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LA EDUCACIÓN MUSICAL EN MORELIA, 1869-1911

Alejandro Mercado Villalobos


Universidad de Guanajuato, Campus León

Introducción

Hace algunos años, al momento de elegir tema de tesis para lograr el


título de licenciado en historia, pensé en realizar un estudio sobre las
formas festivas morelianas durante el porfiriato (1876-1911). Al revisar el
contexto artístico de la antigua Valladolid —nombre colonial de Morelia—,
me sorprendió lo diverso de la fiesta urbana y las distintas maneras de
diversión. Y es que se hacía fiesta por todo. Para festejar la patria, esto es,
en cada fecha del calendario cívico, por el aniversario de fundación de la
ciudad, por la entrega de premios a los alumnos de las escuelas públicas,
por la visita de algún personaje importante de la política, las letras o la
música, nacional o internacional, y por supuesto, en honor a los santos
del ceremonial católico, incluso, se hacía fiesta por plantar árboles, una
iniciativa impuesta en tiempos de Aristeo Mercado, quien gobernó Mi-
choacán por veinte años (Vid. Mercado, 2009, 62-63).
Todos estos eventos derivaban en varias actividades que incluían mú-
sica de forma obligada. El arte de Euterpe1 estaba presente en las ceremo-
nias cívicas, tanto en el acto público donde se recordaba a los héroes de la
patria, como en el desfile que comúnmente se llevaba a cabo enseguida,
por la principal calle de la ciudad; había música también en audiciones y
serenatas en la plaza mayor —la ubicada a un costado de la catedral—, o en
otras menores en diversos puntos urbanos, o en la calzada de Guadalupe,
un tradicional espacio de reunión colectiva; y en el teatro Ocampo —que
nació casi con la República (Vid. Arreola, 2001)—, donde se presentaban
con regularidad conciertos vocales e instrumentales entre otros eventos
públicos. La fiesta religiosa no estaba exenta de esta realidad. Se tocaba
música “sacra” en los momentos de liturgia por fiesta patronal, o “profana”

1. Diosa griega de la música.

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por el mismo pretexto en los atrios contiguos a iglesias y capillas. Final-


mente, destaca la música en bailes organizados bajo el pretexto de una
fecha social significativa, o por simple diversión juvenil, lo que se hacía
en algún salón que se rentaba para tal efecto; el más común en este caso
era el hotel Oseguera, en el centro de la ciudad (Mercado, 2009, 63-65).
En este entramado festivo, dos grupos musicales destacaron: la or-
questa y la banda de música de viento. La primera provenía de la tradición
musical hispana, que incluía el uso de diferentes instrumentos de cuerda,
cordófonos: violines, violas, cellos, contrabajos, incorporados a la vida mu-
sical de Morelia en los siglos XVII y XVIII (Vid. Rodríguez-Erdmann, 2007)
y de aliento, aerófonos: flautas, clarinetes, y aliento-metales, como trom-
petas, trombones y saxofones. La segunda se consolidó en la época de la
República Restaurada (1867-1876) con el auge que tuvieron en México los
instrumentos de aliento-metal a partir del invento del pistón, sistema que
potenció hasta lo que es actualmente la trompeta y todo un conjunto de
instrumentos, que son la base de las bandas de música, como trombones,
sax horns, barítono y tuba (Azorín, s./f.); tanto la banda como la orquesta,
también contaban con instrumentos de percusión.
La pregunta general que me surgió al conocer sobre tal contexto fue la
siguiente: ¿dónde se aprendía la música en Morelia? Supuse de inmediato
que debieron existir espacios de instrucción musical, donde se enseñaran
tanto el solfeo, esto es, el lenguaje de la música, como las técnicas de eje-
cución de instrumentos musicales. Las dudas se ampliaron al pensar en
la responsabilidad del Estado en el tema, considerando que la educación
fue un aspecto importante del régimen porfiriano, por lo que se incluyó
en el proceso de enseñanza asignaturas relacionadas con el cultivo de las
“bellas artes”, entre ellas la música. No quiero dejar de lado el hecho de
que existieron, para el caso de Morelia, “academias de música” particula-
res, impulsadas por músicos que daban clase en su casa pero solo a una
pequeña parte de la sociedad, la que pertenecía a la élite de la ciudad.
Entones, si había escuelas o centros de instrucción musical, las cues-
tiones a indagar aparecieron respecto a los programas de enseñanza, el
tipo de música instruida, los métodos utilizados y los instrumentos tam-
bién enseñados, y desde luego, el papel del Estado en tanto a si la inclu-

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sión de las asignaturas de música se debió a un plan general de instruc-


ción, o tal asunto respondió a las necesidades de diversión de la sociedad
moreliana, que pudo impulsar de manera inconsciente el derrotero que
la música siguió en la entidad; Siegmeister (1999) afirma que esto es muy
posible.
Producto de estas cuestiones son algunos estudios que he publicado
a la fecha, que surgieron en respuesta a la necesidad de estudiar un tema
prácticamente nuevo, teniendo como espacio físico-geográfico la ciudad
de Morelia. En 1962 Miguel Bernal Jiménez publicó La música en Valla-
dolid de Michoacán, y es el primero en divisar que durante la época vi-
rreinal, la música se difundía desde la capilla que funcionaba al interior
de la catedral vallisoletana, y en colegios como el de Santa Rosa María de
Valladolid, fundado en 1743, o en el Seminario tridentino. Debieron pasar
décadas para que los estudios sobre música nuevamente aparecieran. En
2002 se publicó el trabajo de Miguel Ángel Gutiérrez López sobre Los estu-
dios musicales en la Universidad Michoacana, 1917-1940, dos años después
Jorge Amós Martínez Ayala coordinó Una bandolita de oro, un bandolón
de cristal. Historia de la música en Michoacán, trabajo que recogió diversos
artículos especialmente relacionados con la tierra caliente michoacana, y
que sin duda, está inspirado en Mitote, fandango y mariacheros, obra cum-
bre de Álvaro Ochoa Serrano, un pionero en los estudios acerca de la mú-
sica mexicana. En 2006 apareció La fiesta regia en Valladolid de Michoacán:
política, sociedad y cultura en el México Borbónico, de Juana Martínez Villa,
y un año después el Colegio de Michoacán auspició Michoacán. Música
y músicos, un libro colectivo coordinado por Álvaro Ochoa Serrano don-
de yo publiqué dos artículos: “El entorno musical en Morelia” y “Ramón
Martínez Avilés. Músico, director y periodista”. En el primero hago una
reseña del ambiente musical moreliano durante el siglo XIX, el segundo,
un examen de la vida de uno de los más influyentes músicos morelianos
del porfiriato. Otros trabajos recientes son, el de Javier Rodríguez-Erdman
Maestros de capilla vallisoletanos. Estudio sobre la capilla musical de Valla-
dolid-Morelia en los años del virreynato publicado en el 2007, y el de Los
agustinos y la música en la colonización de Michoacán, de Salvador Ginori
Lozano. El primero es un extraordinario estudio de las formas de ense-

