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Ana Castellanos se va adentrando en la vida de sus per-
sonajes, los va viviendo con una intensidad que irá creciendo
a medida que el tiempo transcurre en la obra. Los irá envol-
viendo en tramas secundarias, sin dejar de lado la principal.
Así nos va atrapando en sus renglones y nos hace meditar,
a medida que vamos leyendo, en la misma medida en que vamos
conociendo a los que conforman la trama de Corazones heri-
dos, que son muchos.
Magistralmente ella nos va llevando por caminos donde
a veces no vemos la luz, pues tal vez queremos ir más de prisa
que la autora; emprendemos algo así como una carrera para
terminar la lectura y saber qué sucede al final, pero ella nos va
deteniendo con idas y venidas, con encuentros inesperados, con
amores incomprendidos, con suspiros colgados de las noches en
vela, de llantos reprimidos, ahogados dentro de los pechos, que
se niegan a dejarlos salir.
Su narración hace que nos vayamos metiendo en la trama de
su obra y, sin darnos cuenta, llegamos a ser parte de ella y sen-
timos a la par que ella; nos dejamos llevar de la mano de la au-
tora quien logra que formemos una simbiosis que luego es muy
difícil definir.
Se narra la vida de más de una generación, las empata entre
sí y las hace caminar juntas, tomadas de la mano, provocando
que los lectores, llegado un momento, no sepan ni a quién que-
rer ni a quién no amar.
Las acciones del pasado se dan cita en el presente y el co-
mienzo de la novela surge de pronto, nuevamente, creando un
ambiente con personajes que tienen distintos nombres, pero muy
similares características.
Podemos pensar que se va a repetir la historia, que pasará lo
mismo, pero ella con una gran habilidad nos muestra… lo que
verá cuando llegue usted, lector, a esas páginas. Lo que sí le
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adelanto es que la obra toma el giro que Ana, como autora, ha
pensado desde el principio.
Ana Castellanos es una mujer que escribe con fuerza, no con
una que causa daño, que duele, no; ella escribe con una fuerza
que marca, que nos conduce por el camino que ella desea to-
mar, de forma que ni cuenta nos damos.
Espero que muy pronto podamos leer una nueva novela de
Ana Castellanos.
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Con solo un pestañazo todo puede cambiar. En la vida es
necesario perdonar siempre y amar con todas las fuerzas de tu
corazón. Nunca podrás saber si tendrás otra oportunidad.
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—Oye, estos son los autos del año. Mira, Charles, te enseñan
todo el mecanismo y el interior. Están fenomenales. ¿Dónde las
conseguiste?
—Son europeas, se las regalaron a mi papá unos ingenieros
alemanes que trabajan con él.
—¿Y qué es eso tan grande que traes envuelto? —pregunta
Charles, curioso.
A Jani se le ilumina la cara y olvida por completo el pasaje
de la presentación.
—Esto, mi querido amigo, es tu regalo de cumpleaños. No es
gran cosa, pero como veo que no tienes decoración en tu cuarto,
creo que te vendrá bien. Espero que te guste.
Charles está muy sorprendido, nunca antes una mujer le ha-
bía hecho un regalo, a no ser de la familia. Lo pone encima de la
cama y comienza a romper el papel cartucho con el que estaba
envuelto. El póster había quedado boca abajo y al voltearlo
Charles se quedó asombrado, sin saber qué decir y muy contento
con su sorpresa.
—¡Jani! Muchas gracias, nunca había visto algo igual —se
levanta de un salto, la abraza y le da un beso en la mejilla—.
Gracias —se lo repite, pero esta vez en un tono más bajo e ín-
timo.
A Jani se le aflojan las piernas. No pudo evitar sentir su olor
entre jabón y hombre acabado de afeitar, y su cuerpo, duro de
músculos que la tenían en sus brazos tan tiernos donde se podría
vivir para siempre.
Ambos se separaron demasiado rápido, ganando distancia en-
tre ellos, como si se quemaran si pasaban otro segundo piel con-
tra piel.
—Fue un placer. Felicidades. Se me ocurrió hacerlo ayer des-
pués que me dejaste en la casa.
—¿Lo hiciste tú? No puedo creerlo, eres buenísima.
