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Pues bien, Mussolini tenía alma a pesar de lo que digan la BBC, Radio de las
Américas y en general la prensa cristiana aggiornada por su linchamiento, era católico de
cuna (1883) y de bautismo; después perdió la Fe con la eficaz ayuda de algunos clérigos
escandalosos y la pastoral salesiana con sacerdotes disgustados por la actuación de su
padre, activista del socialismo virulentamente antieclesial de fines del s. XIX.
Todo eso y mucho más lo cuenta con erudición y buen humor el P. Ennio Innocenti
(1932), canónigo de la Basílica de San Pedro para evitar dudas, prolífico historiador,
filósofo, exegeta (conservando incluso la creencia en Dios y hasta en el insufrible
Jesucristo de la Tradición dogmática), teólogo de la liberación del pecado y estudioso del
“aggioramento” o acomodo; moralista y en consecuencia político teórico y práctico, en este
último aspecto vale la pena darle una mirada a Necesidad de Europa y La
Política del Vaticano II. Con todos estos antecedentes a cuestas y muchos otros, vino a
Luján hace un año con ocasión de las jornadas de formación católica, pero la
Municipalidad se perdió la ocasión de declararlo persona no grata, como a. Caponetto y otros
privilegiados. Se lo auguramos para el año que viene.
Hasta la p. 80, es decir hasta 1922, poco después de la Marcha sobre Roma,
Innocenti relata los vaivenes de joven Mussolini autodidacta, carducciano y admirador de
Nietzsche casi hasta en la sífilis, pues tuvo el buen sentido de conformarse con la blenorragia
y no voluntariamente a diferencia de su modelo; de todos modos no la sacó barata, pues
pensó en el suicidio (34). Admirado por Trotzki y Lenin, a quien conoció “en los círculos
ateos rusos” (30, cf. 70), Renan le hizo el bocho, pero no pudo destruir el sello de su madre,
Rosa Maltoni, una católica fundamentalista de cuyo influjo fue absolutamente consciente;
por eso hay que destruir la familia y adoptar el kibutz.
Uno de los aspectos más inquietantes de M. es que jamás fue masón a pesar de
la notable cantidad de masones fascistas que le hicieron y le hacen la guerra (42 ss, 63,
65, crimen de Matteotti, 69, 76, 149, 331, 335, 337). El sentido común y el ideologismo
superficial le permitieron ir descubriendo algunas realidades elementales como la
necesidad de “liberar a Europa del militarismo prusiano” (45) hasta modificar su pacifismo
sin matices.
Beneficios de la guerra
A esta altura, 1922, don Benito ya se había dado cuenta de que el mundo laico “no
ha creado ni puede crear nada que esté a la altura, aunque sea en parte, de la enorme
potencia espiritual del catolicismo” (72). Notemos que esta conclusión por demás obvia,
es exactamente la contraria de la que carcome a Europa y a la misma Iglesia, quienes
andan buscando mil “laicismos” adecuados a la transa. De allí también su conclusión de
que “con la Iglesia católica no se puede sobrepasar cierto límite. No se puede pretender
hacer una Iglesia Nacional al servicio de la Nación. La fuerza, la fascinación, el prestigio
milenario y duradero del catolicismo están precisamente en el hecho de que el catolicismo no
es la religión de una nación dada, sino la religión de todos los pueblos y de todas las
razas.” (73). Intragable para el actual “diálogo interreligioso”.
De fascista a fascista
La segunda parte Los Años del Consenso se extiende hasta 1936. Estamos en
plena convergencia con la doctrina social católica, los tratados Lateranenses, los contratos
colectivos de trabajo, el capital, la amnistía para presos políticos, etc.… incluso la
preparación para la guerra (148), y años después ocurría lo mismo ante la invasión a
Etiopía (162-167), la Cruzada española (172-176), etc.
Es más o menos lo que pasa ahora con la masonería, el liberalismo, la revolución en
sus diversos matices. Conclusiones: “… el Vaticano ha observado a Mussolini en el decenio
24-34 con constante benevolencia, reconociendo ampliamente los varios aspectos positivos
que afloraron paulatinamente en su personalidad y en su política” (148).
“Egregio y estimado hermano: Soy testigo de su amor por la verdad: 1º Ella me ha reconducido
a Dios.
Cambio de camiseta
La tercera tercera parte, Entre guerras y ambiciones se extiende hasta a la entrada
en guerra. Apoyados en historiografía actual “se podría incluso afirmar que él ha sido el
estadista europeo que con más tenacidad ha perseguido una política de acuerdos en el
intento de evitar los mayores motivos de fricción y de buscar equilibrios estables en el
continente europeo”. No fue secundado en esta política por ninguno de los principales países
que habían participado en el conflicto” (154) (subrayado del autor). Innocenti describe las
ambiciones e intereses de los vencedores de la primera gran guerra, y el
“egoísmo” (155) de Francia e Inglaterra, pero nos parece que estos eufemismos morales o
psicológicos le quedan muy chicos a un mundo donde las “administraciones”
nacionales tiene soberanía más que limitada. Existen organismos del “poder internacional
del dinero” (Pio XI) y del espíritu con nivel superior.
