Está en la página 1de 32

GRADO 4°

SEGUNDO PERIODO
EJE:
 LA VOCACIÓ N

ESTÁNDARES BÁSICOS
 Relaciona la Historia de Israel con la historia de su pueblo y cultura.
 Relaciona formas de pensar y de vivir de su entorno, con las exigencias de los mandamientos de la ley de
Dios
 Relaciona expresiones del arte y la literatura sagrada con los relatos bíblicos
 Identifica la forma como hoy Dios llama a vivir en alianza con El.

COMPETENCIAS NACIONALES
 Comprender que el llamado de Dios a seguirlo, está presente en la actualidad y tiene representació n en la
biblia en la historia de Israel.

COMPETENCIA COGNOSCITIVA – CONCEPTUAL


 La Biblia y su mensaje
 Maneja capítulos y versículos de la Biblia
 La Historia de la Salvació n en el Antiguo Testamento

COMPETENCIA PROCEDIMENTAL
 Sabe usar correctamente la Biblia y encontrar textos referidos a la vocació n y los acontecimientos centrales
en la historia de Israel en el Antiguo Testamento.
 Explica los acontecimientos centrales de la Historia de Israel.
 Explica las formas a través de las cuales Dios se comunica con su pueblo.
 Justifica la necesidad de aprender y cumplir los mandamientos.
 Distingue la diferencia entre la Biblia sobre otros documentos o libros de cará cter religioso

COMPETENCIA ACTITUDINAL
 Se interesa por leer y conocer má s la Biblia.
 Es creativo en las expresiones literarias con las cuales se refiere a la historia bíblica.
 Justifica su comportamiento en la pertenencia al pueblo de Dios y la vivencia de sus mandamientos.
 Elabora sus propias oraciones como medio para comunicarse con Dios.

INDICADORES DE DESEMPEÑO
 A veces justifica la importancia de actuar bien en sociedad y la compara con lo prescrito por los
mandamientos.
 En ocasiones reconoce en algunos elementos de la biblia, el mensaje a seguir la vocació n del llamado de
Dios.
LA BIBLIA Y SU MENSAJE

El mensaje de la Biblia:

1. Jehová crea a Adá n y Eva y les da la posibilidad de vivir para siempre en el Paraíso.
Sataná s insulta el nombre de Jehová y cuestiona su derecho a gobernar. Adá n y Eva se
unen a la rebelió n del Diablo, condenando así a la humanidad al pecado y la muerte
2. Dios dicta sentencia contra los rebeldes y promete que una Descendencia destruirá a
Sataná s y reparará el dañ o causado por la desobediencia y el pecado
3. Dios promete a Abrahá n y a David que será n antecesores de la Descendencia, el Mesías
que reinará para siempre
4. Jehová anuncia mediante sus profetas que el Mesías acabará con el pecado y la muerte
y será el Rey del Reino de Dios. Con él reinará también un grupo de personas, y juntos
pondrá n fin a las guerras, las enfermedades y la muerte
5. Jehová revela que Jesú s es el Mesías. É l lo envió a la Tierra para que predicara el Reino
de Dios y se sacrificara por la humanidad. Al morir, Jehová le devuelve la vida como ser
espiritual
6. Dios nombra Rey en los cielos a Cristo, y comienzan los ú ltimos días de este mundo.
Jesú s supervisa la proclamació n mundial del Reino de Dios
7. Jehová manda a su Hijo que comience a ejercer su autoridad sobre la Tierra. El Reino
destruye los gobiernos humanos, restablece el Paraíso y devuelve la perfecció n a los
fieles. El derecho de Jehová a gobernar nunca volverá a cuestionarse, y su nombre será
santo y limpio para siempre
ACTIVIDADES COGNOSCITIVAS

1. Qué es la biblia para los cristianos:

2. Cómo se compone la biblia.

3. Qué le habla la biblia a los hombres.

ACTIVIDADES PROCEDIMENTALES

4. Desarrolla la siguiente actividad.


5. Escribe el nombre del texto de la Biblia en las abreviaturas que corresponde y menciona
si pertenece al A.T o N.T.
ACTIVIDADES ACTITUDINALES

5. Realiza la búsqueda de un pasaje de la biblia e ilústralo.

Maneja capítulos y versículos de la Biblia


Cada libro está dividido en capítulos y versículos numerados. La divisió n en capítulos y versículos
facilita y uniforma las citas.

Cuando lees un libro cualquiera, te fijas ante todo en su título. Luego investigas sobre el nombre
del autor. Después abres el libro, repasas el índice de materias y finalmente das un vistazo a las
pá ginas. Y si te interesa la obra, la compras para leerla detenidamente.

Con mayor razó n esto aplica al estudio y reflexió n de la Sagrada Escritura -el libro má s
importante del mundo- cuyo conocimiento y estudio continuaremos proponiendo a través de
estas lecciones.

Es comú n escuchar preguntas como ésta: "¿No conoce algú n librito que me enseñ e a leer la Biblia
y a entenderla sin aburrirme?, es que al llegar al tercer libro me cansé, y habiéndola comprado
con tanta ilusió n, ahora la tengo arrinconada.

Pero oigo decir a los sacerdotes que la Biblia es la Palabra de Dios; que ignorar las Sagradas
Escrituras es ignorar a Cristo y que el tiempo que mejor me va a aprovechar es el que emplee
leyendo la Biblia".

Muchas personas no saben qué hacer ni por dó nde comenzar. Se dedican horas y días enteros a
leer y profundizar en algunos otros libros, pero la Biblia es para muchos un libro olvidado.

Leamos la Sagrada Escritura con fe, con humildad, y sobre todo dentro de la Iglesia Cató lica que
es la encargada por Cristo para interpretar su Palabra.

Mucho cuidado con las sectas que aparentan conocer la Biblia, pero predican verdades de
hombres, inventos agresivos, pero no predican la Palabra de Dios, el mensaje de salvació n, el
camino para salvarse, ya que no está n dentro de la Iglesia que autoriza y confirma esta
predicació n con autoridad apostó lica y divina.

"Está escrito: Abre tu boca a la Palabra de Dios. Tú , á brela. Por É l anhela quien repite sus palabras
y las medita en su interior. Hablemos siempre de É l. Si hablamos de sabiduría. É l es la sabiduría;
si hablamos de virtud, É l es la virtud; si de justicia, É l es la justicia; si de paz, É l es la paz; si de
verdad, É l es la verdad; si de vida, de redenció n... É l es todo eso". (San Ambrosio, obispo).
a. Título
El pueblo de la Biblia no tenía nuestra Biblia, si por eso entendemos el conjunto de 73 libros que
aceptamos los cató licos como inspirados y canó nicos. La colecció n aú n no estaba completa; sin
embargo existían ya algunos conjuntos de libros que ellos consideraban como normativos, sin
que podamos llegar a una precisió n exacta de cuá les eran los que abarcaban.

Los nombres que les daban eran diversos, por ejemplo:

• Libros, Daniel 9, 2.

• Libros Santos, 1 Mac 12, 9; 2 Mac 8, 23.

• Escrituras, Mt 21, 42; Mc 14, 49; Lc 24, 27; Jn 5, 39; Hech 17, 2; Rom 15, 4; 1 Cor 15, 3-4; 2 Pe 3,
16.

• Escritura, 1 Cr 15, 15; 2 Cr 30, 5; Esd 6, 18; Mc 12, 10; Lc 4, 21; Jn 2, 22; Hech 1, 16; 2 Pe 1, 19-
21.

• Santas Escrituras, Rom 1, 2.

• Sagradas Letras (Escrituras), 2 Tim 3, 15.

Antiguamente se le llamaba la Escritura o las Escrituras. En este sentido se expresa Jesú s, por
ejemplo, cuando dice a los saduceos: "Ustedes está n equivocados porque no conocen las
Escrituras" (Mt 22, 29). Y Lucas pone en labios de los dos discípulos de Emaú s esta frase: "¿No es
verdad que el corazó n nos ardía en el pecho cuando Jesú s venía hablando en el camino y
explicando las Escrituras?" (Lc 24, 32). Esta denominació n todavía la usamos hoy.

Después ha venido recibiendo otros nombres, como: Libros Santos, Libros Sagrados, Sagradas
Letras, Palabra de Dios, etc. Actualmente, el nombre má s usual parece ser el de Biblia, Santa
Biblia o Sagrada Biblia, Sagradas Escrituras.

