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Ontología de la Cábala

Por Ezek Fleisch

Observando la belleza arquitectónica del Taj Majal o la magnificencia de las grandes


pirámides egipcias, difícilmente recordaremos, o siquiera desearemos recordar, que se trata
no de palacios o esculturas, sino de monumentos funerarios. La belleza y la magnificencia,
en estos casos, permiten dejar de lado las causas históricas de su creación. La apreciación y
uso estético, por lo tanto, han ocultado los fines prácticos. Otro tanto ocurre con la muralla
china, obra cuya magnitud misma hace olvidar su naturaleza: un instrumento de una
estrategia defensiva ya obsoleta.
Si esto puede acontecer con elementos tangibles, construidos con piedra además de
ingeniería, ¿Puede ocurrir lo mismo con las creaciones puramente intelectuales del
hombre? ¿Puede una idea o un conjunto de ideas perder su contenido originario, la función
para la que fuera creado, para persistir fundamentalmente por su belleza o por sus
utilidades subsidiarias?
En el caso de esas grandes construcciones, ha sido la tarea del historiador y el
arqueólogo develar sus misteriosos orígenes; encontrarlas, para los hombres de ciencia,
supuso trascender de su significado inmediato, de su apreciación estética, para internarse
en su significación histórica y cultural. Frente a un conjunto de ideas congruentes, por lo
tanto, debemos proceder con idéntico rigor y preguntarnos por el significado de éste, que
todavía puede permanecer oculto.
La dificultad mayor se presenta cuando el conjunto de ideas que intentamos
comprender ya intenta explicarse a sí mismo, pues toda filosofía tiene como primer objeto
de estudio su propia naturaleza. Eso es lo que ocurre precisamente con la Cábala, pues
tiene su razón de ser, es observadora de su función específica.
No trataremos aquí de los pormenores técnicos de su funcionamiento, sobre lo que
existe abundante literatura, aunque precisamente la complejidad de estos pormenores,
sumado a su composición mística, hace atractiva a la Cábala por lo que parece ser. Nos
proponemos, por el contrario, acercarnos a la comprensión de la función social que
cumplía en su contexto de desarrollo en su nivel más elemental y en el marco histórico
correspondiente: es simplemente, dejando de lado sus aspectos fascinantes y usos
modernos, poder decir que en tiempos de los faraones las pirámides eran su “última
morada”, y que en tiempo de los emperadores, la gran muralla protegía las fronteras del
imperio de los habitantes del Asia Central.
La Cábala tiene dos puntos históricos de aparición asignados, una histórica y una
mítica; la primera de los siglos XII y XIII, la segunda del Siglo II. Es en estas historias
donde deberemos indagar para rescatar el sentido oculto de esta práctica notable, que sigue
despertando controversias y generando espacios de creación.
Hemos dicho que la Cábala observa su función: ¿Qué características tiene esta idea? Se
presenta como un método de interpretación, una clave capaz de desentrañar los misterios
de la Palabra de Dios constituidos en los libros sagrados. No sólo presupone que los textos
hebreos canonizados SON la Palabra de Dios, literalmente transcripta, sino que en esa
Palabra se esconde todo el saber a que el hombre puede aspirar, convirtiéndose así en la
única fuente legítima de saber: la Palabra divina adquiere así un sentido total.
Pero como, de manera evidente, no todas las preguntas se contestan con la palabra
literal de la Biblia, debía existir una clave para desentrañar el saber oculto a los nuevos
interrogantes que se planteen. De la conjunción entre el presupuesto de Conocimiento
Total oculto en los textos sagrados con el presupuesto de la Capacidad Total del método
cabalístico para desentrañar este Conocimiento resulta que la Cábala es un medio para el
saber absoluto, siendo sólo cuestión de aplicarlo correctamente a las escrituras para
responder a cualquier interrogante que pudiera plantearse por cerebro humano alguno.
Siendo el texto un conjunto de palabras, es en cada palabra donde se encontrará la
respuesta a parte de cada misterio que se presente. Cada palabra asume entonces un valor
particular en relación consigo mismo y con el contexto (versículo, capítulo, libro, etc.) en
el que se sitúe. En resumidas cuentas, ni una sola letra puede ser alterada de su lugar en el
texto, pues como la letra determina el valor numérico de la palabra, su alteración por parte
del hombre implicaría destruir por completo el profundo secreto 1 . No todas las palabras
tienen el mismo peso. Por ejemplo, el valor numérico que se asigna mediante el método
cabalístico a los diferentes nombres de Dios es considerado de suma importancia.
Al aplicar el método, tampoco debe perderse de vista el contexto literal del que se
extraen las palabras utilizadas. Entonces, si se interpreta el capítulo primero del Génesis
puede suponerse que de allí se obtendrán respuestas relativas al origen de todas las cosas o
que la respuesta que se obtenga a un interrogante cualquiera deberá entenderse en relación