—Bueno, utilicé algunas revistas. El auto rojo fue el más
grande que encontré en la página del medio, y el que me dio la
idea para el resto del collage.
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pero con esta Jani algo le decía que Charles quería problemas, al
meterse en el medio con sus miraditas, y jugar al ángel guardián.
—Escucha lo que te voy a decir, Charles, y escúchame bien.
Aléjate de esa mujer si no quieres tener problema conmigo. Es
la última vez que te advierto.
—Tú a mí no tienes que advertirme nada. Yo no la fui a bus-
car, ni tengo nada que ver con ella, solo una simple amistad que
comienza.
—¡Oh! ¿Qué pasa, caballeros? ¡Que no se diga! —interrum-
pe Juan—. Con tantas muchachas que hay, no tienen que pe-
learse por la misma. En este caso, ¿por qué no dejan que ella sea
la que escoja?
—El problema es que ya ella está escogida —responde Ro-
bert, rabioso.
—A mí no me interesa como mujer. Es una buena chica, eso
es todo; pero Robert es muy celoso, y te aseguro que sin razón.
—Eso espero —responde Robert, con un tirón de puerta.
Hace una semana que Jani evita pasar por la esquina de la casa
de los Lagarderes. Este sábado no irá a la fiesta del barrio donde
estaba invitada, pues sabe que también están invitados los dos
hermanos y no quiere tropezarse con ellos.
Ya había convencido a Susan de ir a la fiesta con otra amiga,
allí tal vez conocería muchachos nuevos. Esa noche Susan vino
a despertarla por la ventana a las dos de la mañana, estaba tan
excitada que metió la cabeza entre los barrotes y por poco se le
queda trabada. Después de un gran susto, que terminó en risas
a carcajadas, Susan le cuenta que había conocido el gran amor
de su vida. Jani se alegró mucho por su amiga y deseó que algún
día ella también corriera la misma suerte.
Ese domingo fue a la iglesia más tarde para no encontrarse
con Mary, pero de regreso a su casa se la tropezó en la calle.
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sus rezos diciéndose que solo quería que él fuera feliz, y de no-
che invadía sus sueños, soñaba con sus ojos y su boca y podía
sentir el olor de su cuerpo, como el día de su cumpleaños en
aquel abrazo que, casi al descuido, se había incrustado en su me-
moria con detalles y para siempre.
«¿Cómo era posible que en tan poco tiempo este hombre se
hubiera metido bajo mi piel?», pensaba Jani, sin encontrar res-
puesta. Era la primera vez en su vida que se hallaba tan confun-
dida, nunca antes había experimentado estos sentimientos por
nadie, todos mezclados y enredados: pasión, miedo, cariño, an-
siedad, ternura, desesperación. Sin embargo, sabía que nada de
esto tenía sentido. Era imposible abrirse y mostrarlos; debían ser
olvidados o escondidos en lo más profundo de su alma, pues
nunca serían correspondidos y traerían aún más confusión y pro-
blemas para todos.
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quien se enfrenta es con Robert, que tiene los ojos rojos y casi
cerrados. Él le acerca la cara y su aliento de alcohol la golpea
repulsivamente.
—Ven acá, muñeca, ¿a dónde vas con tanto apuro? —Robert
la empuja contra el muro del club y bloqueando su camino le
roba un beso.
Jani se siente con náuseas y trata de escapar de sus garras
inútilmente.
—Robert, por favor, estás borracho. Tenemos que hablar, pe-
ro no así, no ahora.
—Para qué hablar tanto cuando los deseos sobran.
Y es así que los encuentra Charles quien en esos momentos
sale del club. Charles la había visto salir apurada y reconoció la
angustia y humillación en su rostro y luego de unos minutos de
indecisión, quiso seguirla y tal vez disculparse por actuar sin
control sobre sus sentimientos. Se había comportado egoísta-
mente dejándose llevar y jugando al príncipe encantado. Jani no
se merecía esto, sobre todo no de él que era un cobarde y no
lucharía por conquistarla. «Coño, era también la felicidad de su
hermano que contaba, al que había prometido proteger y cuidar
casi desde el día que nació».
