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La Transformación de la Tierra

por: Eugenio Carutti

La mayoría de nosotros percibimos que una gigantesca


transformación se está produciendo en la vida de la Tierra; nos
damos cuenta que está ocurriendo un cambio muy acelerado y que
las categorías habituales que utilizamos para comprender la realidad
no nos dan el resultado que esperamos; todo esto genera enormes
expectativas y una gran incertidumbre se agita en todo nosotros.
Vivimos tiempos de enorme turbulencia en los que la cantidad de
estímulos que debemos aprender a procesar en simultáneo nos
parece casi insoportable.
Vamos a intentar una reflexión lo más amplia posible en el tiempo y
en el espaciocomo para contener toda esta turbulencia. Estamos
preocupados y ansiosos por los cambios de la humanidad; por los
procesos históricos, sociales, políticos. Pero vamos a enfocarlos de
una manera diferente a la habitual; les propongo observar este
proceso, no como una serie de hechos algo que protagonizamos
simplemente los seres humanos a causa de nuestras limitaciones o de
nuestras cualidades, sino como un proceso planetario, como un
proceso que vive la Tierra entera. Nosotros somos criaturas de la
Tierra, somos terrestres, y es la Tierra la que está haciendo un
cambio gigantesco y por eso nosotros, los humanos estamos
cambiando.
Vamos a llamar a la Tierra, tal como algunos hacen, Gea. El nombre
es secundario, pero lo haremos para subrayar la vastedad del proceso
y ubicarnos en la perspectiva de que formamos parte de un inmenso
organismo compuesto por innumerables seres vivientes que tiene
miles de millones de años de existencia; para tener muy presente que
la Tierra es anterior a nosotros y que posiblemente continuará
cuando quizás los humanos ya no estemos en ella, por lo menos con
la forma que ahora tenemos. No podemos ubicarnos en una
perspectiva capaz de abarcar la complejidad de este proceso si no
comprendemos la verdadera dimensión de estos cambios y su
origen; la fuente de los cambios que están ocurriendo y que tanto
nos preocupan está mucho más allá de lo humano. Estamos diciendo
que los cambios históricos y sociales que vivimos son una
consecuencia de la transformación de la Tierra.
La vida de la Tierra, la vida de Gea nuestro planeta es nuestra vida;
la Tierra es una gigantesco océano de existencias; un inmenso oleaje
viviente, del cual cada uno de nosotros expresa solo un instante, una
chispa transitoria; esa inmensa vida se transforma a sí misma y
evoluciona como una parte de la galaxia que nos contiene. Nosotros
los humanos no somos las criaturas autónomas y separadas del resto
del universo que creemos ser; somos criaturas de la tierra y la tierra
es un ser de la galaxia.
Como saben soy astrólogo y como tal estoy habituado a percibir
todo proceso de cambio como una consecuencia particular y
transitoria de movimientos muchos más vastos; el cielo se mueve y
cambian las condiciones de la vida de la tierra; de la misma manera
que las estaciones cambian y algunas plantas pierden sus hojas o
desaparecen y otras nuevas surgen y florecen cambiando
completamente el paisaje circundante. Ciclo tras ciclo cambian los
climas de la vida y algunas cosas dejan de ser posibles y otras
completamente nuevas se hacen posibles. Cada ciclo de la vida
permite que ocurran algunas cosas e impide otras.
La vida de Gea y de todas sus criaturas se desarrolla en base a tres
grandes pulsos interconectados: estos son, la evolución, los grandes
ciclos planetarios y cósmicos que nos envuelven y el proceso de
iniciación.
La evolución es la compleja dinámica viviente que la mente humana
ha comenzado a comprender a partir del siglo XIX gracias a Darwin.
La evolución es una transformación lenta, paulatina, que se produce
en base a una larga serie de ensayos y errores que realiza una
inteligencia aparentemente semi-ciega, que llamamos no-consciente
y que va trazando caminos en el plano físico-químico, en el plano
biológico; sin detenerse jamás, creando y destruyendo formas de
vida, ensayando nuevos y asombrosos senderos; volviendo
aparentemente hacia atrás y repitiendo patrones básicos hasta
desplegarlos de nuevo con una enorme complejidad acumulada;
estos senderos exploratorios de la vida producen grandes creaciones
y parecen cometer también enormes errores; tienen una fuerte
tendencia a repetirse y a recorrer larguísimos ciclos en los cuales
fueron creando innumerables formas vivientes en una gran variedad
de tipos, hasta desarrollar la forma humana.
Este nivel de inteligencia que se expresa en la evolución parece
perder mucha energía a través de sus ensayos y errores y sus largos,
lentísimos y aparentemente azarosos pasos. Pero la visión que
tenemos los humanos de nuestra época acerca de este proceso es
muy limitada, porque no incluimos en nuestra perspectiva una lógica
por completo diferente que se encabalga complementariamente con
la evolución; un proceso diferente, que tradicionalmente es llamado
iniciación.
Los dos grandes ritmos de la Tierra en respuesta a la inmensa
dinámica de los ciclos y procesos cósmicos de la galaxia y el sistema
solar del cual forma parte, son la evolución y la iniciación.