1
El sistema numérico hebreo se basaba en la asignación sucesiva de valores en escala decimal a las letras del
alfabeto. Constitucionalmente, entonces, los números hebreos tenían “nombre”. Nada hay de extraño
entonces que, a la inversa, los nombres de las palabras se reduzcan a su valor numérico.
con este texto originario, a sus frecuentes parábolas y enseñanzas. La función consciente
de la Cábala, entonces, es ofrecer un modelo casi–matemático para la interpretación de las
Sagradas Escrituras.
Tenemos entonces un cuerpo ideológico bastante consistente y coherente con las
ideologías predominantes durante la edad media porque:

a) El carácter sagrado y el origen divino de las escrituras no era


prácticamente cuestionado.

b) Existía un auge de los instrumentos matemáticos y la suposición


de su capacidad de resolución de problemas, provisto por el aporte
sustancial de la cultura islámica a esta materia (hay que recordar que
nuestro sistema de numeración y operacionalización es árabe, muy
superior a los sistemas grecolatinos y al propio sistema hebreo
pretérito).

c) Las sociedades no–judías que sirvieron de marco al desarrollo de


la Cábala, tanto en la Cristiandad como en el Islam, tenían no sólo
fundamentos teológicos, sino que eran conscientes de la importancia de
estos Textos Hebreos en la formación de su propia cultura.

Todo lo extraño y poco “científico” que, a nuestro parecer moderno, podamos


encontrar en la Cábala, se disuelve en la naturaleza mística, teológicamente dispuesta y
pre–positivista de la etapa de formación de este conjunto de ideas.
En conclusión, a este respecto, debemos decir que la Cábala era una idea perfectamente
razonable, profundamente meditada y con un ingrediente particular: su enorme belleza
técnica, pues existe una infinita capacidad de nuevas creaciones con este método. Así
como la música cuenta, partiendo de unos pocos elementos relativamente simples, con una
infinita gama de posibilidades, combinando los sonidos, tiempos y silencios, así con la
Cábala pueden obtenerse infinitos resultados. Cómo el músico, el cabalista encuentra un
gran placer estético en realizar su arte y utiliza los textos como el flautista su flauta.
No es extraño que la música y el universo en general, desde esa época, hayan intentado
resolverse utilizando métodos matemáticos. Las revoluciones cosmológicas que se
acercaban, de Galileo a Kepler 2 , tendrán mucho que ver con este tipo de ideas.
En alguna medida, la Cábala es el resultado de aplicar al texto sagrado hebreo el
sistema matemático árabe, conjugándolos con una cosmología cuya mística es en parte
deudora del cristianismo feudal.
Pero, si la función consciente de la Cábala era interpretar el texto “descubriendo” las
verdades ocultas ¿Cuál puede ser la causa todavía oculta de esta construcción intelectual?
Es más, ¿Puede tener otra causa que la de intentar develar lo que Dios ha ocultado en su
Palabra? En efecto, lo que la Cábala nos dice de sí misma pude no coincidir con su función
social, de la misma manera que instituciones como la Inquisición Española del siglo XV,
que pretendía salvar almas, no hacía otra cosa que intentar homogeneizar a la población
dentro del esquema predominante, considerado legítimo, de la fe cristiana.
Para algunos pensadores, la Cábala es una reacción al racionalismo extremo de
Maimónides, quien expuso métodos y obras filosóficas y religiosas que afectarían
profundamente al pensamiento judío, cuya fuente intelectual principal, en vista de la oscura
situación en la Europa Cristiana, se encontraba en las Juderías del Islam, en la Primavera
de Sefarad, que ya mostraba, sin embargo, principios de declinación.
Es sin duda interesante la idea del cabalismo como reacción al racionalismo, pero esto
simplemente nos introduce en una oposición Racionalidad–Misticismo, que en términos
modernos se resuelve inmediatamente a favor del racionalismo. Esta opinión, para la cual
no faltan premisas, nos parece, no obstante, en primer lugar, arriesgada, y en segundo
lugar, insuficiente.
El discurso místico de la época era tan “racional” como el racionalismo, pues aunque
se apoyaban en escuelas filosóficas diferentes, sus premisas no dejaban de ser similares.
Siendo Maimónides, a quien tomamos como ejemplo en función de su envergadura
intelectual, un racionalista, sin desmedro de su capacidad analítica, partía en su concepción
filosófica de la Existencia de Dios, es más, de un Dios Único, como correspondía a un
judío. De esta manera, el resultado de buena parte de su pensamiento, aplicando
estrictamente las más avanzadas técnicas racionales de su tiempo, no deja de parecernos
severamente afectadas de misticismo religioso.