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ñanza y práctica de la música en el ámbito religioso, vertido de alguna


manera después al civil, en el segundo, el autor intentó mostrar el papel
de la música en el adoctrinamiento indígena, lo cual se logra de alguna
manera, pero se sobredimensiona la educación musical. Está también mi
libro, Los músicos morelianos y sus espacios de actuación, 1880-1911 (2009),
donde hago un examen de las formas de diversión en la que la música es
el elemento catalizador de la fiesta, y el más reciente (2010), el de Rosalba
Mier Suárez y Un quijote de la música: Ignacio Mier Arriaga y el movimiento
musical en Morelia (1897-1972), que trata la historia del músico y su labor
principalmente en el ámbito de la música sacra.
Aunque la reseña anterior muestra un panorama amplio, son pocos
trabajos en función del objeto de estudio. El devenir musical en Morelia
ha sido extraordinario desde su fundación, en 1541, y son contados los
aspectos que han logrado ser explicados y muchos los vacíos temporales
aún existentes. En lo que corresponde a la educación musical, solo el tex-
to de Miguel Ángel Gutiérrez López es específico, en su conjunto, en los
demás se adentra a las fiestas en cierta medida, los músicos y las formas
musicales preferidas, o los instrumentos musicales ejecutados, y se salta
de una época a otra sin que se tenga un panorama concreto. El vacío más
importante sin embargo está en el siglo XIX, un periodo de donde parte,
desde mi punto de vista, la construcción de la mexicanidad en términos
musicales, y en particular durante el porfiriato, época de consolidación de
las formas festivas de la sociedad mexicana.
De lo anterior, y atendiendo los vacíos señalados, construí mi tesis de
licenciatura sobre La educación musical en Morelia, 1880-1910, estudio que
ahora me permite presentar este trabajo donde me interesa mostrar la for-
ma en que el Estado, en Michoacán, apoyó la instrucción musical a partir
de tres instituciones: el Colegio de San Nicolás a través de su academia de
música, la Academia de Niñas, y la Escuela de Artes y Oficios. Decir que
en todos esos casos, el arte de Euterpe se cultivó con tal seriedad, que de
hecho de aquellas surgieron varios de los mejores músicos y músicas
de la época moreliana porfirista.
Varias interrogantes me mueven en este trabajo. Una de ellas se re-
laciona con la intención del Estado con la educación musical. Se pensa-

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ba la música como un aspecto importante siguiendo el principio de la


educación integral, pues no solo se pretendía dar al individuo elemen-
tos científicos y humanistas, sino también culturales, lo que responde a
la intención por construir primero, y conservar enseguida, una sociedad
civilizada, lo cual sería posible, entre otras cosas, cultivando la música
(Euterpe, 1892, 1-3). El asunto sin embargo, es mostrar la forma en que
el Estado llevó a la práctica tal intención, lo que se verá con detalle en el
análisis que haré con las instituciones señaladas. Otra cuestión es hacer
evidente que se incluyeron materias de educación musical precisamente,
en estas escuelas que atienden a individuos que están entre los 7 y 19
años, lo que implica el ofrecer además una alternativa de vida mediante la
enseñanza de un oficio, lo cual en realidad sucedió según se verá. Ligado a
esto, está el asunto del tipo de música que se cultivaba y los instrumentos
enseñados, y finalmente, el responder si la instrucción musical tenía una
aplicación directa en la vida de los jóvenes estudiantes, y permeaba su
desarrollo más allá de ser una materia formativa.
Ahora bien, educar es por definición importante, pero es necesario un
sustento teórico sobre los motivos para educar. He encontrado un intere-
sante planteamiento ad hoc en el libro Historia de la educación pública en
México, 1876-1976, en especial, en el capítulo que se refiere a los "Orígenes
de la educación pública en México de Raúl Bolaños Martínez" (2010, 12-40).
Un postulado inicial del cual otros se desprenden es que la educación
es un hecho social, pues se prepara al individuo para vivir en un entor-
no determinado, de ahí que por ese medio se vierta una conciencia del
mundo, luego entonces, la educación aparece en estricta relación con las
características y los problemas de cada grupo y época, por lo que se educa
en consecuencia a una realidad histórica. Por lo menos desde las históri-
cas reformas de 1833 con Valentín Gómez Farías, el proceso educativo se
pensó diferente a las estructuras coloniales, es por esto que el Estado se
postuló como el rector también de la instrucción nacional, pues se trataba
de una sociedad distinta, necesitada de lineamientos de conducta acordes
a su época: era necesario construir una noción de ciudadanía por ejemplo,
dejando atrás la de súbdito del rey, y un concepto colectivo de nación y
nacionalidad con su necesaria noción de identidad y pertenencia. De esta

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manera, señala Bolaños, la educación cobra importancia porque tiene la


capacidad de moldear a los hombres y para influir en la estructura general
de la sociedad, y así convertirse en agentes de progreso social porque reci-
ben de sus antecesores el legado cultural que les servirá de norma para su
acción presente, y preparar así, los cambios necesarios para el futuro. La
educación se convierte, entonces, en lo más importante para una socie-
dad ya que de su efectividad depende el progreso.
Normar tan indispensable actividad ha correspondido a los estados,
no obstante, durante el periodo colonial no fue la corona española sino
la Iglesia a encargada de dirigir el proceso educativo, pero con la Repú-
blica y ante las influencias ideológicas de Europa, principalmente con
el liberalismo, el Estado mexicano buscó ser preponderante también en
ese aspecto, lo cual se explica, siguiendo a Bolaños, en la idea de que es
mediante la educación que se dota a los jóvenes de mentalidad, de la men-
talidad filosófica, precisamente, del Estado. Así, la educación pública se
convierte en un instrumento a partir del cual se generan “hombres ca-
paces de dar solución a los grandes problemas de la nación, y a utilizar
el esfuerzo para hacer operativos los proyectos sociales que se propone”
(pp. 11-12), en estos proyectos, por lo menos desde la época de Juárez, la
música está presente en los postulados educativos de los mexicanos, por-
que la educación, decíamos antes, permitía difundir el legado cultural de
las sociedades, por lo que paulatinamente en el México republicano, la
enseñanza y práctica musical se convirtió en una necesidad. La instruc-
ción musical se inserta finalmente, en la denominada educación integral,
mediante lo cual se proponía “…proporcionar una cultura general lo más
amplia posible, sin descuidar ninguno de los aspectos de formación del
ser humano” (pp. 35-36).
Es así que desde Mariano Elízaga, a quien se debe el primer intento
laico de educación musical en México y hasta el porfiriato, la práctica de
Euterpe se institucionalizó de tal manera, que se vertió su estudio desde
una etapa temprana en la formación de la juventud, de lo cual habremos
de dar cuenta en seguida.

