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Sacramentos.

7.3. El bautismo. Naturaleza, sujeto, efectos.


Si queremos entender adecuadamente un sacramento, no sólo debemos fijarnos en el
signo externo, sino que debemos determinar desde el principio adecuadamente la
significación antropológica de este hecho externo. El sentido antropológico esencial del rito
del bautismo es claramente sociológico (no individual). La correcta comprensión del
bautismo sólo puede obtenerse desde la correcta comprensión de la Iglesia. El bautismo es
esencialmente para el individuo "rito de iniciación", por el que se convierte en miembro
de la Iglesia.

La comunidad humana está enraizada en la naturaleza social del hombre y la búsqueda de


la adecuada forma de comunidad es para el hombre al mismo tiempo una búsqueda de su
propia realización personal. Esto conduce ya en los pueblos primitivos a los llamados "ritos
de iniciación", por los cuales los individuos se insertan en la comunidad.

Como precedentes del bautismo cristiano en el mundo pagano entran en consideración


sobre todo las abluciones rituales, que se fundan en el primitivo sentido humano acerca de la
pureza ética y cultual, y los ritos de iniciación en los misterios, que dan en el mundo helenista
un nuevo sentido a las abluciones. Mientras las abluciones preparan al servicio cultual, la
iniciación mistérica, mediante el uso del agua y la sangre que son portadoras de vida, buscan
participar la vida de la divinidad y generar un mayor sentimiento vital.

En el judaísmo las abluciones fueron adquiriendo cada vez más un sentido meramente
cultual. El rito de iniciación estaba más en relación con la circuncisión, que era para los
judíos el signo en la carne de la pertenencia a Dios, de la Alianza. Después del Exilio se
subraya el carácter moral y religioso de este rito como circuncisión del corazón.

El bautismo de Juan el Bautista es un rito de iniciación bajo formas nuevas. Tiene su


modelo tanto en los ritos bautismales esenios como de la secta de Qumram. Este bautismo no
es ya una ablución cultual sino que más bien está determinado por la idea escatológica. Es un
bautismo en orden al perdón, es preparación para el futuro reino de Dios y a al vez una
referencia al bautismo de "sangre y fuego" que Cristo proporcionará (Lc.3,16). El bautismo
de Juan es conferido a los judíos y sólo se recibe una vez. La idea de que el bautismo de Juan
se identifica con el bautismo cristiano es rechazada por Trento (DZ 1614 DB 857).

Jesús se hace bautizar por Juan (Mc.3,13-17 y paral.) para que se realice toda "justicia"
(Mc.3,15), porque Cristo ha tomado sobre sí los pecados del mundo como Cordero de Dios
(Jn.19,36). El bautismo cristiano ha de estar configurado y preparado en el bautismo de
Cristo. El bautismo, que los apóstoles confirieron siguiendo el bautismo de Juan, era
igualmente un mero bautismo de penitencia, como el bautismo del Precursor. El bautismo de
Cristo es un testimonio sobre la mesianidad y divinidad del Salvador.

La Iglesia tiene su propio rito de iniciación que consiste en el bautismo ordenado y


fundado por Cristo. La comunidad primitiva confirió el bautismo desde el comienzo, y
además, sin excepción y en forma obligatoria (Hch.2,41; 8,12.36; 9,18; 10,47; etc.). Este
bautismo cristiano ha sido instituido por Cristo y por El mismo mandado a los Apóstoles
como deber misionero, luego de su resurrección (Mt.28,19). Según el NT el bautismo se
presenta como un "nuevo nacimiento", un "baño regenerador". En la época de Jesús era
convicción general que este bautismo anunciado por los profetas debía ser realizado por el
Mesías para proporcionar el perdón de los pecados.

El carácter de iniciación y el efecto de remisión de los pecados del bautismo resulta


asimismo visible en la tipología Adán-Mesías (= Cristo), ya conocida por el judaísmo de la
época de Jesús, y que Pablo desarrolla en sus cartas: así como el antiguo Adán condujo a la
humanidad al pecado, el nuevo Adán, Cristo, la conducirá a la salvación (Rm.5,12.21). En los
textos paulinos resulta claro el sentido y la razón histórico-salvífica del bautismo como rito de
iniciación cristiana.

