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Mario Henao
Una de las frases famosas de Sigmund Freud sobre la mujer es que esta constituye
un continente negro. Negro por ser desconocido e inaccesible a la luz aparente con la que
Esa imposibilidad de acceso a la mujer tal vez se deba a las herramientas que se utilizan
para intentarlo. Muchas de las críticas feministas a la teoría psicoanalítica, y a las teorías
Tal vez, parecen proponer esas críticas, es hora de reconocer que el lenguaje y la
imposible esperar que sea por medio de esas herramientas que se pueda dar cuenta de la
Luce Irigaray publicó un texto muy importante para los estudios feministas en 1977
titulado Ese sexo que no es uno. Según Irigaray, es imposible pensar en la posibilidad de
cuando habla lo hace con una forma masculina y eso impide la expresión de su deseo. En
esto se acerca a la idea que Mulvey tiene sobre la mirada en el cine narrativo y clásico de
Hollywood. Para Mulvey, en su clásico texto “Visual Pleasure and Narrative Cinema”
(1975), el cine crea un tipo de mirada que solo tiene como agente al hombre, es decir, la
mirada siempre es masculina. Esto significa que en la forma misma en la que se construye
una historia en la pantalla ya está incorporada una mirada, que es la del hombre. Así, una
mujer que va al cine lo que hace es ponerse en la posición masculina y no encuentra una
forma de ver que le sea propia. Además, tampoco ve a la mujer, sino que ve un objeto de
placer que es como ella. De esta manera, la mujer aparece ausente de la producción de
que al igual que en el discurso, en el cine la mujer no existe, pues no puede formular su
deseo en ese lenguaje. Solo los hombres son posiciones con posibilidad de expresión y de
ver.
significa que el hombre, por ejemplo, sí puede acceder a su deseo de manera plena.
de una herramienta efectiva a la hora de dar cuenta de su deseo. Sin embargo, una de las
condiciones del deseo es que nunca puede ser dicho, y en eso parece asemejarse a lo que
occidental más que dar cuenta de la ausencia del deseo femenino lo que señala es el
deseo masculino por la representación. Esto significa que el hombre crea una apariencia
que hay es lo real, es decir, lo horroroso por no tener forma visual. La experiencia del
deseo parece en esto ser similar a la del sexo femenino, que es visto por el hombre como
una ausencia. Esa ausencia le hace evidente al hombre que no tiene control ni
conocimiento sobre su deseo, que solo ha generado una forma de disimular su ignorancia.
Por eso para el hombre, el órgano sexual femenino es horroroso, pues es la imagen de lo
que falta y le recuerda que detrás de su aparente solidez lo que hay es una ausencia, es
decir, que él tampoco está seguro de lo que desea.“[…], her sexual organ [of the woman]
desire. A ‘hole’ in its scoptophilic lens. […]. Woman’s genitals are simply absent, masked,
convertido su sexo en el único soporte del placer. El hombre ha creado o construido toda
una serie de estructuras sociales y expresivas con las que aparenta un acceso al placer,
significante. De esta manera, la visión de la que habla Mulvey, por ejemplo, es solo la
Para esto se hace pasar como expresión del deseo lo que solamente es una mediación, es
inaccesible. El cine narrativo, el lenguaje y toda estructura social son confundidas como la
la objetificación de todo lo que produce placer (el placer es disfrutar de un objeto). Esa es
el objeto más preciado para la obtención de ese placer porque debido a esa satisfacción es
masculina).
que el deseo es siempre el producto de una ausencia y, por lo tanto, que la única manera
de acercarse o de señalarlo es por medio de la ficción. Así, toda expresión de deseo es una
construcción aparente y artificial, producto de un sistema, pero que no es más que una
máscara que trata de dar forma a lo que no puede tener forma. El gran problema es que
todas nuestras pulsiones y deseos son todo menos natural, ya que están construidas sobre
una estructura artificial. Los deseos son el producto de la negación de una ausencia, lo que
multiplica al deseo y a la pulsión y nos permite encontrar más formas de satisfacción del
deseo; aunque más bien habría que decir formas de sostenimiento de la metonimia del
De esta forma, Irigaray se acerca a lo que suponía estaba más lejos. El lenguaje no
obliga a los sujetos a creer que saben lo que quieren pero a nunca estar satisfechos, a
desplazar constantemente su deseo. Una mujer nunca está donde se supone está su
deseo, y si actúa como el deseo entonces es el deseo (es decir, se convierte en objeto de
estructura es el hombre. A pesar de esto, no se puede decir que el hombre sea dueño de
su deseo, más bien es dueño de su fantasía en la que cree ciegamente, por lo que no se da
cuenta de que está siendo sometido. De ahí que el feminismo sea una forma de tomar
conciencia (esto tendría que ser profundizado por el psicoanálisis como teoría del
que hablaba Freud y se retorna a la sensación de un lenguaje masculino que solo permite
la negatividad para la mujer. Ella es lo que no sabemos y lo que ella ni siquiera puede
decir. Ahora, decir no garantiza nada concreto, pero sí posibilita una movilidad de la que la
mujer solo es objeto y nunca sujeto. La subjetividad es siempre masculina y las mujeres
para decir su deseo tienen que ubicarse en esa subjetividad. No obstante, el resultado de
ese decir no es la manifestación del deseo, pues el hombre al acceder a las herramientas
de expresión tampoco puede decir su deseo y más bien solo puede señalar su ausencia.
Eso significa que tal vez las mujeres estén en una condición potente, porque tienen la
de una forma de relacionarse con el deseo no mediada por ese terror al vacío, lo que
ignoramos es nuestra propia subjetividad y que eso da cuenta del uso excesivo de la
Bibliografía:
Irigaray, Luce. “This Sex Which Is Not One”. New French Feminisms. Ed. Elaine
Mulvey, Laura. “Visual Pleasure and Narrative Cinema”. Feminism + Film. Ed. E.
Ann Kaplan. Oxford: UOP, 2000. 34-47. (Impreso).
Rubin, Gayle. “The Traffic in Women. Notes in the ‘Political Economy” of Sex”.