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Decía un párrafo arriba, que José Mariano Elízaga inició la educación mu-
sical laica en México. En 1824 fundó la que puede considerarse la primera
asociación filarmónica mexicana, un año después, creó una escuela de
música, destinada a la enseñanza del arte de Euterpe de nivel superior
(Vid. Romero, 1934). De ese esfuerzo derivaron, en la década siguiente,
la Escuela Mexicana de la Música, creada por dos músicos excelentes:
Joaquín Beristáin y Agustín Caballero (Tapia, 1991, 23), y la Academia de
Música de la Gran Sociedad Filarmónica de México, que inició labores el
15 de septiembre de 1839 (Romero, 1934, 23). Estos intentos culminaron
con la fundación del Conservatorio Nacional de Música en 1866, que se con-
virtió de inmediato en la máxima institución de estudios musicales en el
país. Se inició impartiendo asignaturas teóricas como filosofía y estética
de la música, armonía, composición y solfeo, y prácticas en tanto a la en-
señanza de los instrumentos musicales, de cuerda y de aliento; se daban
también materias como aparatos de la voz y del oído, biografía de hom-
bres célebres en la música, estudios de trajes y costumbres y pantomima,
y declamación (Vid. Herrera, 1992).
En Morelia mientras tanto, luego de la independencia aparecieron
intentos modestos de enseñanza musical por parte de particulares. Hay
registros de tal actividad desde 1851, y destaca que varios de aquellos
maestros trabajaban principalmente como músicos de capilla en alguna
iglesia, sin embargo, hacía la década de 1870 y el resto del porfiriato, tam-
bién existen pequeñas “academias”, como solía llamárseles, dirigidas por
mujeres y que daban clase de solfeo y de piano (Mercado, 2004, 46-48). De
forma institucional, solo en el Colegio Seminario y en el Colegio de Santa
Rosa María de Valladolid se daban clases de música, sin olvidar la ense-
ñanza musical dada al interior de conventos de monjas (Vid. Torres, 2004).
Los esfuerzos de los particulares no tenían un plan específico pues se
enseñaba solo solfeo y se cultivaba a lo más tres instrumentos primordial-
mente: la voz, el piano y el violín, además, tenían un alcance muy limi-
tado ya que acudían a aprender solo miembros de la sociedad selecta mo-
reliana, la de la élite, es decir, aquellos que podían pagar una instrucción
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terminada por alguna sanción penal derivara de un delito menor, los re-
clusos, confinados a petición de los padres con objeto de corregir malas
conductas, y en tercer lugar, estaban los individuos que quisieran estudiar
voluntariamente, con la condición de que no tuvieran más de veinte años.
En cuanto a la música, en el reglamento de 1887 se determinó que se
ofrecería una “instrucción teórico-práctica”, y que serían admitidos a la
escuela aquellos que mostraran “aptitud y condiciones físicas necesarias
para la enseñanza”.3 De manera similar que en el Colegio de San Nicolás,
en la de artes quedó establecido que las clases de música habrían de dar-
se en horarios que no afectaran la asistencia a las actividades de los alum-
nos, esto en tanto a las asignaturas o talleres. El arte de Euterpe también
aquí tenía un carácter de área complementaria, no obstante, el alcance en
términos generales fue mucho mayor. En primera, del total de alumnos
inscritos, entre el 70 y 90 por ciento asistieron a la clase de música, segun-
do, se ofrecieron una amplia gama de instrumentos musicales que dio por
resultado en la década siguiente, la formación de una banda de música de
viento y al iniciar el siglo XX una orquesta. La diferencia entre estos dos
grupos es que el primero está formado por alientos-metales, y el segundo
principalmente por cuerdas, y ambos incluyen percusiones. En el infor-
me del gobernador de 1887 se hace un inventario de los instrumentos de
la escuela, y figuran clarinetes, flautas, flautines, saxofones, trompetas
(pistones y bugles), trombones, barítonos, bajos, contrabajos, tambor, pla-
tillos, caja de guerra (tarola), triángulo, panderetas y castañuelas. Se con-
taba además con papel pautado y diversos métodos de estudio, entre ellos
el Arban, Eslava y el Romero (Mem. Gob., 1887), dos años después se dotó
de 14 atriles y mucha música impresa y de varios géneros musicales: bo-
leros, danzas, fantasías, marchas, pasodobles, mazurcas, polkas, schottisch
y valses (Mem. Gob., 1889).
Con estos elementos de enseñanza, Encarnación Payen —el primer
profesor— inició clase que pronto dio resultados. En 1892 egresaron 22
3. Una copia del reglamento original se resguarda en: AGHPEM, Fondo Secretaría de
Gobierno, Sección Instrucción, Serie Escuela de Artes y Oficios, Caja 8, Exp. 5, fojas
120-130.
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dustrial Militar “Porfirio Díaz”, fue una institución insignia del Estado en
Michoacán en tanto a la educación artística. En los esfuerzos destinados
al desarrollo de la música, se percibe el interés de ampliar la instrucción
a amplios sectores, impulsando la música como una manera de conseguir
el fomento de los valores sociales mediante el arte. Si se buscaba, como
decía al principio siguiendo a Raúl Bolaños, instituir la “mentalidad filosó-
fica” del gobierno, la música fue lo suficientemente importante para desti-
narle tantos recursos económicos como a otras áreas no complementarias,
y destinar a los mejores profesores de música que había en la entidad.
