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Construcción Histórica de México en el Mundo I (1808-1946)

Tema 3

MEMORIAS DE UN MEXICANO
Comentario crítico sobre la Identidad Mexicana.

Alumno: Márquez Rivera Héctor Manuel.

Profesor: Mtro. Sergio Leonardo de Ávila Ruiz.

18 de Octubre de 2017
MEMORIAS DE UN MEXICANO
Comentario crítico sobre la Identidad Mexicana.
La identidad se construye con los rasgos que nos hacen distintos, lo idéntico con lo
que nos hace similares. Al final su función principal es darnos sentido de pertenencia a un
grupo. Como mexicanos nuestra capacidad de identificarnos con nuestros pares nacidos
en esta tierra, no ha sido camino sencillo. De los Reyes lo ilustra muy bien en su texto
“Medio siglo de Cine Mexicano (1896-1947) “, pues mediante la descripción de las
características formales del cine, sus formas, corrientes cinematográficas nacionales,
funciones al servicio de los distintos actores de la realidad nacional y mediante una
interpretación histórica que parte de la República restaurada, desglosa cada una de las
épocas que vivió el paso del séptimo arte en nuestro país, desde su introducción y
aceptación por los círculos de Porfirio Díaz, su trasiego por el territorio nacional, la
naciente industria mexicana de cinematográfica, la etapa prerrevolucionaria, la
revolución misma, la posguerra , el hundimiento de los años 20 y el breve acercamiento a
la consolidación previa al medio siglo XX de un arte que ha sido junto a la literatura y la
pintura, una parte fundamental en la construcción de los rasgos que nos identifican como
mexicanos.
El texto que se cita, así como el cine mismo, utiliza un subterfugio, por lo que es difícil dar
con su verdadera naturaleza hasta bien entrada la lectura. ¿Cuál es la intención del autor
realmente? Al final resulta cada vez más evidente que la descripción histórica del paso del
cine por nuestro país, no es más que un ejercicio de interpretación informativo y crítico
sobre el poder del arte para la construcción cultural personal, explora los origines de la
identidad nacional y más allá de la revolución, el recién adquirido nacionalismo mexicano,
retoma la participación de personajes de la sociedad civil que poco aparecen en nuestro
bagaje cultural por ser ajeno al adoctrinamiento histórico y muestra a personas de carne y
hueso que intentan construir una vida y arriesgarse con una industria novedosa en un
país confundido, convulso y en constante transformación. Bajo nuestra perspectiva,
comprender los procesos de construcción de la identidad nacional vista a través de un
arte “del pueblo llano” es un logro por parte del autor y sirve para adentrarnos en un
ejercicio de introspección sobre la identidad nacional. El lenguaje es sencillo, con
esencia histórica alejada de cuestiones técnicas, el tema nos remite al interés histórico
social, pero también alude a una cuestión personal sobre el ser mexicano entonces y sus
implicaciones en una sociedad que no parece querer meterlos a todos en el mismo saco.
En 1876 se concluía uno de los periodos más complejos de la vida nacional, por fin se
encontró la paz y la estabilidad buscada. Porfirio Díaz fomentaba proyectos de avanzada
y sus planes de la mano de su gabinete permitieron sacar a México del atraso agrícola
minero para trasladarlo a la revolución industrial. Las divisiones sembradas durante todo
el siglo XIX tuvieron una respuesta institucional. Quizá fue por eso que al presentarse el
cinematógrafo ante Porfirio Díaz, tuvo tal aceptación, al final, era bien conocido su gusto
de Díaz por la identidad francesa que chocaba con sus raíces oaxaqueñas. El éxito no se
hizo esperar en una sociedad pacificada por la fuerza, reprimida entonces (quizá también
hoy en día) y la desigualdad mostro la realidad del país, funciones exclusivas para los
favorecidos del régimen, en un arte particularmente de las masas, mismas que veían
encendida su propia vanidad representada en los filmes de la época, nadie quería parecer
desarrapado ante el lente de un cinematógrafo.
El poder del cine fue utilizado así mismo como instrumento de adoctrinamiento, una
sociedad de 80% de analfabetos, era caldo de cultivo para el lavado de cerebro oficial