2
Johannes Kepler descubrió la excentricidad de las órbitas planetarias al intentar determinar la “Música de
las Esferas” aplicando a la astronomía modelos matemáticos.
Pero hoy en día no hay tal seguridad en la existencia de dios, y los no creyentes no
consideran este presupuesto tan imperturbable, ni evidente en modo alguno a la razón.
¿Cuál es la diferencia entonces, en el judaísmo, entre el pensamiento racionalista y el
místico de la época, si no se trata de una distancia puramente filosófica?
Creemos que la principal diferencia radica en una antigua controversia al interior del
pensamiento judío, relativa al uso y la vigencia de las escrituras; se trataría, sobre todo, de
dos estrategias diferentes para alcanzar el dominio sobre la palabra y, mediante este
dominio, el monopolio de la verdad y la autoridad ética y moral. Si existe un debate
constante, que atraviesa toda la historia del pueblo judío en casi todas las latitudes, es sobre
este punto, sin que se haya llegado jamás a un equilibrio, ni siquiera en nuestros días.
Aunque ha adoptado diferentes formas, todo se reduce a la forma en que se interpretan
las Sagradas Escrituras. Israel ha sido el “Pueblo del Libro” sobre todo porque jamás ha
dejado de reflexionar sobre él. El debate inextinguible es el siguiente: ¿Podemos
interpretar el Texto Sagrado creando tradiciones jurídicas y filosóficas que se cristalicen en
nuevos textos, importantes para las generaciones venideras? ¿O debemos, por el contrario,
atenernos a la palabra escrita original, que nos ha sido legada de generación en generación?
Fariseos y Saduceos, Rabanitas y Karaítas, Racionalistas y Cabalistas, Jasidistas y
Misnagdim, laicos y religiosos, son diferentes expresiones de este prolongado fenómeno.
Cómo hemos analizado en otro artículo 3 , la destrucción del segundo templo terminó
violentamente con la discusión entre Fariseos y Saduceos. Mientras los primeros
mantenían una postura interpretativa, en la figura discursiva de los Midrashim, donde
dialogaban constantemente la tradición judía con la filosofía grecolatina y se generaban los
pensamientos que serían la base de la Mishná 4 , los saduceos conservaban íntegramente el
pensamiento judío tradicional, y rechazaban las interpretaciones fariseas y de otras
fuentes 5 que pudieran oponerse a este punto de vista.
Ahora bien, antes de seguir adelante para intentar comprender las distancias entre
racionalismo y cabalismo, queremos dejar en claro que, en nuestra opinión, la falta de
aceptación de nuevos textos no implica en modo alguno la renuncia a la interpretación. Es
decir, no aceptar la incorporación de nuevas tradiciones escritas no quiere decir continuar