Desde la edad media, sobre todo, surgió una controversia acerca de cuándo y cómo
instituyó Cristo el sacramento del bautismo. Algunos veían que ésto se daba con la
conversión de Nicodemo (Bernardo de Claraval) y otros en el mismo bautismo de Cristo
(Santo Tomás). La mayoría de los teólogos ven la institución del bautismo cristiano en el
mandato de bautizar dentro del mandato misionero después de la resurrección de Cristo. San
Buenaventura dice que Cristo instituyó el bautismo "materialiter" en su propio bautismo,
"formaliter" en el mandato misionero, "effective" por su muerte y el envío del Espíritu Santo,
y "finaliter" en la conversión de Nicodemo.

Pasemos ahora a considerar la materia y la forma del sacramento del bautismo. Antes,
presentemos un etimología de la palabra "bautismo". Bautismo (nombre) es el hecho, que
abarca el bautizar (verbo) y el ser bautizado. Bautizar significa principalmente sumergir para
resurgir como una nueva creación (así lo atestigua tanto el AT como el NT con distintas
figuras como por ejemplo Noé, la purificación de Naamán, la curación del paralítico en el
pozo de Betsaida, entre otras). El sentido de penitencia y perdón de los pecados también está
atestiguado por la SE.

Como el bautismo de penitencia, tal como lo administraba Juan, y como Cristo mismo lo
recibió y lo mandó administrar por sus apóstoles, es el prototipo obligatorio del hecho externo
del bautismo ordenado por Cristo, se debe considerar como materia remota el elemento de
este sacramento, el agua pura, natural. Así lo atestigua la tradición más primitiva y también
la escolástica, dando, éstos últimos, razones de conveniencia a favor del agua como materia
remota del bautismo: el agua es el elemento básico de la vida, purifica y es transparente a la
luz y da la posibilidad de abarcar totalmente un objeto o de penetarlo.

El agua como materia remota del bautismo fue rechazada por el gnóstico Cayo (siglo III),
por los cátaros y valdenses fundados en razones maniqueas, y también por los cuáqueros por
ser costumbre judía. Loas gnósticos conocieron el bautismo de aceite, los cátaros y jacobitas
un bautismo, de fuego. La Iglesia rechazó expresamente estas dos formas. En 1241 Gregorio
IX exigió a los obispos noruegos que los niños que habían sido bautizados con cerveza fueran
nuevamente bautizados con agua (DZ 829 DB 447). Lutero consideró como materia adecuada
para el bautismo todo lo que servía para el baño, y Calvino interpretó Jn.3,5 metafóricamente.

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Sobre este punto declaró el Concilio de Trento: "el que diga que para el bautismo no es
necesario el agua real y natural, y quien... desvirtúe Jn.3,5 como una interpretación figurada
sea anatema (DZ 1615 DB 858; CIC can.737).

Desde los tiempos más primitivos la Iglesia emplea en el bautismo solemne agua
bautismal bendita. La SC núm.70 del Vaticano II subraya expresamente en relación al nuevo
rito de bautismo de niños, que puede usarse agua corriente. Con el agua consagrada en la
noche de Pascua se bautiza sólo en tiempo pascual. Durante el resto del tiempo litúrgico del
año se efectúa la bendición del agua bautismal en la misma celebración del bautismo.

La materia próxima es la acción misma de bautizar, que consiste en derramar el


agua o en la inmersión del neófito en el agua o en la aspersión con agua (cf. CIC
can.758). En Palestina y en el área cultural griega parece que desde el siglo III se propagó el
bautismo por inmersión. El bautismo por infusión se aplicó cada vez más en occidente desde
el siglo XIII. A partir del siglo IV al VII se encuentran en oriente y occidente los baptisterios
y las pilas bautismales construidas en forma de cruz para la inmersión del neófito.

Actualmente el nuevo rito bautismal prescinde de la imposición de manos, de la


"exsufflatio" y de la imposición de la sal, y prescribe tan sólo una unción postbautismal con el
crisma. En relación a la unción prebautismal, el nuevo rito deja a consideración de las
Conferencias Episcopales, la decisión acerca de la conservación o renuncia de la misma.

Consideremos la fórmula del bautismo. La forma del bautismo debe expresar:


La acción bautismal: "yo te bautizo". Conforme al mandato de bautizar de Cristo, la
invocación de la Santísima Trinidad
(Mt.28,19).