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La academia de música del Colegio de San Nicolás

Decía un párrafo arriba, que José Mariano Elízaga inició la educación mu-
sical laica en México. En 1824 fundó la que puede considerarse la primera
asociación filarmónica mexicana, un año después, creó una escuela de
música, destinada a la enseñanza del arte de Euterpe de nivel superior
(Vid. Romero, 1934). De ese esfuerzo derivaron, en la década siguiente,
la Escuela Mexicana de la Música, creada por dos músicos excelentes:
Joaquín Beristáin y Agustín Caballero (Tapia, 1991, 23), y la Academia de
Música de la Gran Sociedad Filarmónica de México, que inició labores el
15 de septiembre de 1839 (Romero, 1934, 23). Estos intentos culminaron
con la fundación del Conservatorio Nacional de Música en 1866, que se con-
virtió de inmediato en la máxima institución de estudios musicales en el
país. Se inició impartiendo asignaturas teóricas como filosofía y estética
de la música, armonía, composición y solfeo, y prácticas en tanto a la en-
señanza de los instrumentos musicales, de cuerda y de aliento; se daban
también materias como aparatos de la voz y del oído, biografía de hom-
bres célebres en la música, estudios de trajes y costumbres y pantomima,
y declamación (Vid. Herrera, 1992).
En Morelia mientras tanto, luego de la independencia aparecieron
intentos modestos de enseñanza musical por parte de particulares. Hay
registros de tal actividad desde 1851, y destaca que varios de aquellos
maestros trabajaban principalmente como músicos de capilla en alguna
iglesia, sin embargo, hacía la década de 1870 y el resto del porfiriato, tam-
bién existen pequeñas “academias”, como solía llamárseles, dirigidas por
mujeres y que daban clase de solfeo y de piano (Mercado, 2004, 46-48). De
forma institucional, solo en el Colegio Seminario y en el Colegio de Santa
Rosa María de Valladolid se daban clases de música, sin olvidar la ense-
ñanza musical dada al interior de conventos de monjas (Vid. Torres, 2004).
Los esfuerzos de los particulares no tenían un plan específico pues se
enseñaba solo solfeo y se cultivaba a lo más tres instrumentos primordial-
mente: la voz, el piano y el violín, además, tenían un alcance muy limi-
tado ya que acudían a aprender solo miembros de la sociedad selecta mo-
reliana, la de la élite, es decir, aquellos que podían pagar una instrucción

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particular. Fuera de esto, quedaba solo la entonces creciente tradición oral


en la enseñanza de la música, que ya existía de alguna manera, pero que
no evidenciaba un desarrollo significativo por el difícil acceso a métodos
de música, partituras y partichelas musicales,2 e instrumentos, lo que fue
posible solo con el apoyo del Estado. Aquí se inserta el primer esfuerzo
importante de enseñanza de la música en Morelia: la academia de música
del Colegio de San Nicolás.
Fundado originalmente en Pátzcuaro en 1540, antigua capital del im-
perio tarasco, el colegio representaba la herencia hispana de trescientos
años que se había mezclado con el mestizaje republicano. En octubre de
1810 debió cerrar sus puertas ante la ocupación de la entonces ciudad de
Valladolid por Miguel Hidalgo; su edificio fue ocupado como cárcel (Vid.
Bonavit, 1910, Macías, 1940 y Arreola, 1982). Hasta entonces, la insigne
institución pertenecía a la Iglesia y en sus aulas se habían formado indivi-
duos de la talla de Miguel Hidalgo y José María Morelos. En 1847, estando
como gobernador de Michoacán Melchor Ocampo, liberal por antonoma-
sia, la institución abrió sus puertas nuevamente, ahora con el carácter
civil, esto es, perteneciente al Estado, lo que impuso nuevos senderos al
tipo de instrucción que entonces comenzó a darse. Todavía el colegio tuvo
un vuelco pues en 1863, producto de la situación política y económica
nacional, cerró nuevamente para reabrir en 1867; en 1917 habría de trans-
formarse en Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, que es la
actual casa de estudios más importante de la entidad.
El Colegio de San Nicolás aceptaba jóvenes que habían terminado la
instrucción de primeras letras, y entre 1867 y 1869 se impartían asignatu-
ras propias para cubrir las necesidades de un individuo que requería mo-
verse en la segunda mitad del siglo XIX. Además de aquellas relacionadas
con el uso correcto del idioma español —entre ellas una de literatura—,
figuran las matemáticas, la física, la química y una denominada farmacia,
además de un grupo de materias en torno a la jurisprudencia, y otras más
en varios idiomas, muy necesarias para acceder, por ejemplo, a tratados

2. La partitura es la música general de una pieza, la partichela es la parte individual de


cada instrumento.

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de política que todavía debían leerse en inglés o en francés, igual para


el estudio de la medicina; también se aprendía alemán e italiano. En lo
que me ocupa, en 1869 se inauguró una “academia de música” donde se
cultivó, en un inicio, el estudio del solfeo y de cinco instrumentos: piano,
violín, flauta, saxhorn y bombardones (Ibíd., 159, 117-119 y 283-284). Es
importante señalar que para esos momentos, ante la falta de una ley de
instrucción, era el Ejecutivo el encargado de crear o suprimir cátedras
en el colegio (Coromina, 1887, 305-306), por lo que bien puede decirse
que la apertura de la clase de música en San Nicolás fue a iniciativa del
gobernador en turno.
El tipo de instrucción musical ofrecida es bien importante. Se definió
en inicio que tuviera un carácter “accesorio”, lo que significaba que la
música no era materia obligada, sino que representaba una opción para
el estudiante que estaba inscrito con regularidad al colegio, y al que se le
daba la posibilidad de practicar algún instrumento, con la seguridad de
que pudiese, en algún momento de su vida, o a cultivar el arte por pasa-
tiempo o a dedicarse a la música como alternativa laboral. No obstante tal
cuestión, que puede parecer limitante, el estudio se tomó muy en serio
pues se eligió como profesor al que haya sido, quizás, el mejor músico
moreliano de la época: Luis I. de la Parra. Desde joven se había ganado un
amplio prestigio como maestro de capilla y organista de la catedral de Mo-
relia, y aún más como profesor de los hijos de varias de las familias mejor
acomodadas de la ciudad (Torres, 1900, 146). Era muy estricto e impuso
una correcta disciplina en clase, lo que se notó en los adelantos de sus
estudiantes, que pronto aparecieron en eventos públicos como veremos
en su momento. Impuso también varios métodos para el estudio de los
instrumentos que enseñaba, lo que indica que era un amplio conocedor
de la música europea y de las necesidades de sus alumnos, pues lo que
se ejecutaba en Morelia y en el resto del país, era precisamente, música
de corte europeo, al menos en las ciudades, por lo que se requería de
técnicas musicales específicas. Eligió el libro de Auguste Bertini (1780-
1830). Aquél había sido un exitoso compositor francés que construyó un
novedoso sistema para desarrollar habilidades en cualquier instrumento
musical, y tenía además, un método para la práctica específica del piano

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(The groves dictionary…, 1980, 639). Para el canto destinó el método de


José Melchor Gomis y Colomber (1791-1836), un destacado cantante espa-
ñol que se hizo famoso además por su libro Méthode de solfége et de chant,
publicado en 1825 (Ibíd., 520). Para flauta quedó el de Jean-Louis Tulou
(1786-1865), francés que sobresalió en la ejecución del instrumento y por
su Méthode de flúte en 1835 (Ibíd., 251). Finalmente, las fuentes registran
el Delfinalar para violín y el Bernoy para pistón, aunque en años siguientes
se incluyó el método Arban, propio para la práctica de los instrumentos de
aliento-metal que se estudiaban entonces: saxhorn y bombardón.
El inicio fue bueno según se ve en las listas de asistencia de la clase de
música, y por lo general, entre el 5 y 10 por ciento del total de estudiantes
del colegio, asistieron a la academia de forma regular, aunque no se sabe
con certeza del número de practicantes del arte de Euterpe pues a partir
de 1881 se amplió la posibilidad de asistir a la escoleta musical. Conforme
al Plan de Estudios promulgado en ese año, se determinó que cualquier
joven, aún sin estar inscrito como alumno del colegio, podía tomar clases
de música y sin mayor requisito que la asistencia continua. Para Julián
Bonavit (1910), un estudioso de la historia de San Nicolás, el hecho signi-
ficó que hijos de artesanos, campesinos y obreros asistieran a aprender
solfeo y a tocar algún instrumento musical (p. 170), de lo cual no queda
constancia pues esos individuos no figuraban estrictamente en los regis-
tros del colegio, además, desde 1870 se había suprimido la enseñanza de
los alientos-metales, quedando solo el estudio del canto superior —mate-
ria incluida en el plan de 1881—, solfeo, piano y violín. De esta manera, y
teniendo en cuenta que, históricamente estos instrumentos están ligados
a la alta sociedad, pensar la asistencia de jóvenes de sectores mayorita-
rios a estudiar música en San Nicolás es poco probable, aunque hay una
posibilidad interesante con el tema del solfeo. Es posible que algún hijo
de campesino, obrero o de artesano quisiese aprender el lenguaje de la
música para luego aprender un instrumento utilizando la enseñanza por
vía oral como recurso.
Como sea, el hecho de ampliar las posibilidades en el sentido señala-
do hace pensar en la visión social del Estado en términos de instrucción
musical, lo que puede notarse con mayor claridad con la puesta en mar-