3
Judea después de la destrucción del Templo: Estrategias de Supervivencia y fragmentación cultural.
4
Recopilación realizada por Rabi Akiva y culminada por su discípulo Yehuda hanasí.
5
Sin duda que el pensamiento derivado de la predica de Jesús, era una de estas líneas interpretativas, popular
y simplificadora, independientemente de la separación que ocurriera con el tiempo. Otro tanto, en diferentes
condiciones y agregándosele un importante elemento arabista, puede decirse de la prédica mahometana que
derivara en la formación del Islam.
leyendo el texto de manera literal, sino que las futuras interpretaciones deberán hacerse
sobre la base de estos mismos textos, sin utilizar como base otros nuevos.
El desastre militar que culminó con la destrucción del templo y Jerusalén, y con ellos el
pensamiento saduceo, y más tarde, durante el S. II, el exterminio y la persecución antijudía
en el Imperio Romano, dejaron el camino libre al pensamiento fariseo, con sede en el
imperio Persa y sus Universidades Rabínicas determinaron el proceso de formación del
Talmud, que es un compendio de la llamada tradición oral (“Torá she ve al pe”,
literalmente, la Torá que está en la Boca) con los comentarios posteriores de los rabinos
babilonios, que agrega una segunda capa de textos.
Ahora bien, la vida judía pos–talmúdica, en especial entre los siglos V y IX, no estuvo
exenta de producción literaria, tanto en lengua hebrea como en árabe. Cada nueva situación
social por la que atravesaban y atravesarían los judíos requería soluciones en materia
jurídica y por lo tanto nuevas reflexiones filosóficas, para las que se utilizaba todo el
material tenido por legítimo.
De esta manera, un grupo podía aceptar la tradición de los Talmudistas y otro
rechazarla, tomando por válida solo la reflexión sobre los textos jurídicos canonizados,
digamos en general el Éxodo y el Levítico, o la interpretación de los relatos contenidos en
el Tanaj 6 .
Para quienes, filosóficamente, aceptaban nuevas interpretaciones escritas, esto
implicaba en la práctica regirse para sus practicas y reflexiones con los últimos textos
aceptados, ya que se suponía que estos, de alguna manera, contenían y extendían los
alcances de los Textos Primitivos, sin desmedro de su importancia religiosa y social, en
cuanto ejes de la tradición y las costumbres.
Ya en la redacción, humana o divina, de los Textos del Tanaj, aparece esta suerte de
organización concéntrica, que parte de los relatos primitivos, originales, de la historia,
universal primero, del pueblo judío después y nacional judía a continuación, con elementos
de la historia de la diáspora. Universal del génesis al diluvio, del pueblo judío de Abraham
a Josué y así sucesivamente, cada capa de textos se nutre de alguna manera de la anterior,
no solo de manera cronológica, sino también filosófica.
La Primavera de Sefarad, momento álgido de la cultura judía en el Islam y la Andalucía
pre–hispánica, cuya cumbre intelectual y filosófica está representada por la filosofía de