Y ahí estaban, reconciliándose. Charles se queda sorprendido
y un dolor le oprime el pecho. ¿Acaso no era esto lo que él mis-
mo le había ofrecido a Jani, tratar de reconciliar la relación con
su hermano? Aparentemente ya no necesitaban de él.
Jani se le queda mirando con los ojos redondos casi implo-
rando que la ayude a salir de esa situación, pero Charles, des-
pués de mirarla, baja la cabeza y se marcha ignorándola por
completo. Jani grita su nombre en la noche desolada, en un úl-
timo intento, pero Charles sigue su camino sin mirar atrás.
El corazón se le oprime a Charles en el pecho al escuchar su
nombre. «¿Para qué me llamas?», se pregunta con tristeza. «Es
con mi hermano que debes estar feliz».
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que una amiga, o en una amiga como no hay otra, y por ello
daba gracias a Dios.
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—¿Qué le pasa?
—Se pasó la noche con fiebre alta y no estaba en condiciones
de ir solo. El médico dice que tiene amigdalitis y la infección ya
le cogió los bronquios. Le recetaron antibióticos, pero mañana
se quedará en cama, pues sigue con fiebre alta y necesita reposo.
—Bueno, pero si la fiebre no se le baja tiene que regresar
a ver al médico, pues tal vez necesite cambiar el antibiótico
o algún otro tratamiento…
Jani está muy preocupada y trata de esconder su angustia.
—Esperemos que no. Su metabolismo siempre ha reaccio-
nado así y de costumbre le toma más tiempo para asimilar el
medicamento. Por eso vine a verte, para pedirte, si no tienes
nada planeado para mañana, que pases por la casa a eso de las
once y le recuerdes tomarse sus pastillas. Son amarillas y se las
dejo en la mesita de noche.
—No te preocupes, Mary, cuenta conmigo.
—Gracias, nena, ya sabes cómo son los hombres cuando se
enferman, como bebés, y si una no se ocupa de ellos se quedan
tirados en la cama todo el día sin moverse. También le dejo una
sopita en el refrigerador si tiene hambre, y te dejo la llave para
que entres. Posiblemente esté dormido y no te quiera abrir.
Jani se siente más tranquila. Todo parece estar bajo control
médico.
—Gracias a Dios esta semana estoy aquí y puedo ayudarte,
porque al final del mes me voy a pasar una semana en Isla
Verde. Mi abuelo me alquiló en el San Juan como regalo de
graduación. También será la despedida con mis mejores amigas,
pues mi abuelo dice que mejor irme en septiembre antes que co-
miencen los ciclones.
—Sí, creo que tiene razón, así no te quedas atrapada aquí si
pasa uno cerca este año.
—Sí, pero también porque abuelo me consiguió un cuarto de
estudiante que no quiero perder. Es tremenda oportunidad vivir
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—No me toques.
Charles le agarra la mano por la pulsera y se la baja a la
cama.
—Ven acá, tontico malcriado.
Jani se acomoda recostando la espalda a la cabecera de la
cama, y estirando las piernas pone la cabeza de Charles re-
costada a su vientre. Un instinto maternal la invade y comienza
a acariciar y peinar con sus dedos el pelo desarreglado de Char-
les que lo hace lucir aún más tierno. El joven suspira y pasa sus
brazos por su cintura dejándose invadir por las caricias de la
muchacha, sin fuerzas para contradecirla.
Mientras acaricia su pelo, todo tipo de sentimientos tiernos se
apoderan de su cuerpo y siente un deseo incontrolable de abra-
zarlo, protegerlo, llenarlo de felicidad y amarlo para siempre.
Mira su rostro adormecido, tan angelical y adorable, tratando de
aliviarlo con sus caricias.
De pronto, cuando más relajada estaba, casi quedándose dor-
mida, siente los brazos de Charles apretarse un poco más contra
su cuerpo, y con un suspiro casi impredecible acaricia su ab-
domen con su cara, ligeramente arañando su delicada piel con la
sombra de la barba de dos días sin afeitar. Jani nunca había
experimentado una caricia tan sensual, y aprieta los muslos in-
voluntariamente.
—Jani…
Charles dice su nombre casi en un suspiro.
