, ante el cual -en nuestra modes


ta opinión -se han frustrado buena parte de los esfuerzos epistemo
lógicos de nuestro siglo. Gente de la valía de Popper y Kuhn -por
34 El viviente humano

citar los más conocidos -han sido capaces de vislumbrar el proble


ma, sin poder avanzar a una solución verdaderamente satisfactoria
para el espíritu. Se trata de responder clara e inequívocamente acer
ca del grado de verdad de las afirmaciones de la ciencia experimen
tal y de las teorías científicas; de si existe o no la posibilidad de co
nocer la realidad. En definitiva, se trata de saber si el trabajo de
cientos de miles de científicos a lo largo y ancho de todo el mundo y
en distintas épocas de la historia tiene verdaderamente algún sentido
o si en realidad no lo tiene. Podrían pensarse como posibles cualquie
ra de las dos alternativas, sí o no. Sin embargo, en la vida es necesa
rio calibrar los juicios que se emiten. Decir que el resultado real de la
ciencia experimental --con todas las atenuaciones y matices que se
quieran -no está de ningún modo garantizado, es transformar de un
plumazo la vida de cientos de miles de personas inteligentes en una
pura ficción, un juego sofisticado pero inútil, un hacer como si se es
tudia la realidad sin que exista garantía de alcanzarla. Curiosamente,
la transmisión de la ciencia experimental en nuestro siglo se ha he
cho sobre el telón de fondo de dos ideologías erróneas y contrapues
tas: el positivismo y el escepticismo. Por una parte el positivismo de
comienzos de siglo exageraba el valor de verdad de los juicios de la
ciencia experimental, no admitiendo como válido ningún otro tipo de
conocimiento. Por otro lado, el escepticismo, en este fin de siglo, se
considera incapaz de afirmar la validez de ningún tipo de conocí
miento. En realidad, estas dos ideologías son más afines de lo que a
primera vista pudiera parecer y se originan ambas de una común raí
gambre empirista. La mezcla de empirismo y escepticismo en la obra
filosófica del inglés David Hume es una prueba concreta de lo que
acabamos de afirmar.
El empirismo puede ser descrito como una doctrina filosófica
que confunde los puntos de partida del conocimiento humano. Todo
conocimiento humano tiene ciertamente su origen en la sensación, y
a ese título el conocimiento sensible puede ser considerado un pun
to de partida. Nihil sit in intellectus quod prius not fuerit in sensu
(nada hay en la inteligencia que previamente no haya estado en los
sentidos) reza,ba el adagio latino, mostrando la clara conciencia del
valor del conocimiento sensible que tenían los medievales. Sin em
bargo, si la sensación puede ser considerada a justo título un punto
de partida del conocimiento humano, no es precisamente del cono
cimiento humano. en cuanto humano sino -si es posible
decirlo
La biofilosofía y la unidad del saber biológico 35

así-, del conocimiento humano en cuanto animal. El punto de par


tida del conocimiento humano en cuanto humano no se encuentra en
la sensación sino en la intelección. «Lo primero captado por la inte
ligencia, y a lo cual todos los otros conceptos se reducen, es el ser»
expresa Tomás de Aquino en el siglo XIII, manifestando de modo
sintético y magistral una evidencia que comienza a ver la luz con
Parménides. El punto de partida del conocimiento humano en cuan
to humano no es ni la certeza del cogito cartesiano, ni la clara y dis
tinta afirmación de nuestros estados de conciencia; es la aprehen
sión por parte de la inteligencia de su objeto propio: lo que por las
apariencias aparece, es decir, la realidad inteligible, el ser de los se
res sensibles.
Es mérito de Platón el haber discernido la diferencia radical
existente entre el conocimiento sensible y el conocimiento intelec
tual, diferencia que el empirismo contemporáneo no parece vislum
brar, retrotrayendo toda la gnoseología y la epistemología a un esta
do pre-parmenídeo. El positivismo y el escepticismo, al cuestionar
el verdadero punto de partida del conocimiento humano con herra
mientas que no pueden provenir sino de ese mismo punto de partí
da, se lanza en pos de un objetivo imposible: examinar críticamente
nuestra posibilidad de conocer, antes de conocer. Esta búsqueda in
necesaria y estéril tendrá entre otras consecuencias el socavamiento
de las bases de todo el vasto y grandioso edificio del conocimiento
científico. Como dice de modo admirable Xavier Zubiri:

«...la presunta anterioridad crítica del saber sobre la realidad,


esto es sobre lo sabido, no es en el fondo sino una especie de timorato
titu beo en el arranque mismo del filosofar. Algo así como si alguien
que quiere abrir una puerta se pasara horas estudiando el
movimiento de los músculos de su mano; probablemente no llegará
nunca a abrir la puerta. En el fondo esta idea crítica de anterioridad
nunca ha llevado por sí sola a un saber de lo real, y cuando lo ha
logrado se ha debido en general a no haber sido fiel a la crítica misma»
14 •

Volvamos entonces -luego de estas clarificaciones- ·- a nuestro


problema acerca del valor de verdad de las teorías biológicas. Como

14. ZUBIRI, X., Inteligencia Sentiente, Alianza Editorial-Sociedad de Estudios


y Publicaciones (Madrid), 1980, p. 10.
36 El viviente humano

una forma de simplificar nuestro análisis, caractericemos mejor los


dos tipos de marcos teóricos que es posible encontrar en la biología.
Un primer tipo de marco teórico corresponde al de los modelos vá
lidos o teorías útiles que ya examinamos previamente y cuya preten
sión no va en la línea de la veracidad sino tan sólo de la verosimili
tud 15 •

11. LA BIOFILOSOFÍA

Existe, sin embargo, un segundo modo de abordaje teórico de la


realidad natural que corresponde al objeto de la biofilosofía. Nos re
ferimos al ámbito de la teoría que no sólo aspira a la verosimilitud
sino que intenta decididamente ser veraz, es decir, reflejar la reali
dad tal cual'es. No en el sentido de la exhaustividad, obviamente, ta
rea desde todo punto de vista desproporcionada a la capacidad de la
·inteligencia humana, sino en el sentido de la fidelidad a lo real. A di
ferencia de la teoría verosímil, esta teoría intenta alcanzar con sus
afirmaciones el plano de la veracidad o más simplemente de la ver
dad. No sólo pretende dar cuenta de los hechos, unificarlos y even
tualmente predecirlos; el problema central para este tipo de teoría es
si sus juicios son conformes o no con la realidad de las cosas. Se ve
inmediatamente que estamos aquí en el terreno propiamente filosó
fico.
La distinción entre veracidad y verosimilitud es importante, ya
que si bien una teoría veraz es necesariamente verosímil, lo inverso
no es válido. En efecto, considerar al sistema nervioso o al organis
mo entero como una máquina cibernética resulta altamente unifica
dor e iluminador en fisiología. Además, la posibilidad de predecir la
existencia de centros o señales controladores o reguladores a partir
de datos parciales es algo que hoy forma parte de la rutina del traba
jo fisiológico. Sin embargo, afirmar que el sistema nervioso y que

15. Ya Platón había percibido las características y las limitaciones de este


modo de abordar el estudio de la naturaleza, refiriéndose a él con la expresión de
«mito verosímil». No pudiendo concebir otro modo de estudio teórico de la reali
dad natural, en razón de las limitaciones de su gnoseología, es concebible que Pla
tón se decepcionara de este modo de conocimiento.
La biofi losofía y la unidad del saber biológico 37

un organismo vivo son efectivamente máquinas cibernéticas involu


cra una pretensión de veracidad y constituye en realidad una afirma
ción científica --en el sentido de teoría verosúnil -sino
filosófica. Hoy en día, como consecuencia de la declinación de los
estudios fi losóficos en nuestra cultura, y del virtual abandono en
el cual ha quedado la biología filosófica o biofilosofía, muchos
científicos y no pocos filósofos pasan con demasiada facilidad -la
mayor parte de las veces sin percatarse -del plano de la teoría
verosímil (que en lo sucesivo designaremos simpletnente como
teoría biológica) al plano de las afirmaciones teóricas propiamente
filosóficas. La pre tensión de verdad en este plano biofilosófico es
decididamente am biciosa y corresponde al tipo de desafíos
propios de un saber de principios últimos. Es, podríarnos decir, el
momento culminante del saber que comienza en el trabajo paciente
y riguroso del naturalista, y que encuentra su acabamiento y su
justificación en este plano pro piamente filosófico.

12. LA UNIDAD DEL SABER BIOLÓGICO

Llegados a este punto estamos en condiciones de extraer las


consecuencias de lo que hemos venido examinando desde el co
mienzo. De acuerdo a nuestro planteamiento no es posible concebir
a las ciencias naturales en general, y a la biología en particular,
como bloques aislados y homogéneos. El estudio racional de los se
res vivos no da origen ni a un saber homogéneo con un método úni
co, ni a una colección de saberes independientes. El panorama de la
biología aparece más bien como el de una articulación de cuerpos de
conocimiento interconectados entre sí. Cada una de las partes de
este organismo del saber tiene su propia identidad epistemológica y
es posible definir para cada una de ellas un método específico y un
cuerpo de conocimientos propio que puede estudiarse con relativa
independencia de los demás. No es de extrañar entonces que en oca
siones el naturalista se sienta distante del fisiólogo y el experimen
tador del teórico de la biología. Sin embargo, y este es el punto que
nos interesa subrayar, los límites entre las distintas partes de este or
ganismo del saber biológico no se encuentran separados a cuchillo,
sino que existe una cierta continuidad. De tal manera que, aún reco
nociendo la separación formal de las partes, es necesario afirmar
38 El viviente humano

que, más allá de la separación, lo que existe en realidad es una ínti


ma conexión entre todas ellas. Sin embargo, esta continuidad sólo
puede ser vista desde una luz que abarque y trascienda la pluralidad,
luz de tipo filosófico que se juzga a sí misma, en cuanto ciencia, y
juzga a las demás.
La fisiología antigua creyó poder identificar cada órgano anató
mico con una función biológica específica. Hoy en día sabemos que
no hay tal; el puhnón, es cierto, tiene que ver con la tarea de llevar
oxígeno a todas las células del organistno, pero también puede ser
considerado un órgano perteneciente al sistema inmunitario; por sus
vasos sanguíneos forma parte del sistema cardiocirculatorio y, por
sus nervios y ganglios, parte del sisten1a nervioso. Y esto que ocurre
con el pulmón ocurre prácticamente con todas las estructuras anató
micas del organismo. Es cierto que es posible reconocer una tnulti
plicidad de funciones formalmente distintas, pero un organisn1o vi
viente es mucho más real y profundo que múltiple. Algo análogo
ocurre con el saber humano: la realidad global de todas las cosas, y
la de cada cosa individual, es tnucho más profundainente una que
múltiple y lo mismo debe necesariamente ocurrir con respecto al co
nocimiento que la rnanifiesta.
Pero hay algo n1ás: no sólo es necesario concebir las distintas
partes de toda ciencia natural como últimamente conectadas entre sí,
y tatnbién a su vez las distintas ciencias naturales vinculadas entre
ellas mismas, sino que es mucho más radicalmente necesario resca
tar la vinculación de cada una de las ramas del saber natural y del
saber acerca de la naturaleza en general, con la experiencia fundan
te de la contemplación gozosa de las obras de la naturaleza y con la
admiración intelectual que desde ella se despliega. Hoy en día se
percibe un desinterés en la gente joven por el cultivo de las ciencias
naturales en sí mismas. Buena parte de las veces cuando se la culti
va, se hace por intereses extrínsecos a ella: nobles, legítimos y res
petables la mayor parte de ellos, pero extrínsecos. La ciencia natu
ral y la ciencia biológica en particular es de una dignidad y belleza
tales que, al igual que la persona amada, pide ser querida por sí mis
ma. Pero ¿por qué no se la quiere?
«Nadie ama lo que no conoce», dice un clásico axioma filosófi
co; y alguien puede no conocer algo porque o nunca se le ha mani
festado o porque al manifestárselo se lo han deformado. Ahora bien,
así como un organismo bien conformado despierta la admiración de
La biofilosofía y la unidad del saber biológico 39

todos, un organisn1o monstruoso despierta la repulsión. Para acer


carse a una realidad monstruosa siempre es necesario vencer una na
tural repulsión, y si a pesar de todo esa realidad llega a ser amada, se
la mnará no en virtud de su monstruosidad sino en virtud de otras
cosas, por decirlo así, por razones intrínsecas a la realidad amada y
extrínsecas a la monstruosidad misma.
Las ciencias naturales no despiertan hoy en día la atracción de la
gente joven porque se las presenta de manera monstruosa, como lo
que ellas en verdad no son. Se las presenta a modo de retazos y de re
tazos desconectados. Por una parte, la dimensión experimental de las
ciencias naturales se presenta de un modo parcial e hipertrófico. Par
cial porque se les presenta el aspecto experimental desconectado de
las observaciones primarias, de la evolución histórica de las ideas, de
las preguntas generales de la biología y del significado último de las
cosas. Hipertrófica porque se trasmite la idea falsa de que la totalidad
de la biología es la biología experimental. Por otra parte, se les impo
ne como dogma la veracidad de los efímeros marcos teóricos de la
ciencia experimental, cerrando toda posibilidad a una genuina refle
xión filosófica acerca de la naturaleza y de los seres vivos.
Es necesario volver a una visión más equilibrada y más real de
nuestro saber acerca de la naturaleza y, para eso, es menester co
menzar por donde verdaderamente hay que partir. Es necesario re
cuperar en los niños una actitud contemplativa y admirada, ponién
dolos en contacto con la realidad natural. ¿Será posible dar una idea
adecuada de la variedad inmensa de seres vivos a un grupo de niños
encerrados en una caja de cemento donde no se ve ni se oye nada de
lo que ocurre en el exterior; exterior por lo demás de donde se ha ido
borrando casi todo vestigio de biodiversidad?
Es necesario comenzar la formación científica transformando a
cada niño en un naturalista: que sepa reconocer y describir las varie
dades de hierbas, de flores, de arbustos y de árboles que existen en
el trayecto de su casa a la escuela; que sepa reconocer y describir las
variedades de pájaros y de insectos que existen en su entorno. De
más está decir que a este respecto los niños de las modestas escue
las rurales -son privilegiados-tienen todas las de ganar en con
traste con los niños de las escuelas urbanas.
Es necesario conducir a los jóvenes para que lleguen a formarse
una idea del desarrollo histórico de las ideas en la respectiva ciencia
40 El viviente humano

y de las preguntas que han ido surgiendo en cada época. Es preciso


mostrar que la búsqueda por responder a estas preguntas ha llevado
a los estudiosos a desarrollar métodos de observación y de experi
mentación. Se debe poner en evidencia la necesidad y la utilidad de
algunos marcos teóricos en el desarrollo de la ciencia pero también
su relatividad. Y es necesario finalmente mostrar a los jóvenes que
toda esa búsqueda tiene un sentido, que no se trata de un juego ino
ficioso del espíritu, y la posibilidad cierta de alcanzar algunas certe
zas modestas, parciales, si se quiere, pero preciosas en cuanto a su
valor de conocimiento.
Sólo así, pensamos, existirá la posibilidad de que al menos al
gún niño, cuando se distraiga de la clase de biología, por quedarse
embelesado mirando a través de la ventana de su clase las proezas
aeronáuticas de un pájaro, tenga la posibilidad de volver la mirada
al pizarrón y descubrir que existe una relación, un vínculo por más
tenue y remoto que sea entre el vuelo del pájaro que está admirando
y el funcionamiento de la mitocondria que se le está tratando de en
señar. Quizás si en ese momento el profesor de biología, viendo a
ese alumno admirado por el vuelo del pájaro, le pida a todo el resto
de la clase que vuelvan su mirada hacia atrás porque, por unos ins
tantes, el verdadero maestro de biología es ese diminuto y bello ani
mal.
Capítulo II
Mente, cerebro y nuestra idea del hombre

El tema que nos ocupa es vasto y complejo. Examinar las rela


ciones entre mente y cerebro de n1odo medianamente satisfactorio
supone hacer acopio de elementos provenientes de diversas discipli
nas y perspectivas. Sería, por lo tanto, pretencioso y estéril intentar
en este estudio un análisis exhaustivo. Sin embargo, tampoco res
ponderíamos a la magnitud y urgencia del desafío si nos quedáse
mos solamente en generalidades.

l. FUNCIONAMIENTO ENCEFÁLICO Y ACTIVIDAD MENTAL

La literatura general, los medios de comunicación social, la di


vulgación científica de alto y bajo vuelo, el teatro, el cine y la tele
visión, la enseñanza escolar y la propia educación universitaria nos
han habituado a ligar hasta tal punto lo que podríamos llamar activi
dad mental con el funcionamiento del sistema nervioso central que
hemos llegado casi a identificarlos. De tal manera que, quien preten
da contrariar esa especie de automatismo mental, aún cuando sea a
título hipotético, se ve enfrentado ipso Jacto a serias dificultades. En
realidad, el modo preciso de esta ligazón entre actividad mental y
actividad cerebral o encefálica dista mucho de ser obvio.
Al inicio de nuestra investigación, la primera pregunta podría
ser: ¿Qué relación existe entre, por un lado, el funcionamiento del
42 El viviente humano

sistema nervioso, tal como nos lo revelan hoy en día las neurocien
cias y, por otro lado, actividades tales como la percepción, la in1a
ginación, la memoria, las emociones, el pensamiento, el lenguaje,
los sentimientos más complejos, el actuar libre, la tnoral y las obras
de la cultura? Una respuesta podría ser que parece haber evidencias
suficientes como para afirmar que todas estas actividades «depen
den» del funcionamiento encefálico. A poco que se examine la
cuestión se verá que lo que parece tan sünple no lo es tanto. ¿Qué
queremos decir exactamente cuando afinnamos que las funciones
específicamente humanas dependen del funcionamiento cerebral?
La expresión «depender», en efecto, admite una multiplicidad de
significados.
Tomemos un ejemplo. Los frescos de la capilla sixtina «depen
dieron» para su realización de una gran cantidad y variedad de fac
tores, de entre los cuales el genio artístico de Miguel Ángel pare
cía ser sólo uno más de entre ellos. En efecto, su realización
dependía, en primer lugar, de que quien ordenó su ejecución esco
giese a Miguel Ángel como artista principal y del motivo que esta
persona había escogido para la obra. Dependía, en segundo lugar,
de la aceptación de Miguel Ángel, de su salud, de sus capacidades
perceptivas, de su habilidad manual, de su alimentación y del esta
do psicológico y espiritual por el que estaba pasando. Dependía,
en tercer lugar, de los pinceles, de las pinturas y de la técnica pre
cisa que Miguel Ángel utilizaría para los frescos. Dependía ade
más de las características estructurales de la capilla, de las influen
cias que ejerció el arte griego sobre el artista, de su conocimiento
de la filosofía neoplatónica, de su idiosincrasia florentina, etc.
Ahora bien -y como se ve claramente a partir del ejemplo -de
todas las múltiples y diferentes formas entre las cuales se dice que
una cosa depende de otra, ¿de cuál de ellas estamos hablando
cuando decimos que el pensamiento, el deseo libre, el arte y el len
guaje dependen de la indemnidad estructural y del adecuado fun
cionamiento del sistema nervioso?
Podríamos tratar de responder de manera fácil diciendo que, de
aquel modo en el cual, cuando algo falta, lo otro no se da o no se
produce. Sin embargo, a poco que se examine, se verá que este ar
gumento se verifica para cada uno de los factores que hemos men
cionado; sin pinturas, sin alimentación y sin inspiración no contaría
mos hoy en día con los frescos de la capilla sixtina. ¿Qué queremos
Mente, cerebro y nuestra idea del hombre 43

decir entonces exactamente cuando decimos que la vida mental hu


mana depende del sisten1a nervioso? ¿En cuál de sus múltiples sen
tidos estamos utilizando esta expresión?
Cuando se examina la literatura neurocientífica contemporánea
es posible constatar que frecuentemente los autores operan sin justi
ficar, al tratar de estos temas, una doble reducción. En primer lugar,
se suele reducir implícita o explícitamente el ámbito de los fenóme
nos mentales casi exclusivamente a lo cognitivo y generalmente a lo
cognitivo sensible (dejando completamente la dimensión afectiva de
la vida mental) y, en segundo lugar, se suele identificar el conocer
con la construcción de una representación física. Parecería, en este
último caso, que para conocer bastaría que surgiera una representa
ción física de lo conocido en el cognoscente, una especie de fotogra
fía o imagen especular, a la que se le da los sugerentes nombres de
engramas, representaciones icónicas, etc.
No negamos que el conocimiento sensible necesita o supone una
cierta reproducción material de lo conocido en el sistema nervioso
del animal. Es lo que nos muestra con profusión de detalles la Neu
robiología moderna. No obstante lo anterior, esta imagen o «icono»
físico de lo conocido en el sujeto que conoce no puede explicar por
sí misma el fenómeno del conocer. Esto es obvio ya que conocer es
algo intrínsecamente distinto al hecho de producir una representa
ción. Visto lo mismo, pero por reducción al absurdo, se ve que loan
terior es imposible ya que para conocer esa representación, engrama
o <<Ícono»mental se necesitaría producir un engrama del engrama,
y, a su vez, para conocer el engrama del engrama sería necesario ge
nerar un engrama del engrama del engrama, y así hasta el infinito,
con lo cual nunca se conocería; y estamos partiendo del supuesto de
que se conoce, de otro modo esta investigación no tendría sentido
alguno.
En definitiva, conocer no es copiar, aún cuando podamos acep
tar que en el procesamiento fisiológico que acompaña al conoci
miento sensible el sistema nervioso efectúe una cierta copia física
de lo conocido. Pero el hecho de que se produzca una cierta copia,
icono o «engrama» físico, no significa que la generación de este en
grama físico sea realmente el conocimiento.
Se podría argumentar --como se ha hecho-- que el cerebro hu
mano es como un inmenso computador que, a partir de una cierta
44 El viviente humano
-
-
--
- -

complejidad, desarrollaría propiedades «sistémicas» o «emergen


tes», que no derivarían de la acción individual de ninguno de los
componentes, sino del conjunto organizado en cuanto tal. Esta res
puesta representa un cierto avance, ya que reconoce algún grado de
distinción no reductible entre los términos a poner en relación. Pero
hay que reconocer que se trata todavía de un avance muy pobre:
¿qué es este intento de explicación sino decir de una manera un
poco más elegante que la actividad mental depende del cerebro de
una manera distinta a como la secreción de jugos gástricos depende
de sus glándulas? ¿De dónde procede además esta nueva virtualidad
de la materia que es la de producir propiedades emergentes?
Por otra parte, si aceptásemos hipotéticamente que el funciona
miento del encéfalo es como el de un computador hipercomplejo, y
dijésemos que este computador que es el encéfalo conoce, ¿qué es
lo que conocería el encéfalo? Se suele responder a esto diciendo
que ese gran computador que es el encéfalo llega a ser autocons
ciente de su propia actividad. Este intento de explicación se contra
pone, sin embargo, con el hecho obvio a la experiencia: la realidad
subjetiva «ver rojo» o «tener sed» no ti nen
servación de una colección de impulsos nerviosos en una región es
pecífica de la corteza visual primaria o de asociación o en una zona
del hipotálamo. Se podría argüir que ver rojo no es sino esa misma
actividad de impulsos nerviosos observada «desde fuera», que en el
sujeto cognoscente puede ser vista «desde dentro». Esto, además de
suponer que todos· los fenómenos físicos tendrían un «dentro» y un
«fuera» -lo que dista de ser obvio -hace además superfluo al
in
dividuo cognoscente, ya que el conocer se haría con independencia
de los individuos. Esta hipótesis a lo más daría cuenta de la existen
cia en el mundo de una multitud casi infinita de acciones físicas au
toconscientes, al modo como las antiguas concepciones hilozoístas
afirmaban que toda realidad física tenía un alma. En el caso del «te
ner sed» resulta todavía más clara la distinción entre fenómeno fí
sico y realidad mental subjetivamente experimentada. La realidad
tener sed es un apetito que involucra al individuo como un todo, y
no a una colécci6ri parcial de procesos fisiológicos. No es el cere
bro el que tiene sed, es el animl
sed fuera la «cara interna» de un proceso fisiológico localizado en
el hipotálamo, no se :ve ·como podría esto afectar a todo el
indivi
duo;
Mente, cerebro y nuestra idea del hombre 45

Por otra parte, si percibir un objeto rojo no fuera sino una espe
cie de auto-experiencia de una colección de fenómenos físicos, co
nocer sería la experiencia interna de un engrama. Pero conocer no es
experimentar una representación. Conocer es aprehender realidades
que en sí mismas son sujetos, y no aprehender representaciones de
sujetos, que en sí mismos permanecen irremediablemente incognos
cibles; es decir, conocer sería no poder nunca conocer. Pero y ade
más, ¿como podríamos conocer que no conocemos, si no es con el
conocimiento? O ¿qué misteriosa capacidad es ésta que tienen los
animales de poder conocer adecuadamente las representaciones -y
en su calidad de representaciones -y nunca poder conocer adecua
damente las cosas? ¿No serían entonces las representaciones más
bien un obstáculo que una ayuda para el cognoscente? ¿Cuál podría
ser la razón de la persistencia en el mundo animal de un dispositivo
tan inútil? ¿Si el animal posee un dispositivo para conocer adecua
damente representaciones de las cosas, por qué no utilizarlo mejor
para conocer directamente las cosas, sin consumir tiempo y energía
en representaciones? La experiencia primaria que nos lleva a hacer
nos todas estas preguntas, y sin la cual ninguna de ellas tendría sen
tido, nos muestra a las claras que lo que caracteriza al hombre es su
intento de conocer la realidad de las cosas y no el tomar conciencia
actual de los propios mecanismos cerebrales.
Por último, si aceptásemos que el cerebro es una máquina hiper
compleja que conoce -lo que hemos visto es ya bastante difícil
de aceptar -la pregunta seguiría intacta: ¿con qué y cómo yo,
como sujeto, conozco lQ que el encéfalo conoce, es decir, este
conjunto de fenómenos fisiológicos hechos autoconscientes? ¿qué
interés puede tener -además -para el sujeto conocer sus propios
estados fisio lógicos, cuando lo que parece interesar verdaderamente
al ser huma no es conocer las cosas? Y si acaso el sujeto fuese capaz
de conocer de modo autoconsciente sus propios estados funcionales
cerebrales, por medio del encéfalo, como una más entre las
muchas cosas que puede conocer, ¿qué otro órgano que no sea el
encéfalo le resta para poder onocer
'
En síntesis, si antes teníamos dificultades para entender cómo
un ser humano conoce, después de estas hipótesis tenemos que dar
cuenta además de cómo cada uno por su cuenta -la corteza
visual, el cerebelo, el hipocampo y casi hasta cada neurona -
conocen. En
46 El viviente humano

definitiva, estas teorías, bajo una apariencia de claridad, no explican


sino que más bien complican.

2. LA NEUROFILOSOFÍA ANGLOSAJONA

Resulta ilustrativo examinar a este respecto lo que ha ocurrido en


el mundo anglosajón. El año 1980 el biólogo británico Steven P.
Rose, en un corto artículo aparecido en la revista Trends in Neuros
cience, titulado «¿Pueden las neurociencias explicar la mente?», re
sume admirablemente el estado de la cuestión 1 • Plantea Rose que
existen dos órdenes de ideas prevalentes entre los científicos acerca
de las relaciones mente-cerebro. El primer grupo, dice él, se encuen
tra conformado frecuentemente por etólogos, psicólogos y gente que
trabaja en inteligencia artificial. Este grupo piensa en términos de te
oría de sistemas, y afirman que la conducta o los fenómenos menta
les son una propiedad emergente de la máquina cerebral (hardware).
El otro grupo, constituido fundamentalmente por biólogos molecula
res, bioquímicos y fisiólogos, piensa que la conducta o la mente se
ría un fenómeno de orden superior causado por eventos de orden in
ferior, de modo que, aunque resulte fuerte, no sería para ellos falso
decir que el-cerebro produce la mente como el riñón la orina y el tes
tículo los espermatozoides. Rose critica a continuación en su artícu
lo lo que a él le parecen ser las insuficiencias tanto del emergentismo
como las del reduccionismo físico-químico. Los primeros, arguye el
autor, crean una propiedad emergente nueva cada vez que les queda
algo por explicar, mientras que los segundos se empantanan en una
lista sin fin de correlaciones entre fenómenos mentales y fenómenos
físico-quúnicos, con la esperanza quimérica de que algún día, a fuer
za de describir correlaciones, se podrá dar el salto desde afirmacio
nes correlacionales a explicaciones causales. Este «salto» --dice
Rose -es afirmado con gran seguridad por estos autores, sin queja
más se intente dar la menor expli, ación
Dadas las insuficiencias de estas explicaciones, Rose se lamenta
de que grandes científicos y médicosde la talla de Sherrington, Pen-

l. RosE, S., «Can the neurosciences explain the mind?», T!NS, 3(5) (1980), pp.
1-IY.
Mente, cerebro y nuestra idea del hombre 47

field, Eccles 2 y Sperry 3, hayan llegado a inclinarse abiertamente a fa


vor de un dualismo, que en algunos adopta la forma de un paralelis
mo psico-físico, y en otros la de un dualismo interaccionista. Después
de describir este panorama desolador, Rose llama a pronunciarse por
una teoría de la identidad, en la cual se reconozca, por ejemplo, que
la memoria no es causada por una modificación sináptica sino que
ella es la memoria, mirada desde la neurobiología, del mismo modo
que es también una experiencia subjetiva, mirada desde la psicología.
Aquí Rose no nos dice desde dónde está él mirando para dar esta res
puesta, que no la dan ni la neurobiología ni la psicología, como tam
poco nos informa acerca de cuántas caras más podrían tener estas re
alidades. Por último, el autor citado manifiesta la esperanza
de que algún día se llegará a encontrar un marco teórico que unirá ar
mónicamente todas las cosas y que Rose llega a llamar «la piedra
Rosetta de la Neurobiología». Tampoco nos dice Rose desde dónde
surge en él esta esperanza. Por supuesto que después de Steven Rose
han seguido planteándose nuevas teorías para intentar resolver este
dilema y no se vislumbra todavía el advenimiento de ese marco teó
rico. Desde nuestra perspectiva no es obvio tampoco que pueda exis
tir un marco teórico que pueda resolver un problema así planteado.
En los últimos años, según nuestro modo de ver, las discusiones
más interesantes en el ámbito anglosajón se han generado en tomo a
las proposiciones del filósofo estadounidense John Searle quien, utili
zando una serie de experimentos imaginarios ha sostenido que la pre
tensión de los psicólogos y matemáticos que trabajan en el campo de
la inteligencia artificial, en el sentido de crear una máquina que pien
se, resultan infundadas y destinadas al fracaso 4 • Los planteamientos
deSearle nos parecen sugerentes y convincentes; sin embargo, a pe
sar que Searle tiene una intuición muy clara de la originalidad y por lo
menos de una cierta irreductibilidad de los fenómenos mentales, tam
poco ha llegado a convencer en lo que se refiere a sus propios plantea-

2. EccLES, J.C., «The modular operation ofthe cerebral neocortex considered


as the material basis ofmental events», Neuroscience, 6 (10) (1981), pp. 1839-1856.
3. SPERRY, R.W., «Mind-brain interaction: mentalism, yes; dualism, no», Neu
roscience, 5 (1980), pp. 195-206. .
4. SEARLE, J., <<Minds,brains, and programs», Behav Brain Sci, 3(3) (1980),
pp. 417-458; The rediscovery ofthe mind, MIT Press (CambridgeMA), 1992.
48 El viviente humano

mientos positivos, no logrando ni siquiera responder a las mismas crí


ticas que él tan agudamente hace a sus contradictores.
En un reciente artículo 5 en el que pasa revista a las nuevas teorí
as neurofilosóficas de Crick, Penrose y Edelman, John Searle esta
blece como punto de partida de sus reflexiones que «los procesos
neurobiológicos del cerebro causan el fenómeno de la conciencia»
6 y afirma sin matices que «toda nuestra vida consciente, desde
las sensaciones de dolor, de cosquilleo y de picazón hasta la
angustia del hombre postindustrial, pasando por el placer de
esquiar, es pro ducida por procesos cerebrales» 7• Curiosamente, y
casi a renglón se guido, Searle afirma que del modo como esto se
produce «tenemos todavía una idea muy vaga» y reconoce además
que «el modo como he formulado la cuestió n... contiene ya muchas
presuposiciones fi losóficas»8. Sin embargo ni el tener la menor
sospecha de cómo esto pueda ser posible, ni las presuposiciones
filosóficas que no se da la molestia siquiera de explicitar, debilitan
en lo más mínimo su fe in quebrantable en que algún día se llegará
a «explicar de qué forma la materia física- situada en nuestra cabeza
puede causar estados menta les subjetivos o de conciencia».
Probablemente la visión más aguda en tomo a esta polémica,
sea una vez más la del filósofo judío-alemán, Hans Jonas 9• Este fi
lósofo hace ver que la mayor parte de los autores involucrados en
estas disputas asumen implícitamente un dogma materialista al que
no están dispuestos a renunciar. Es decir, que sea cual sea el matiz
que ellos den a sus teorías, no están dispuestos a renunciar a la afir
mación fuerte de que es el sistema nervioso el que produce la activi
dad mental. Esto daría cuenta -a nuestro modo de ver -del
hecho, sorprendente en estos autores, de ser capaces de ver tan
claramente
.las insuficiencias de la teoría del vecino, sin lograr percatarse de la

5. SEARLE, J., «Dos biólogos y un físico en busca del alma: Crick, Penrose y
Edelman, pasados por la criba de la crítica füosófica», Mundo Científico, 170 (ju
lio/agosto 1996), pp. 654-669
6. /bid., p. 654.
7. lbidem.
8. lbide m.
. 9. JONAS, H. (1,982), «Materialism, determinism"anchhe mind», en JoNAS, H.,
.The phenomenon oflif e. . .University of Chicago Press (Chicago), pp. 127-134
Mente, cerebro y nuestra idea del hombre 49

futilidad de proponer un nuevo acomodo fundado en los mismos


presupuestos.
Este muy breve repaso de algunas teorías modernas acerca de
las relaciones mente-cerebro, no ha tenido otra pretensión que con
tribuir a hacer mínimamente evidente que, tal como están plantea
dos los problemas, no es para nada evidente el modo como se rela
ciona la actividad fisiológica encefálica animal y humana con la
actividad mental. Además, ni los mismos autores que constatan es
tas dificultades son capaces de ver por dónde se podría avanzar en la
solución de los problemas.

