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Lady Ragnell

Un día a finales de verano, Gadwin, el sobrino del Rey Arturo, estaba con su tío y
los caballeros de la corte en Carlisle. El rey volvió de su cacería diaria tan pálido y
alterado que Gadwin le siguió a sus aposentos y le preguntó qué le sucedía.
Durante su cacería, Arturo había sido atrapado por un terrible caballero del norte
llamado Sir Gromer, que buscaba vengarse por la pérdida de sus tierras. Gromer
había dado a Arturo la oportunidad de escapar, con la condición de que, un año
después, acudiera desarmado al mismo lugar con la respuesta a la siguiente
pregunta: “¿Qué desean las mujeres por encima de todo?”. Si hallaba la respuesta
correcta a esa pregunta, salvaría su vida.
Gadwin aseguró a Arturo que juntos podían hallar la respuesta correcta a la
pregunta, y durante los doce meses siguientes fueron recogiendo respuestas de
uno a otro confín del reino. A medida que se acercaba el día, Arturo temía que
ninguna de ellas resultara ser cierta.
Unos días antes de su cita con Sir Gromer, Arturo salió a cabalgar solo por el
dorado tojo y el morado brezo hasta un bosque de grandes robles. De pronto, ante
sus ojos apareció una mujer enorme y grotesca. “Era casi tan ancha como alta. Su
piel estaba llena de manchas verdes y su cabeza estaba cubierta por un cabello
como de púas de algas. Su rostro parecía más animal que humano”. Se llamaba
Lady Ragnell. La mujer dijo a Arturo que sabía que iba a encontrase con su
hermanastro Sir Gromer sin tener todavía la respuesta correcta para su pregunta.
También le dijo que ella la conocía y se la daría si el caballero Gadwin accedía a
casarse con ella. Arturo se aterró y exclamó que eso era imposible, que no le daría
a su sobrino. “No te pedí que me dieras al caballero Gadwin-le espetó ella-. Si el
caballero Gadwin accede por su propia voluntad a casarse conmigo, entonces te
daré la respuesta a tu pregunta. Esa es mi condición”. Y, tras añadir que la
encontraría al día siguiente en el mismo lugar, desapareció en el robledal.
Arturo quedó anonadado porque no podía considerar siquiera la posibilidad de
pedir a su sobrino que entregara su propia vida en matrimonio a esa horrible mujer
para salvar la suya. Gadwin salió cabalgando del palacio para encontrase con el
rey y, al ver su aspecto pálido y angustiado, le preguntó qué había sucedido. Al
principio, Arturo se negó a decírselo, pero cuando al fin le confesó los términos de
la propuesta de Lady Ragnell, Gadwin se alegró sobremanera de poder salvar la
vida de Arturo. Cuando el rey le suplicó que no se sacrificara por él, Gadwin
respondió: “Esa decisión es solo mía. Volveré mañana contigo y accederé a la
boda con la condición de que la respuesta que te dé sea la correcta para salvarte
la vida”.
Arturo y Gadwin se encontraron al día siguiente con Lady Ragnell y accedieron a
su propuesta. Al día siguiente, Arturo cabalgó solo y desarmado para encontrase
con Sir Gromer. Arturo probó sin éxito todas sus demás respuestas y, cuando Sir
Gromer ya alzaba la espada para cortarlo en dos, añadió: “Tengo una respuesta
más. Lo que la mujer desea por encima de todo es el derecho a su soberanía,
el derecho a ejercer su propia voluntad”.
Sir Gromer montó en cólera adivinando que Arturo había averiguado la respuesta
correcta de labios de Lady Ragnell. Maldijo a su hermanastra y desapareció en la
espesura.
Gadwin fue fiel a su promesa y se casó con Lady Ragnell ese mismo día. Después
del banquete de boda, al que asistieron en horrorizado silencio todos los nobles y
damas de palacio, la pareja se retiró a sus aposentos. Lady Ragnell pidió a su
esposo que la besara. Gadwin lo hizo al instante. Cuando se retiró, ante sus ojos
había una joven de bella silueta con ojos grises y un rostro sereno y sonriente.
Gadwin se asombró y, asustado de la magia de su esposa, le preguntó qué había
sucedido para producir tan espectacular cambio. Ella le dijo que su hermanastro la
había odiado siempre y le había dicho a su madre, que sabía de brujería, que la
transformara en una criatura monstruosa que solo podía desencantarse cuando el
mayor caballero de toda Inglaterra la tomara voluntariamente como esposa. El
sorprendido esposo le preguntó por qué Sir Gromer la odiaba tanto. “Me juzgaba
atrevida y poco femenina porque le desafié. Me negué a obedecer sus órdenes,
tanto con respecto a mis tierras como a mi persona”. Gadwin sonrió lleno de
admiración y se maravilló de que el embrujo hubiera sido roto. “Solo en parte-
respondió ella-: tienes que elegir, mi querido Gadwin, cómo seré. ¿Prefieres que
tenga mi forma real por la noche y mi otra forma horrible durante el día? ¿O
deseas que tenga mi forma grotesca por la noche en nuestro dormitorio y mi forma
real en palacio durante el día? Piénsalo bien antes de decidir.”
Gadwin lo pensó un momento y se postró ante su esposa, cogió su mano y le dijo
que él no debía escoger porque la elección dependía de ella, la única persona que
podía tomarla. Y añadió que el apoyaría gustoso la decisión. Ragnell irradiaba
alegría: “Has respondido bien, queridísimo Gadwin, pues tu respuesta ha roto por
completo el maleficio de Gomer. ¡La última condición que puso ha sido cumplida!
Pues dijo que si, tras mi boda con el mayor caballero de Inglaterra, mi esposo me
concedía libremente el derecho a ejercer mi propia libertad, el maleficio quedaría
roto para siempre”.

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