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El conejito soñadorHabía una vez un conejito soñador que vivía en una casita en medio del
bosque, rodeado de libros y fantasía, pero no tenía amigos. Todos le habían dado de lado porque
se pasaba el día contando historias imaginarias sobre hazañas caballerescas, aventuras submarinas
y expediciones extraterrestres. Siempre estaba inventando aventuras como si las hubiera vivido de
verdad, hasta que sus amigos se cansaron de escucharle y acabó quedándose solo.
Al principio el conejito se sintió muy triste y empezó a pensar que sus historias eran muy aburridas
y por eso nadie las quería escuchar. Pero pese a eso continuó escribiendo.
Las historias del conejito eran increíbles y le permitían vivir todo tipo de aventuras. Se imaginaba
vestido de caballero salvando a inocentes princesas o sintiendo el frío del mar sobre su traje de
buzo mientras exploraba las profundidades del océano.
Se pasaba el día escribiendo historias y dibujando los lugares que imaginaba. De vez en cuando,
salía al bosque a leer en voz alta, por si alguien estaba interesado en compartir sus relatos.
Un día, mientras el conejito soñador leía entusiasmado su último relato, apareció por allí una
hermosa conejita que parecía perdida. Pero nuestro amigo estaba tan entregado a la
interpretación de sus propios cuentos que ni se enteró de que alguien lo escuchaba. Cuando
acabó, la conejita le aplaudió con entusiasmo.
-Vaya, no sabía que tenía público- dijo el conejito soñador a la recién llegada -. ¿Te ha gustado mi
historia?
-Ha sido muy emocionante -respondió ella-. ¿Sabes más historias?
-¡Claro!- dijo emocionado el conejito -. Yo mismo las escribo.
- ¿De verdad? ¿Y son todas tan apasionantes?
- ¿Tu crees que son apasionantes? Todo el mundo dice que son aburridísimas…
- Pues eso no es cierto, a mi me ha gustado mucho. Ojalá yo supiera saber escribir historias como
la tuya pero no se...
EEl conejito soñadorl conejito se dio cuenta de que la conejita se había puesto de repente muy
triste así que se acercó y, pasándole la patita por encima del hombro, le dijo con dulzura:
- Yo puedo enseñarte si quieres a escribirlas. Seguro que aprendes muy rápido
- ¿Sí? ¿Me lo dices en serio?
- ¡Claro que sí! ¡Hasta podríamos escribirlas juntos!
- ¡Genial! Estoy deseando explorar esos lugares, viajar a esos mundos y conocer a todos esos
villanos y malandrines -dijo la conejita-
Los conejitos se hicieron muy amigos y compartieron juegos y escribieron cientos de libros que
leyeron a niños de todo el mundo.
Sus historias jamás contadas y peripecias se hicieron muy famosas y el conejito no volvió jamás a
sentirse solo ni tampoco a dudar de sus historias.
El Hada Fea
El Hada FeaLas hadas, por lo general, son criaturas bellas, dulces, amables y llenas de amor. Pero
hubo una vez un hada que no eran tan hermosa. La verdad, es que era horrible, tanto, que parecía
una bruja.
El Hada Fea vivía en un bosque encantado en el que todo era perfecto, tan perfecto que ella no
encajaba en el paisaje, por eso se fue a vivir apartada en una cueva del rincón más alejado del
bosque. Allí cuidaba de los animalitos que vivían con ella, y disfrutaba de la compañía de los niños
que la visitaban para escuchar sus cuentos y canciones. Todos la admiraban por su paciencia, la
belleza de su voz y la dedicación que prestaba a todo lo que hacía. Para los niños no era
importante en absoluto su aspecto.
No quería contarles que en realidad era porque el resto de las hadas la rechazaban por su aspecto.
Un día llegó una visita muy especial al bosque encantado. Era la reina suprema de todas las hadas
del universo: el Hada Reina. La cual estaba visitando todos los reinos, países, bosques y parajes
donde vivían sus súbditos para comprobar que realmente cumplían su misión: llevar la belleza y la
paz allá donde estuvieran.