Parece que Mussolini, como buen socialista, los ignoraba, lo que demuestra también su
limitada conversión. Otro tanto ocurre en sus actitudes frente a la cuestión
judía, enfrenamiento evangélico que pertenece a la “esencia” del cristianismo y de la
Iglesia. Con ocasión de la guerra de Abisinia “Mussolini trató de ‘jugar’ la carta del
sionismo que había preparado hacía tiempo” y así atenuar sanciones. No le llevaron el
apunte, a pesar de sus casi inmejorables relaciones, en mi modesta opinión con mucho tino y
cálculo por parte de los sionistas pues tenían puestas las fichas en otro número.
Extraterrestres
Poco después de la aurora boreal de Fátima y a pesar de todos los esfuerzos del
Duce, el 1 de septiembre de 1939 Alemania invade Polonia y poco después Italia declara
su “no beligerancia” buscando una paz negociada. A comienzos de junio de 1940,
derrotada Francia, la guerra parecía ya ganada por Alemania. “Mussolini hizo una elección
política, más que militar: Italia, entrando en guerra junto con Alemania, habría podido estar
presente en tal conferencia (de paz) con paridad de derechos con ésta. Del mismo parecer
que Mussolini era buena parte de la dirigencia política y militar italiana” (198).
“Pio XII era una de las pocas personalidades que invitaba a Mussolini a no dar ese
paso.” Le escribe… “conocemos de hecho, por haberlos seguido atentamente, los nobles
esfuerzos con los cuales Tú quisiste desde el principio evitar y luego localizar la guerra….” Y
termina pidiéndole que ahorre a los italianos el conflicto y sus ruinas. (198-199). El Duce le
agradece, pero termina casi como el dólar: In God we trust: “Me consuela pensar que, en una
y otra eventualidad Dios querrá proteger los esfuerzos de un pueblo creyente como el Italiano,
28 de abril de 1940. (199) Ni Dios lo quiso, ni los italianos eran tan creyentes.
Racionalidad papal vs. voluntarismo modernista.
Sexo explícito
Después de compararlo con San Pablo, que veinte años después de que Dios lo
bajara del caballo para contribuir a su conversión con un poco de sana e indispensable
violencia, “lamentaba su conflicto interno entre la carne y el espíritu ”, Innocenti se interroga
sobre la relación con Claretta Petacci “¿Este hecho comprometió, quizá radicalmente, el
proceso de conversión espiritual iniciado mucho antes y confirmado por tantas decisiones
serias?” (207).
Clara Petacci era una mujer refinada, pintora y música, que lo absorbió al Duce
hasta hacerle perder la cabeza, perjudicar su imagen política y hasta motivar la
intervención personal de Pio XII en 1941. Es difícil encontrar un temperamento y una conducta
más adecuada a los modelos del romanticismo popularizado y, si hubiera sido zurda, liberal
o nacionalmente privilegiada, ya estaría convertida en símbolo comercial y en camino a los
altares como el Che. Fue sólo la amante del derrotado, cuya relación además se había
enfriado como le consta a Innocenti por motivos obvios y por otros que “no se considera por
ahora autorizado a revelar” (210). En 1943 “Mussolini, vuelto a Roma… sufrió algunos
días después los efectos de las dos conjuras, la militar y la interna del partido
fascista” (215). “Luego de la liberación de Benito del Gran Sasso (1943), Claretta fue
llevada - como mujer del pueblo, desconocedora de las altas intrigas – a las cercanías de la
residencia del Duce…siempre bajo control alemán”. “…A principios de 1945 fue preparado el
exilio de todos los Petacci, pero Claretta no fue dócil y, cuando llegaron los días del fin,
contra la voluntad de Mussolini, fue a Milan y se obstinó en seguirlo a Como. Mussolini fue
tomado prisionero separadamente de Claretta; los enemigos los reunieron, ambos exhaustos,
en casa de De Maria, en Borzanigo, desde las 4h.15 lasta las 13 h. aproximadamente del 28 de
abril de 1945, donde fueron retirados y asesinados por enviados de confianza de
Togliatti” (211).
Los intelectuales del partido y los “laicos” tratan de reducir el catolicismo del Duce
a una salida sentimental sin ninguna consistencia a un nivel superior, a sea en el orden de la
inteligencia. Sus residuos hegelianos no impiden, al contrario permiten valorar mejor su nivel
filosófico y teológico: lector directo de Platón, el 28 de enero de 1944, cuando todo estaba
perdido, “solidísmo en historia antigua, en filosofía griega, en filosofía escolástica y que
rechazaba a manos abiertas el idealismo” (269), dice la profesora Elsa Omodei que lo
entrevistó a propósito; capaz de analizar las cinco vías de la existencia de Dios, lector y
anotador del Vida de Cristo del P. Ricciotti, todo un tratado de antimodernismo exegético y
un contrapeso indispensable a sus lecturas juveniles de Renán. En fin, abreviando
bruscamente, dado el nivel de nuestros dirigentes, pocos sacerdotes estarían hoy en
condiciones de confrontarse culturalmente con el Mussolini converso.
El buen suicida
Que es desesperación bien entendida
Planteo solamente el tema, sin que esto constituya el menor reproche para don
Benito y menos para esta valiente y aguda obra de don Ennio Innocenti. El buen Duce fue
demasiado paciente “a los términos del hado” , es de decir a su “Historia” hegeliana y a una
interioridad católica, aún en busca de perfección que no logró anticiparse a la “afrenta”.
Final
Octavio A Sequeiros