3. UN REPLANTEAMIENTO DE LOS PROBLEMAS

Lo que quisiéramos mostrar en la segunda parte de nuestra in


vestigación es que no se podrá avanzar en la línea de las respuestas
mientras no se logre un replanteamiento completo de los problemas.
Lo que los hechos muestran es ciertamente una estrecha correlación
entre las actividades biológicas encefálicas y la vida mental, hasta el
punto de que nadie podría hoy negar que la actividad biológica en
cefálica tiene algo que ver con la realidad mental o psíquica. Ahora
bien, antes de afirmar lisa y llanamente que lo uno es un efecto
emergentista o un epifenómeno de lo otro, es necesario efectuar un
mínimo trabajo de descripción que permita clarificar qué es exacta
mente esa actividad mental, y qué relación tiene con la actividad
biológica. De otro modo, y con la misma falta de fundamento, se
podría afirmar que, en realidad, no es que la mente sea una propie
dad emergente de la materia, sino que la materia es una propiedad
emergente de la mente. Ya Berkeley lo hizo con genialidad en el si
glo XVIII y su planteamiento es, a lo menos, tan convincente como
el inverso.
Lo que queremos mostrar es que, en realidad, lejos de aparecer
como un subproducto de la materia, el mundo de lo mental o de lo
psíquico aparece (o emerge) como un orden de realidad distinto y
superior al orden puramente físico. Relacionado ciertamente con él,
pero que de ningún modo se encuentra supuesto o precontenido en
la materialidad o segregado por ella. No se trata en ningún caso de
un retomo al dualismo cartesiano; en realidad Descartes separó tan
to la res extensa de la res cogitans que finalmente cada una de ellas
50 El viviente humano

acabó por autonomizarse. Los intentos de los teóricos contemporá


neos aparecen como vanos esfuerzos por reunir dos cosas que en la
realidad nunca debieron estar separadas.
Para reformular los problemas es necesario tomar otro punto de
partida y comenzar reconociendo la unidad del ser vivo como un he
cho de observación. La unidad que realizan las moléculas al interior
del ser vivo va mucho más allá que la suma de los enlaces químicos
existentes entre ellas; estas moléculas no sólo están unidas física
mente en la unidad vital, forman parte de un nueva entidad 10• Las
moléculas del perro en el perro, son parte del perro, y como en las
realidades unitarias la parte tiene la misma naturaleza del todo, la
parte del perro es perro. Por lo tanto, aunque resulte inhabitual a
nuestros oídos, la razón nos dice que las moléculas del perro son pe
rro. Y así como las moléculas del perro, en el perro, son perro,/de
modo análogo hay que aftrmar que el encéfalo del perro es perro.
Hemos visto que muchos de los planteamientos modernos asu
men sin ni siquiera detenerse a dar razón de ella, la, afirmación de
que el encéfalo es el que conoce,.contrariando toda evidencia prima
ria en el sentido de que lo que parece ser necesario explicar no es
cómo conoce el encéfalo sino cómo conoce el sujeto poseedor del
encéfalo. Porque lo que salta a la vista es que el que conoce por su
encéfalo es el perro y no el encéfalo por su perro. Y esto, aunque pa
rezca·· irónico, hay neurobiólogos de prestigio que han llegado a
plantearlo: que todo el organismo no es en realidad sino sistema ner
vioso ll.
Nos parece que era ya un hecho adquirido desde los tiempos de
Platón en el siglo IV a.C., que en el ser vivo no es el órgano el que
actúa sino que es el sujeto vivo el que actúa por su órgano. Es decir,

10. El químico y filósofo, Juan Enrique Bolzán, ha hecho notar con funda
mento y agudeza que, en estricto rigor experimental y racional, no es que el átomo
se componga de una colección de partículas elementales, sino que más bien las par
tícillas, elementales son las realidades que aparecen cuando un átomo se descompo
ne. De análogo modo podríamos decir que el ser vivo no está compuesto de una co
lección .de átomos y moléculas, sino que los átomos y moléculas son las cosas en
las que se descompone el ser vivo cuando este desaparece. Átomos y moléculas se
rían más bien los productos ddescomposición. Cf. BOLZÁN, 1.E., Continuidad de
la materia: ensayo de interpretación cósmica, EUDEBA(Buenos Aires), 1973.
1L CHANGEUX, J...P., L'homme neuronal, Faymrl{Pans), 1:983.
Mente, cerebro y nuestra idea del hombre 51
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que no es el cerebro, o una parte de él, el que conoce, sino el sujeto


por medio de su cerebro, del mismo modo que no es el pulmón el
que respira sino el sujeto por el pulmón. No decimos que esta adqui
sición del pensamiento humano de la unidad sui generis del organis
mo animal no merezca la pena ser repensada, actualizada, criticada
y profundizada; sin embargo, lo que nos parece incomprensible es el
hacer de ella caso omiso en ausencia de toda justificación.
La conclusión a la que nos conduce el reconocimiento de esta
unidad original que realiza el ser vivo no es que este tipo superior de
unidad lo produce la materia, de lo cual no hay ninguna evidencia,
sino que más :Jien que un tipo superior de unidad exige un tipo su
perior de causalidad. El principio de acción y de unidad, que los se
res inanimados también poseen, es de un nivel ontológico inferior al
de los seres vivos, y corresponde, por lo tanto, designarlo con otro
nombre. Al principio de ser, de acción y de unidad, de los seres vi
vos, los griegos lo llamaron psiqué, alma, y reconocieron que, en la
medida en que es ser vivo, hasta una lechuga lo posee. No querían
decir con esto que necesariamente un profesor universitario tenga el
mismo tipo de alma que una lechuga, pero podemos afirmar que si
el vibrión cólera está vivo y un cristal de cuarzo no, el vibrión cóle
ra tiene alma y el cuarzo no.
Se dirá, con tono sorprendido: pero, ¿qué es el alma? Todavía no
tenemos la menor idea, pero en la medida en que la causa que le da
la unidad del ser y del operar a ese microorganismo es distinta y su
perior a la del cristal de cuarzo podemos afirmar ·desde ahora que se
trata de un principio de ser distinto y superior. Ahora bien, si acaso
hablar de «alma» en el umbral del siglo XXI produce alguna inco
modidad, podemos llamar a esta entidad: «principio superior de uni
ficación entitativa y funcional» o como se le quiera denominar; con
esto no varía en nada el problema de fondo 12 •

12. «Désele al caso las vueltas que se quiera, adóptese la nomenclatura que
aparezca más apta según la coyuntura histórica lo pida... ármese el lenguaje impre
sionista que mejor satisfaga ciertas exigencias estéticas ...cuando llega «la hora
de la verdad», cuando ya noqueda sino tomar el toro de la verdad porlas astas de
los principios, materia y fonna, acto y potencia, estarán aguardando allí, donde
siem
pre»: BOLZÁN, J:E., op. cit. (1973), p . 115.
52 El viviente humano

4. LA VIDA MENTAL Y LA CONDUCTA

¿Pero cómo se llega a la evidencia de lo que acabamos de afir


mar? Examinemos por lo menos algunos hechos relativos a la vida
mental. Para poder otorgar un sentido más preciso a esto que hasta
ahora hemos referido de un modo general y confuso utilizando la
expresión «mente», «vida mental», «actividad mental» o «fenóme
nos mentales», nos parece necesario considerar desde un punto de
vista comparativo e histórico cómo surge este tipo de fenómenos en
el devenir de los seres vivos sobre la tierra.
Nuestra proposición apunta a que el surgimiento en la historia
de los seres vivos de lo que llamamos fenómenos mentales se en
cuentra en estrecha relación con el surgimiento en esta historia de
un tipo particular de seres vivos: los llamados animales; y que estqs
fenómenos se encuentran ligados en estos seres vivos a un tipo par
ticular de actuar que denominamos «comportamiento» o «conduc
ta». Ahora bien, ¿qué es lo que llamamos «conducta»? Para ver con
claridad el surgimiento de lo que nos parece constituye todo un nue
vo orden de fenómenos --distinguibles y distintos de los fenómenos
físicos -y para discriminar cómo estos fenómenos surgen en rela
ción a la conducta animal, les propongo que nos situemos por un
instante, por medio de la imaginación, de excursión por un bosque
templado como los que existen en el sur de nuestro país.
Supongamos que en un momento determinado nos detenemos
bruscamente en nuestro deambular por encima del colchÓn de hojas
secas, ramas, piedras y tierra vegetal. Hemos percibido la presencia
inquietante de un alacrán, que se nos revela a través de su singular
comportamiento. A diferencia de los objetos inertes que se mueven
de forma pasiva y estereotipada, al vaivén de las fuerzas que les
aplicamos al hurgar entre el humus, el minúsculo animal revela su
presencia por un desplazamiento en el ·espacio que, sin dejar de
afectarse por las fuerzas que se le apliquen desde fuera, manifiesta
una variabilidad y una autonomía que no encontramos de ningún
modo en las piedrecillas, ramas y hojas secas. Además y aun a pesar
de los movimientos extrínsecamente impuestos, el alacrán genera
sus propios desplazamientos reaccionando con sentido·a los peligros
que próximamentlo acosan. Se trata de un <J.esplazamiento que sur ge
desde el animal mismo, y que tiene una direcciop,alidad plástica en
función de la variabilidad de los peligros que lo acechan o de los
Mente, cerebro y nuestra idea del hombre 53

estímulos que lo atraen. Se trata, en definitiva, de un autodesplaza


miento orientado en función de la aparición temporal de atractores
o peligros.
Podemos decir, entonces, que el comportamiento animal no sólo
tiene «direccionalidad» u «orientación» intrínseca, sino que además,
y por encima de todo, este comportamiento tiene significado en re
lación al desenvolvimiento y a la supervivencia del animal como un
todo. Si es cierto que el comportamiento animal se nos descubre, en
una primera aproximación, de la manera que hemos descrito, pode
mos preguntamos en seguida: ¿en virtud de qué el animal es capaz
de producir estas acciones? Como ya lo vieran los filósofos clásicos
con claridad, nos parece que son tres los momentos o componentes
básicos de toda conducta externa. En primer lugar, es necesaria la
aprehensión «a distancia» de aquella realidad que atrae o que ame
naza. Expresado de modo técnico, es necesaria una aprehensión re
presentativa intencional de la realidad o, más brevemente, se nece
sita un «conocimiento». Con el término de «intencionalidad» se
pretende designar este dato primario del conocimiento y de la afec
tividad que supone una presencia real de lo conocido en el cognos
cente. Presencia ésta, sin embargo, que no es presencia de realidad
física. A este modo no-físico, pero no por eso menos real, de estar
las cosas en el sujeto que conoce, la filosofía clásica lo denomina
«intencional» en la medida en que toda la realidad de esa presencia
se encuentra ordenada a referir al sujeto cognoscente a lo conocido.
Además, debe hacerse.notar que estas realidades deben ser aprehen
didas por el sujeto no sólo en tanto que existentes fuera del sujeto
que las conoce, sino que además deben ser aprehendidas en tanto
que benéficas o nocivas, es decir, es necesaria la existencia no sólo
de un juicio de realidad, ·sino además de un juicio de conveniencia o
disconveniencia. En consecuencia, el conocimiento que produce
en términos inmediatos la conducta es lo que se designa en
filosofía como conocimiento valorativo o conocimiento práctico.
En segundo lugar, para dar cuenta completa de la acción partí
cular del animal resulta imprescindibl eque surja en él un disponer
ssubjetivamente frente·al objeto mismo conocido, en tanto que re
alidad apetecida o repulsiva. El animal se orienta intencionalmente
en términos de atracción .o repulsión, es decir, surge en él una dispo
sición afectiva de atracción o repulsión hacia la realidad benéfica o
nociva áprehendidacomo tal, envirtud de una acción propia del ani-
r

54 El viviente humano

mal. A esta disposición surgida en el animal la llamaremos genéri


camente inclinación afectiva o apetito.
Para expresarnos en los mismos términos empleados para el co
nocimiento, podríamos decir que se trata aquí de una aprehensión
intencional de tipo tendencia !o inclinativa. Esto, que resulta por
momentos tan complejo de expresar, corresponde en su manifesta
ción más simple a algo incontestablemente concreto en el animal; se
trata de las experiencias básicas del dolor o el temor que surgen en
relación a la realidad nociva, o el placer y el apetito que surgen en
relación a la realidad benéfica. Para desconocer la existencia de es
tas realidades sería necesario negar la existencia en los animales del
placer y del dolor, del miedo y del deseo. Extremo hasta el cual no
pocos filósofos han llegado desde Descartes.
En tercer lugar, toda conducta animal externa exige unas facul
tades locomotrices, capaces de ser activadas en función de la atrae-/
ción o de la repulsa, y que son orientadas en su desenvolvimiento
por aquel mismo conocimiento que la originóEsto hace que el ani-
·mal no sea en realidad desplazado por sus capacidades locomotrices
en virtud de una vis a tergo, como un hombre empuja una carretilla,
un tronco es llevado por las aguas o una marioneta· se contonea
en virtud de la energía que le imprimen sus hilos. Las capacidades
lo comotrices del animal se encuentran traspasadas por dentro por
la fuerza del apetito y la orientación del conocimiento. Y si eso
no existiese, simplemente no se activarían; Y aun en la hipótesis de
que se llegaran a activar, autónomamente de un conocimiento y
de un afecto, producirían a lo más movimientos incoordinados y sin
senti
do, como ocurre con la estereotipia de un reflejo o con la contrac
ción clónica producida por una descarga convulsiva.
El movimiento animal es, en consecuencia, un movimiento en el
que el animal todo entero se encuentra compr<>metido, y en el
que conocimiénto, afecto y desplazamiento, más que tres acciones
sepa rables se integran todas ellas en una síntesis original e
indisoluble. De modo análogo a lo que ocurre en las acciones
vegetativas, por ejemplo, en las que no esJa,parte.'Sola laque.;actáa;
sin01que e.s todo elanimal el que actúa por, la parte :Del mismo
modo, la comlucta o comportamiento animal no puede ser
reducida a lap.arte:·que se mueve, es decir a la mera acción
muscular, o·a la parte:po1da que se conoce o apetece, como .podría,
ser el encéfalosino que·.es :todo ,el
animal el,que.-tiene la conducta, cuando se activanJás parte :. L
tob,..
Mente, cerebro y nuestra idea del hombre
.. -·------------··---------- ----------- ---
55

servación de la conducta animal nos muestra, en consecuencia, que


este orden de fenómenos que hemos llamado «intencionales» apare
cen como funciones del sujeto total y no como acciones completas
y autónomas de las partes. Este orden de fenómenos que surgen ya
en los animales más elementales, de forma ciertamente rudimenta
ria, debe designarse propiamente como fenómenos «mentales».
Esta afirmación, que surge de la mera observación de la reali
dad, se encuentra en clara oposición con la visión dualista cartesia
na que, al separar arbitrariamente el universo en dos mundos, el de
la sustancia extensa y el de la sustancia pensante, niega toda expe
riencia psíquica a los animales y reduce la vida mental a la sola es
pecie humana. Más allá de las analogías orgánicas entre el sistema
nervioso humano y el de los animales, hay que afirmar que la con
ducta animal, en tanto que tal, exige el conocimiento y la afectivi
dad. Y esto lo podemos afirmar aun cuando no tengamos -y
proba blemente no podamos tener nunca -intuición directa de lo que
sean· en términos vivenciales esa vida cognitiva y esa vida
afectiva ani mal.
Es cierto que para producir el desplazamiento del animal en el
espacio se ponen en juego las mismas energías físicas y químicas que
dan cuenta, en último término, del desplazamiento de una piedra en
un plano inclinado o de la lava en un volcán. No obstante lo
anterior, esa constelación de fenómenos físico-químicos no son sino
la parte más elemental y material de la realidad completa del
movimiento animal. Movimiento que, a su vez, encuentra
significado sólo por re lación al animal completo. El caminar de la
gacela se distingue del fluir de la lava volcánica, pero no como dos
movimientos de distinta complejidad al interior de una misma
categoría; se trata de otra cosa, de otro género ontológico de
movimiento; como el crecer de las raí ces de una planta es de otro
género ontológico que la filtración del agua en la arena. Sies cierto,
como ya intuyera Anaxágoras, que todo movimiento natural, aun el
de la más modesta partícula sub-atómica, se encuentra de algún modo
transido de conocimiento, el movimien to animal se distingue
radicalmente de los procesos rígidamente de terminísticos
delmundo inorgánico, por existir en dependencia de un
conocimiento y de un apetito actuales, en dependencia, en términos
fuertes, de una facultad propia y específica de conocimiento y de
apetición. Se podrá decir que la existencia de una inclinación afecti
va noresulta empíricamente objetivable y que, por lo tanto, no exis-
! \ ch ar scal e
!

56 . El viviente humano

te. En realidad, el conocimiento como tal tampoco es empíricamente


objetivable. Sin embargo, para realidades del orden intencional, su
no existencia empírica no es un título de miseria sino, muy al contra
rio, es más bien signo de un modo más noble de existir. Se compren
de, no obstante, que en una época de empirismo dogmático, la origi
nalidad del universo afectivo sea tanto o más difícil de ver que la
realidad y originalidad del universo cognitivo, ya que, al menos en
este último, los correlatos orgánicos son más evidenciables.
En síntesis, la observación de la conducta animal--de todo ani
mal y no sólo la del animal humano- nos lleva a reconocer la exis
tencia de dos órdenes de realidades que, estando en relación con el
orden físico corpóreo, y con el orden de la vida vegetativa, no se re
ducen, sin embargo, a estos niveles ontológicos inferiores, sino que
los trascienden y los sobrepasan. Estos dos nuevos órdenes de reali
dad, situados en el plano ontológico de la intencionalidad, son el
universo del conocimiento o de la aprehensión intencional de las
co sas por un sujeto, y el universo de lo apetitivo o de la
inclinación afectiva del sujeto hacia las cosas. Lo que acabamos
de examinar nos revela la íntima e indisoluble unión del universo
de lo psíquico con la conductaYa hemos dicho que la conducta
animal es consti tutivamente psíquica, en el sentido de que todas sus
manifestaciones empíricas se encuentran traspasadas de
conocimiento y de afectivi dad, y es en el elemento psíquico que
lo empírico encuentra final mente su inteligibilidad y su sentido.
Esta conclusión, que hemos visto surgir a partir de una
consideración global de la vida animal, la veremos aparecer con
mucho mayor fuerza de evidencia aún al con siderar el problema de
la psicología humana. Digamos, por el mo-: mento, que todas las
reducciones del e&tudio psicológico o neuro
biológico de la conducta a los solos aspectos cognitivos, afectivos o 1
empíricos por separado, constituyen otras tantas mutilaciones de la
realidad, que no pueden sino conducir a conclusiones aberrantes. 1
Permítasenos dar de esto un solo ejemplo. John Searle, en el ar 1
tículo citado, realiza un prolijo análisis de tres libros recientes del
premio nobel Gerald Edelman, en los cuales éste intenta explicar la
conciencia a través de una teoría de selección de grupos neuronales. 1
Después de elogiar al autor y de mostrar cómo -según Edelman
a partir de las tnteracciones de·grupos neuronales se produciría la
conducta, Searle hace ver un inconveniente: «La dificultad principal
que presenta esta teoría, no obstante, --dice Searle -resulta evi-
Mente, cerebro y nuestra idea del hombre 57
- -
-
--
- -------- ------- --------------- --- ------- - -- ----------

dente: Edelman no explica en modo alguno por qué un cerebro po


seedor de todas estas propiedades debería estar dotado de concien
cia o de estados mentales». La conclusión, a mi modo de ver, es dra
mática: a esta teoría que Searle, líneas antes, ha calificado como «la
más original y la más profunda de todas las teorías neurobiológicas
acerca de la conciencia» que ha podido leer 13, ¡le sobra la concien
cia!... Digamos en descargo de Edelman que no es el primero al que
le ocurre; en realidad, cada vez que un autor lleva hasta sus últimas
consecuencias la comparación del organismo viviente con unmá
quina, le termina sobrando todo lo que una máquina no tiene, en
particular la vida mental. Ante esto suele haber dos opciones, o se
afirma que la vida mental es una especie de lujo sin explicación fí
sica, o se dice que una vez que las máquinas adquieren cierta com
plejidad comienzan a tener vida mental.
A esto se llega cuando se reduce el problema del conocimiento
a una pura cuestión de experiencia subjetiva, sin relación con lo que
sería mundo físico alcanzado por el conocimiento de los sentidos.
Nuestro planteamiento, como hemos visto, ha sido distinto; la vida
mental, además de ser una cuestión de subjetividad, es simultánea
mente una cuestión de observación objetiva de la conducta animal y
humana. El conocimiento y la afectividad son realidades objetiva
bles, palmarias, que en el mundo de los seres vivos se dan encarna
das,·empotradas en el mundo de la realidad física y biológica: es
este mismo gato con los pelos erizados, al cual le late aceleradamen
te el corazón, el que tiene miedo, y el miedo del peligro que lo ame
naza para este gato no es un lujo, no es algo que le sobre, es esencial
para su supervivencia. Y si a una teoría sobre la conducta del gato le
sobra el miedo, lo que hay que mandar a la basura no es al gato sino
a la teoría.

5. BREVE CONSIDERACIÓN ACERCA DEL PSIQUISMO HUMANO

Del mismo modo que una desconsideración de la diferencia cua


litativa existente entre el plano de la realidad inorgánica, el plano de
la vida puramente vegetativa y el plano de la vida sensitivaoani-

_ 13. SEARLE, J., op. cit. (1996), p. 666.


58 El vi viente humano

mal, produce ampliaciones o restricciones indebidas en el estudio de


los fenómenos mentales, pensamos que un desconocimiento de la
diferencia cualitativa y de la originalidad de la vida propiamente
hu mana en relación con la vida puramente animal conduce a
confusio nes aún mayores. No obstante, este desconocimiento de
lo propia mente humano en el hombre, que conduce a mirarlo con
la estrecha lente de la pura animalidad, tiene también su extremo
opuesto, no menos pernicioso, que consiste en un maravillarse
exclusivo por la espiritualidad; admiración excesiva que lleva a
hacer del hombre un
ángel.
Decíamos que la conducta animal en tanto que animal nos reve
laba en él la presencia operante del conocimiento y de la afectivi
dad sensibles. Ahora bien, el conocimiento sensible descubre al
animal las cosas, a través de sus apariencias concretas en el aquí y
ahora, agregándose a esto un cierto juicio práctico innato que des;;.
cubre en ellas su carácter benéfico o nocivo, y despertand o·en él la
· atracción o la repulsa, cuando no.la indiferencia. Las investigacio
nes modernas de etología animal, en particular las del gmpo de Lo
renz, Tinbergen y Eibl-Eibesfeldt, han tenido la virtud de mostrar
esto con g ;n
males.
Sin embargo, es forzoso reconocer en el animal humano un tipo
nuevo y distinto de conocimiento que, alzándolo sobre el aquí y
ahora de la sensación, pone a este curioso animal frente a los obje
tos en tanto que realidades. Por la inteligencia, el animal humano se
sale de su entorno para situarse en el mundo ---,.-comodiría Von Uex
küll -o, yendo más lejos, el entorno humano no es puro entómo
sino que además es «mundo». Y como las cosas en este mundo, ade
más de ser determinísticamente apetitosas o repugnantes, son ade. . .
más reales, la conveniencia o disconveniencia con el sujeto ya no
viene sólo juzgada por la luz del instinto -:-que en el hombre se en
cuentra por lo demás bastante indeterminado- sino también, y so
bre todo, por un juicio de la razón. Ahora bien, es este juicio de con
veniencia o·de.disconveniencia para el; sujeto, que;el
mismo,sujeto emite por su:razón, el que se correspoad ·conun
apetitos de atracción o repulsión, un orden de:
apetitos.propiamente intelectivos en su raíz y que proceden de la
voluntad; éste es el in menso campo de los afectos, sentimientos,
amores y odios propia- mente humanos. ·

Mente, cerebro y nuestra idea del hombre 59

Y, para mayor complejidad, dado que ese juicio de conveniencia


o disconveniencia no viene dictado por el determinismo del instin
to, sino por la determinación condicionada y contingente que la ra
zón humana presenta a la voluntad, el apetito volitivo no queda ine
xorablemente atrapado y emerge como libertad. Libertad que es
siempre libertad humana y no angélica, es decir, libertad condicio
nada por una multitud de determinismos y circunstancias que no lo
gran sin embargo ahogarla. Algunos de estos condicionantes o de
terminismos de la libertad humana son sumamente rígidos, como
los que derivan de las necesidades básicas de alimentación y protec
ción, otros son más plásticos ya que proceden de las pulsiones ani
males en el hombre, que no son otra cosa que los vestigios incom
pletos, muñones de instintos que en los animales operan de modo
completo y característico para cada especie. Curiosa condición ésta,
la de un espíritu metido en un animal, y que hace que el espíritu no
·sea tan espíritu ni el animal tan animal.
No pocas corrientes modernas de la neurobiología y de la psicolo
gía han querido desconocer --en su doctrina o en su práctica -el
abismo insalvable que va de lo no vivo a lo vivo y de lo sensible a lo
racional. Ciertamente, en la existencia humana concreta, estos órdenes
se encuentran estrechamente imbricados. Sin embargo, integración no
es ni fusión, ni confusión. De modo análogo como a las teorías meca
nicistas les suele sobrar la vida o la mente, resulta sorprendente cons
tatar que a la psicología humana de nuestros tiempos le suele sobrar la
inteligencia y para qué decir la vída moraL Y más que sobrar, las rpás
de las veces da la impresión de que estorba. En efecto, la vida racional
suele aparecer como una especie de sobreañadido al único conoci
miento firme que sería el de la sensación, y eso siempre que a la expe
riencia sensible se le reconozca valor de conocimiento, lo que no
siempre ocurre. Buena part ede las teorías modernas del conocimiento
gastan esfuerzos colosales en demostrar que en realidad creemos
co nocer... pero no conocemos, afirmamos que existen causa s... pero
nos engañamos, hacemos metafísic a... pero ésta es una ilusión,
creemos amar... ·pero en realidad odiamos, pensamos que existe el
bien y el mal... pero no son más que convenciones. Y todo esto se
afirma con toda convicción con ese mismo conocimiento en el que
se consume tanto esfuerzo para demostrar su inutilidad.
Necesitamos teorías que acojan los hechos reales, sin censuras
previas. Si le damos una oportunidad a las cosas, en sf mismas, a lo
l
60 El viviente humano

mejor somos seres inteligentes, y hasta quizá un poco libres y un


poco morales, y hasta en una de esas tenemos alma y alma espiri
tual. Puede ser que en ese momento descubramos que el placer de 1
esquiar, además de las neuronas lo produce la majestuosidad y la be
lleza de las montañas, y que la virtud moral, la belleza, la verdad y 1
el bien, son tanto o más reales que la liberación de neurotransmiso 't
res. Quizá en ese momento estemos preparados para preguntarnos 1
qué puede tener que ver exactamente la actividad del cerebro con
esas cosas.
1
Capítulo III
El genoma humano: mitos y realidades

Dentro del vasto campo de· estudio de la biología moderna, la


genética ocupa, sin lugar a dudas, un lugar preponderante. Tan am
plio y complejo se ha vuelto el campo de esta rama de la biología,
que ella misma ha debido dividirse o subespecializarse: genética de
poblaciones, citogenética, genética molecular, genética clínica., son
las subdivisiones más conocidas, y lo más probable es que los espe
cialistas ya estén distinguiendo divisiones o subdivisiones dentro de
las divisiones. Visto desde fuera, es posible que, para un lego en bio
logía, el panorama de la genética moderna, por el desarrollo que h
alcanzado, aparezca como de una amplitud y de una complejidad
prácticamente inabarcable. No obstante lo·anterior, y aceptando que
la biología -sobre todo en el plano experimental -ha llevado a
cabo una expansión verdaderamente colosal en nuestro siglo, pensa
mos que los hechos básicos que constituyen el punto de partida de
estas investigaciones se encuentran más o. menos al alcance de cual
quier persona. Reflexionando a partir de ellos pensamos que es po
sible establecer un cierto orden y alcanzar una comprensión sufi
ciente de la naturaleza de los:desafíos que se presentan al"fiombtede
la calle en relación con el desarrollo de esta ciencia y de su tecnolo
gía asociada.
62 El viviente humano
-
-
·-
--
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-
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l. EL PROBLEMA DE LA HERENCIA

Es dable pensar que, muy tempranamente, los seres humanos se


dieron cuenta de que los hijos se parecían a sus padres, y de que
ciertos rasgos presentes en una generación reaparecían en los des
cendientes. Esto que nuestros ancestros, en el albor de la humani
dad, advirtieron con respecto a ellos mismos, lo habrán podido tam
bién observar en otras especies, en particular a partir del momento
en que la cría de animales domésticos y el cultivo de la tierra se
hubo desarrollado. Los primeros que se hayan tomado el trabajo de
reflexionar acerca de estos hechos, se habrán podido percatar de que
no siempre todo esto era tan claro, y de que, en ocasiones, los hijos
podían diferir bastante de los padres o de que, en otras ocasiones,
los rasgos observados no volvían a aparecer sino hasta dos o tres gy
neraciones posteriores. La lectura de algunos textos griegos como el
corpus hippocraticum y el tratado aristotélico acerca de la genera
ción de los animales muestra que, a esas alturas, en los siglos V y IV
a.C., la cantidad de observaciones a· este respecto era ya
considera ble. Es posible además reconocer diversas teorías
explicativas en
· pugna. Algunas de ellas conservarán su actualidad hasta bien avan
zado el siglo XIX 1•
Es importante señalar --desde el punto de vista histórico y
tam bién crítico-- un aspecto insuficientemente considerado en
nuestros días, pero que para los antiguos naturalistas era bastante
claro. La heredabilidad de ciertos rasgos --que hoy consideramos
como lo central del tema genético-- no es más que una
particulariz(;lción de un asunto más vasto que tiene relación con el
hecho trivial de que de un burro se origina un burro, y de la semilla
de un melocotón un me locotonero; este hecho a su vez, es parte de
una consideración aún más amplia que es la cuestión acerca .de
ómo
a otro ser vivo. En síntesis, la cuestión genética en el sentido moder
no, no es sino una parte del estudio más vasto de la generación y del
desarrollo de los seres vivos en gep.eral.

l. En particular la teoría de la pangénesis, que, con pocas variantes, se la verá


reaparecer desde los tiempos hipocráticos hasta Darwin. Según esta teoría cada par
te del organismo contribuía a la formación del elemento germinal (gametos en
len- guaje moderno). ·
El genoma humano: mitos y realidades 63
·-·---- ------------ ---------- ---- -------------·---

2. AVANCES EXPERIMENTALES Y TEÓRICOS: S. XIX Y S. XX

Veintitrés siglos después de Hipócrates, a comienzos del siglo


pasado, y con discretas variaciones, persistían aproximadamente las
mismas ideas (marcos conceptuales o teorías científicas) que en la
época de los griegos, sin que se hubiese podido avanzar de modo
muy significativo desde el punto de vista experimental, salvo los ex
traordinarios descubrimientos del óvulo, de los espermatozoides y
de la fecundación en los mamíferos por parte de Leuwenhoek, Von
Baer y Spallanzani.
Resulta interesante considerar hoy día, a distancia, que Charles
Darwin, por ejemplo, para sustentar la variación reproductiva de ge
neración en generación, eje central de su teoría seleccionista, no
contaba a esas alturas sino con nociones muy rudimentarias de ge
nética, con poco· o nulo apoyo experimental. Como muchos otros en
su época, defendía la teoría de la pangénesis, es decir, pensaba que
los gametos masculinos y femeninos se formaban con la participa
ción de cada una de las partes del organismo paterno y materno. Es
tas contribuciones, que algunos llamaban pangenes y otros gémulas
o idantes, debían reunirse de algún modo en las gónadas, masculina
y femenina, concibiendo al gameto como una especie de reservorio
o síntesis de caracteres de diversas partes del organismo. Darwin
también ignoraba que las variaciones que se observan con una cier
ta constancia de generación en generación no son en sí mismas he
redables. Sólo a comienzos deeste siglo, con el redescubrimiento de
los trabajos de Mendel y el descubrimiento de la mutación por parte
del holandés De Vries, pudieron los teóricos del darwinismo encon
trar algún apoyo experimental y salvar al menos provisionalmente la
verosimilitud de su teoría 2•
Desde el punto de vista de la ciencia biológica experimental, el
trabajo del monje moravo Johannes Gregor Mendel es quizá la
muestra más representativa del giro experimental y conceptual que
comienzan a adoptar los estudios sobre la herencia desde fines del
siglo pasado. En este hombre de carácter sencillo se conjugaron,

2. Provisionalmente porque, si bien es cierto que la mutación sí es heredable,


queda por demostrar experimentalmente que la mutaciónipueda llegar a tener ver
dadero sentido· evolutivo.
64 El viviente humano

como pocas veces en la historia, dotes sobresalientes de naturalista,


experimentador y teórico de la ciencia. Hijo de un modesto jardine
ro, de quien aprendería la afición y las habilidades que fueron la
base para la realización de su empresa científica, este sacerdote
agustino llevó a cabo de modo oculto, y en los no más de quince
años que sus múltiples ocupaciones y su precaria salud le dejaron
para sus investigaciones, una obra que otros, en condiciones mucho
más favorables, tardaron treinta y cinco años en reconocer y repro
ducir.
Mendel, a partir de sus observaciones y de su lecturas, llega a
concebir la existencia en los organismos vivientes de «partículas» li
gadas a rasgos heredables particulares. Partículas dobles de las cua
les cada progenitor aporta sólo una unidad y que, de acuerdo con sus
experimentos, se mezclan al azar y se segregan en la descendencia
de acuerdo con proporciones definidas. A estas partículas capaces
de generar un rasgo particular en la descendencia se las llamó más
tar de «genes», mucho antes de que se tuviera la más mínima
noción acerca de cuál podía ser su sustrato material. Los hallazgos
experi mentales y las conceptualizaciones de Mendel y de sus
contemporá neos son el punto de partida de lo que será más tarde la
genética mo lecular moderna, y la fascinación que estos hallazgos
produjeron en su época -y siguen produciendo en la
nuestra- .quedan bien ilus trados por los excesos especulativos a que
dieron origen 3•
La historia de la genética molecular en este siglo es fascinante y
no nos corresponde intentar ni siquiera resumirla aquí. Baste sólo
señalar las grandes etapas como son el descubrimiento del rol cen
tral del núcleo celular, y en particular de aquella estructura nuclear
que se tiñe con los colorantes (cromos) y que recibe por ello mismo
el nombre de cromatina, y que, cuando se condensa, constituye los
cromosomas; el aislamiento de los ácidos nucleicos y su posterior
estudio cristalográfico que desemboca en la descripción de la doble
hélice; la proposición del rol de la doble hélice en la síntesis de pro
teínas; la descripción del sustrato material de los llamados genes, y
todo el desarrollo de la genética molecular de las últimas tres déca-

3. El caso del biólogo teórico Waissmann resulta particularment eilustrativo.


A él se debe la distinción entre soma y germen; distinción que él llevó a límites
ex tremos.
El genoma humano: mitos y realidades 65

das. Todo este desarrollo, tanto desde el punto de vista experimental


como conceptual, ha desembocado en los últimos años en la posibi
lidad cada vez más real de intervenir y de manipular el llamado ma
terial genético, patrimonio genético o genoma, con la consiguiente
preocupación que esto ha despertado. En lo que sigue de nuestra ex
posición, examinaremos más de cerca las raíces y la naturaleza de
esta preocupación, e intentaremos mostrar cómo una adecuada pers
pectiva filosófica podría contribuir a encontrar las soluciones huma
nas más adecuadas.