Para comprobar que todo estaba en orden, el Hada Reina lanzaba un hechizo muy peculiar, que
ideaba en función de lo que observaba en cada lugar.
-Ilustrísima Majestad-dijo el Hada Gobernadora de aquel bosque encantado-. Podéis ver que
nuestro bosque encantado es un lugar perfecto donde reina la belleza y la armonía.
-Veo que así parece -dijo el Hada Reina-. Veamos a ver si es verdad. Yo conjuro este lugar para que
en él reinen los colores más hermosos si lo que decís es verdad, o para que desaparezca el color si
realmente hay algo feo aquí.
Pero en ese momento, el bosque encantado empezó a quedarse sin colores, y todo se volvió gris.
-Parece que no es verdad lo que me decís -dijo el Hada Reina-. Tendréis que buscar el motivo de
que vuestro hogar haya perdido el color. Cuando lo hagáis, este bosque encantado recuperará
todo su brillo y esplendor. Sólo cuando la auténtica belleza viva entre vosotras este lugar volverá a
ser perfecto.
Tras la visita del Hada Reina se reunieron urgentemente todas las hadas del consejo del bosque
encantado.
-Esto es cosa del Hada Fea -dijo una de las hadas del consejo-. Ella es la culpable.
-Vayamos a buscarla -dijo el Hada Gobernadora del bosque -. Hay que expulsarla de aquí.
Todas las hadas fueron en busca del Hada Fea. Cuando la encontraron le pidieron que se
marchara. La pobre Hada Fea, pensando que era la culpable, se marchó.
Pero cuando cruzó las fronteras del bosque, éste dejó de ser gris y pasó a ser de color negro.
Mientras los niños se enteraron de la noticia fueron rápidamente a hablar con el resto de las hadas
muy enfadados.
-¿Qué habéis hecho? ¿Por qué le habéis echado de aquí? -decían llorando los niños -. Puede que el
Hada Fea no sea muy bonita, pero es mucho mejor que vosotras.
-¡Dejadla que vuelva a entrar! Ella es buena y cariñosa, y no como vosotras que sois presumidas y
egoístas. No es el Hada Fea quien hace feo este lugar sino vuestro egoísmo.
El Hada FeaEl Hada Fea no andaba muy lejos del bosque y al escuchar a los niños gritar enfadados
volvió para ver qué ocurría.
Los niños corrieron a abrazarla. Todos menos uno, que se quedó con la boca abierta.
- ¡Mirad eso! -dijo el niño. El suelo que acaba de pisar el Hada Fea ha recuperado su color, y
también las flores que tiene a su lado.
-Hada Fea, perdónanos -dijo el Hada Gobernadora-. Pensábamos que estropeabas nuestro bosque
y no hemos sido capaces de ver que éramos nosotras quienes lo hacíamos siendo injustas contigo.
Tienes un corazón es bueno y puro. Te pedimos que nos disculpes por favor.
El Hada Fea perdonó a sus hermanas y las acompañó por todo el bosque. Todo el mundo pudo
admirar el gran corazón de aquel hada que, aunque tenía una cara muy fea, emocionaba a todos
con su belleza interior.
El inspector Cambalache y el robo en el museo
Justo cuando cruzaba la puerta para salir a la calle, alguien con una pinta extraña le preguntó:
-¿Por qué sonríe usted tanto, inspector?
-¡Ja ja ja!- se rió él, muy orgulloso de sí mismo-. Sonrío porque voy a evitar un terrible robo esta misma
mañana-.
-¿Sí? ¿De veras?- siguió preguntando aquel extraño -. ¿Dónde se va a producir el robo?
-Pues en el museo de la ciudad.
No pudo seguir hablando. En ese momento, alguien agarró por detrás al inspector Cambalache, le quitó
el móvil y le tapó los ojos con una venda. Entre dos le sujetaron los brazos contra su propio cuerpo y lo
metieron en una furgoneta que justo acaba de aparcar enfrente.
