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– José Gabriel –

Miles de años, cientos de pueblos, millares de historias

Yo, Louise Claramount, solía cubrir noticias relativas a crímenes de


estado en la sección de política internacional del diario El País.
Antes de centrarme en el gobierno Turco, informaba de los
asesinatos de gobiernos del sudeste asiático y en especial de
gobiernos latinoamericanos. El diario pese a su nueva línea
editorial, aún me mantenía en plantilla, hasta que en medio de una
investigación que juzgaron vana, me despidieron.

La investigación a la que refiero, ocurrió en 2006, cuando mediante


una llamada a mi teléfono móvil, y correos electrónicos de por
medio tuve contacto con el entorno del ex agente norteamericano
Edward Snowden, no con él.

A parte de pedirme discreción, innecesario desde mi perspectiva,


organizaron un encuentro fugaz en el número 1 de la calle
Shmitovskiy Proyezd de Moscú, donde funcionaba el local del
discreto y agradable Café Manna. Yo, ya había pasado por cosas
similares, aun así en esta ocasión estuve ansiosa. A pesar de mis
nervios el encuentro con “Miriam” fue de lo más normal, llegó
protegida por un abrigo gris, conversamos muy por encima,
aspectos relativos a la información que me confiaría, las
condiciones ya habían quedado claras en las comunicaciones
electrónicas, su acento inglés era de lo más llamativo en ella,
periodista del diario The Guardian. Antes de irse me deseó suerte y
me entregó un sobre rotulado con mi nombre y me dijo que ésta era
la única copia de las que el agente había hurtado junto con otros
archivos al gobierno norteamericano.

Cuando ocurren casos de este tipo, no te llegan a las manos papeles


conteniendo una historia, narrada al detalle ni mucho menos, sino
más bien son pruebas, indicios, información aislada o mensajes
inconexos. Un rompecabezas que hay que armar a punta de
contrastar información.
El agente había marcado uno de esos papeles con rotulador rojo, y
subrayaba un nombre, el de José Gabriel y de su puño y letra
apuntaba “Who is he”. Así, sin más.

A mi retorno a Madrid, ya sin empleo, me dediqué a ordenar


aquellos documentos. Afronté ésta investigación como periodista
autónoma, eso que se conoce como “freelance”. Al cabo de meses,
cuando tuve organizados los papeles y, más o menos, la
información era clara, pude deducir sin género de duda que los
cables trataban a cerca de experimentos con humanos llevados a
cabo por el gobierno del Perú.

Al parecer habían estado manipulando algún tipo de sustancia o


droga sobre los opositores, droga que según pude deducir, influía en
la memoria del expuesto a ella. Estos experimentos fueron llevados
a cabo con el amén e incluso asesoría técnica de la agencia
norteamericana de inteligencia CIA, para quienes el asesor
presidencial Vladimiro Montesinos actuaba de informante.

Como es fácil deducir, ciertos gobiernos con democracias


imperfectas, suelen recurrir a métodos de interrogatorio y de tortura
usando todo tipo de drogas. Este caso no sería la excepción salvo
por el hecho que estábamos frente a una sustancia poco usual.

En una comunicación interceptada por la CIA, el ex dictador


peruano Fujimori, y su asesor Vladimiro Montesinos, alias Míster
Fix, se referían a la droga, como la “Droga de la memoria”. Tal vez
esta sustancia o hacía perder la memoria o la hacía recuperar; esto
último, de ser así, sería un gran avance para la medicina, pero
tratándose de experimentos secretos de “seguridad nacional”, no
tendría que ver con estos fines loables, sino más bien se trataría de
algo a todas luces nocivo y en contra de los Derechos Humanos de
los opositores al régimen dictatorial de Fujimori.

La existencia de estos experimentos contra los opositores al régimen


dictatorial, salieron a la luz cuando la ex agente de Inteligencia
Operativa del Ejército del Perú, Mariella Barreto, alertó al
reconocido periodista del Perú Cesar Hildebrandt de la existencia
del plan Bermuda destinado a su inminente captura y secuestro y la
posible experimentación con la droga, quizás para vulnerar su
memoria. La información que dio la agente era imprecisa, aunque
preocupó en el ámbito periodístico,saber que las torturas llevadas a
cabo por el régimen incluían la experimentación con humanos y el
uso de drogas con efectos desconocidos.

