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Hacía dos días que Renato Alva Darío se había marchado a Cajamarca con el
deseo ferviente de conocer por primera vez a su padre.
Por aquel entonces, Charo Darío tenía diecisiete años y llevaba seis meses en
la universidad. En las vacaciones de febrero, en carnavales, conoció a
Alejandro Alva y desde entonces quedaron prendados el uno del otro, y no sólo
se prometieron cariño, sino amor hasta el fin de sus días. Charo Darío recuerda
que desde que una tarde de fiesta y de tragos, ella y Alejandro bebieron el
néctar del sexo y del amor, lo seguirían haciendo continuamente.
Alejandro Alva sufría en silencio con esta limitación; era un suplicio cumplirla.
Sin embargo, ahora que Charo Darío le hizo saber del problema, dijo: “Hay que
esperar. Puede ser normal el retraso”. Pero, ella no vivía tranquila, previendo la
reacción de su padre a quien conocía de sobra, y pensando en su vida
también. Su madre misma, cuando Alejandro iba a buscarla, le había advertido:
– Algo no me cae bien de ese muchacho. ¡Cuidado con hacer cosas indebidas
antes del tiempo! ¡Todavía eres muy joven! ¡Preocúpate en estudiar, lo demás
viene después! ¡Consúltame, para eso soy tu madre!...
Pero Charo no le consultó ni la primera vez que hizo el amor, ni la vez que tuvo
el retraso del flujo menstrual...
Por otro lado, Alejandro Alva hizo todo lo posible para no ir con ella al médico.
En la tarde ella trajo le mostró el resultado: estaba embarazada, y de tres
semanas…
Charo Darío recuerda que lo primero que hizo Alejandro fue encararle su falta
de sinceridad. “¡No puede ser! ¡Qué es esto!”, le dijo. Y cuando él tuvo la
certeza del embarazo, la culpó de ser responsable de un descuido fatal y de
haberlo hecho víctima de un engaño. Charo Darío lloró amargamente, porque
sabía que tal como habían hecho el amor siempre, cuidándose, así lo hicieron
la última vez. Años después, Charo Darío conocería que la seguridad de los
métodos tiene sus fallas. Así había sucedido esta vez, porque a pesar de sus
prevenciones, a pesar de cuidarse, a pesar de conocerse íntimamente bien, a
pesar de no hacer el amor los días más peligrosos, la naturaleza desbordó los
cálculos de cuya infalibilidad habían estado plenamente seguros.
– Charo, ¡estamos jodidos! ¡No tenemos más remedio que bajarlo, que
abortarlo, si no me entiendes!…
¿Dónde estaba el amor que él le había jurado tenerle pasara lo que pasara?
¿Dónde estaba aquella noble actitud que ella había visto en él en esas horas
locas y apasionadas?
Sabía que su padre lo echaría de la casa y, sobre todo, que no lo apoyaría para
estudiar la carrera que siempre le gustaba. Por eso, Alejandro Alva no encontró
otra solución, ni acudió más que a sus amigos a pedirle prestado dinero para
poder pagar el trabajo abortivo del médico. Porque, ¿podía llevarla a Charo
Darío a su casa? ¡Imposible! ¿Podía llevarla a otra parte para vivir juntos?
¿Adónde? ¿Con qué? ¡También imposible!
Pero, también conocía el carácter de Charo Darío. Lo sabía por la rigidez que
ella impuso para las ocasiones en que hacía el amor. Alejandro Alva no supo
qué hacer cuando ella le dijo que no abortaría jamás, que no lo haría ni muerta.
Era verdad, porque Charo Darío le tenía fobia a las inyecciones y al hecho de
ser expuesta al manoseo de sus intimidades por parte de extraños, y sobre
todo por razones que ella consideraba demasiado estúpidas e inadmisibles.