El origen de la expresió n Biblia se remonta, segú n afirman los entendidos, al libro II de los
Macabeos, de texto griego, en que se llama a las Escrituras: Biblia ta agía, (en griego) esto es,
Libros Santos. Usá ndose como se usaba la lengua griega en la primitiva Iglesia, la expresió n ta
Biblia –los libros por excelencia- se hizo denominació n general entre los cristianos.

San Clemente –padre apostó lico, discípulo de San Pablo- fue el primero en llamar a la colecció n
de los libros santos ta Biblia. En el siglo XIII se empezó a emplear en singular femenino latino lo
que antes era solamente plural neutro de la misma lengua, esto es, a decirse Biblia y así fue
adoptá ndose poco a poco por las nacientes lenguas modernas.

Hay quien ve su origen en la antigua ciudad fenicia Biblos, situada en la costa mediterrá nea entre
Trípoli y Beirut y mencionada incluso por dos veces en la Sagrada Escritura (Jos 13, 5; Ez 27, 9),
ciudad que llegó a ser un importante centro comercial y religioso, rico en madera, cobre y papiro.
Pero no parece que exista una verdadera relació n entre ambos aspectos.
El término Biblia, pasó del griego al latín. Y, de éste, a las lenguas modernas. Hoy significa la
colecció n de libros sagrados para los judíos y los cristianos.

b. Manejo de la Biblia
Origen general. Desde muy antiguo, y sobre todo en orden a la lectura litú rgica se vio la necesidad
de dividir el texto sagrado. Hubo diversos sistemas, tanto entre judíos ("Sedarim"; "Perashiyyot";
"Pesuquim"), como entre cristianos (Cfr. "Cá nones eusabiani", de Eusebio de Cesarea [+340] para
dividir los evangelios en 1162 secciones: Mt 355; Mc 233; Lc 342; Jn 232).

Cada libro está dividido en capítulos y versículos numerados. La divisió n en capítulos y versículos
facilita y uniforma las citas. Así es má s fá cil localizar exactamente un texto y tener toda una
misma referencia.

El nombre de cada libro tiene su propia abreviatura; aparece al inicio de las diversas ediciones,
en esta abreviatura la primera letra es mayú scula: Jn, Mt, Mc, Lc, Hech, etc. En cada libro el
nú mero correspondiente al capítulo se coloca después de la abreviatura, esta abreviatura no lleva
un punto.

Por ejemplo, Segundo libro de los Reyes, Capítulo 5 se abrevia en 2 Re 5.

Los capítulos se subdividen en versículos. Y se numeran poniendo una coma después del capítulo.
Así, el Segundo libro de los Reyes, Capítulo 5, versículo 7 se abrevia en: 2 Re 5, 7. los libros con un
solo capítulo só lo numeran los versículos.

Por ejemplo, la Carta a Filemó n, versículo 5, se abrevia en Flm 5.

Los signos de puntuació n tienen otros significados concretos:

• La coma (,) entre dos nú meros indica que el primero se refiere al capítulo y el segundo al
versículo: Mt 5, 7.

• El punto (.) se utiliza para significar "y": Ex 15, 5.9 = É xodo capítulo 15, versículos 5 y 7.

• El punto y coma (;) se utiliza para separar una cita de otra: Lc 5, 6; Jn 3, 4.

c. Origen de la división actual


Esteban Langton, arzobispo de Canterbury, quien había sido gran canciller de la Universidad de
París, hizo la divisió n del Antiguo Testamento y Nuevo Testamento en capítulos sobre el texto
latino de la Vulgata de San Jeró nimo, probablemente hacia el añ o 1226.

De la Vulgata, pasó al texto de la Biblia hebrea, al texto griego del Nuevo Testamento y a la
versió n griega del Antiguo Testamento.

Santos Pagnino (+1541, judío converso, después dominico, originario de Luca, Italia) realizó la
divisió n en versículos de la Biblia hebrea (1528). Había numerado tanto el Antiguo Testamento
como el Nuevo Testamento de la Vulgata; sin embargo, só lo quedó la de los libros de la Biblia
hebrea.
De Roberto Estienne, proviene la actual divisió n en versículos del Nuevo Testamento hecha en
1551. En 1555 hizo la edició n latina de toda la Biblia. Para los versículos del Antiguo Testamento
hebreo, tomó la divisió n hecha por Santos Pagnino. Para los restantes libros del Antiguo
Testamento, elaboró una propia y empleó para el Nuevo Testamento la que pocos añ os antes él
mismo había realizado.

La divisió n en versículos fue introducida por primera vez en el texto hebreo por Sabionetta en
cuanto a los Salmos (añ o 1556) y por Arias Montano en toda la Biblia, como aparece en la edició n
llamada Políglota de Amberes (añ o 1569-1572). La divisió n en capítulos y versículos facilita y
uniforma las citas. Así es má s fá cil localizar exactamente un texto y tener todos una misma
referencia.

En el fondo de la estructura de la Biblia se encuentra la experiencia religiosa de Israel, porque "al


principio... no existía el libro, sino la palabra" (Jn 1, 1). Así como en la Iglesia el fondo es la
revelació n de Dios, es decir, una experiencia extraordinaria de comunió n entre Dios y su pueblo
(Antiguo y Nuevo).

Si queremos entender la estructura de la Palabra de Dios, es importante leer lo que se nos dice en
el célebre pasaje del capítulo 8 de Nehemías: "Entonces todo el pueblo se reunió como un solo
hombre en la plaza que se abre ante la Puerta del Agua, y pidió a Esdras, el letrado, que trajera el
libro de la Ley de Moisés, que Dios había dado a Israel. Era a mediados de septiembre.

En la plaza de la Puerta del Agua, desde el amanecer hasta el mediodía, estuvo leyendo el libro a
los hombres, a las mujeres y a los que tenían uso de razó n. Toda la gente seguía con atenció n la
lectura de la Ley.

Esdras bendijo al Señ or, Dios grande, y todo el pueblo, levantando las manos, respondió : "Amén,
Amén". Después se inclinaron y adoraron al Señ or, rostro en tierra. El gobernador Nehemías, el
sacerdote y letrado Esdras y los levitas que instruían al pueblo, viendo que la gente lloraba al
escuchar la lectura de la Ley, le dijeron: Hoy es un día consagrado al Señ or, vuestro Dios. No
estéis tristes ni lloréis".

El pequeñ o "resto" de Israel, que todavía lleva dentro de sí sangrantes las heridas de la terrible
tragedia nacional que fue su deportació n, se ve en la necesidad de reencontrar las raíces de su
propia historia. Es decir, de recordar o hacer memoria. Esto se produce escuchando "el Libro de
la Ley de Moisés que el Señ or le había dado a Israel" (Neh 8, 1).

Al leer el relato, surgen espontá neamente algunas observaciones:

a) El "libro de Moisés" es la memoria de Israel puesta por escrito. Así, pues, la trayectoria seguida
es: de la "memoria" al libro. El libro sirve para hacer frente a los duros problemas del presente
(Cfr. Neh 8, 8), y orientarse hacia el futuro de Dios. La Escritura nos abarca pasado, presente y
futuro.

b) El libro es el tesoro de una comunidad: ésta es la primera destinataria del mensaje en cuestió n;
Esdras y los levitas só lo son intermediarios. El pueblo responde a este llamado: presta atenció n,
se arrodilla, llora, hace fiesta...
c) La Escritura es el libro del pueblo: surgido de la comunidad y destinado a la comunidad.

 ACTIVIDADES COGNOSCITIVAS
1. Que son los versículos

2. Que son los capítulos

3. De cuantas partes se divide la biblia.

ACTIVIDADES PROCEDIMENTALES
4. Elabora una reflexión de la importancia de conocer la Biblia.

5. Estudia la siguiente tabla.


ACTIVIDADES ACTITUDINALES
6. Busca las anteriores citas, escríbelas e ilústralas.
LA HISTORIA DE LA SALVACIÓN EN EL ANTIGUO TESTAMENTO

– Dios en el Antiguo Testamento (AT) aparece


como un Dios ú nico y trascendente. El Dios de Israel es singular y distinto a todos los demá s
dioses de los pueblos que le rodean. Esta singularidad hace muy conveniente la progresiva
revelació n que Dios hace de sí mismo: la revelació n progresiva de Dios, Uno y Trino.

– La Sagrada Escritura (SE) tiene en la noció n de Alianza, la firme convicció n de que Dios en un
momento determinado elige a Israel como pueblo suyo. La conciencia de esta realidad le
permitirá a Israel comprender e interpretar en clave salvífica los acontecimientos histó ricos que
vive: La Revelació n y la salvació n de los hombres.