El pobre inspector se dio cuenta de su error. ¿Quién le manda a él ir contando sus planes por ahí, a
cualquiera que le preguntase? Su propio orgullo le había traicionado. Pero no era momento de
lamentarse. Tenía que pensar en cómo podía librarse de aquellos malhechores.
Al cabo de un rato, la furgoneta paró. Aquellos hombres bajaron al inspector Cambalache. Entraron en
algún sitio que parecía abandonado, bajaron unos cuantos pisos en un ascensor, le quitaron la venda y
lo metieron en lo que debía ser un sótano. Allí lo dejaron encerrado y se fueron.
-No estábamos seguros de que hubieras conseguido seguirnos, Cambalache- empezó a decir uno de los
bandidos -. Cuando acabemos de robar los cuadros vendremos a ajustar cuentas contigo.
Y se marcharon, dejándolo solo en aquella horrible habitación sin ventanas y con una lúgubre bombilla
que parpadeaba cada poco. Solo una mesa vieja y una silla de hierro oxidado le hacían compañía.
-¡Estoy loco! ¡Estoy loco! -gritó corriendo alrededor de la sala -. ¡No llevo aquí ni cinco minutos y el
encierro ya me ha afectado a la sesera!
El gato empezó a merodear alrededor del inspector Cambalache, mientras el pobre hombre se afanaba
por alejarse todo lo que podía de de aquel gato.
-No estás loco, Cambalache -empezó a decir el gato-. Soy un gato que habla, y ya está. ¿No conoces a
ninguno, o qué?
El inspector Cambalache no salía de su asombro. Pero, como no le quedaba otra que hablar con aquel
gato, le contestó:
-La verdad es que ignoraba que los gatos hablaran. ¿Cómo es posible?
-¡Y qué más da! ¡¿Es que te corre horchata por la venas?! ¡¿Están a punto de robar los cuadros más
valiosos de la ciudad y tú te quedas ahí preguntándome por tonterías?!
-¡Es cierto! ¡Tenemos que hacer algo! Tengo que salir de aquí.
El inspector empezó a dar vueltas a ver qué podía coger para forzar la puerta. El gato, que no era capaz
de comprender a aquel detective tan poco avispado, le dijo con sorna:
-¿No te has preguntado por dónde he entrado yo? Porque no estaba cuando tú entraste, ¿recuerdas?
-Vaya, es cierto. ¿Cómo has entrado? Tal vez pueda yo salir por ahí.
El gato le enseñó el agujero al inspector. Como era demasiado pequeño para él, Cambalache cogió la
mesa y la partió de un golpe contra el suelo. Sacó una de las patas y la utilizó para hacer palanca y
romper la pared. Tal vez no fuera muy listo, pero Cambalache era increíblemente fuerte.
El inspector y el gato salieron a la calle. No sabía dónde estaba, ni podía avisar a nadie.
-¿Cómo vamos a llegar al museo?- se lamentó.
-Tranquilo, tengo una idea -dijo el gato-. Ven conmigo.
El inspector Cambalache y el robo en el museoEl gato, que conocía muy bien la zona porque llevaba
tiempo viviendo por allí, condujo al inspector Cambalache hasta un garaje en el que había una
avioneta.
- Sube -dijo el gato.
-¿Qué? ¿Cómo? ¡Hace años que no piloto! No sé si podré hacerlo...
- Eres policía y no tenemos demasiado tiempo así que tendrás que intentarlo.
El inspector Cambalache pensó que no tenía nada que perder así que se concentró y consiguió poner la
avioneta en marcha. Despegaron y en unos minutos estaban en el tejado del museo.
El inspector había sufrido un fuerte golpe en la cabeza al caer y estaba inconsciente en el suelo
mientras esto sucedía.