3. LAS TEORÍAS Y SU SIGNIFICADO

Habiendo pasado una muy rápida revista al desarrollo histórico


de las ideas en tomo a la generación y a la herencia examinaremos a
continuación --desde una perspectiva biofilosófica -qué es posi
ble afirmar en último término con respecto al material genético y su
rol en los seres vivientes, y en qué medida esta comprensión nos
ayuda a entender mejor la naturaleza de las cuestiones que están hoy
en juego en torno al tema del genoma humano. La pregunta acerca
de la naturaleza última del genoma humano aparece necesaria no
sólo en razón de sus repercusiones éticas, sino por su intrínseca im
portancia especulativa. Sorprende, en consecuencia, constatar el
magro interés que ha habido de parte de los filósofos y la falta de es
píritu crítico de algunos científicos en relación a este tema que re
viste no sólo un interés por sí mismo, sino que tiene también, como
veremos, una importancia capital en términos de cultura.
Cada época histórica dispone de un capital de ideas acerca del
mundo que le rodea y acerca de sí mismo que, bien o mal fundadas,
son las que configuran en términos existenciales el telón de fondo
en el cual se vive y se actúa. Como siempre en lo humano, las ideas
se asocian a imágenes, y ambas se influencian recíprocamente, de
modo que cosmovisión e imaginario colectivo son realidades que
suelen ir de la mano. El caso de la genética. moderna, y en
particular del genoma, es a este respecto, paradigmático. El
genoma humano se encuentra revestido.hoy en día, en la ideología y
en el imaginario colectivo, de. una serie tan asombrosa de
propiedades que resulta.im prescindible y urgente.realizar un
análisis crítico tanto desde elpun tode vista científico como desde
el punto de vista filosófico, con el
66 El viviente humano

objeto de poder determinar qué es lo razonable o no razonable de


concebir y de imaginar en relación a él.
Se nos suele decir que en los genes se encuentra la informaci6n
genética, codificada en un lenguaje particular, compuesto --e n pri
mer lugar -de una sucesión de bases purínicas y pirimidínicas,
que para algunos serían como las letras de un abecedario. Estas «le
tras», asociadas en grupos de tres, conformarían un número finito
de «palabras» o símbolos gramaticales, que en su conjunto consti
tuirían un «mensaje». Este mensaje genético, contenido en los áci
dos nucleicos, debe sin embargo ser «transcrito» para ser transpor
tado, debe sufrir una prolija depuración que puede ser comparada
con una revisión editorial y con la revisión de las pruebas de im
prenta, y luego ser «traducido» para producir en última instancia
· las moléculas estructurales y funcionales que constituyen el orga-:
nismo. De acuerdo a este marco conceptual, el conjunto de genes o
genoma almacenaría'toda la información necesaria para dar origen
al individuo. En este marco teórico, la reproducción a su vez se
concibe como el traspaso de una parte o de toda la información ge
nética·de los padres a los descendientesLlamaremos el «modelo
informático» a este modo de conceptualizar y de presentar los re
sultados de la investigación en genética molecular moderna, y lo si
tuamos en el ámbito de·lo que hemos llamado las teorías biológicas
o teorías verosímiles.
Designando este marco teórico con ese nombre no pretendemos
ni mucho menos poner en tela de juicio la solidez de los fundamen
tos experimentales sobre los cuales se funda, ni la fecundidad que la
utilización de este modelo haya podido proporcionar para realizar
nuevos hallazgos, ni tampoco el aporte de estos hallazgos a la biolo
gía y a la medicina. Lo que quisiéramos tratar de mostrar es que el
marco conceptual, con su imaginariorulexo, en el cual es,tos hallaz
gos experimentales son recibidos, expresados y divulgados, no sólo
son elementos epistemológicamente no-homogéneos con los datos
experimentales, sino que ni siquiera son necesarios o ·,más· aún, ver
d6lderos en un stm.tido fuerte.·· Su pretemión ;como hemos vistono
puede pasa!f:de 'la verosimilitud. Nos parece además, e
intentaremos justificarlo, que con la descripción empírica. llevada
a cabo· por la genética moderna, y su conceptualización en
'términ0S de gen den tro·delmodeloin:formático,
estamo s·todaví a·muy l jos
idea completa acerca de cómo se lleva a: cabo la generación de los
- - - ,

- . - . .. .

El genoma humano: mitos y realidades 67

seres vivos. En consecuencia, nos parecen, desde todo punto de vis


ta, desproporcionadas afirmaciones como las de Francis Crick y las
de algunos otros científicos contemporáneos que pretenden que, con
la descripción detallada del sustrato material de los fenómenos de la
herencia, el ser humano habría accedido por fin a de desvelar el se
creto o la esencia de la vida 4•
¿Qué queremos decir con lo anterior? Queremos decir, en pri
mer lugar, que del mismo modo que el hecho de representamos la
circulación sanguínea como un circuito eléctdco no significa que
estemos afirmando que los vasos sanguíneos sean de alambre, el he
cho de que apliquemos antropomórficamente lo que es válido para
la escritura humaría, su codificación en signos materiales, su desci
framiento y su trasmisión, como clave de comprensión del desarro-
1 1 oy la reproducción de los seres vivos, no significa que las molé u-
_las de ácido · desoxirribonucleico contengan, en estricto rigor, un
mensaje para ser déscifrado por no se sabe qué diminuto decodifica
dor. EPmodelo informático no es más que un n\odelo o una «clave
hermenéutica>>.·Sbstener que la información gdnética se encuentra
contenida en el genoma 5 , o que todo lo que será el individuo se
en cuentra ya contenido, por ejemplo, en el material genético del
hue vo fecundado, es·. filosóficamente insostenible¡ ya que
equivale a concebir el material genético como un sujeto qtie
contiene «cosas». Si a estas expresiones se les da un sentido fuerte
--como desgracia
damente termina siendo el caso la mayor parte de las veces -se cae
en el error de sttbstancializar el material genético o de considerar a
la parte como si fuera el todo, porque lo que verdaderamente es su
jeto de potencialidades es el organismo :la célula como un todo, en
el caso de un organismo unicelular, y el organismo entero en el caso
de un ser vivo más complej o.

. 4. Citadó por Gustavo HoECI(ER, S. en· su libro L a "enética


hasta Wdtson y C:tick, Universitaria (Santiago de Chile), 1981, p. 13. Hoecket
reto
ma posteriQimente hi·expresión·a· su propia cuenta. Resultittambién elocuente a
este respecto el norilbFe·del capítulo referido al ADN en uno de .los limos de
texto más difundi4os: «DNA: el secreto de la vida», en VILLÉE, CA,
S o L O M O N ,:E
P._•,
. M A A T INh,.E., .BERG, L.R., DAVIS, P.W., B
ología,
riháná.:M :boraw "IJ .F .),1992. ·.
H iÚ (M éx:ico 1

.
iS .,Esto' s e h a c e e u a n ·t t o
s eafirina ¡rot'ejemplo que lós genes tienen la
capáCi
dad de VILLÉE et al.·,·o1t cit,
68 El viviente humano

Lo anterior se entiende fácilmente cuando se hace la analogía


con lo que ocurre con un libro. De un libro sólo se puede afmnar de
un modo metafórico que contiene conocimientos. En realidad, sólo
contiene el sustrato material de una colección de signos y símbolos.
El que verdaderamente conoce es el lector. Sólo él es propiamente
sujeto de conocimiento. El conocimiento existe solamente en senti
do propio y real en uq.a mente de tal modoque si existieran muchos
y muy buenos libros, pero no existiesen lectores que los entendie
sen, no habría cultura, por mucho que estemos acostumbrados a aso
ciar la cultura con los libros. Más aún, si encontramos un libro escri
to en unalengua extraña, y logramos descifrarlo, e inclusive escribir
uno nuevo en esa misma lengua, no por eso llegaríamos a .saber lo
que es el conQCimiento. Porque estudiar eLmodo cómo se cQdifica y
se trasmite el conocimiento no nos dice nada acerca de la naturale
za del conocimiento en sí. Alg9 análogp.ocurre con.t1l.genom - Lo/
queverdaderat:p nte
ce, es el organismo viviente en su totalidad. No se pue,de decir del
núcleo ni del material genético en sentido,propio que «viven>>o que
se reproducen, sino de un modo indirecto, derivado o
metafórico.
Descubrir el modo concreto cómo los organismos vivientes, se· Jas
ingenian para autoconstruirse y autoreproducirse no nos dice nada
todavía acerca de lo que.sea la naturaleza íntimacdel vivir. Por esto,
resulta equívoco, y más que equívoco, erróneo, afirmar sin más que
todo lo que será el organismo adulto se encuentra ya contenipo o al
macenado en el.material genético del huevo fec.lln<:lado.Lo.qye es
propiamente sujeto delvivir es el ser vivo como totalidad y no una
de sus partes de forma aislada, como es el material genético.

4. LA NECESIDAD DE SUBORDINAR LA IMAGINACIÓN AL PENSAMIENTO

Lo que hace particularmente difícil la comprensión de lo que


ocurre en los seres vivos es que el referente más cer,cano.Para p p.
sar la autoconstrucción de les seres vivos lo tenemos enJa . acti:vi
d
constructora humana, y es natural que tendames. a·proyectar. este .
modo de actuar a la actividad de los seresvivos. ERla actividad pro..;
. ductiva hrimana,el constructor y la construcció1} son dos cp as· < lís ;
tiq4\S,.a diferen ia
la cual, el:que. consquye y lo constmido son el mismo"'SuJQto, i -
El genoma humano: mitos y realidades 69

derados, desde luego, desde perspectivas distintas. Si al pasar frente


a una construcción encontramos tirados unos planos, podemos echar
una mirada a lo que con ellos se está construyendo, y además pode
mos ir a devolvérselos al arquitecto que los perdió. Cuando pensa
mos estar frente a los planos de construcción del organismo vivo, te
nemos que pensar que la obra que se está construyendo con esos
planos es, a la vez, los planos que se utilizan para que se siga cons
truyendo 6 • Es como s'i al entrar al edificio nos diésemos cuenta de
que, en realidad, no hay ni arquitecto ni obreros y que el edificio se
está construyendo solo. Cualquier intento de imaginar esto que aca
bamos de expresar, conduce necesariamente o a la frustración o a la
antropomorfización. La solución está, no en imaginar, sino en pen
sar o, al menos -dado que el ser humano no puede dejar de
imagi nar al pensar -en subordinar la imaginación al pensamiento.
La investigación genética contemporánea puede vanagloriarse,
a justo título, de haber descubierto algo que parece reunir, a la vez,
las propiedades de lo que en la construcción humana sería un plano
y lo que sería un molde o herramienta. Plano-instrumento que son
utilizados por un sujeto que a la vez interpreta y ejecuta. Es como si
tuviésemos delante de nosotros a un escultor cuyo cuerpo fuera para
nosotros invisible. Imaginemos a este escultor invisible trabajando,
y que con martillo y cincel -visibles -da forma a una estatua de
mánúol, cuyos planos están interiorizados en su mente; él es enton
ces a la vez arquitecto y constructor de su propia obra. El observa
dor verá desplazarse elcincel y el martillo con asombrosa agilidad
y precisión, hasta dar conclusión a la obra. No sería de extrañar que
ante una tal eventualidad, y tras haber presenciado cómo las herra
mientas llevaban a cabo su obra, el observador llegase a concebir
que el martillo y el cincel tienen propiedades admirables: toda la es
tatua -se dirá -está contenida de algún modo en esas dos herra
mientas de metal. En realidad, el material genético podría ser conce
bido en este ejemplo como un inmenso baúl de herramientas, qu eel

6. Este aspecto de los seres vivos ha sido particularmente bien expresado por
Humberto MATURANA en su libro De máquinas y seres vivos, con su concepto de
autopoiesis. Desgraciadamente, este autor frustra su intuición al no dist irentre
el ser y el actuar, reduciendo el ser vivo a una especie de actuar autopoiéticó sub
sistente.
· ·.y . . .
J r
f
'

70 El viviente humano

escultor invisible emplea con una cierta regularidad y con singular


coordinación y maestría. El plano, en estricto rigor, no aparece en
las herramientas; más bien se colige su existencia a partir de la com
plejidad de ellas, la regularidad y la perfección en la ejecución de la
obra y la belleza de su resultado.
El material genético es una de las muchas estructuras que el or
ganismo utiliza para mantenerse y desarrollarse, pero no es el agen
te que determina en último término el mantenimiento y el desarrollo
del individuo. Ciertamente, si el material genético se encuentra alte
rado, la función resultará alterada; de modo análogo a como se alte
ra la obra del pintor al que se le estropea la espátula o al constructor
que se le distorsiona el molde para preparar los ladrillos. Esto que
podría parecer obvio, resulta hoy en día necesario afirmarlo ya que
con demasiada frecuencia el material genético o el genoma tiende a
ser hipostasiado, como si en realidad todo dependiera de él y no pro
piamente del sujeto viviente como tal. Se ha llegado a decir que en
el material genético se encuentra la esencia de la vida, y que modi
ficar el material genético equivale a modificar la naturaleza de los
organismos. En esa misma línea es comprensible que en la opinión
pública se generen expectativas excesivas e ilusorias en relación a lo
que puede y a lo que no puede ofrecer la investigación científica en
relación al genoma humano.
En realidad, pretender que en el material genético radica en rea
lidad la esencia de la vida, y que modificar el material genético
equivale a transformar la naturaleza última de los seres vivos, deri
va de un equívoco filosófico, acompañado qe un séquito en el ima
ginario que puede ser justamente calificado como ilusorio o mítico.
Se trata ciertamente de un equívoco que en su raíz no tiene nada de
inocente. Este equívoco no es sino otro fruto más duna visión filo
sófica de los seres vivos, en la cual éstos son reducidos a sus com
ponentes materiales. Desde esta perspectiva filosófica se considera
que la vida surge de la materia y no que la vida pone a su servicio la
materia.

5. EL ORGANISMO VIVO, EL SUJETO Y SUS DETERMINACIONES

Jfltéut mos
Cuando afirmamos que el ser vivo es sujeto y objeto de su propia
El genoma humano: mitos y realidades 71

construcción, dijimos también que no lo era bajo el mismo aspecto;


esto lo podemos expresar diciendo que constructor y construido no
son lo mismo pero sí son el mismo. A este respecto es necesario
ha cer varias consideraciones.
En primer lugar es preciso reconocer que la autoconstrucción
del ser vivo es sólo parcial; en efecto, todo ser vivo recibe el ser de
parte de sus progenitores, y un componente de ese ser lo constituye
una cierta estructura material. Los seres vivos no se dan a sí mismos
el ser, en sentido fundamental, sino que lo reciben. A lo más podría
decirse que mantienen y perfeccionan lo que reciben. En estricto ri
gor, no hay nada que pueda darse el ser a sí mismo, ni siquiera Dios,
como pretendía Leibnitz. El ser o se tiene por sí mismo y entonces
se puede comunicar a otro, o simplemente se recibe.
En segundo lugar, es evidente que el ser vivo no se identifica
con su estructura material. Ciertamente que nosotros, los seres hu
manos, no conocemos directamente con nuestra inteligencia natural
sino seres vivos materiales; por lo tanto nos resulta imposible ima
ginar y difícil de concebir la existencia de seres vivos inmateriales.
Sin embargo, el hecho de que el objeto proporcionado a nuestra in
teligencia sean los seres vivos materiales no nos obliga a decir que
el ser vivo se identifica lisa y llanamente con su materialidad. En
efecto, somos capaces de afirmar que el embrión de Pedro, Pedro
adulto y el viejo Pedro son el mismo sujeto, a pesar de las más di
versas estructuras materiales que le hemos conocido. Alguien podría
objetar: «Sí, de acuerdo, pero en realidad lo que se mantiene no es
tal o cual forma o figura concreta de Pedro, sino algo que podría ser
designado como una idea o un plan general de Pedro, que sin em
bargo siempre se realiza en una materia. No existe un tal Pedro in
material detrás de las apariencias y que se manifieste con diversos
ropajes y caretas permaneciendo siempre el mismo». Lo que preten
demos decir, al afirmar que Pedro en tanto que sujeto permanece
inalterado en cuanto a su identidad fundamental, bajo diversas apa
riencias a lo largo de su existencia, no es que Pedro pueda existir in
dependientemente de una cierta conformación material. Simplemen
te queremos afirmar que Pedro, como sujeto, es invariable y no
puede ser homologado a una conformación material particular.
Lo anterior tampoco excluye que ciertos aspectos materiales de
Pedr ose mantengan establs
Es el caso de su dotación genética. No es de extrañar, por lQ tanto,
t
72 El viviente humano

que el descubrimiento de esta estructura material estable haya con


. ducido a muchos a identificar el material· genético con el
verdadero sujeto de la vida. Además, hoy sabemos que
probablemente ningu no de los átomos del material genético de
Pedro-embrión·se encuen
tran presentes en Pedro-viejo, con lo que volvemos al tema de que t
lo que se mantiene de él no es tal o cual materialidad sino una cierta 1
forma, idea, plan, modo de ser, o como se lo quiera·Uamar,sabiendo t
que cualquiera de estos conceptos es incapaz como tal de expresar
satisfactoriamente lo que la inteligencia sin embargo está «viendo» 1
con toda nitidez. Este «modo de ser» peculiar del sujeto, en sí mis í
mo transempírico 7, no es en ningún caso una idea pura al estilo pla
tónico, existiendo en un:cielo transempíricoSe trata de una forma
realmente existente, que no existe aparte y que no puede sino estar
realizada en una materia sensible, pero que no se identifica con ell
pura y simplemente. ·
Pero esa idea o modo «subjetual» de ser de Pedro, que se mantie
ne invariable a lo largo de su vida, y que nos pertnite designarlo con
el mismo nombre,· en la convicción de que estamos esencialmente
· frente a lo mismo, ¿no podría ser acaso la que se encuentra encama
da en el material genético? Si así fuera, tendríamos que asumir que
Pedro en su ser más profundo no sería una determ.inada materialidad
·sino una «idea» subyacente a esa materialidad. Con lo cual·recaemos
en la idea de un sujeto real distinto de la pura materialidad. Pero aun
aceptando que esa podría ser una consecuencia lógica y válida, el
problema está en que el ser deJ material genético -sea éste ert
defi nitiva material o ideal -es el ser de un instrumento. Toda la
eviden cia apunta en el sentido de que el material genético no es
sino una
estructura más en el organismo, una herramienta a través de la cual
el organismo lleva a cabo sus funciones máteriales. Una herr i n
ta muy especializada, individualizada y constante, pero herramienta
al fin. Y lo que estamos tratando de discernir es la naturaleza. intlma
de aquello que es sujeto y agente, Y.no de lo que es.instruinent ó..Es
claro que cualquiera que sea la conformación aterif).l

7. Por esta expres ónlo


no escapPlql J?r
intéligehcia (aprehension transempírica) por Ihed i< >de sus manifestaCiones q ü esí
SOir sensibles ' . .
El genoma humano: mitos y realidades 73

Pedro a lo largo de su existencia, ésta será su conformación mate


rial, y que ésta no puede ser la conformación material de una parte,
sino la del todo. Lo que seguimos afirmando es que no se. puede
afirmar lisa y llanamente la identidad entre el ser «subjetual» de Pe
dro y su materialidad. El sujeto viviente Pedro tiene un determinada
estructura material, que le es propia y sin la cual no es concebible su
existencia, pero la estructura material de Pedro no es su sujeto. En
definitiva, no es lo que primariamente vive, actúa y permanece en el
tiempo.
Es cierto que, en el caso de la vida orgánica, lo que el sujeto vi
viente pueda hacer se encuentra al parecer bastante rígidamente
condicionado por la estructura de sus instrumentos; sin embargo,
también es cierto que, como ya viéramos, la propia estructura mate
rial de los instrumentos viene gobernada por el plan o idea subya
cente a su materialidad, plan o idea que necesariamente se encuen
tra subordinado a la idea o plan general del organismo. De tal modo
que se puede afirmar que, por muy rígida que aparezca esa determi
nación, su rigidez procede más de las características intrínsecas del
sujeto que de los componentes materiales que la manifiestan.
En síntesis, la estructura material concreta del organismo vi
viente, en una determinada etapa de la vida, más que ser el resulta
do accidental de una multitudinaria confluencia de fenómenos físi
ca-químicos aislados, como pretende el mecanicismo, aparece
como el resultado cambiante y plástico de un sujeto que mantiene su
iden tidad no obstante las transformaciones. Esta identidad
específica e individual que permanece estable bajo los cambios
puede ser analo gada a un modo específico de ser, plan o idea que,
en este caso, ha bría que concebir como una especie de forma
encamada en la sus tancia misma del sujeto.
Si llegásemos a convencemos de la existencia real de un sujeto,
que no es una realidad amorfa sino que es un sujeto individual de tal
especie, distinguido de sus manifestaciones pero no distinto de ellas
(son sus manifestaciones sensibles las que yo percibo), tendremos
que hacer frente a un nuevo peligro que consiste en otro tipo de an
tropomorfismo. No podemos concebir al sujeto de un modo antropo
mórfico, como un obrero que construye aplicando una fuerza a los
objetos. En este ejemplo, obrero, instrumentos, materiales, son todos
extrínsecos los unos en relación a los otros. El gran fisiólogo francés,
Claude Bemard, que se debatió hasta el final por no caer en una vi"'
74 El viviente humano

sión mecanicista, ni tampoco en una visión vitalista, intenta expresar


de un modo, a nuestra manera de ver, magistra lesta compleja reali':'"
dad, utilizando dos analogías: la del «plan» y la de la{ fuerza»:.

«la observació n...nos muestra un plan orgánicq, pero en ningún


caso la intervención activa de un principio vital. La úni,c4Juerza vital
que podríamos admitir sería una especie de fue¡:za legislativa pero en
ningún caso ejecutiva.
. Para resumir nuestro pensamiento, podríamos decir metafórica
mente: la fuerza vital dirige fenómenos que ella no produce; los agen-
tes físicos producen fenómenos· que ellos no dirigen» 8• ·

Empero, aquello que en el viviente es verdadero sujeto de la


vida y especificador de la individualidad no debe tampoco
idealizar se en exceso --como bien lo hace sentir el texto de
Beinar d.. --; si bien es cierto que el sujeto es plan, orden, idea, es en
todo caso idea encamada, de tal modo que las cualidades
materiales del;:viviente son determinaciones del sujeto. El sujeto
entonces no' puede ser con cebido como un mero director de
orquesta; ya hemos insistido en esto:.el que dirige y el dirigido son
el mismo, eajo respectosdisti n.. tos. Aplicando entonces las
sugerencias de Bemard, tendríamos que decir que el viviente dirige
y produce sus propios efecto s..
La filosofía materialista, mecanicista, positivista, cientifistare
duccionista o cualquiera que sea el < < ism o >con
> el que se la quiera
apellidar, evacúa la consideración de una·finalidad i.nmanehte al ope
rar del ser vivo pretendiendo que los deterrttinismosfísicos'y'bioló
gicos no son más que el resultado fortuito de·.una especie vis a tergo
primigenia y ciega. La obvia fmalidad inmanente que Ia.filosefía y el
sentido común perciben en los seres vivos es' erradicada de ellos pero
viene a ser reintroducida de modo antropomótfico y mítico en ·los
componentes materiales. Es así como· el. material genético queda
re
vestido de propiedades admirables: almacena ;informa<e.ién,dirige la
construcción de los componentes estructurales ' det organismo, con..
tiene en sí la,esencia de la vida. TooasJas gpied- qtlJ.e
garon al organismo como un oodele son, dnueltas
ahora:a:unade'Su'S

8. BERNARD, C., Lef(ons sur les phénomelt{!;;dela Vie comittunsaUx


et aux végétaux, Vrin. (Paris),. 1966·(reprbduc6-íénfotográfica dla. edíoiétn
rigi
nal),p. 51. ,
pro?
El genoma humano: mitos y realidades 75

partes. En fecto,
nunciar, la ese11<;iade la vida humana individual y colectiva, en lo
que tiene que ver con los estratos más deterministas del ser y de la
conducta,.VÍ(!Ile a quedar encarnada en un puñado de millones de se
cuepcias de moléclllas; la posibilidad fáustica de manipular ese kar
dex bioquínlico viene a ser equivalente atener en sus manos las lla-
. vesde la vida.Y esto... para el más grande de los bienes o el más
.t mible·de los males. De aquí deriva, a nuestro modo de ver, entre
otras cosas, la fascinación desproporcionada que despierta en nues
tra cultura Jainvestigación acerca del genoma humano, y se explica
por estami ma
·cifran en ella y de los temores que despierta su manipulación.
En· .1 : 1 n aCO$movisión. y un imaginario, en último término,
empi ri&tayreduccionista es comprensible que el sujeto viviente
como tal pie:Iidaconsistencia ya que en sí mismo es transempírico.
En conse cuencia, ,resultajnevitable que la calidad de sujeto
finalizado, a la que la1inteHgencia se niega en último témlino a
renunciar, sea depo
.sitada et;t,una .estructura.empíricamente. objetivable como el
material genético. ;No es )."aro entonces,
, en este contexto, que las
personas
h .yan
· seres bumarios; ya que ven en esa manipulación biológica la posibi
lidad de rear
bilidadde.auto perpetuación a través de la creación de clones. El
surgimiento :de un nuevo organismo viviente supone la aparición de
u n ;lluevo sujeto, original e incomunicable; el hecho de compartir
el
mismo material genético viene a ser, en cierto sentido, puramente
accidental. Si el sujeto e tuviese
su especificidad e individualidad. en el material genético, su
repeti
ción sigpificaría una multiplicación de individuos idénticos, lo
cual
es filosófic ente
Dos gemelos utiivitelinos, que son genéticamente más parecidos en
tre sí delo que podrían ser los clones 9, son dos sujetos distintos, con

' " '

9. Al menos del modo como en la actualidapse.han.llevado a qapo las"'. lf),Q


ciones en ovejas, ratas y vacunos. La razón es que buena p a rte del
citoplasma
cede del óvulo al que se extrae el núcleo. Cfr. SOLTER, D., «Dolly is a clone -and
no longer alone->>, Nature, 394 (1998); WAKAYAMA, T., «Full term development
of mice fl'om enucleated oocytes injected with cumulus cell nuclei», Nature, 394
(1998), pp. 329-330.
76 El viviente humano

dos psicologías distintas y biografías distintas, sin desconocer que


son lo más parecido que es posible concebir desde el punto de vista
biológico.
Se teme también la posibilidad de manipular la naturaleza hu
mana y hasta se vislumbra la posibilidad de mejorarla.La naturale
za humana la podemos manipular estropeándola, es decir, obstacu
lizando su normal desenvolvimiento en un individuo particular o,
como en el caso de la Medicina, restaurándola, esto es, permitiéndo
le que se restablezca ella misma; pero, en sentido fuerte, nola pode
mos modificar ni empeorándola, ni mejorándola. La naturaleza hu
mana es lo que es y escapa a nuestras posibilidades' el modificarla en
términos fundamentales. Quizá desde el.punto de vista biológico la
naturaleza humana, y también la de otros seres vivientes, tiene su
. propia capacidad de desarrollo interno, como parece mostrar lapa:
leontología. Desarrollo interno que, al menos teóricamente; podría
ser entorpecido o facilitado. Pero intentar mottificar una naturaleza
sería tan ilusorio como intentar corregir·la fuerza de gravedad;· éstas
son cosas que nos vienendadas. Cualquier'esfuerzoqueJia.gamos•en
el sentido de mejorar la naturaleza humana, lo más probable es que
conduzca a.corto o·medio plazo a·laereaciótlde Situáeiones mons
truosas, desde el punto de vista biológico, psico10gico¡o social· El
perfeccionamiento de la naturaleza humana va en la'línea de desple
gar toda la multitud de sus virtualidades, y ése ;es elcamino de la
· . mejora·libremente asumida de la saludfísica, psíqtiica·y;moralde
las·personas y de las comunidades. Pretender el
perfeccionamiento
de la naturaleza humana por otras vías es ilusorio.
·Urge, en consecuencia, recuperar una idea más equilibrada del
verdadero sujeto que padece las acciones o manipulacidnes; lo que
se manipula al manipular el genoma human ono esni úna coleFción
de moléculas inertes, ni tampoco la esencia de la vida, sfl:lo1
viviente en el cual residen esos miles de inillones·de moléculas, en
definitiva, la persona humana. Es, en conclusión, a la persona huma
na a la que primariamente es necesario promover y proteger, y no al
genoma. Si se protege el genoma es en virtud de la persona y no a la
persona en·virtud del genoma.
Capítulo IV
El estatuto antropológico del embrión humano

l. EL COMIENZO DE LA VIDA HUMANA:


UNA INTERROGANTE MULTISECULAR

El naturalista y filósofo griego Aristóteles, en el siglo IV a.C.,


parece haber sido el primero en plantearse explícitamente, tanto des
de el punto de vista empírico como desde el punto de vista racional,
el prob. lema de la vida en eneral, y de la generación humana en
g.

particular. Lo que hoy llamaríamos: punto de vista biológico y pun-


to de vista filosófico, respectivamente. Aristóteles vio la necesidad
de distinguir la pregunta acerca de·la definición de la vida de aqué
lla acerca de las propiedades a partir de las cuales reconocemos la
existencia de los seres vivos; ciertamente no para separar estos dos
enfoques sino.para.articularlos adecuadamente:

«No sólo es útil conocer la esencia para comprender las causas. de


las propi dades
contribuyen en buena parte al conocimiento de la esencia: pues si so
mos capaces de dar razón acerca de las propiedades -ya acerca de
to
(jas ya acerca de la mayoría -tal como aparecen, seremos capaces
también en tal caso de pronunciamos con notable exactitud acerca de
la esencia de ese sujeto» (De Anima, libro II).

