Está en la página 1de 5

Primera estación: Jesús es condenado a muerte.

Dar posada al peregrino


V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Porque con tu Santa cruz has redimido el mundo.

Del Evangelio según San Lucas “Cuando estaba por cumplirse el tiempo de su elevación al cielo, Jesús se
encaminó decididamente hacia Jerusalén y envió mensajeros delante de él. Ellos partieron y entraron en un
pueblo de Samaría para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron porque se dirigía a Jerusalén”

Soy un forastero –nos dices hoy– no tengo dónde reclinar la cabeza. Conozco el sabor amargo de la falsa
hospitalidad – como la de Simón el fariseo–, que no me dio agua para los pies, ni aceite para la cabeza
ardiente por el calor. Nos recuerdas a los discípulos de Emaús: cuando invitaron al “Desconocido” a su mesa,
se les abrieron los ojos y lo reconocieron. ..

Señor, te pedimos: ¡Abre nuestros ojos! ¡Deja que te reconozcamos! En los extranjeros que se encuentran
entre nosotros. En las personas sin techo que duermen en la calle. Tú vives en cada extranjero. Y reinas
como un necesitado, por los siglos de los siglos. Amén.

Segunda estación: Jesús carga con la cruz. Dar de comer al hambriento


V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Porque con tu Santa cruz has redimido el mundo.

Del Evangelio según san Marcos: “Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de
ella, porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo enseñándoles largo rato. Como se había hecho tarde, sus
discípulos se acercaron y le dijeron: «Este es un lugar desierto, y ya es muy tarde. Despide a la gente, para
que vaya a las poblaciones cercanas a comprar algo para comer». El respondió: «Denles de comer ustedes
mismos»”

¿Qué necesitamos para confrontarnos a la cruz –por ejemplo, a la cruz del hambre de nuestros hermanos?
Generalmente pensamos como los apóstoles: Doscientos denarios de pan no nos bastarían… Esta cruz es
demasiado grande para nosotros… Pero Tú dices: Dadles vosotros de comer. Y si somos capaces de
compartir lo que tenemos. No preguntas si es suficiente para tantos, preguntas si lo compartiremos.¿Por qué
hay hambre en el mundo? NO por falta de pan, sino por falta de solidaridad.

Señor Jesús, te alabamos por todos los que llevan misericordia a los hermanos que sufren hambre. Te damos
gracias por quienes han hecho voto de pobreza para ayudar a los que son más pobres que ellos mismos.
Demuestran que para ayudar no hay que ser rico en recursos, sino solamente tener un corazón generoso.
Danos un corazón solidario y capaz de compartir, también en su pobreza. Amén.

Tercera estación: Jesús cae por primera vez. Corregir al que se equivoca
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Porque con tu Santa cruz has redimido el mundo.

Del Evangelio según San Juan: “Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que había sido
sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio de todos, dijeron a Jesús: «Maestro, esta mujer ha sido
sorprendida en flagrante adulterio. Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú,
¿qué dices?». Pero Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo. Como insistían, se
enderezó y les dijo: «El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra». E inclinándose nuevamente,
siguió escribiendo en el suelo. Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los
más ancianos. Jesús quedó solo con la mujer, que permanecía allí, e incorporándose, le preguntó: «Mujer,
¿dónde están tus acusadores? ¿Alguien te ha condenado?». Ella le respondió: «Nadie, Señor». «Yo tampoco
te condeno, le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante».

¡Al ver tu caída, Jesús, ¡cómo no pensar en mis caídas, en los pecados pesados que me han tirado al suelo!
Tu simple recuerdo me abruma. No soy capaz de llegar a Ti con mis fuerzas. Pero es en mis caídas cuando
te acercas y me dice “Levántate, de ahora en adelante no peques más”. ¡Cuántas veces lo he experimentado
en el Sacramento de la Penitencia!, en lugar de reprenderme, con Amor me corriges y me invitas a continuar
tu camino.

Señor, haz que el sacramento de la Penitencia sea siempre, para cada uno de nosotros, una experiencia de
misericordia y de respeto. Amén.
Cuarta estación: Jesús encuentra a su madre, María. Consolar al triste
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Porque con tu Santa cruz has redimido el mundo.

Del libro del profeta Isaías: “¡Consuelen, consuelen a mi pueblo, dice su Dios!”