Cuando despertó en el hospital no estaba muy seguro de lo que había pasado. Cuando le contó a la
policía y a los médicos lo que recordaba todo el mundo lo tomó por loco. Pero cuando él mismo
empezó a dudar de su cordura, un gato negro con mechones claros apareció en la ventana y le guiñó
un ojo.
Loco o no, el inspector Cambalache era un héroe y fue premiado con la medalla de honor de la ciudad
por evitar el robo. Eso sí, no volvió a contarle a nadie sus planes, por si acaso.
El perrito que no podía caminar
El perrito que no podía caminarBo era un perrito muy alegre y juguetón que no podía caminar
desde que nació porque tenía una parálisis en las patas traseras. Amina, una niña que lo vio al
nacer, convenció a sus papás para llevarlo a casa y cuidarlo para evitar que lo sacrificasen.
Bo y su pequeña dueña Amina jugaban mucho juntos. El perrito se esforzaba por moverse usando
solo sus patas delanteras y, puesto que no podía saltar y apenas moverse, ladraba para expresar
todo lo que necesitaba. A pesar de las dificultades, Bo era un perro feliz que llenaba de alegría y
optimismo la casa en la que vivía.
Un día los papás de Amina llegaron a casa con Adela, una niña de la edad de Amina que iba vivir
con ellos una temporada. Cuando Bo la vio se arrastró enseguida a saludarle y a darle la
bienvenida con su alegría de siempre. Pero Adela lo miró con desprecio y se echó a llorar.
Bo no se rindió e intentó hacer todas las tonterías que sabía para hacerla reír, pero no nada
funcionaba y Adela no dejaba de llorar.
- No te preocupes, Bo- decían los papás de Amina-. Adela está triste porque viene de un país muy
pobre que está en guerra y ha sufrido mucho. Está triste porque ha tenido que separarse de su
familia.
Bo pareció entender lo que le decían, porque se acercó a Adela y se quedó con ella sin ladrar ni
hacer nada, sólo haciéndole compañía.
La tristeza de Adela fue poco a poco inundando la casa. Todos estaban muy preocupados por ella,
porque no eran capaces de hacerla sonreír ni un poquito.
Pasaron los días y Bo no se separaba de Adela, y eso que la niña lo intentaba apartar y huía a
esconderse cuando lo veía e incluso protestaba cuando Bo intentaba jugar con ella.
Pero el perrito no se daba por vencido. Cuando Amina estaba, Bo jugaba con ella mientras Adela
miraba y, aunque no sonreía, dejaba de llorar cuando Bo jugueteaba y hacía sus gracias.
Un día que Amina no estaba a Bo le entraron muchas ganas de jugar y se le ocurrió intentar que
fuera Adela quien jugara con él. Como la niña no le hacía caso, Bo no paraba de moverse y, de
pronto, se chocó contra una mesa tan fuerte que se le cayó encima un vaso de leche. El vaso no se
rompió porque era de plástico, pero empapó al pobre Bo de leche y lo dejó paralizado del susto.
El perrito que no podía caminarAdela, cuando lo vio, le quedó mirando al perrito sin decir nada. De
repente, se echó a reír, viendo lo gracioso que estaba el perrito lleno de leche con su cara de
susto.
Cuando Bo vio que Adela se reía, empezó a lamerse la leche y a hacer más tonterías mientras la
niña, sin parar de reír, intentaba limpiarlo con el mantel. Cuando Amina y sus vio lo que se reía
Adela se alegró muchísimo, y corrió a decírselo a sus papás. Por fin todos volvían a estar alegres.
A pesar de no ser un perrito como los demás, Bo fue el único capaz de lograr que la alegría y el
optimismo volvieran a aquella casa.
La bruja desordenada
Había una vez una bruja llamada Lola que hacía unas pócimas y unos hechizos increíbles.
Tenía recetas para conseguir cualquier cosa, y sabía hechizos que nadie más en el mundo conocía.
Era tan famosa que todas las brujas del mundo querían robarle los libros que contenían todos sus
secretos.