La agente Mariella Barreto logró advertir al periodista Hildebrandt,


pero fue descubierta y descuartizada bajo las directrices del Plan
Operativo Tigre 96 con el objetivo de detectar, identificar,
neutralizar y capturar al personal militar que proporcionaba
información a la prensa.. Sus restos fueron hallados cortados en
partes al lado de una carretera en las afueras de la ciudad de Lima el
domingo 23 de marzo de 1997 por el agricultor Antonio Laurente.

Otras dos agentes tuvieron mejor suerte, al menos no fueron


asesinadas. La agente Leonor la Rosa, detenida junto a Mariella
Barreto, se salvó de morir porque logró denunciar en un canal de
televisión las lesiones que dejaron en su cuerpo y mente las torturas
a las que fue sometida. Hoy, vive asilada en Suecia.

Advertida por estos destinos de sus dos compañeras la ex agente


María Luisa Zanatta Muendas logró viajar y obtener asilo en
Estados Unidos, donde vive actualmente.

Todas ellas compartían la misma información, el gobierno


desarrollaba experimentos en humanos, destinados a averiguar los
efectos de una sustancia psicoactiva, sustancia que consiguiera por
azar el asesor presidencial Vladimiro Montesinos, ya que el capo de
la droga colombiana Pablo Escobar, le dijo a Vladimiro Montesinos,
en una de las muchas reuniones de negocio relativas al tráfico de
drogas, que en la selva peruana, en el pueblo de Las Amanis, se usa
una droga potente que “mejora la memoria”, pero que desconocía su
potencial.

Con estas pistas, un tal José Gabriel, una droga de la memoria, y


una agente descuartizada, tenía suficiente para empezar mi
investigación.

Viajé a Lima en especial para contrastar la información que tenía


respecto a la agente descuartizada y para corroborar in situ, si el
gobierno peruano de la década de los noventa, hizo experimentos
con humanos. A parte quería saber algo del pueblo de las Amanis,
de las que nada se sabía.

A mi retorno a Madrid tras meses de investigación pude dar con


pistas que confirmaban la existencia del tal José Gabriel y su
paradero probable en la ciudad de Madrid. A medida que
investigaba, descubrí también la existencia de una organización
cuyo nombre, OPIA, no puedo aún saber qué significado tiene.

Ya desde mi viaje a Lima, sentí que alguien me seguía los pasos, de


hecho el buzón de mi casa fue forzado una vez. Cuando estuve a
punto de dar con José Gabriel, él dio antes conmigo alertado con
seguridad por mis averiguaciones. Vivía en esta ciudad en
condición de clandestino desde que llegó.

Nos citamos en el bar “La Ambulante Perro Bar”, un bar atípico del
barrio de Lavapiés, un pequeño bar mexicano, de aspecto ilegal,
poco iluminado pero bien pensado, donde te ponían el mejor cóctel
en base a mezcal y te servían unos perros calientes auténticos, lo
llevaban un dúo de camareros muy dispares pero agradables, el uno
un mexicano sacado de un comic y el otro un boliviano majísimo.
Allí nos reunimos José Gabriel y yo, varias noches.

Confirmó gran parte de mis averiguaciones, pero para él, aquello


que a mi me interesaba era secundario, confirmó que el dictador y
Vladimiro Montesinos, hicieron experimentos y usaron una droga.
Pero ellos no pudieron llegar al uso indicado de aquella sustancia.
Me dijo que la droga la aplicaron a las ex agentes Mariella Barreto y
Leonor La Rosa e incluso a la ex mujer del propio Alberto Fujimori,
Susana Higuchi, quien tras denunciar hechos corruptos se granjeó la
enemistad de su marido, que la electrocutó y a quien Vladimiro
Montesinos inyectó la droga, dejándole con graves secuelas. Pero
para él, la droga se usó mal, no era su fin destrozar la mente de sus
opositores, la droga bien administrada y en la persona indicada
podía y debía permitir “extraer la memoria del sujeto en cuestión y
trasplantarla en otra persona”. Esta descripción inverosímil, tenía
sin embargo algo, sino cierto, por lo menos perturbador. En un
cable robado por el ex agente Snowden y del que Míriam me hiciera
entrega en Moscú, decía “Vladimiro Montesinos y el dictador están
a punto de lograr la transmutación de memoria entre dos sujetos
experimentales, se debe evitar que lo logren y deben entregarnos la
sustancia, se dice que el pueblo de las Amanis pueden hacer este
tipo de transmutaciones, pero casi están extintas y poco se sabe de
ellas”

Pero ¿quién era este José Gabriel?, ¿por qué parecía saber tanto?. Y
¿por qué tenía esa memoria tan portentosa?.