—Sí, Charles…
—La otra vez… cuando fuimos a aquella fiesta…
—Sí…
—Yo… quisiera disculparme.
—¿Por qué?
—No me comporté bien contigo.
—Olvídalo.
—No, te dejé sola y luego pensé que habías vuelto con mi
hermano.
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—Charles, lo siento.
—¿De qué hablas? —se vira y la abraza.
—No deberías pelearte con tu hermano. Quiero decir, te agra-
dezco que me defendieras, pero al mismo tiempo siento que sea
tu hermano y que por mi culpa haya causado problemas entre
ustedes.
—Soy yo el que siento mucho tener un hermano tan mierda.
—No hables así, él está equivocado, confundido, se creó un
mal concepto de mí y creo que yo también tengo un poco de
culpa en todo esto. Le permití con mi silencio y miedos todas
sus ideas erróneas. Además, yo me voy y él seguirá siendo tu
hermano por el resto de tu vida. Ya verás como todo se arregla
entre ustedes.
—Jani, Jani, ¿cómo puedes ser tan buena después de todo?
—y la besa en la frente.
—No podemos culparlo, Charles. Desde el principio, fueron
mis acciones las que lo impulsaron a actuar equivocadamente.
Jani levanta la cabeza y lo mira a los ojos perdiéndose en su
indescriptible dulzura que, después de haber pasado por unos
momentos de pánico, la invitan a sumergirse en una paz total.
Aquí en los brazos de Charles sabe que podrá vivir para siempre
sin que nada malo pueda pasarle.
Charles le besa los ojos con una suavidad que le derriten las
entrañas; luego desciende hasta las mejillas, su nariz, su mentón,
y sin poder detenerse vuelve a besar su cara hundiéndola en su
pecho. Jani arde de pasión y agoniza desesperadamente de tener
todo o nada.
—Dios mío, Charles, no sigas esta tortura y bésame en los la-
bios, antes que me mates de deseos.
Jani tira la cabeza hacia atrás cerrando los ojos y brindando
su boca entreabierta. Charles la mira sorprendido y sonríe delei-
tado en su expresión tan sensual. Nunca pensó que Jani pudiera
ser tan expresiva, y saber cuánto ella lo desea lo excita aún más.
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mar desde allí. Charles quiere hacer esta noche perfecta, pero
después de tanto esperar, de tanta indecisión y agonía, pensando
que nunca sería suya, no puede esperar más, tiene que tenerla
ahora. Se separa de ella por solo un instante para cerrar las cor-
tinas, y cuando se vira se encuentra a Jani en ropa interior, con
la mano extendida, invitando, dando, deslumbrando, en un mi-
núsculo bikini de encaje rosado y ajustadores del mismo color
a media copa. Con los labios hinchados y rojos de ser besados
y los ojos entrecerrados, llenos de deseos, Jani lo espera.
Charles llena sus pulmones de aire, con el pecho lleno de
emoción y el corazón queriéndosele salir. «Es mía, al fin mía.»
Con dos pasos vence la distancia entre ellos. Loco de pasión,
la toma entre sus brazos y la besa profundamente, al mismo
tiempo que sus manos recorren su cuerpo, como tratando de me-
morizar todas sus suaves curvas que lo hacen querer arrastrarse
a sus pies y hacerle el amor a cada parte de su cuerpo hasta
morir de éxtasis.
Con un pequeño murmullo de frustración, Jani saca el borde
de su camiseta del pantalón y él sube los brazos ayudando a des-
nudar su torso. Jani lame y besa su cuello, su pecho, lo acaricia.
Sabiendo que no era suficiente, desciende las manos al cinto de
su pantalón, pero Charles solo le permite abrir el botón de la
faja. Entrelaza sus dedos con los de Jani, le sube las manos al
cuello y le desabrocha los ajustadores dejándolos caer al piso.
Jani se arquea apretando sus senos contra su pecho desnudo
y sintiendo su piel contra la de él.