Seguramente habrán escuchado muchas veces esta palabra,
"iniciación", aplicada a los seres humanos; pero quiero llevarlos a
pensar en el planeta Tierra como una organización inteligente que
también atraviesa por grandes iniciaciones. ¿Qué queremos decir
con esto? Tendemos a imaginar la evolución como un proceso
endógeno de la vida terrestre en el cual emergen recurrentemente
formas de vida diferentes. Pero el llamado proceso de iniciación nos
hace ver una dirección complementaria en la cual, en determinados
momentos, alguna de las formas generadas por la evolución semi-
ciega desarrolla una sensibilidad suficiente como para registrar por
primera vez y entrar en contacto con alguna dimensión que existía
anteriormente pero con la cual la vida de la Tierra no podía
interactuar de manera alguna. Esa dimensión que siempre existió
desde una perspectiva más amplia, parecía no existir en modo
alguno desde la perspectiva de la evolución. Las sucesivas olas
evolutivas de la Tierra alcanzan determinado nivel de sensibilidad y
para esos niveles se hacen posibles determinadas relaciones a partir
de aquello que pueden registrar; de lo que es tangible para ellos.
Pero eso no quiere decir que no hayan existido otros niveles solo
perceptibles para formas vivientes de una sensibilidad mucho
mayor. Hasta que la evolución no genere una mayor sensibilidad
esos niveles no existen para la Tierra, están completamente fuera de
su rango de interacciones posibles. Es decir, la evolución de la
Tierra tiene un umbral de visibilidad, de "realidad" dentro del cual
se producen sus interacciones; pero tarde o temprano generará
nuevas formas con un rango mayor de sensibilidad; y estas entonces
pueden registrar y vincularse con un campo de realidad que parecía
no existir hasta ese momento; pueden sintonizarse con esa realidad
más amplia y permitir que gradualmente –a través de esas formas y
no las anteriores- ese nivel de realidad penetre en la vida de la Tierra
y forme parte de ella; de esa manera se hará progresivamente
tangible también para las demás y, más tarde o más temprano,
alterará por completo los caminos anteriores de la evolución.
La iniciación provoca saltos. La evolución es progresiva, recurrente
pero de pronto observamos que en ella ocurre un salto; se produce
algo que no era previsible según la lógica anterior; porque lo que
ocurrió fue el resultado del contacto con una dimensión que no
formaba parte del juego anterior; súbitamente esta interviene y lo
transforma por completo. Se crea un contexto completamente nuevo
en el que la inteligencia evolutiva realiza un aprendizaje
revolucionario.
Para verlo muy concretamente y a escala planetaria, digamos que
una gran iniciación terrestre fue el surgimiento del reino vegetal.
Este reino tiene una función fundamental para el conjunto de la
Tierra y hace posible el surgimiento de otros reinos gracias a que
desarrolló una sensibilidad muy especial a la energía solar. Ninguna
de las formas de vida anteriores tenía la capacidad de fijar energía
solar en la Tierra de la manera en la que los vegetales lo hacen. Esto
fue posible gracias a que algunas células generaron una sustancia
con un proceso químico absolutamente nuevo: la clorofila. La
clorofila expresa una sensibilidad y una capacidad de interacción
inéditas a la radiación solar. La energía solar física estuvo siempre
presente en la vida de la Tierra, pero no podía entrar en ella sino
como calor y de una manera muy limitada a través de los minerales
o los hongos; para combinarse creativamente con las formas de vida
terrestres y participar intensamente de su composición fue necesario
que algunas células desarrollaran la capacidad de sintetizarla en
organismos vivientes. Estas células permitieron que irrumpiera la
energía del Sol físico en la Tierra en un caudal inusitado
permitiendo así que hubiera mucha más energía disponible en la
Tierra.
Podríamos decir, antes la Tierra no era verde. De pronto, estas
células con clorofila se extendieron por todo el planeta y
desarrollaron el reino vegetal, cubriendo con un manto verde toda su
extensión. Esos nuevos seres –los vegetales, las algas, los árboles,
etc.- se convirtieron en canales y almacenes de energía solar
posibilitando nuevos procesos energéticos que antes eran
imposibles. Los vegetales contienen mucha más energía, son
vitalidad pura y una vez que ese inmenso caudal de vitalidad se
estableció en la tierra, a la evolución le fue posible ensayar nuevas
formas que necesitan consumir una enorme cantidad de energía para
un dinamismo que hasta ese momento era imposible desarrollar.
Esas formas vivientes mucho más dinámicas y con una nueva
sensibilidad conforman lo que conocemos como reino animal.
Estamos enunciando un patrón que tenemos que
aprender reconocer: en el momento que un nuevo tipo de formas
cubren la Tierra, esta está en condiciones de hacer aparecer otra ola
de formas completamente diferente que se apoya en la anterior. Un
nuevo reino se hace posible. Gracias a que apareció el reino vegetal
y cubrió la Tierra, fue posible el reino animal; como sabemos el
reino animal se alimenta de la energía que toma del reino vegetal.