Señor Jesús, Tú y tu madre no han tenido mucho tiempo para estar juntos en silencio. Han tenido que bastar
pocos segundos, cuando se han encontrado con la mirada, y con el corazón. Sin decir una palabra. Sin
ningún gesto. Tu madre ha venido a aliviar el dolor y a consolarte. Cuando tú mismo necesitabas consuelo a
lo largo de tu Camino de la Cruz, bastó la presencia silenciosa de la Madre. Porque estar juntos en el silencio
no solo significa no hablar. ¡Más bien se trata de escuchar juntos esperando una respuesta del Señor!

María, Consuelo de los afligidos, queremos aprender de Ti la presencia misericordiosa y silenciosa al lado de
los que sufren.

Quinta estación: El Cirineo ayuda a Jesús a llevar la cruz. Visitar a los enfermos
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Porque con tu Santa cruz has redimido el mundo.

Del Evangelio según san Mateo: “Cuando Jesús llegó a la casa de Pedro, encontró a la suegra de este en
cama con fiebre. Le tocó la mano y se le pasó la fiebre. Ella se levantó y se puso a servirlo. Al atardecer, le
llevaron muchos endemoniados, y él, con su palabra, expulsó a los espíritus y curó a todos los que estaban
enfermos, para que se cumpliera lo que había sido anunciado por el profeta Isaías: "El tomó nuestras
debilidades y cargó sobre sí nuestras enfermedades"

Has llevado nuestras debilidades y has tomado contigo nuestras enfermedades. Simón al contrario no quería
tomar tu cruz. No quería ayudarte. Lo obligaron. De la misma manera muchas veces deseo escapar de las
enfermedades y de las debilidades de los demás. Cuantas veces has venido a mí durante una enfermedad.
¡Cuántas veces me has ayudado y me has dado la mano para levantarme! Con enfermedades mucho más
pesadas que la fiebre: el egoísmo, la pereza, la inactividad, la falta de confianza en uno mismo.

Señor Jesús, te bendigo en todos los que ayudan a los enfermos no solo por profesión, sino por vocación. Te
pedimos que nos inspires sensibilidad con cada hermano sufriente, generosidad al ofrecer nuestro tiempo
para visitar a los enfermos. Amén.

Sexta estación: La Verónica enjuga el rostro de Jesús. Visitar a los presos


V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Porque con tu Santa cruz has redimido el mundo.

Del libro de los Salmos: “Mi corazón sabe que dijiste: «Busquen mi rostro».Yo busco tu rostro, Señor”

¡Ella vio un prisionero con el rostro del Hijo de Dios! ¿Qué quiere decir consolar a los prisioneros? No se trata
de una consolación cualquiera. ¡Es un encuentro que permitirá descubrir en los presos el rostro de Hijo de
Dios, fuente de la dignidad humana! Señor Jesús, Tú vienes al encontrarnos en cada esclavitud: en nuestros
vicios, en la lujuria y en las dependencias.¡Tu mirada restaura nuestra dignidad! Va más allá del velo de la
Verónica.

Señor, te pedimos que, como Verónica, estemos dispuestos y seamos capaces de consolar a los prisioneros.
Guíanos hacia las personas que están sufriendo cualquier adicción o esclavitud. Sé Tú nuestro camino hacia
ellos. Amén.
Séptima estación: Jesús cae por segunda vez. Perdonar al que nos ofende
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Porque con tu Santa cruz has redimido el mundo.

Del Evangelio según san Mateo: “Entonces se adelantó Pedro y le dijo: «Señor, ¿cuántas veces tendré que
perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?». Jesús le respondió: «No te digo
hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.”

Perdonar es cuestión de un primer pequeño paso, y a veces cuánto cuesta darlo. En el hecho de volver a
levantarte del suelo nos invitas a una y otra vez perdonar las ofensas que cometemos, así como las perdonas
vos en tu infinita misericordia. No nos quedemos clavados en la cruz del rencor.
Señor Jesús, bendecimos tu presencia y poder en todos los que perdonan. Tú eres la Misericordia, que nos
permite perdonar las ofensas. Te pedimos en esta estación: ¡destruye al hombre viejo que hay en nosotros!
Enséñanos a perdonar otra vez –por adelantado, sin esperar la petición y la compensación por parte de los
culpables. Queremos confiar en tu misericordia, incluso cuando me llamas a manifestarla a los demás,
perdonando sin vacilar. Amén.

