La percepción y juicio
de las personas hacia esas categorías es muy diferente según la cultura, la religión, la familia y
las experiencias personales como interpersonales vividas.
En la mayoría de las sociedades del mundo, hoy en día, el género se divide en dos: femenino y
masculino. Durante la historia del ser humano, crear y determinar roles ha sido parte del
desarrollo civilizado. Según los genitales femeninos y masculinos, se ha diferenciado mujer y
hombre para ejercer roles dentro de los sistemas sociales. Por ejemplo, en el sistema familiar,
en el modelo de la familia nuclear se ha creado el rol de la mujer, que se rige a ocuparse del
área doméstico (criar y cuidar hijxs y hacer tareas de la casa); y el que entendemos como el
otro género, el masculino, tiene el rol del hombre, que se ocupa del aspecto económico y
social (trabajar bajo sueldo y ser el líder y representante de la familia). Estos dos roles de los
dos géneros hegemónicos han sido desarrollados con las bases de un sistema social patriarcal,
que favorece al ser masculino y tiene como principal sumiso al ser femenino.
Algo parecido ocurre con la orientación sexual. Seguimos naciendo entorno a la norma
heterosexual, entendiéndolo como la forma más natural en las prácticas sexuales y amorosas.
Las personas no exclusivamente heterosexuales han sido cuestionadas, perseguidas y
castigadas por considerarlas raras y antinaturales.