Quiero mostrarles este patrón que se repite cíclicamente. Primero
veamos a la Tierra como un escenario donde ocurren un número
limitado de interacciones y procesos que se repiten indefinidamente;
de pronto ocurre un salto y aparecen formas nuevas. Estas son
sensibles a algo que no existía para las anteriores; esa sensibilidad
les permite incorporar "lo que no existía" y por eso se extienden y
eventualmente triunfan; esto les permite introducir para todas las
demás aquello que antes "no existía"; en el momento en que
recubren a la Tierra como un manto, algo nuevo se hace posible,
algo que no podría haber aparecido sin ese paso anterior.
De manera análoga, pensemos en ese prodigio que es el cerebro
humano y todo nuestro sistema nervioso. Nosotros somos el
producto de una larguísima evolución. Gracias a que la Tierra se
cubre de vegetales, surge el reino animal. Este nuevo conjunto de
formas vivientes ensaya durante millones de años infinitas formas y
a través de innumerables ensayos va surgiendo el sistema nervioso
de creciente complejidad; surgen células de una sensibilidad
exquisita, con una capacidad de sintonía e interacción que aún no
podemos comprender; y los organismos animados por esas células
prodigiosas terminan cubriendo <personname productid="la Tierra.
Los" w:st="on">la Tierra. Los</personname> animales cubren el
planeta y, en el momento que lo hacen, surge una nueva especie, de
una complejidad tal que constituye un nuevo reino dentro del
anterior. Algunos animales se convierten en animales mentales;
aparece en la Tierra el animal mental. Eso somos nosotros. En el
momento en que la evolución recubre la Tierra con el reino animal,
por dentro de sus pliegues gracias a un increíble pulso creativo surge
un nuevo reino; aparecemos nosotros en la Tierra.
Veamos lo más claramente posible este patrón evolutivo que se
repite muchas veces. Y empecemos a pensar en la evolución de esta
nueva especie, de este nuevo reino teniendo en cuenta la acción de
este patrón que hemos podido reconocer. Las primeras formas pre-
humanas y humanas eclosionan. Ellas encierran un misterio
equivalente en otra escala al de la clorofila. Ese misterio es la
capacidad de sensibilizarse a dimensiones que existieron desde
siempre -como la luz del sol- pero eran intangibles para aquellos que
no poseían la sensibilidad adecuada para conectarse con ella. El
cerebro humano es un sintonizador que puede conectarse con
múltiples dimensiones. Pero lo primero que hizo fue sintonizarse
con la mente, con los procesos y actividades mentales; con la
inteligencia misma de la a evolución. Eso significa ser un animal
mental: un ser que puede captar la trama ordenadora subyacente a la
vida material y que, gracias a la existencia complementaria de la
mano, puede operar en ella, puede modificarla y "manipularla".
A partir de la aparición del animal mental, la Tierra entra en una
nueva fase en la cual su nivel de inteligencia anterior se hace
consciente y puede actuar de una manera muy diferente sobre si
misma. Hace muy pocos años nosotros, los humanos pudimos
descubrir el ADN, es decir, el código viviente, el lenguaje en el cual
está codificada la evolución biológica; el código que constituye
nuestros cuerpos. Decimos "nosotros descubrimos el ADN...". pero
si pensamos con un poco más de profundidad, podríamos ver que la
misma inteligencia del ADN, a través de sus incansables
combinaciones, generó los seres capaces de ver el ADN. Es decir, en
nosotros el ADN cobra conciencia, se ve a si mismo y puede operar
o modificarse a sí mismo de una manera absolutamente nueva en la
evolución. Esa primera inteligencia evolutiva, que es semi-ciega, en
el animal mental abre sus ojos y empieza borrosamente a verse a sí
misma. Las recombinaciones puramente biológicas del código
genético generan un organismo que es capaz de realizar nuevas
combinaciones genéticas por fuera de la mera estrategia biológica;
esto es, la tecnología aparece como una estrategia más compleja de
transformación de los códigos genéticos. Si pensamos más
profundamente en nosotros como seres de la Tierra, como vehículos
de la inteligencia de la Tierra, podemos ver que somos el vehículo
que le permite a la Tierra crear formas que no podía generar a partir
de los procesos biológicos ciegos; a través nuestro puede
modificarse a sí misma de una manera que antes le era imposible.
Dentro de la lógica biológica, la Tierra tiene un techo en su
evolución. Pero, a través del ser humano, la Tierra crea
innumerables elementos y formas nuevas. El plástico no existiría sin
el ser humano, el acero no existiría sin el ser humano. Existen un
sinnúmero de aleaciones y sustancias que se han hecho posibles
gracias a la intervención del ser humano. Y no sólo sustancias, sino
formas. Tendemos a pensar que los aviones son construcciones
humanas, lo cual es cierto; pero viéndolo con mayor perspectiva, los
aviones son formas que la Tierra ha generado mediante los
humanos. La Tierra hoy está llena de luz y podríamos decir que la
luz la hemos generado los humanos; pero también podemos decir
que la Tierra se ha cubierto de luz y electricidad a través de esa
criatura que generó previamente por el método biológico, que es el
ser humano.