“Jamás consentiré exponerme a esas cosas. ¡Jamás!”, dijo llorando cuando
Alejandro Alva le había pedido abortar. Prefirió pasar todas las vergüenzas,
todas las fatalidades antes que acceder a las imploraciones y ruegos, así como
a las amenazas de ponerle fin a la relación y hasta de negar al futuro hijo por
parte de Alejandro Alva.
Así parecía, porque en cuanto subió al bus de la Díaz que iba a trasladarla a
Lima, – “allá voy, a sufrir más tal vez, pero donde también voy a encontrar más
posibilidades para surgir”, había dicho al elegir esta ciudad como refugio–, se
sentó junto a una señora, a quien desde entonces la iría considerando y
tratando como una madre. Su nombre era María Olivia y desde que Charo
Darío le relató las peripecias que estaba pasando, asumió una actitud maternal,
dijo que era madrina de ella y para mejor prueba mostraba la partida de
nacimiento que Charo Darío cuidó de llevar.
María Olivia era cajamarquina también, tenía tres hijas y una hermana soltera,
Vanesa Díaz, quien administraba un negocio muy próspero, pero sufría por
falta de gente honesta que le ayudara y sobre todo por su esterilidad incurable
que en dos oportunidades había alejado a dos esposos suyos dejándola
deprimida casi para toda la vida. María Olivia se sintió encantada de poder
llevar a Charo donde Vanesa, pues estaba segura que ambas no sólo se
ayudarían mutuamente, sino que le darían un buen porvenir al hijo que nacería
en adelante.
El escape de Charo Darío no alivió a Alejandro Alva del problema, porque sus
padres lo regañaban casi diario a causa de las molestias que les hacían los
padres de ella, diciendo que por culpa del tal desgraciado su hija había perdido
la universidad, había malogrado su vida y había llenado de preocupación y
desolación a la casa. Alejandro se dio cuenta entonces que nunca la había
amado, que sólo había estado con ella por razones inexplicables, sexuales
quizás, fortuitas tal vez, que no se hubiera unido a ella porque aún era joven y
quería estar libre todavía, y se alegró de saberlo, con una alegría que lo irritaba
porque no le satisfacía completamente. Por otra parte, durante mucho tiempo,
incluso cuando ya ejerció su profesión de abogado y hasta que conoció a su
hijo Renato Alva Darío trentidós años después, vivió con el fantasma de que en
cualquier momento le llegaría la demanda por alimentos, y no era tanto el
temor por el monto a pagar, sino una preocupación que lo había estado
encubando desde que Charo Darío se separó de él. Sin embargo, fue una
preocupación vana e inútil porque nunca sucedió tal cosa. Pero de cuando en
cuando se ponía a pensar en el hijo del cual no tenía noticias, que no había
visto nacer ni crecer, y sobre todo cuando pensaba en la mala suerte que creía
tener al no haber podido tener hijo alguno en las dos mujeres con las que se
casó ni con nadie...
¿Qué significó para su vida la relación con Charo Darío? Alejandro Alva se
alegró de saberlo sólo años más tarde. Porque esos días, hastiado con tanto
regaño y con un tremendo rencor hacia ella por haber complicado el problema
gracias a su férrea obstinación de oponerse a abortar, se olvidó de las mujeres
durante cinco largos años y se enfrascó en los estudios con un fervor propio de
él y logró que su padre accediera a su pedido de hacerlo estudiar la profesión
que ahora más que nunca le obsesionaba, en Lambayeque.