– ¿Cuá l es la situació n del hombre ante Dios en la historia de la salvació n? Intentaremos dar una
breve respuesta en: La situació n del hombre ante Dios.

– La visió n de la SE centrada en la historia de la salvació n ha demostrado ser


extraordinariamente fecunda y realista. La exégesis moderna va aceptando cada vez má s que la
Escritura no trata solo de verdades necesarias para la salvació n, sino que trata de unos
acontecimientos histó ricos en los que se manifiesta la acció n salvífica de Dios: Dios se revela en la
Historia, mediante hechos y palabras.

– El momento cumbre en esta historia de la salvació n acaece con Jesucristo. Efectivamente, a la


pregunta de los discípulos de Juan Bautista sobre si era el salvador prometido, respondió Jesú s
diciendo: “los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos se ven limpios, los sordos oyen, los
muertos resucitan, el evangelio es predicado a los pobres” afirma así que el tiempo de la
salvació n ha llegado: Jesú s es el salvador anunciado: Cristo culmen y plenitud de la Revelació n.
– La Iglesia primitiva conservó este enfoque centrado en la historia de la salvació n que
caracterizó la predicació n de Jesú s: La Iglesia, continuadora de la misió n de Cristo.

– Por ú ltimo, vamos a intentar explicar algunas expresiones parecidas:

Los 10 Mandamientos de la Ley de Dios


Ley Natural

La ley natural está grabada en el corazó n del hombre, le permite reconocer mediante la razó n
lo que son el bien y el mal, la verdad y la mentira. No es otra cosa que la luz de la inteligencia
puesta en el hombre por Dios, para conocer lo que es preciso hacer y lo que es preciso evitar.
Esta ley es Universal en sus preceptos, expresa la dignidad de la persona y determina la base
de sus derechos y sus deberes fundamentales.
Inmutable, permanece a travé s de las variaciones de la historia y subsiste aun con las
diferencias de los pueblos y las culturas.
Indispensable para la edificació n de la comunidad de los hombres y proporciona la base
necesaria a la ley civil que se adhiere a ella.
Los preceptos de la ley natural no son percibidos por todos de manera clara e inmediata, por
eso el hombre necesita de la Gracia de Dios y de la Revelació n para conocer claramente las
verdades religiosas y morales.
 
Ley Moral
 
La Ley Moral es la ley revelada por Dios en las Escrituras: son los Mandamientos de la Ley de
Dios. Es lo que debe regir el comportamiento de todo hombre creyente. Se encuentran en el
Antiguo Testamento y se comprende mejor en el Nuevo Testamento. La Ley del Evangelio, "da
cumplimento", purifica, supera y lleva a la perfecció n la Ley antigua (Cf. Mt 5, 17-19).
Los Diez Mandamientos, lejos de ser una lista de prohibiciones que nos incomoden, son un
verdadero regalo de Dios. Pongamos un simple ejemplo: el fabricante de un aparato debe
incluir un instructivo de uso a quien lo adquiere, de lo contrario el consumidor no sabrá có mo
hacerlo funcionar, por má s maravilloso que el aparato sea.
Bueno, aunque sea muy burda la comparació n, Dios es nuestro "fabricante", es decir nuestro
Creador, por tanto, só lo É l sabe có mo podemos "funcionar" realmente, como podemos ser
felices y conseguir nuestra realizació n plena. Por eso, nos reveló su Ley, el "instructivo" con las
disposiciones claras de có mo debe ser nuestro comportamiento, si seguimos esa Ley, estamos
seguros de que vivimos como lo que somos: Hombres y Mujeres, -con mayú scula- hechos a
imagen y semejanza de Dios. Así es que veamos en los Diez Mandamientos el inmenso Amor de
Dios que nos quiere ver felices caminando en esta vida por el sendero seguro que nos lleve
hacia É l.
 
Jesús en el Evangelio, se refiere de una forma muy clara a los Diez Mandamientos:
 
"Se le acercó un joven y le dijo: Maestro, ¿qué obras buenas debo hacer para conseguir la vida
eterna? Jesú s contestó : ¿Por qué me preguntas sobre lo que es bueno? Uno solo es el Bueno. Si
quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos… Amar al pró jimo como a sí mismo" (Mt.
19, 16-21).
Ante la pregunta del joven a Jesú s, É l le responde primero invocando la necesidad de
reconocer a Dios como "el ú nico Bueno", como el Bien por excelencia y como la fuente de todo
bien. Luego Jesú s le declara la necesidad de guardar los mandamientos. Ser Cristiano -seguir a
Jesú s- implica cumplir los mandamientos, a los que É l da la plenitud perfecta. El Decá logo debe
ser interpretado a la luz del doble y ú nico mandamiento del amor, plenitud de la Ley (Cf Jn.
13,34; 15,21).
 
Los diez mandamientos
 
La palabra Decá logo significa literalmente "diez palabras", que Dios reveló a su pueblo en la
montañ a santa. Se refiere a "Los Diez Mandamientos de la Ley de Dios".
El Decá logo se comprende ante todo cuando se lee en el contexto del É xodo, que es el gran
acontecimiento liberador de Dios en el centro de la Antigua Alianza; indica las condiciones de
una vida liberada de la esclavitud del pecado. El Decá logo es un camino de vida. Pertenece a la
revelació n que Dios hace de sí mismo y de su gloria. El don de los mandamientos es regalo de
Dios y de su santa voluntad. Dando a conocer su voluntad, Dios se revela a su pueblo.
Los Diez Mandamientos enuncian las exigencias del amor de Dios y del pró jimo. Los tres
primeros se refieren má s al amor de Dios y los otros siete, al amor al pró jimo. Sin embargo, el
Decá logo forma un todo indisociable. Transgredir un mandamiento es quebrantar todos los
otros. No se puede honrar a otro sin bendecir a Dios su Creador. No se podría adorar a Dios sin
amar a todos los hombres, que son sus criaturas. El Decá logo unifica la vida teologal y la vida
social del hombre.
Los Diez Mandamientos, por expresar los deberes fundamentales del hombre hacia Dios y
hacia su pró jimo, revelan en su contenido primordial obligaciones graves. Son bá sicamente
inmutables y su obligació n vale siempre y en todas partes.
La Iglesia reconoce en el Decá logo una importancia y una significació n primordiales. En el
siglo XV se tomó la costumbre de expresar los preceptos del Decá logo en fó rmulas rimadas y
fá ciles de memorizar. Los Diez Mandamientos, como la Iglesia la enseñ a, son:

1. Amará s a Dios sobre todas las cosas


2. No Tomará s el nombre de Dios en vano
3. Santificará s las fiestas
4. Honrará s a tu padre y a tu madre
5. No matará s
6. No cometerá s actos impuros
7. No robará s
8. No dirá s falso testimonio ni mentirá s
9. No consentirá s pensamientos ni deseos impuros
10. No codiciará s los bienes ajenos
Aunque la mayoría de las fó rmulas empleadas en la lista de los Diez Mandamientos, está n
redactadas en forma de prohibiciones, son verdaderas invitaciones positivas para actuar como
Jesú s quiere que actuemos.
 
PRIMER MANDAMIENTO: "Amarás a Dios sobre todas las cosas"
 
"Escucha, Israel: el Señ or nuestro Dios es el ú nico Señ or y tú amará s a Yahvé tu Dios, con todo
tu corazó n, con toda tu alma y con todas tus fuerzas" (Dt 6,4-5) "Amará s al Señ or tu Dios con
todo tu corazó n, con toda tu alma y con toda tu mente" (Mt. 22, 37).
En el Evangelio de San Mateo, Jesú s resumió los deberes del hombre para con Dios de manera
muy clara, afirmando el primer mandato del Decá logo.
Dios se da a conocer recordando su acció n todopoderosa, bondadosa y liberadora en la
historia de aquel a quien se dirige: "Yo te saqué del país de Egipto, de la casa de la
servidumbre" (Ex 20,2) La primera palabra contiene el primer mandamiento de la ley. La
primera llamada y la justa exigencia de Dios consisten en que el hombre lo acoja y lo adore.
El primero de los preceptos abarca la Fe, la Esperanza y la Caridad. Porque Dios es constante,
inmutable, siempre el mismo, fiel, perfectamente justo, el hombre debe necesariamente
aceptar sus palabras y tener en É l una fe y una confianza completas. É l es todopoderoso,
clemente, infinitamente inclinado a hacer el bien. ¿Quién podría no poner en É l todas sus
esperanzas? Y quié n podrá no amarlo contemplando todos los tesoros de bondad y de ternura
que ha derramado en nosotros? De ahí esa fó rmula que Dios emplea en la Sagrada Escritura
tanto al comienzo como al final de sus preceptos: "Yo soy el Señ or".
 