Octava estación: Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén. Enseñar al que no sabe
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Porque con tu Santa cruz has redimido el mundo.

De los Hechos de los Apóstoles: “Felipe se levantó, se puso en camino y, de pronto, vio venir a un etíope.
Felipe se acercó y, al oír que leía al profeta Isaías, le preguntó: «¿Comprendes lo que estás leyendo?». El
respondió: «¿Cómo lo puedo entender, si nadie me lo explica?». Entonces le pidió a Felipe que subiera y se
sentara junto a él. Entonces Felipe tomó la palabra y le anunció la Buena Noticia de Jesús.”

Señor Jesús, reconocemos la fuerza y la misericordia de tu Espíritu, que ha ordenado a Felipe que se uniera,
para instruirlo. Querríamos aprender de Felipe la capacidad de enseñar a los demás. La misericordiosa
capacidad de instruir a los ignorantes nos la revelas Tú mismo en esta estación, dices a las mujeres que te
acompañan: “Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por ustedes y por sus hijos”. Enseñas, porque amas.
Enseñas con tu pasión, olvidándote de ti mismo, más allá de su sufrimiento.

Señor Jesús, que aprendamos del camino de la cruz, de la humildad, de la pequeñez, de reconocer que no
soy dueño de la verdad, si no que Tú eres el Señor de la Vida. Da consejo, a todos los maestros, profesores,
catequistas, educadores, padres: llénalos con tu poder y misericordia, para que puedan avanzar e instruir con
palabras sabias y testimonio convincente. Amén.

Novena estación: Jesús cae por tercera vez. Dar buen consejo al que lo necesita.
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Porque con tu Santa cruz has redimido el mundo.

Del Evangelio según san Marcos: “Jesús les dijo: «Y Jesús les dijo: «Todos ustedes se van a escandalizar,
porque dice la Escritura: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas. Pero después que yo resucite, iré antes
que ustedes a Galilea». Pedro le dijo: «Aunque todos se escandalicen, o no me escandalizaré». Jesús le
respondió: «Te aseguro que hoy, esta misma noche, antes que cante el gallo por segunda vez, me habrás
negado tres veces».

Poco antes de tu pasión, Jesús, mostraste a los discípulos la duda como una caída y como causa de futuras
caídas. Una duda que conlleva la fuga, la dispersión, la traición. La duda que me quita la fuerza y me tira al
suelo. La duda que me hace pensar que podría no levantarme nunca de mi caída. Cada uno de mis pecados
conlleva otro. Caída tras caída, al final se pierde la esperanza. La duda que me dice: «Este es un vicio más
fuerte que tú». ¡Esta duda, en último término, es la duda en Ti! Que Tú no quieras levantarme. La duda en el
propósito y el significado de mi vida. En tu Providencia. Y en la Misericordia.

Señor Jesús, te damos las gracias por todas las preguntas que surgen en nosotros en esta estación. No
queremos respuestas fáciles. Te pedimos que estemos humildemente abiertos a tu Espíritu, al Espíritu del
Consejo, recibido en la Confirmación en su sabiduría y discernimiento. Por todos los que no pierden la fe en
las personas. Y en Ti. Amén.
Décima estación: Jesús es despojado de sus vestiduras. Vestir al desnudo
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Porque con tu Santa cruz has redimido el mundo.

Del Evangelio según san Lucas: “Entonces partió y volvió a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos,
su padre lo vio y se conmovió profundamente, corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó. Pero el padre dijo a
sus servidores: "Traigan enseguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los
pies”

Cuando se arrodilló delante del Padre, estaba casi desnudo. Lo había perdido todo. Había perdido su
autoestima. Desnudo como un esclavo.Desnudo, como Adán y Eva en el Paraíso, después de cometer el
pecado. Esta escena, Señor Jesús, me ayuda a ver de otra forma tu desnudez en el Gólgota. Desnudo en la
muerte: en la resurrección has sido vestido de nuevo con la dignidad filial. Y nosotros en vos. ¡Dios Padre, Tú
eres la persona que primero «vistes a los desnudos»!Te pedimos para que te podamos imitar.

Señor, enséñanos a compartir nuestras vestiduras, que tengamos la capacidad de abrigar al que está
desnudo de espíritu, con la alegría del Evangelio. Déjanos también observar la modestia y la pobreza en el
vestir. Te lo pedimos por el que ha tomado nuestra desnudez, para revestirnos con la vestimenta del hombre
nuevo. Amén.