Aunque Charo Darío estaba decidida a afrontar toda dificultad con un carácter
de hierro, la vida le resultó, contrariamente a lo que ella a veces imaginaba, un
reto a la habilidad e inteligencia. Porque en cuanto obtuvo la confianza de
Vanesa Díaz, ésta le delegó la dirección de la empresa gracias a que a los
pocos días de iniciar su trabajo, resolvió varios problemas de retraso de
mercancías y sobre todo del sistema de ventas y cobranzas. “Si hubieras
acabado tu carrera, hubieras sido una gran contadora”, le dijo Vanesa. Charo
Darío no se calló: “Pero no nos hubiéramos conocido jamás”, le dijo. Ambas
rieron. Sin embargo, años después Charo Darío ni siquiera echaría de menos
haberse quedado con tan pocos meses de estudios, porque con su ingenio, la
experiencia del trabajo y el espíritu emprendedor de ambas y algunos cursos
de capacitación en mercadotecnia, convirtieron el negocio, en menos de cinco
años, en una fabulosa cadena de tiendas en todo Lima con más de quinientos
empleados estables…
Desde que Renato Alva Darío creció, terminó su carrera y se hizo hombre,
Charo Darío jamás se acordó de molestar a Alejandro Alva por nada. Y cuando
el chico preguntaba quién era su padre, mamá Vanesa, siempre se adelantaba
diciéndole: “Olvídate, hijito, hace tiempo que ha muerto”.
Pero Renato Alva Darío, a pesar de que terminó la carrera de medicina, trabajó
dos años en la clínica Todos por el Perú y luego abrió un consultorio al mismo
tiempo que continuó estudios de especialización en cirugía cardíaca, fue
perseguido por la inquietud de conocer a su padre, que según noticias de su
abuela materna, trabajaba en la Corte Superior de Cajamarca... Fue así que
después de realizar algunas delicadas operaciones de corazón con notorio
éxito en el Hospital Rebagliati– sus colegas vislumbraban en él a un famoso
galeno que haría historia en la medicina peruana y mundial–, decidió viajar a la
ciudad norteña y satisfacer sus ansias de años.
En efecto, eran las ocho de la mañana cuando Charo Darío por fin oyó timbrar
el teléfono. Renato Alva Darío le hacía saber que había llegado bien, que le
perdonara el descuido de no haber tomado muy en cuenta sus
recomendaciones, que recibiera saludos de su padre a quien calificaba de un
gran hombre y hasta le dejó entrever un reclamo por mantenerse separado de
éste. Le contó también del clima espléndido en Cajamarca: hermoso día de sol
brillante y cielo diáfano, y le hizo saber que se quedaría unos días más, hasta
julio…
Pero Renato Alva Darío se quedó más días en Cajamarca. Desdeñó la oferta
que su madre y Vanesa le habían hecho de apoyarlo en su viaje a Europa a
hacer estudios de alta cirugía cardíaca para establecer la anhelada clínica
especializada en cardiología, y más bien orientó su atención al estudio de lo
que su padre y él, en sus largas conversaciones, llegaron a considerar como el
tema de más alta prioridad e importancia en el país: controlar el acelerado
incremento de la población en el Perú y particularmente de Cajamarca…
Cuando Charo Darío llegó a Cajamarca, horrorizada por la noticia y verificó que
padre e hijo no sólo habían tejido una gran amistad, sino la telaraña de un
trabajo conjunto, sucio e ilegal, pues el uno hacía servicios abortivos casi
públicamente y el otro ganaba juicios contra desahuciadas mujeres que
parecían desfallecer en situación de abandono y con hijos sin padre, creyó
enloquecer. En su desesperación quiso abjurar del descarriado hijo. Se
lamentaba no haberle contado la historia de la irresponsabilidad de Alejandro
Alva, de su intención de matarlo abortándolo a él hacía trentidós años... ¿Era
Renato ciego para no darse cuenta de la magnitud del crimen que cometía?
¿Qué cuentas iba a rendirle a Dios cuando se muera? ¿Para eso había sido
educado? ¿Para eso ella había luchado a favor de su vida, para que él viva
deshaciendo lo que día a día la inmadurez e irresponsabilidad de los hombres
producía y que Dios aún permitía?