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cha de un proyecto estatal de apoyo a jóvenes de escasos recursos del


interior de la entidad. La ayuda consistía en una beca de estudios para po-
sibilitar el acceso no solo a San Nicolás, pues el plan del gobierno incluía
también la Academia de Niñas y la Escuela de Artes y Oficios. En cuanto
a la casa de Hidalgo, se tienen noticias de al menos treinta alumnos con
apoyos económicos hacía finales del siglo XIX y principios del siguiente,
y al menos dos de ellos hicieron estudios en el Conservatorio Nacional
(Mercado, 2004, 68).
La afluencia de estudiantes fue siempre constante, lo que impulsó
que el profesor Parra presentara un proyecto para ampliar la oferta mu-
sical. En 1883 hizo públicas sus pretensiones de formar un cuarteto de
cuerdas, abrir nuevas asignaturas: armonía, composición, instrumenta-
ción y discurso melódico, e impartir otros instrumentos además del vio-
lín: viola, violonchelo y contrabajo; se propuso además la contratación
de otro profesor para la clase de canto superior. El gobernador desechó la
propuesta y solo aprobó esto último, no obstante, la academia fue favo-
recida con la adquisición de música impresa para piano, libros de teoría
musical y otros materiales necesarios (Bonavit, 1910, 25). Resulta intere-
sante la compra de piezas musicales de las que el gobernador hizo men-
ción en su informe de 1884, figuran, entre otros, varios ejemplares del
opúsculo Principios elementales de música, y obras como Romeo y Julieta,
la obertura Guillermo Tell, la ópera Carmen, de Bizet, así como Polkas,
Schottisch, Mazurcas y muchas más (Mem. Gob., 1884). Como músico
que soy, puedo distinguir además de lo variado de las piezas, la com-
plicación técnica de las primeras, lo que habla de la seriedad que para
el profesor Parra significaba la clase de música, y que atendió hasta su
muerte, ocurrida en 1892.
Las cuentas que el otrora músico de capilla entregó fueron impor-
tantes. Además de mantener una afluencia regular como se ha dicho, y
pese a la negativa de ampliar la oferta, los alumnos de Luis de la Parra
mostraron adelantos en el arte de Euterpe que pueden verse en los even-
tos públicos a que fueron llamados a participar. En 1882 por ejemplo, en
ocasión de los festejos por la reapertura del edificio del Colegio de San
Nicolás, que había sido objeto de una remodelación general, se organizó

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una velada literario-musical que fue presidida por el gobernador en turno,


Pudenciano Dorantes. Lo interesante es que varios alumnos participaron
ejecutando con canto, piano y violín, alguna ópera, obertura y vals, ter-
minando el evento con el Himno Nacional que en aquella ocasión fue
interpretado por una orquesta que dirigía el profesor Parra (Bonavit, 1910,
292). Lo mismo ocurrió en 1883 en una ceremonia de entrega de premios
a alumnos destacados del colegio, oportunidad que permitió nuevamente
mostrar los adelantos de los pupilos de la clase de música, que para enton-
ces pudieron presentar una obra a ocho manos —dos pianos— (Mercado,
2004, p. 70). Y no solo en San Nicolás se tocaba en público, en 1885 hubo
música en el teatro Ocampo en honor de la banda de música el 8vo. Re-
gimiento, una agrupación de fama nacional y que contaba con uno de los
mejores directores del país, el capitán Encarnación Payen. En aquella oca-
sión, los estudiantes de la casa de Hidalgo ejecutaron al lado de músicos
experimentados como el citado Payen y con Ramón Martínez Avilés (Ibíd.,
71), lo que demuestra lo solido de la enseñanza musical que se impartía
en el colegio objeto de estas líneas.
Lo que sí cambió con la muerte del señor Parra, para quien los alum-
nos habían construido una frase que le identificaba: “llueva o truene Parra
viene” [a clase], fue la participación de varios profesores, quienes impri-
mieron su propia experiencia en los estudiantes, provista esta de una vi-
sión fresca, joven. Entre otros, dieron clase en San Nicolás Ramón Martí-
nez Avilés, que como ya he dicho, era un destacado músico, compositor y
director de orquesta, en suma, uno de los mejore músicos morelianos de
la generación porfirista (Vid. Mercado, 2007). Otro fue el arriba señalado
Encarnación Payen. Oriundo del Estado de México, vino a Morelia en
1879 con la citada banda del 8vo. Regimiento con la que hizo fama inter-
nacional al presentarse en varias ocasiones en los Estados Unidos y en
Europa, y durante su vida en la capital michoacana, se dedicó también a
la enseñanza (Torres, 90-91). Otros profesores que pasaron por San Nico-
lás fueron León Girón, Francisco Guzmán, Teodoro Arrillaga, Francisco
Lemus, Juan b. Fuentes entre otros. Aunque no con la fama de los anterio-
res, estos individuos estaban también entre los mejores músicos morelia-
nos, y destacaron como directores y ejecutantes, así como compositores.

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La última década del porfiriato fue importante en general para el Co-


legio de San Nicolás por la promulgación de un nuevo reglamento, en
1896, y una Ley Orgánica en 1908, con lo que se favorecía el desarrollo
de los estudios que ahí se daban. No obstante, la academia de música no
sufrió cambios sustanciales y su carácter de área accesoria continuó como
hasta entonces, no así los adelantos de los jóvenes músicos, que con el
tiempo seguían mostrando sus avances en materia de ejecución. En dos
eventos públicos, uno por el aniversario del natalicio de Miguel Hidalgo,
festejado el 8 de mayo de 1903, y otro de noviembre de ese año por la
entrega de premios a alumnos de la Escuela Pedagógica, los alumnos de
San Nicolás hicieron lo suyo, destacando el uso, además del piano, del
violonchelo (Mercado, 2004, 82-83), un elemento que indica el estudio de
instrumentos diferentes al tradicional violín.
Para 1910, la clase de música ocupaba un espacio importante en el edi-
ficio del colegio, y se estudiaba solfeo, violín y piano; había ocho de estos
instrumentos. Se habían incorporado varios métodos modernos, y quiero
destacar el de Hilarión Eslava para aprender solfeo, pues ese mismo se
sigue utilizando en la enseñanza tradicional en las bandas de música mi-
choacanas y al menos, las del Sur de Guanajuato. Del total de 892 alumnos
de San Nicolás en 1910, 43 asistían a la clase de solfeo, 34 a la de piano, 10
estudiaban armonía y 27 violín (Bonavit, 1910, 183-214).
A pocas semanas de estallar el movimiento revolucionario, se promulgó
una nueva Ley de instrucción secundaria y profesional a partir de la cual no
se modificó en nada las clases de música en el colegio, a lo más, se dijo que
debían continuar en funcionamiento las academias de dibujo, pintura y mú-
sica (Mercado, 2004, 84), y así se continuó hasta que San Nicolás dio paso a
la Universidad Michoacana en 1917 y con ello, la creación de la Academia de
Bellas Artes, que dio paso años después a la Escuela Popular de Bellas Artes,
que continúa hasta ahora, con licenciaturas en composición e instrumentista.

