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Poemas de amor

Amantes legendarios y eternos soñadores

ANTOLOGÍA

SELECCIÓN Y PRÓLOGOS: JULIETA BRIZZI

EDITORIAL LUMEN
Viamonte 1674
1055 Buenos Aires
373 1414 (líneas rotativas) Fax (54-1) 375-0453
E-mail magisterio@commet.com.ar
República Argentina

Colección Letra y tiempo


Titulo Poemas de amor Amantes legendarios y eternos soñadores
Antología

Diagramación y armado Liliana Rodriguez


Coordinación gráfica Lorenzo Ficareíli
Diseño de tapa Marcelo Bigliano
ISBN 950-724 812 9
© 1998 by Lumen
Hecho el deposito que previene la ley 11723
Todos los derechos reservados
LIBRO DE EDICIÓN ARGENTINA
PRINTED IN ARGENTINA
Índic Gustavo Adolfo Bécquer

e PRÓLOGO
Por una mirada
Cantar de los Cantares
Canto cuarto
Francisco de Quevedo
Gustavo Adolfo Bécquer Definición del amor
Los invisibles átomos del aire Miguel Hernández
Sor Juana Inés de la Cruz “Besarse, mujer”
Soneto 184 Gustavo Adolfo Bécquer
Lope de Vega Amor eterno
Varios efectos del amor Federico García Lorca
William Shakespeare La casada infiel
Soneto Garcilaso de la Vega
Luis de Góngora Soneto 31
“La dulce boca que a gustar convida” Charles Baudelaire
Almafuerte Lo gigante
En la ribera Almafuerte
Gustavo Adolfo Bécquer De rodillas
Volverán las oscuras golondrinas Anónimo
Miguel Hernández Romance de la infantina
Ser onda, oficio niña es de tu pelo Sor Juana Inés de la Cruz
Fray Luis de León Soneto 175
“Oh cortesía, oh dulce acogimiento” Gustavo Adolfo Bécquer
William Shakespeare Es un sueño la vida
Soneto 18 Cantar de los Cantares
Sor Juana Inés de la Cruz Canto tercero
Soneto 164 Anónimo
Gustavo Adolfo Bécquer La ermita de San Simón
No has sentido en la noche José de Espronceda
Anónimo Las quejas de su amor
Romance de amor Rubén Darío
Garcilaso de la Vega Yo persigo una forma
“Escrito esta en mi alma vuestro gesto” Francisco Luis Bernárdez
Francisco de Quevedo Estar enamorado
Soneto I William Shakespeare
Francesco Petrarca Soneto 116
“Tan extraviado está el loco deseo mío” Charles Baudelaire
Cantar de los Cantares Los gatos
Canto quinto Gustavo Adolfo Bécquer
Sor Juana Inés de la Cruz Tu aliento es el aliento de las flores
Soneto 172 Rubén Darío
Anónimo Caso
Horas de amor Almafuerte
Gustavo Adolfo Bécquer Intima
Dos rojas lenguas de fuego Garcilaso de la Vega
Anónimo Soneto 38
Romance del enamorado y la Muerte Sor Juana Inés de la Cruz
Francisco Luis Bernárdez Soneto 168
Poesía romántica Juana de Ibarbourou
William Shakespeare Millonarios
Soneto 71 Baldomero Fernández Moreno
Anónimo Setenta balcones y ninguna flor
Romance de rosa fresca Dámaso Alonso
Sor Juana Inés de la Cruz Ciencia de Amor
Soneto 176 Sor Juana Inés de la Cruz
Soneto 165

2
Prólogo
Desde que el hombre está en este mundo, desde que tiene memoria y es Historia,
desde que alguien se alzó con la pluma a esculpir sus sentimientos y compartirlos con el resto
de los mortales, existe la poesía. Es lo mismo, pues, decir: siempre existió la poesía.
Ella ha sido nuestra fiel compañera en momentos de desengaño, de tormento y, por
qué no, de satisfacciones. Estuvo desde un principio, cuando el canto aún era la única forma
del arte literario. Siguió mucho tiempo evolucionando con las demás expresiones de la
civilización. Los hombres y mujeres de todas las épocas escribieron y leyeron poesía para
calmar y hasta curar mal de amores. Hoy, fin del siglo XX, necesitamos como nunca de esa
ancestral expresión tan parecida a la plegaria para descubrir que el Amor aún permanece in-
tacto. El dios Amor. Esa variante tan apasionada del sentir humano.
Apartémonos un momento de nuestro andar cotidiano alienante y regresemos a los
antiguos palacios de amantes legendarios, a alcobas plagadas de suspiros, a balcones y
serenatas interminables iluminadas por la solitaria luz blanca de la luna. Recordemos antiguas
fantasías o antiguas realidades. Vivamos, en definitiva, como se debe disfrutando del
romanticismo eterno
Se dice habitualmente que el lector de poesía es un poco poeta, porque debe participar
del misterio creado en cada verso. Este libro propone continuar ese juego hasta las últimas
consecuencias hasta compenetrarnos tanto que no sepamos diferenciar entre nosotros, el
poema, el amante, el amado, el Amor...