La Fe
 
La Fe es una virtud teologal, el cristiano la recibe en el Bautismo. Consiste en Creer en Dios, en
lo que É l es: Amor infinito. En creerle a Dios; a su Revelació n; en abandonarse a sus proyectos
y a su voluntad.
La vida moral tiene su fuente en la fe en Dios que nos revela su amor. S. Pablo habla de la
"obediencia de la fe" como de la primera obligació n. Hace ver en el "desconocimiento de Dios"
el principio de la explicació n de todas las desviaciones morales (cf. Rm 1, 5ss). Nuestro deber
para con Dios es creer en É l y dar testimonio de É l.
El primer mandamiento nos pide que alimentemos y guardemos con prudencia y vigilancia
nuestra fe y que rechacemos todo lo que se opone a ella.
Hay diversas maneras de pecar contra la fe:

La duda voluntaria respecto a la fe descuida o rechaza tener por verdadero lo que Dios ha
revelado y la Iglesia propone creer.
La duda involuntaria es la vacilació n en creer, la dificultad de superar las objeciones con
respecto a la fe o la ansiedad suscitada por la oscuridad de ésta. Si la duda se fomenta
deliberadamente, puede conducir a la ceguera del espíritu.
La incredulidad es el menosprecio de la verdad revelada o el rechazo voluntario a las verdades
de fe. Se llama herejía la negació n de un dogma (verdad que ha de creerse); se llama apostasía
al rechazo total de la fe cristiana; cisma es el rechazo de la sujeció n al Sumo Pontífice o de la
comunió n de los miembros de la Iglesia.
 
La Esperanza
La Esperanza es una virtud teologal que el cristiano recibe en el Bautismo. Consiste en confiar
en la bondad y providencia de Dios, esperando recibir de É l lo necesario para nuestro bien y
salvació n.
Cuando Dios se revela y llama al hombre, éste no puede responder plenamente al amor divino
por sus propias fuerzas. Debe esperar que Dios le dé capacidad de devolverle el amor y de
obrar conforme a los mandamientos de la caridad. La esperanza es aguardar confiadamente la
bendició n divina y la bienaventurada visió n de Dios; es tambié n el temor de ofender el amor
de Dios.
 
El primer mandamiento se refiere también a los pecados contra la esperanza, que son:
 
La desesperació n, cuando el hombre deja de esperar de Dios su salvació n personal, el auxilio
para llegar a ella o el perdó n de sus pecados. Se opone a la bondad de Dios, a su Justicia.
La presunció n, es cuando el hombre presume de sus capacidades (esperando salvarse sin la
ayuda de lo alto), o cuando el hombre presume de la omnipotencia o la misericordia divinas
(esperando obtener su perdó n sin conversió n y la gloria sin mérito.
 
La Caridad
 
La caridad es la mayor de las tres virtudes teologales (Cf. 1 Cor. 13); el cristiano la recibe en el
Bautismo. Es el Amor, a Dios y al pró jimo.
La fe en el amor de Dios encierra la llamada y la obligació n de responder a la caridad divina
mediante un amor sincero. El primer mandamiento nos ordena amar a Dios sobre todas las
cosas y a las criaturas por É l y a causa de É l.
 
Se puede pecar de diversas maneras contra el amor de Dios:
 
La indiferencia descuida o rechaza la consideració n del amor divino; desprecia su acció n y
niega su fuerza.
La ingratitud omite o se niega a reconocer el amor divino y devolverle amor por amor.
La tibieza es una vacilació n o negligencia en responder al amor divino.
La acedía o pereza espiritual llega a rechazar el gozo que viene de Dios y a sentir apatía por el
bien divino.
El odio a Dios tiene su origen en el orgullo, se opone al amor de Dios, cuya bondad niega y lo
maldice, porque condena el pecado e inflige penas.
 
Religión y devoción
 
La adoració n es el primer acto de la virtud de la religió n. Adorar a Dios es reconocerle como
Dios, como Creador y Salvador, Señ or y Dueñ o de todo lo que existe, como Amor infinito y
misericordioso. La adoració n del Dios ú nico libera al hombre del repliegue sobre sí mismo, de
la esclavitud del pecado y de la idolatría del mundo.
 
Los actos de fe, esperanza y caridad que ordena el primer mandamiento se realizan en la
oració n. La elevació n del espíritu hacia Dios es una expresió n de nuestra adoració n a Dios.
Es justo ofrecer a Dios sacrificios en señ al de adoració n y de gratitud, de sú plica y de
comunió n. El sacrificio exterior, para ser auté ntico, debe ser expresió n del sacrificio espiritual.
El voto es una promesa deliberada y libre hecha a Dios acerca de un bien posible y mejor, es un
acto de devoció n en el que el cristiano se consagra a Dios o le promete una obra buena. La
fidelidad a las promesas hechas a Dios es una manifestació n de respeto a la Majestad divina y
de amor hacia el Dios fiel.
 
Pecados contra el primer mandamiento
 
El primer mandamiento prohíbe honrar a dioses distintos del Ú nico Señ or que se ha revelado a
su pueblo. Son pecados contra este mandamiento:
La superstició n que es la desviació n del sentimiento religioso y de las prá cticas que impone.
Hay superstició n cuando se pretende utilizar y poner de parte de uno los poderes divinos.
Ejemplo de una prá ctica de superstició n: creer en la "buena o mala suerte" y buscar
controlarla con objetos, piedras, imá genes, hierbas, perfumes, etc.
La idolatría, es una tentació n constante de la fe. Consiste en divinizar lo que no es Dios. Hay
idolatría desde el momento en que el hombre honra y reverencia a una criatura, a una
situació n, o a una materia en lugar de Dios.
Magia o hechicería, es una perversió n de la religió n, al tratar de hacer reaccionar las fuerzas
divinas por medio de determinados actos. Tambié n la llamada "magia blanca", es un pecado
contra el primer mandamiento.
La adivinació n es una prá ctica radicalmente contraria a la actitud de confianza que debe
distinguir a un cristiano, buscando conocer y manipular el futuro. Todas las formas de
adivinació n deben rechazarse: el espiritismo, la consulta a horó scopos, cartas, médium, etc.
La irreligió n, cuyos principales pecados son: tentar a Dios, poniendo a prueba de palabra o de
obra, su bondad y omnipotencia; el sacrilegio, profanar o tratar indignamente los sacramentos
y acciones litú rgicas, las personas, cosas y lugares consagrados a Dios; la simonía, es la compra
o venta de cosas espirituales.
El ateísmo, es rechazar o negar la existencia de Dios.
 
SEGUNDO MANDAMIENTO: "No tomarás el Nombre de Dios en vano"
 
El segundo mandamiento prescribe respetar el nombre del Señ or. Pertenece, como el primero,
a la virtud de la religió n. Regula particularmente el uso de nuestra palabra en las cosas santas.
El nombre de Dios es santo, por eso el hombre no puede hacer mal uso de él; ha de emplearlo
para bendecirlo, alabarlo y glorificarlo. Este Mandamiento se refiere a tener sentido de lo
sagrado.
 
Pecados contra el segundo mandamiento
 
El Segundo Mandamiento habla del respeto hacia el Nombre de Dios y hacia todo lo
sagrado, por lo que prohíbe:
 
Abusar del nombre de Dios, es decir, dar uso inconveniente a su nombre (de las Tres Personas
Divinas), al de la Virgen María y de todos los santos.
Las promesas hechas a otro en nombre de Dios comprometen el honor, la fidelidad, la
veracidad y la autoridad divinas.
La blasfemia, consiste en proferir contra Dios -interior o exteriormente- palabras de odio, de
reproche, de desafío; en injuriar a Dios, faltarle a respeto en las expresiones. Esa prohibició n
se extiende a las palabras contra la Iglesia de Cristo, los santos y las cosas sagradas. Es
tambié n blasfemo usar el nombre de Dios para justificar prá cticas criminales, reducir pueblos
a servidumbre, torturar o dar muerte.
Jurar en falso y perjurio, es invocar a Dios como testigo de una mentira o de una promesa que
no se tiene intenció n de cumplir.
 