Más aún, si miramos desde la perspectiva del Sistema Solar,
podemos ver que este empieza a verse invadido por esos extraños
aparatos que llamamos satélites. Como sabemos, esos vehículos
metálicos y plásticos con inteligencia computacional han llegado
hasta Plutón, han sacado fotos, han grabado sonidos. Esas formas las
llamamos máquinas. Pero, vistas desde el Sistema Solar, esas
máquinas son entidades terrestres; desde esa perspectiva es el
planeta Tierra el que genera esas entidades de inteligencia mecánica
que llamamos máquinas y que ahora recorren el entero Sistema. Y
esas máquinas, son formas -en este caso inorgánicas- que están
conectadas a una inteligencia biológica y obedecen a ellas; son
vehículos inorgánicos sintonizados a la inteligencia humana; esos
satélites obtienen imágenes que llegan a la inteligencia que los crea,
emiten señales de radio que llegan a esa inteligencia, que es la
nuestra y que les da órdenes acerca de cómo operar.
Las máquinas son formas generadas por una inteligencia más
compleja, la cual está estrechamente ligada a ellas y opera a través
de ellas. Nosotros los humanos, aún estamos en la etapa en que nos
consideramos el centro de la vida terrestre y, eventualmente, del
Universo mismo; nos concebimos como separados e independientes
tanto de la Tierra, como del resto del Universo y de las máquinas.
Pero, si pensamos con mayor profundidad, nos damos cuenta que
somos expresiones de la Tierra. Y las máquinas son formas que
estamos creando y que operan como vehículos operativos de nuestra
conciencia; no se trata de que esa forma contenga una conciencia,
sino que la conciencia humana las genera, las organiza y se expresa
a través de ellas; del mismo modo en que la Tierra generó el
organismo humano y se expresa a través de él.
Es decir, a través del ser humano la Tierra se transforma a sí misma.
Y en ese sentido esta forma viviente que es el ser humano ha hecho
un larguísimo proceso. La conciencia humana que conocemos ha
sido la inteligencia de un complejo animal, de un predador, de
impulsos y pasiones muy potentes; pero, a su vez, con una
sensibilidad extraordinaria que le ha permitido desarrollar un tipo de
conciencia que no existía previamente en la Tierra.
La larga historia humana que conocemos es sobre todo la historia de
una exquisita y compleja sensibilidad que va aprendiendo
progresivamente a calmar el intensísimo pulso animal sobre el cual
está instalada. Esta enorme sensibilidad, a través de innumerables
luchas y cruentas guerras, maravillosas obras y episodios de extrema
crueldad desconocidos en los otros animales, ha aprendido y está
aprendiendo a calmar sus pulsos corporales: a calmar los terrores,
los impulsos terriblemente agresivos que hemos heredado
evolutivamente, el ansía de dominio, etc... Nos vamos calmando y
nos vamos asustando unos a otros, a través de esta primera fase de
nuestra historia. Y en ese calmarse y asustarse se desarrolla una
sensibilidad y una inteligencia que, poco a poco, va dando forma a la
Tierra y, que poco a poco, va domesticando a ese predador que
somos.
Desde el punto de vista del patrón que veíamos al principio,
podríamos decir que hoy el animal mental se ha extendido por toda
la Tierra. Después del reino vegetal que dio lugar al reino animal y
después que éste se extendió por todo el planeta permitiendo que
emergiera el animal mental, hoy el humano se ha extendido y
domina todo el planeta. Y si este patrón que estamos siguiendo es
cierto, esto quiere decir que, por simple lógica evolutiva, se debe
estar formando algo nuevo; es más, ya debe estar formado el capullo
que contiene una nueva sensibilidad capaz de registrar dimensiones
que la mente no puede registrar; debe estar surgiendo en la Tierra
una percepción capaz de hacer contacto y de vincularse con
dimensiones que no forman parte de la realidad tal como esta
aparece para el animal mental. Esa nueva sensibilidad ya está
formada y se está empezando a abrir, porque el patrón dice que
cuando aquello que estuvo en capullo millones de años atrás se abrió
por completo y se extendió por todo el planeta, en ese mismo
momento se empezará a manifestar una sensibilidad nueva;
aparecerá una nueva forma inteligente que le permitirá a la Tierra
sintonizarse con otras dimensiones; para atraer otros niveles de
energía e inteligencia, para poder transformarse aún más
profundamente como lo ha venido haciendo cada vez que ha
atravesado por una iniciación...
Estamos desplegando una perspectiva más amplia, en la que
podemos reconocer este patrón que se extiende durante millones de
años y que está mucho más allá de nosotros; este patrón opera en un
tiempo y un espacio infinitamente más amplios de aquellos con los
que el animal mental se mueve.
Vamos a observar un poco más de cerca la evolución del animal
mental, de esta primera humanidad. Una primera humanidad que
está tomando conciencia de sí misma. Y si aparece una primera
humanidad es porque está por aparecer una inteligencia aún más
sensible y compleja. El recorrido fundamental de la primera
humanidad ha sido la domesticación del predador, la modulación
inteligente de los pulsos animales básicos para transformarnos
realmente en animales mentales.