6
Ta–na–j es: Torá, Nebiim, Quetubim, es decir: el Pentateuco, los Libros de los Profetas y los Escritos
canonizados, existiendo un voluminoso conjunto de materiales apócrifos, entre los cuales destacan los cuatro
libros de los Macabeos, Enoc, Tobit, el Libro de la Sabiduría y otros.
Maimónides, la literatura de Yehuda Halevi y por Isaac Al-fassi en el aspecto jurídico,
produjo una muy considerable cantidad de textos dónde se conjugaban el alto saber de los
reinos musulmanes, el pensamiento de la cristiandad y el sello particular judío.
Esta producción intelectual se regó por todo el Mediterráneo siguiendo las rutas
comerciales hasta cada comunidad judía que se encontrara a su paso y, desde que se cerrara
el Talmud, como el propio Maimónides se encargó de estudiar, no se había producido una
etapa de tan revolucionaria influencia.
Esta fenomenal acumulación de pensamiento, profundamente renovadora y consistente,
permitió que circularan nuevos textos, que podían pretenderse fundamentales, frente a los
cuales se debía tomar una posición: o se los incorporaba al cuerpo doctrinario tradicional,
aceptando que fueran el substrato formal de futuros comentarios, o se asumía su
ilegitimidad, no por su falta de méritos, sino por su excesivo margen social. ¿Existía
alguna razón para que obras de tremenda calidad sufrieran el olvido o la mera desatención?
La respuesta es que sí existían buenas razones. Sin que hiciera falta una fatal
inclinación al conservadurismo extremo, lo cierto es que cada nueva capa de textos se aleja
efectivamente de la Ontología primitiva del Pueblo Judío, precisamente porque dicha
Ontología se encuentra relacionada con las revelaciones hechas en el Texto Sagrado
original, es decir, al espacio social específico en que esas narraciones fueron redactadas o
recopiladas, e incluso modificadas. Cada nueva reflexión, por pertenecer a otro tiempo y
otras condiciones, incorpora elementos extraños a esta ontología, y en una matriz de
pensamiento en donde las cosas poseen “naturaleza inmutable”, en una concepción que no
es ajena tampoco al racionalismo de aquella época, eso constituye un grave problema.
Los fariseos y Talmudistas agregaron el pensamiento grecolatino y persa a la Antigua
Tradición, la Primavera de Sefarad, incorporó la flor y la nata del pensamiento del Islam y
una buena dosis de aristotelismo y platonismo, las perseguidas comunidades europeas no
dejaban de aportar intérpretes notables de la legislación judía 7 . ¿Qué quedaría del viejo
Israel si cada pensamiento fuera tomado de otros pueblos, ontológicamente no–elegidos
por Dios? ¿No implicaba eso olvidar el destino manifiesto del Texto Sagrado? Si se
continuaban incorporando tradiciones extrañas a la que se consideraba la esencia del
judaísmo, condensada en el texto Sagrado ¿No se renunciaba con ello a la reconstrucción
del templo? ¿No se negaba la propia esencia, el “ser” de Israel?

7
En particular debe considerarse a la escuela de Rashi y los Sabios de Lorena.
No se trata entonces de oponerse irracionalmente, místicamente, a la concepción
racionalista, se trata de defender a ultranza una esencia que es de origen divino, manifiesto.
No es un conflicto entre el oscurantismo y la luz, es el enfrentamiento entre dos
racionalidades distintas. Y la cultura judía posterior es no una de estas racionalidades sino
el resultado de la lucha librada entre ellas.