Decimoprimera estación: Jesús es clavado en la cruz. Sufrir con paciencia los defectos del prójimo
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Porque con tu Santa cruz has redimido el mundo.

De los Hechos de los Apóstoles: “Al oír esto, se enfurecieron y rechinaban los dientes contra él. Esteban,
lleno del Espíritu Santo y con los ojos fijos en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús, que estaba de pie a la
derecha de Dios. Después, poniéndose de rodillas, exclamó en alta voz: «Señor, no les tengas en cuenta este
pecado». Y al decir esto, expiró.”

Paciencia no significa solo callar cuando creamos conveniente.La paciencia de Esteban, la paciencia de los
mártires es el amor hacia los transgresores.Se trata de un testimonio fuerte. Es un silencio lleno de paz,
interrumpido solo por una oración de perdón.

Jesucristo, paciente y de gran misericordia, déjanos que te podamos admirar como lo hizo Esteban. ¡Deja que
descubramos la paciencia, como acto de gran misericordia!.Cordero silencioso llevado al matadero manifiesta
en nosotros tu paciencia. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

Decimosegunda estación: Jesús muere en la cruz. Dar de beber al sediento


V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Porque con tu Santa cruz has redimido el mundo.

Del Evangelio según san Juan: “Después, sabiendo que ya todo estaba cumplido, y para que la Escritura se
cumpliera hasta el final, Jesús dijo: Tengo sed. Había allí un recipiente lleno de vinagre; empaparon en él una
esponja, la ataron a una rama de hisopo y se la acercaron a la boca.”

Se te ha dado vinagre a los labios.El último acto de malicia. Tal como lo había preanunciado el salmista:
Espero compasión, y no la hay; consoladores, y no los encuentro. En mi comida me echaron hiel, para mi sed
me dieron vinagreMe asusta pensar que pueda suceder otra vez hoy. Que me convierta en indiferente,
escapar ante las necesidades de las personas solas y de las que están a punto de morir.

Señor Jesús, concédenos estar verdaderamente al lado del que tiene sed. Te bendecimos por todo lo que
realizan los que están a tu lado, reconociéndote en los moribundos.Solo Tú puedes saciar plenamente todas
las necesidades humanas por los siglos de los siglos. Amén.
Decimotercera estación: Jesús, muerto, es bajado de la cruz y entregado a su Madre. Rezar a Dios por
los vivos y por los difuntos
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Porque con tu Santa cruz has redimido el mundo.

Del libro del Profeta Isaías: “Destruirá la Muerte para siempre; el Señor enjugará las lágrimas de todos los
rostros, y borrará sobre toda la tierra el oprobio de su pueblo, porque lo ha dicho él, el Señor.”

Te miramos, María, sentada a los pies de la Cruz, con el cuerpo de tu Hijo en tu regazo. Perseverando en la
oración.Tu oración, María, en el Calvario, es una experiencia de poder, no de debilidad.

Señor Jesús, te damos gracias por las personas que no dejan de luchar de manera misericordiosa por los
demás. Gracias por los que oran por los muertos y que con las oraciones y el ayuno sostienen a los
enfermos, a los moribundos, a los que lloran por sus seres amados. Te pedimos que nos regales el don de
oración, para poder acompañar con ella a los que sufren la muerte de un ser querido. Amén. Madre de
Misericordia, ¡ruega por nosotros!

Decimocuarta estación: Jesús es colocado en el sepulcro. Enterrar a los difuntos


V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Porque con tu Santa cruz has redimido el mundo.

Del libro del Eclesiástico: “Hijo mío, por un muerto, derrama lágrimas, y entona un lamento, como quien sufre
terriblemente. Entierra su cadáver en la forma establecida y no descuides su sepultura. Llora amargamente,
golpéate el pecho, y observa el duelo que él se merece”

Ser cristianos, es entre otras cosas, acordarnos de los que ya no existen físicamente. Nuestros difuntos no
pueden caer en el suelo del olvido. Qué triste es que vayamos desparramando como si nada fueran las
cenizas de nuestros seres queridos.

Señor Jesús, te pedimos que nos ayudes a descubrir el verdadero sentido de nuestro cuerpo como templo en
el que habitas y la importancia de darle el debido cuidado a nuestros queridos difuntos esperando la gloriosa
Resurrección de los muertos.

También podría gustarte