TERCER MANDAMIENTO: "Santificarás las Fiestas"
 
En el Antiguo Testamento, el tercer mandamiento proclama la santidad del sá bado: "el día
séptimo será día de descanso completo, consagrado al Señ or" (Ex 31,15). La escritura hace a
este propó sito memoria de la creació n; ve también en el día del Señ or un memorial de la
liberació n de Israel de la esclavitud de Egipto. Dios confió a Israel el sá bado para que lo
guardara como signo de la alianza inquebrantable. El sá bado interrumpe los trabajos
cotidianos y concede un respiro. Es un día de protesta contra las servidumbres del trabajo y el
culto al dinero.
Jesú s nunca falta a la santidad de este día, (cf. Mc.1,21; Jn 9,16), sino que con autoridad da la
interpretació n auté ntica de esta ley: "El sá bado ha sido instituido para el hombre y no el
hombre para el sá bado" (Mc 2,27).
Jesú s resucitó de entre los muertos "el primer día de la semana". En cuanto es el "octavo día",
que sigue al sá bado, significa la nueva creació n inaugurada con la resurrecció n de Cristo. Para
los cristianos vino a ser el primero de todos los días, la primera de todas las fiestas, el día del
Señ or. El sá bado que representa la coronació n de la primera creació n es sustituido por el
domingo que recuerda la nueva creació n (Ver: Añ o Litú rgico - Domingo, Día del Señ or).
 
El culto de la ley preparaba el misterio de Cristo, y lo que se practicaba en ella prefiguraba
algú n rasgo relativo a Cristo. La celebració n del domingo cumple la prescripció n moral,
celebrando cada semana al Creador y Redentor.
La celebració n dominical tiene un papel principalísimo en la vida de la Iglesia, esta prá ctica se
remonta a sus primeros añ os (cf. Hch 2,42-46; 1 Col 11,17).
La Eucaristía (Santa Misa) del domingo fundamenta y confirma toda la prá ctica cristiana. Por
eso los fieles está n obligados a participar de la Misa todos los domingos y días de precepto, a
no ser que tengan una razó n seria (enfermedad, cuidado de niñ os pequeñ os, etc.) o que esté n
dispensados por su propio pastor. *Los que deliberadamente faltan a esta obligación
cometen un pecado grave*
 
Los cristianos deben santificar tambié n el domingo dedicando a su familia el tiempo y las
atenciones que no se les pueden dar los otros días de la semana. El domingo y las demá s
fiestas de precepto los fieles deben abstenerse de aquellos trabajos que impidan dar culto a
Dios, gozar de la alegría propia del día del Señ or o disfrutar del debido descanso de la mente y
del cuerpo. Todo cristiano debe evitar imponer a otro, sin necesidad, impedimento para
guardar el día del Señ or.
 
CUARTO MANDAMIENTO: "Honra a tu padre y a tu madre"
 
"Les doy este mandamiento nuevo: que se amen unos a otros… como yo los he amado" (Jn
13,34).
"… pues el que ama al pró jimo ha cumplido la Ley… Con el amor, no se hace ningú n mal al
pró jimo. Por esto en el amor cabe toda la Ley" (Rm 13,8-10).
A partir del 4° Mandamiento, la Ley de Dios se refiere al amor al pró jimo, es el nuevo
mandamiento al que Jesú s se refiere en el Evangelio.
El Cuarto Mandamiento lleva consigo una promesa: "Para que seas feliz y se prolongue tu vida
sobre la tierra" (Ef 6, 1-3).
Dios quiso que despué s de a É l, honrá ramos a nuestros padres. Este mandamiento se dirige
expresamente a los hijos en sus relaciones con sus padres, así como también a las relaciones
de parentesco con los miembros del grupo familiar. Exige que se dé honor, afecto y
reconocimiento a los abuelos y antepasados. Finalmente se extiende a los deberes de los
alumnos respecto a los maestros, de los empleados respecto a los patronos, de los
subordinados respecto a sus jefes, de los ciudadanos respecto a su patria, a los que la
administran o la gobiernan.
 
Este mandamiento implica y sobreentiende los deberes de los padres, tutores, maestros, jefes,
magistrados, gobernantes, de todos los que ejercen una autoridad sobre otros o sobre una
comunidad de personas.
 
Obligaciones
 
Al observar este mandamiento obtenemos no só lo frutos espirituales, tambié n frutos
temporales de paz y de prosperidad. Y al contrario, desobedecerlo, produce grandes dañ os
para las comunidades y las personas.
El cuarto mandamiento se refiere primero al matrimonio y la familia, -instituidos por Dios al
crear al hombre y a la mujer- busca el bien de los esposos y el reconocimiento de la igual
dignidad de todos sus miembros. En la familia, célula original de la vida social, es en donde se
aprende a honrar a Dios y a respetar a las personas.
 
El cuarto mandamiento:
 
Ilumina nuestras relaciones en la sociedad, conforme a la dignidad de todas las personas
deseosas de justicia y fraternidad.
Recuerda a los hijos sus deberes para con los padres: respeto, gratuidad, justa obediencia y
ayuda.
Tiene que ver con el respeto filial para las relaciones entre hermanos y hermanas.
Se refiere a la gratuidad con aquellos de quienes se recibieron el don de la fe, la gracia del
Bautismo y la vida en la Iglesia: padres, abuelos, pastores, catequistas, maestros, amigos y
otros miembros de la familia.
Recuerda a los padres el deber de atender en la medida de lo posible, las necesidades
materiales y espirituales de los hijos y respetar y favorecer la vocació n de cada uno,
mirá ndolos siempre como hijos de Dios, respetá ndolos como personas humanas con deberes y
derechos.
Nos ordena tambié n honrar a todos los que para nuestro bien, han recibido de Dios una
autoridad en la sociedad y ordena a quien ejerce una autoridad que lo haga como un servicio,
manifestando una justa jerarquía de valores que faciliten el ejercicio de la libertad y de la
responsabilidad de cada uno, respetando los derechos fundamentales de la persona humana.
Todos los actos contrarios a las actitudes mencionadas, son pecados contra el cuarto
mandamiento.
QUINTO MANDAMIENTO: "No Matarás"
 
La vida humana es sagrada, porque desde su inicio es fruto de la acció n creadora de Dios. Só lo
Dios es Señ or de la vida desde su comienzo hasta su término; nadie, en ninguna circunstancia,
puede atribuirse el derecho de matar de modo directo a un ser humano. Este mandamiento
obliga a todos y a cada uno, siempre y en todas partes.
 
En el Sermó n de la Montañ a, el Señ or recuerda el precepto "No Matará s" (MT 5,21) y añ ade el
rechazo absoluto de la ira, del odio y de la venganza; má s aú n, Cristo exige a sus discípulos
presentar la otra mejilla, amar a los enemigos. La legítima defensa de las personas y las
sociedades no es una excepció n a la prohibició n de la muerte. Es legítimo hacer respetar el
propio derecho a la vida. El que defiende su vida no es culpable de homicidio, incluso cuando
se ve obligado a asestar a su agresor un golpe mortal.
 
La legítima defensa es un derecho y un deber, para el que es responsable de la vida de otro, del
bien comú n de la familia o de la sociedad.
 
La Iglesia ha reconocido el derecho y deber de las autoridades para aplicar penas
proporcionadas a la gravedad de un delito, sin excluir, en casos de extrema gravedad, el
recurso de la pena de muerte, siempre y cuando otros medios no basten para defender las
vidas humanas contra el agresor y para proteger de él el orden pú blico y la seguridad de las
personas, pues en tal caso, la autoridad se limitará a emplear los medio que correspondan
mejor al bien comú n y sean má s conformes con la dignidad de la persona humana.
 
Son pecados contra el quinto mandamiento:
 
El homicidio directo y voluntario, como también hacer algo con intenció n de provocar
indirectamente la muerte de una persona o exponer a alguien sin razó n grave a un riesgo
mortal, así como negar la asistencia a una persona en peligro.
El aborto, pues la vida humana debe ser respetada y protegida de manera absoluta desde el
momento de la concepció n. El embrió n debe ser defendido atendido y cuidado médicamente
como cualquier otro ser humano. La cooperació n formal a un aborto constituye una falta
grave. El aborto directo, es decir, buscado como un fin o como un medio, es una prá ctica
infame. La Iglesia sanciona con pena canó nica de excomunió n este delito contra la vida
humana.
 