Charles la aguanta por las nalgas y la carga, pasando sus
piernas alrededor de su cintura y dejando sus senos más ex-
puestos al nivel de su boca. Pasa su lengua alrededor de un pe-
zón, lo chupa y lo besa hasta dejarlo como un botón oscuro,
erecto, duro, perfecto, y después pasa al otro para causar el mis-
mo efecto y ponerlos entre sus dientes, y con un poco de presión
hacerla gemir de deseos. Oh, Dios, Jani sabía a locura, a deli-
ciosa locura y en este momento nada importaba más que estar
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dentro de ella, acoplar y no dejar espacio para nada más que sus
cuerpos unidos.
Charles desliza sus dedos entre sus piernas empujando el bi-
kini hacia un lado, acaricia la entrada de su sexo, tan mojado,
tan caliente y listo, e introduce un dedo suavemente, moviendo,
probando, mirándola a la cara y reduciéndose en su gozo. Jani
tiembla, y agarrándolo por los pelos lo lleva hasta sus labios, lo
besa y murmura casi sin aliento:
—Apúrate.
Él la deja caer hacia atrás, depositándola en el diván, mien-
tras la besa con ardor. Jani no quiere esperar más, con movi-
mientos más bien torpes abre su pantalón y con la ayuda de
Charles los desciende hasta sus caderas. Una vez más Charles le
acaricia su sexo introduciendo un dedo y luego otro rotándolos
dentro de su vagina hasta llegar al clítoris. Jani gime deses-
perada. Sentir la erección desnuda y desenfrenada de Charles
contra sus caderas la excita aún más, y su mano va buscando
y palpando su miembro hasta lograr un poco de presión. Charles
gruñe como un animal salvaje y Jani lo acaricia, y mojando su
pulgar de su secreción se lo lleva a la boca, y lo chupa, pro-
bando su sabor amargo-dulce.
—Oh, Jani, me arrebatas.
—Por favor… ahora.
Charles le agarra las nalgas y se posiciona tentando la en-
trada. Jani estaba tan mojada que él no tiene más que cerrar los
ojos y deslizarse dentro de ella, despacio, acomodándose pulga-
da a pulgada, saboreando cada segundo.
—Jani…
—Sí… así.
—Oh, mierda… Jani, no tengo condones.
Charles se dispone a sacar su miembro, pero Jani lo aprieta
con las piernas desesperadamente.
—No, no pares, yo uso anticonceptivo.
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—Oh… sí.
Jani tiene un orgasmo tan fuerte y continuo que le corre por
entre los muslos, y aun en el espasmo del éxtasis siente a Char-
les eyacularse dentro de ella, caliente, inundándola con su es-
perma y gritando su nombre entre dientes.
—Ahh… Jani.
—Te amo.
Dos lágrimas de extremo placer corren por sus mejillas y es
todo lo que puede hacer antes de que sus piernas ya no la re-
sistan. Charles la aguanta abrazándola fuerte contra él por la cin-
tura, y apoyándose con la espalda a la pared, así se quedan por
largo tiempo, recuperando las fuerzas bajo el agua, hasta sentir-
se humanos nuevamente.
—Oh, Jani, eres increíble, divina.
—Eres tú, Charles, quien me haces vibrar con fuerzas que no
conocía. Has despertado en mí una mujer nueva que apenas re-
conozco.
—Una mujer que adoro.
Se besan y terminan de bañarse, uno ayudando al otro a la-
varse la cabeza y riendo, alternando el lugar bajo el agua. Jani
termina primero y envolviéndose el cuerpo en una toalla se de-
senreda el pelo. Charles viene por detrás, desnudo y sonriendo
a su imagen en el espejo, la carga en sus brazos como a una
niña, la lleva al cuarto y la deposita en la cama, mientras Jani le
llena la cara de besitos tiernos y le quita la toalla dejándola caer
al suelo, luego él se tira a su lado, y los dos comienzan a reírse
y a hacer volar los pétalos de rosas que caen nuevamente sobre
sus cuerpos desnudos.
—Tengo frío.
Charles le pasa un brazo por la espalda besando su nariz
y con el otro hala la sobrecama, para proteger sus cuerpos des-
nudos del aire climatizado, y con un pétalo de rosa acaricia la
cara de Jani, y se miran a los ojos hasta quedar dormidos.