J.B.

3
Gustavo Adolfo Bécquer
Los invisibles átomos del aire...
Los invisibles átomos del aire
en derredor palpitan y se inflaman;
el cielo se deshace en rayos de oro;
la tierra se estremece alborozada;
oigo flotando en olas de armonía
rumor de besos y batir de alas;
mis párpados se cierran... ¿Qué sucede?
—¡Es el amor que pasa!

Sor Juana Inés de la Cruz


Soneto 184
Amor empieza por desasosiego,
solicitud, ardores y desvelos,
crece con riesgos, lances y recelos,
susténtase de llantos y de ruego.

Doctrínanle tibiezas y despego,


conserva el ser entre engañosos velos,
hasta que con agravios o con celos
apaga con sus lágrimas su fuego.

Su principio, su medio y fin es ése,


pues ¿por qué, Alano, sientes el desvío
de Celia que otro tiempo bien te quiso?

¿Qué razón hay de que dolor te cueste,


pues no te engañó Amor, Alano mío,
sino que llegó el término preciso?

Lope de Vega
Varios efectos del amor
Sucumbir, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso,

no hallar fuera del bien, centro y reposo,


mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido y receloso.

Huir el rostro al claro desengaño,


beber veneno por licor suave,
olvidar el provecho, amar el daño,

creer que un cielo en un infierno cabe,


dar la vida y el alma en un engaño,
esto es amor quien lo probó lo sabe.

William Shakespeare
Soneto 23
Como un torpe actor en medio de la escena,
que, por miedo, olvida el parlamento,
o un iracundo en quien la cólera despierta,
cuyo exceso de enojo le debilita el corazón,

así yo, por miedo de confiar, olvido de anunciar


la exacta ceremonia del ritual de Amor,
y desfallezco en la fuerza de mi corazón
bajo el excesivo peso de mi propio embeleso.

¡Oh! Deja que mis libros sean la elocuencia


y los mudos heraldos de mi parlante pecho
que imploren ellos amor, y esperen recompensa
mejor aun que la lengua que fue más elocuente.

¡Oh! Aprende a leer lo que ha escrito el silencioso Amor:


escuchar con los ojos pertenece a su suave agudeza.

Luis de Góngora
La dulce boca que a gustar convida...
La dulce boca que a gustar convida
un humor entre perlas destilado,
y a no envidiar aquel licor sagrado
que a Júpiter suministra el garzón de Ida,

amantes, no toquéis, si queréis vida,


porque entre un labio y otro colorado
amor está, de su veneno armado,
cual entre flor y flor sierpe escondida.

No os engañen las rosas, que a la Aurora


diréis que, aljofaradas y olorosas,
se le cayeron del purpúreo seno;
manzanas son de Tántalo, y no rosas,
que después huyen del que incitan ahora,
y sólo del Amor queda el veneno.

Almafuerte
En la ribera
Ven, sigue de la mano
al que te amó de niño,
ven, y juntos lleguemos hasta el bosque
que está en la margen del paterno río.

¡Cuánto eres hermosa,


mi amada, en este sitio!
Sólo por ti, y a reflejar tu frente,
corriendo baja el Paraná tranquilo.

Para besar tu huella


fue siempre tan sumiso,
que, en viéndote llegar, hasta la playa
manda sus olas sin hacer ruido.

Por eso porque te ama,


somos grandes amigos;
luego, sabe decirte aquellas cosas
que nunca brotan de los labios míos.

El año que tú faltas,


la flor de sus ceibos,
como cansada de esperar tus sienes,
cuelga sus ramos de carmín marchitos.
Por la tersa corriente,
risueños y furtivos,
como sueltas guirnaldas, no navegan
los verdes camalotes florecidos.
Sólo inclinan los sauces
su ramaje sombrío,
y las aves, más tristes, en sus copas
gimiendo tejen los ocultos nidos.

Pero llegas... y el agua,


el bosque, el cielo mismo,
es como una explosión de mil colores,
y el aire rompe en sonorosos himnos.

Así la primavera,
del trópico vecino
desciende, y canta, repartiendo flores
y colgando en las vides los racimos.
¡Cuán suenan gratamente,
acordes, en un ritmo,
del agua el melancólico murmullo
y el leve susurrar de tu vestido!

¡Oh, si me fuera dado


guardar en mis oídos,
para siempre, esta música del alma,
esta unión de tu ser y de mis ríos!...