De acuerd o.con Aristóteles, y desde un punto de vista descripti


vo, se dice que son seres·vivos, todos aquellos seres que vemos que
78 El viviente humano

se nutren, se desarrollan y envejecen, se reproducen por sí mismos,


y con mayor razón aquellos que además de estasoper<t,ciones pose
en sensaciones, emociones, conductas y pensáiniento. Es decir, son
vivos aquellos seres que desde sí mismos y por sí mismos son capa
ces de ejecutar activamente sus operaciones propias. Dicho en len
guaje aristotélico, son aquellos capaces de llevarse desde un estado
de potencialidad a un estado de actualidad en lo que se refiere a sus
operaciones propiasEsta intuición aristotélica ha sido expresada
por numerosos autores con posterioridad, a lo largo de toda la histo
ria. Un ejemplo reciente, entre muchos, es el caso del biólogo suizo
Adolph Portmann, que caracteriza a los seres vivos por poseer «in
terioridad»: «Los organismos son sistemas activos relativamente au'"
tónomos que poseen la cualidad de "interioridadn y que la intensi
dad de esta "interioridad", especialmente en los animales, aumenta .
de modo proporcional ai nivel de organización» 1• Otro autor s ta
/
vez desde el campo filosófico- que ha percibida,con singular luci
dez esta originalidad del ser vivo, y que él expresa en temiihos de
«libertad», es Hans Jonas: «...el metabolismO, el nivefbásiéd de
toda existencia orgánica, es ya en sí mismo la primera realización de
la libertad» 2•
! ,_

2. LAS MANIFESTACIONES SENSIBLES DE LA. VIDA: ALCANCES Y LÍMlTBS

Desde el punto de vista filosófico deoe distinguirse en·todo ente


natural su operar, el órgano o facultad desde·dóllde ese·operat'rtro-.
cede,·y el sujeto que actúa a través y por sus órganos o'factiltades.
En efecto, el ser vivo sentidor no se identifica· pura y simplemente
con
ción su
deacto
ese de
ser percibir,
vivo. Unaporcosa
mucho
es elque
serese cto
vivo seasujeto,
indivídual como .}a ac
otra cosa son las capacidades perceptivas del iridi'Vinluo y·otra cosa
es el operar actual.de esas capacidades. Esta cómf> eJidU:í;PI\, ;lógi
ca interna va más allde lo que .la ciencia xperimynJa,.tüq d : pre-
0 > ' ' ,,· - > ' • <'e ' ' fo"• J -< .}" ·' '- , _ ; , -

l. A. PoRT MANN,«On the uniqueness ofbiolog,ipal res clJ.'I'>,/,ownal


dicine and Philosophy, 15 (1990) 457-472.
. 2. H. JONAS, «On the subjects of a philoso ID.yof lif », Jol{f · H., T I J Aphe;.
nomerion·offifé: iowarda philoso¡Jhical biology,·The UhivetsitytitG1fcag6Press
(Cbícago), 1966. ·· '

J
El estatuto antropológico del embrión humano 79
-
-
--
--
-
--
-

hender con sus herramientas conceptuales, ya que no son los senti


dos los que por sí mismos la manifiestan; es la razón la que la des
cubre a partir de los datos aportados por los sentidos. El problema
que plantea la generación de los seres vivos en general, y la del ser
humano en particular, es que las propiedades a partir de·las cuales
afirmamos la· existencia de un ser vivo individual van surgiendo
su cesivamente en el curso del desarrollo y de modo lento y
progresi vo. Esto hace/que el juzgar en un momento dado acerca de
la exis tencia de un sujeto, poseedor de tales y cuales facultades (lo
que lo sitíia en una determinada especie), a partir de una
manifestación apenas inicial oincipiente de sus actividades,
ejecutadas por órga nos inmaduros o apenas en formación, se hace
extremadamente di fí il"
pérdiillt"de funciones al aproximarse la muerte. Cuando
constatamos qué un iq,dividuo cqncreto se encuentra todavía muy
lejos de haber
man fefitado.
interro.gante acerca de.cuándo podemos afirmar que estamos ya .en
presencia d¡e. . un nuevo ser vivo, y un ser vivo de tal especie.
La ificultad
to el stJ:rgitnieDto de la vida, como su término, se producen en
elin
teriordeunaseriede procesos. Sin embargo, es claro desde el
pun
to·de vista racional que ni el comienzo de la vida ni la muerte
pueden serellos;mismos un proceso. Tanto la vida como la muerte
se encuentran al término de un proceso, pero ellas mismas no pue
den identificarse pura. y simplemente con el proceso que a ellas
con duce. Lo que ocurre, en realidad, es que cuando el ser se
afirma en términos absolutos, el comenzar a ser y el ser son
simult neos, mismo que el dejar de ser y el no-ser también lo son.
Tanto el inicio de la vida como la muerte son, en términos
temporales, instantá neos;·aun cuando ta n t< _el> uno como la otra
ocurran en el interior de un proceso en el cual-·como el
tiempo·es divisible hast al
to -resultará siempre imposible determinar empíricamente el mo
tl)ento absolutélffiente exacto de su ocurrencia. El problema práctico
se reduce, en consecuencia, a poder determinar lo más pronto posi
ble, en e.l int.eriQr de ese proceso generativo o corruptivo, los signos
que indican cuápdo el evento ya se produjo o cuándo todavía no.
VollViendo ento:aces a nuestra dificultad: no hay problema en re
com.acer la existencia de un sujeto determinado cuando asistimos
al despliegue completo de todas sus potencialidades. Sin
embargo,
80 El viviente humano

¿cuántas son las propiedades que es necesario discenir empírica


mente para estar seguro que estamos actualmente en presencia de un
sujeto determinado? Éste es, nos parece, con variantes de lenguaje,
el problema tal como las herramientas conceptuales elaboradas por
Aristóteles permitían plantearlo hace ya 2400 años. Nos atrevemos
a decir que, desde el punto de vista conceptual, este planteamiento
no se ha modificado y que, expresado de las formas más variadas en
la literatura moderria, sigue siendo el verdadero problema de fondo
en lo que se refiere al comienzo de la vida humana. Algo análogo es
lo que ocurre con respecto al problema de la muerte., que no es sino
-así nos parece -la imagen especular del problema del
comienzo de la vida humana.
Los datos empíricos con los que contaba Aristóteles, y aún Al
berto Magno y Tomás de Aquino en el medioevo, pararesponder al
problema del comienzo de la vida humana, eran, por relación a los
que hoy poseemos, extremadamente rudimentarios. No es de extra
ñar entonces que Alberto y Tomás, que en otras cuestiones solían ser
tan afines, llegaran a respuestas contrapuestas en relación a este pro
blema. Por esta razón, el invocar hoy en día la teoría aristotélico-to
mista deJa animación, humanización o personificación retardada
(según se la quiera conceptualizar), tal como .Aristóteles y Tomás de
Aquino la sostuvieron, constituye -nos parece-.- un anacronismo.
Lo que no constituye un anacronismo es el aprovechar los instru
mentos conceptuales que estos pensadores debieron desarrollar para
poder enfrentar el problema con los precarios datos empíricos que
ellos poseían.

3. PRINCIPIOS PARA UN INTENTO DE RESPUESTA

3.1. Una distinción capital

. Uno de los mayores aportes de la filosofía clásica al


conoci miento de la realidad natural fue haber reconocido que en
todo indi viduo natural, vivo o no, es posible discernir una ín.tima
composi ción ontológica. En efecto, en todo ente natural es posible
discernir racionalmente entre aquello que es sujeto y aquello que
son sus de terminaciones oac.cidentes.
· mismo, que a lo largo de todaJa existencia de un individuo se
en-
i ,, . ' E" E.. .
. -. .

El estatuto antropológico del embrión humano 81

cuentra completo, y que permanece inmodificado. Las determina


ciones o ,accidentes son todo aquello que no existe por sí mismo,
sino que existe en el sujeto, determinándolo o cualificándolo, y que
puedn
plo, e.s un ccidente
exi te.
tos. xtenso.
ext nsión,
den modificar uy
cuanto sujetosPedro-adulto tiene más extensión que Pedro:-niño,
1 perp, !? drp0apult9 llo es Pedro que Pedro-niño. Es importante
s ftal(lrH_qe' no es el único criterio de sustancialidad,
ni t.amppco el 'J;llásf m l,
cen. P .disting" Jirse,en consecuencia, entre aquello que permite .
1
afipp .qll toda,vía.esta.IIlOs
p rteJ.
a{-· irm.ar.que.ba.c biado7 esto
aq:uplque.es.«el.m sUlo»
po ta
rnQs»3..
Dicho de modo más formal.,,todo ente natural se compQne, des
de el ptuttode vista del ser, de aquello que «es-pQr-sí» y que es su
jeto especificador eindividualizador, y aquello que «siendo-en-el"'
sujeto>>·constituyesus determinaciones adventicias. Ciertamente, no
existen determinaciones que no estén en un sujeto,
com<:J·tampoco sujetos q11enQ tengan determinaciones. El sujeto y
sus determina ciones se distinguen, no obstante, nocional y
realmente, por mucho que ninguno de ellos pueda tener una
existencia física separada. Esta es la clásica distinción entre
substancia y accidentes. Aristóte les designó con la expresión
«ousía», aquello que en el individuo es por. sí y es sujeto
especificador e individualizador. La exp ;esión
«ousía» fue-traducida por los latinos como «substantia)>>.·Badas·las
diver :.co®Qtaciones
caMell nc·Jlaje
este térm.illopor:filósof0B·:posteriores, buena pame.de il0B•expertos
me d.· e. mQs en .A. . rtstotesl, evtt a.a. tra udcu . a1exprest o•n;
< < O UIa&>

í_'
82 El viviente humano

substancia. Desgraciadamente, la sola utilización de otros


términos no resuelve todos los inconvenientes y la experiencia
mue.stra que las más de las veces los multiplica.
Ahora bien, en el individuo, sólo las determinaciones accidenta
les pueden tener existencia intensiva, es decir, son susceptibles de
un más y un menos. El individuo puede sufrir cambios·,en cuanto a
sus determinaciones, pero no puede modificarse intensivamente en
cuanto al sujeto. El sujeto único y específico en el indi:.Viduoque se
desarrolla y envejece permanece completo, siempre el mismo, inal
terable e inalterado, a pesar de las notables modificaciones· qe
dece desde el punto de vista de las nuevas detertniilaeiones' que le
advienen a lo largo de su historia. Toda' modificaéióri,der sujeto,
por el contrario, determina simplemente la desaparición del
indiviüu o·y su reemplazo por otro u otros. «Las forma s· ecía
son como los números», es decir, agregarle algo a úrintírndro;esha-'
cer de él otro número; lo mismo ocurre con posibles;alteraeiones'del
sujeto. En los seres naturales, por consigu.ietl.i!e,mientrasex.isten ·el
sujeto permanece invariante bajo la modiñcaci6n de sus d e te rm íh a ""
ciones. De hecho, ninguna modificación podría ser afirmada sinla
existencia de un mínimo sustrato de estabilidad. Ninguno de los pre
cursores de Aristóteles había logrado penetrar. y res0ivet satisfacto
riamente esta paradoja de la estabilidad y del cambioAtg11nos,at no
percibir la estabilidad, disolvieron la realidad ,en 1 1 n a :rllú:ltiptieidad
vertiginosa e· irreductible; otros, encandilados por lalumim>sida4'
e inmutabilidad del ser, terminaron por hacer deldevenir una
iiusión racionalmente inaprehensible

3.2. Un sujeto que es persona

Este progreso filosófico que acabamos de esbozar permitió en


antropología la concepción adecuada de la realidad de ·la persona
humana;· ooneepeiÓD que·constitu.y.ela :ha.ge c o :ttu :r» á .:lt>ta, E ieviR' ci-
vi lizada. En. efect<l,páftllp9der
dad profusda··de·n.atu Paleza entre·•los,,ser 'httmanos·masaUá iie
una intaición oscura o de una·.nobl<t'inten ión· tesuttalJa
imprescindible saber si existe o no. un fwtdamento real para esta
afirmació n• . Este fundamento real, individualmente distinto pero es-
pect"ficamente com11" n, no e. s otro $J•JJ
que e.l i;T.:lAl•\tt...:..d.•-,,."·'.·tJ- :t e.

El estatuto antropológico del embrión humano 83

variante a lo largo de toda la vida del ser humano concreto, especí


ficamente semejante de individuo en individuo.
Sólo la toma de conciencia filosófica acerca de la existencia de
un fundamento común en todos los seres humanos, fundamento exis
tencialmente real, original y propio de todos ellos, permitió a la cul
tura establecer una base sólida y real para el reconocimiento de la
igual naturaleza y dignidad de todos los seres humanos. En efecto, si
en el individuo humano el sujeto permanece invariante por encima
de las diferencias de edad, apariencia, sexo, raza, cultura o posición
social, no existe base racional para afirmar ninguna pretensión de
discriminación entre seres humanos en cuanto tales. Todos los seres
humanos son iguales en cuanto a la naturaleza fundamental y especí
fica, e iguales en dignidad y derechos en cuanto seres humanos.
Ahora bien, siendo el ser humano un ser racional y, en cuanto ra
cional, libre, el modo de ser sujeto para el ser humano difiere radical
mente del modo de ser sujeto de todos los otros seres naturales. En
efecto, el conocimiento intelectual y la libertad revelan en el hombre
un constitutivo ontológico que trasciende al determinismo y a la co
rruptibilidad de la materia corpórea. El pensamiento clásico llamó
«persona» a este modo original y propio de ser sujeto. Es persona
todo individuo cuyo sujeto es racional e inmaterial ,en cuanto a su
raíz y, en tanto que racional, libre. La clásica definición de persona,
expresada por el filósofo romano Anicio Manlio Severino Boecio,
substancia individual de naturaleza racional, surge así, en el siglo VI
de nuestra era, a la vez como una culminación de la reflexión antro
pológica griega, romana y cristiana, y como un anuncio de lo que de
ahí en adelante constituiría uno de los pilares de la civilización.
De este modo, la pregunta acerca de cuándo se es persona y de
cuándo se deja de serlo, tan acuciante en nuestra época, debe ser
examinada a la luz del origen conceptual e histórico de la noción de
persona. Esta pregunta acerca del cuándo se es persona humana no
puede ser disociada de la pregunta acerca del cuándo se es sujeto
humano. No existe ni puede existir un sujeto humano que no sea
persona humana, ni una persona humana que no sea sujeto humano.
Desde el punto de vista ontológico, ser persona -para el ser
huma no- no es sino su modo peculiar de ser sujeto. Se trata de
un mis mo y único. problema mirado desde dos perspectivas
diversas. La primera en tanto que, el ser humano es un ente
natural corpóreo, la segunda en tanto que el ser humano es un ser
espiritual.
84 El viviente humano

Para acercamos al problema que nos ocupa, debe hacerse notar


que la definición boeciana se refiere a la persona en cuanto tal, y no
a la persona humana específicamente considerada. Siendo el ser hu
mano un animal racional, su sujeto no es sólo personal o puramente
personal. En cuanto realidad corpórea, el ser humano comparte con
todos los seres naturales las características de su realidad de sujetos
materiales. Por lo tanto, el criterio de juicio acerca de la existencia
del sujeto personal humano no es ajeno al criterio que permite juz
gar acerca de la existencia de otros sujetos materiales. Ya lo hemos
mencionado, no se puede afirmar la realidad humana de un sujeto
sin, a la vez, afirmar su realidad personal. A esta consideración acer
ca del ser humano en tanto que persona debemos agregar loquean
tes ya habíamos adquirido, esto es, que el surgimiento de la persona
humana en la existencia, al igual que para todo ente natural, consti
tuye un evento instantáneo y no un proceso, por más que el surgir de
la vida suponga un proceso. ¿Cómo aplicar lo que venimos argu
mentando a las discusiones contemporáneas acerca de la person li
dad del embrión?

4. ¿QUÉ ES EL EMBRIÓN HUMANO?

4.1. El sujeto que·actúa no se identifica con su actuar

En primer lugar, en la modernidad la noción de sujeto ontológi


co se ha deslizado desde una consideración objetivista, que era la
clásica, a una consideración subjetivista, según el significado mo
derno del término sujeto, y que llamaré introspectivista para evitar
las confusiones que ha generado el equívoco moderno acerca de la
noción de sujeto. En la medida en que esta visión introspectivista re
conoce la validez del análisis ontológico de la realidad, y no recha
za como ilusorio el examen objetivo de la realidadel sujeto onto
lógico en cada ente natural, hay todavía posibilidad de salvaguardar
una idea de la persona que sea coherente y que pueda servir de fun
damento a la cultura. Desde el momento en que el análisis intros
pectivo de la realidad personal se constituye, ya sea en metafísica
mente fundante, o en una reducción psicologizante, se destruye toda
posibilidad de afirmación objetiva de la realidad delsujeto en los
entes naturales, y cae por su base toda posibilidad de fundamentar
El estatuto antropológico del embtión humano
--- -
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--- --------- -
85

objetivamente la dignidad igualitaria de la persona humana. En este


último caso la persona termina siendo reducida a aquellos actos en
los cuales ésta se constituye como sujeto cognoscente, de tal modo
que sólo se afirma la existencia de la persona cuando existen evi
dencias suficientes de que el individuo humano está en capacidad
próxima de emitir esos actos, como, por ejemplo, sentir, sufrir o
pensar.
Dado que en la concepción materialista (frecuentemente asocia
da al introspectivismo) se suele tener al encéfalo por causa suficien
te del sentir y del pensar, la presencia o ausencia de un encéfalo pasa
a constituirse en el criterio empírico de personalidad. Este tipo de
ideas acerca de la realidad de la persona humana son las que se en
cuentran detrás de muchas de las opiniones que sostienen que sólo
es posible hablar de persona en relación con el embrión cuando ha
habido algún grado de desarrollo del sistema nervioso.

4.2. Individualidad no es indivisibilidad

Existe una segunda corriente de pensamiento, cuyos fundamen


tos filosóficos rara vez se explicitan, que sostiene que el producto de
la fecundación humana o «conceptus», no sería persona humana
· hasta la nidación o hasta el momento en el cual ya no sea posible
que en condiciones naturales se generen uno o más gemelos verda
deros. Los que defienden esta última posición sostienen que la posi
bilidad de generación de gemelos sería una prueba de la no 'indivi
dualidad del conceptus, y, por lo tanto, de su no-personalidad.
Examinemos de cerca el valor de esta proposición. ¿Por qué el
hecho de la gemelaridad potencial plantea una interrogante acerca
del estatuto antropológico del conceptus? Y, en segundo lugar, si
aceptásemos que el conceptus no es persona, ·¿qué es? Veamos pri
meramente el problema de la individualidad. Se objeta que el con
ceptus sea un individuo humano porque es posible hacer surgir de él
uno o más individuos humanos. Ahora bien, ¿qué es ser individuo?
Ser un individuo, en el sentido fuerte del término, significa ser una
realidad ontológicamente una y ser «uno», para un ente, supone el
no estar internamente dividido. Ahora bien, en principio, los indivi
duos pueden ser simples o compuestos. Si son simples, son indivisi
bles y, si son compuestos, es que pueden ser de algún modo descom-
86 -
--
·-
--
--
--
El viviente humano

puestos o divididos. Todos los entes naturales son, hasta donde los
conocemos, individuos divisibles. En el mundo inorgánico, lama
yor parte de los individuos discernibles pertenecientes a una especie
atómica o molecular determinada tienden a perder su especificidad
al ser divididos, es decir, los productos resultantes de la división ya
no pertenecen a la misma especie del individuo que les dio origen.
Sólo los cristales parecieron ser con respecto a esto una excepción,
y sólo hasta un cierto punto del proceso de división.
En los seres vivos, sin embargo, no toda división es corruptora;
es decir, existen incontables ejemplos en el mundo viviente en los
cuales los productos que se originan de una división conservan la es
pecie que posee el individuo a partir de la cual se originaron. La repro
ducción de los organismos unicelulares y la reproducción asexuada
en los organismos pluricelulares son sendos ejemplos de divisiones
que, lejos de ser destructivas, son generativas y conservadoras. En eí
caso de los organismos unicelulares, lo que se conserva claramente
es la especie de los individuos resultantes, sin quedar claro si lo que
resulta son dos individuos completamente originales o si uno de ellos
es el individuo originario que se conservó. En el caso de la reproduc
ción asexuada de los pluricelulares es patente la conservación del
progenitor y el surgimiento de nuevos individuos. Existen numero
sos ejemplos de divisiones en las plantas y en los animales superio
res en los C "':Jales,por vía natural o experimental, es posible obtener
nuevos individuos a partir de un organismo completamente indivi
duado. Por ejemplo, la clonación de células del floema de la raíz de
zanahoria o de la planta del tabaco, la reproducción de árboles por
medio de esquejes, la partenogénesis· en anfibios o la clonación por
medio de la extracción de núcleos de células intestinales de renacua
jos en Xenopus laevii. Nadie ha puesto nunca en duda que los indivi
duos a partir de.los cuáles se segrega una porci6n para constituir un
nuevo individuo no fuesen anteriormente· individuados por el sólo
hecho de que puedan ser divisibles. La misma reproducción sexuada
constituye una forma de generar nuevos individuos a partir de los
progenitores, los cuales no por eso pierden su individualidad o,care:
cen de ella. Por último, si en un futuro próximo se clonase un ser hu-:
mano a partir de sus células adultas (lo que es de esperar que no se
intente), ¿significaría esto que, a partir-de ese momento,tendríam:os
que comenzar a.reconside:rar que un ser humano adulto es verdade
ramente un-individuo?
El estatuto antropológico del embrión humano 87

En síntesis, no somos capaces de percibir la fuerza del argumen


to que sostiene que el conceptus no puede ser considerado un indi
viduo humano en su fase de zigoto, mórula o blastocisto, por el solo
hecho de que en cualquiera de esas fases es aún posible que se gene
ren a partir de él uno o varios nuevos individuos. Por lo demás, para
el caso de los gemelos monozigóticos naturalmente generados, na
die sabe en la actualidad cuál es el momento en el que opera el de
terminante que lleva a la división. No podemos descartar a priori
que la gemelación no se encuentre predeterminada desde el momen
to mismo de la fecundación; al menos, para el caso de la gemelación
no inducida experimentalmente.

4.3. ¿Es el zigoto humano un individuo humano?

Ahora bien, si la divisibilidad potencial no es una objeción váli


da para poner en tela de juicio la individualidad, ¿podemos decir po
sitivamente que el conceptus humano es un individuo humano? Es
tamos aquí frente a un problema distinto, para el cual debemos
responder previamente a la pregunta acerca de lo que sea un indivi
duo humano. Pues bien, un individuo humano es un ser vivo perte
neciente a la especie humana, y en tanto que tal ha sido reconocido
desde antiguo como un animal racional. En tanto que individuo na
tural reconocemos en él, subyacente a sus determinaciones, la exis
tencia de un sujeto que, en el caso del individuo humano, se trata de
un sujeto personal.
Siendo lo anterior claro desde el punto de vista nocional, no
siempre es tan clara la determinación existencial de si estamos en
presencia o no de un individuo humano. Esta determinación existen
cial puede verse grandemente dificultada cuando no vemos la mani
festación de las cualidades que lo especifican, o cuando la aparien
cia sensible difiere grandemente de lo que estamos habituados a
percibir en el individuo en plena manifestación de sus propiedades.
Ciertamente, una mórula o un blastocisto no responden a la aparien
cia habitual de los seres humanos con los que convivimos. Pero, ¿es
la apariencia sensible de las cosas una raz.ón suficiente para juzgar
acerca de su verdadera naturaleza? Más allá de un problema de ta
maños y de apariencias, lo que debemos juzgar es si acaso frente al
«conceptus» temprano estamos o no en presencia de un individuo
-
88 El viviente humano

humano, es decir, si estamos frente a un sujeto vivo de la especie hu


mana que en el curso de su historia individual deberá manifestar to
das sus virtualidades. Si nuestra respuesta es positiva tendremos que
reconocer que, más allá de las apariencias, estamos frente a una per
sona. Si nuestra respuesta es negativa tendremos que dar cuenta
acerca de qué tipo de realidad es el conceptus.
¿Qué elementos de juicio podemos tomar a partir de la biología?
Una vez realizada la reacción acrosómica en el espermatozoide fe
cundante, se produce la penetración de éste a través de la zona pelú
cida y de la membrana del ovocito, dando comienzo a lo que se ha
llamado «activación del huevo». La liberación de los gránulos cor
ticales determina una modificación en la zona pelúcida que impide
la penetración de nuevos espermatozoides y que encierra al huevo
. fecundado en una corteza que no se romperá hasta la nidación. Una
vez ingresado el núcleo del espermatozoide con su centríolo en lá
célula ovocitaria, se desencadena en rápida sucesión una compleja
cascada de fenómenos de los cuales sólo conocemos una fracción:
desagregación del material cromosómico procedente del padre, ter-:
niinación de la meiosis en el material cromosómico proveniente de
la madre con liberación del segundo corpúsculo polar, reorganiza
ción del citoesqueleto, formación de dos pronúcleos rodeados de
membrana y duplicación del material genético, configuración del
huso mitótico, lectura de los ácidos ribonucleicos mensajeros cito
plasmáticos, activación del metabolismo celular, acercamiento y ul
terior disolución de los pronúcleos, alineación de los cromosomas, ·
etc. Ahora bien, y más allá de esta proliferación de datos, ¿qué es el
zigoto a partir del cierre de la zona pelúcida?·
Se trata, sin lugar a dudas, de una célula única, rodeada de mem
brana, metabólicamente activa. El espermatozoide como tal ya no
existe, y el ovocito original se encuentra notablemente modificado,
sobre todo tras el fin de la segunda .división meiótica. No vemos
más que dos posibilidades: o estamos frente a una célula única, o
frente a un organismo unicelular. De ser una célula única, se trataría
.de una célula original que, como tal, no sería parte de ningún orga
nismo. 8i se trata de un organismo unicelular, no tenemos duda de
que se trata de un organismo de la especie humana y que ya posee
además características distintivas individualizadoras.
En la segunda hipótesis, se·trataría en definitiva de un organis
mo vivo unicelular e individualizado perteneciente a la especie
hu-
El estatuto antropológico del embrión humano 89

mana. Y si se trata de un individuo humano poden1os afirmar la


existencia de un sujeto humano que es a la vez un sujeto personal y
que en tanto que tal, ya no variará a lo largo de su existencia, a no
ser por la actualización progresiva de sus múltiples potencialidades.
No estaríamos frente a un sujeto humano o a una persona humana en
potencia, sino frente a un sujeto o persona humana en acto, en el
mismo inicio del despliegue de todas sus virtualidades, incluida la
capacidad de reproducirse, ya sea de modo asexuado en las prime
ras fases de su desarrollo dando origen a gemelos, ya sea de modo
sexuado en sus fases más tardías.
Un argumento que se ha esgrimido para negar la individualidad
biológica del zigoto recién fecundado, es que éste todavía no es ca
paz de generar proteínas propias, es decir, que sean transcritas y tra
ducidas a partir del propio material genético. Hay, sin embargo, en
este argumento, una petición de principio acerca de lo que se quiere
decir con «propio». Si por «propio» se entiende la generación de
proteínas originales, es decir, individualmente específicas, el argu
mento valdría. Si por «propio», en cambio, se entiende queJas pro
duzca por sí mismo, el argumento no vale, ya que el zigoto sí es ca
paz de producir proteínas por sí mismo desde muy temprano. Se
objetará que, para elaborarlas, tiene que utilizar «instrumentos pres
tados» (nada menos que por su madre). Pero, ¿podría decirse de al
guien que todavía no trabaja porque trabaja con instrumentos pres
tados? Ya tendrá posteriormente el embrión la posibilidad de
generar sus propios instrumentos, siempre a partir de lo recibido del
padre y de la madre. Por lo demás, los embriones gemelos generan
proteínas estructuralmente idénticas: ¿significa esto que ninguno de
los dos construye proteínas «propias»?

4.4. Objeciones a la humanidad del zigoto

¿Y si el huevo fecundado no fuera un organismo unicelular sino


simplemente una nueva célula? ¿Qué podríamos decir· acerca de
ella? Tendríamos que decir que es una célula original, que pertene
ce a la especie humana y que, por divisiones sucesivas; dará origen
a un nuevo organismo que en un momento determinado todos reco
nocerán como un ser humano. Ante sde ese instante, se trataría de un
tejido humano, pero no de un ser humano. Si aceptamos la hipóte-
90 El viviente humano

sis, ¿cuándo y por qué este tejido humano se transformaría en un ser


humano? Para algunos autores este momento estaría dado en el mo
mento de la unión de los pronúcleos previamente a la primera seg
mentación. El argumento que se ha dado en apoyo de esta tesis es
que en ese momento estaría constituido un solo material genético.
Sin embargo, el zigoto ya tiene un solo material genético al momen
to de la fusión de las membranas. ¿Qué diferencia esencial aporta el
que el material genético se encuentre o no alineado y apareado en el
huso mitótico? ¿No se encuentra acaso éste disperso durante toda la
interfase celular en miles de células del organismo, sin que por eso
le neguemos individualidad?
Además, en la actualidad sabemos que en los mamíferos, a dife
rencia de lo que ocurre en anfibios, la transcripción del ADN cromo
sómico es muy precoz, hasta el punto de que las primeras segmenta
ciones ya parecen depender de ella. Hay evidencias de que esta
transcripción podría, de hecho, iniciarse en pequeña escala aún antes
de que los cromosomas se encuentren alineados en metafase. Y aún
cuando así no fuese, el hecho de que el material genético de origen
paterno y materno se encuentren juntos o separados no es determi
nante para juzgar acerca de la existencia o no de un nuevo sujeto ac
tivo. En el material genético no se encuentra la «esencia» de la vida,
como algunos han pretendido; el material genético es uno más de los
muchos órganos que el ser vivo utiliza con el fin de automantenerse
y desarrollarse. Lo importante es saber si está constituido o no un
nuevo individuo funcionante y no si acaso este individuo tiene todos
sus órganos completamente desarrollados y actuantes. La evidencia
científica muestra, por último, que la célula· ya está duplicando su
material genético mucho antes de que los pronúcleos se lleguen a
reunir; ¿con qué fundamento podríamos negarle entidad a uncélula
que ya está comenzando a dividirse?
Para otros autores la colección blastocística de células humanas
se transformaría en un individuo humano en el momento de la im
plantación, es decir, de 5 a 6 días post fecundación. No hemos logra
do encontrar en los autores que defienden esta teoría ninguna refe
rencia constante a algún fenómenobiológico significativo que
explique la supuesta transformación del blastocisto en un organismo
humano individual. ¿Se tratará acaso del contacto físico con el úte
ro materno? Existen ejemplos de niños nacidos que se han desarro
llado en la cavidad abdominal, sin más contacto con el organismo
El estatuto antropológico del embrión humano 91

materno que a través de un pedúnculo vascular. ¿Se trata entonces de


la conexión sanguínea por donde recibe la nutrición la que lo «huma
niza»? ¿Por qué la conexión sanguínea transformaría un tejido huma
no en un organismo humano? Y si se lograra hacer crecer a un em
brión en un ambiente artificial, sin implantación uterina hasta el
nacimiento, realidad todavía muy distante pero que no presenta obje
ciones técnicas isoslayables de principio, ¿estaríamos en ese caso
frente al nacimiento de un tejido humano con apariencia de niño?
Para otros autores el grupo de células humanas sólo se transfor
maría en un ser humano el día 14, cuando aparece la estría primitiva,
sin que quede claro el fundamento de escoger ese día. Otros autores
afirman que se es humano cuando se forma el cerebro. Pues bien,
para algunos, el cerebro comenzaría con la primera diferenciación
del sistema nervioso primitivo del embrión, es decir en el día 19.
Para otros, es de la tercera a la cuarta semana cuando se distinguen
las 5 mayores regiones del futuro cerebro. Para otros, cuando apare
cen arcos reflejos. Para otros, el hito lo constituiría la aparición o la
organización del electroencefalograma. Para otros, cuando hay mo
vimientos espontáneos de brazos y piernas. Y así sucesivamente,
hasta llegarse a afirmar que la calidad de seres humanos sólo debería
otorgarse al nacimiento si se comprueba que el individuo está sano.
Si se objeta el que una célula o un grupo de células vivas, que
funcionan como un todo, que se semejan estructuralmente, que per
tenecen a la especie humana y que se encuentran en perfecta conti
nuidad temporal, física y biológica con un organismo humano adul
to, constituyan verdaderamente un organismo humano individual, es
necesario proponer un criterio para determinar el momento en que la
mórula, el blastocisto, el embrión trilaminar o el feto se transforman
en un ser humano a partir de una simple colección celular. No vemos
de qué
de vista empírico ni desde el punto de vista racional. La dificultad
que manifiestan los autores que defienden la tesis de la
personifica ción retardada para ponerse de acuerdo acerca del
momento preciso
. de la personificación es un signo elocuente de la arbitrariedad a la
que conduce esta ausencia de fundamento. Paradójicamente, algunos
autores, que en lá actualidad sostienen la tesis de la humanización o
personificación retardada, pretenden concordar con Aristóteles en
una teoría que, según lo que hemos mostrado, con los datos biológi
cos actuales, Aristóteles no podría de ningún modo aceptar.
92 El viviente humano

Otra alternativa dentro de la hipótesis que venimos examinando,


consistiría en afirmar la no existencia pura y simple de tal funda
mento. Para ser coherentes habría que afirmar que todos los seres
humanos no son más que eso: una colección de células, tejido hu
mano complejo al que por convención y prejuicio llamamos ser hu
mano o persona. En esta hipótesis, el comienzo de la persona huma
na deja de ser un problema porque la persona humana nunca ha
existido ni existirá. La noción de persona humana --en esta postu
ra -surge de un consenso, y su respeto no puede defenderse en tér
minos de un fundamento racional más allá del consenso. Esta tesis,
nos parece, se refuta por sí sola.

