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Nuestra búsqueda histórica como pueblos nuevos, desde hace ya 200 años, ha sido
irrenunciablemente el establecimiento de la soberanía popular, de un gobierno republicano y
democrático que permitiese nuestra vida en libertad y nuestro avance social, en medio sin embargo
de débiles instituciones, incultura política, ambiciones personalistas, formalidades legalistas e
intereses opuestos a los derechos legítimos del pueblo.
Desde sus comienzos, no tardó el Libertador en evidenciar como jefe y como magistrado, su
probidad y rectitud ciudadana, sus virtudes como gobernante, sus dotes de estadista, al acatar y
preferir la determinación de los Congresos y el respeto a la soberanía popular al asumir el mando a
nombre de la Nación, más que su permanencia en el poder, y señalaba que: «el primer día de paz
será el último de mi mando» y proclamaba como aspiración definitiva de sí mismo: «no tener
otros derechos que los del simple ciudadano».
Nada más esclarecedor que su devolución del poder al pueblo y de su rechazo a gobernar un país
en el cual él fuese el único. Nada más categórico que su rechazo a la propuesta de que se coronase
como emperador o como rey. Su carta a Rafael Urdaneta el 18-9-1830 es categórica: «Yo pienso
que no dirá nada tan grande como mi desprendimiento del mando y mi consagración absoluta a las
armas para salvar al gobierno y a la patria... La historia dirá: Bolívar tomó el mando para libertar a
sus conciudadanos, y cuando fueron libres, los dejó para que se gobernases por las leyes y no por
su voluntad».
Simón Bolívar
Simón Bolívar
Vista de Sudamérica y México (New York, 1827)
Bolívar acudió a la voluntad popular para legitimar sus actos; requirió la determinación de los
Congresos y de los consejos; estimuló la discusión social; obedeció las resoluciones contrarias y
las órdenes institucionales que se le dirigieron; asistió a las Asambleas para exponer ideas y rendir
cuentas como militar y gobernante; respetó a la disidencia justa y fue clemente con sus enemigos;
convocó a su lado a preclaros ciudadanos; sancionó los extravíos; no admitió privilegios; se
enorgulleció de no haber elevado a parientes suyos a los mayores cargos y honores; ejerció el
gobierno con estricta probidad; renunció a salarios; despreció premios; perdonó vidas, fue fiel a
los valores republicanos y grande en sus pensamientos y en sus actos, él mismo se antevió como
«el precedente» en la historia nuestra, siempre fiel a los ideales democráticos y amante de la
libertad, preferible a todo, preferible a su gloria.
Ideas Democráticas
El pensamiento político de Simón Bolívar, la ideología bolivariana, el alma de su acción, es
profunda y definitivamente democrática. Solamente la democracia se compagina y corresponde
con su sólido propósito de emancipación política, igualdad social, justicia económica, unidad
americana, conciencia histórica y perfección moral. Cualquier otra fórmula es incompatible con el
pensamiento y línea mental de Bolívar y con la proyección de su esfuerzo en todos los órdenes de
lo social.
Para Bolívar la auténtica democracia implica que la autoridad es derivada del Pueblo, de la
suprema voluntad popular. Las diversas definiciones de la democracia coinciden que se trata de un
"gobierno Republicano-Popular, decidido por la intervención de la mayoría políticamente apta" y
es precisamente este fundamento teórico-político el que caracteriza a todos los gobiernos
planificados por Bolívar.
En el discurso de Angostura expresó: "Que los hombres nacen todos con derechos iguales a los
bienes de la sociedad", pero también reconoce las diferencias que existen entre cada individuo. La
igualdad es concebida como una igualdad política para disfrutar los bienes y derechos sociales.
"No todos los hombres nacen igualmente aptos a la obtención de todos los rangos, pues todos
deben practicar las virtudes y no todos las practican, todos deben ser valerosos y no todos lo son,
todos deben poseer talentos y no todos los tienen. De aquí viene la distinción efectiva que se
observa entre los individuos de la sociedad más libremente establecida". Si el principio de la
igualdad política es reconocido, no lo es menos el de la desigualdad física y moral. "La naturaleza
hace a los hombres desiguales en genio, temperamento, fuerzas y caracteres". Las leyes corrigen
estas diferencias porque colocan al individuo en la sociedad para que la educación, la industria, las
artes, los servicios, las virtudes le den la igualdad política y social.
Pero esa democracia política tiene que ser también, para Bolívar, una democracia social. Debe
tener un contenido de equidad y justicia social, que propenda por el mejoramiento de las mayorías,
tanto en el plano material, como en el de la autorrealización personal. El elemento de progresismo
social es inherente a su concepción de democracia, ya que esta atañe no sólo al plano político, sino
también al socioeconómico, pues es una aproximación a la equidad como aspiración de la justicia.
Ideas Liberales
Bolívar se identifica con la corriente de pensamiento opuesta al absolutismo monárquico, al
tradicionalismo, al sistema totalitario. Busca establecer un régimen político respetuoso de un
marco Constitucional y Legal, que adopta la división de las Ramas del Poder, que garantiza los
derechos fundamentales y la igualdad legal de los ciudadanos, que se fundamenta legítimamente
en la soberanía popular expresada a través de una cierta representación electoral. Pero Bolívar
busca un equilibrio entre el liberalismo individualista -tan en boga en su época- y el interés
colectivo, el progresismo social.
Ideas Republicanas
El liberalismo de Bolívar no es el liberalismo idealista y romántico de muchos de sus
contemporáneos, sino el mitigado por un realismo político y el contextuado histórico y
sociológicamente en nuestras endebles e incipientes repúblicas. Por ello, propone reformas
sociales (eliminación de los títulos nobiliarios y sus privilegios, abolición de la esclavitud negra y
de la servidumbre indígena); reivindicaciones económicas (como la reforma agraria con la entrega
de tierras a los indígenas y a los integrantes del ejército libertador); regeneración cultural y moral
(estimulando la educación popular e impulsando la vigilancia de la moralidad pública y
ciudadana); y las transformaciones políticas, con un adecuado mecanismo electoral y sistema de
representación. Todo ello lo lleva a formular su permanente reclamo por "unidad-solidez-energía"
(Cartagena 1812), como criterio para gobernar nuestros nacientes sistemas políticos.