– ¡Yo sólo sirvo a la sociedad! ¡Yo no me voy a buscar a la gente que necesita
de mis servicios! ¡Yo no hago nada! ¡Yo no les convenzo de nada! ¡Yo no he
inventado estas cosas! ¡Son ellos quienes necesitan de mí! ¡Son ellos los que
voluntariamente vienen a mí en busca de ayuda! ¡Ellos me ruegan, me
agradecen! ¡Y si tuvieran valor, creo que hasta me obligarían a que yo les
atienda!… Gente de todo tipo viene a verme. ¡Si tú los vieras, mamá! ¡Si tan
sólo estuvieras presente!... ¡Igual fuera sin mí; igual es! La diferencia está en
que yo soy quien los atiende, un médico, un profesional, un cirujano… Además,
aunque tú no creas ni aceptes, creo que es más humano cortar la venida de un
hijo indeseado que después de nacido sacrificarlo y matarlo con un sinnúmero
de carencias, miserias y sufrimientos. A mí tampoco me gusta hacer esto, ¡no
creas que gozo!, pero es mejor hacer este sacrificio antes de verlos nacer y
sufrir… – dijo y le vino a la mente algo que no le había ocurrido antes: tal vez
debería cobrar el doble en caso de reincidencia de aborto. “Cuándo será
realmente efectiva esa bendita planificación familiar. Mientras tanto y aunque
nos pese, hay que ser prácticos aunque duros”, dijo. Él no estaba de acuerdo
con su padre para proceder a la fuerza tanto en el aborto como en la
esterilización a través de medios diversos como alimentos donados,
vasectomía, ligadura de trompas, etc. “Todo tiene que ser voluntario. Si no
fuera voluntario, yo tampoco lo haría; jamás. Quiero tener mi conciencia
tranquila”, añadió.
Renato Alva Darío demostró que estaba curado contra los ruegos y lágrimas de
su madre y contra las amenazas. Al contrario, creía que el crimen estaba
precisamente en hacer lo que ella pedía: dejar que se siga trayendo hijos al
mundo y matándolos de hambre. “Eso es inaceptable, hoy que disponemos de
los medios y la tecnología para impedirlo”, dijo. Las denuncias no le asustaban;
estaba acostumbrado a ellas, a infinidad de éstas... “Si hasta las autoridades
necesitan de mis servicios; más que otra gente quizás… En este país, hay
gente que no tienen más diversiones que el sexo”, dijo, y no quiso pensar si su
trabajo no era más que una contribución a la promiscuidad o a la degradación
humana. “La putería existe a la buena o a la mala. La clave está en evitar sus
flagelos”, se decía para poner paz y cerradura a este tipo de ideas.
Contarle su historia, cómo y por qué nació, al contrario de lo que Charo Darío
esperó que convencieran a Renato a cambiar de actitud, a darse cuenta de por
qué estaba vivo, no distanciaron a éste de su padre. Ni siquiera pareció darle
importancia. “El que ha venido al mundo es por algo, y para hacer algo; tiene
que servir a los demás y es una estupidez ponerse a pensar cómo fue su
origen y su pasado”, le respondió. La tarde en que los tres se encontraron en
su consultorio de Mario Urteaga, Charo Darío le dijo a Alejandro: “¡Hoy parece
que tanto amas y consideras al hijo que un día quisiste matarlo con la misma
porquería que éste ahora hace!”. Padre e hijo se unieron más y Alejandro Alva
pensó en la posibilidad de que Renato llegara al Congreso mediante las
próximas elecciones para abogar por la dación de leyes a favor del aborto.
Años después, uno antes de las elecciones, Renato Alva Darío, decidió
marcharse a Alemania. “En el Perú la medicina avanza muy lento. Los médicos
nos creemos tanto y no somos más que unos pobres huevones. Ni siquiera
estamos a la altura de Cuba”, dijo. Se iba al XXX Congreso Mundial de
Medicina, y a traer nuevos equipos para abreviar y hacer más fácil el trabajo
que ahora, asombrosamente, había crecido. “Mi padre tiene razón, la
planificación todavía no es efectiva. ¿Será posible considerar lo que hago una
manera cruda de hacerlo?, dijo.