5. LA NATURALEZA DEL EMBRIÓN HUMANO Y SU DIGNIDAD PERSONAL

Es nuestra opinión que los datos biológicos con los que contamos
en la actualidad son compatibles con la afmnación positiva de la exis
tencia de un nuevo ser vivo humano desde pocos instantes posteriores
al momento del inicio de la fecundación normal. Es decir, pocos ins
tantes posteriores a la penetración en un ovocito normal de un esper
matozoide fecundante único y del cierre de la zona pelúcida para im
pedir la polispermia. Si existe desde ese momento un nuevo ser vivo
humano individual, existiría, en consecuencia, desde el primer instan
te, un sujeto humano completo en tanto que sujeto, y que permanece
rá individual y específicamente inalterado e inalterable a lo largo de
toda su existencia, por más que esté sometido á múltiples transforma
ciones desde el punto de vista de sus determinaciones adventicias.
Y, si existe un nuevo sujeto humano no puede sino existir una
nueva persona humana que, en tanto que tal, exige el reconocimien
to y el respeto de todos los derechos inherentes a su dignidad. Y esto
no obstante las apariencias sensibles de las cuales esta persona pue
da estar revestida, y a pesar de la total indefensión e incapacidad fí
sica de poder reivindicar por sí misma estos derechos. El zigoto hu
mano recién fecundado sería, en consecuencia, un ser humano en
acto, en.posesión de todas sus potencialidades, y en ningún caso un
ser humano potencial. Las evidencias empíricas y racionales.exami
nadas obligarían a observar las máximas precauciones en cuanto
a no atentar contra el derecho a la vida y a la integridad física,
psíqui ca y moral de un nuevo ser humano.
Segunda Parte
Capítulo 1
Introducción al estudio de la conducta animal

l. VIDA VEGETATIVA Y VIDA ANIMAL

Existe una antigua tradición en la literatura -científica y no


científica-, de considerar a los seres de la naturaleza como perte
necientes a tres grandes reinos: mineral, vegetal y animal. En esta
división, todos los seres vivos quedan comprendidos en las últimas
dos categorías: la de la vida vegetativa y la de la vida sensitiva o
vida animal 1• Hasta hace pocos años, los biólogos taxonomistas, si
guiendo esta clásica división, asumían en sus clasificaciones la divi
sión de los seres vivos en estos dos reinos mencionados.
De un tiempo a esta parte, algunos biólogos han venido propo
niendo una reforma en esta consideración. Es así como la bióloga
estadounidense, Lynn Margulis, ha divulgado y perfeccionado en
los últimos años una proposición original de R.H. Whittaker, la de
ordenar a los seres vivos en cinco reinos: Monera (bacterias); Pro
toctista (algas, protozoos, y otros organismos acuáticos y parasíticos

l. La vida vegetativa, en esta división, incluye a muchos más seres vivos que
aquellos que en el lenguaje corriente se designan como vegetales (p. ej.: bacterias,
hongos, etc.). Acerca de la vida vegetativa, cf.: SERANI,A., «La pregunta sobre el
ser vivo», Revista Universitaria, 22 (1987), pp. 25-30; SERANI,A., «Vida vegetati
va y vida sensitiva», en La vida ante el derecho (VI Jornadas Chilenas de Derecho
Natural), Red Internacional del Libro (Santiago de Chile), 1996, pp. 27-39.
96 El viviente humano
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poco conocidos); Fungi (hongos, levaduras, líquenes); Animalia


(animales con o sin columna vertebral); Plantae (musgos, helechos,
plantas coníferas y fanerógamas) 2• Si aceptamos esta nueva clasifi
cación, ¿en qué queda la antigua división de animales y vegetales?
Nos encontramos aquí ante dos tipos de clasificaciones, cada
una con criterios y finalidades distintas. La clasificación en cinco
reinos procede de un tipo de enfrentamiento conceptual estrecha
mente vinculado al trabajo concreto de la ciencia biológica experi
mental. Análisis que pudiéramos caracterizar -siguiendo la propo
sición de Jacques Maritain-, como de tipo empírico-esquemático 3
o tipológico; esto es, un análisis que no busca en último término la
razón de ser de las cosas, sino solamente unificar colecciones de da-
. tos de observación en esquemas o tipos conceptuales que
proporcio
nen un primer nivel de inteligibilidad, permitiendo entenderse entre
distintos observadores, simplificar la transmisión del conocimiento,
y, con el tiempo, realizar predicciones y generar nuevas hipótesis
acerca de ciertos fenómenos observables.
Esta división en cinco reinos, puede, en realidad, ser considera
da como un refinamiento o especificación de la división antigua en
dos reinos. Su finalidad inmediata --desde el punto de vista de la
biología empírica -es poder distinguir de manera rápida e inequí
voca a un organismo de otro, con base en notas fácilmente objetiva
bles por la percepción y la medición. A partir de esto se hace posible
la investigación metódica de un grupo particular de individuos cuya
adscripción a uria misma especie biológica se puede afirmar con
más o menos certeza. Nada impide que en el futuro se propongan
nuevas clasificaciones de este tipo, que puedan incrementar el nú
mero de reinos o volverlo a reducir. Esto dependerá, por una parte,
del refinamiento de nuestras técnicas de observación, y, por otra
parte, de la descripción de nuevos organismos que transformen en
ambiguas nuestras anteriores clasificaciones (o que las simplifi
quen).

2. MAR.GULIS, L., SCHWARTZ, K.V., Five Kingdoms: An illustrated guide to the


Phyla oflife on earth, Freeman (San Francisco), 1982.
3.. Cf. MARITAIN, J., «La phi1osophie de la nature: essái critique sur ses
fron tieres et son objet», en Oeuvres Completes V, Universitaires Fribourg-Saint
Paul (Fribourg-Paris), 1982.
Introducción al estudio de la conducta animal 97

La clasificación que distingue vegetales y animales, aun cuando


surge primeramente del sentido común (y se encuentra en términos
históricos y lógicos presupuesta a las refinadas clasificaciones em
píricas actuales), sólo encuentra su justificación última en términos
propiamente filosóficos. En efecto, la intención primera de esta di
visión no es pragmática sino teórica, es decir, su finalidad es la de
manifestar la existencia de dos órdenes distintos de seres vivos, que
divergen principalmente no en cuanto a sus características empíricas
y mensurables, por las que pueden ser discriminados con certeza,
sino en cuanto a su específico modo de ser. La motivación intelec
tual detrás de una clasificación de este tipo va en la dirección de
descubrir y manifestar la distinción entre dos tipos de seres vivos
esencialmente -y no sólo accidentalmente -distintos. La finalidad
es entonces aquí, primera y puramente teórica y, concordantemente
con esto, el criterio de discernimiento, no es de tipo empírico sino
ontológico.
Es fácil ver que la división de orden ontológico se encuentra
presupuesta en la clasificación empírica, ya que el reino animal y el
reino vegetal conservan en esta clasificación sus representantes pro
totípicos en reinos aparte: Animalia y Plantae. Por otra parte Mane
ra y Fungi quedarían incluidos claramente en el antiguo reino vege
tal, y el reino Protoctista contiene algunos organismos que más bien
parecen animales, otros más bien vegetales y otros cuyo carácter es,
por el momento, ambiguo.
Cu ndo
primeramente práctica, no negamos que la intención del biólogo in
vestigador pueda también ser teórica; de hecho, casi siempre lo es.
Lo que afirmamos es que, en el esquema de trabajo de la ciencia em
pírico-esquemática, la consecución de esta finalidad supone inevita
blemente un «momento» de discernimiento pragmático, esquemáti
co o tipológico. Esto es, una instancia en la cual de lo que se trata es
de discernir empírica y fácilmente -y sin riesgo de confusión -se
res vivos pertenecientes a especies biológicas distintas.
De lo anteriormente dicho podemos sacar una conclusión más
general, y es que en toda clasificación de realidades naturales se en
cuentra supuesta una distinción ontológica (cuya caracterización
formal y explícita corresponde propiamente a la biofilosofía y no a
la biología experimental) y esta distinción subyacente será más
ma nifiesta cuanto más teórica sea la intención del clasificador.
98 El viviente humano

2. LA VIDA ANIMAL

En una primera aproximación caracterizaremos a los animales


como aquellos seres vivos que, más allá de movimientos vitales, po
seen propiamente conductas. Definiremos provisoriamente conduc
ta como un desplazamiento orientado del organismo dirigido a lasa
tisfacción de una necesidad propia. La expresión desplazamiento
orientado puede ser reemplazada por movimiento propositivo, siem
pre y cuando no se entienda restrictivamente el término propósito en
un sentido antropomórfico.
Después de muchas discusiones, ya hoy en día ni siquiera los me
canicistas más extremos niegan el hecho de que, por lo menos desde
el punto de vista descriptivo, las acciones de los seres vivos tienen una
finalidad o «propósito». Algunos mecanicistas como Monod 4, llaman
a este hecho teleonomía. Otros autores, como Gilson, desde una pers
pectiva filosófica ajena al mecanicismo 5, y siguiendo una larga tradi
ción filosófica lo llaman teleología. El hecho es el mismo, aunque la
conceptualización ulterior no sea coincidente. Ahora bien, y más allá
de los modos ulteriores de conceptualización: ¿cuáles son los elemen
tos mínimos requeridos para que pueda darse una conducta?

2.1. La conducta

En primer lugar, para que pueda existir un movimiento orienta


do o propositivo, es necesario que el animal posea, antes del desen
cadenamiento de la ac<;ión, una cierta noticia, percepción o aprehen
sión -por mínima que sea-, de aquella realidad cuya posesión
es el fin u objetivo de la acción: la presa para el águila o la alfalfa
ver de para el caballo. Esta noticia supone la capacidad, por parte
del animal, de estar -de algún modo y en algún grado-, en
posesión de aquella realidad hacia la cual la acción se orientará (el
fin u obje tivo de la acción). En efecto, dado que la conducta está
siendo real mente influenciada por esa realidad es forzoso que ella
se encuentre de algún modo presente en él. · .J

4. MoNOD, J., El azar y la necesidad, Hyspamérica (Buenos Aires), 1985.


5. GILSON, E., De Aristóteles a Darwin (y vuelta), EUNSA (Pamplona), 1976.
Introducción al estudio de la conducta animal 99

Es obvio que esta posesión o presencia no puede ser física por


que, si así lo fuera, no sería necesaria la conducta: el árbol, que no
posee conducta en sentido propio, no necesita tener una noticia a dis
tancia de los nutrientes del suelo, porque se encuentra desde el prin
cipio en contacto físico con ellos. El objetivo de la conducta es justa
mente el de «hacerse» físicamente con aquello que la conducta
«persigue» y, que, por lo tanto, se encuentra de algún modo presente.
Por otra parte, este «estar» del fin de la acción en el sujeto, debe
ser real, porque de otro modo la acción sería azarosa, y la conducta
animal no lo es. Pero: ¿cómo es posible «estar» realmente en otro,
sin estar físicamente presente? Esta es justamente la paradoja que
realiza el conocimiento. Por medio del conocimiento, las cosas es
tán verdaderamente en el cognoscente, no físicamente presentes,
sino cognoscitivamente presentadas.

3. EL FENÓMENO DEL CONOCER

3.1. La intencionalidad del conocer

A este modo originalísimo de «estar en otro», sin transformarse


en·ef otro, se lo conoce --en la tradición filosófica clásica-, como
presencia «intencional» de lo conocido en el cognoscente ó
«presen cia de conocimiento». Lo conocido existe, en calidad de
objeto para el cognoscente; como algo que está lanzado delante de
él (ob-jec tum="yaciendo delante de"), no física, sino
«intencionalmente» 6• En razón de esta analogía del «estar tirado
delante de» es que se dice también que lo conocido se encuentra en
el cognoscente en calidad de objeto (o existente en cuanto
objetivado). Así como en el plano de la acción física, las
relaciones se dan de modo más o menos si métrico entre sujeto y
sujeto (sujeto que actúa y sujeto que padece y viceversa), así
también, en el plano del conocer, las relaciones se

6. Una cierta filosofía moderna ha empobrecido la noción de intencionalidad


al querer rescatar del conocimiento sólo los aspectos referenciales, omitiendo ex
plícitamente las implicancias ontológicas. Este examen del objeto en cuanto puro
objeto depriva al conocimiento de su carácter real aprehensión de lo otro. Dicho de
otro modo, una consideración de este tipo destruye desde el inicio la realidad que
pretende estudiar.
100 El viviente humano

dan -aunque de modo asimétrico- entre dos sujetos, el sujeto


cognoscente y el sujeto conocido, o si se quiere, entre el sujeto ob
jetivante y el sujeto objetivado.
El empirista objetará, que una tal presencia «intencional» de lo
conocido en el cognoscente, además de misteriosa es innecesaria,
porque bastaría para conocer que, en virtud de una interacción pura
mente física, surgiera una representación física de lo conocido en el
cognoscente: una especie de imagen o reproducción material. Ima
gen física a la que algunos neurobiólogos teóricos se refieren con las
expresiones de «representación icónica» o «engrama».
No se trata de desconocer que el conocimiento sensible utiliza,
necesita o supone una cierta reproducción material de lo conocido
en el cognoscente; en concreto, en el sistema nervioso del animal.
Es lo que nos muestra con profusión de detalles la neurobiología
moderna. No obstante lo anterior, esta imagen o «icono» físico del
sujeto conocido en el cognoscente no puede explicar por sí misma el
fenómeno del conocer. Esto es obvio, porque para conocer esa ima
gen se necesitaría a su vez otro sujeto cognoscente, cuyo acto de co
nocer habría nuevamente que explicar; para esto se necesitaría que
surgiera en ese otro sujeto una imagen de la imagen, con lo que vol
veríamos a necesitar un tercer sujeto que para conocer necesitaría
producir en él una imagen de «la imagen de la imagen», y así tendrí
amos que seguir procediendo hasta el infinito; con lo cual el conoci
miento nunca ocurriría, lo que es imposible ya que estamos partien
do de la premisa de que existe. De otro modo nada de lo que hemos
venido discutiendo tendría sentido alguno.
En síntesis, la representación cognoscitiva -aquella que verda
deramente es instrumental para el conocer-, no puede ser concebi
da como una copia física. ¿Cómo entender entonces una realidad
que, siendo real no es física, y que sin ser física sin embargo repre
senta?

3.2. Dos modos distintos de estar presente

Hemos visto, por una parte, que conocer no es crear una repre
sentación física dlo conocido, la cual tendría que, a su vez, ser co
nocida. Por otra parte, es claro que el objeto conocido realiza ver-
Introducción al estudio de la conducta animal 101

daderamente una cierta re-presentación del sujeto conocido en el


sujeto cognoscente. En efecto, una vez que conocemos algo, loco
nocido comparece a nuestra «presencia», aun cuando lo conocido
no se encuentre «presente» sino a distancia. Nos vemos, en conse
cuencia, constreñidos por la realidad misma a reconocer la existen
cia de un modo nuevo por el que dos realidades pueden estar en
contacto o estar presentes la una en la otra. Existen, pues, al menos
dos modos distintos por los que dos realidades distintas pueden es
tar estar contactadas, o unidas, o presentes la una en la otra. Llama
remos a una presencia física, y a la otra presencia de conocimiento,
o simplemente conocimiento.

3.3. Alcance y límites de las analogías

Qué sea exactamente esta presencia, «re-presencia» o represen


tación cognoscitiva, no es fácil de determinar en primera instancia.
Como punto de partida, es patente que este nuevo modo de presen
cia en cuanto tal, no nos es sensiblemente intuible: no tengo modo
de saber directamente si el animal que está frente a mí me vio o no
me vio, o si mis alumnos están siendo capaces de entenderme o no.
O, dicho desde otro punto de vista, nunca podré verme desde el mis
mo acto de visión que mi perro está teniendo de mí, ni conocer di
rectamente el mismo y singular acto de comprensión que el otro está
teniendo. Es en este sentido que nos vemos obligados a aceptar de
entrada que el estudio del conocimiento tiene algo de inalcanzable o
de asombroso. No en el sentido de que el conocimiento pertenezca
a un tipo de realidades incognoscibles, sino en el sentido de que el
conocer pertenece a un tipo distinto de realidades. Realidades que,
en principio, desafían nuestras estrategias usuales de acercamiento
cognoscitivo a las cosas, por el hecho de no ser sensiblemente per
ceptibles. Por esto, para acercamos a la realidad del conocer esta
mos obligados a emplear analogías. Analogías que son verdaderos
medios de conocimiento 7•

7. Analogía: Este término, de origen griego, podría ser traducido de manera


un tanto libre por: «razón proporcional». Se aplica en filosofía primariamente a los
conceptos, y puede aplicarse secundariamente, por extensión, a las realidades. Dos
102 El viviente humano
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Dos analogías tomadas de la realidad física -aparte de las que


ya hemos mencionado (yacer delante, re-presentación)-, y que
usamos para intentar penetrar intelectualmente en la realidad del co
nocimiento, son la de la cacería y la de la alimentación.
En la primera de estas analogías decimos que la realidad de una
cosa es «aprehendida», como si la estuviéramos cogiendo con la
mano. Es indudable que, sin ser una aprehensión física, podemos
decir análogamente que «en» y <<por» el conocimiento el cognos
cente «toma» algo que verdaderamente es el otro. Quizás no es todo
el otro lo que toma, pero todo lo que toma es de él 8•
En la analogía de la alimentación se considera cómo los alimen
tos son transformados en la propia sustancia del individuo; el vivo
hace a los alimentos parte de sí mismo, los hace semejantes a sí, los
convierte en un símil, los asimila. En el conocimiento hay también
una asimilación, en el sentido de que lo conocido «penetra» en el
cognoscente, y en cierto modo se «transforma» en él, ya que el acto
de conocimiento en el cual lo conocido comparece, es un acto del
sujeto cognoscente, es una cualificación que le pertenece a él. Sin
embargo, así como en la alimentación hay una transformación «físi
co-física», en el conocer hay una transformación «físico-intencio
nal». El conocimiento es, en este sentido, una asimilación intencio
nal. En la asimilación física de dos sujetos que se encuentran frente
a frente previamente a la acción, después de ella sólo queda uno. En
el conocimiento, en cambio, lo conocido no se destruye al <<Íngre-

conceptos son análogos cuando coinciden en parte en su contenido formal y en par


te difieren. Esta coincidencia puede darse porque ambos se comparan de la misma
manera con otra realidad (el fruto es a la planta lo que el huevo fecundado al ani
mal) -y en este caso se habla de analogía de proporcionalidad-, o porque
ambos son realizaciones o modos particulares de una misma realidad pero no la
repiten nunca de modo perfecto (ej: las traducciones del Quijote no serán nunca
perfecta mente idénticas al original castellano, pero tampoco podrán ser muy
distintas). En este último caso se trataría de una analogía de atribución, cuyo primer
analogado es el manuscrito original.
8. El realismo del conocimiento (formal en el conocimiento intelectual, vir
tual en el conocimiento sensible) es otro de los aspectos que no le pueden ser nega
dos sin destruir su realidad. Éste es un punto que ciertamente no es fácil de ver,
pero que no se puede por ello dejar de mencionar. Para un examen detenido de este
tema: Cf. CANALSVIDAL,F., Sobre la esencia del conocimiento, Promociones y Pu
blicaciones Universitarias (Barcelona), 1987, pp. 15-82.
Introducción al estudio de la conducta animal 103

sar> >en el cognoscente sino que permanece siendo lo que es, a pesar
de haber sido asimilado.
Otra de las características de esta «re-presentación» cognosciti
va es que, si bien ella es necesaria para dar cuenta del conocimien
to, no es ella la que es conocida, sino que es por ella y en ella que se
conoce al sujeto del que ella es representación. Por esto, cuando
afirmo que una cosa es roja, lo que se afirma no es una característica
de la representación, sino que afirmo que la «rojedad» percibida está
revelando una propiedad del sujeto 9; del mismo modo que cuando
afirmo que esa es una conducta de caza del león, no es mi idea la
que pretendo estar conociendo sino al león por medio de mis ideas.
Y es el león y no la «idea» la que en este momento me ataca. Por lo
tanto, no es la representación cognoscitiva la que se conoce, sino
que en y por ella se realiza el conocer.
Por último, es necesario mencionar además que, para intentar ex
presar el modo original de este estar, el conocido en el cognoscente,
los autores clásicos han buscado expresiones como la de presencia
del otro como otro, o del otro en tanto que otro. O más fuertemente
aún que, en el acto de conocer, el cognoscente no sólo aprehende al
otro como otro, sino que deviene el otro en tanto que otro. Estas ex
presiones, más que definir adecuadamente el conocimiento --que no
lo pretenden-, remiten a una experiencia primera que no puede ser
reducida a algo más obvio que ella misma. La expresión nos remite
a la realidad misma del conocer, en nuestra experiencia, y en la con
templación de la realidad de esa experiencia que constatamos la ine
vitable insuficiencia de estas analogías o conceptualizaciones para
expresar una realidad que las desborda por todas partes.

4. CAUSALIDAD Y SER

Ahora bien, ¿qué consecuencias se siguen de este análisis que, a


modo de aceréamiento descriptivo, hemos venido realizando? Si es-

9. En el caso del conocimiento sensible, sin embargo, el realismo del conoci


miento no obliga a afirmar que lo rojo existe en el sujeto tal como lo percibe, lo que
sería absurdo, ya que el conocimiento sensible no manifiesta el ser de las cosas sino
sólosu «aparecer».
104 El viviente humano

tamos de acuerdo en que este modo particular de presencia de lo co


nocido en el cognoscente, modo que hemos calificado de intencio
nal, es algo real en sí mismo, y que a la vez es realmente distinto al
modo real físico, debemos aceptar que estamos frente a un nuevo
tipo de realidad. El examen atento de los hechos nos ha llevado a re
conocer que el orden de la intencionalidad, al que pertenece la re
presentación cognoscitiva, constituye en la Naturaleza un nuevo
tipo de realidad y por lo tanto un nuevo orden de ser. En efecto, una
cosa es el ser físico de algo, en cuanto captado por los sentidos
como existente por sí mismo en la realidad extramental con inde
pendencia de todo cognoscente; otra cosa es el ser intencional de
algo en cuanto existente realmente pero en dependencia de la mente
de alguien. Este ser intencional no es en sí mismo visible o palpable
sensiblemente; sin embargo, hemos accedido a él por medio de la
aplicación del conocer al conocer, a través de la reflexión. Decimos
justamente de alguien que es reflexivo cuando percibimos que es ca
paz de examinar calmadamente y distinguir. Y lo que hemos distin
guido son dos tipos distintos de ser.
Estamos tan habituados a identificar al ser real con lo corpóreo, lo
palpable, lo físicamente existente, que nos cuesta trabajo reconocer
que puedan existir otros tipos de existencia. Y, sin embargo, a poco
que se examine la realidad del conocer, nos damos cuenta de que ella
es para nosotros, en cuanto seres humanos que somos, tan connatural
como la realidad del ser físico corpóreo alcanzable por los sentidos.
Es cierto que existe una suerte de primacía del existente físico sobre
el existente intencional ya que, en primera instancia, el ser físico lo
aprehendemos como siendo capaz de existir por sí mismo, mientras
que aprehendemos el ser intencional como existiendo en otro (en el
cognoscente). No obstante lo anterior, debemos reconocer que ambos
son. Son, pero no del mismo modo. Es decir, que el ser, el existir, no
se aplica a ambas realidades en sentido unívoco sino análogo. La Gre
cia antigua ya no existe en la realidad, como realidad física existente
por sí misma, pero sigue y seguirá existiendo en cuanto realidad co
nocida, en la mente de todos los estudiosos, amantes de la cultura he
lénica. Se trata de una existencia real pero no física.
Siguiendo con las consecuencias de nuestro análisis precedente,
debemos avanzar ahora un paso más. Si es cierto que el universo del
conocimiento constit ye
cluir que este nuevo orden de ser exige un nuevo orden de causali-
Introducción al estudio de la conducta animal 105

dades, entendiendo por causa --con Aristóteles -todo aquello de lo


cual algo depende en su ser o en su devenir. En efecto, si un nuevo
tipo de ser se ha generado, es necesario que éste se encuentre en de
pendencia de algo que sea capaz de generarlo. La experiencia nos
muestra que en este mundo de seres corpóreos en el que nos move
mos y existimos, todo lo que existe, ni existe desde siempre, ni exis
te para siempre; todo lo que es ha llegado a ser y dejará de ser algún
día. Ahora bien, la experiencia también nos enseña que el llegar a
ser se hace a partir de algo preexistente y que otra cosa distinta sur
ge cuando se deja de ser. «Nada se crea, nada se destruye, sólo se
transforma» dice la ciencia moderna, a modo de postulado acerca
del que ella misma no es capaz de proporcionar toda su evidencia,
pero que resulta necesario para que ella sea posible. «De la nada,
nada procede» decían los presocráticos expresando lo mismo al
modo de una evidencia que da fuerza al postulado.
Pero ser causado o «proceder de» se da en la realidad de muchas
maneras. Examinemos por ahora dos de ellas. «Aquello de lo cual
algo procede en su ser o en su devenir» se dice ya sea en el sentido
pasivo del «aquello a partir de lo cual» una cosa se genera (causa
material), ya sea en el sentido activo del «aquello por lo cual» una
cosa se genera (causa eficiente). En el sentido activo --que desde la
perspectiva ontológica es el que más interesa 10- , todo generante
origina cosas semejantes a él o, por lo menos, que se encuentren en
su mismo orden de posibilidades; es así como no esperamos de una
hormiga que componga una sinfonía, ni de las nubes una lluvia de
esmeraldas; un nuevo orden de efectos exige un nuevo orden causal
genético ll que dé cuenta de su existencia. A menos que uno
acepte que en la naturaleza las cosas surjan ordinariamente de la
nada, o que cualquiera pueda producir cualquier cosa.
Aplicando lo que acabamos de examinar a nuestro problema,
debemos afirmar que este nuevo orden de fenómenos que hemos lla-

10. A diferencia de lo que ocurre con la ciencia experimental, en la que ocu


rre justamente lo inverso.
11. Utilizamos para referimos a la causalidad la expresión de «orden de lo
causal-genético», para subrayar su carácter primariamente ontológico. Causa es
también «lo que explica», pero si algo explica es justamente porque lo causado es
«engendrado» en el ser, antes de ser entendido en la mente como relacionándose
causalmente con aquello que es dicho su «causa».
108 El viviente humano

no es otra cosa que reconocer que el ser de cada realidad material se


nos revela por el tipo particular de tendencia o de inclinación que
posee a actuar de una manera particular. Del cloro decimos que tie
ne la tendencia o la «propiedad» de unirse con el sodio mediante un
tipo de enlace particular; pero pensamos que esta propiedad la tiene
el cloro aún antes de unirse efectivamente con el sodio. De hecho, si
no la tuviera, puesto ante un átomo de cloro, el átomo de sodio sim
plemente no lo «reconocería», es decir, sería indiferente ante él, no
ocurriría la «reacción» química que decimos que ocurre. Para el
científico experimental puede ser suficiente el constatar empírica
mente este «discernimiento» o capacidad de reaccionar que obser
vamos en todas las realidades materiales, y medir y catalogar sus
efectos. Sin embargo, nada impide que como filósofos de la natura
leza podamos ir más allá y preguntamos acerca de la realidad que
subyace y que hace posible esos efectos, para intentar desenmasca
rar lo que se esconde bajo el término «propiedad».
A esta propiedad o tendencia podemos llamarla «afinidad»,
fuerza de «atracción» o de «repulsión», interacción «fuerte» o «dé
bil», y podemos diferenciarla en «positiva» y «negativa», o «roja» y
«verde», o como queramos. Todo eso no será sino ponerle un nom
bre -técnico y arbitrario -a un hecho más básico, que es la reali
dad pura y simple de que ciertos cuerpos se «atraen» y otros se «re
pelen». Ponerle un nombre a este fenómeno no nos hace avanzar
mucho más, salvo quizá el hecho de hacer manifiesto que existe
algo que requiere una explicación y que pide ser observado 12•
La diferencia que existe entre la atracción y la repulsión, propia
de los cuerpos inanimados, y la atracción y la repulsión que se en
cuentra en los seres vivos, se encuentra en que las atracciones y re
pulsiones del ser vivo, como un todo, presentan una plasticidad y
una complejidad que no tienen parangón c.on lo que observamos en
los elementos y complejos físico-químicos. Puesto un obstáculo al
acercamiento de dos átomos, éstos no se juntan; puesto un obstácu
lo al crecimie to

12. Con razón los físicos de orientación galileana tenían por una especie de
«herejía» la introducción por parte de Newton del concepto de «fuerza» en el mar
co conceptual de la «nueva física», que sólo debía admitir descripciones de tipo
matemático.
Introducción al estudio de la conducta animal 109

obstáculo a un animal, lo percibirá y lo esquivará probablemente


mucho antes de estar físican1ente frente a él; y, en el caso del ser hu
mano, no será ni siquiera necesario que perciba sensiblemente el
obstáculo para que ya esté preparándose para enfrentarlo. Todo esto
no es antropomorfismo, sino descripción pura y simple 13 • Pero, ¿qué
tiene de distinta la «afectividad» o tendencialidad mineral o vegetal
en relación con la afectividad de tipo animal?
Existe en todo ser natural una espontánea tendencia, determinis
mo, ordenación, o como se la quiera designar, a la cual no pueden
renegar sin autoanularse; nos referimos a la tendencia de todo ser
natural a su propia conservación. Esta tendencia es posible percibir
la desde los seres inanimados más elementales, todos los cuales ma
nifiestan una cierta estructura interna definida y una cierta «estabi
lidad» en esa estructura.
No obstante lo anterior, y más allá de esta tendencia general, es
pecíficamente determinada, fija e irrenunciable, existen en los ve
getales, y mucho más claramente en los animales, una serie de ten
dencias adventicias, particulares, que aparecen y desaparecen: sed,
hambre, temor, afecto, repulsión, etc. Estas tendencias, afectos, in
clinaciones o emociones animales -que no son para nosotros direc
tamente intuibles, sino que conocemos por inferencia a partir de la
eonducta-surgen en el animal, no de un modo azaroso, sino res
pondiendo a una serie de eventos (o estímulos) intrínsecos o extrín
secos. Si la emoción animal surge en respuesta a un «estímulo cog
noscitivo» externo, a la acción que se genera como consecuencia de
este estímulo la llamamos acción evocada. Cuando esta tendencia a
actuar surge presumiblemente por estímulos «internos», llamamos a
la acción que de ella se deriva acción o conducta instintiva. Decimos
que la conducta del zorro ha sido evocada por la percepción de esa
presa, pero al hecho de que el zorro se vea atraído por esa presa y no
por un prado de hierba le llamamos instintivo o innato. Instintivo o
innato, en consecuencia, califica primariamente a un aspecto de la
conducta, un conjunto de emociones que surgen presumiblemente
desde «dentro» del animal; es decir, sin la «guía», conducción u
orientación de un conocimiento extrínsecamente evocado sino más

13. Descripción que trasciende, por supuesto, el marco legítimo pero acotado
de una descripción puramente empírico-cuantitativa.
110 El viviente humano

bien bajo la dirección de un «conocimiento» no adquirido por expe


riencia, sino propio de la especie.

6. AFECTIVIDAD ANIMAL: ¿REALIDAD O ANTROPOMORFISMO?

En este punto pudiera objetarse la existencia real de emociones o


tendencias en los animales, ya que esto sería simplemente una visión
antropomórfica de ellos. Cuando el perro gime arrastrándose, tem
blando y con la cola entre las patas, frente al entrenador que lo ame
naza con un látigo, no es que en realidad tenga temor --dice nuestro
objetor -sino eso es lo que sentiríamos nosotros si estuviésemos en
la situación del perro. Al decir que el perro tiene temor, lo que estarí
amos haciendo es proyectar nuestra propias emociones al perro.
Sin embargo, si nuestro objetor nos concede que nosotros no te
nemos menos capacidad de auto-análisis psicológico que la que él
tiene, tendrá que aceptar que le digamos que no es eso lo que noso
tros pretendemos estar haciendo mentalmente. Eso es lo que él nos
atribuye a nosotros. Podemos pedirle entonces que se desengañe y
que, por favor, no nos atribuya nada, y de fe a lo que nosotros le de
cimos acerca de lo que pensamos estar haciendo cuando afirmamos
que· el perro tiene verdadero temor.
Cuando decimos que el perro tiene miedo, ciertamente no nos
estamos atribuyendo una mágica capacidad de hetero-introspección,
de tal modo que seamos capaces de sentir exactamente lo que el pe
rro siente. Lo que estamos queriendo decir es que, de todas las im
presiones que el animal recibe en su retina y en su piel, el animal
sólo está considerando o discriminando en este momento como sig
nificativas para su conducta aquellas que corresponden a una reali
dad que está experimentando o que ha experimentado previamente
como dañina (el adiestrador con el látigo). Ahora bien, lo que hace
que ésas y sólo ésas sean las imágenes visuales. o cutáneas que dis
crimina o «selecciona» para que determinen su conducta no depen
de del conocimiento como tal. Debe haber «algo» entonces que de
termine que esa constelación de estímulos sea percibida como un
mal inminente, y ese algo, ya lo dijimos; no es el conocimiento.
D cimos,
«algo» real, propio del sujeto como un todo, evocado cognoscitiva-'
Introducción al estudio de la conducta animal 111

mente, no permanente, que surge ante un peligro inminente, antici


pando su llegada física por medio del desencadenamiento de una
conducta evitativa. A esta realidad, entonces, que no puede ser sino
un acto del sujeto, que lo dispone actualmente frente a un mal que
intenta ya evitar, pero que todavía no lo afecta, lo conocemos en no
sotros bajo el nombre de «temor». Si examinamos ahora lo que en
nuestra experiencia llamamos temor vemos que cumple exactamen
te la misma función que ese «algo» que, desde un punto descriptivo,
hemos llamado temor en el perro.
Reconociendo que no podemos, ni nunca podremos experimen
tar lo mismo que experimenta el perro frente a un peligro inminen
te, debemos sin embargo aceptar, en virtud de una inferencia sólida
mente fundada, que una realidad que cumple exactamente las
mismas funciones en el hombre y en el perro, y cuya manifestación
depende de la indemnidad de partes semejantes del sistema nervio
so de ambos, debe ser experimentada de modo semejante por ambos
tipos de sujetos.
En conclusión, si bien es cierto que la atribución de emociones
y afectos a los animales no se hace en virtud de una evidencia direc
ta (evidencia que nunca la podremos tener a menos que nos transfor
memos en perros) sino de una inferencia en cuanto a saber lo que el
animal experimenta, esta inferencia se encuentra firmemente funda
da. Por otra parte, dos realidades que cumplen en seres semejantes
la misma función, son semejantes entre sí. Es por esto que la atribu
ción de emociones a los animales en cuanto a la naturaleza general
de éstas y a la función que cumplen es plenamente válida. Debe
considerarse finalmente -para terminar con la respuesta a la obje
ción-. que este mismo proceso intelectual es el que -por lo de
más -ponemos en juego cuando atribuimos emociones a nuestros
semejantes, las cuales nos son tan desconocidas en su individualidad
experimental como las de los animales. Cuando decimos que hemos
visto triste a nuestro amigo o alegres a nuestros hijos no realizamos
un proceso intelectual muy diferente de aquél que realizamos cuan
do decimos que nuestro perro está aterrorizado.
T !