La fórmula trinitaria es exigida sobre todo por el Concilio de Arles del año 314 (DZ
123 DB 53), por los Papas Inocencio I (DZ 214 DB 95), Pelagio I en el año 560 (DZ 445 DB
229), Gregorio I en el año 600 (DZ 478 DB 249), Benedicto XII (DZ 542 DB 1016), Eugenio
IV (DZ 1314 DB 696). Así como por el Concilio Lateranense IV en el año 1215 (DZ 802
DB 430) y por el Tridentino (DZ 1617 DB 860). En la SE hay testimonios acerca de un
bautismo en el "nombre de Jesús" en lugar de la fórmula trinitaria. Pero el bautismo con la
fórmula trinitaria es costumbre desde el siglo II y está exigida para la validez del sacramento.

Por lo tanto, la materia remota del bautismo es el agua pura y natural, la materia
próxima es el agua en cuanto utilizada en la acción de bautizar (inmersión, aspersión o
infusión). Y la fórmula debe expresar la acción de bautizar en primera persona y la
invocación trinitaria.

Veamos, ahora, lo referente a los efectos del bautismo. En forma sencilla el sermón
pronunciado por Pedro el día de Pentecostés expresa los tres elementos constitutivos del
efecto del bautismo (Hch.2,38s.): el perdón de los pecados, la santificación y la
incorporación a la Iglesia. Que estos tres efectos están relacionados entre sí como único
efecto básico del rito de iniciación, resulta especialmente claro en Jn. y Pablo, al determinar

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de forma más concreta el efecto del bautismo "como nacimiento de Dios" (Jn.1,13; 1Jn3,8s.),
como "nacimiento de arriba" (Jn.3,7), como "nacimiento del agua y del espíritu Santo"
(Jn.3,5). El bautismo es para Pablo un "baño regenerador y renovador" que constituye en el
bautizado un "nueva creación", representa un nuevo nacimiento que es sobrenatural.

Pablo presenta una nueva interpretación del hecho del bautismo. El efecto del bautismo
se explica a partir de la muerte y resurrección de Cristo. Pablo, para esta su nueva
interpretación de los efectos del bautismo, emplea sobre todo expresiones procedentes de la
doctrina de los misterios, sin incorporar no obstante al cristianismo el rasgo mágico de estas
doctrinas. Las afirmaciones más importantes en relación con la idea paulina del bautismo son:
"Todos los que fueron bautizados en Cristo se El texto más importante en relación con la idea
han revestido de Cristo" (Gal.3,27). La paulina acerca del bautismo es Rm.6,3-11. Por
exigencia que se presenta al hombre nuevo y el bautsimo el cristiano muere con Cristo al
su característica es renovarse en el espíritu y pecado para resucitar con Cristo a la Vida
los sentimientos (Ef.4,23), como hijos de la luz Nueva de los hijos de Dios. E hacerse
producir el fruto de la luz (Ef.5,9) o del cristianos acontece constantemente por la
espíritu (Gal.5,22). "Todo lo que hagan de configuración con la muerte de Cristo. Pablo
palabra o de obra, háganlo en nombre del considera el efecto del bautismo no como un
Señor Jesús dando gracias a Dios Padre por efecto material, sino como una nueva relación
medio de él" (Col.3,17). personal del bautizado con Cristo viviente
como cabeza de la Iglesia.

Sólo si el bautismo como rito de iniciación se entiende a partir de la Iglesia como


totalidad y de su cabeza Cristo, se puede defender el bautismo de los niños en sentido
propiamente dicho. Este bautismo presupone un efecto y una validez objetiva del sacramento,
que no es producido por la fe del que se bautiza, pero que tampoco es un efecto mágico en sí,
sino que más bien puede y debe entenderse a partir del orden sociológico existente en la
Iglesia, Cristo y el que se bautiza. Es difícil establecer en qué medida era para Pablo el
"hecho litúrgico" del bautismo en la inmersión y salida del agua punto de partida para
incorporar a su doctrina del bautismo de Rm.6 el "hecho histórico" del enterramiento y
resurrección de Cristo, el "hecho ético sobrenatural" del paso de la vida pecadora a la nueva
vida sin pecado en Cristo y el "hecho escatológico" de la muerte y resurrección de nuestro
cuerpo.

Clasifiquemos, para una mayor claridad en la exposición, el efecto del bautismo en:
efectos curativos, efectos santificadores, y la formación de la Iglesia.