Esta sustancia maravillosa que generó la Tierra que es el sistema
nervioso, el cerebro humano, se desarrolló y realizó todo su
aprendizaje en sitios aislados; en pequeños grupos interactivos muy
aislados unos de os otros. Los primeros homínidos en el África que
se fueron desparramando por toda la Tierra formaron nidos,
pequeños grupos dentro de los cuales cada uno creía ser el único
grupo humanos verdadero. El sistema nervioso humano se desarrolló
en el aislamiento y se envolvió en los sistemas de creencias
provenientes de la limitación de cada experiencia. Se desarrolló
como un predador en lucha constante con la naturaleza y con los
demás grupos humanos, protegiéndose y envolviéndose en nidos
tribales que tejían sistemas de creencias contradictorios con los de
los demás. Podemos imaginar la evolución de esos nidos, formando
largas tradiciones, a través de guerras y sucesivas expansiones que
fueron creando nidos aún más grandes y complejos que llamamos
naciones, imperios y civilizaciones. Todas estas tradiciones son
extensas cadenas de memorias, largas historias que se creen
exclusivas, diferentes y especiales; cada una de ellas se cree la más
importante, la portadora de una esencia superior envuelta en un
atávico y casi mecánico terror hacia lo diferente; en el rechazo
instintivo a las creaciones de otro nido humano, el rechazo a las
otras tradiciones.
¿Qué está sucediendo en este momento? Podemos ver que la
extensión misma del animal mental por toda la Tierra está
provocando la destrucción de los nidos en los cuales se formó.
Todas las experiencias humanas aisladas que conocemos, están
destinadas a chocar unas contra las otras: la Tierra es simplemente
redonda y esto quiere decir que no podemos evitar el encuentro
definitivo y la hibridación de todo aquello que nació y creció en el
aislamiento. Cada tradición, cada cultura, cada civilización como
expresión del aprendizaje unilateral del antiguo cerebro aislado,
pretende ser única, especial y dominante. Pero los proyectos de este
antiguo cerebro están destinados al fracaso. Todos los nidos y todas
las tradiciones sin excepción están chocando entre sí y se ven
obligadas a mezclarse y reconocerse igualmente humanas en el
mismo nivel de las demás. Esto es muy perturbador, porque nuestra
vieja inteligencia, toda nuestra organización emocional, nuestra
sensibilidad, hasta nuestro cuerpo, están condicionados por el
aislamiento y el miedo a lo diferente.
El animal mental tiene una inteligencia tecnológica muy
desarrollada; somos capaces de construir formas con mucha
habilidad. Pero el animal mental tiene una inteligencia vincular muy
pobre, porque creció en el aislamiento vincular. Aún no nos damos
cuenta de la importancia que esto tiene, pero sí nos estamos dando
cuenta de cuán difícil es vincularnos a escala planetaria; aprender a
resolver problemas comunes entre todas las tradiciones y sobre
todo cuán difícil nos es vincularnos con la naturaleza. Es imposible
vincularse correctamente con aquello que creemos que es inferior a
nosotros. Hoy vivimos una enorme destrucción de tradiciones, de
creencias, de ideas, de modos de vida; pautas antiquísimas, viejas
sensibilidades y códigos de conducta son rápidamente cuestionadas
a la luz de otras conductas diferentes.. Todo está cambiando: la
sexualidad, las emociones, el pensamiento, las creencias... Es
inevitable que cambien, porque no puede ser que la misma especie
crea en dioses diferentes y exclusivos que se pelean entre sí, no
puede ser que una civilización se sienta superior a las demás, no
puede ser que aún creamos que no somos terrestres, que creamos
que estamos aquí por accidente y que no somos hijos de la Tierra.
La paradoja que estamos viviendo es que estamos dominados por
una inteligencia muy antigua que creció en el aislamiento y que
expresa una pobre o nula inteligencia vincular; no sabe cómo
vincularse, se asusta y sólo sabe controlar y dominar o someterse;
ese nivel de inteligencia nada sabe de vínculos reales y creativos. Y
esta antigua conciencia, con sus creencias, sus modos de ser, con sus
sensaciones y emociones ligadas a esta mente pequeña y aislada,
hoy se encuentra atrapada en un conflicto que la supera, porque tiene
que dar cuenta de una complejidad para la que no está preparada.
Leemos las noticias en el diario o vemos por televisión como a cada
momento un grupo humano choca con el otro; con sus intereses, sus
deseos, sus impulsos, de pronto siente la necesidad de saltar sobre
otro grupo humano y eliminarlo, y del mismo modo lo hacen los
otros.
Preg: ¿Y por qué decías antes que ahora somos menos agresivos ?
No sé si te recordás cómo éramos antes... (risas). Antes nos
tirábamos unos arriba de los otros y nos despedazábamos. Ahora,
sentimos ese mismo impulso pero a veces logramos no
despedazarnos, logramos hallar un punto de encuentro y calmarnos.
"No te enojes demasiado...", le dice una nación a la otra.
Preg: Pero hay otras formas de agresión; por ejemplo, el hambre...