La Escuela de Artes y Oficios

El lema porfiriano de orden y progreso respondía quizás a la tendencia


mundial de lograr el desarrollo económico vía la industrialización, y los

161
Alejandro Mercado Villalobos

ejemplos de Estados Unidos algunos países de Europa lo confirmaban.


Para conseguir que México se inscribiera en la dinámica impuesta, era
necesario el aumento a la producción nacional y de forma automatizada,
y ello requería de jóvenes técnicos u lo que era lo mismo, obreros cali-
ficados (Bazant, 1996, 17-18). Todo esto impulsó entonces, la difusión de
actividades propias de las necesidades del contexto mexicano, y de ahí
viene la determinación de fundar escuelas de artes y oficios.
La primera de estas se creó en la ciudad de México en tiempos de Ig-
nacio Comonfort, en 1856, estableciéndose diversos talleres artesanales;
no hubo clase de música entonces (Dublán y Lozano, 1909, t.8, 149-167).
Para el caso de Morelia, un proyecto de este tipo se estableció en 1868
buscando incentivar el ramo textil en la ciudad, en específico la industria
de la seda. Se pensó dar cobijo a jóvenes que tenían problemas de adapta-
ción a la vida social: vagos o aquellos que hubiesen cometido delitos leves
(Mercado, 2004, 88). El proyecto tendría apoyo del Estado pero no en su
totalidad, y tuvo altibajos debido a varios factores relacionados con la di-
rección y el flujo de recursos, lo que llevó al cierre de la escuela. En 1873
se reabrió con varios talleres: zapatería, carpintería y herrería y veinte
telares, y se ofrecía además la educación primaria, incluso para adultos.
Nuevamente la escuela cerró sus puertas, lo que puso en evidencia la ne-
cesidad del control total del Estado, cosa que sucedió en 1882 al decretarse
la creación de la Escuela de Artes y Oficios.
Se iniciaron labores el 15 de septiembre de 1885 con la orden del
Ejecutivo de abrir los talleres de herrería, carpintería, hojalatería y en-
cuadernación, además de una clase de dibujo y una escuela primaria, y
un año después se instauró la clase de música. El objetivo según dictó el
gobernador en su informe de 1886, era el fomento en la juventud de “cos-
tumbres irreprensibles y bien arraigadas, por una conducta calcada en la
más estricta moralidad” (Mem. Gob., 1886). El discurso en general evoca
la intención del régimen porfirista de hacer llegar la educación a amplios
sectores, y promover a partir de ello, los valores sociales, pero a partir de
una férrea disciplina. En efecto, la escuela se determinó como un espacio
de enseñanza dirigida por normas militares, estableciéndose la intención
de atender a tres tipos de alumnos. Los presos, cuya condición estaba de-

162
La educación musical en Morelia, 1869-1911

terminada por alguna sanción penal derivara de un delito menor, los re-
clusos, confinados a petición de los padres con objeto de corregir malas
conductas, y en tercer lugar, estaban los individuos que quisieran estudiar
voluntariamente, con la condición de que no tuvieran más de veinte años.
En cuanto a la música, en el reglamento de 1887 se determinó que se
ofrecería una “instrucción teórico-práctica”, y que serían admitidos a la
escuela aquellos que mostraran “aptitud y condiciones físicas necesarias
para la enseñanza”.3 De manera similar que en el Colegio de San Nicolás,
en la de artes quedó establecido que las clases de música habrían de dar-
se en horarios que no afectaran la asistencia a las actividades de los alum-
nos, esto en tanto a las asignaturas o talleres. El arte de Euterpe también
aquí tenía un carácter de área complementaria, no obstante, el alcance en
términos generales fue mucho mayor. En primera, del total de alumnos
inscritos, entre el 70 y 90 por ciento asistieron a la clase de música, segun-
do, se ofrecieron una amplia gama de instrumentos musicales que dio por
resultado en la década siguiente, la formación de una banda de música de
viento y al iniciar el siglo XX una orquesta. La diferencia entre estos dos
grupos es que el primero está formado por alientos-metales, y el segundo
principalmente por cuerdas, y ambos incluyen percusiones. En el infor-
me del gobernador de 1887 se hace un inventario de los instrumentos de
la escuela, y figuran clarinetes, flautas, flautines, saxofones, trompetas
(pistones y bugles), trombones, barítonos, bajos, contrabajos, tambor, pla-
tillos, caja de guerra (tarola), triángulo, panderetas y castañuelas. Se con-
taba además con papel pautado y diversos métodos de estudio, entre ellos
el Arban, Eslava y el Romero (Mem. Gob., 1887), dos años después se dotó
de 14 atriles y mucha música impresa y de varios géneros musicales: bo-
leros, danzas, fantasías, marchas, pasodobles, mazurcas, polkas, schottisch
y valses (Mem. Gob., 1889).
Con estos elementos de enseñanza, Encarnación Payen —el primer
profesor— inició clase que pronto dio resultados. En 1892 egresaron 22

3. Una copia del reglamento original se resguarda en: AGHPEM, Fondo Secretaría de
Gobierno, Sección Instrucción, Serie Escuela de Artes y Oficios, Caja 8, Exp. 5, fojas
120-130.

163
Alejandro Mercado Villalobos

jóvenes que por sus avanzados conocimientos musicales hallaron coloca-


ción, según publicitó el ya gobernador Aristeo Mercado, en varias bandas
de música militares de Morelia y de otros lugares de la república (Mem.
Gob., 1892). Ese mismo año el Ejecutivo promovió una transformación
sustancial para la escuela, el cual tuvo aplicación en 1894. Primero fue el
cambio de nombre, de Artes y Oficios a Escuela Industrial Militar “Porfirio
Díaz”, lo cual reafirmaba el carácter militar de la institución. La escuela
se destinó a jóvenes pues se suprimieron las clases para adultos y la ins-
trucción primaria fue dividida en elemental y superior, además, hubo solo
dos tipos de alumnos desde entonces: los corrigendos y los pensionados, y
podían ingresar individuos de entre los 10 a 14 años de edad. Finalmente,
se fundó también el Batallón Morelos con dos compañías de tropa (Mer-
cado, 2004, 102-104).
En el área de música el cambio fue favorable y se reflejó en apoyos,
que se vieron de inmediato con la compra de más instrumentos y “de la
mejor calidad” en una primera dotación hacía 1894, y en una segunda,
tres años después, cuando fueron encargados de Alemania4 17 instrumen-
tos musicales para la banda y orquesta. Esto fue una novedad interesante.
La banda de música aparece con el cambio de nombre, la orquesta en
1901, y ambos grupos responden al interés de los alumnos por la música,
que se hace obligatoria para todos y por eso es que se contrató a un ayu-
dante para el profesor en 1895, lo que coincide con aquél proyecto ten-
diente a pensionar a jóvenes del interior de la entidad. Para el caso de la
ahora escuela industrial, al menos 35 ayuntamientos enviaron cada uno a
un estudiante con sus propios recursos, lo que dice mucho, nuevamente,
de la importancia que la educación era para el Estado.
Volviendo al tema de la orquesta, quedó conformada por al menos 60
instrumentos, cantidad importante que asemeja una sinfónica actual, y
cuatro secciones de músicos. Un asunto a destacar es que hubo correspon-

4. Para la época, había algunos comerciantes alemanes y franceses que se encargaban


de traer instrumentos desde Europa mediante casas establecidas en la ciudad de Méxi-
co, las más importantes eran Schoenian, Nagel, Wagner y Levien y el repertorio Bizet
(Ruiz, 2002, 181).