Lo cierto es que la bruja Lola era una bruja perfecta. Bueno, casi perfecta. Porque lo cierto es que
tenía una gran defecto: era muy desordenada. Pero a ella le daba lo mismo, porque cuando
necesitaba algo que no encontraba lanzaba un hechizo y aparecía.
Pero un día el hechizo de la bruja Lola para localizar cosas falló. Ella no entendía qué podía pasar,
porque era el mismo hechizo de siempre. Un ratoncito que vivía en su casa y que en tiempos había
sido un niño, se subió a una mesa y le dijo:
- Bruja Lola, no es el hechizo lo que falla sino que no buscas el libro correcto.
- ¿El libro correcto? ¿Y cual es el libro correcto? Madre mía… ¡estoy perdiendo la memoria!
La bruja Lola intentó hacer un hechizo para recuperar la memoria, pero como no sabía en qué libro
estaba y tampoco se acordaba, no pudo hacerlo.
-Si me conviertes otra vez en niño y me dejas marchar te ayudaré a buscar la pócima que necesitas
para recuperar la memoria -dijo el ratoncito.
-Está bien, pero, ¿cómo sé que no me vas a engañar? -dijo la brujo Lola.
-Puedes hacer un hechizo para cerrar la puerta para que no me escape. En ese libro de ahí tienes
las instrucciones para hacerlo. Si me conviertes en niño de nuevo te ayudaré a colocar todo esto y
encontraremos todo lo que no encuentras. Pero después me tienes que dejar marchar.
La bruja Lola accedió, hizo el hechizo para cerrar la puerta y convirtió al ratón de nuevo en niño.
Juntos ordenaron todo aquel desastre. Pero como el niño no se fiaba mucho de la bruja Lola cogió
uno de sus libro de hechizos y pócimas y lo escondió por si acaso.
Cuando acabaron de ordenarlo todo, el niño le pidió a la bruja Lola que le abriera la puerta, pero
ésta le traicionó y le volvió a convertir en ratón.
En poco tiempo, la bruja Lola volvió a tener su laboratorio mágico tan desordenado que era
imposible encontrar nada. Y cuando la bruja Lola se dio cuenta de que no encontraba lo que
necesitaba intentó lanzar el hechizo para encontrar cosas. Pero lo había olvidado. Y también había
olvidado la receta de pócima para acordarse de las cosas. Intentó buscar los libros, pero aquello
era un auténtico desastre.
Entonces la bruja se acordó del ratón, y le prometió que esta vez lo dejaría marchar como un niño
normal si le ayudaba a recoger aquello. Al ratoncito le pareció bien y ayudó a la bruja Lola.
Cuando terminaron de ordenar todo la bruja Lola se dio cuenta de que el libro que buscaba no
estaba allí.
-¿Buscas esto? -le dijo el niño, sacando el libro de hechizos que había escondido la vez anterior.
-¡El libro! ¡Dámelo!
ELa bruja desordenadal libro contenía todos los hechizos y pócimas que necesitaba la bruja Lola: el
hechizo de encontrar cosas, la pócima para recordar lo olvidado y, por supuesto, el conjuro para
convertir al niño en ratón. El niño lo sabía, y no estaba dispuesto a devolver el libro.
La bruja abrió la puerta con la intención de engañar al niño y quitarle el libro pero el muchacho fue
más listo. En el libro había un conjuro para desordenarlo todo que había estudiado muy bien. Así
que, cuando la puerta se abrió, el niño lo recitó mientras lanzaba el libro que tenía entre manos.
-Ahora tendrás que ordenarlo todo tú sola si quieres volver a encontrar algún libro, bruja
mentirosa.
Así fue como el niño logró escaparse de la bruja Lola, que tardó semanas en ordenarlo todo de
nuevo. Eso sí, tanto trabajo le costó colocar cada cosa en su sitio, que no volvió a tener su
laboratorio mágico desordenado nunca más ni tampoco a convertir a ningún niño en ratón.