112 El viviente humano

7. EL CICLO DE LA CONDUCTA

De lo examinado anteriormente podemos decir que toda con


ducta animal supone al menos tres elementos, a los que llamaremos
elementos básicos del ciclo de la conducta. Éstos son: un conoci
miento, una inclinación (afectiva) y un desplazamiento. La rana per
cibe la mosca, se dispone afectiva o tendencialmente hacia ella, y la
atrapa. Cualesquiera de estos tres elementos que falle y la conducta
no se realizará. Podemos afirmar, además, que mientras más com
plejo y variado es el conocimiento de un animal, más complejas y
variadas son sus emociones, y lo mismo vale para sus conductas.
Pero, ¿qué ocurre con las conductas «internamente» generadas o
instintivas, como por ejemplo la construcción de un nido, la migra
ción o la elaboración de una telaraña?

8. SOBRE LA CONDUCTA INSTINTIVA

Las conductas instintivas han sido desde antiguo motivo de ad


miración para los filósofos y, en realidad, para cualquier persona. La
admiración surge del hecho de que toda conducta orientada supone
un conocimiento. Ahora bien, en el caso de las conductas evocadas
externamente, el estímulo cognoscitivo suele ser fácilmente identi-
. ficable. Sin embargo, ¿dónde se encuentra el conocimiento que guía
las conductas instintivas? ¿Cómo sabe la tórtola que debe disponer
de tal manera las ramas y plumas en el nido? Es claro que la habili
dad para construir nidos no ha sido adquirida por la tórtola, ni por
aprendizaje, ni por ensayo y error. Lo mismo es válido para la tela
de la araña, la colmena de las abejas, los diques de los castores y
para infinidad de otras conductas. Esta habilidad es, entonces, inna
ta, y debe ser transmitida de algún modo de generación en generación.
Decir que estas realidades se transmiten en el «material genético»,
no sólo es hacer afirmaciones sin ningún fundamento experimental,
sino atribuir además al material genético propiedades que de ningún
modo puede poseer. Es cierto que la «localización» de esta habili
dad en el sujeto debe estar necesariament een relación con las capa
cidades cognoscitivas y afectivas internas (la percepción, la memo
ria, lá imaginación y las inclinaciones afectivas que dependen de
ellas) -que los animales más complejos poseen, en estrecha depen- ·
Introducción al estudio de la conducta animal 113

dencia de estructuras identificables del sistema nervioso central.


Pero, ¿cuál es el modo preciso de entender esta dependencia de la
actividad psíquica por relación a las estructuras anatómicas? ¿De
qué manera exacta se realiza el despliegue de la conducta instintiva?
¿Cómo se adquiere en la historia de las especies y como se transmi
te? Son algunos de los interrogantes que siguen siendo hoy para no
sotros tan difíciles de responder como ayer para los antiguos filó
sofos 14 •

14. Desde el punto de vista empírico pueden consultarse los notables trabajos
acerca del instinto realizados en el presente siglo por investigadores como Konrad
Lorenz, Karl von Frisch, Nikolaas Tinbergen, Jacob von Uexküll, Paul Leyhausen,
F.J.J. Buytendijk e Irenaus Eibl Eibesfeldt.
trabajos se encuentra en EIBL-EIBESFELDT,I., Etología: introducción al estudio
comparado del comportamiento, Omega (Barcelona), 1974.
Capítulo II
La persona humana como animal racional:
libertad y moralidad

l. INTRODUCCIÓN

Anteriormente hemos investigado las relaciones existentes entre


dos órdenes de realidades naturales que confluyen o se conjugan en
el organismo animal: 1) El orden de la realidad puramente corpórea,
a cuyo conocimiento accedemos primariamente gracias a los senti
dos; 2) El orden de «lo mental», a cuyo conocimiento accedemos ya
sea por inferencia, ya sea por introspección.
A partir de las evidencias examinadas, en el sentido de una cier
ta autonomía de lo mental, por relación a los procesos físico-corpó
reos, vimos que el animal humano, en tanto que cognoscente, pre
senta algunas características peculiares, que el resto de los seres
vivos no parece poseer, entre otras la aprehensión de la realidad
como tal, la capacidad de reflexión, la generación de conceptos, el
lenguaje.
Por otra parte, y tal como vimos en nuestro estudio de la vida
animal, la aparición en los seres vivos del conocimiento y del apeti
to sensibles posibilitó el surgimiento de un nuevo modo de actuar.
Por medio de este nuevo modo de actuar, al que llamamos conduc
ta, el ser vivo fue capaz de liberarse de ciertos condicionantes a los
que los seres vivos no animales se encontraban sometidos; por
ejemplo, en el caso de las plantas, el estar pasivamente atadas a un
lugar.
116 El viviente humano

Por medio del complejo «ciclo de la conducta», los animales


son capaces de detectar a distancia' la presencia de realidades que,
por el apetito, aparecen como beneficiosas o nocivas para el animal.
De este modo, y mediante las facultades locomotrices, pueden diri
girse activa y selectivamente hacia ellas, encaso de que aparezcan
como beneficiosas, o evitarlas en el caso de que se presenten como
nocivas.
Ahora bien, de modo análogo a lo examinado en el «paso» de la
vida vegetativa a la vida animal, por obra del conocimiento y de la
apetitividad sensibles, nuestro objetivo es estudiar en este capítulo
los efectos producidos en la conducta del animal humano por el sur
gimiento de este nuevo género de conocimiento y de afectividad,
que son el conocimiento y la afectividad intelectuales.

2. EL ACTUAR PROPIO DEL HOMBRE

Ya los griegos se percataron de que en el ser humano convergí


an diversos órdenes o niveles de realidad, que ellos percibían como
articulados en un orden bello (cosmos), análogo al del universo físi
co en su conjunto. Es por esto que consideraban al hombre como un
«micro-cosmos». En esta unidad microcósmica del ser humano en
contramos efectivamente una serie de fenómenos que le son comu
nes con muchos otros seres vivos. Realidades por las cuales se pue
de decir que el viviente humano en cierto modo se «solidariza» con
muchos otros seres de la Naturaleza. Efectivamente, el ser humano
manifiesta algunas características que son propias de los seres pura
mente corpóreos (magnitud, peso, temperatura, etc.); otras quepa
recen propias de la vida vegetativa (nutrición, morfogénesis, repro
ducción); y otras que pertenecen a la vida animal (conocimiento y
apetitividad sensibles, y desplazamiento orientado). Por último, en-

l. En el sentido del tacto, la «distancia» tiene que ver más con eltipo de
inte racción que el animal tiene con aquello con lo cual está en «con-tacto» que
con el contacto físico propiamente tal. La palpación de un objeto
presumiblemynte co mestible es un tipo de contacto potencialmente menos nocivo
que la i11gesta direé ta de éste. En ese sentido, el tacto pone una «distancia» entre
una parte y otra del organismo, y un orden de acercamiento.
La persona humana como animal racional: libertad y 117
moralidad
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contramos además en él algunas características que parecen mani


festarse en el hombre en exclusiva.
Designaremos en este capítulo por «actuar propio del hombre»
a aquellas conductas comprendidas en el último punto de los arriba
mencionados y supondremos que los otros tres órdenes de propieda
des pueden manifestarse, ya sea en forma independiente, ya sea en
forma conjunta con aquellas consideradas exclusivas del animal hu
mano.

3. FENOMENOLOGÍA DE LA CONDUCTA PROPIAMENTE HUMANA

3.1. Primer acercamiento

Cuando comparamos el desarrollo global de la conducta pura


mente animal con la conducta humana, resulta necesario manifestar
una distinción, que surge de la observación. Constatamos en el hom
bre un doble orden de desarrollo que no se evidencia en el desple
garse de la conducta animal.
En primer lugar, el desarrollo de la conducta animal tiene que
ver con la aparición o no de una serie de conductas concretas, comu
nes a todos los individuos de la especie, y que se dan en un orden
cronológico y en una concatenación conocida. Es así como decimos
que los polluelos de las aves se alimentan de una cierta forma, dis
tinta a la que emplearán cuando lleguen a la edad adulta, y que el
cambio en el tipo o en el modo de alimentación se da en un momen
to definido de su desarrollo. Ciertamente al estudiar el desarrollo de
la conducta en un tipo particular de animales, es posible constatar
variaciones individuales del patrón general. Sin embargo, reconoce
mos que no se trata quí
que no rompen el patrón general. Ahora bien, nada impide que
in
tentemos describir muchos aspectos de la conducta externa del ser
humano de acuerdo a estos mismos criterios utilizados para la
con.:. ducta animal. De hecho, cualquier pedagogo, enfermera o
médico que se dedica a los niños debe, por razones profesionales,
tener una idea bastante aproximada de las etapas claves de este
proceso. Ellos han podido constatar que existen períodos definidos
para la adquisi ción del control de esfínteres, de la marcha, la
motricidad fina, el lenguaje, y cúando el profesional percibe que
una determinada con-
118 El viviente humano
-
-
--
-
--

ducta no aparece en esos períodos debe sospechar que hay algo


anormal.
Existe, sin embargo, en el animal humano, un segundo orden de
desarrollo. En este plano de desarrollo no consideramos al individuo
en cuanto ejemplo particular de un patrón general, sino en cuanto in
dividuo mismo. Es el orden de la historia personal o de la biografía
individual: a tal edad construyó su primera casa en un árbol, le gus
taba coleccionar sellos postales, llevaba un diario, etc. De los otros
animales no decimos que tengan propiamente biografía, aunque al
gunos animales domésticos pudieran llegar a tener un cierto símil de
ella, debido a la estrecha relación que tienen con la biografía de sus
amos.
Pero, ¿qué es una biografía? Más allá del relato escrito-de una
vida, la biografía es esa vida misma que se relata. Si bien es cierto
que en toda biografía se incluyen una serie de sucesos individuales
extrínsecos, que ocurren con independencia del sujeto (guerras,
cambios de gobierno, etc.), lo claro es que más que el suceso en su
materialidad bruta, lo que interesa en la biografía es el modo cómo
ese individuo particular vive esos sucesos.
Y nos interesa en la biografía el modo particular cómo un indi
viduo vive un suceso porque queremos conocer justamente aquello
que no depende de la materialidad bruta del suceso extrínseco, sino
aquello que depende del sujeto, y de ese sujeto en particular. ¿A
dónde apuntamos con todo esto? Al hecho de que reconocemos en
el hombre un orden de existencia que no depende del sometimiento
del sujeto a una ley general, sea esta extrínseca o· inmanente a él,
sino que este orden parece depender, en cuanto a su ser, del sujeto
mismo en cuanto individuo. En ese orden de existencia, los actos
son únicos e irrepetibles y llevan la impronta personal del sujeto en
cuanto individuo, y no en cuantmiembro de una especie.
Ahora bien, tiene sentido hablar de una biografíaporque tene
mos la convicción cierta acerca de la existencia en el hombre de este
particular modo de vivir las cosas·, de una historia o de un desarrollo
individual. Lo propio, entonces, del hombre como especie, es
lapo sibilidad que tiencada uno de los individuos que la
componen de tener una vida propia. · ·
.

La persona humana como animal racional: libertad y moralidad 119

3.2. Segundo momento descriptivo

Nos preguntarnos, a continuación, en qué consiste más precisa


mente ese orden de existencia que parece depender del individuo
como individuo, y que da origen a una biografía.
Así corno la aparición en el tiempo y la concatenación de las
conductas propiamente animales tiene una cierta predictibilidad, lo
propio de la biografía -por el contrario -es el margen amplio
de impredictibilidad de sus acontecimientos. La razón de esto es la
si guiente. En el desarrollo animal, en la medida que se den las
condi ciones, los sucesos del desarrollo aparecerán de modo
inexorable. Dicho de otro modo, no está en el poder del animal el
alterar ese or den. En la biografía, en cambio, se encuentra en el
poder del indivi duo el modificarla «a voluntad» o según su querer
(dentro de ciertos rangos). Y esto debido a que los actos
individuales que la compo nen, se encuentran bajo el dominio del
sujeto. Él es dueño y señor de la mayor parte de las acciones que
son las que propiamente con forman su historia personal. El
crecimiento de las uñas, en ese sen tido, no es parte de nuestra
biografía; a menos que hayamos decidi do no cortarlas con un fin
particular. Entonces, lo propio del animal
humano, es que, dentro de un cierto rango, tiene dominio sobre sus
.
proptas acctones.

4. ANÁLISIS DE LA CONDUCTA HUMANA

4.1. El deseo como motor de la conducta

Nos preguntamos a continuación qué es aquello que hace posi


ble que el sujeto tenga dominio sobre· sus actos (en el sentido acota
do que hemos señalad9). Para esto deberp.os tomar en consideración
lo examinado anteriormente en relación al ciclo de la conducta.
De los tres elementos mencionados, conocimiento, apetito o de
seo, y ejecución (motora), hay uno que tiene una cierta preeminen
cia sobre los otros ert el orden de la acción, y éste es el deseo, incli
nació]), tendencia o apetito. En efecto, el solo conocimiento no basta
para actuar, y toda ejecución debe ser necesariamente imperada.
Sólo hay conducta si al conocimiento sigue una inclinación -y
esto
no ocurre siempre- y sólo hay conducta animal propiamente tal si
··;- ·
120 El viviente humano

la actividad locomotriz se hace bajo el imperio y la dirección de la


inclinación
La centralidad del deseo es perfectamente comprensible, ya que
el deseo tiene que ver con el bien o con el mal del organismo como
un todo. Si lo conocido como inconveniente es «experimentado»
por el animal -por su apetito -como malo o dañino para el ani
mal, éste, como consecuencia, apetece huir y huye. Si ocurre lo con
trario, el animal «se inclina» (desea) lo bueno, y va en su prosecu
ción. Ahora bien, es justamente en el plano del apetito en donde se
produce en el ser humano una disociación que no se da en los ani
males. Y es justamente esta disociación la que le permite tener un
cierto dominio sobre sus actos.
El animal no delibera acerca de lo bueno y de lo malo para él,
simplemente lo aprehende y lo sigue; o huye de él, según el caso. El
animal se encuentra como «atado» o «ligado» a su deseo. Podría
mos decir que «el puro animal» se encuentra atrapado en el interior
de su mundo de afectos. El puro animal no es libre de no desear lo
que aparece como bueno para él. Existen innumerables ejemplos en
los que es posible observar a los animales en una suerte de proceso
deliberativo: un perro que mira a ambos lados antes de atravesar la
calle, o que escoje entre dos platos de comida, o que «duda» adon
de dirigirse ante dos personas conocidas que lo llaman a la vez.
Es
tos ejemplos parecen contradecir esta pretendida «esclavitud» del
animal por relación a sus deseos. Es fácil ver, sin embargo, que lo
que hace el animal en esas circunstancias no es propiamente sopesar
razones, sino más bien padecer una suerte de «tironeo» de tenden
cias en conflicto: apetece dirigirse hacia. el amo que se encuentra al
otro lado de la calle, pero recuerda simultáneamente la experiencia
del atropello de la semana pasada; le apetece acudir a la llamada de
uno de sus amos, pero también le apetece acudir a la llamada del otro.
·Un ser humano también puede ve.rse atrapado en una situación
análoga. Sin embargo, ---.:.enel ejemplo del cruce de la calle- .en el
momento en que decide no intentar el cruce hasta que el semáforo
detenga a los vehículos, se «distap.cia» de sus emociones sensibles.
y, hasta cierto punto, se sustrae del conflicto en que las emociones
· lo tenían atrapado. Al ser humano le es posible operar una
disocia ción entre la percepción de algo como conveniente o nocivo
y el de
sear o no, el acto que tiende o S€! aleja de esa realidad. El animal h u "". \
mano es capaz de des-ligarse e l
La persona humana como animal racional: libertad y moralidad 121

diferencia de lo que ocurre en el resto de los animales. El que· sea


mos capaces no significa que siempre lo hagamos y muchos de
nuestros errores provienen de no haber sabido distanciarnos lo sufi
ciente de nuestras tendencias sensibles en el momento de la deci
sión.
Ahora bien, si el animal humano es capaz de distanciarse de las
emociones sensibles que, según hemos visto, son lo que fundamen
talmente determinan la conducta del «puro animal», ¿a qué se debe
esto? La respuesta es compleja, razón por la cual en este momento
examinaremos sólo un aspecto de ella.
Si la conducta del animal humano es distinta de la que uno espe
raría en el caso de ser éste un puro animal, es porque, además de las
«e-mociones» sensibles que lo «mueven», hay algo más que lo
«mueve». ¿Qué es este algo más, y qué es aquello que puede ser aún
más determinante que las emociones sensibles mismas? Digamos,
por lo pronto, que no siendo una emoción sensible, se parece sin
embargo mucho a ellas; pertenece, en cierto sentido, al mismo géne
ro de realidades. Es decir, a aquel género de realidades que tienen
que ver con la determinación de la conducta y a las cuáles nos he
mos referido con distintas expresiones genéricas como tendencias,
inclinaciones, afectos, deseos, apetitos. Podríamos decir que, en el
caso de laconducta propia del animal humano, asistimos al surgi
miento de un nuevo género de apetitos que_ determinan la conducta.
Apetitos, inclinaciones o tendencias que aparecen en el ser. humano,
además, y en buena medida, por encima de las tendencias de orden
sensible, en lo que se refiere a la determinación de la conducta.

4.2. La existencia de un deseo libre

Si es cierto, como hemos visto, que·el elemento central de toda


conducta radica en el apetito o deseo, podemos afirmar que nada
hará que un animal se mueva por sí mismo hacia algo si no surge en
él una tendencia específica. Ningún esfuerzo, por más concentrado
y perseverante que sea, podrá hacer que una, paloma se comporte
como un halcón, aún cuando desde el punto de vista teórico nada ·
impediría que pudiera hacerlo. De modo análogo, ninguna presión
externa podrá lograr por sí misma que el huelguista de hambre coma
o que el detenido confiese, a menos que por debilidad o complicidad
122 El viviente humano

el individuo sucumba a las presiones y por sí mismo se alimente o


hable.
Siendo claro, en los ejemplos dados, que existe una semejanza
entre la conducta puramente animal y la conducta humana, no es
menos claro que existen diferencias. La más importante de ellas es
que, por ejemplo, en el caso de la paloma ;no se encuentra en su po
der el querer las acciones que se le solicitan y que tiene la capacidad
de hacer. El caso del huelguista de hambre o del detenido es distin
to, porque no sólo puede comer o hablar, sino que además puede
querer comer o hablar y puede también no desearlo. Es decir, el
hombre no sólo tiene dominio sobre lo que puede hacer, sino que
tiene además dominio sobre lo que desea hacer, y por esto puede de
sear no desear. Dicho de otro modo, tiene control no sólo sobre sus
actos externos (motores), sino también sobre sus actos internos
(mentales) o, mejor aún, el animal humano tiene control o dominio
sobre sus actos externos, porque tiene control o dominio sobre sus
actos internos 2•
Sin desconocer lo que la vida en sociedad y la patología nos en
señan acerca de los condicionamientos culturales, psicológicos y
biológicos a los que se encuentra sometido el ejercicio de la libertad
humana, también es cierto que esta misma vida social, la introspec
ción y el relato de terceros nos ilustran acerca de la radicalidad del
actuar libre. En efecto, ¿qué puede haber más radical_ que el poder
humano no sólo "de no hacer algo, sino también de poder libremente
querer, o de poder querer no querer, o simplemente no desear nada?
¿Qué poder en la tierra, fuera del mismo sujeto, es capaz de hacer
que alguien que libremente se ha determinado a amar o a odiar, deje
de hacerlo? Ahora bien, ¿en qué y hasta qué punto somos libres? Y,
má.s aún, ¿qué·es lo que hace posible la libertad?

· 2. Veremos enseguida que ese dominio no es ni universal ni total; es decir, que


no abarca a todos los actos mentalesy a aquellos que controla no los controla en el
mismo grado. Sin embargo, basta que exista este dominio, aunque sea en un míni
mo grado, para que el hecho exija una explicación. Nunca se in istirá
en el hecho de que la libertad humana es una lib rtad
condicionada. No somos ángeles, somos hombres. No obstante, pormuy limitada
y condicionada que·sea nuestra libertad, es la única que tenemos, y eso ya es bas-
tante. ·
La persona humana como animal racional: libertad y moralidad 123

4.3. La rafz de la libertad

Ya lo habíamos adelantado más arriba: existe una relación estre


cha entre el acceso del hombre al conocimiento intelectual y la po
sibilidad de la conducta libre. Si, en términos genéricos, es posible
decir que el bien tiene razón de apetecible, en términos específicos
podemos decir que el bien sensible es lo que colma el apetito sensi
ble. En efecto, en el caso del animal no humano, la palabra «bien» y
«mal» tienen un sólo sentido posible: el bien y el mal sensibles.
«Bueno», para el animal, es todo lo que sus capacidades sensibles
--externas o internas -son capaces de presentar al apetito como sa
tisfactores de un deseo. «Malo» es todo aquello que repugna al ape
tito y que daña al animal.
En el caso del animal humano, las palabras bien y mal pueden
tener dos significaciones distintas (el bien y el mal se realizan de
manera analógica). La primera es idéntica que para el resto de los
animales: un «buen» zumo es el que sacia la sed y da agrado a los
sentidos, y un «mal» zumo es todo lo contrario. Sin embargo, lo que
puede aparecer a los sentidos como un «buen» zumo (desde el pun
to de vista sensible), puede ser juzgado como «malo» por la inteli
gencia. Por ejemplo: en el caso de un diabético que venga recupe
rándose de un coma hiperglicémico, o que sepa que el zumo está
envenenado. Para poder juzgar esto, es necesario tener una cierta
idea acerca de lo que es estar sano y estar enfermo, qué es la diabe
tes mellitus, y cuál es la relación causal existente entre un estupen
do zumo actualmente presente a mis sentidos, y el tremendo sufri
miento futuro previsible. Es claro que para todo esto es necesario
poder formarse «ideas» acerca de las cosas, y poder juzgar y razo
nar con base en ellas.
Dada la doble capacidad de conocimiento que el hombre posee,
ese zumo del que estamos hablando podemos decir que es bueno y
malo a la vez; bueno para los sentidos y malo para la inteligencia.
En el individuo sano, ambos órdenes de bienes suelen coincidir, y es
por eso que habitualmente no nos percatamos de esta dualidad; es
sólo cuando aparece un conflicto entre ellos que esta dualidad se
nos hace perceptible y hasta dolorosa. ,
Cuando hemos dicho bueno o malo para la inteligencia, hemos
hablado, sin embargo, con imprecisión. Lo bueno o lo malo, es de
cir, lo deseable o"lo indeseable, no es tal para una facultad de cono-
124 El viviente humano

cimiento, sino para un apetito. La que rechaza el zumo por malo


para la salud no es la inteligencia, es un apetito o facultad de deseo
que es capaz de percibir ese zumo como un mal para el sujeto 3• Aho
ra bien, ese apetito o facultad de tendencia obviamente no puede ser
la misma que percibe al zumo como bueno. En efecto, una misma
facultad no puede tener frente a un mismo objeto y al mismo tiem
po, dos actos contrarios, como si frente a un manjar apetitoso uno
pudiese experimentar simultáneamente delectación y repugnancia.
Con lo dicho queremos hacer más evidente la existencia en el
hombre de otro orden de apetitos, que no son de orden sensible, ya
que se encuentran en dependencia de la aprehensión que la inteli
gencia hace de la realidad como realidad. La sensación percibe algo
en cuanto conveniente para el animal, y el apetito sensible moviliza
al animal hacia el bien codiciado. La inteligencia, en cambio, es ca
paz de ver en ese mismo apetitoso manjar envenenado una no con- ·
veniencia para el sujeto, es decir, lo aprehende en cuanto realmente
dañino para el animal. Como consecuencia de esta aprehensión in
telectual, el apetito que se encuentra en dependencia de ella -y que
lo aprehende formalmente como repugnante -moviliza al sujeto a
alejarse de la realidad nociva en cuanto tal. A este apetito o facultad
de deseo que se.encuentra en dependencia de la aprehensión intelec- ·
tual de la realidad se le conoce como apetito intelectivo o voluntad.
·En síntesis, el hombre es capaz de tener dominio sobre sus actos
porque aquel querer (voluntad) que determina su conducta no se en
cuentra inexorablemente ligado a las acciones que lo atan al or4en
sensible. El deseo o el querer del animal humano como tal.no está
determinísticamente ligado a los bienes sensibles que lo solicitan ni
a los males que lo atemorizan; y por la indeterminación de este que
rer existe indeterminación en sus actos.

5. UN APETITO DIFÍCIL DE COLMAR

La voluntad ;entonces, es esa segunda capacidad de deseo, que


opera en el animal humano «en paralelo» con los apetitos sensibles,

3. En estriCto rigor no es la facultad de conocimiento la que conoce ni el ape


tito el que desea, es el sujeto el que conoce o desea por sus facultades.
La persona humana como animal racional: libertad y moralidad 125

y que opera en dependencia de lo que la inteligencia le presenta.


Pero, así como el objeto de la sed es el agua, del harnbre el alimen
to, de la libido la actividad sexual, etc., ¿cuál es el objeto de lavo
luntad?
Por su inteligencia el ser humano es capaz de percibir que la sa
tisfacción de los deseos particulares de los apetitos sensibles se en
cuentra ligada a ciertas necesidades objetivas, concretas y básicas:
nutrición, protección, reproducción.· Buena parte de la actividad del
hombre, en efecto, encuentra su motivación y su explicación en esas
necesidades. Ciertamente el animal humano no satisface esas nece
sidades básicas de modo puramente animal: existe un «modo» hu
mano de alimentarse, de guarecerse y de procrear. No obstante lo
anterior, es fácil ver que la inquietud por satisfacer estas necesida
des no agota la capacidad de búsqueda del ser humano; la actividad
humana trasciende con mucho la mera satisfacción de necesidades
biológicas, por mucho que esta satisfacción sea hecha de modo
acorde a su naturaleza y a su dignidad.
· Podríamos decir, en cierta manera, que el animal humano aspira
a más cosas que a las que básicamente necesita. Más aún, en buena
medida la satisfacción de esas necesidades particulares aparece más
como un medio que como un fin. El ser humano, una vez satisfechas
sus necesidades básicas, antes que haber terminado, más bien co
mienza a vivir. Vivir que se proyecta sobre el telón de fondo de una
finalidad ulterior que engloba, unifica y da sentido a toda la existen
cia personal. Esa finalidad no puede ser sino la satisfacción plena
del hombre, no en cuanto a tal o cual aspecto particular, sino en
cuanto a su totalidad de persona. Bajo esta perspectiva, en conse
cuencia, la satisfacción de los apetitos particulares aparece como or
denada a la realización del bien global del individuo. Sólo la obten
ción de ese bien global podría aquietar el dinamismo humano, del
mismo modo que la satisfacción de las necesidades básicas aquieta
al animal. Resulta interesante constatar, desde un punto de vista his
tórico, que la mayor parte de las culturas han verdaderamente co
menzado a florecer sólo una vez que han sido capaces de responder
a la satisfacción de las necesidades más elementales, es decir, al
aquietamiento de las necesidades le ha seguido la inquietud por sa
tisfacer aspiraciones más altas.
Del mismo modo que cada necesidad básica lleva aneja una ape
tencia correspondiente, al bien global le corresponde en el sujeto un
126 El viviente humano

ansia correlativa de dimensiones colosales, que no se satisface o


aquieta más que con el bien global c9lmante del individuo. A este
bienestar total, colmante y definitivo, es a lo que --en este
mundo todos aspiramos pero pareciera que nunca podemos
alcanzar. A él nos podemos referir con distintos nombres:
felicidad, realización personal, o cualquier otro que le queramos
dar. Más allá del nombre, lo importante es la realidad; aquella que
-querámoslo o no- todos buscamos y ninguno conocemos, y
que sin embargo, cada uno de nosotros pretende de algún modo
vislumbrar.
Pero, ¿cuál es aquel bien en cuya aprehensión se alcanza en esta
vida la felicidad? Muchos son los filósofos que han pretendido dar
con la respuesta, y no nos corresponde en este momento intentar
responder 4 • Permítasenos al menos una pequeña reflexión: supon
gamos que estoy sano y, en un día caluroso, después de un largo via- . ·
je, tengo nuevamente ante mí este apetitoso jarro de zumo de fruta.
¡Nada más cercano a la felicidad! Sin embargo, antes de
apoderarme
de él y beberlo, delibero: ¿Qué precio debo pagar por este zumo?
¿Lo comparto con los compañeros que vienen tras de mí o me lo
tomo todo? ¿Guardo para mañana? ¿Me pondré malo del estómago?
¿Sigo o no sigo pensando en estas minucias? A poco que reflexione
mos, pronto nos damos cuenta que todo no era tan maravilloso
como en un primer momento nos parecía.
Este examen crítico que acabamos de hacer para algo tan simple
como tomarse un vaso de zumo cuando se tiene sed, es posible ha
cerlo con cualquiera de los bienes que cotidianamente se nos pre
sentan a nuestra decisión. ¿Qué queremos mostrar con esto? Que en
nuestra vida cotidiana nunca nos encontramos con algún bien que
sea capaz de colmar plena, total y definitivamente a la voluntad 5 •
Siempre la inteligencia encontrará en cualquier cosa a la que aspire
mos algún aspecto por el cual esta realidad se nos revele insuficien
te o se nos aga
sea capaz de colmar plenamente a la voluntad humana no es algo

4. En términos técnicos, la filosofía clásica distingue entre: la felicidad subje


tiva, esto es, el estado subjetivo de plenitud; y la felicidad objetiva, es decir, aquel
bien en el cual consiste la felicidad.
5. De lo examinado, la voluntad podría definirse como aquella capacidad
«psíquica» que, en dependencia de la inteligencia, nos hace ansiar el bien total.
La persona humana como animal racional: libertad y moralidad 127

que tengamos que contestar ahora. Bástenos por el momento el ha


ber constatado que en este mundo la plena felicidad parece no exis
tir. ¿En qué nos ayuda esto a resolver nuestro problema? En mucho.
Si el objeto propio de la voluntad es el bien total, y todos los
bienes que se presentan a la voluntad no constituyen sino realizacio
nes parciales y pobres de ese máximo bien, ¿hacia cuál de los bienes
que se ofrecen cotidianamente a nuestra elección se dirigirá volun
tariamente el individuo? La respuesta tiene dos vertientes. En pri
mer lugar, a ninguno de ellos de manera necesaria. En segundo lu
gar, a cualquiera de ellos, en la medida que la inteligencia sea capaz
de poner a alguno o a varios de entre ellos en relación con lo que en
concreto el individuo piensa que constituye su plena realización
como persona. Esto es, en la medida en que la elección de tal o cual
bien particular es vislumbrada ya como una realización (parcial o
incipiente) del bien global.
Es decir, la voluntad humana no es libre de aspirar o no aspirar
hacia el bien total (aspira a él «quiéralo o no»; está «condenada» a
ello si se quiere expresar así), pero permanece libre ante cualquier
bien que se le presente y que no sea ese bien total. Las cosas lepa
recerán atrayentes, entonces, solamente en la medida que pueda ver
con su inteligencia cuán cierta y cuán próxima es la relación exis
tente entre este bien parcial y lo que él estima, en ese momento, ser
su bien total. Ésta es la raíz última de la libertad humana.
El animal humano tiene dominio sobre sus deseos, y por lo tan
to sobre sus actos, porque aspirando necesariamente a un bien que
lo satisfaga plenamente, no es capaz de encontrarlo por ninguna par
te. Sólo es capaz de moverse el hombre a hacer algo a su alrededor
revistiendo a las cosas de una bondad que las sobrepasa, buscando
en ellas su plena felicidadCuando el ser humano, inconsciente de
este doble carácter de las cosas a las que aspira, les exige un bien
que no pueden dar, les reprochará hastiado una indigencia que nun
ca pretendieron ocultar.