164
La educación musical en Morelia, 1869-1911

dencia entre los integrantes de ambas agrupaciones, ya que varios jóvenes


tocaban, según las necesidades, en la banda de música o en la orquesta, y
la calidad que alcanzaron ambas se hizo evidente en su participación en
los principales eventos morelianos, de hecho, es interesante la rivalidad
que se gestó entre la Banda de Música del Estado, perteneciente al pri-
mer batallón de las fuerzas de seguridad locales y la banda de la escuela
industrial. Aquella se había formado por un grupo de músicos policías en
1882 y se dedicaba con especial atención a acompañar las actividades del
gobernador, no obstante, se hizo común que cubriera prácticamente todos
los eventos públicos morelianos, desde los desfiles por el calendario cívi-
co-festivo hasta las corridas de toros que de forma cotidiana se llevaban a
cabo en la ciudad (Mercado, 2009, 81).
Así pues, a mediados de la década de 1890 en la prensa se destacaba
la calidad musical alcanzada por los músicos de la escuela industrial y se
decía que tocaba mejor que la del estado. A lo largo de la década de 1890
he registrado continuamente eventos donde ambas participan, e incluso,
a los jóvenes alumnos de aquella se llegó a equiparar con la música del
batallón federal que estaba acantonada en la ciudad. En 1898 se organizó
un evento extraordinario que demuestra el nivel musical de que estamos
hablando. En ocasión de los festejos de septiembre, por el aniversario del
inicio de la independencia de México, se organizó una serenata que se lle-
vó a cabo en la plaza principal de la ciudad. Participaron en conjunto tres
bandas de música: la del 6to. Regimiento federal, la del estado y la de la
escuela industrial. Cada una tocó una pieza por separado al inicio, dando
pie a la comparación entre las tres, y finalmente, bajo la batuta de Juan
B. Fuentes, profesor de música del Colegio de San Nicolás, las músicas
ejecutaron en conjunto. La prensa elogió la audición y la serenata que en
ese mismo lugar y día se ofreció por la noche (La Libertad, 1898).
Puede deducirse mucho de lo anterior, pero me parece importante
señalar el posicionamiento musical que lograron los jóvenes músicos de
la escuela industrial, cosa que les permitía participar en los festejos más
importantes de Morelia, y en una época donde la exigencia social era lo
suficiente para declarar a un grupo musical pobre en ejecución según
puede verse en la prensa sobre todo, que repetía el sentir general la más

165
Alejandro Mercado Villalobos

de las veces. Al respecto, se decía que al interior de la escuela industrial


se había creado:

…una magnífica academia de música en la que teórica y prácticamente se


enseña armonía, composición, orquestación y todo lo que puede hacer de un
discípulo con disposiciones, un verdadero genio. La banda del propio plantel
está formada por filarmónicos que han aprendido allí mismo y dotado de
instrumentos modernos que permiten interpretar las partituras más difíciles,
hace la delicia de Morelia, en las audiciones de la plaza de los mártires o del
bosque de San Pedro (La Libertad, 1901).

La nota destaca un elemento entre otros, y es el hecho de que los


alumnos aprendían armonía, composición y orquestación, lo que no se
incluye de hecho, en el reglamento de la escuela. El periodista sin em-
bargo, no estaba equivocado, pues en la práctica había alumnos que sí
aprendían más allá del solfeo y a tocar el instrumento, y desarrollaban
la habilidad para componer, prueba de ello son algunas partituras que se
han conservado desde entonces, de piezas compuestas por estudiantes
de la industrial (Sánchez). El dato indica el grado de importancia de la
clase de música no solo para el profesor sino para los alumnos, y es que
la escoleta era tan popular que debió modificarse el reglamento en 1901,
restringiendo la asistencia a la práctica musical a solo aquellos alumnos
que tuvieran tres años inscritos en la escuela, los motivos eran que se
daba mayor importancia al arte de Euterpe que a las asignaturas y activi-
dades de los talleres. Por esas fechas por cierto, hubo un nuevo grupo de
egresados que se dice, se integraron de inmediato a diversas bandas de
música. Y es que a principios del siglo XX, los músicos que egresaban
de aquella escuela eran bien recibidos pues se habían ganado una fama de
excelencia desde la década de 1890, sobre todo a partir de un hecho sin-
gular, la incorporación de varios de ellos con la banda de música del 8vo.
Regimiento, que hizo giras por los Estados Unidos y en Europa, y llegó a
presentarse en concierto especial a la señora Carmen Romero, esposa de
Porfirio Díaz en 1894.
Tenemos de esta forma, suficientes elementos para afirmar que la
academia de música de la Escuela de Artes y Oficios, renombrada In-

166
La educación musical en Morelia, 1869-1911

dustrial Militar “Porfirio Díaz”, fue una institución insignia del Estado en
Michoacán en tanto a la educación artística. En los esfuerzos destinados
al desarrollo de la música, se percibe el interés de ampliar la instrucción
a amplios sectores, impulsando la música como una manera de conseguir
el fomento de los valores sociales mediante el arte. Si se buscaba, como
decía al principio siguiendo a Raúl Bolaños, instituir la “mentalidad filosó-
fica” del gobierno, la música fue lo suficientemente importante para desti-
narle tantos recursos económicos como a otras áreas no complementarias,
y destinar a los mejores profesores de música que había en la entidad.