Durante la dictadura argentina de los setenta, su madre Micaela, la


última de las Amani, una estirpe de antiguas sacerdotisas que hoy se
extinguen de forma indefectible, fue asesinada aún embarazada de
mellizos, a quienes arrancaron del inerte vientre materno. A la niña,
de nombre Camelia, le brindaron atenciones y protección en tanto
que al niño, José Gabriel, le abandonaron junto a una cesta que
contenía unas telas ensangrentadas. He ahí su sino.

Tirado en una esquina, mientras organizan el funeral de la madre,


fue olvidado y menospreciado por nacer varón. Desde esta cesta
miserable, sin madre, ni alguien que le acune, este pequeño ser, se
verá obligado a sobrevivir en las peores condiciones. A falta de
leche materna, bebe agua de lluvia y mastica vicisitudes.

Según decía José Gabriel, para la Madre Materna o Madre


Naturaleza, incluso el ser más desgraciado contiene la “esencia” y
quien sea depositario de la “inconmensurable esencia”, merece
protección. En el mundo de las Amanis, la Madre Materna lo es
todo.

Ichic Killa, aún adolescente, fungía de asistente de la asesinada


Micaela, última de las Amanis, y estuvo presente en aquellas
amargas horas iniciales. Recogió al niño postrado, lo envolvió en
las resecas telas ensangrentadas y desapareció con él, llevándose
también la cesta.

No fue el destino, ni el azar, sino un misterio quien alineara los


astros en su favor y le pusiera a salvo. Cuarenta y tres años después,
ese vulnerable niño, será capaz de contener en la punta de su retina,
la memoria de cincuenta generaciones de Amanis. Don exclusivo y
reservado a las mujeres Amani, celosas guardianas de la memoria
en los ojos durante milenios.

Ninguna civilización ha logrado trasmitir la memoria colectiva de


su pueblo y su historia con tanta fidelidad como el de las Amanis,
quienes llevan en su retina el recuerdo de su pasado, y a través de la
“esencia” o droga de la memoria, pueden recordar hechos ocurridos
miles de años atrás.

Por generaciones estas mujeres sacerdotisas han logrado mantener


este don, y pese a la invasión de los bárbaros tiránicos,
salvaguardaron este secreto, que tras cinco siglos se ha ido
perdiendo, a falta de Amanis. José Gabriel, al ser hijo de una
Amani, de forma inesperada en su primera edad logró desarrollar la
capacidad de la trasmisión de la memoria en los ojos, algo inusual
en un varón.

Aún niño, una anciana lo rescató y se lo llevó, nadie sabe a dónde.


Lo cierto es que, al cabo de cinco años, reapareció en la prestigiosa
y discretísima academia de la OPIA. Allí se formó durante diez
años. Fueron sus mejores años. Leyó libros y aprendió a leer las
miradas. Ahí tuvo a sus mejores amigos y amigas, ahí conoció el
amor, descubrió que algo superior a sus fuerzas habitaba en su ser.
Aunque pudo dominarlo, gracias a los años de educación y
formación. A los veinticinco años sintió una fuerza irrefrenable en
su vientre. Su usual inconformismo contra el destino que le habían
propuesto dentro de la OPIA, fue invadido por el ímpetu de
derribarlo todo en torno a sí mismo; y no había mejor idea para este
fin demoniaco, que traicionar a la institución que le había dado
todo.

Decidió robar información y, peor aún, se llevó los libros más


fundamentales de la organización, ocultándolos en una cesta. Con él
salió a la luz la existencia de la OPIA. Cinco siglos de cautela y
silencio, salieron a luz de un batacazo. En un inicio cuando
descubrieron su traición, le expulsaron. Luego dada la magnitud del
daño a la OPIA se dio inicio a su cacería. Huyó en busca de ayuda.
Fue la reconfirmación de aquello que sus maestros amautas habían
visto en el joven aprendiz de amauta “ese deseo irracional de luchar
contra sí mismo”, pocos entenderían ese ímpetu suyo, ese “dejar de
ser él mismo” era debido a que él llevaba la memoria de siglos en
sus ojos. Esa bestia demoniaca, le dominaba.