La eutanasia, consiste en poner fin a la vida de personas disminuidas, enfermas o moribundas,
cualesquiera que sean los motivos o los medios, es moralmente inaceptable, constituye un
homicidio gravemente contrario a la dignidad de la persona humana y al respeto a Dios
nuestro Creador. Las personas enfermas deben de ser atendidas para que lleven una vida
digna y tan normal como sea posible.
El suicidio, cada uno es responsable de su vida delante de Dios que se la ha dado. Somos
administradores y no propietarios de la vida, no disponemos de ella. El suicidio es gravemente
contrario a la justicia, a la esperanza y a la caridad; pero, trastornos psíquicos graves, la
angustia o el temor a la prueba, al sufrimiento o a la tortura, pueden disminuir la
responsabilidad del suicida. Dios puede haberles facilitado por caminos que É l só lo conoce, la
ocasió n de un arrepentimiento salvador. La Iglesia ora por las personas que han atentado
contra su vida.
El escá ndalo es la actitud o comportamiento que induce a otro a hacer el mal, puede ocasionar
la muerte espiritual, puede ser provocado por la ley o por las instituciones, por la moda o por
la opinió n; por esto, constituye una falta grave. Adquiere una gravedad particular segú n la
autoridad de quienes lo causan o la debilidad de quienes lo padecen; inducir a un niñ o al
pecado es muy grave, Jesú s habló severamente de ello: "Si alguien hace caer en pecado a uno
de estos pequeñ os que creen en mí, mejor sería que le amarraran al cuello una piedra de
molino y lo tiraran al mar" (Mt 18, 6; Cf. 1Co 8, 10-13).
 
Otras acciones que atentan contra el quinto mandamiento son:
 
El descuido de la salud física con excesos en la comida, el alcohol, el tabaco y las medicinas.
El uso de drogas, la producció n clandestina y el trá fico de éstas.
La experimentació n en seres humanos.
Los secuestros, el terrorismo, la tortura, las amputaciones, mutilaciones o esterilizaciones
directamente voluntarias de personas inocentes.
El odio, la có lera y el deseo de venganza; son contrarios a la caridad.
 
Otras disposiciones
 
Los cuerpos de los difuntos deben ser tratados con respeto y caridad en la fe y la esperanza de
la resurrecció n.
La autopsia de los cadá veres es moralmente permitida cuando hay razones legales o de
investigació n científica.
El don gratuito de ó rganos despué s de la muerte es legítimo y meritorio.
La iglesia permite la incineració n cuando con ella no se cuestiona la fe en la resurrecció n de los
cuerpos.
El respeto y el desarrollo de la vida humana exigen la paz terrenal que es imagen y fruto de la
paz de Cristo, por esto, todo ciudadano y todo gobernante está n obligados a evitar las guerras.
La carrera de armamentos es una plaga gravísima de la humanidad y perjudica a los pobres de
modo intolerable.
"Bienaventurados los que construyen la paz, porque ellos será n llamados hijos de Dios" (Mt
5,9).
 
SEXTO MANDAMIENTO: " No cometerás actos impuros"
 
Dios es amor y vive en sí mismo un misterio de comunió n personal de amor. Creá ndola a su
imagen, Dios inscribe en la humanidad del hombre y de la mujer la vocació n y,
consiguientemente la capacidad y la responsabilidad del amor y de la comunió n.
 
La tradició n de la Iglesia ha entendido el sexto mandamiento como referido a la globalidad de
la sexualidad humana. La Sexualidad abraza todos los aspectos de la persona humana, en la
unidad de su cuerpo y de su alma. Corresponde a la afectividad, o la capacidad de amar y de
procrear y, de manera má s general, a la aptitud para establecer vínculos de comunicació n con
otro.
 
Cada uno, hombre y mujer, debe reconocer y aceptar su identidad sexual. La diferencia y
complementariedad físicas, morales y espirituales, está n orientadas a los bienes del
matrimonio y al desarrollo de la vida familiar, así como a la armonía de la pareja humana y de
la sociedad.
 
Dios da la dignidad personal de igual modo al hombre y a la mujer y cada uno de los dos sexos
es, aunque de manera distinta, imagen del poder y de la ternura de Dios. La unió n del hombre
y de la mujer en el matrimonio es una manera de imitar en la carne la generosidad y la
fecundidad del Creador.
 
El matrimonio
 
La sexualidad mediante la cual el hombre y la mujer se dan el uno al otro con los actos propios
y exclusivos de los esposos, no es algo puramente bioló gico, sino que afecta al nú cleo íntimo de
la persona humana en cuanto tal. Ella se realiza de modo verdaderamente humano solo cuando
es parte integral del amor con el que el hombre y la mujer se comprometen totalmente entre s í
hasta la muerte.
 
Sus expresiones de amor son honestas y dignas, pues significan y fomentan la recíproca
donació n que los enriquece mutuamente.
 
Muchas ofensas a la dignidad del matrimonio, son faltas contra el sexto mandamiento:
 
El adulterio, se refiere a la infidelidad conyugal. Existe cuando un hombre y una mujer, de los
cuales al menos uno está casado, establecen una relació n sexual, aunque sea ocasional. Es una
injusticia contra el có nyuge y contra los hijos, y es una falta a los compromisos contraídos. Es
un pecado grave.
 
El divorcio es una ofensa grave a la ley natural. Pretende romper el contrato, aceptado
libremente por los esposos. Si se contrae una nueva unió n, aunque reconocida por la ley civil,
se aumenta la gravedad de la ruptura; el có nyuge casado de nuevo se haya entonces en
situació n de adulterio pú blico y permanente. Existe sin embargo, la situació n de separació n de
los esposos, que puede ser legítima en ciertos casos previstos por el Derecho Canó nico.
 
La poligamia, niega directamente el designio de Dios, tal como es revelado desde los orígenes,
porque es contrario a la igual dignidad personal del hombre y de la mujer, cuya unió n
conyugal debe ser ú nica y exclusiva.
 
El incesto, es la relació n carnal entre parientes dentro de ciertos grados (Cf. Lv 18, 7-20; 1Co 5,
1.4-5). Esta prá ctica corrompe las relaciones familiares y representa una regresió n a la
animalidad.
 
La unió n libre (o sea, el concubinato o convivencia), es cuando el hombre y la mujer se niegan
a dar forma jurídica y pú blica a una unió n que implica la intimidad sexual. Es contraria a la ley
moral, pues el acto sexual debe tener lugar exclusivamente en el matrimonio; fuera de éste
constituye siempre un pecado grave y excluye de la comunió n sacramental.
 
La castidad
 
La castidad es una virtud, significa lograr la integració n de la sexualidad en la persona, y en la
unidad interior del hombre en su cuerpo y en su alma; implica un aprendizaje del dominio de
sí, que es una forma de practicar la libertad humana: el hombre puede elegir entre controlar
sus pasiones y obtener la paz, o dejarse dominar por ellas y hacerse desgraciado. El dominio
de sí mismo es una obra que dura toda la vida. Supone un esfuerzo continuo.
Hombres y mujeres han de saber que, es posible hoy vivir el valor de la castidad s í, deciden
permanecer fieles a las promesas de su bautismo y resistir las tentaciones, buscando para ello
los medios, como el conocimiento de sí, la frecuencia de la oració n y los sacramentos y la
obediencia a los mandamientos divinos. Esta virtud forma parte de la virtud cardinal de la
templanza, que sirve para impregnar de racionalidad las pasiones y los apetitos de la
sensibilidad humana.
La castidad es un don de Dios, una gracia, un fruto del trabajo espiritual. El Espíritu Santo
concede al bautizado poder imitar la pureza de Cristo. La castidad se expresa y se desarrolla
especialmente en la amistad con el pró jimo, ésta representa un gran bien para todos, conduce
a la comunió n espiritual.
 
Todo bautizado es llamado a la castidad según su estado de vida:
 
El casado es llamado a vivir la castidad conyugal y la fidelidad.
El soltero practica la castidad en la continencia.
El consagrado vive la castidad en la virginidad o el celibato.
Los novios deben ayudarse mutuamente a crecer en la castidad mediante la continencia.
 
Pecados contra el sexto mandamiento:
 
Son muchas las ofensas a la castidad, por tanto, pecados contra el sexto mandamiento:
 
La lujuria, es el deseo o goce desordenado del placer sexual, es decir cuando es buscado por s í
mismo, separando las finalidades de procreació n y entrega amorosa. Es ademá s un pecado
capital.
La masturbació n, es la excitació n voluntaria de los ó rganos genitales para obtener placer
sexual; es un acto por sí mismo desordenado y egoísta, pues contradice la finalidad de la
mutua entrega y de la procreació n.
 