que ejercía el “porfirismo” mediante la censura y la pantalla del progreso, llevado de la
mano por particulares que retrataban hechos de la vida mexicana. El periodo de 1904 a
1910 del cine mexicano, con sus vistas alegres, elegantes y paisajes imponentes, eran un
sueño construido para tapar la verdadera identidad del pueblo que se cocinaba en las
revueltas de Cananea y Rio Blanco, donde el obrero y el campesino eran explotados
salvajemente para el servicio del gran capital. Esto se podía aprecia en otras artes de la
mano de la literatura y la pintura principalmente que buscaban retratar esa identidad que
nos conforma como oriundos de esta tierra; los pueblos, las ciudades, las espectáculos y
paisajes naturales, las actividades económicas y sociales, nuestras costumbres y
tradiciones.
Todo esto cambio con la Revolución que al estallar demostró lo que ocultaba la
propaganda, miseria y desigualdad, millares se lanzaban a la lucha armada y jefes
militares surgían en el norte, centro y sur del país contra el régimen del dictador. El pueblo
mexicano no se identificaba ya con las vistas de domingo al salir de la iglesia, sino con un
movimiento tan de masas como lo era la propia industria del cine. El mexicano era
revolucionario, politizado cada vez más por las distintas publicaciones anti régimen y los
filmes que presenta hordas de revolucionarios en la lucha.
Con la politización vino la censura y la represión a la que se ha acostumbrado el
mexicano. Hablar de la identidad es mostrar lo que no se quería enseñar, la verdadera
naturaleza de un país vivo, que se pudo apreciar con las amenazas de invasión por parte
de Estados Unidos durante la revolución, que mediante la difusión cultural de la
propaganda que antes reprimía, ahora permitía sembrar un sentido de recuperación del
orgullo nacional en contra de los embates extranjeros. Como si las invasiones se pudieran
parar con imágenes, el liberalismo se dejó sentir en el pueblo.
Al finalizar la gesta, nuestra identidad brevemente construida sufrió una modificación,
pues de la mano de los Carrancistas y la Constitución del 17, el concepto de
“nacionalismo” se incorpora para construir idealmente una identidad nacional; mediante
una amalgama de pasado, presente y futuro comunes para todos los pobladores de esta
tierra, con el afán de dejar atrás por fin las divisiones que tanto daño habían hecho al
país. La propaganda fue de facciones gubernamentales y el nacionalismo
posrevolucionario (de particulares) pretendían escapar de la realidad de un país convulso
y en recuperación que no concluyó con las exigencias de las mayorías y cuya identidad
real se escondía en la entraña del pueblo oprimido, que siguió en su olvido. Quizá esa
cobardía también sea propia de nuestra identidad, huir del dolor para olvidar.
Como conclusión de esta breve critica consideramos que la identidad del pueblo
Mexicano está determinada por la división interna, es una fractura con la que nacemos,
viene de épocas pasadas y de nuestro deseo de compararnos, de la idiosincrasia del
pueblo mexicano que no se apoya más que para beneficio propio, pero esta identidad es
falsa, es adoctrinamiento puro, la real se nota en la masa, en la base de la población, que
es solidaria, desprendida y cooperativa. México se ha caracterizado por sus procesos
inversos, pues lejos de ser una nación por herencia, ha sido forzada a compartir una
verdad histórica determinada con el afán de forjar un Estado-Nación, durante años esta
idea nos destruyó, hoy eso forma parte de nuestro pasado común, lo podemos ver
ilustrado en las corrientes literarias y la pintura, que intentan reconstruir durante los años
posteriores a la restauración y consolidación de la republica una identidad. La identidad se
construye día con día a través de las épocas, es nuestro trabajo identificar costumbres y
tradiciones que sirvan de amalgama a nuestro pueblo afectado aun por la desigualdad
social y sus propias luchas internas.

REFERENCIA.

De los Reyes, Aurelio, Medio siglo de cine mexicano (1896-1947), México, Trillas,
(Linterna mágica, núm. 10) 1987. 225 pp.

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