1. Los efectos curativos.

En el bautismo se inicia la justificación del hombre por Dios, tal como la concibe Trento
(DZ 1524 DB 796). Todo lo que la doctrina de la justificación ha expresado respecto de ese
acto histórico-salvífico fundamental en el hombre tiene su fundamento sacramental en el
hecho del bautismo.

La Iglesia enseña que por el bautismo se perdonan todos los pecados, el pecado
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original y todos los pecados personales que el hombre ha cometido hasta su bautismo . 1

El bautismo cristiano se manifiesta como la plenitud del bautismo de Juan, que fue bautismo
de penitencia en función del Mesías.

Se enseña, también, que por el bautismo se borran también todas las penas del
pecado. Por eso la Iglesia no impone ninguna penitencia al bautizado .2

Además, el bautismo destruye el dominio de la concupiscencia y debilita la tendencia


hacia el pecado grave . 3

Pero el bautismo no borra todas las consecuencias del pecado original y del pecado
personal, lo cual comprobamos en el hecho de que la salvación personal es histórica y
comporta un proceso y un crecimiento en la gracia. Además, el bautismo no borra los pecados
futuros.

El perdón de los pecados en el bautismo de adultos presupone el arrepentimiento y la


actitud penitencial. La culpa original es borrada solamente por el bautismo; la culpa personal
exige arrepentimiento del pecador.

2. Los efectos santificadores.

Uno de los efectos del bautismo es la santificación por el "don del Espíritu Santo y la
incorporación a Cristo", según el testimonio de la SE. El perdón de los pecados y la
santificación son efectos universales.

Los efectos santificadores del bautismo pueden considerarse desde el punto de vista de
Dios y desde el punto de vista del hombre.

Desde el punto de vista de Dios, y así hay que decir que el bautismo es un nacimiento a
partir del Espíritu Santo, que nos regala sus dones. En este Espíritu se nos ha prometido la
resurrección de nuestro cuerpo. El bautismo, también, nos incorpora a Cristo haciéndonos
hijos de Dios. Aquí la santificación es entendida como "iluminación", como participación de
la vida de Dios Trino.

Desde el punto de vista del hombre, se puede decir que el bautismo nos hace nuevas
creaturas, nos abre al acceso al reino de Dios y nos garantiza la vida eterna. Por él se nos dan
las virtudes teologales así como las virtudes de la humildad, de la gratitud, de la paciencia,
del gozo y de la piedad adquieren nuevos contenidos y sentidos.

1Cf. DZ 41 DB 9 y DZ 1515 DB 792

2Cf. DZ 1316 DB 696

3Cf. STh III q.69 a.3 ad 2m


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3. La formación de la Iglesia como efecto del bautismo (Incorporación a la Iglesia y
sacerdocio bautismal).

Porque el bautismo como rito de iniciación incorpora a la Iglesia visible, resultas


adecuada su absoluta unicidad e irrepetibilidad. La Iglesia tiene en cuanto realidad natural y
sobrenatural, visible e invisible, una "estructura sacramental" en este mundo, de manera que
sólo por medio del sacramento del bautismo puede el hombre ser acogido en ella; y ésto en
forma tan definitiva que aquel que fue acogido una vez por la recepción del sacramento del
bautismo en la Iglesia, ya no se puede separar efectivamente de ella, ya no pude dejar de ser
cristiano ante Dios. Sí, como lo ha mostrado la doctrina acerca del carácter sacramental, el
sacramento del bautismo como rito de iniciación es eficaz e incorpora a la Iglesia incluso en
el caso de que el sujeto adulto del bautismo recibiera este sacramento sin disposición interna,
sin voluntad de penitencia y conversión, por razones meramente externas, sociales o incluso
totalmente económicas, de manera que el sacramento no pudiera desarrollar en absoluto su
efecto de gracia santificante. La Iglesia a desarrollado en este sentido la doctrina bíblica del
sello en la doctrina teológica acerca del carácter indeleble. De aquí resultan tres
afirmaciones importantes:

a. El bautismo es absolutamente único e irrepetible, como lo ha enseñado explícitamente


el Concilio de Trento (DZ 1624.1626 DB 867.869). Santo Tomás basa esta unicidad del
bautismo (STh III q.66 a.9) en la referencia a la irrepetibilidad del renacer, como es
irrepetible el nacimiento (Jn.3,4s.), a la unicidad de la muerte de Cristo y de su resurrección,
con las que une el bautismo (Rm.6,2s.), a la unicidad del pecado original que se borra en el
bautismo (Rm.5,18), así como la unicidad del carácter sobrenatural. Esta irrepetibilidad trae
consigo dos problemas:

b. ¿Qué sucede con un bautismo en el que no parecen darse los prerrequisitos humanos para
la eficacia del mismo? El bautismo de adultos recibido indignamente (por falta de los
adecuados sentimientos de penitencias) imprime el carácter pero no confiere el efecto de
gracia. Esto sólo se da, si posteriormente se despierta la recta disposición (contrición
imperfecta).

