Está en la página 1de 2

Auto-esplendor

Emilio del Barco

Todo conduce hacia su propio camino. No admiten otro recambio, ni otra meta que
la propia. Son los todopoderosos administradores de creencias, celosos de sus
poderes atribuidos. Pretendidos regidores de cielos y tierras (por delegación
celeste), cuerpos y espíritus. O, al menos, se conducen como si lo fueran. Han
terminado sublimándose en la quintaesencia de la soberbia. Todo ha de brillar en su
entorno, con fulgores dorados.

Considerándose los máximos representantes de los dioses, se atribuyen cualidades


que corresponderían a una raza supra-humana, más cercana a lo angelical que a lo
terrenal. Una gran parte del ceremonial está destinada a exaltar, más, la figura
del oficiante, en función de lo oficiado, que no sería válido sin su intervención
ceremonial.

Esto sirve para justificar la pompa y el boato usual, que utilizan, efectivamente,
para encandilar voluntades. El efecto psicológico de las ceremonias, coloca a los
oficiantes por encima de las cabezas del pueblo, demostrando su eficacia durante
milenios. No hay motivo alguno para disminuir la pompa de las mismas.
Habiéndose demostrado que, las ceremonias impresionantes, son rentables. Todas
las creencias explotan la belleza tradicional de los actos de afirmación masiva,
para crear el ambiente propicio a la solemnidad. Es el teatro, antes del teatro. ¡Qué
enorme escuela de directores de escena!

Desde las danzas tribales más primitivas, alrededor del fuego, pasando por las
ceremonias mágicas de todas las civilizaciones habidas, el fin de todos estos actos
se considera sagrado. Sea cual fuere la línea de creencias que les sirva de base. El
objeto del protocolo, que ha de respetarse escrupulosamente, para alcanzar el fin
pretendido, es propiciar la intervención de los espíritus superiores, a favor de los
humanos que los honren. Esto siempre implica dádivas a los oficiantes y ofrendas
de sacrificios a los dioses. Que, con regalos por delante, al parecer, se vuelven más
propicios al oferente. Siempre ha sido así. ¡Los pobres de solemnidad deben
tenerlo difícil!

Quienes suelen servirse de las creencias ajenas, para explotarlas como propias,
son, en general, los políticos. Al político no le importa la verdad de los otros. Sólo
pretende hacer valer la suya. Parte de certezas asumidas, que se van adaptando a
las circunstancias.

Cuando los políticos se escudan, además, en credos religiosos, para conseguir o


conservar el poder, entonces participan de la magia mística. Lo que conlleva
prescindir de la lógica, para adaptarse al momento. La ocasión, la oportunidad,
apropiarse y aprovechar el rito y la ceremonia, pasan a ser decisivos. Exprimir el
momento es importante. Vivir la mística, conlleva asumir sus defectos. Se vive
sobre una base etérea: la confianza que el político y sus afirmaciones despierten. Si
logra afianzarse, convirtiéndose en líder carismático, las nubes sobre las que se
asiente, lo llevarán a la cima. En política, se valora más la apariencia, el momento,
la oportunidad. El político es más un artista, que, aunque busque efectividad,
primero ha de hacerse creíble, despertar confianza, para que le permitan llegar a su
fin. Emilio del Barco. 29/09/09. emiliodelbarco@hotmail.es

También podría gustarte