La táctica elegida por los defensores de esta postura fue la de establecer principios
mediante los cuales pudiera asegurarse, al menos, el papel central de los Textos Sagrados,
disminuyendo la capacidad de acción de los agregados posteriores, realizados por
intérpretes de diferentes etapas y geografías.
No creemos justo confundir a los pensadores que contribuyeron a la creación de la
Cábala con místicos perdidos en órbitas excéntricas o proveedores de mesianismos
incoherentes (que no faltaban). Por el contrario, la solidez de su construcción nos devela la
profundidad de sus conocimientos. De hecho, como dijimos más arriba, utilizaron los
modelos más modernos de su época –los matemáticos– para fundamentar sus reflexiones.
Hoy en día carecemos de pensadores capaces de demostrar la validez absoluta de un
texto cualquiera utilizando satélites o computadoras digitales. Los cabalistas aseguraron
coherentemente la integridad y origen divino de un texto ya milenario con poco más que
papel y lápiz. Sí usáramos sombreros, deberíamos quitárnoslos.
Desde todo punto de vista, la táctica cabalística, si bien de carácter conservador, es
brillante. Atrapa, seduce, explica y confunde cuando es necesario. Convierte cada versículo
en un laberinto lleno de salidas insospechadas y, por sobre todas las cosas, mantiene la
atención sobre la fuente principal de la que se supone, en un hecho no sujeto a discusión en
su tiempo, mana la esencia judía.
Toda reflexión es válida para la Cábala, siempre y cuando se vuelva al texto sagrado
para confirmarla, y recurrir a él implica aceptar las premisas del judaísmo legítimo: que el
texto es de origen divino y que su contenido es fundamentalmente cierto y que, a la vez,
sus certezas son fundamentales.
Con la Cábala, el texto, agotado de repetirse, se fluidifica, corriendo sobre cualquier
camino nuevo con facilidad, cruzándose con nuevas teorías sin sufrir un colapso nervioso.
Alquimia, Astronomía, Aritmética, Geometría, Álgebra, Botánica, Zoología,
Jurisprudencia, lo que se desee puede destilarse por el filtro del hebreo hasta la fuente del
conocimiento que es el Libro, sello del Pacto Sagrado y Legado Eterno de Israel.
Cómo efecto subsidiario, y de grandes consecuencias culturales, la lengua hebrea, de
uso poco frecuente entre los sectores populares, encontró una vía de escape para los meros
usos litúrgicos. En lugar de clausurar el idioma, como clausuraba otras formas de
interpretación, la Cábala permitió la incorporación de nuevos vocablos, ya que sólo
traducidos al hebreo encontraban el valor numérico necesario para interactuar con los
secretos del Libro.
Esta corriente, por supuesto, no encontró un apoyo mayoritario donde se divulgaban las
últimas teorías, ligadas a las prevalecientes en el entorno social, pero sí suficiente para
perdurar largamente, e influir notablemente en el futuro del judaísmo. Incluso más allá de
sus fronteras, incluyendo ciertos usos ciertamente lamentables, que han asociado esta
tradición con la hechicería de más bajo rango moral bastante, si no por completo, ajena a
su naturaleza, que es fundamentalmente filosófica y no práctica.
Quedan expuestas, entonces, o al menos eso esperamos, las razones de su aparición
histórica, más que enfrentada, sea coincidente con la última línea de incorporación de
elementos exógenos.
Queda claro también por qué rechazamos la mera oposición racionalismo–misticismo
para comprender la Cábala porque:

a) Esta explicación no da cuenta y confunde peyorativamente el origen intelectual de la


Cábala.

b) No se explica, por acentuar dicha oposición, el sentido funcional de su incorporación


social, que es el de proteger las premisas de existencia del Pueblo Judío.

Otra consideración que puede resultar de interés es la que atañe al origen mítico de la
Cábala, cuya fundación se atribuye a Rabí Simón Bar Yojai, durante el S. II E. C. A
nuestro entender, esta atribución mítica tiene un sentido muy claro: supone el origen del
proceso intelectual a una etapa histórica anterior a la consolidación de la principal corriente
interpretativa un texto escrito después de la destrucción del templo: el Talmud 8 .
De esta manera intenta evitarse que la interpretación cabalística sea una más de las que
existían en la edad media, porque supuestamente se remitía a este origen mítico de su
método. Por otra parte, no parece impensable que se hicieran intentos anteriores similares
al utilizado por la Cábala, sólo que no tuvieron la misma trascendencia o, simplemente,
fracasaron como medios de interpretación, alcanzando sólo el nivel de experiencias–piloto.

8
Especialmente en su versión babilónica, desarrollada alrededor del siglo IV EC.
Aún cuando esta hipótesis sea débil, resulta significativo el reconocimiento implícito
de una historia antigua, singularmente “pura” en lo que a interpretaciones se refiere.
Repasada esta opinión, es necesario presentar ciertas determinaciones al momento de
utilización efectiva de la Cábala, a lo largo de la Baja Edad Media.
Cualquier método de interpretación utilizado, antes o ahora y al margen de su
contenido filosófico, debe ser lo suficientemente eficiente como para probar su utilidad,
caso contrario, se arriesga a desaparecer rápidamente, en cuanto se la descubra incapaz de
dar respuesta a los interrogantes. El auge presente del tarotismo, la astrología, la
cartomancia, la cafeomancia, la quiromancia y otras mancias, junto con una constelación
de técnicas adivinatorias y tendientes a la solución de problemas personales, implica que
existe, todavía en el presente, el consenso social suficiente sobre la efectividad de dichas
técnicas, sin que nada se diga de su veracidad, al menos como para mantener un buen
número de “técnicos” en funcionamiento, lo cual no dice absolutamente nada de su
probabilidad científica ni mucho menos de su deontología profesional.
De lo dicho hasta aquí no debe suponerse que los campos trazados de manera grosera
acerca de la distinción entre la racionalidad de interpretación abierta de los textos (que
correspondería más o menos al campo del racionalismo) y la racionalidad de interpretación
hermética de las Sagradas escrituras (cuya técnica es la Cábala) resultaran homogéneos o
del todo incompatibles. De hecho, cada uno de ellos derivó en una diversidad de posturas y
hasta pueden suponerse mecanismos intelectuales capaces de utilizar ambos principios,
aunque no conocemos casos respectivos.
Queremos recalcar que no se trata de cuerpos sociales que, como los partidos políticos
o las clases sociales, presentan conductas dentro del marco que rige su funcionamiento
entre sí. En este caso, las fronteras se desdibujan y sólo pueden trazarse para llamar la
atención sobre sus diferencias.
Así como con el tiempo el racionalismo de Maimónides, profundamente religiosos,
derivó en el racionalismo de Baruj Spinoza, profundamente crítico de la religiosidad
tradicional, así también la Cábala pudo desprenderse de su matriz original, presentándose
en numerosos casos, como en el caso del Tarot, casi por completo escindida de su idea
primitiva, íntimamente ligada a los textos Sagrados judíos. Por así decirlo, en ambos casos
el método consiguió apartarse de su objeto de estudio original, al menos parcialmente.
Sin embargo, esto no modifica su naturaleza filosófica, pues en ambos casos, el
racionalismo como filosofía del conocimiento y la Cábala como hermenéutica del mismo,
continúan intentado dar sentido al mundo, aunque sin duda, antes y ahora, es el primer
método el que ha contado con más adeptos, y ha pasado a formar parte de los fenómenos
culturales predominantes.
Esto no significa que los principales exponentes del racionalismo hayan sido más
capaces que sus colegas, ni mucho menos más claros, pues es probable que la filosofía
haya elaborado conceptos mucho más abstractos y distantes del sentido común que la
propia Cábala, cuyo método es sencillo aunque sus aplicaciones son prácticamente
ilimitadas 9 . La complejidad de la filosofía puede confirmarla cualquiera que se haya
tropezado con la “Crítica de la Razón Pura” de Kant o la “Fenomenología del Espíritu” de
Hegel, obras de la filosofía de reconocido prestigio y sólo nubladas por la revolución
filosófica introducida por el Marxismo, de una complejidad discursiva extraordinaria y de
un uso común por lo menos difícil.
Precisamente, una de las facilidades que ofrece el sistema cabalístico es la de acercar a
cualquiera que conozca sus principios la posibilidad de acceder a una amplia gama de
conocimientos junto a una fuente notable de entretenimiento. Pero, en muchos casos, así
como la filosofía terminó relegando a la religión, así parte de la Cábala olvidó sus
orígenes.
Pero a pesar de los distanciamientos respectivos de estos orígenes, existe un elemento
místico en la Cábala que obstruye el completo olvido de los mismos. Como en diversas
técnicas adivinatorias, la Cábala compone sus soluciones combinando y recombinando
elementos y de la pericia del operador resultará una construcción sostenida y coherente
(como la observación de que la adición de los valores numéricos de las setenta primeras
letras del Génesis es igual a la cantidad de veces que se nombra con determinado nombre
al creador del mundo 10 ). Así, el cabalista actúa como una encima, colocando en su lugar
los elementos, pero la encima no es consciente de la esencia de su programa, que es en este
caso de origen divino, la mayor o menor presencia de la divinidad dará mayor o menor
valor al resultado obtenido. De esta manera, existe un elemento azaroso (de origen divino
para el creyente) que no puede omitirse, tal cual ocurre con toda manifestación mística con
referencia a una instancia espiritual y moral superior.
De esta creencia en la presencia divina surge la pretensión de conocer el porvenir,
como la presunta capacidad de construir talismanes y símbolos dotados de ciertas