c. Como el bautismo siempre es válido, si se guarda la forma y si se confiere conforme a la


intención de la Iglesia (de cumplir el mandato bautismal de Cristo y de hacer cristiano al
hombre) se plantea la cuestión: ¿qué efectos produce el bautismo administrado fuera de la
Iglesia Católica, en el que el bautizante tiene la intención de acoger al que se bautiza en su
propia comunidad eclesiástica y no en la Iglesia Católica? ¿Cómo se puede armonizar la
unidad del bautismo válido y la multiplicidad de Iglesias. Una respuesta más bien jurídica da
la siguiente solución: todo bautismo incorpora a la única Iglesia de Cristo, aun cuando debido
al impedimento de la herejía o del cisma esta incorporación no llega a producir efecto en el
que recibe el bautismo. Como por la conversión desaparece este impedimento, se produce por
sí mismo el efecto del bautismo, la incorporación a la comunidad de gracia de la única
Iglesia. Por esta razón no se repite el bautismo en el caso de conversión. Ahora bien, cabe
preguntarse ¿cómo puede ser la herejía o el cisma un impedimento personal cuando no se los
abraza consciente y libremente sino como "convicción de fe", por haber nacido y sido
educado en una determinada confesión? La convicción de fe, cualquiera que sea no puede ser

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culpable, y sin culpa no hay castigo; por tanto tampoco el castigo de no pertenecer a la única
Iglesia.

Por lo que respecta al contenido mismo del efecto de formación de la Iglesia propio del
bautismo hay que afirmar que el bautismo no sólo incorpora a la Iglesia, entendida como
"ámbito de la gracia para el individuo en este mundo" sino que incorpora, además, a la
Iglesia viviente. Esto tiene como consecuencia que el bautismo concede de forma especial
una participación en los ministerios de la Iglesia que no son otra cosa que participación de los
ministerios de Jesucristo mismo (LG núm.32-36).

El efecto del sello bautismal no es sólo que el bautizado viene a ser propiedad ("siervo")
de Cristo, como signo de Cristo, sino que hace que el bautizado se configure también a la
imagen de Cristo ("signum confugurativum", Rm.8,29), le obliga a imita a Cristo activamente
en este mundo ("signum obligativum", Mt.9,9; 10,38; 19,21; Jn.1,43; 21,19) y mediante su
acción de gracia le ayuda a llevar una auténtica vida de cristiano ("signum dispositivum",
Gal.2,20). El máximo don de gracia es la participación en el "sacerdocio de Jesucristo",
porque en el hay que ver el ministerio más profundo y elevado (AA núm.3). La iglesia ha
mantenido siempre la doctrina del sacerdocio universal de los fieles junto al sacerdocio
ministerial, y a defendido con claridad en teoría esta doctrina hasta que la negación del
sacerdocio ministerial por los reformadores contribuyó a subrayar más intensamente este
sacerdocio.

La figura especial de este sacerdocio resulta clara si aceptamos la distinción entre un


sacerdocio creado-humano, un sacerdocio bautismal, y un sacerdocio ministerial. El
sacerdocio creado-humano es gracia y tarea de cada uno de nosotros en la vida y acciones
sacerdotales. En el sacerdocio bautismal este rasgo fundamental de la existencia humana se
eleva la misterio de la "existencia en Cristo". Frente a este sacerdocio bautismal la Iglesia
conoce desde el principio un sacerdocio consagrado propiamente dicho que se basa en la
institución de los Apóstoles. Este no se trasmite por el bautismo sino que se les concede a los
bautizados por el sacramento del orden. Se podrían distinguir ambos sacerdocios más o
menos de la siguiente forma: el sacerdocio bautismal corresponde a la herencia, el sacerdocio
ministerial es por el contrario comparable a una herencia especial.

El sacerdocio bautismal de los fieles resulta, además, visible y eficaz en la participación


activa en el santo sacrificio de la Misa. También resulta eficaz en la recepción activa de los
demás sacramentos (LG núm.10). Por último, el sacerdocio universal de los fieles y el
sacerdocio ministerial se diferencian esencialmente y no sólo por grado.