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del proyecto liberal que tenía en la mira el control del Estado también
en a educación, cerró sus puertas, la primera vez en 1861, con una breve
reapertura durante la intervención francesa, y definitivamente en 1870;
hacía la década de 1940, en el edificio que albergaba al colegio de Santa
Rosa se fundó el actual Conservatorio de las Rosas de Morelia.
El anterior fue un intento importante de acercamiento de la educa-
ción a la mujer, sin embargo, se trataba de un proyecto que limitaba el
acceso a solo un pequeño sector: las niñas españolas, que eran la minoría
en el siglo XVIII, excluyendo a mestizas e indígenas del proceso educati-
vo. Al cierre, en 1870, no había ningún espacio de instrucción formal en
Morelia para ellas, salvo la instrucción que tradicionalmente se ofrecía
en calidad de discípulo-alumno a las hijas que provenían de familias ricas
morelianas.
Siguiendo la dinámica del Estado en cuanto al apoyo a la educación,
según he mostrado a partir de los dos ejemplos anteriores, nuevamente
por iniciativa del Ejecutivo estatal se decretó, en octubre de 1885, la crea-
ción de una Academia de Niñas. El objetivo, de acuerdo a lo dicho por el
gobernador, era ofrecer a la mujer elementos de formación “compatibles
con su sexo”, y que con ello pudiera “lograr la satisfacción de sus nece-
sidades a costa de menores afanes y sacrificios” (Mem. Gob., 1886). El
discurso es importante pues determina que mediante la preparación aca-
démica la mujer podía asegurar su vida sin la necesidad de depender del
varón, ya fuera del padre o del esposo, lo que equivale al axioma liberal
de igualdad, lo cual equilibraba en una medida importante la posición de
aquella respecto a éste en un contexto de preponderancia masculina. En
el discurso se asume que la mujer formaría parte del proceso productivo
nacional, pues al “lograr la satisfacción de sus necesidades” sería autode-
pendiente. Así, estamos ante un proyecto que permite comprobar la in-
tención del Estado por ampliar la educación a amplios sectores, la mujer era
uno de ellos, que además significaba la mitad de la población. En sus años
de juventud, Porfirio Díaz había sido partidario de Benito Juárez y de la
doctrina del liberalismo, y quizás ello, aunado a las propias directrices del
entorno mundial en términos educativos, favoreció proyectos como el de
la academia de niñas de Morelia, ya que tal ideología político-económica
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con el proyecto del Estado para pensionar jóvenes del interior de la enti-
dad, lo cual se dio con singular importancia en este caso.
Entre los requisitos de elección para la beca, destaca el que la niña
tuviese “buenas disposiciones para el aprendizaje y de humildes condicio-
nes sociales” (Mercado, 2004, 133). De nueva cuenta aparece la intención
de ofrecer educación a amplios sectores sociales, lo que de hecho se cum-
plió con lo señalado pues 25 municipios respondieron al llamado, aun con
la condición de que los gastos totales de cada niña habrían de cubrirse con
sus propios recursos. Puede decirse que era más propaganda que realidad,
no obstante, hay pruebas de que los esfuerzos rindieron sus frutos pues
en años siguientes, como se consigna en algunas fuentes hemerográficas,
varias egresadas de la de niñas regresaron a sus lugares de origen con
el título de profesoras de instrucción elemental, y no es extraño que en
algunos de estos, como el caso particular de Santa Ana Maya, municipio
ubicado al Norte del estado de Michoacán, se haya difundido y conservado
la tradición del estudio del piano luego de la revolución (Mercado, 2010).
Además de las pensiones otorgadas por las autoridades municipales, exis-
tieron otras de dos tipos: las que pagaban particulares y algunas de mane-
ra especial, que eran auspiciadas directamente por el Ejecutivo. De esta
manera, a partir de 1895 un promedio de diez niñas fueron pensionadas
anualmente, con un total de 106 hacía 1904 (Mem. Gob., 1904).
Ya se ha visto que el desarrollo de la institución iba se vio en senti-
do de crear una escuela formadora de profesoras de instrucción elemental,
de ahí los cambios en la institución a lo largo de su existencia. En 1892
se creó una escuela de instrucción primaria anexa a la academia, lo que
vaticinaba una eventual evolución, pese a esto y al apoyo decidido del
gobernador, he encontrado algunas críticas vertidas en la prensa que de
alguna manera ponen en evidencia, quizás no el correcto funcionamiento
en general, pero si algunos elementos posibles de mejorar. En La Libertad
(1895, enero 27), periódico de carácter semi oficial, se habla de la forma
de realizar los exámenes de las alumnas, que se realizaban de forma públi-
ca y se publicitaban ampliamente, y en particular, en la clase de música.
Se decía que el formato no examinaba con profundidad los conocimientos
adquiridos, lo que era cierto, pues en octubre de 1895 se llevó a cabo una
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