6. BREVE INTRODUCCIÓN AL PROBLEMA DE LA MORALIDAD

Si la voluntad es un apetito de bien (apetito intelectivo) y por


ella el individuo se dirige a todas las cosas en cuanto que las perci-
128 El viviente humano

be ligadas a lo que él considera como su bien total, quiere decir que


siempre el hombre busca voluntaria y libremente las cosas en cuan
to le parecen buenas. ¿Cómo es posible entonces que uno pueda vo
luntariamente hacer el mal? Por otra parte, la opción que uno haga
en su vida en relación al bien total es tan libre como todos los otros
actos voluntarios. Sin embargo, es forzoso reconocer que esta op
ción es determinante. ¿Como se produce esta opción?
Hemos dicho que la opción corresponde a la voluntad, y que la
percepción de la ordenación de los bienes particulares al bien total
del individuo compete a la inteligencia (o al individuo por su inteli
gencia). De este modo, uno podría libremente escoger como fin cen
tral de la vida la consecución del dinero, la satisfacción de todos los
deseos sensibles, el poder o la fama. ¿Cuál podrá ser el criterio para
juzgar acerca de la adecuación o inadecuación de esas opciones? El
único y definitivo criterio al cual puedo someter esas opciones es al
-de mi inteligencia (instruida por la cultura y el consejo de aquellos
a quienes aprecio y que tengo por razonables); es ella la única y úl
tima ayuda con la que contamos para orientarnos en la vida. Si ra
cionalmente me convenzo de que lo más noble y bueno para el hom
bre es pasarse su vida corriendo tras la fama y el dinero -lo que
es altamente improbable si hago un análisis serio y reposado-
debie ra ser coherente con mi pensamiento y tomar esa opción.
Obvia mente, una vez tomada esa opción fundamental, todas las
opciones concordantes con esa orientación primordial de la
existencia le apa recerán al sujeto como buenas, y las
discordantes con ella como malas.
Pero, suponiendo que la opción fundamental de mi existencia la
he hecho luego de un largo, ponderado y honesto análisis, ¿como
podría uno entonces actuar mal? Para intentar responder recurramos
a otro ejemplo. Supongamos que un individuo ha llegado a descu
brir que, además de los bienes sensibles, existen en la vida otra se
rie de cualidades positivas como pueden ser la belleza, la verdad, la
justicia, la amistad, y que ha llegado a la convicción de que es a és
tos bienes a los que conviene aspirar como ordenación fundamental
en la existencia. En este contexto, toda acción que se le presente
como justa, buena o verdadera le parecerá como atrayente y digna
de ser realizada.
Supongamos que al individuo descrito se le ofrece un ascenso
importante en la empresa, a costa de cometer una injusticia y una
La persona humana como animal racional: libertad y moralidad 129
----- ···---- -
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deslealtad con un amigo. Considerada por relación a la opción fun


damental de su vida, esa acción es evidentemente mala y por lo tan
to indeseable. Supongamos que el sujeto en cuestión desea ardiente
mente ese puesto y opta por conseguirlo a toda costa. La única
manera como ese su jeto podría llevar a cabo esa acción innoble,
es que su inteligencia le presente de tal manera la acción que la
injus ticia no aparezca. La inteligencia no tardará en mostrarle
todos los aspectos positivos de la acción y evitará cuidadosamente
poner de relieve la felonía. Como el uso que uno le da a la
inteligencia tam bién es libre, el individuo evita voluntariamente
que la inteligencia presente a la voluntad la acción como
indeseable, y por el contrario le expone deliberadamente a todas
sus bondades. Sólo así se expli ca que el individuo se oriente a la
realización de una acción que a primera vista aparece como pura y
simplemente indeseable.
En las dos situaciones descritas, tenemos representadas dos po
sibles maneras de realización del mal moral (nueva realización ana
lógica del mal en la realidad). En la primera, si el individuo no ha
permitido que su inteligencia opere libremente en la búsqueda del
bien, será responsable de haber llegado a una conclusión equivoca
da con respecto a lo que debe ser considerado como el bien orienta
dor de la vida. Es más que probable, que en alguien que llega a la
conclusión de que el fin último de la vida es la búsqueda de la fama
y del dinero, la inteligencia no haya podido funcionar libremente. Si
el individuo es responsable de la errónea utilización de su inteligen
cia quiere decir que ha realizado voluntariamente el mal y es culpa
ble de su error.
En el caso del ascenso en el trabajo a costa de una traición, la
persona escogió un fin noble y bueno para su vida, pero una coyun
tura circunstancial lo llevó a desconsiderar la conclusión que su in
teligencia rectamente le mostraba. Siendo responsable de esa no
consideración de la regla moral, el individuo yerra voluntariamente,
realiza el mal moral y es culpable de su error. Una vez obtenido el
puesto, y calmada la sed acuciante de obtenerlo que lo obnubilaba,
su inteligencia vuelve a juzgar rectamente acerca de su acto pasado
y lo redescubre en cuanto indeseable. Lo más probable es que se
despierte aquí un fuerte remordimiento, a menos que éste también
sea voluntariamente silenciado.
En síntesis, nadie realiza el mal cara a cara, ya que la voluntad
no ve en él nada de deseable. Cuando por alguna razón (siempre in-
130 El viviente humano

válida) se decide a realizarlo, debe necesariamente buscar el aspec


to por el cual esta acción se hace atractiva para la voluntad y ocultar
lo que tiene de indeseable. En lo que acabamos de examinar se ve
con claridad que poco importa en este orden de cosas que la acción
buena o mala en cuestión sea interna o externa. Tan libre puede ser
el acto de consentir voluntariamente en el pensamiento de querer ro
bar a alguien, como el hacerlo efectivamente en la realidad.
Hemos revisado muy rápida y esquemáticamente algunos aspec
tos fundamentales relativos a la libertad y a la moralidad del actuar
humano. Que la acción humana sea libre apunta al dominio que el
animal humano tiensobre algunos de sus actos. Que la acción hu
mana esté dotada de moralidad se refiere al modo razonable o no en
.que usemos esta libertad en consecusión de los verdaderos bienes de
la persona humana. El tema de la ética no es tanto el tema de la li
bertad de las acciones (eso es asunto de la antropología, y se sobre
entiende a título de condición sine qua non para la ética); el verda
dero tema de la ética se refiere a saber qué hacer con esa libertad, en
el supuesto de que se la tenga.
Capítulo III
Raíz biológica de la sexualidad humana

l. INTRODUCCIÓN

La realidad de la sexualidad humana se presenta, a la filosofía y


a la ciencia, como un fenómeno extraordinariamente interesante,
pero, a la vez, altamente complejo. Si a pesar de todas las dificulta
des, aspiramos no obstante a alcanzar aunque sea un mínimo de in
teligibilidad, nos parece razonable y prudente ensayar un primer
acercamiento a partir de aquello que se presenta a nosotros como lo
más primario y elemental en este fenómeno. Este núcleo fundamen
tal, aunque ciertamente muy primario, se encuentra -nos
parece en el estudio de la raíz biológica de la sexualidad humana.
Por raíz biológica de la sexualidad entenderemos dos cosas:
1) La descripción del surgimiento de la sexualidad en la historia
de los seres vivos y el análisis de las razones tentativas del por qué
· de su aparición; 2) la descripción de la conducta sexual en el mundo
de los seres vivos y su relación con la conducta sexual humana.

2. SURGIMIENTO DE LA VIDA EN EL UNIVERSO .FÍSICO CONOCIDO

Si aceptamos lo que parece ser. el estado actual de nuestros co


. nacimientos, con base en los datos indirectos aportados por1as mas
recientes investigaciones empíricas, el nacimiento de nuestro plane-
!
132 El viviente humano

ta habría tenido lugar hace aproximadamente unos 4.450 millones


de años, es decir, unos 9.000 millones de años después del inicio
presumible del universo físico actual 1 •
Por otra parte, las primeras trazas de existencia de seres vivos en
nuestro planeta, datarían de hace aproximadamente 3.500 millones
de años 2 • Ignoramos en la actualidad si la aparición de vida en nues
tro planeta ha sido precedida o no por el surgimiento de seres vivos
en algún otro lugar del universo físico. Los recientes análisis de la
cornposición de meteoritos o de la tierra de planetas vecinos no han
resuelto esta interrogante de manera inequívoca.
Los primeros seres vivos que registra la historia de nuestro pla
neta serían organismos elementales unicelulares, designados genéri
camente como «procariontes» (organismos sin un núcleo estructura
do). Es probable que este tipo de seres haya sido el representante
exclusivo de la vida en la tierra por al menos 2.000 millones de años.
Ahora bien, los procariontes, en cuanto organismos, presentan
las tres propiedades fundamentales a partir de las cuales la existen
cia de los vivos se nos hace manifiesta, es decir, la capacidad de uti
lizar la energía química de los alimentos (dinamogénesis o nutri
ción), la capacidad de automodelarse o autoconstruirse (crecimiento
o morfogénesis) y la autorreproducción. Estos seres, sin embargo,
aún cuando poseen todas las características físicas que los constitu
yen en vivientes, no poseen sexualidad.

3. LA SEXUALIDAD

Para la mayor parte de los biólogos, salvo algunas voces discor


dantes, como la de la bióloga estadounidense Lynn Margulis 3, la se
xualidad se encuentra estrecha y necesariamente ligada al fenóme
no de la reproducción. Esto es por lo demás, ya obvio para el sentido

11
l. AA.VV., «Evolution», Scientific American (special issue), Septeniber
1978; «Life in the universe», Scientific American (special issue), October, 1994.
2. Cf. VIDAL, G., «The oldest eukaryotic cells», Scientific American, 250 (2)
(1984),.pp. 32-44.
\
3. MARGULIS, L., SAGAN, D., Origins of sex: three billion tears of genetic re
combination (2nd. Pr.) Yale University Press (New Haven), 1990.
l
'
Raíz biológica de la sexualidad humana 133

con1ún. Lo inverso, empero, no es verdadero. Es decir, no toda re


producción es necesariamente sexuada, como ya hemos visto para
los procariontes, y es válido también para otro tipo de seres vivos
unicelulares y multicelulares.
Lo propio de la reproducción es la aparición en la existencia de
un nuevo ser vivo a partir de otro ser vivo de la misma especie de
nominado progenitor. Cuando el surgimiento del nuevo ser vivo se
realiza a partir de la actividad conjunta de más de un progenitor
(casi siempre dos) hablamos propiamente de reproducción sexuada.
Es importante considerar que este «a partir de» debe ser entendido
en términos fuertes, porque es literalmente con base en una «parte»,
más o menos grande, del progenitor o de los progenitores, de los que
se constituye el nuevo ser.
El profesor lves-Alain Fontaine del Museo de Historia Natural
de París 4 , hace notar que un rasgo propio de la reproducción asexua
da sería el «dar origen a más de un individuo, siguiendo a la frag
mentación de un organismo». Si aceptamos esta observación tendrí
amos que agregar a nuestras observaciones precedentes, el que en la
reproducción asexuada el progenitor desaparece, mientras que en la
reproducción sexuada el progenitor se conserva. Aún cuando esta
opinión de Fontaine nos parece sugerente, debemos reconocer que
ella supone que hayamos podido responder de manera segura e ine
quívoca a otra pregunta, esto es, que en la división binaria o en la
partenogénesis, por ejemplo, el progenitor ha desaparecido verdade
ramente y lo que se forma son dos nuevos individuos. Reconozca
mos que esta respuesta .f!O es fácil ya que es perf ctamente
que haya habido formación de un solo ser nuevo siendo el otro el
antiguo que persiste. Además, nada impide, nos parece, en términos
teóricos, que pudiesen existir grandes organismos asexuados en los
que la función generatriz estuviese restringida a un órgano particu
lar o gónada, análogamente a como ocurre de hecho en todo el phy
lum de los vertebrados, con lo cual la reproducción no exigiría la
fragmentación. No sabemos de la existencia real de este fenómeno,
pero no parece haber razones a priori que lo impidan.

4. FoN'tAINE,l.-A., «De la cellule aux organismes: les relations a l'intérieur de


l'organisme vivant», enDoRST, J. (ed.), Histoire des etres vivants, Hachette (Paris),
1985, pp. 81-105.
134 El viviente humano

Desde el punto de vista biológico descriptivo, la aparición de la


reproducción sexuada requirió en los progenitores, además de la ca
pacidad de separar una porción de sí mismos destinada a la confor
mación del nuevo ser -la cual es necesaria a cualquier tipo de
au torreproducción -una nueva y notable capacidad: la de reducir
la magnitud del aporte parental de tal modo que en la constitución
del ser vivo pudiese concurrir un segundo progenitor. En términos
con cretos esta reducción del aporte parental se realiza mediante la
re ducción de la llamada dotación diploide (cromosomas
empareja dos), común a todas las células del organismo, a una
dotación haploide (un solo juego de cromosomas) propia de las
células repro ductoras. Estas células reproductoras, que vienen a ser
la parte apor tada por cada uno de los progenitores se la conoce
técnicamente como gametos. A este fenómeno «reductivo» referido
fundamental mente a lo que ocurre con el denominado «material
genético», se le conoce en Biología científica como reducción
meiótica. La gameto génesis (generación de gametos) requiere
entonces, necesariamente, en algún momento del proceso, de una
reducción meiótica.
La reducción meiótica, que es probablemente la parte más im
portante de la gametogénesis, requirió en términos fácticos la exis
tencia de organismos dotados de células con núcleo organizado o
células eucariontes. Es decir, células en las cuales es posible identi
ficar una zona nuclear rodeada de membrana, en el interior de la
cual se sitúa la mayor parte del material genético heredable, que se
condensa en las fases pre-divisionales en los llamados cromosomas.
La aparición de seres vivos con células que poseen un núcleo
celular organizado (eucariontes) constituy en
planeta uno de los hechos más admirables a la vez que misteriosos.
No contamos en la actualidad, en el plano de la ciencia experimen
tal, con ninguna hipótesis suficientemente documentada que dé
cuenta del paso de los vivos procariontes a los vivos eucariontes; en
el caso (plausible) de que tat" «paso» haya tenido verdaderamente lu
gar. Algunos biólogos plantean que no es p9sible sabr
· más primitivos de vida son ya de seres sexuados 5, mientras que

5 LANGANEY, A., PELLEGRINI, B. y POLLONI, E., «L'hornme descend du sexe»,


La recherche, XX (213) (1989), pp. 994-1007.
Raíz biológica de la sexualidad humana 135
-
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otros piensan que el surgimiento de los eucariontes a partir de los


procariontes resulta tan improbable como su surgimiento ex novo 6 •
La sexualidad es, en consecuencia, una variante en el fenómeno
de la reproducción de los seres vivos, en la cual el nuevo individuo
que surge es constituido a partir de gametos aportados por dos pro
genitores.
Aunque existirían raros casos en los que se podría considerar
que un nuevo individuo surge a partir de más de dos progenitores 7 ,
hay que aceptar que el fenómeno además de discutible es rarísimo;
por lo cual, nos parece que, en términos biológicos, la sexualidad
queda adecuadamente definida por la expresión «dos progenitores»
y no por la expresión «más de uno».

4. EL «POR QUÉ» Y EL «PARA QUÉ» DE LA SEXUALIDAD BIOLÓGICA

Si la aparición de los eucariontes constituye un enigma para la


Biología científica actual, la necesidad y la ventaja de la reproduc
ción sexuada sigue constituyendo, tanto para la Biología filosófica
como para la Biología empírica, un verdadero misterio.

4.1. El punto de vista científico

Desde el punto de vista científico, las opiniones se encuentran


divididas. La mayor parte de los biólogos sostiene que la gran ven
taja de la reproducción sexuada viene dada por los efectos de un fe
nómeno particular: la recombinación cromosómica, que ocurre re
gularmente en asociación con la reducción meiótica.
La recombinación cromosómica o crossing over es un proceso
mediante el cual el progenitor, en el transcurso de la gametogénesis,
recombina su material genético de base, literalmente barajando sus
genes para producir nuevos cromosomas reconstituidps. El objeto o

6. PASTEUR, G., «Le foissonement du vivant», en DORST, J. (ed), Histoire


des etres vivants, Hachette,(Paris), 1985, pp125-147.
7. MARGULIS, L., op. cit.
136 El viviente humano

resultado de este proceso es que, en la práctica, la probabilidad que


un progenitor produzca un gameto igual a otro sería prácticamente
nula. La recombinación cromosómica determina en última instancia
que, salvo el caso de los gemelos univitelinos, un descendiente no
sea nunca --en términos genéticos -exactamente igual a otro.
Los hechos mencionados determinarían, en la opinión de estos
biólogos, que las poblaciones resultantes de la reproducción sexua
da, gozarían de una adaptabilidad a los cambios ambientales enor
memente superior a la adaptabilidad que tendrían las poblaciones
con reproducción asexuada 8• Lo anterior, junto a la enorme variabi
lidad resultante de la reproducción sexuada, sería la base sobre la
cual operaría la «selección natural», generadora -según la hipóte
sis de Darwin -de nuevas especies.
Sin embargo la opinión científica arriba expuesta, que pasa por
ser la explicación científica oficial, tiene detractores entre los mis
mos científicos. Para Lynn Margulis tal explicación no tendría sufi
ciente fundamento científico 9• En efecto, con toda razón afirma ella
que la variabilidad que se obtiene como resultado de la recombina
ción cromosómica no produce nuevo material genético, sino sólo
. una nueva combinación de lo mismo. Ésta, por lo demás, novedad,
se pierde en la próxima generación, ya que, en tanto que tal, esta
nueva combinación es única, y, en consecuencia, no heredable. La
autora recuerda pertinentemente que, de acuerdo con el modelo dar
winista, la única variación con potencial evolutivo es la mutación 10 ,
que según experiencias que ella señala, se produciría con tanta o
más frecuencia en los procariontes 11 • Además, podríamos agregar,
la adaptabilidad de los procariontes tiene un respaldo de por lo
menos

J., «Le sexe et l'évolution», Science & Vie, 171 (1990), pp.
8. W EISSENBACH,
4-15.
9. Op. cit.
10. Curiosamente la Dra. Margulis no examina con el mismo rigor si existe
suficiente fundamento científico para afirmar que la mutación pueda generarnue
vas especies. A juzgar por lo que ha ocurrido con los millones de mutaciones indu
cidas en la mosca Drosophyla Melanogaster, --que no han generado ninguna nue
va especie-, podría haber por lo menos espacio para una interrogante.
11. Üp. cit. Cf. también: TADDEI,F., M ATIC,l., RADM AN,M., «Du nouveau sur
1'origine des especes: le paradigme darwinien revu par l'analyse moléculaire des
bactéries», La Recherche, 291 (1996), pp. 52-59.
Raíz biológica de la sexualidad humana 137

¡3.500 millones de años! Es decir, los procariontes no necesitaron de


la reproducción sexuada para poder adaptarse.
Un último argumento que se ha planteado desde la esfera cientí
fica es que la diploidía, propia de la reproducción sexuada, es decir,
la posibilidad de tener genes duplicados para responder a una mis
ma función, daría al individuo una mayor protección frente a las
mutaciones letales. Nuevamente no se ve tampoco aquí en este ar
gumento la imposibilidad teórica para la existencia de una diploidía
en unicelulares o pluricelulares asexuados. Ya sea mediante una
suerte de gametogénesis intranuclear, o por la alternancia de fases
haploides y fases diploides en el ciclo vital.
En resumen, y según expresa el biólogo inglés Graham Bell, al
inicio de una obra entera dedicada al estudio del problema de la se
xualidad: «la sexualidad es la reina de los problemas en biología
evolutiv a... Parece que algunas de las cuestiones más fundamentales
en biología evolutiva casi no han sido planteadas, y, consecuente
mente, aún aguardan una respuesta» 12• El mismo autor cita una afir
mación de Darwin que no puede ser más explícita: «No disponemos
del menor conocimiento acerca de la causa final de la sexualidad;
por qué nuevos seres deben ser producidos por la unión de dos ele
mentos sexuales, en vez de que esto sea por un proceso de parteno
génesi s... Todo este tema se encuentra aún oculto en la obscuri
dad» 13• Luego de más de un siglo de progreso biológico no podemos
decir que hayamos avanzado gran cosa hacia la obtención de esta
respuesta 14•

12. BELL, G., The Masterpiece ofNature: the evolution and genetics ofsexua
lity, chapter 1: The paradox of sexuality, Croom Helm ·(London & Cant?erra),
1982, p 19. . .
13. DARWIN, C.R., «J. Proc. Linn. Soc.» (Botany) 6 (1862), pp. 77-96, citado
por G. BELL,op. cit.
14. En una recie11te publicación dedicada al tema Hines & Culotta
expresan lo siguiente: «La reproducción asexual -una simple estrategia de
«copia y divi sión» -aparece a primera vista como una solución menos
engorrosa y más efi ciente. No obstante, la reproducción sexual, es con mucho el
modo dominante, lo cual ha ll vado
ja evolutiva. Los biólogos han venido hilando teorías acerca de cuál es
exactamen te esa ventaja desde hace bastante tiempo, pero hasta ahora no hay una
única y cla ra respuesta»: HINEs, P., CULOTIA E., «The evolution of sex», Science;
281 (1998),
138 El viviente humano

4.2. El punto de vista filosófico

Uno de los hechos que prin1eramente saltan a la vista al obser


var la historia de los seres vivos, tal como nos la muestra la Biolo
gía y la Paleontología modernas, lo constituye la constatación de la
tendencia sostenida a la aparición de grupos taxonórnicos compues
tos de individuos cada vez más complejos y más perfeccionados.
Complejos en lo que se refiere al número de partes y de subfuncio
nes que se agregan para realizar una función originalmente simple.
Perfeccionados en el sentido de que su independencia de las condi
ciones ambientales se va haciendo cada vez mayor.
Esta tendencia tiene, obviamente, su punto culminante en el
ser humano. En éste, en primer lugar, la complejidad biológica y en
par ticular la de su sistema nervioso alcanzan un grado que no tiene
pa rangón en el mundo de los seres vivos. Por otra parte, en lo que
se refiere a la perfección de su ser y de su actuar, comprobamos que
un solo individuo es capaz de habitar sucesivamente los nichos
ecoló gicos más diversos, lo que nos señala su gran autonomía
individual en relación con sus condicionantes ambientales. Esta
autonomía ex tema, por su parte, no es sino la consecuencia del
desarrollo cultural posibilitado por el conocimiento racional y el
libre arbitrio, máxima expresión de la autonomía, esta vez en
relación con sus condiciona- mientos internos.
·
Lo anterior nos muestra que, aun cuando pueda ser cierto que
al gunos individuos pertenecientes a úna determinada colonia de
bac terias tengan la posibilidad de sobrevivir en condiciones eque
no
lo podría hacer ningún ser humano, los individuos de la especie hu
mana poseen una perfección objetiva, en términos autonomía y de
riqueza ontológica, incomparablemente superior que la de cualquier
individuo de la colonia bacteriana.
Entre la cantidad de vida o sobrevivencia pura y simple de mi
llares de individuos prácticamente idénticos los unos a los otros, y
la calidad de vida de individuos altamente perfeccionados y singu
larizados, la Naturaleza ha hecho claramente su opción por lo se-

p. 1979. Se trata de la introducción a una sección especial de ese número de la re


vista íntegramente dedicada al tema: Science, 281 (1998), pp. 1979-2008.
Raíz biológica de la sexualidad humana 139

gundo. No en términos de permitir la existencia de unos y no la de


los otros, sino en términos de la existencia de unos y de otros, y todo
parece indicar que la de los unos para los otros.
Ahora bien, es claro que la aparición de la sexualidad, en la his
toria de los seres vivos posibilitó el surgimiento de vástagos cada
vez más individualizados o singularizados respecto de sus progeni
tores. Nos parece, en consecuencia, más probable que la «opción»
que constatamos de hecho, en el sentido de privilegiar el desarrollo
de organismos multicelulares complejos en el ámbito de los seres
sexuados -y no de los seres con reproducción asexuada como en
términos teóricos podría haber ocurrido- no responde a una instan
cia azarosa circunstancial como piensa Margulis -desde una pers
pectiva científica -sino más bien a una cierta necesidad inmanente
al proceso evolutivo mismo.
Dicho de otro modo, pensamos que, en sentido teleológico fuer
te, lo más probable es que la sexualidad haya surgido en el curso de
la evolución para posibilitar el proceso de individualización y auto
nomización creciente, que los datos nos muestran que de hecho se
produjo, y no que la sexualidad haya sido un accidente fortuito en el
curso de la filogénesis.
Queda pendiente, sin embargo, desde el punto de vista científi
co, el saber si era biológicamente posible un proceso análogo a la re
combinación cromosómica y a la reducción gamética en los seres
con reproducción asexuada. Es decir, si acaso este resultado de la
complejificación y del perfeccionamiento hubiera sido posible sin
reproducción sexuada.
Si fuera así, deberíamos reconocer que la explicación por la in
dividualización y singularización de los seres vivos no responde
más que desde el punto de vista de la necesidad fáctica a la pregun
ta por la necesidad final de la existencia de individuos de distinto
sexo. Es decir, tal como las cosas se dieron, no había otra manera de
lograr individuos complejos y singulares mas que por la reproduc
ción sexuada. Pero, ¿podrá ser esa la única razón para la existencia
de seres sexuados ?·¿De modo que si la estrategia de la naturaleza
hubiese sido distinta, por razones puramente casuales -:-eomo pre
tende Margulis -simplemente no hubiese existido sexualidad?
Sin embargo, corresponde también preguntarse desde la pers
pectiva de la causalidad final, aquélla que Aristóteles llama iscu -
140 El viviente humano

tiendo este preciso problema -la explicación «por lo mejor» 15 • Es


decir, ¿no será acaso que hay distinción de sexos porque eso era lo
mejor? Es decir: ¿que la complementariedad sexual, además o por
encima del hecho de constituir una cierta indigencia de los progeni
tores en orden a la reproducción, contempla una riqueza que de otro
modo habría sido inalcanzable? ¿No será acaso que la sexualidad en
el mundo de los seres vivos no alcanza su sentido definitivo más que
en el ser humano? Interrogantes todas estas pertinentes, que nos ex
cusamos por el momento de desarrollar.

5. LA CONDUCTA SEXUAL

Desde los albores de la reproducción sexuada hasta nuestros


días, la distinción de los sexos viene dada por las características di
ferenciales de sus gametos. Podríamos inclusive afirmar -a
riesgo de ser acusado de reduccionismo- que toda la riqueza y la
variabi lidad de las conductas sexuales de los seres vivos superiores
no son sino una extensión de la conducta básica de los gametos al
compor tamiento de todo el organismo.
En efecto, el gameto masculino viene definido en términos
biológicos por su característica movilidad, mientras que el gameto
femenino se caracteriza por su incapacidad para desplazarse por sí
mismo en el espacio y por poseer los elementos nutricios que per
mitirán el desarrollo del nuevo ser, ya sea en sus primeros esta
dios, ya sea durante todo el desarrollo embrionario hasta la eclo
sión 16•
En los protozoos, los animales inferiores y las plantas, uno de
los gametos o ambos son liberados al medio ambiente, y su encuen
tro se ve condicionado por una serie de circunstancias fortuitas. En
estos seres vivos, la conducta sexual se manifiesta de modo muy in
cipiente. Entendemos por conducta sexual -:--en este contexto- el

15. Cf. ARISTÓTELES, La generación de los animales, Libro 11, cap. 1, 732 a 1-
10.
16. Existen algunas formas vivientes que tienen gametos idénticos (reproduc
ción isogamética); en estos casos se da reproducción «sexuada» sin sexos, es decir,
sin macho ni h<mlbra diferenciá.ble s.
..
Raíz biológica de la sexualidad humana 141

conjunto de acciones del organismo vivo como un todo, orientadas


a facilitar el encuentro de dos gametos complementarios.
Entendemos también la conducta, tal como la hemos examinado
en un capítulo anterior, como un atributo exclusivo de los animales.
En efecto, toda conducta requiere de tres elementos: 1) una capaci
dad de conocimiento; 2) una capacidad de inclinarse u orientarse en
términos positivos o negativos por relación a un algo que se presen
ta como apetecible o repulsivo; 3) la posibilidad de dirigirse o des
plazarse físicamente acercándose en dirección de lo apetecido o ale
jándose de lo repudiado. La conducta más elemental concebible
requiere entonces de una mínima actividad de sensación, un rudi
mento de placer y deseo, y un rudimento de dolor y aversión, y al
guna capacidad de locomoción orientada. Éstas son justamente las
notas que caracterizan a un animal a diferencia de una planta.
La conducta sexual requiere, por consiguiente, que uno de los
progenitores sea capaz de detectar al otro, o que ambos se perciban
entre sí; que luego de haberse detectado, se atraigan, y que luego se
desplacen para encontrarse y unirse físicamente del modo más favo
rable para el encuentro de los gametos. Al progenitor de los game
tos móviles se le llama macho, y al progenitor de los gametos inmó
viles y nutricios se le llama hembra. Curiosamente, como ya hemos
mencionado de pasada, al macho suele corresponderle, desde el
punto de vista de la conducta, un rol más activo, y a la hembra un rol
pasivo; como si la conducta del organismo entero quisiera remedar
el comportamiento de los gametos de los cuales es portador.
En los animales dotados de funciones perceptivas complejas,
y de una gama variada de emociones y de posibilidades locomoti
vas, el macho es capaz de representarse a la hembra mediante la me
moria y la imaginación y salir en pos de ella, aún cuando ésta no se
encuentre físicamente presente. Y no sólo eso, sino que -y esto
es patente en el caso del ser humano -inclusive es capaz de
represen tarse anticipadamente el encuentro y de gozar ya con él,
aunque ciertamente de manera atenuada y fugaz.
Sin embargo, en todos los animales distintos del hombre, la ima
ginación se encuentra estrechamente atada a las percepciones exter
nas. Sólo el hombre es capaz, por medio del dominio con el que la
inteljgencia gobierna a la memoria y a la imaginación, de generar
representaciones en el orden sexual, que no se encuentren en ligazón
142 El viviente humano

estrecha con una predisposición fisiológica o una percepción exter


na. Por su inteligencia y voluntad, el ser hun1ano es capaz de auto
nomizar o disociar su conducta, o sus emociones sexuales, de las
circunstancias biológicas actuales.

6. SEXUALIDAD BIOLÓGICA, CONDUCTA SEXUAL Y CONDUCTA HUMANA

Hemos recorrido, en vertiginosa sucesión, 3.000 millones de


años de vida sobre la tierra, para darnos una idea de la aparición de
la sexualidad y de su ulterior complejidad y desarrollo en la conduc
ta sexual. Corresponde, en este momento, intentar un balance de
este fulgurante y somero recorrido, en términos de lo que esta visión
sea capaz de aportarnos para una mejor comprensión de la sexuali
dad humana.
Hemos visto en primer lugar que la sexualidad no constituye
una propiedad necesaria de la vida individual. Es posible concebir,
y de hecho se da, vida sin sexualidad. La sexualidad, por su parte,
cualifica un modo de reproducirse; es decir, la sexualidad, como fe
nómeno, surge en el mundo de la vida, en estrecha ligazón y depen
dencia de la reproducción.
Nos preguntábamos, en tercer lugar, con biólogos y filósofos,
cuál podría ser el sentido del surgimiento de la sexualidad en el
mundo vivo. Y veíamos, junto con ellos, que este sentido dista mu
cho de ser evidente. Examinamos posteriormente cómo la patemi
dad dividida, fragmentada o disociada, propia de la reproducción se
xuada, adopta rápidamente en los seres vivos un carácter, en cierto
sentido de igualdad, y en otro sentido de distinción o complementa
riedad. A saber, que el progenitor macho aporta una parte equivalen
te a la de la hembra en lo que respecta a ldotación genética del
nuevo ser, mientras que su rol en el acto de unión de los gametos es
diferente, como también lo es su participación en el suministro de
nutrientes al nuevo ser en su desarrollo inicial.
Vimos también cómo, en los animales, la unión de los sexos, de
ser un evento pasivo y fortuito, va desplegándose progresivamente
en conducta. Inicialmente una conducta rudimentaria, ligada estre
chamente a estímulos físicamente presentes. Posteriormente una
conducta dependiente de estímulos cada vez más interiorizados y
Raíz biológica de la sexualidad humana 143

por lo tanto más independiente o independizable de estímulos físi


cos actuales.
Sin pretender agotar el marco de conclusiones posibles, nos pa
rece importante expresar dos consideraciones.
Existe, en primer lugar, una cierta tendencia contemporánea,
que podríamos llamar hipersexualizante, que tiende a menospreciar
o desestimar todo aquello de la vida humana que no sea posible re
ducir de una manera u otra a una cuestión de sexualidad. Ya la rea
lidad biológica, mucho antes que la realidad espiritual, nos muestra
lo poco fundadas que resultan estas apreciaciones. El dominio de la
vida no es coextensivo con el dominio de la sexualidad. En efecto,
hay muchas más cosas bajo el sol de la vida que la sexualidad. Por
lo pronto nuestro mundo pudo prescindir de ella por más de 2.000
millones de años, y todavía no contamos con argumentos definitivos
para convencemos de que esta situación no podía perpetuarse, sin
sacrificar por ello la individualización y autonomización progresiva
de los seres vivos.
No obstante lo anterior, y si es cierto --<::omo hemos sugerido-
que desde el punto de vista antropológico es dable pensar que la se
xualidad existe últimamente en la Naturaleza en vistas del ser huma
no, debemos aceptar a la vez que la sexualidad humana trasciende
con mucho la pura dimensión biológica. Esto querría decir que aun
hasta en los niveles más propiamente personales de la existencia hu
mana, existiría siempruna referencia aunque sea remota a la sexua
lidad. Casi no hace falta decir que éste ha sido un tema recurrente de
la antropología filosófica y de la antropología teológica de nuestro
siglo, en el cual sin embargo se hace necesario todavía profundizar
mucho más.
En segundo lugar, desde la perspectiva biológica aparece
como desprovisto de fundamento un tratamiento de la sexualidad
que ex cluya toda referencia, ya sea inmediata o remota, a la
reproducción. Es cierto, como hemos dicho, que, en el ser humano,
una parte de la compleja conducta sexual tiende a independizarse
de los elementos más puramente biológicos o perceptivos
inmediatos. Esto es, por lo
demás, lo que permite que una buena parte de la conducta sexual
' humana sea una conducta libre y, en consecuencia, gobernada o go
bernable por la razón. Sin embargo, nunca en el hombre la conduc
ta sexuals
144 Elviviente humano

aspectos cognitivos y emocionales más enraizados en la biología y


de los aspectos biológicos propiamente tal, ya que son los que le dan
su sentido último, su inteligibilidad o su razón de ser. Desligar ra
cionalmente la sexualidad de la reproducción equivaldría a plantear
la existencia positiva de una actividad incomprensible. El placer se
xual existe por y para la reproducción, del mismo modo que el pla
cer del gusto existe por y para la alimentación, y esto sigue siendo
real aún cuando desde el punto de vista biológico fáctico no todo
placer sexual está de hecho asociado a un acto generativo ni toda ac
tivación del gusto está necesariamente asociada a un acto de alimen
tación.
Por esta razón, estas tendencias ideológicas que suelen propiciar
una espontaneidad supuestamente «natural» de las emociones y de
los impulsos sexuales, independizados de toda referencia a la repro
ducción, terminan frecuentemente, y casi sin darse cuenta, volvién
dose contra la misma naturaleza que dicen promover, para negarla,
suprimirla o mutilarla. El gran misterio, a la vez que el gran desafío
del ser humano, es que éste recapitula en su único ser todos los es
tadios previos del desarrollo biológico, psicológico y espiritual, asu
miéndolos e integrándolos en una síntesis superior, sin negar ni re
nunciar a ninguno de los estadios ya adquiridos. El hombre es vivo,
animal y libre, a la vez, y en una única e indisoluble unidad. Renun
ciar a alguna de esas dimensiones es simplemente renunciar a ser
hombre.
Capítulo IV
El comportamiento sexual humano

l. INTRODUCCIÓN

En las páginas precedentes hemos examinado algunos aspectos


del complejo y vasto tema de la sexualidad. Dado que el fenómeno
de la sexualidad abarca no sólo al ser humano, sino también a una
gran parte de los seres vivos, decidimos comenzar nuestro estudio
por aquello que la sexualidad tiene de común en todos ellos, para
luego ver cómo esta realidad común se va diversificando, a medida
que los seres vivos se complican y se perfeccionan.
Constatamos así que la sexualidad irrumpe por primera vez en la
realidad natural calificando a un modo particular de reproducirse. Vi
mos posteriormente cómo, en el orden de la vida animal, el fenóme
no biológico de la unión de gametos complementarios se «despliega»
en comportamiento sexual que, como comportamiento animal que
es, suponetres realidades nuevas: el conocimiento, la afectividad y el
auto-desplazamiento orientado. En el plano más elemental, la afecti
vidad animal tiene como manifestaciones más evidentes el placer y
el dolor pero, a medida que las capacidades cognoscitivas y afectivas
se hacen más complejas aparece toda una variada gama de afectos,
de tonalidad positiva y negativa, que no son sino realizaciones ana
lógicas cada vez más complejas de esos dos afectos primarios.
Ya en el plano animal, sobre todo en las aves y mamíferos, se
percibe que la reproducción, de hecho meramente pasivo -y
lama-
146 El viviente humano

yor parte de las veces ajeno en gran medida a la participación de los


progenitores -se va transformando, por medio del comportamien
to sexual, en una conducta concertada y cada vez más interiorizada,
compleja y extendida en el espacio y en el tiempo. Podría decirse,
desde un punto de vista puramente descriptivo, que el comporta
miento sexual orientado a la preservación de la especie adquiere
cada vez más las características de una actividad cooperativa o con
certada. En ese nivel, tanto la elección de pareja, como el desenca
denamiento del cortejo, el apareamiento, la construcción del nido, la
alimentación, la protección y la «educación» de la prole, y otras tan
tas conductas, se encuentran condicionadas y moduladas tanto por
elementos externos de orden ambiental, como también por elemen
tos internos de orden fisiológico e instintivo.
En lo que se refiere al ser humano, nos corresponde en este mo
mento examinar con más detalle cuáles son los elementos nuevos
que se agregan a los ya constatados en los primeros niveles de la
vida, y descubrir cómo se articulan entre ellos.

