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Sobre “Poesía y voz” de Pedro Salinas

Por Mario Henao

En el ensayo “Poesía y voz”, Pedro Salinas lamenta la costumbre humana de olvidar el pasado y
creer que solo existe el presente “[…] no hay duda de que el hombre se sirve del hoy como del
foco desde el cual representarse” (1405). No obstante, parece que el poeta español cae en el otro
extremo y termina mostrando una imagen en la que no solo todo pasado fue mejor sino en la que
este último es lo realmente verdadero, es decir, lo que debería definir el presente; o mejor, lo que
hace al presente ser un desfase, algo que no se ajusta porque se desplaza de esa verdad anterior.

Para Salinas, la poesía está esencialmente vinculada a la voz, pues la poesía inicia como un canto
que no requiere ningún registro gráfico “Porque la verdad, la pura verdad, es que cualquiera que
tenga trato sumario con la historia conoce que la poesía, antes de prenderse desesperadamente a
la materia, o a la escritura, brota trémula, generosa, sin miedo a pasar, en la voz humana” (1406,
cursiva añadida). A partir de esto, este poeta expresa cierta nostalgia por un pasado pleno, en el
que poesía y habla eran uno solo, a diferencia del presente en donde la poesía ha perdido la voz y
en donde esta última, por lo tanto, ha dejado de ser poética. No deja de extrañar que sea un poeta
el que afirme algo que bien podría pasar por una ingenuidad similar al que frente a una llanura
afirma que la Tierra debe ser plana.

Salinas basa su afirmación en un pequeño recuento histórico que pone como máximos culpables
de esa pérdida de la voz poética a la imprenta y al Renacimiento. Desde mucho antes del
Renacimiento la escritura ya era una práctica, pero solo desde que se puede reproducir es que se
convierte en masiva y usurpa el lugar de la voz, según Salinas. Lo que parece molestarlo es esa
pérdida sonora que daba la voz, pero tal vez esa apariencia nos engañe. La poesía estaba vinculada
a la voz como forma de expresión por su cualidad sonora (algo que también compartía con la épica
y con el drama). Esta condición hacía necesaria la presencia de un cuerpo que fuera dueño de esa
voz; cuando la escritura se vuelve dominante, ese cuerpo ya no parece necesario y desaparece.
Salinas ve en la desaparición del cuerpo la desaparición de la voz, pues sin cuerpo quién podrá
pronunciar las palabras. Pero ese razonamiento no es exacto.

La pérdida de cuerpo no necesariamente significa la pérdida de voz, por el contrario, lo que la


poesía gana al volverse una actividad escrita y no hablada es la potencia vocal, ya no su actualidad
sonora, sino su posibilidad de sonar. Escribir un poema implica la construcción (por lo menos
imaginaria o ficcional) de una voz, lo que pasa es que esa voz es muda. Si bien esta última
afirmación no parece tener sentido habría que pensar en la voz no como en la efectiva articulación
de sonidos por un cuerpo, sino en una energía o potencia que está siempre lista a realizarse pero
que guarda su intensidad en su posibilidad y no en su actualidad. Los poemas son voces potentes
que siempre están gritando a pesar de que no puedan ser oídos.

Salinas menciona el Renacimiento como momento en el que la voz se separa de la poesía porque
se da inicio a la actividad lectora gracias a la imprenta; y porque esa actividad es una
manifestación más de ese proyecto individualista del humanismo. Sin embargo, fue el humanismo
renacentista el que condujo a la creación una de las formas poéticas más preciosas (por precisa) y
potentes (más dadoras de voz al pensamiento, o más dadoras de pensamiento si se piensa en la
definición de Agamben que cita Mladen “la búsqueda de la voz en el lenguaje, eso es lo que
llamamos pensamiento” (21)): el soneto. Garcilaso de la Vega en la poesía española logra una
traducción de una forma italiana que expone el éxito de la voz (del pensamiento) en la poesía y en
el lenguaje. El soneto es una canción, pero una canción para no ser cantada, sino para ser leída
como si se oyera el canto, aunque ese canto sea mudo. En esa canción aparece el sujeto con su voz
pensante. Una voz que piensa en sí misma, la voz de un sujeto que se piensa mientras se canta en
silencio y que, pensando, encuentra una voz.

De esta forma, durante el Renacimiento la poesía fue también fue dueña de la voz solo que logró
separar esa voz del cuerpo orgánico y material. En la introducción al libro Una voz y nada más
Slavov Zizek menciona un episodio de En busca del tiempo perdido en donde Marcel sufre la
experiencia de oír una voz familiar pero sin cuerpo mediante el uso del teléfono. Esa experiencia
es intensa porque señala la usencia de una corporalidad que sostenga la voz, es decir, el habla, o
sea, en palabras de Salinas, la poesía.

Si la poesía no tiene cuerpo, ¿quién la dice? Parece que Salinas no es capaz de aceptar que no la
dice nadie (ningún individuo material), o que la poesía misma es la voz, o que la voz es ya de por sí
poesía por no ser solo sonidos sino su articulación. La ausencia de un cuerpo es de lo que Salinas
se lamenta y no de que la voz haya desaparecido, pues desde que la poesía circula en papel o por
medio de la escritura (sea esta gráfica, fonográfica o digital) ha alzado su voz de forma más
potente, pues ya no está sometida a una sustancia material. Y es tal vez eso lo que aterre, su
potencia circulatoria.

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