La Academia de Niñas de Morelia

La mujer no ha sido incluida formalmente en la educación mexicana sino


hasta el siglo XX, y me refiero a la igualdad de circunstancias y oportuni-
dades. Sin embargo, el proyecto de la academia de niñas puesto en mar-
cha en Morelia en 1855 fue un modelo de instrucción digno de encomio,
que debe revalorarse como uno de los más importantes intentos naciona-
les por ampliar la educación en el país.
Para el caso de Morelia, la educación dirigida a la mujer tiene un
antecedente virreinal. En 1743 se creó el Colegio de Santa Rosa María de
Valladolid. Se trató de una escuela destinada a la instrucción de niñas es-
trictamente de origen español, y se les preparaba en asignatura propias de
su tiempo y condición de género, tales como doctrina cristiana, costura y
bordados, rudimentos de lectura, escritura, aritmética, moral y conducta y
música, lo cual tenía origen en intereses religiosos pues se pretendía crear
ejecutantes que eventualmente pudieran cubrir los oficios en la liturgia.
Para esto, se daban nociones generales de la música, canto llano y se pre-
paraba a las niñas en la ejecución del órgano, violín, arpa y piano (Vid. Ca-
rreño, 1979). Sin ser una escuela de música en toda la extensión de la pa-
labra, el arte de Euterpe se cultivó de tal forma que aun en la actualidad,
se considera el archivo musical de aquella institución, como el más rico
y bien conservado que proviene de la época colonial (Vid. Ochoa, 2007).
El colegio funcionó sin interrupción durante la guerra de indepen-
dencia y el resto de la primera mitad del siglo XIX, sin embargo, producto

167
Alejandro Mercado Villalobos

del proyecto liberal que tenía en la mira el control del Estado también
en a educación, cerró sus puertas, la primera vez en 1861, con una breve
reapertura durante la intervención francesa, y definitivamente en 1870;
hacía la década de 1940, en el edificio que albergaba al colegio de Santa
Rosa se fundó el actual Conservatorio de las Rosas de Morelia.
El anterior fue un intento importante de acercamiento de la educa-
ción a la mujer, sin embargo, se trataba de un proyecto que limitaba el
acceso a solo un pequeño sector: las niñas españolas, que eran la minoría
en el siglo XVIII, excluyendo a mestizas e indígenas del proceso educati-
vo. Al cierre, en 1870, no había ningún espacio de instrucción formal en
Morelia para ellas, salvo la instrucción que tradicionalmente se ofrecía
en calidad de discípulo-alumno a las hijas que provenían de familias ricas
morelianas.
Siguiendo la dinámica del Estado en cuanto al apoyo a la educación,
según he mostrado a partir de los dos ejemplos anteriores, nuevamente
por iniciativa del Ejecutivo estatal se decretó, en octubre de 1885, la crea-
ción de una Academia de Niñas. El objetivo, de acuerdo a lo dicho por el
gobernador, era ofrecer a la mujer elementos de formación “compatibles
con su sexo”, y que con ello pudiera “lograr la satisfacción de sus nece-
sidades a costa de menores afanes y sacrificios” (Mem. Gob., 1886). El
discurso es importante pues determina que mediante la preparación aca-
démica la mujer podía asegurar su vida sin la necesidad de depender del
varón, ya fuera del padre o del esposo, lo que equivale al axioma liberal
de igualdad, lo cual equilibraba en una medida importante la posición de
aquella respecto a éste en un contexto de preponderancia masculina. En
el discurso se asume que la mujer formaría parte del proceso productivo
nacional, pues al “lograr la satisfacción de sus necesidades” sería autode-
pendiente. Así, estamos ante un proyecto que permite comprobar la in-
tención del Estado por ampliar la educación a amplios sectores, la mujer era
uno de ellos, que además significaba la mitad de la población. En sus años
de juventud, Porfirio Díaz había sido partidario de Benito Juárez y de la
doctrina del liberalismo, y quizás ello, aunado a las propias directrices del
entorno mundial en términos educativos, favoreció proyectos como el de
la academia de niñas de Morelia, ya que tal ideología político-económica

168
La educación musical en Morelia, 1869-1911

sustentaba en la educación científica dirigida por el Estado gran parte del


éxito de una sociedad.
Igual que con el Colegio de San Nicolás y la Escuela de Artes y Ofi-
cios, el Ejecutivo era el encargado de normar su funcionamiento, pero a
diferencia de aquellas, la de niñas quedó como una institución de nivel se-
cundario y de perfeccionamiento, aunque la idea inicial, que luego habría
de lograrse, era formar a la mujer como profesoras de la juventud michoa-
cana. Resulta interesante la lista de asignaturas, que aparecen, siguiendo
el discurso del gobernador, “compatibles con su sexo”. Estas fueron: moral,
urbanidad, economía doméstica, lectura —donde se incluían recitación
de prosa y verso—, gramática castellana —aplicando aquí análisis lógico y
principios de gramática general—, pedagogía, aritmética razonada y prin-
cipios de álgebra y geometría, dibujo y pintura, francés, inglés, geogra-
fía, historia patria, costura, bordados, flores y otros trabajos de mano. En
cuanto al arte de Euterpe, a diferencia de las dos instituciones reseñadas
antes, en la de niñas la música se instituyó como una clase que formaba
parte del currículo de materias, con lo que no tenía el carácter de “acceso-
ria” ni complementaria, y se impartía dentro del horario cotidiano y con
un plan bien determinado (Mercado, 2004, 122).
En el reglamento que se promulgó en 1886 quedó establecido el ingre-
so general a la escuela desde los 7 años de edad con instrucción primaria
terminada, los estudios en la de niñas habrían de durar cinco años y en
todo ese tiempo, la música sería materia obligada bajo el siguiente orden:
primer año, solfeo I; segundo año, solfeo II y piano I; tercer año, piano II
y vocalización; cuarto año, piano III y canto superior I; quinto año, piano
IV y canto superior II. El profesor designado fue el conocido Luis I. de la
Parra, quien incluyó los mismos métodos de música que en otras escuelas
(Ibíd., 123). El panorama es extraordinario al pensar en lo limitante de la
cátedra de música de las otras instituciones apoyadas por el Estado, y sin
embargo, se ha visto que los resultados fueron a la vista importantes. Pero
el hecho de que solo se estudiara piano limitaba quizás, un desarrollo am-
plio en el sentido musical, lo que contrasta con la apertura a este respecto,
con relación a San Nicolás o en la de artes. En realidad, la intención era
preparar jóvenes profesoras según he dicho, y el piano era el instrumento

169
Alejandro Mercado Villalobos

polifónico ad hoc para esto, aunque está la dificultad para conseguir el


instrumento mucho más que un violín o un arpa por ejemplo, que se
construían de manera local.
Pero en realidad el piano no fue el único instrumento enseñado en
la de niñas. Producto quizás de la influencia festiva de la cotidianeidad
moreliana, y guiadas por su profesor, las jóvenes estudiantes al parecer
fomentaron el estudio de los instrumentos de cuerda, pues tengo noticias
por medio de la prensa decimonónica, de la creación de una orquesta típi-
ca y una estudiantina. Ambas agrupaciones participaron continuamente
en eventos públicos en Morelia, lo que formaba parte de la publicidad del
régimen en su apoyo a la educación y la cultura, es por esto que se dotó de
instrumentos para que las jóvenes desarrollaran su talento. Hay un regis-
tro en este sentido, respecto a la estudiantina, pues el gobernador mando
comprar mandolinas, bandurrias, guitarras y panderetas, instrumentos
necesarios para un grupo de este tipo (Mercado, 2004, 137).
Y es que la mujer gustaba de hacer música, pero por su histórica
posición secundaria solo lo hacía en momentos selectivos, como en las
tertulias privadas organizadas en casonas de familias ricas. La época por-
firista fue también de apertura en este sentido. Ya en la inauguración
de la academia de niñas, llevado a cabo el 5 de mayo de 1886, la parti-
cipación femenina había sido destacada. El evento se llevó en esa oca-
sión en el mejor escenario, el teatro Ocampo. Ya entonces participaron
dos alumnas de la recién inaugurada institución, Natalia Flores y Luisa
Mesa, quienes en conjunto con otras señoritas y señoras, ejecutaron al-
gunas fantasías y partes de óperas, y fueron acompañadas por algunos
alumnos de San Nicolás y por la banda de música del 8vo. Regimiento. A
decir de la nota periodística del órgano oficial, la velada fue inolvidable
(Gaceta oficial, 1886, 9 de mayo). Esa fecha no solo dio inicio las labores
de la escuela sino la participación femenina, de manera pública, en los
eventos sociales.
Al igual que en la de artes, la clase de música atrajo mucho más que
otras asignaturas, de ahí que se modificara el reglamento y se eliminó la
clase de solfeo a las alumnas de primer año, buscando su concentración
primero en la dinámica general de la enseñanza impartida. Esto coincidió