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Han pasado casi veinticinco años desde que Jani llegó para vivir
en Nueva York y ahora regresará a su país natal a cumplir con
los últimos deseos de su abuelo. Solo un año atrás su abuela ha-
bía muerto de cáncer del seno y ahora su abuelo, quien desde
que ella y su hermano eran niños había sido como un padre para
ellos y se había ocupado de los dos no solo económicamente,
sino también atento a sus sentimientos siempre les brindó com-
prensión y amor.
En su testamento José Antonio le había dejado a Jani la di-
rección de la firma de arquitectos, con un 80% de los ingresos
en las acciones. Jani sabe que no será un trabajo fácil de cum-
plir, pero con sus años de experiencia como diseñadora ejecu-
tiva en la empresa de construcción de su suegro, con el que
siempre había tenido muy buena relación y discutían a menudo
de negocios, se sentía segura. Ahora se daba cuenta que su sue-
gro, sin que ella se percatara, la había estado preparando para
esto. Tal vez su abuelo le había hablado antes a su amigo de
cuáles eran sus planes.
Desde hacía cinco años Jani había vivido casi un constante
luto, que empezó con su esposo. Aún parecía ayer cuando Eddy
había entrado al hospital con la noticia de cáncer en el estó-
mago, por lo que necesitó de ella toda su atención y cuidado.
Jani había dejado de trabajar y casi vivía en el hospital a su lado.
La primera operación no había funcionado y pronto el cáncer se
le ramificó y convirtió a un hombre, aún joven y fuerte, en un
vegetal, sufriendo postrado en una cama en espera de la muerte.
Jani nunca olvidará cómo en sus momentos de lucidez, bajo el
efecto de la morfina, Eddy le sonreía y le pedía ser fuerte y con-
tinuar feliz sin él, amando la vida junto a su hija. Ella recuerda
con dolor aquel año de angustias, sobre todo para su hija Ashley
que estaba entrando en la adolescencia, con solo trece años
y sintiendo adoración por su padre.
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Jani se repetía a ella misma que todo iría mejor una vez es-
tablecidas en Puerto Rico y es con Ashley en mente que decide
comprar un apartamento en Isla Verde donde siempre existió
más vida nocturna y un ambiente divertido para la juventud. Jani
emplea una semana para acomodarse, tiempo récord, teniendo
en cuenta todos los traspasos, las ventas, las compras y los buro-
cratismos por los que tenía que pasar antes de comenzar en la
oficina. Lo que tomó más tiempo fue introducir a Ashley con
algunas de las hijas de sus antiguas amigas, pues con la mayoría
había perdido contacto desde hacía muchos años, y fue Ashley
quien le dio la idea de utilizar Facebook para encontrarlas.
Jani se sintió muy contenta al ver cuántas amistades de la
época de su juventud pudo contactar en la red y casi todas se
acordaban de ella. También encontró a su amiga Susan, la que
había visto por última vez en Nueva York cuando murió Eddy.
Susan vivía entonces en Miami con su familia, pero a Jani se le
había perdido su teléfono y perdió el contacto con ella. Ahora su
amiga, después de un divorcio, hacía un año había regresado a la
Isla con sus dos hijas que eran contemporáneas con Ashley. Na-
da podía lucir mejor, pronto comenzarían las vacaciones de ve-
rano y las muchachas podrían salir juntas.
Ya Ashley conducía y Jani le regaló un Porsche descapotable
para que saliera libremente y se divirtiera con sus casi nuevas
amistades, pues a pesar de que se habían conocido de niñas, no
tuvieron oportunidad de establecer esos lazos en la infancia.
Jani tuvo el impulso de buscar en la red a Charles, solo por
curiosidad, aunque no entrara en contacto, pero luego desistió de
la idea. Era mejor guardar la imagen de su Charles en su me-
moria y morir con ella, que encontrarse con un Charles gordo
y felizmente casado y rodeado de hijos. Solo de pensarlo le traía
una sonrisa a los labios. «Mi sucito», pensó. Aún recordaba la
primera vez que la besó, cuando se dio cuenta cuánto lo amaba.
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—Hablas en pasado.
—Sí. Papi murió hace cinco años.
—Lo siento mucho. Debió ser muy duro para ti.
—Sí, yo tenía solo trece años. El mundo se me hizo pedazos
sin él —Ashley se queda pensativa y triste mientras entran al
elevador.
