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COMO ME LE ESCAPÉ A LA MUERTE

Y LO QUE ME PREGUNTÉ EN ESE MOMENTO

Han pasado más de cinco años y todavía me tiembla la voz cuando hablo
de lo que sucedió aquel día de invierno. El embarazo había transcurrido
totalmente normal: tuve achaques de los normales, mi peso estaba bien,
el niño crecía fuerte y sano; en fin, no había ningún indicio de que algo
pudiera salir mal.

Las contracciones comenzaron un 20 de enero de 2014, día en que el


invierno azotaba durísimo el estado de Massachusetts (USA), donde
vivíamos con mi esposo.

Luego de 40 horas de contracciones y una cesárea, el niño nació


perfectamente sano, pero yo ya me sentía agotada. Al finalizar el parto,
me trasladaron a la sala de recuperación, donde permanecí por dos
horas. Al cabo de ese tiempo me pasaron a la habitación, y fue allí
donde ocurrió lo que marcó mi vida para siempre.

Mientras permanecía acostada en esa cama de hospital, una hemorragia


comenzó a amenazar mi cuerpo. El cuarto entonces empezó a llenarse
de enfermeras y médicos, quienes me veían con angustia. Lo que siguió
fue sala de urgencias, transfusión de sangre, firma de papeles en los que
me anunciaban que iba a morir y que firmara si estaba de acuerdo (muy
al estilo de los gringos). En fin: yo nunca perdí la conciencia, así que por
primera vez en mi vida tuve verdaderamente cerca la posibilidad de
morirme.

Ahora bien, ¿qué pasó por mi cabeza en esos minutos cuando me


llevaban en una camilla a sala de urgencias? Me pregunté si todo esto
había valido la pena. Si vivir había valido la pena. Y lo bueno fue que me
sentí tranquila, pensé que, si ese era el momento para irme, estaba bien,
pues había vivido de la manera más plena que pude. No hubo
arrepentimientos, pero sí tristeza al despedirme de mi esposo, de mi
mamá y de mi hijo recién nacido.

Lo bueno es que sobreviví y pude contar esta historia. Y si bien la


muerte siempre la he visto de manera muy natural, estar al borde del
abismo fue triste. Pero ese encuentro cercano con la muerte, me hizo
evaluar mi vida entera y darme cuenta de que en medio de todo, había
llevado una vida feliz. Ese momento me marcó mucho, por lo que al día
de hoy pienso que cuando la muerte se me acerque nuevamente, espero
sentir esa misma tranquilidad. La tranquilidad de haber vivido una vida a
mi manera. Y es preciso en esto que centro todas mis batallas
cotidianas.

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