Para concluir con nuestro estudio, consideremos el sujeto del bautismo.

El sujeto posible del bautismo es todo hombre, que no ha sido bautizado todavía, pues
Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad
(1Tm.2,4), y el bautismo es la puerta de acceso al reino de Dios (Jn.3,5).

Para el hombre adulto que además del pecado original ha cometido pecados personales es
necesario no sólo que acceda al bautismo libremente sino que también exista el necesario
conocimiento (instrucción de los catecúmenos), así como la necesaria preparación (dolor
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sobrenatural de los pecados aunque sea imperfecto) y los actos de preparación que exige el
Concilio de Trento para la justificación (DZ 1526 DB 798).

De especial importancia para entender el bautsimo cristiano es ya desde la antigüedad el


problema del bautismo de los niños, en cuanto que el sacramento parece exigir en todo caso
la fe como acceso a los frutos del sacramento y la libre decisión como base de la obligación
procedente del sacramento en el sujeto que lo recibe. Hay que constatar en primer término
que la Iglesia desde el principio ha practicado el bautismo de los niños sin problema alguno,
que luego lo ha exigido en muchos decretos magisteriales y lo ha incluido en su Derecho Ca-
nónico. Las primeras referencias al bautismo de los niños la ofrece la misma SE cuando habla
de que se hicieron bautizar algunas personas "con toda su casa" (Hch.10,44-48; 16,15.33;
1Cor.1,16). El mismo Pablo coloca la circuncisión (que se hacía a los 8 días de nacido) y el
bautismo cristiano sobre el mismo plano (Col.2,11s cf. Rm.2,29).

Agustín da un nuevo fundamento teológico debido a su doctrina acerca del pecado


original, cuando presenta el bautismo incluso de los niños como un orden de la Iglesia
necesario para la salvación (polémica pelagiana). El bautismo es la señal de la "gracia
previniente de Dios", es el sello de la "gracia de la fe" concedida por Dios (Rm.4,16s.), es
signo de que Dios es el "comienzo de la salvación", el iniciador, y el hombre. por el contrario,
es solo que el responde, el que recibe, el que colabora (1Cor.3,9s.). El Concilio de Cartago
del 418 (DZ 223 DB 102) eleva esta doctrina a ley eclesiástica. Esta misma doctrina es
subrayada la Iglesia nuevamente más tarde frente a los valdenses, así como en el Lateranense
IV del año 1215 (DZ 802 DB 430) y en el Concilio de Trento. En relación con los
anabaptistas (DZ 1514 DB 791) el Magisterio se define también en la misma línea (DZ 1625-
1627 DB 868-870).

Todo ésto muestra claramente que el bautismo es el rito de iniciación para la Iglesia. De
esta idea dogmática del hombre así como del sacramento, de la justificación así como de la
Iglesia, el bautismo de los niños está plenamente fundado. En esta cuestión dogmática tiene
mucho que ver la cuestión pastoral. La Iglesia ha rechazado siempre explícitamente el
bautizar a los niños sin el consentimiento de los padres, aun cuando explica en forma
igualmente clara con Agustín que la fe de los padres es útil para los hijos, pero que la infideli-
dad de los padres no les perjudica. Desde el punto de vista dogmático y desde la tradición de
la Iglesia hay que decir que los hijos de padres que lo solicitan, deberían ser bautizados aun
cuando los padres no practiquen su fe, y de la vida de los padres, por un cálculo natural, no se
pueda obtener ninguna garantía en favor de una educación cristiana de los hijos.

Aquí se plantea la pregunta por la relación entre el bautismo y la fe. Cada sacramento
presupone la fe del sujeto. Lo significado con ello se esclarece precisamente aquí. 1) la fe no
es causa, sino condición para el efecto del sacramento. 2) la fe que se presupone no es
solamente fe individual sino la fe de la Iglesia. 3) el bautismo del niño no deja al margen su
decisión de fe sino que quiere ayudar al niño para que llegue una vez a esa decisión de fe, no
inflige violencia a la libertad del niño sino que la ayuda a llegar a la verdadera libertad
cristiana.

Otro problema es el tiempo del bautismo de los niños. El derecho eclesiástico exige (CIC

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can.707) que los niños san bautizados tan pronto como sea posible.

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