—Disculpa, no quise ponerte triste —Raúl le toma la mano—.
Mira, si quieres te invito a almorzar. Me gustaría seguir conver-
sando contigo.
—¿Macdo? —Ashley levanta la cabeza y le sonríe como una
niña que le ofrecen caramelos.
Raúl ríe.
—¿Por qué no? McDonald está justo al lado, podemos ir ca-
minando. Te espero a las doce en la entrada principal.
—Okey. Bye.
—Hasta pronto.
Desde ese día Ashley comenzó a ir a la oficina a ayudar
a Carmen todos los lunes y miércoles por las mañanas, y por su-
puesto almorzaba con Raúl, y entre los dos fue creciendo la
amistad y atracción, cada segundo que pasaban juntos.
Jani estaba feliz por su hija que, al parecer, estaba más em-
bullada que de costumbre con esta nueva relación, amistad o co-
mo ella quisiera llamarla. También sabía que Raúl la respetaría,
no solo por ser un buen muchacho, sino porque ella era su jefa
y si le hacía daño a su hija lo lamentaría.
Ashley y Raúl comienzan a tener citas los viernes por las
tardes, y ya en la segunda ocasión, después de haber ido al cine,
la joven llega a su casa y despierta a su mamá con la noticia tan
esperada.
—Mami, me besó, ya somos novios.
—Uy…, quién lo hubiera imaginado —bromea Jani—. Cuén-
tame.
—Ay, mami, en el cine yo sentía que no dejaba de mirarme.
Creo que él ni se enteró de cuál película era.
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—¿Y tú?
—Yo fui la que escogí, una película de horror, pero solo para
tener el pretexto de apretujarme a él. Si me preguntas de qué
trataba, no tengo idea. Nos sentamos en la última fila y la pelí-
cula no iba por la mitad cuando empezamos a besarnos. Ay, ma-
mi, besa tan rico, que no quisiera tener que parar nunca.
—Oye, cuidado, no te calientes mucho.
—No te preocupes, él es bien respetuoso. Estuvimos ha-
blando por horas después que salimos del cine y quiere que co-
nozca a su familia.
—Oh, entonces el muchacho es serio. De veras le gustas.
—Claro que sí, mami, y él a mí. Es tan dulce y cariñoso. Con
esos ojos verdes que te hipnotizan y su pelo tan oscuro y sedoso.
Ay, mami, quisiera que la noche nunca terminara para quedarme
en sus brazos queriéndolo y besándolo —se tira en la cama con
los brazos abiertos, riendo.
Jani abre bien los ojos y hace sonar su garganta. Su hija nun-
ca le había hablado así antes, aunque ellas tenían mucha con-
fianza la una en la otra. Ashley se había enamorado y se hacía
mujer delante de sus ojos.
—Ya veo que no es solo Raúl quien lo ha tomado en serio.
Tal vez sea el momento apropiado de tener la conversación en-
tre madre e hija. Sabes que como mujer tienes que cuidarte y…
—Ay, mamá, tengo dieciocho años, no creas que soy tonta.
Además, hoy en día, en la escuela, antes de tener la primera
menstruación, te enseñan todo lo relacionado con el sexo, las
medidas de protección y las enfermedades de transmisión sexual
habidas y por haber.
—¿Ah, sí? Cuánto me alegro que los tiempos hayan cam-
biado.
—No te preocupes, ya compré las pastillas, y te prometo que
empiezo esta misma noche a tomarlas.
—¡Wao! Si las cosas van así de rápido, creo que yo también
quiero conocer a su familia.
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Jani cuenta las rosas en silencio, veinticinco. Con los ojos llenos
de lágrimas y sin mirarlo le da las gracias a Raúl y se retira rá-
pidamente a esconder sus sentimientos. Charles nunca lo sabrá,
pero ella también había vivido veinticinco años pensando en él.
El resto de la semana Jani lo pasa distraída en la oficina, y las
noches en vela, envuelta en el perfume de las rosas que Charles
le había enviado, y que ella había puesto encima de su cómoda.