Parecía buscar la cesta ensangrentada de sus inicios, necesitaba caer


en la peor condición para ascender a otra mayor y mejor.

El deseo de llegar lejos, nadando a contracorriente, significaba


sacrificio y una extraña capacidad de granjearse enemigos letales.
El más letal fue para él, el amor.

Al ingresar a la academia de la OPIA, conoció a la adolescente Urpi


Killari. Hija del sol, nieta de Amanis, heredera de la mascaypacha,
mensajera de los wayras. Juntos hicieron diez años de servicio en la
OPIA, permitiendo estos años la construcción de una relación
sentimental. Comprometidos y a punto del matrimonio, José Gabriel
cae bajo las fuerzas oscuras del ímpetu que le domina y decide
arruinarse la vida y con ella la de Killari. En un principio convence
a la núbil aprendiz de asesina a huir con él. Descolocada por la
pasión, no ve la perspicaz Urpi al demonio que domina a su amado.
Le ayuda a esconderse y huir, prometiéndole juntarse con él, cuando
ya esté a salvo. El dulce corazón de la impoluta asesina, aún no
siente el vaho pestilente de la venganza.

La Asamblea extraordinaria de la OPIA, discutió sobre las terribles


consecuencias de la publicación de los libros robados por el
“Ladrón deleznable de la memoria en los ojos”, como dijo el
Apuquispay y agregó “hijo espurio de la última Amani”.

La OPIA, desde los eventos de 1572, en los años lamentables de la


caída de Vilcabamba, había sabido mantener vivo el sueño y el
deseo de las antiguas Amanis, preservar la “esencia y la memoria”.

Sacerdotisas y guerreras a la vez, las Amanis habían logrado


mantener la memoria intacta, desde aquellos años alboreos en que,
tras largas migraciones, arribaron al territorio de los cuatro vientos,
arrastrando sobre el hielo su sueño de un lugar dedicado a la Madre
Materna. Fueron ellas quienes llegaron preñadas, caminando desde
lejanas llanuras, y aquí parieron a los primeros hombres.
Tras vagar cerca de los bisontes y venados en la llanura, navegaron
entre istmos y océanos. Cuando avistaron las selvas inmensas, se
cobijaron en su desnudez, y fue allí donde una sacerdotisa descubrió
el narcótico de la memoria. Lo denominaron “la esencia”, y con ella
ascendieron tras cordilleras inabarcables. Desde ahí bajaron a la
costa, donde elevaron pirámides y sacrificaron vidas humanas.

Miles de años, cientos de pueblos, millares de historias ocurrieron


en la tierra de los cuatro vientos. Todas quedaron impresas en la
memoria de unos ojos privilegiados, la estirpe de las Amanis.
Sacerdotisas y guerreras a la vez.

Toda aquella ciencia, lograron perfeccionarla los Chavines, pueblo


que tras mil años decayó, dando paso a los Waris y los Tiahuanacos
del sur. Éstos la supieron mantener y mejorar de forma
extraordinaria, pero siempre en poder de las sacerdotisas. Ya para
cuando arribaron los incas, no aportaron nada a este dominio del
uso del narcótico y la memoria. Los incas, sociedad sintética como
en todo orden, arrebataron a las Amani el derecho de mantener la
sabiduría y se la entregaron a los sacerdotes. Que trágico momento,
en el que cuatro mil años de tradición fueron borrados por los
pragmáticos incas.

Llapancutec, el gran escritor andino, recolectó información respecto


de estos hechos de primera mano. Su libro, un manuscrito en
quechua del año 1535, ahora estaba en manos de José Gabriel. Si lo
hacía público, ¿sería el fin de la OPIA, el fin de las Amani, el fin de
Urpi Killari?

Quienes poseían la sustancia eran los esbirros militares del estado


peruano, había que impedir que logren hacerse con el poder de la
trasmutación de la memoria a cualquier precio, esa era la meta de
José Gabriel.

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