Sí, pero en términos evolutivos el problema del hambre siempre
existió; recién ahora existe una conciencia colectiva que cuestiona
eso aunque aún no pueda resolverlo; es porque recién ahora estamos
comenzando a calmarnos y en consecuencia podemos pensar de una
manera más compleja. Eso es lo que quiero que ustedes vean; que
recién ahora podemos tener colectivamente ideales que antes eran
propios de algunos individuos excepcionales. Piensen que hace 100
ó 200 años, o en algunos lugares de la Tierra hoy mismo, que se
reúnan tantas mujeres y tantos varones mezclados era algo
imposible; no ideológicamente o religiosamente imposible, sino
corporalmente imposible porque la excitación del pulso corporal no
lo permitía. Y ahora algo se ha calmado en nosotros; trabajosamente,
lo sabemos, pero se ha calmado. Del mismo modo, hoy uno se
pregunta cómo puede ser que nos peleemos tanto, pero el sólo hecho
de que existan las Naciones Unidas o que participemos de las
Olimpíadas, en donde un asiático, un africano, un eslavo -esto es,
todas las formas humanas que a través de la historia se desarrollaron
aisladas, separadas y en enemistad - pueden dialogar nos revela que
el pulso agresivo hacia lo diferente se va calmando paulatinamente.
Si uno lo observa con una perspectiva profunda, el hecho que haya
un afro-americano como candidato a presidente de EEUU es un
cambio biológico, no un cambio ideológico, porque no son las ideas
sino el pulso corporal el que no permitía que alguien tan diferente
nos pueda organizar.
Digo esto para que comprendamos nuestras limitaciones y nuestras
grandezas, porque estos momentos son muy difíciles. Difíciles desde
el punto de vista de que quizás en algunos momentos volveremos a
perder la calma y generemos algún enorme foco de destrucción; no
podemos descartar que eso ocurra. Pero quiero mostrarles también la
grandiosidad, desde el punto de vista evolutivo, de lo que está
pasando. Estamos empezando a salir del aislamiento, a salir de
nuestros escudos, de nuestras defensas, de nuestras idealizaciones;
porque dentro de cada nido y de cada tradición, hemos llegado a
creer que éramos "maravillosos" y que estábamos "cerca de los
dioses", pero cuando aparece otra tradición, esos mismos dioses en
los que creemos encuentran a otros que también se creen únicos y
superiores y empiezan a pelear. Y cuando se trata de dioses muy
diferentes quizás eso pueda entenderse, pero sabemos que en Medio
Oriente se están peleando los que creen en el mismo dios. Uno se
pregunta cómo es esto posible. La candidata republicana a la
vicepresidencia de EEUU (Sarah Palin) hace un par de años dijo:
"La Guerra de Irak es algo que quiere Dios...". Y sabemos que del
otro lado dicen exactamente lo mismo. Y se trata del mismo dios.
Quiero decir, ese humano, cuando está calmo y lúcido, reconoce que
ambos creen en el mismo dios, pero su pulso corporal aún está
demasiado excitado y por eso entra en esta contradicción enorme:
los que creen en el mismo dios dicen que dios les ha dicho que solo
ellos tienen razón y se matan...
Por eso la turbulencia que vivimos es inevitable; hasta hace muy
poco tiempo –un instante en términos evolutivos- todos los varones
de la Tierra estaban programados para ir a la guerra y todas las
mujeres para tener hijos. Ese es un programa de un millón de años
de antigüedad. Guerrero y madre son los lugares que la tribu
adjudica a cada uno al nacer. Es en la década del 60, durante la
Guerra de Vietnam, que por primera vez aparece en el nivel
colectivo la legitimidad de negarse a morir por la patria. No solemos
pensar en eso, pero que un varón soporte la carga psíquica de la
deserción es algo extremadamente reciente; que una mujer no tenga
hijos o los tenga cuando quiera, no era algo que antes no se pudiera
hacer, sino que era psíquicamente insoportable.
Hasta muy poco tiempo que ha empezado a ceder dramáticamente la
enorme presión que todo nido o tradición ejercía sobre la conciencia
y la percepción de sus miembros; cada uno de nosotros tenía que
pensar exactamente lo mismo que los compañeros de la tribu.
Teníamos que querer lo mismo, pensar lo mismo, percibir lo mismo
que el conjunto de humanos que nos rodeaban en una burbuja de
percepciones homogéneas. Era imposible estar juntos con creencias
muy diferentes, viendo la realidad de un modo completamente
diferente. Las familias no toleraban esas diferencias internas que hoy
nos parecen naturales pero que podemos ver que en la mayor parte
del planeta aún son consideradas insoportables. Algo ha estallado.
Una tremenda presión, un profundo control que se ejercía sobre
nuestros cuerpos, emociones y mentes se ha soltado; han estallado
millones de burbujas. Y ahora es posible sentarse juntos creyendo en
cosas completamente distintas, viendo la realidad de una manera
completamente distinta. Si eso estalló es porque estaba maduro para
hacerlo. Esa malla, esa enorme tensión empequeñecedora de la
sensibilidad humana, estalló. Pero es necesaria una readaptación
nada fácil de realizar; por eso estamos en un estado de turbulencia
tan grande, porque estamos aprendiendo a organizar ese estallido.