Si al borde de los dulces


raudales argentinos,
naturaleza levantó mil grutas
de pasionarias y silvestres tilos.
Si de un árbol en otro,
cruzando entretejidos,
cual hamacas indianas, los zarzales
al aire entregan sus flotantes hilos:

¡Es que el amor es dueño


de todo el Paraíso!
¡Es que toda belleza de la tierra
es un fragmento del Edén perdido!

Por eso eres más bella,


mi amada, en este sitio,
y es más blanda tu voz, y más radiante
la lumbre de tus ojos pensativos.

¡Ámame, no me olvides,
ámame con delirio,
con el beso de tus labios
como la Esposa del cantar divino!

Yo guardaré el secreto,
lo guardará este asilo.
Donde, ingenuas, se besan las palomas
ante la augusta majestad del río.

Gustavo Adolfo Bécquer


Volverán las oscuras golondrinas...
Volverán las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar,
y otra vez con el ala a sus cristales
jugando llamarán;

pero aquellas que el vuelo refrenaban


tu hermosura y mi dicha a contemplar,
aquellas que aprendieron nuestros nombres...
Ésas... ¡no volverán!

Volverán las tupidas madreselvas


de tu jardín las tapias a escalar
y otra vez a la tarde, aun más hermosas,
sus flores se abrirán;

pero aquellas cuajadas de rocío


cuyas gotas mirábamos temblar
y caer, como lágrimas del día...
Ésas... ¡no volverán!

Volverán del amor en tus oídos


las palabras ardientes a sonar,
tu corazón de su profundo sueño
Tal vez despertará;

pero mudo y absorto y de rodillas,


como se adora a Dios ante su altar,
como yo te he querido... desengáñate,
¡Así no te querrán!

Miguel Hernández
Ser onda, oficio, niña, es de tu pelo...
Ser onda, oficio, niña, es de tu pelo,
nacida ya para el marero oficio;
ser graciosa y morena tu ejercicio
y tu virtud más ejemplar ser cielo.

¡Niña!, cuando tu pelo va de vuelo,


dando del viento claro un negro indicio,
enmienda de marfil y de artificio
ser de tu capilar borrasca anhelo.

No tienes más que hacer que ser hermosa,


ni tengo más festejo que mirarte,
alrededor girando de tu esfera.

Satélite de ti, no haga otra cosa,


si no es una labor de recordarte.
—¡Date presa de amor, mi carcelera!

Fray Luis de León


Oh cortesía, oh dulce acogimiento...
¡Oh cortesía, oh dulce acogimiento,
oh celestial saber, oh gracia pura,
oh valor dorado y de dulzura,
pecho real y honesto pensamiento!
¡Oh luces del amor querido asiento,
oh boca donde vive la hermosura,
oh habla suavísima, oh figura
angélica, oh mano, oh sabio acento!

Quien tiene en sólo vos atesorado


su gozo y vida alegre y su consuelo
su bienaventurada y rica suerte:

cuando de vos se viere desterrado


¡ay! ¿qué quedará si no es recelo
y noche y amargor y llanto y muerte?

William Shakespeare
Soneto 18
¿Si te comparo con un día de verano?
No, tú eres más hermosa y más agraciada
Rudos vientos azotan las flores de mayo
y la pompa de verano dura apenas nada.

¡A veces el ojo del cielo es tan brillante!,


pero hasta ese oro es menos delicado,
y toda belleza pierde su hermosura
si algún día sigue el curso del hado.

Pero tu eterno verano nunca morirá


ni perderás la belleza que posees
ni logrará la muerte atraparte en su figura,
si vives en la estrofa eterna del poema.

Mientras el hombre viva o el ojo te contemple,


tanto tiempo vivirás, de quien te dio la vida.

Sor Juana Inés de la Cruz


Soneto 164
Esta tarde, mi bien, cuando te hablaba,
como en tu rostro y tus acciones vía
que con palabras no te persuadía,
que el corazón me vieses deseaba;

y Amor, que mis intentos ayudaba,


venció lo que imposible parecía:
pues entre el llanto que el dolor vertía,
el corazón deshecho destilaba.

Baste ya de rigores, mi bien, baste;


no te atormenten más celos tiranos,
ni el vil recelo tu quietud contraste

con sombras necias, con indicios vanos,


pues ya en líquido humor viste y tocaste
mi corazón deshecho entre tus manos.

Gustavo Adolfo Bécquer


No has sentido en la noche...
¿No has sentido en la noche,
cuando reina la sombra
una voz apagada que canta
y una inmensa tristeza que llora?

¿No sentiste en tu oído de virgen


las silentes y trágicas notas
que mis dedos de muerto arrancaban
a la lira rota?

¿No sentiste una lágrima mía


deslizarse en tu boca,
ni sentiste mi mano de nieve
estrechar a la tuya de rosa?