La fornicació n, es la unió n sexual entre un hombre y una mujer fuera del matrimonio. Es
gravemente contraria a la dignidad de las personas y de la sexualidad humana. Es ademá s, un
escá ndalo grave cuando hay de por medio la corrupció n de menores.
El adulterio, ofende ademá s a la dignidad del matrimonio, pues se refiere a la infidelidad
conyugal. Existe cuando un hombre y una mujer, de los cuales al menos uno está casado,
establecen una relació n sexual, aunque sea ocasional. Es una injusticia contra el có nyuge y
contra los hijos, y es una falta a los compromisos contraídos.
La pornografía, consiste en dar a conocer actos sexuales reales o simulados, y en exhibir el
cuerpo con el fin de provocar placer o excitació n. Es una falta grave, tanto de quien se exhibe,
de quien la promueve y de quien la busca (actores, comerciantes, pú blico). Ofende gravemente
la castidad y a la dignidad de las personas involucradas, pues cada uno viene a ser para otro,
objeto de placer rudimentario.
La prostitució n atenta contra la dignidad de la persona que se prostituye, pues queda reducida
a objeto y, de quien la consume, pues peca gravemente contra sí mismo; quebranta la castidad
que prometió en el bautismo y mancha su cuerpo, templo del Espíritu Santo. La prostitució n es
siempre un pecado, pero la miseria, el chantaje y la presió n social pueden atenuar la culpa.
La violació n, es forzar o agredir con violencia la intimidad sexual de una persona. Atenta
contra la justicia y la caridad; lesiona profundamente el derecho al respeto, a la libertad, a la
integridad física y moral. Es siempre un grave pecado, un acto malo en sí mismo. Peor aú n si es
cometida por parte de los padres (incesto) o de cuidadores con los niñ os que les son confiados.
 
SÉPTIMO MANDAMIENTO: "No Robarás"
 
El sé ptimo mandamiento prohíbe tomar o retener el bien del pró jimo injustamente y
perjudicar de cualquier manera al pró jimo en sus bienes.
El derecho a la propiedad privada, adquirida por el trabajo, o recibida de otro por herencia o
regalo, constituye para el hombre al servirse de estos bienes, la oportunidad de no considerar
las cosas externas só lo como suyas, sino tambié n como comunes, en el sentido de que han de
aprovechar no só lo a é l, sino tambié n a los demá s.
La prá ctica de la templanza ayuda a moderar el apego a los bienes de este mundo; a la prá ctica
de la justicia; a preservar los derechos del pró jimo y darle lo que le es debido; y a la prá ctica
de la solidaridad, segú n la generosidad del Señ or.
El octavo mandamiento tiene relació n directa con la justicia, por lo que es preciso que todas
las actividades humanas apunten a esta virtud.
 
Pecados contra el séptimo mandamiento
 
Toda forma de tomar, retener injustamente el bien ajeno, aunque no contradiga las
disposiciones de la ley civil, es pecado contra el séptimo mandamiento:
 
El robo, es decir, la usurpació n del bien ajeno contra la voluntad de su dueñ o.
Retener deliberadamente bienes prestados u objetos perdidos.
Defraudar en el ejercicio del comercio.
Pagar salarios injustos.
Elevar los precios especulando con la ignorancia o la necesidad ajenas.
Incumplir promesas o contratos que se hayan hecho justamente.
Celebrar contratos injustos que dañ en el respeto a los bienes ajenos.
Esclavizar seres humanos por cualquier motivo; comprar, vender o cambiar seres humanos
como mercancía.
 
Ecología
 
El sé ptimo mandamiento exige el respeto a la integridad de la creació n, ya que los animales,
las plantas y los seres inanimados, está n naturalmente destinados al bien comú n de la
humanidad pasada, presente y futura.
Exige tambié n el uso responsable de los recursos naturales.
El hombre es el autor, el centro y el fin de toda la vida econó mica y social, por tanto, debemos
procurar que los bienes creados por Dios para todos, lleguen de hecho a todos, en justicia y
caridad.
 
Trabajo humano
 
El trabajo humano tiene un valor primordial; es un deber de todos los hombres "Si alguno no
quiere trabajar, que tampoco coma" (2 Ts 23,10; cf. 1 Ts 4,11).
El trabajo es para el hombre y no el hombre para el trabajo, éste puede ser un medio de
santificació n y de animació n de las realidades terrenas en el espíritu de Cristo.
El trabajo tambié n es un derecho, cada cual debe poder sacar del trabajo los medios para
sustentar su vida y la de los suyos y para prestar servicio a la comunidad humana.
Los responsables de las empresas tienen la responsabilidad econó mica y ecoló gica de sus
operaciones.
Deben considerar el bien de las personas y no solamente el aumento de las ganancias.
Deber hacer accesible el trabajo a todos sin discriminació n injusta.
Deben dar un salario justo, negarlo o retenerlo es contra el séptimo mandamiento.
 
Solidaridad
 
El amor a los pobres pertenece a la tradició n de la Iglesia, es incompatible con el amor
desordenado de las riquezas o su uso egoísta. En la miseria humana, bajo diferentes formas,
(indigencia material, opresió n injusta, enfermedades...) se ve manifiesta la debilidad que el
hombre hereda tras el primer pecado. Por eso, los oprimidos -amados por Jesucristo- son
objeto de un amor preferencial por parte de la Iglesia.
Las obras de misericordia son acciones caritativas mediante las cuales ayudamos a nuestro
pró jimo en sus necesidades corporales y espirituales, estas acciones van de la mano con el
séptimo mandamiento.
En la multitud de seres humanos sin pan, sin techo, sin patria, hay que reconocer y o ír a Jesú s
que dice: "Cuanto dejaste de hacer con uno de éstos, tambié n conmigo dejaste de hacerlo" (Mt
25,45).
 
OCTAVO MANDAMIENTO "No darás falso testimonio ni mentirás"
 
"Digan sí, cuando es sí, y no, cuando es no; porque lo que se añ ade lo dicta el demonio" (Mt.
5,37).
El octavo mandamiento prohíbe falsear la verdad en las relaciones con el pró jimo. Dios es la
Verdad, por tanto el hombre está llamado a vivir en la verdad, faltar a ella es un rechazo y una
infidelidad a Dios. Jesú s nos revela "Yo soy... la Verdad...." (Jn 14,6). El discípulo de Jesú s,
"permanece en su palabra", para conocer "la verdad que hace libre" (cf. Jn 8, 31-32), Jes ú s
enseñ a a sus discípulos el amor incondicional de la verdad.
La verdad es la rectitud de la acció n y de la palabra humana, se llama veracidad, sinceridad o
franqueza; es la virtud que consiste en mostrarse veraz en los propios actos y en decir verdad
en sus palabras, evitando la duplicidad, la simulació n y la hipocresía. Santo Tomá s de Aquino
decía que "los hombres no podrían vivir juntos si no tuvieran confianza recíproca, es decir, si
no se manifestasen la verdad. En justicia, un hombre debe honestamente a otro la
manifestació n de la verdad".
 
Cristo dijo ante Pilato que había "venido al mundo; para dar testimonio de la verdad" (Jn
18,37).
 
El testimonio es un acto de justicia que establece o da a conocer la verdad. El cristiano no debe
"avergonzarse de dar testimonio del Señ or" (2 Tm 1,8).
En las situaciones que exigen dar testimonio de la fe, el cristiano debe profesarla sin
ambigü edad. El martirio es el supremo testimonio de la verdad de la fe; habla de un testimonio
que llega hasta la muerte.
Toda falta cometida contra la justicia y la verdad exige el deber de reparació n, aunque su autor
haya sido perdonado. Es decir, no basta con acudir al sacramento de la reconciliació n, es
necesario ademá s reparar las faltas cometidas, sobre todo contra la reputació n del pró jimo.
Este deber obliga en conciencia.
 