Ahora, observando todo esto, podemos decir que el animal mental
ha triunfado. Se ha extendido por todo el planeta creando un
asombroso mundo tecnológico que recubre la Tierra; la pregunta es:
¿alcanza con esto? Evidentemente no. Hace falta una sensibilidad
diferente, una inteligencia vincular capaz de elaborar creativamente
las diferencias particulares; la vieja mente controladora y
manipuladora de formas no puede hacer eso porque es demasiado
lenta y reactiva; solo una mente capaz de percibir espontáneamente
relaciones y no identidades, de ver que somos intrínsecamente
relación y que el aislamiento y la separación son ilusiones, puede
afrontar la complejidad del presente. Es necesaria una inteligencia
que nos permita ver espontáneamente, sin tener que pensarlo y
discutirlo, que estamos profundamente ligados a los árboles, a los
ríos, al océano y a los animales, que formamos parte del mismo
tejido, de la misma inteligencia. Hace falta una inteligencia que
permita sentir naturalmente, no a través de la idealización, la unidad
de los seres humanos. Una cosa es tener el ideal de humanidad y otra
muy distinta es sentir la humanidad. Una cosa es tener el ideal de
una Tierra maravillosa, y otra es sentir realmente la vida de la
Tierra.
El mismo proceso evolutivo, la lógica misma de la evolución nos
obliga a reconocernos como miembros de la misma humanidad.
Ignoramos por completo qué es una cultura verdaderamente
humana. Hasta ahora sabemos qué es una cultura china, una cultura
occidental, una hindú, una africana, pero todavía no sabemos que
tipo de cultura generamos los humanos juntos; cuáles don las formas
de vida, sensibilidades, símbolos y creencias que surgen de la
totalidad de la humanidad. Eso todavía no ha sucedido.
Evidentemente sucederá. ¿Con cuánto dolor, con cuánta destrucción
y discordia previas?
Si lo observáramos solo desde el punto de vista de la evolución,
estamos autorizados a creer que esto es imposible; que el salto que
debemos dar no puede hacerse y que el Apocalipsis es inevitable;
sabemos perfectamente que ésta sensación apocalíptica es muy
fuerte en el inconsciente colectivo. Pero, si pensamos más
complejamente e incluimos el patrón de iniciación en nuestra
reflexión, tenemos que preguntarnos ¿podremos los humanos
desarrollar una sensibilidad suficiente como para registrar
espontáneamente nuestras relaciones intrínsecas y permitirnos
experiencias plenamente humanas y no separativas? ¿podrá florecer
en nosotros una sensibilidad suficiente como para sentirnos parte de
la vida de la Tierra?
Quizás el humano no pueda hacerlo por sí mismo; pero esto es algo
que está haciendo la Tierra a la cual pertenecemos. Esto que está
sucediendo le está sucediendo en la Tierra, a Gea. Es Gea la que
necesita desarrollar mayor sensibilidad, una nueva inteligencia. Y en
este sentido, de acuerdo al proceso de iniciación, podemos estar
seguros que la Tierra ya ha generado un tejido portador de una
nueva sensibilidad, de una nueva inteligencia; y éste está listo para
aparecer, o mejor dicho, ya está apareciendo, aunque no sea fácil
distinguirlo para la mayoría. Porque era muy difícil darse cuenta
durante el apogeo del reino animal, que un monito rodeado de fieras
gigantescas fuera a hacer lo que hicimos nosotros; era prácticamente
imposible verlo. Sin embargo, estaba ahí, el animal mental estaba en
capullo y se manifestó.
Vamos a reflexionar un poco más acerca de este tejido, de esta
sensibilidad capaz de sintonizarse con otras dimensiones de la
realidad que permitan sentirnos y registrarnos espontáneamente
vinculados.
A través de la historia de la humanidad han existido siempre
individuos que llamamos excepcionales, que han tenido una
sensibilidad muy diferente a todos los demás; eran humanos, que no
parecían predadores, que incluso no parecían ser simplemente
animales mentales, sino que poseían sensibilidades muy diferentes.
Me refiero a seres como Buda, como Cristo y como muchísimos
otros. Podríamos decir que ellos eran humanos mucho más maduros
que los que los rodeaban. Desde una perspectiva histórica nos
parecen seres excepcionales, pero si los miramos con mayor
profundidad podríamos decir que ellos son las primeras células de
un tejido que va creciendo dentro y más allá del animal mental; las
mutaciones de la primera especie humana, que va realizando un
salto evolutivo dentro de sí misma.
Podemos pensar en todos los seres que tradicionalmente llamamos
espirituales que han existido, no refiriéndonos a ellos como personas
excepcionales sino como formas evolutivas precursoras, como la
progresiva creación de un nuevo tejido viviente. Del mismo modo
que podemos pensar en la formación del lóbulo frontal en el cerebro
humano: sabemos que los demás mamíferos no tienen lóbulo frontal
desarrollado; nosotros heredamos el cerebro del mamífero y a partir
de éste se fue desarrollando un nuevo tejido neuronal de
características muy diferentes que coexiste y se superpone con el
anterior. O cómo se formó la mano: ningún otro animal tiene mano,
pero ésta se fue entretejiendo biológicamente a partir de las patas, de
las garras y de esa primera mano que fue la del mono, pero aún sin
un pulgar opuesto a los demás dedos. Hasta que esa inmensa
inteligencia evolutiva generó –al mismo tiempo- el lóbulo frontal y
la mano y esa forma viviente –ese salto evolutivo que somos- se
expresó.