Cada noche arrancaba un pétalo antes de irse a la cama y se lo
pasaba por los labios para recordar aquella noche de hace ya
tantos años, muriendo y viviendo un poco más de los recuerdos.
Pero cuando llega el fin de semana, Jani no sabe qué hacer para
sacarse esa tortura de adentro. Él le pidió en su nota que lo lla-
mara para hablar, pero ella no se siente con valor para ello. Jani
podía chequear su agenda y organizar trabajos o la próxima reu-
nión de la empresa. O leer o ponerse a hornear el cake favorito
de su hija, cualquier cosa era mejor que continuar con la cons-
tante retrospectiva de lo que hubiera sido. Pero dudaba de su
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—¿Te gustaron?
—Sabes que sí, gracias.
—Entonces fue un placer.
Jani piensa que Charles la va acompañar hasta el automóvil
y a unos pasos de llegar abre las puertas con el control de las
llaves y se vira para despedirse, pero ve con asombro que Char-
les cruza hacia el lado del pasajero y se monta.
—Discúlpeme, pero ¿a dónde piensa usted que va?
—Ya te lo dije, te acompaño.
—Por supuesto que no, sal de mi auto.
—Nop. Y no trates de convencerme, soy un terco sin re-
medio.
Jani está a punto de la desesperación. No sabe si reír o gritar,
y se sienta al timón.
—Charles… ¿Qué voy hacer contigo?
—Más fácil sería decir qué no harías, la selección es infinita.
Jani lo mira a los ojos, esos ojos que la hechizaron desde el
primer día que cometió el error de perderse en ellos. Era como si
le acariciaran el alma cada vez que la miraba y pudiera leer sus
pensamientos, controlarla.
—De acuerdo. ¿A dónde quieres ir?
—Adonde me lleves…
—¿Tú no trabajas hoy?
—Recuerda que soy el dueño. Ya llamé para que no me es-
peren en un par de horas.
Jani se queda pensando, no conoce bien su propio país y no
tiene idea de dónde pueden ir.
—Dijiste que vivías cerca de tu madre.
—Sí, a dos cuadras. ¿Quieres ver mi casa?
—Me gustaría. ¿Por qué no?
—De acuerdo. Te advierto que es el hogar de hombres sol-
teros, pero lo mantenemos limpio, o eso creo.
Charles siempre había sido un hombre limpio y de gustos
sencillos. Su casa de una sola planta y cocoteros a cada lado lo
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Mary llama por segunda vez esta semana a su hijo sin tener res-
puestas. Hubiera ido a su casa pero sabe que Charles no tiene
hora fija para llegar, y a veces trabaja hasta muy tarde. Esta vez
deja un mensaje.
—Charles, es mami. Por favor, llámame, es urgente.
No había pasado un minuto cuando el teléfono suena.
—Mami, soy yo. ¿Qué pasa?
—Nada, no te asustes, es que como no respondes y hace una
semana que no te veo…
—Sabes que estoy ocupado.
—Charles, también quiero que pases por la casa en cuanto
puedas, tengo que darte algo importante.
—¿Qué cosa es?
—Ya te explicaré cuando vengas.
—Okey, entonces estoy allí en media hora, antes que empiece
el turno de la tarde.
—De acuerdo. Te espero.
Charles queda intrigado y preguntándose qué será eso tan ur-
gente que no puede esperar y que su madre no quiso decir por
teléfono.
Mary abre la puerta y se asombra al ver el estado de su hijo.
Sabe que algo ha pasado.
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20 de septiembre de 1989
Mi amor, mi vida. Te he extrañado cada segundo que he
pasado sin verte y lo que más deseo es estar a tu lado para
ayudarte a pasar por estos momentos tan difíciles y sujetar tu
mano, ir contigo por todos los caminos buenos y malos de la
vida.
Sé que te sientes muy confundido y nos culpas, pero no
debe ser así. Tienes que aceptar que los accidentes son cosas
del destino, y no tenemos ningún poder sobre ellos, aun
cuando los veamos venir…
Por favor, no me cierres las puertas de tu corazón…
Si aún me amas, no encontraré otra manera mejor de vivir
que contigo…
Rezo cada minuto que pasa esperando tu respuesta, por-
que si no me respondes sabré que tu amor no fue verdadero
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