Pecados contra el octavo mandamiento
 
Son ofensas contra la verdad, por tanto pecados contra el octavo mandamiento:
 
Falso testimonio y perjurio. Es una afirmació n contraria a la verdad, es má s grave cuando se
hace pú blicamente. Ante un tribunal es falso testimonio; si se pronuncia bajo juramento, es
perjurio. Estas acciones van en contra de la justicia.
El juicio temerario, es admitir como verdadero sin tener fundamento suficiente, un defecto
moral del pró jimo.
La maledicencia, es manifestar los defectos y las faltas de otros a personas que los ignoran, sin
razó n justificada.
La calumnia, que consiste en dañ ar la reputació n de otros por medio de mentiras, provocando
juicios falsos con respecto a ellos. Estas tres acciones, faltan al respeto por la reputació n o
buen nombre de las personas, son contrarias a la justicia y a la caridad.
La mentira, consiste en decir falsedad con intenció n de engañ ar. Es la ofensa má s directa
contra la verdad. La gravedad de la mentira se mide segú n la naturaleza de la verdad que
deforma, segú n las circunstancias, las intenciones de quien la comete, y los dañ os padecidos
por los que resultan perjudicados. Es un pecado mortal cuando lesiona las virtudes de la
justicia y la caridad. Es funesta para la sociedad, ya que dañ a la confianza entre los hombres y
rompe las relaciones sociales.
La adulació n, es un pecado grave cuando alienta vicios o pecados graves del otro, pues quien
adula, se convierte en có mplice. Es un pecado venial, cuando só lo desea hacerse grato, evitar
un mal, remediar una necesidad u obtener ventajas legítimas.
La vanagloria o jactancia, que es mentir a cerca de las propias cualidades o logros; la iron ía,
que trata de ridiculizar intencionalmente el comportamiento de una persona...
 
Otras disposiciones
 
El derecho a la comunicació n de la verdad está condicionado al amor fraterno, que exige en
situaciones concretas, revisar si conviene o no revelar la verdad a quien la pide.
La caridad y el respeto a la verdad deben de tomarse en cuenta ante la petició n de informació n
o de una comunicació n.
El secreto del sacramento de la Reconciliació n -sigilo- es sagrado y no puede ser revelado por
ningú n motivo.
Los secretos profesionales y las confidencias hechas bajo secreto deben ser guardados, salvo
en casos excepcionales, en los que no revelarlos podría causar algú n grave dañ o. Todo esto se
debe al respeto que todos merecen de su vida privada.
Los medios de comunicació n social tienen el deber de dar informació n fundada en la verdad, la
libertad, la justicia y la solidaridad, y los cristianos tienen el deber de velar porque esto se
lleve a cabo.
 
NOVENO MANDAMIENTO: "No consentirás pensamientos ni deseos impuros"
 
"Habé is oído que se dijo: 'No cometerá s adulterio'. Pues yo os digo: Todo el que mira a una
mujer deseá ndola, ya cometió adulterio con ella en su corazó n" (MT 5,27-28).
 
Deseos e intenciones
 
La concupiscencia designa toda forma vehemente de deseo humano, contrario a la razó n. San
Pablo la identifica con la lucha que la "carne" sostiene con el "espíritu" (cf. Ga 5,16.17.24; Ef
2,3). Procede de la desobediencia del primer pecado. Es la inclinació n del hombre a hacer el
mal. San Juan distingue tres tipos de concupiscencia: la concupiscencia de la carne, la
concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida. (cf. 1 Jn 2,16).
El corazó n es el origen de las buenas o malas intenciones: "de dentro del corazó n salen las
intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones," (Mt 15,19). Es por eso que a los
"limpios de corazó n" Jesú s les promete que "verá n a Dios" (cf. Mt 5,8).
Esta bienaventuranza se refiere a los que han ajustado su inteligencia y su voluntad a la
voluntad de Dios, principalmente en tres dominios: la caridad, la castidad o rectitud sexual y el
amor a la verdad.
La pureza del corazó n se refiere a las intenciones. Todo pecado comienza con un deseo y una
intenció n. Es por eso que el mandamiento prohíbe consentir los pensamientos y los deseos
impuros; este noveno mandamiento es para "prevenir" que se quebrante el sexto.
 
Obligaciones
 
Para luchar contra los "malos deseos", necesitamos la gracia de Dios que fortalece la voluntad
para vencer al pecado y la prá ctica continua de las virtudes, hasta hacerlas de ellas un há bito:
Mediante la virtud y el don de la castidad, que permite amar con un corazó n recto.
Mediante la pureza de intenció n, que consiste en buscar el fin verdadero del hombre que es
hacer la voluntad de Dios.
Mediante la pureza de la mirada exterior e interior; es decir la disciplina de los sentidos y la
imaginació n; es por eso que se prohíbe la pornografía, pues "la vista despierta la pasió n de los
insensatos" (Sab 15,5).
 
Mediante la oració n; que es la "fuerza del cristiano", para pedir la asistencia del Espíritu Santo
con sus dones.
La pureza exige el pudor. Es parte de la templanza. El pudor guarda la intimidad de la persona
y rechaza mostrar lo que debe permanecer velado. Está relacionado con la castidad. Ordena las
miradas y los gestos segú n la dignidad de las personas. Invita a la paciencia y a la moderació n
en la relació n amorosa. Mantiene silencio y reserva donde se adivina una curiosidad malsana;
se convierte en discreció n. No se debe considerar al pudor como algo "pasado de moda", es
una buena costumbre de quien no desea provocar pensamientos y deseos que luego puedan
dañ ar su integridad y su dignidad de persona.
La pureza exige una purificació n del clima social.
Los cristianos deben impedir a los medios de comunicació n social atentar contra la pureza y
pedir a los responsables de la educació n que se imparta una enseñ anza respetuosa de la
verdad y de la dignidad del hombre.
Del mismo modo conviene ser cautelosos en cuanto a la permisividad de las costumbres que se
basan en una concepció n erró nea de la libertad humana.
 
DÉCIMO MANDAMIENTO: "No codiciarás los bienes ajenos"
 
El dé cimo mandamiento completa el noveno, al tratar sobre la concupiscencia de los ojos.
Prohíbe la codicia del bien ajeno, raíz del robo, de la rapiñ a y del fraude, prohibidos por el
séptimo mandamiento. Tambié n se refiere a la intenció n del corazó n; resumen los ú ltimos dos
mandamientos, todos los preceptos de la Ley.
Desear bienes materiales y obtenerlos con el fruto del trabajo honrado, es bueno. Lo malo es
cuando ese deseo no guarda la medida de la razó n y nos empuja a codiciar injustamente lo que
no nos pertenece, provocando desasosiego y tristeza.
 
El décimo mandamiento prohíbe:
 
La avaricia, que es el deseo desesperado por tener bienes materiales. Este deseo puede
conducir a desear cometer injusticias o dañ os al pró jimo con tal de obtener los bienes
deseados. Puede adoptar la forma de codicia que es el deseo de querer má s cada vez; o la
forma de tacañ ería, que implica el no querer compartir los propios bienes e incluso, evitar los
gastos necesarios y razonables para uno mismo.
La envidia, es un pecado capital. Es la tristeza que se siente ante al bien del pró jimo y el deseo
desesperado de poseerlo de cualquier forma. Cuando se desea un mal al pró jimo por envidia,
es un pecado mortal.
 
Obligaciones
Para luchar contra la envidia es preciso practicar la benevolencia. La envidia procede con
frecuencia del orgullo, para combatirlo es necesario esforzarse por vivir en la humildad.
Jesú s exhorta a sus discípulos a ser "Pobres de espíritu", esta bienaventuranza se refiere al
desprendimiento de las riquezas, que pone como condició n necesaria para entrar en el Reino
de los cielos (cf. Lc 21,4).
Juan Pablo II, en su encíclica Solicitado rei socialis, dice: "Los bienes de este mundo está n
originalmente destinados a todos. El derecho a la propiedad es vá lido y necesario pero no
anula el valor de tal principio..."

 ACTIVIDADES COGNOSCITIVAS

1. Enumera los 10 mandamientos y has una reflexión a partir de lo ya leído.

2. Para qué sirve seguir los mandamientos dados por Dios.

3. Explica para qué le sirve al hombre reconocer el pecado como un alejarse del Plan de
salvación de Dios.

ACTIVIDADES PROCEDIMENTALES
4. Elabora un análisis a partir del siguiente esquema, elige un tema de los que allí se
nombrar y relaciónalo con los 10 mandamientos de la ley de Dios.
4. Contesta en pequeños grupos y después comparte al grupo en general.
A:) ¿Cómo se encuentra mi relación con Dios?

B:) ¿Qué problemas genera el pecado en el proyecto de salvación de Dios

ACTIVIDADES ACTITUDINALES
5. Entablar un diálogo en casa con los miembros de la familia, en el cual se permita
tomar las impresiones, de los padres, los hermanos sobre el pecado como ruptura o
negación del plan de salvación de Dios, y la relación con nuestros congéneres, a
partir de los 10 mandamientos.

6. Elaborar una cartelera como conclusión del diálogo entablado con los miembros de
la familia, y compartirla en el salón de clase.

También podría gustarte