Los invito a pensar en Buda, Cristo y todos aquellos que llamamos
individuos espirituales excepcionales, como los precursores de un
nuevo tejido viviente, de una nueva humanidad; una nueva forma de
la humanidad que ya está preparada dentro de la que conocemos;
una nueva conciencia cuyos trazos fundamentales ya están formados
dentro de la conciencia que hoy conocemos.
Al mismo tiempo que el animal mental se va calmando torpemente y
se extiende dominante por el planeta creando el mundo de la
tecnología, una nueva conciencia implicada en la forma anterior se
está manifestando; como en todos los demás casos se trata de una
sensibilidad mucho más rica que las anteriores, capaz de registrar
nítidamente niveles de realidad que no existen para aquellas. Esto
fue siempre así. Siempre hubo humanos de una sensibilidad mucho
mayor que la de los demás seres humanos. Y esa reducida presencia
les permitió sintonizarse con procesos mucho más globales,
introduciendo un estado de equilibrio en la Tierra que moduló las
torpezas del animal mental. Pero este tipo de conciencia existe
hoy en una escala infinitamente más alta que en épocas anteriores;
este tejido está generando una nueva especie, una nueva forma
humana dentro de la anterior. No les estoy hablando del 2012, sino
de un proceso de unos 200 ó 300 años. Sí es cierto que en el 2012
esto se va a empezar a ver, los que tengan ojos para verlo lo verán,
en medio de la enorme e inevitable turbulencia de esta transición, en
medio de situaciones muy difíciles, en medio de los estertores del
predador humano asustado que aún quiere dominar y no tiene la
inteligencia suficiente como para organizar tanta complejidad.
Porque esto es lo que nos está pasando: no tenemos la inteligencia
suficiente como para afrontar tanta complejidad. Sin embargo,
tenemos que confiar en el proceso de la Tierra, porque la Tierra sí
tiene la inteligencia necesaria para tanta complejidad. Gea tiene
implicada dentro de sí esta sensibilidad capaz de sintonizarse con
niveles de energía tan sorprendentes para el animal mental que los
cree inexistentes. Y por eso Gea va a generar los humanos con la
sensibilidad suficiente como para dar el salto.
Puedo estar completamente equivocado, pero mi sensación es que el
salto va a ser difícil. La transición no va a ser nada fácil; las
generaciones de transición no serán nada sencillas. Pero, en lo
profundo, el proceso ya está hecho, el salto evolutivo ya está dado;
es sólo cuestión de que se despliegue enteramente. Y para que se
manifieste es muy importante darse cuenta que tenemos que estar
calmos, que el humano tiene que aprender a calmar sus excesos de
excitación en un sentido muy profundo. De hecho, todas las
tradiciones espirituales tuvieron como objetivo central calmar el
sistema animal que nos constituye. Calmarnos para que puedan
entrar en actividad partes del cerebro que son capaces de
sintonizarse con algo que está mucho más allá de lo que nuestra
mente dominante puede registrar, para vincularse con ello y hacerlo
entrar en la Tierra para que esta pueda incluirlo en su evolución.
En todo este proceso es muy importante observar el miedo. La
energía del miedo se reproduce a sí misma e impide que nos
calmemos, genera una excitación continua que impide la serenidad
que el cerebro necesita para evolucionar; el juego del miedo-deseo
produce una cadena de acción y reacción que tarde o temprano
desemboca en profundas crisis. Lo que se está destruyendo es un
tipo de conciencia; pero no tiene por qué destruirse más que eso. Es
un modo de conciencia, un modo de inteligencia, el que está
alcanzando su techo y por eso tienen que derrumbarse creencias,
ideas, sensaciones a las cuales estamos habituados, emociones a las
que estamos muy apegados, formas y símbolos con los cuales
estamos identificados. Pero es eso lo que se cae. No tiene por qué
caerse nada más que eso. Pero si el miedo es excesivo,
inevitablemente se va a caer mucho más que eso. Esta inteligencia,
de la cual debemos saber desprendernos, ya hizo lo que tenía que
hacer; desde las pequeñas tribus, a través de las distintas
civilizaciones, nos trajo hasta aquí, hasta la primera humanidad, los
primeros verdaderos humanos. Esa inteligencia es la que se está
cayendo, la que está terminando, pero sólo eso. Si tenemos miedo, si
estamos muy excitados, mientras se caen las creencias y mientras se
caen las limitaciones de esta antigua mente, nos vamos a pelear entre
nosotros destruyendo mucho más de lo necesario.
Preg:¿Sería el surgimiento de otro reino..?
Es el surgimiento de un nuevo reino. Esa es la verdadera dimensión
y magnitud del cambio que vivimos. El surgimiento de una
sensibilidad completamente diferente capaz de vincularse con
aquello que nuestra mente no puede registrar.  

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