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Catrecillo

10 Sep 2017

Anticonceptivos, libertad y participación


Ana Cristina Vélez

La idea de que la sociedad perpetúa porque sí, por pura inercia, el dominio sobre la mujer es una idea
incompleta. La memoria es frágil; además, es difícil ver las situaciones en perspectiva. Qué tan fácil
es olvidar que sin el invento de la píldora anticonceptiva el mundo de la mujer no podría haber
cambiado mucho. ¡Lo que le debe la mujer a la ciencia! Nada menos que la libertad. Traigamos a la
memoria hechos constatables, como que en Occidente hasta 1960 las mujeres se casaban muy
jóvenes, de 14, 15, y 16 años, una vez maduraran sexualmente, y desde el primer año de matrimonio
quedaban en embarazo. Sus vidas, de ahí para delante, no era más que una sucesión de embarazos y
crianzas.

Lo bueno de las series como Llama a la partera es que permiten recordar y vivenciar la condena
que era la vida de la mujer hasta mediados del siglo 20; claro, desde el punto de vista de hoy: con
libertad y educación, y más aspiraciones que la de conseguirse un marido. ¿Qué decisiones puede
tomar una persona que no tiene más educación que la del bachillerato, o en muchos casos solo la de
la primaria? Educación es información, educación es libertad; y además, hay que poder evitar el
embarazo para disponer de tiempo para pensar, investigar y producir. Si las mujeres queremos un
mundo más justo y más igualitario, lo primero que necesitamos es educación y, luego, tiempo sin
hijos, para trabajar y producir. La autonomía es una consecuencia del trabajo. Sin ingresos propios no
hay capacidad de decisión, no hay libertad y no hay autonomía. La libertad empieza en la billetera.
Hombre proveedor, hombre jefe. La violencia doméstica se acaba si la mujer tiene los medios para
vivir independientemente, y con la capacidad de sostener a sus hijos. La autonomía económica es una
fuerza mucho más amenazante que la fuerza física.
Los hombres aporrean a las mujeres para mostrar su dominio y poder, y lo hacen esencialmente
porque son más fuertes físicamente (aunque el que lo hace demuestra una debilidad e inferioridad
sicológicas). Pongamos las cosas al revés: imaginemos que las mujeres tuviéramos más musculatura
que los hombres, más tamaño y más fuerza y peso. Pensemos que fuéramos como Mike Tyson. La
violencia física terminaría, pues un tipo, porque se ofuscó, no se le va a ocurrir darle unas palmaditas
a Tyson. Las hienas hembras son un 10% más grandes que los machos, más fuertes físicamente;
característica que hace la relación entre machos y hembras bastante interesante. No podemos cambiar
el dimorfismo sexual entre hembras y machos de la especie humana, pero podemos cambiar la
capacidad de acción, de determinación, por medio de la educación escolar y de la difusión de los
métodos anticonceptivos. Sin duda, las leyes ayudan a controlar, un poco, los comportamientos
salvajes.

Antes de la píldora, los métodos anticonceptivos eran no solo prohibidos por la religión Católica (en
gran medida porque a las religiones les interesa tener el mayor número de fieles) sino muy poco
eficaces. En 1873, en USA, se prohibía incluso dar información sobre anticoncepción. En la primera
guerra mundial, los soldados gringos no tenían acceso a los condones. En USA, hasta 1972 estuvo
prohibido dar información anticonceptiva a los pacientes casados (el fallo Eisenstadt v. Baird).

Es interesante saber un poco de la historia de la famosa píldora a la que debemos tanto. En el siglo
veinte, los inventos ocurrieron simultáneamente en varias partes del mundo; es difícil asignarle el
mérito a un solo padre, pues este título se lo llevan muchos. En 1930, un grupo de científicos del área
de la química aisló las moléculas de andrógenos, estrógenos y progesterona. Las extraían de animales
y resultaban supremamente costosas. En 1939, en Pensilvania, un profesor encontró la manera de
sintetizar la progesterona de una planta, la zarzaparilla; pero nada, seguía siendo imposible de ofrecer
comercialmente, por su alto costo de producción. En 1951, Luis Ernesto Miramontes, mexicano, logró
sintetizar la noretisterona, y por ello se puede decir que fue el inventor del primer anticonceptivo oral.
La patente la obtuvo la compañía química mexicana Syntex S.A., para la cual Miramontes trabajaba.
Luego encontraron otra planta en México, el saponin, y llegaron a una nueva píldora: el enovid. En
1956 fue la primera píldora que se vendió, “camufladamente”, como regulador el ciclo menstrual. Sin
embargo, la píldora desencadenaba muchos efectos adversos. Lo que es increíble, a pesar de los
esfuerzos de algunos científicos, fue que los gobiernos no mostraran interés en la producción de la
píldora (y siguen indiferentes al problema número uno del mundo: la superpoblación). En 1951, con
el esfuerzo mancomunado de fundaciones independientes, ingenieros químicos y movimientos para
el control de la natalidad liderados por mujeres (Margaret Sanger) llegaron al descubrimiento de que
la progesterona inhibía la ovulación. Se descubrió, también, que estrógenos y progesterona usados
juntos eran aún más efectivos para evitar la ovulación y descar los efectos indeseables. En 1960, la
FDA por fin aprobó la píldora, y hoy es el método anticonceptivo más usado en el mundo.
Fue una verdadera maravilla cuando la tecnología médica logró anular las obligaciones que nos
imponía la naturaleza. La libertad de tener vida sexual sin las implicaciones de la fecundación es algo
muy nuevo en la historia de la mujer, por eso apenas estamos demostrando de qué somos capaces, y
sin dudas es mucho lo que hemos ganado y en muy poco tiempo.

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