2. EL COMPORTAMIENTO SEXUAL PROPIAMENTE HUMANO

Ya hemos examinado, en otro capítulo, la posibilidad que tiene


el hombre de gobernar libremente su comportamiento. En ese mo
mento vimos también que esta posibilidad de libertad era una posi
bilidad de libertad humana (y no angélica), es decir, sometida a li
mitaciones y condicionamientos. En ese sentido, podemos decir
que, en el hombre, los espacios de libertad, tanto interior como
ex terior, más que venir dados, se conquistan. Es decir, que en la
medi da que el individuo reconozca, tanto sus condicionamientos y
limi taciones, como también sus potencialidades, tiene
posibilidades de crecer en términos de gobierno libre de sus
·acciones, por medio de la reflexión y de la actualización de sus
potencialidades en la adqui sición de hábitos 1• Ciertamente que la
persona humana recibe la li-

l. No utilizamos el término «hábito» en su acepción más inmediata de condi


cionamiento, adiestramiento o acostumbramiento, sino en un sentido más elabora
do de disposición adquirida adecuada o inadecuada por relación a la naturaleza del
sujeto, en el orden del ser o del actuar. En concreto nos estamos refiriendo en este
El comportamiento sexual humano 147

bertad junto con su naturaleza, en la medida en que siendo inteligen


te es necesariamente libre 2• Pero no es menos cierto que la persona
humana recién concebida recibe solamente esta libertad en términos
virtuales o en cuanto a su raíz. La actualización de esa libertad se va
logrando sólo de modo progresivo y lento, en función de la madura
ción biológica, psicológica y espiritual del individuo.
Pero, si bien es cierto que la libertad debe ser conquistada, y a
veces a duro precio, no es menos cierto que la libertad, entendida en
el sentido de libre elección, no puede ser conceptualizada -en la
vida del hombre -como una meta final, sino más bien o como un
fin intermediario, o como algo conducente a una meta final. Es de
cir, en nuestra vida no elegimos para elegir, sino para lograr algo por
medio de esta elección. Lo que en definitiva buscamos al elegir pue
de ser enunciado en términos muy generales como nuestra plena re
alización como personas 3 o en expresión clásica, la vida lograda. La
libertad de elección, en definitiva, no tiene verdadero significado
humano sino en la medida en que se encuentra al servicio de una li
bertad terminal, a la que Jacques Maritain designa con palabras ex
presivas: libertad de desenvolvimiento o de exultación 4•
El primer paso, entonces, en la vivencia propiamente y plena
mente humana de la sexualidad, lo constituye el conquistar la posi
bilidad de gobernar libremente la integridad del comportamiento se
xual. Pero, ¿es esto posible? O mejor ¿hasta qué punto esto es
posible? Si nuestra respuesta a la posibilidad del gobierno libre de la
conducta sexual es positiva, tendremos que responder en una segun
da instancia a la cuestión acerca del qué hacer con esa libertad.

caso a hábitos adecuados (virtudes) o inadecuados (vicios) cuyo sujeto principal es


la voluntad.
2. En un capítulo anterior hemos justificado someramente esta necesaria vin
culación.
3. Expresión que no es la expresión de una finalidad egoísta ya que ninguna
realización personal es verdaderamente humana si no contempla como parte
inte
grante la realización de los demás.
4. MARITAIN, J., «Du régime temporel et de la liberté», en Oeuvres Completes
V, Universitaires/Saint Paul (Fribourg/Paris), 1982, pp. 325-387.
148 EL viviente humano

3. BIOLOGÍA Y COMPORTAMIENTO SEXUAL HUMANO

En el plano de los fenómenos propiamente vegetativos o bioló


gicos de la sexualidad, esto es, en el nivel fisiológico, la posibilidad
de un gobierno libre desde el origen mismo de las acciones se en
cuentra en nosotros extremadamente reducida 5• En el fondo, aparte
de conocer lo más posible el funcionamiento de estos procesos fisio
lógicos, ese gobierno se limita sólo a dos órdenes de acciones posi
bles.
Un primer orden de acciones tiene que ver con interferir a través
de medios físicos o químicos con el funcionamiento de estos proce
sos, lo cual es posible hoy en día por medio de múltiples procedi
mientos quirúrgicos y de una gran variedad de fármacos y otras sus
tancias con acciones de tipo hormonal. Esta interferencia puede ser
positiva, esto es, orientada a recuperar el funcionamiento normal de
estos procesos cuando se encuentran patológicamente alterados, o
negativa, esto es, desreglando o impidiendo el funcionamiento nor
mal de estos procesos, lo que equivale a alterar su funcionamiento
o, en sentido lato, a enfermarlos 6 • El sentido positivo de esta
acción interventora corresponde específicamente a la acción de la
técnica médica, en el ámbito de la reproducción humana. El sentido
negati vo o de interferencia se constata por ejemplo en la
anticoncepción, en la cual se interfiere físicamente o
químicamente para impedir el normal desynvolvimiento de los
procesos fisiológicos. Este tipo de

5. No siendo actos que surgen desde una capacidad de apetito libre como es la
voluntad, sino desde una facultad de tipo vegetativo, con acciones predeterminadas
y por lo tanto muy limitadamente «plásticas», estos actos no se encuentran bajo el
gobierno libre directo del sujeto o -por utilizar una imagen -«desde el interior»
mismo de la facultad; esto último es sólo prerrogativa de la voluntad. Lo anterior
no quiere decir que el actuar propiamente espiritual del sujeto no pueda de algún
modo repercutir en el accionar vegetativo, en razón de encontrarse ambos tipos de
potencias -vegetativas y espirituales -enraizadas en un mismo sujeto. De este
modo es posible vislumbrar una cierta «repercusión» posible de la vida espiritual
en la salud corporal. Ciertamente que esta posible «repercusión» requerirá la me
diación de las potencias sensitivas, cuya interacción con las potencias propiamente
espirituales resulta más que evidente a la experiencia.
6. Cf. SERANI,A., «Aspectos éticos en la regulación de la fertilidad», en LA
VADOS M. y SERANI,A., Ética Clínica (fundamentos y aplicaciones), Ediciones Uni
versidad Católica de Chile (Santiago de Chile), 1994.
El comportamiento sexual 149
humano
-- --- ---------- -- -- ----

intervención «desreglante» no forma parte de las acciones que nor


malmente le corresponden a la Medicina, aunque en casos excepcio
nales pueda también verse obligada a recurrir a ellas 7 •
Un segundo género posible de acciones en este plano está dado
por la influencia indirecta que pueden tener las conductas libremen
te gobernadas sobre los procesos fisiológicos. En este sentido, el
buen conocimiento de la propia biología de la reproducción puede
permitir a la persona comportarse libremente, teniendo plena con
ciencia del estado actual de sus procesos biológicos reproductivos.
Este conocimiento le permitirá implementar las condiciones adecua
das para su operación, cuando libremente lo resuelva, respetando su
funcionamiento espontáneo. Éste es, por ejemplo, el tipo de gobier
no libre de los procesos biológicos reproductivos que se pone en
práctica en la llamada regulación natural de la fertilidad 8• Por otra
parte, este mismo conocimiento posibilitará también a su poseedor
el no realizar acciones que conduzcan o expongan al deterioro de es
tas estructuras y procesos involucrados en la generación. Se puede
citar aqut como ejemplo, todo lo que se refiere a la prevención de
las enfermedades venéreas.

4. EL COMPORTAMIENTO SEXUAL DEL ANIMAL HUMANO

Examinaremos en este apartado dos planos: el plano de las con


ductas evocadas o elicitadas y el plano de las conductas instintivas
o filogenéticamente condicionadas.
En el primer nivel nos referimos a todo tipo de afectos o emocio
nes evocados en el sujeto humano por la percepción sensible, ya sea
ésta la percepción directa, la imaginación o la memoria. El tipo de
emociones eróticas que experimente un sujeto frente a la percepción
sensible, sea ésta predominantemente visual, táctil, olfativa o auditi-

7. Situaciones a las cuales se aplica el llamado «principio de totalidad», que


. afirma que para salvar la vida del todo puede recurrirse al sacrificio de la parte. Este
principio no se aplica para el caso de la contracepción pero sí puede ser válido para
otras intervenciones sobre la fisiología reproductiva masculina o femenina, como
por ejemplo la castración masculina o femenina en presencia de un cáncer depen
diente de hormonas.
8. Tipo de gobierno libre indirecto o extrínseco, como ya hemos mencionado.
150 El viviente humano

va, no depende, en primera instancia, de la voluntad propia. Estas


emociones son evocadas o «disparadas» por la percepción, y experi
mentadas, sin posibilidad directa de aumentarlas o disminuirlas. Ade
más, el umbral de evocación y la intensidad de la experiencia también
se pueden encontrar modificados por factores directamente ajenos a la
voluntad, como pueden ser un determinado estado hormonal, la fati
ga, la enfermedad, el grado de excitación previa, etc. Sabemos ade
más que buena parte, si no todas las experiencias eróticas podrían ser
evocadas, en principio, en estados fisiológicos o patológicos, con in
dependencia completa de la voluntad. Ejemplo de lo primero podrían
ser las experiencias eróticas que ocurren durante el sueño. Ejemplo de
lo segundo son los raros casos de crisis epilépticas que involucran
emociones y contenidos cognitivos de tipo sexual.
¿En qué medida la vivencia de estos afectos o emociones se en
cuentra o puede encontrarse bajo el dominio del gobierno libre de la
persona? Aquí se trata nuevamente de un gobierno indirecto, pero
más próximo que en el caso anterior. En los procesos biológicos que
examinamos anteriormente, éstos tienen una dinámica endógena de
funcionamiento, sólo parcialmente influenciable por eventos exter
nos: estaciones del año, señales de control provenientes del sistema
nervioso, etc., a diferencia de lo que ocurre en el campo de la vida
afectiva sensible, que es enormemente dependiente de los estímulos
cognitivos que recibe el sujeto.
En la medida en que el sujeto, mediante su conducta libre, tiene
la posibilidad de decidir acerca ·del tipo de estímulos perceptivos a
los que se va a exponer, el tipo de emociones que experimente se en
cuentran bajo su dominio, y por ende, bajo su responsabilidad. Pue
de ser que alguien no pueda evitar excitarse sexualmente frente a
ciertas percepciones, y en ese sentido podemos decir que no es libre,
pero podría estar en el poder de su libertad el no estar expuesto a
esas percepciones. Las conductas que se desencadenen o que se fa
ciliten bajo estos estados afectivos estarán entonces en el ámbito de
su responsabilidad, en la misma medida en que se tuvo dominio y
responsabilidad a<;;ercadel tipo de percepciones recibidas 9•

9. A esto se refiere la moral clásica cuando afirma que las pasiones o emocio
nes no poseen en sí mismas moralidad, es decir, no son ni buenas ni· malas en el
sentido moral, sino que se transforman en buenas o malas ep. la medida en que se
El comportamiento sexual humano 151
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-
-

Un segundo nivel, en el cual corresponde preguntarse acerca de


las posibilidades de gobierno libre del propio comportamiento se
xual, es el relativo a las conductas instintivas o --en el decir de los
etólogos -a los patrones de comportamiento filogenéticamente ad
quiridos. Estos patrones de conducta han sido descritos y analizados
en profundidad en los animales desde el punto de vista empírico por
diversos autores en este siglo, en particular por Konrad Lorenz y sus
discípulos. A partir de estos estudios se ha generado un gran interés
por determinar la existencia de patrones semejantes en seres huma
nos. El pionero en este tipo de estudios es el discípulo de Lorenz,
Irenaus Eibl-Eibesfeldt 10•
En términos muy generales, nos parece que los trabajos de los
etólogos contemporáneos confirman, por una parte, las conviccio
nes del sentido común: la conducta sexual humana se encuentra fun
damentalmente determinada por regulaciones de orden cultural (en
el sentido de control libre y adquirido). Sin embargo, estos estudios
muestran también que, en el origen de muchas conductas humanas,
se encuentran determinismos biológicos, que luego son asumidos o
modificados sea biológicamente, sea culturalmente. Ejemplos de
esto serían el juntar las bocas en el beso como expresión de afecto
erótico, la tendencia a realizar cierto tipo de caricias, homólogas a
las que practican los primates, las maneras de llamar la atención del
sujeto en el que se tiene interés erótico, etc. Conductas éstas que,
desde el punto de vista externo, se dan de modo muy semejante en
los animales y en el hombre, pero que en este último adquiere, ade
más de las significaciones biológicas, otras significaciones específi
camente humanas que vienen condicionadas por el desarrollo y la
historia personal y por la cultura a la cual se pertenece. A estos cam
bios de significación, cuando ocurren en el ámbito de determinis
mos fijos, los etólogos los denominan «ritualizaciones». Por ejem
plo, el juntar las bocas en el beso humano podría venir de una
ritualización de una conducta de alimentación presente en algunos
primates no homínidos en los cuales éstos se intercambian alimen-

encuentren bajo el dominio de la voluntad. Es decir, no son buenas o malas «per


se», sino sólo «por participación».
10. EIBL-EIBESFELDT, l., «Human ethology: concepts and implications for the
sciences of.man», Behav & Brain Sciences 2 (l) (1979), pp. 1-57.
152 El viviente humano

tos de boca a boca. En un comienzo la conducta podría haber estado


restringida a un puro intercambio alimenticio, en una segunda etapa
podrían haberse agregado funciones de apaciguamiento en momen
tos previos a la cópula y finalmente el elemento efectivo de alimen
tación desaparece, permanenciendo sólo su remedo o ritualización.
Por encima de esta progresión, que para los etólogos ocurriría en el
plano puro de los determinismos conductuales, es fácil comprender
que puedan agregarse significaciones convencionales culturalmente
adquiridas que hacen aún más complejas las conductas, en las que
se entrelazan elementos determinísticos con componentes de libre
determinación por el grupo o por el individuo. Estos estudios permi
ten en muchos casos encontrar una explicación al por qué se esco
gen algunas conductas y no otras para expresar ciertos afectos, y por
qué coinciden en sus rasgos generales en culturas ,muy distintas.
También permiten comprender una cierta variabilidad de gestos que
mantienen sin embargo una misma función.
Con base en estas y otras observaciones, diversos autores moder
nos, en particular el antropólogo Arnold Gehlen 11,han hecho notar que
el ser humano no posee propiamente instintos, sino más bien pulsio
nes. Es decir, una suerte de conductas incoadas, pero cuya realización
acabada no se encuentra filogenéticamente determinada, sino que co
rresponde a la cultura determinarla. Esto hace del hombre aislado un
ser extremadamente vulnerable, porque, a diferencia del animal, el ser
humano no sabe de modo innato cómo alimentarse correctamente,
cómo protegerse de las inclemencias climáticas ni de las amenazas,
cómo acercarse correctamente al sujeto del sexo opuesto, etc.
Ahora bien, es justamente esta indigencia y esta vulnerabilidad
del hombre aislado la que constituye su mayor potencialidad al estar
integrado en sociedad. En efecto, si la conducta alimentaria, de co
bijo o de reproducción, se encontrara en el ser humano rígidamente
predeterminada, no permitiría la variadísima expresión que tienen
estas conductas, no sólo de cultura a cultura, sino más aún, de indi
viduo a individuo 12• El por qué esta aparente indigencia de la con-

11. GEHLEN, A., El hombre, Ed. Sígueme (Salamanca), 1980.


12. Una forma de concebir lo que podría ser la existencia de un ser libre «atra
pado» dentro de sus instintos la podemos tener a partir de lo que le ocurre a los en
fermos que padecen un trastorno obsesivo compulsivo, que viven con extrema an-
El comportamiento sexual humano 153

ducta humana es en realidad una potencialidad puede comprenderse


si se compara con lo que análogamente ocurre con la mano humana.
Como ya hacía observar Aristóteles, la mano humana puede ser a la
vez aleta, pezuña y garra porque no es, ni aleta, ni pezuña, ni garra.
De modo análogo, Jéróme Lejeune hacía notar que el huevo fecun
dado podría no ser la célula menos especializada como se suele afir
mar, sino la más especializada de todas porque no existe ninguna
otra que tenga tal potencialidad. Es, entre otras cosas, el único mo
mento en que los seres humanos somos organismos unicelulares.
Con estos antecedentes, podemos decir que la mayor parte de
las conductas humanas no sólo pueden ser culturalmente determina
das sino más aún, deben ser culturalmente determinadas. Desde esta
perspectiva se comprende mejor la expresión clásica que afirma que
el hombre es un animal político por naturaleza. Bicho de otro modo,
debe entenderse que está en la naturaleza de buena parte de los com
portamientos humanos el ser libremente determinables. Cuán libre y
conscientemente se da en cada individuo particular esta determina
ción de sus conductas es un problema interesante y complejo en el
cual no nos podemos, en este instante, detener. Digamos, por lo
pronto, que el tomar conciencia progresiva, discriminar, asumir, per
feccionar, modificar o rechazar las determinaciones comportamen
tales culturalmente adquiridas, forma parte de la tarea de madura
ción que toda persona está llamada a realizar.
Cualquiera que haya intentado aventurarse en esta tarea deberá
conceder que este proceso de maduración, junto con ser fascinante,
no está libre de penurias. Sin embargo, deberá reconocerse también
que éste es el único camino por medio del cual una cultura puede
llegar a progresar como cultura.

5. EL COMPORTAMIENTO SEXUAL DEL ANIMAL HUMANO


EN TANTO QUE PERSONA

Hemos examinado hasta el momento en qué sentido y hasta qué


punto podemos hablar de un gobierno libre de la conducta sexual

gustia la imposibilidad de liberarse de sus rituales. El vocablo ritual tiene aquí en


psicopatología un sentido un tanto diferente al que le dan los etólogos.
154 El viviente humano

humana, en el plano de la vida vegetativa-humana y de la vida ani


mal-humana. Nuestras conclusiones han sido que es posible conce
bir una cierta regulación voluntaria del comportamiento sexual en
estos planos, aunque ciertamente esta regulación es la mayor parte
de las veces limitada e indirecta. Corresponde en este momento exa
minar el problema del gobierno libre de la vida sexual humana, en
el orden de la actividad propia y directamente voluntaria. Ahora
bien, dado que, como hemos dicho, la voluntad no posee ninguna
regulación propia, salvo la de tender hacia el bien integral del suje
to, situarnos en el plano de la regulación voluntaria y libre del com
portamiento sexual equivale al examen de la regulación racional de
este comportamiento, ya que es justamente la razón la que propone
sus orientaciones a la voluntad 13 • Pero, ¿basada en qué podría la ra
zón pretender regular el comportamiento sexual humano?
La capacidad racional, inteligencia o razón humana, puede ser
definida como una ordenación o inclinación a la verdad. La inteli
gencia tiende a la verdad como a su plenitud, para buscarla cuando
no la posee y para reposar en ella cuando la encuentra. Entonces, el
criterio que utiliza la razón para orientar el actuar del hombre, tanto
en el ámbito de la sexualidad como en cualquier otro ámbito, no
puede ser otro sino el de la verdad de esa realidad y de esa acción.
Cabe entonces preguntarse, cuál es la «verdad» para el hombre en el
plano del comportamiento sexual.

5.1. La verdad del hombre como ser personal

El primer elemento a considerar es que la subjetividad o indivi


dualidad reviste características singulares en el hombre. Tan singu
lares y únicas que decimos que el sujeto humano, más que mero in
dividuo, es persona. ¿Qué queremos decir con que el hombre es
persona? En el plano de la acción queremos decir que es libre, y que
las determinaciones que ese individuo ha recibido en el curso de su

13. Debe tomarse nota del uso sólo aproximado del lenguaje. En estricto rigor
debe decirse que el sujeto por su razón se propone a sí mismo un bien deseable en
tanto que talpor su voluntad. Se ve a través de este ejemplo que el uso permanente
de un lenguaje formal haría de la lectura filosófica -ya árida de por.sí -un
ejer cicio inútilmente tedioso.
El comportamiento sexual humano 155

historia son el fruto de su propia historia de auto-determinaciones.


La persona libre se tiene a su propio cargo y se auto-construye. La
vida personal, en ese sentido, es irrepetible, y el propio sujeto, fren
te a su vida, irreemplazable. Repugna, en consecuencia, a la perso
na, el ser instrumentalizada para fines que ella misma no ha acepta
do y no se ha dado. La persona está llamada a ser sujeto y no objeto
de aquello que le incumbe.
En el plano ontológico, el actuar personal supone un sujeto ca
paz de generar un actuar de esa naturaleza; es decir, un actuar que
no se encuentra predeterminado sino que el propio sujeto lo autode
termina desde sí mismo. Este hecho tan evidente y común, y a la vez
tan sorprendente dada nuestra familiaridad con el universo de los
determinismos rígidos, es otro signo más que revela la naturaleza
particular de la mente humana en general y de la voluntad humana
en particular, tal como lo hemos examinado en capítulos preceden
tes. La estrechísima interacción entre la inteligencia y la voluntad
humana, desde donde se origina el actuar libre, revelan, en conse
cuencia, el hontanar inmaterial no sólo de las facultades desde don
de surge el actuar personal, sino la radical subsistencia inmaterial de
la persona, fundamento último de su dignidad ontológica. Es, en
efecto, la revelación de la naturaleza última del sujeto personal y no
sólo la experiencia subjetiva de la libertad, lo que permite vislum
brar la superioridad sin parangón de la persona humana por encima
de todos los otros seres de la naturaleza. Cada ser humano realiza
una subsistencia espiritual o inmaterial que lo distingue de todo el
resto del universo corpóreo. La insistencia, en capítulos previos,
acerca de la estrecha solidaridad de las dimensiones inorgánicas y
orgánicas del ser humano con las equivalentes del universo físico no
deben hacemos perder de vista que esa solidaridad se lleva a cabo
desde un tipo de subsistencia que, estando en estrecha ligazón con
ellas, en defmitiva las supera.

5.2. Exigencias antropológicas y éticas


de una sexualidad personalizada

La primera y generalísima conclusión ética que se obtiene a par


tir de esta consideración antropológica es que la persona
humana
156 El viviente humano

está llamada a ser sujeto de su propio comportamiento sexual, y no


objeto del comportamiento sexual de otro. Lo anterior no sólo signi
fica que el ser humano, como sujeto libre que es, debe intentar rea
lizar libremente sus actos, sino que además, y mucho más profunda
mente, que repugna a la persona --en éste ámbito de realidades -el
transformarse para otro en objeto. De este modo, si bien es cierto
que desde la perspectiva puramente biológica, una mujer puede ser
vista por un varón, y un varón por una mujer, como un mero repro
ductor, o también, desde la perspectiva animal, como un macho o
una hembra para satisfacer sus instintos, es claro que una mujer no
puede ser para un varón un puro objeto reproductor o un puro obje
to de satisfacción de sus apetitos sensibles. Y esto porque un varón
y una mujer son, el uno para el otro mucho más que eso.
La razón de fondo que sustenta estas afirmaciones éticas es lisa
y llanamente la evidencia de corte ontológico: las cosas son lo que
son y no pueden ser tomadas por lo que no· son. La afirmación ética
de que los amantes no pueden considerarse el uno al otro como
mero objeto de placer o como mero objeto reproductor deriva sim
plemente del hecho trivial de que no son eso, o no son solamente
eso. Y, por lo tanto, no pueden ser tomados por lo que no son. Vivir
con las cosas relacionándose con ellas de tal modo que se las tome
por lo que no son es vivir una ficción. Y vivir una ficción es a la cor
ta o a la larga tremendamente peligroso. Por mucho que se quiera to
mar un molino de viento por un gigante, un molino de viento es un
molino de vient o...
Alguien podría objetar que todo cambia si ambos sujetos libres
están de acuerdo en entregarse el uno al otro en calidad de objetos.
En realidad el problema de fondo es el mismo; consentir
entregarse a otro en calidad de puro objeto es vivir una ficción con
respecto a sí mismo. Y, ya lo hemos visto, no es sano vivir de
ficciones.
Avanzando en esta línea de razonamiento que hemos llevado
podemos decir, en síntesis, que lo «bueno» desde el punto de vista
ético es tomar las cosas por lo que realmente son, las cosas por las
cosas y las personas por las personas. Dicho de otro modo, lo moral
es lo real y lo real es lo moral. Si queremos saber entonces con más
detalle qué es lo ético o lo moral en el campo de la sexualidad, ten
dremos que averiguar entonces qué es lo real por relación a la per-
. sona humana en este género de materias.
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El comportamiento sexual humano 157
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5.3. Una sexualidad entre personas

Hemos visto en términos generales lo que la relación entre per


sonas humanas no es y, en consecuencia, lo que la sexualidad huma
na no está llamada a ser. Debemos preguntamos ahora en términos
un poco más específicos, qué es lo que es y qué es a lo que verdade
ramente está llamada. En primer lugar, debemos considerar algo
bastante obvio; que la sexualidad involucra a dos personas de distin
to sexo. En ese sentido, y dada la naturaleza de la persona, no pode
mos enfrentamos a la sexualidad sino como algo que dos personas
realizan de común acuerdo y, en ese sentido, un análisis serio debe
examinar qué puede ser la sexualidad en tanto que proyecto o tarea
común entre dos personas. Si afrontamos la sexualidad desde esta
perspectiva, la pregunta surge inmediatamente: si la sexualidad es
una tarea o proyecto común, ¿para qué es?
La respuesta debe buscarse, como hemos dicho, en la naturale
za integral de la sexualidad como realidad. Ahora bien, la sexuali
dad y su ejercicio se encuentran, por naturaleza, ligados (entre otras
cosas) a la reproducción, es decir, a la generación, manutención,
protección y educación de la prole. Esto no quiere decir que todo
acto con sentido sexual esté necesariamente ligado de jacto a la re
producción. Ya lo hemos visto, en el plano de la acción voluntaria,
la orientación de los actos libres no es necesaria, sino que viene de
terminada por la razón. Además, existen actos con connotación se
xual cuya cercanía con la acción efectivamente generadora es toda
vía muy remota. Lo único que queremos decir es que, sin la realidad
o necesidad de la reproducción, la sexualidad simplemente no exis
tiría.
Si se trata de un proyecto de ejercer la sexualidad en común, se
xualidad que supone como una de sus dimensiones constitutivas la
generación de nuevos seres humanos, ¿cuál sería el tipo de compro
miso entre personas que conviene a este proyecto? El modo de rela
cionarse de una persona con otra es extremadamente variable, y su
exigencia en el plano antropológico y ético depende, en buena me
dida, del tipo de proyecto al que uno se compromete. El modo de re
lacionarse depende también del tipo de afecto que se genera entre
dos personas, ya sea que éstos afectos surjan espontáneamente, en el
plano de la afectividad sensible, o que sean asumidos libremente,
en el plano de la afectividad voluntaria.
158 El viviente humano
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Es obvio que, en el plano de la sexualidad, se requiere en primer


lugar, la existencia de un afecto espontáneo y no libremente decidi
do entre dos personas. Es justamente a partir de esa atracción mutua
y espontánea que se planteará la pregunta acerca de si construir o no
una relación libremente asumida en tomo a una tarea común ligada
al ejercicio de la sexualidad. Tarea que, por lo que hemos visto, aso
ciará en principio a otras personas que vendrán a la existencia. Si re
sulta que esa atracción erótica espontánea es, por ejemplo, hacia la
esposa de mi amigo, renunciaré libremente a toda acción que pueda
dar pie a que esa relación progrese en el plano voluntario. Sin em
bargo, si soy soltero y esa atracción se despierta hacia una compa
ñera de curso, podré permitirme explorar si acaso esa atracción mu
tua puede transformarse en algo más que una simple afinidad.
Si suponemos que el caso es este último, podré preguntarme a
continuación cuál es el tipo de relación afectiva a establecer. ¿Un
contrato? Ese parece ser el tipo de relación adecuada cuando se tra
ta de proyectos que tienen que ver con bienes extrínsecos, con co
sas, pero no con personas. Cuando se trata de compartir tareas que
nos involucran como personas, el tipo de afecto voluntario que apa
rece como proporcionado es aquel tipo de afecto que quiere el bien
para el otro, aunque no eil desmedro de mi propio bien, sino en la
medida que el bien del otro comienza a convertirse en mi propio
bien, en virtud de haber consentido libremente a ver en el otro a
«otro yo», un prójimo. Sin embargo, hasta que yo no sepa que este
afecto es correspondido, este afecto inicial no pasa todavía de ser
una consideración benevolente hacia el otro. Cuando la benevolen
cia es correspondida y conocida, hablamos propiamente de amistad.
El afecto amistoso o amor de amistad parece ser el mínimo ni
vel de exigencia en toda relación hombre-mujer q1le se inicia en el
camino de· una relación con significación erótica. En efecto, es
sólo esteJipo de amor el que puede garantizar un mutuo
conocimiento y un mutuo respeto que puedan irse constituyendo
como cimientos só lidos.de un compromiso futuro.
- ¿Qué lugar tiene la actividad propiamente sexual en la relación
hombre-mujer? Nuevamente pensamos ·que la respuesta a esta pre
gunta surge espontáneamente de la naturaleza misma de la
actividad sexuaL La actividad propiamente sexual orienta
defmitivamente aJa pareja en la línea de apertura hacia la
generación de nuevos seres
El comportamiento sexual humano 159

humanos. Iniciar ese camino supone un afecto particularísimo y un


compromiso también especial. Iniciarse en la vía del ejercicio de la
sexualidad, sin la existencia de un amor de amistad específicamente
conyugal, y de un compromiso de fidelidad en ese amor y en las
obligaciones que de él se desprenden, supone no sólo una irrespon
sabilidad, sino además una falta de madurez en lo que se refiere al
crecimiento en el orden del gobierno libre y razonable de la propia
conducta. La actividad específicamente sexual, en ausencia de un
verdadero compromiso conyugal, se presenta a la antropología filo
sófica como una actividad altamente contradictoria e injusta. Se re
alizan los actos de naturaleza generativa, pero no se está dispuesto a
asumir el compromiso de entrega interior que estas acciones supo
nen, y no se considera el eventual daño a terceros, en el caso que esa
acción resulte efectivamente generativa.
A partir de lo anterior, queda claro que la médula en el compro
miso conyugal no se encuentra tanto en el tipo de obligaciones que
se está dispuesto a asumir, como en el tipo de amor que estoy dis
puesto a dar. Laactividad sexual humana, cuya naturaleza objetiva
está orientada a la generación de nuevas vidas, sólo encuentra su
lugar adecuado en el seno de una pareja que unió sus vidas en un
proyecto familiar. Que este proyecto al final se frustra por múlti
ples razones (esterilidad, muerte) no quita nada a aquella realidad
verdaderamente fundante de la comunidad conyugal, que viene
dada por el tipo de amor y el tipo de entrega que se está dispuesto a
intercambiar.
La sexualidad humana, en síntesis, termina superando, a través
de la unidad de vida, posibilitada por el amor conyugal, la división
de la especie en sexos complementarios, división que -por razones
que sólo vislumbramos-la Naturaleza introdujo en el corazón mis-
mo de la vida biológica. -

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