9
Lo cual constituye as su vez su mayor debilidad, por cuanto se reduce la posibilidad de contrastar de manera
efectiva opciones contrapuestas.
10
Este es un invento nuestro, pero si quieren hacer la cuenta y contarnos el resultado estaremos agradecidos.
Sí, además, resulta ser cierto, habrán dado un golpe tremendo a nuestro escepticismo.
cualidades cuasi–mágicas. En tanto religión referida a una instancia superior, el judaísmo
no carece en lo absoluto de esta clase de elementos, que no deben confundirse con Ídolos o
manifestaciones de politeísmo, pues su poder procede de la traducción directa de la Palabra
de Dios, y por lo tanto de Él mismo. Tal es el caso de las Mezuzot, las filacterias, el Talid y
los Rollos de la Torá, que copiados una y otra vez por manos humanas no dejan de ser
objeto de veneración por su procedencia divina. Si estas manifestaciones místicas son
comúnmente aceptadas, no vemos por que habrían de ofendernos los cabalistas con unos
cuantos elementos más, aunque requieran para su aprobación de algunos siglos de
maduración.
Aunque el método de la Cábala no haya prosperado ni se haya vuelto dominante en el
judaísmo, conserva su influencia en los sectores más orientados al misticismo, que en la
modernidad está tan plagado de racionalismo como lo estaba de misticismo el racionalismo
medieval.
En términos sencillos, lo que ha ocurrido es lo siguiente: cuando una persona
inteligente se tropieza con una idea inteligentemente construida, no la descarta
simplemente porque le es ajena, sino que profundiza en ella hasta comprenderla y estar en
condiciones de emitir un juicio fundamentado sobre ella, incorporándola a su saber total o
parcialmente o refutándola por completo con reflexiones adecuadas. Y aunque con reservas
y limitando sus alcances, y sobre todo conservando otras obras y métodos filosóficos, la
Cábala ha sobrevivido varios siglos en el pensamiento de sabios y rabinos, lo suficiente
como para que hoy en día nos veamos beneficiados con su existencia, aunque también
debamos soportar el encontrarnos con el auténtico tarot egipcio y el más–auténtico–todavía
tarot de los cubitos de madera, con caracteres rúnicos en vez de hebraicos (lo cual, de
alguna manera, es una suerte).
Como elemento histórico, la Cábala aporta el reconocimiento de una circunstancia que
no podemos dejar de señalar: siendo una práctica de origen sefardí y cultivada
primeramente entre los judíos orientales de las comunidades más representativas, la Cábala
tuvo una profunda influencia en el judaísmo centroeuropeo. Esto apunta a una cuestión
siempre relegada, a saber: la profunda influencia, en este caso ideológica y mística, del
judaísmo sefardí sobre el asquenazí, de manera paralela a la influencia del saber filosófico
y jurídico en la otra variante que analizamos aquí 11 .

11
Una de las obras interpretativas jurídicas más influyentes en el pensamiento asquenazí es el Shulján Aruj
de Marán Yosef Caro, quien tuvo, al elaborar su obra, presentes a los más eminentes pensadores de la
Primavera de Sefarad. A través de él se extiende este modo de comprensión de la práctica y la ética del
Ahora bien, sin restar importancia a la producción propia del judaísmo asquenazí, la
congruencia de estas dos vertientes en este tipo de influencia nos indica que una parte
sustancial de la práctica judía posterior es profundamente deudora de la Primavera de
Sefarad, con lo cual no quedarían prácticamente comunidades judías libradas de dicha
influencia, acortando en verdad las distancias que separan a dos de las principales ramas
del judaísmo contemporáneo.
En resumen: detrás de la belleza conceptual de la Cábala se esconde un sofisticado
mecanismo de protección de la condición judía tal como era interpretada por sus autores.
En ella estaban implicadas la defensa de la existencia del Dios de Israel, la calidad de éste
como pueblo elegido, ambas en función de la capacidad de interpretar por su método
interpretativo las Sagradas Escrituras, expresión material de las premisas históricas y
religiosas.
Así estaremos en condiciones de apreciar más completamente esta construcción
ideológica y defensiva, a la manera de la Gran Muralla. Se presenta con la belleza
arquitectónica, encubridora, del Taj Majal y guarda bajo su superficie el recuerdo de un
Imperio Intelectual Judío ya caído, la Primavera de Sefarad. La Cábala se asoma como las
pirámides, antiguas y gastadas, rodeada por la arena y por el tiempo.

judaísmo medieval, con una comprensión profunda y una concisión notable de él. La relativamente veloz
aceptación de la obra interpretativa de Caro en Europa nos hablan tanto de su necesidad, sus buenas
cualidades y su poder de convicción.

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