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La educación musical en Morelia, 1869-1911

con el proyecto del Estado para pensionar jóvenes del interior de la enti-
dad, lo cual se dio con singular importancia en este caso.
Entre los requisitos de elección para la beca, destaca el que la niña
tuviese “buenas disposiciones para el aprendizaje y de humildes condicio-
nes sociales” (Mercado, 2004, 133). De nueva cuenta aparece la intención
de ofrecer educación a amplios sectores sociales, lo que de hecho se cum-
plió con lo señalado pues 25 municipios respondieron al llamado, aun con
la condición de que los gastos totales de cada niña habrían de cubrirse con
sus propios recursos. Puede decirse que era más propaganda que realidad,
no obstante, hay pruebas de que los esfuerzos rindieron sus frutos pues
en años siguientes, como se consigna en algunas fuentes hemerográficas,
varias egresadas de la de niñas regresaron a sus lugares de origen con
el título de profesoras de instrucción elemental, y no es extraño que en
algunos de estos, como el caso particular de Santa Ana Maya, municipio
ubicado al Norte del estado de Michoacán, se haya difundido y conservado
la tradición del estudio del piano luego de la revolución (Mercado, 2010).
Además de las pensiones otorgadas por las autoridades municipales, exis-
tieron otras de dos tipos: las que pagaban particulares y algunas de mane-
ra especial, que eran auspiciadas directamente por el Ejecutivo. De esta
manera, a partir de 1895 un promedio de diez niñas fueron pensionadas
anualmente, con un total de 106 hacía 1904 (Mem. Gob., 1904).
Ya se ha visto que el desarrollo de la institución iba se vio en senti-
do de crear una escuela formadora de profesoras de instrucción elemental,
de ahí los cambios en la institución a lo largo de su existencia. En 1892
se creó una escuela de instrucción primaria anexa a la academia, lo que
vaticinaba una eventual evolución, pese a esto y al apoyo decidido del
gobernador, he encontrado algunas críticas vertidas en la prensa que de
alguna manera ponen en evidencia, quizás no el correcto funcionamiento
en general, pero si algunos elementos posibles de mejorar. En La Libertad
(1895, enero 27), periódico de carácter semi oficial, se habla de la forma
de realizar los exámenes de las alumnas, que se realizaban de forma públi-
ca y se publicitaban ampliamente, y en particular, en la clase de música.
Se decía que el formato no examinaba con profundidad los conocimientos
adquiridos, lo que era cierto, pues en octubre de 1895 se llevó a cabo una

171
Alejandro Mercado Villalobos

modificación al respecto, y en lo de música, al parecer no se les daba


clase de teoría musical ni contaban con libros especializados. La crítica
responde quizás, a los ejemplos de San Nicolás y la de artes, donde había
alumnos que destacaban en tanto como ejecutantes y como compositores,
mientras que las niñas habían logrado una modesta ejecución sin llegar a
las obras que aquellos presentaban en oportunidades públicas.
Pero la intención del Estado era distinta con la mujer. En 1895 se
determinó dividir la educación primaria en elemental y superior, por lo
que las interesadas en lograr el título de profesoras de instrucción prima-
ria elemental hacían estudios por tres años, y cinco las que pretendían
el de profesoras de nivel superior en primeras letras; en ambas posibi-
lidades, el estudio de la música era obligado pues decíamos al principio
de este trabajo, el régimen porfiriano trabajó en la idea de la educación
integral, que aceptaba el estudio de las bellas artes, como la música. En
esta misma idea, en 1901 la escuela primaria anexa a la academia se con-
virtió en Escuela Normal para Profesoras, lo que con la ampliación del
internado en el año de 1900, que ya funcionaba desde la década anterior,
se ampliaron las posibilidades de educación para la mujer en Michoacán.
Antes del estallido de la revolución, que provocó la clausura de la aca-
demia de niñas, varias normas jurídico-educativas se promulgaron, caso
de la ley orgánica de 1908, y una reforma también al año siguiente, y hasta
una ley de instrucción preparatoria y profesional de 1910. En todos los
casos, las clases de música no se modificaron sustancialmente, más bien, se
reafirmó el estudio del arte de Euterpe como elemental para las futuras
profesoras.
Finalmente, el epílogo de la Academia de Niñas fue desgraciado,
pues ante la revuelta de 1910 se suspendieron los apoyos económicos
y los padres de las niñas que eran de Morelia recogieron a sus hijas en
un primer término, y enseguida hicieron lo propio los que provenían de
otros municipios. Quedó así, cerrado, un capítulo extraordinario de en-
señanza para le mujer que no finalizó con la clausura de la institución,
pues el proyecto provocó que la mujer fuera, desde entonces, parte de
los planes educativos del Estado en Michoacán, y un ejemplo a seguir por
otras entidades.

172
La educación musical en Morelia, 1869-1911

Consideraciones finales

A partir del examen de las instituciones examinadas, puedo decir que la


instrucción musical formó parte de un plan de Estado que justifica su
interés al respecto con base en la llamada educación integral, que dota al
individuo de elementos culturales que permiten conservar una sociedad
civilizada. Siguiendo esta idea, la música se tenía también como nece-
saria en tanto las necesidades de diversión colectiva, lo que permitía el
fortalecimiento de los lazos entre los individuos de la sociedad, lo que se
comprueba con la participación constante de los jóvenes músicos de San
Nicolás, la de artes y la de niñas. Ya fuera como materia accesoria como
ocurrió en las dos primeras, u obligatoria como en la última, la clase de
música se cultivó siguiendo una meta pedagógica y una práctica. Se trata-
ba de educar al individuo integralmente, y de fomentar al mismo tiempo,
la creatividad en el ser humano que luego se vertía a la sociedad en algu-
na serenata, concierto o actividad artística urbana.
Siguiendo estas necesidades, la educación musical estuvo determina-
da por el estudio de la música de corte europeo. Para el porfiriato, formas
como la valona, el son, el huapango o la polka eran comunes en gran par-
te del país, sobre todo en lo rural, pero en lo urbano, lo clásico permeaba
las costumbres, es por esto que en las instituciones aquí reseñadas, se
estudiaban tanto instrumentos europeos como música también del viejo
continente, lo que corresponde precisamente, al contexto en que los jóve-
nes estudiantes habrían de desarrollarse.
Finalmente, creo importante señalar que la educación artística tuvo
una aplicación práctica casi inmediata. En las fuentes de la época porfiris-
ta, sobre todo en la prensa, las notas sobre la participación de los jóvenes
músicos de San Nicolás, la Escuela de Artes y aún más, las señoritas de la
Academia de Niñas, en eventos públicos se hicieron comunes, por lo que
de hecho, no hubo evento literario y musical donde estos no estuvieran.
La época porfirista fue, entonces, el periodo de auge de la música en Mo-
relia, lo que alcanzó amplias regiones del interior del estado.

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Alejandro Mercado Villalobos

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