¿No viste entre sueños


por el aire vagar una sombra,
ni sintieron tus labios un beso
que estalló misterioso en la alcoba?

Pues yo juro por ti, vida mía,


que te vi entre mis brazos, miedosa;
que sentí tu aliento de jazmín y nardo
y tu boca pegada a mi boca.

Anónimo
Romance de amor
En el tiempo que me vi más alegre y placentero
me encontré con un amigo que me habló y dijo así:
— ¿Adónde vas, caballero? ¿Adónde vas, triste de ti?
Muerta está tu linda amiga, muerta es que yo la vi;
las andas en que ella iba de luto las vi cubrir,
duques, damas y doncellas llorando dicen así:
— ¡Oh triste del caballero que tal dama pierde aquí!
Garcilaso de la Vega
Escrito está en mi alma vuestro
gesto...
Escrito está en mi alma vuestro gesto
y cuanto yo escribir de vos deseo,
vos sola lo escribistes, yo lo leo,
tan solo, que aun de vos me guardo en esto.

En esto estoy y estaré siempre puesto;


que aunque no cabe en mí cuanto en vos veo
de tanto bien lo que no entiendo creo,
tomando ya la fe por presupuesto.

Yo no nací sino para quereros,


mi alma os ha cortado a su medida,
por hábito del alma misma os quiero.

Cuanto tengo confieso yo deberos;


por vos nací, por vos tengo la vida,
por vos he de morir y por vos muero.

Francisco de Quevedo
Soneto 1
Cerrar podrá mis ojos la postrera
sombra, que me llevare el blanco día,
y podrá desatar esta alma mía,
hora a su afán ansioso lisonjera;

mas no de esotra parte en la ribera


dejará la memoria, en donde ardía;
nadar sabe mi llama la agua fría
y perder respeto a ley severa.

Alma a quien todo un Dios prisión ha sido,


venas que humor a tanto fuego han dado,
médulas que han gloriosamente ardido;

su cuerpo dejarán, no su cuidado;


serán ceniza, mas tendrán sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado.
Francesco Petrarca
Tan extraviado está el loco deseo
mío...
Tan extraviado está el loco deseo mío,
por perseguir a aquella que se da a la fuga
y de los lazos de Amor ligera y suelta
vuela delante del lento correr mío,

que, cuanto más llamándolo lo envío


por la segura calle, menos me escucha;
no me sirve espolearlo o hacerlo girar,
que el Amor por su naturaleza lo hace reacio.

Y, dado que con fuerza el freno tasca,


yo quedo a merced de él,
que a pesar mío hacia el morir me lleva;

sólo por ir hacia el laurel donde se coge


áspero fruto que la llaga ajena,
al gustar, duele más que conforta.

Cantar de los cantares


Canto quinto
Ella
Yo soy de mi amado:
los impulsos de su amor lo atraen hacia mí.
¡Anda, amado mío vayamos al campo!
Pasaremos la noche entre flores de alheña.
Por la mañana iremos a los viñedos,
a ver si ya tienen brotes,
si se abren ya sus botones,
si ya han florecido los granados.
¡Allí te daré mi amor!

Las mandrágoras esparcen su aroma.


A nuestra puerta hay fruta de todas clases:
fruta seca y fruta recién cortada,
que para ti, amado mío, aparté.

¡Ojalá fueras tú un hermano mío,


criado a los pechos de mi madre!
Así, al encontrarte en la calle,
podría besarte y nadie se burlaría de mí;
podría llevarte a la casa de mi madre,
te haría entrar en ella,
y tu serías mi maestro.

Yo te daría a beber del mejor vino


y del jugo de mis granadas.

¡Que ponga él su izquierda bajo mi cabeza,


y que con su derecha me abrace!

Él
Prométanme, mujeres de Jerusalén,
no interrumpir el sueño de mi amor.
¡Déjenla dormir hasta que quiera despertar!

Sor Juana Inés de la Cruz


Soneto 172
Con el dolor de la mortal herida,
de un agravio de amor me lamentaba,
y por ver si la muerte se llegaba,
procuraba que fuese más crecida.

Toda en el mal el alma divertida,


pena por pena su dolor sumaba,
y en cada circunstancia ponderaba
que sobraban mil muertes a una vida.

Y cuando, al golpe de uno y otro tiro,


rendido el corazón daba penoso
señas de dar el último suspiro,

no sé con qué destino prodigioso


volví en mi acuerdo y dije —¿Qué me admiro?
¿Quién en amor ha sido más dichoso?

Anónimo
Horas de amor
¿Te acuerdas? Quise con impulso aleve,
sobre tu pecho colocar mi oído
y escuchar el dulcísimo latido
con que tu blando corazón se mueve.

Prendí en mis brazos tu cintura breve


y hundí mi rostro en el caliente nido
de tu seno, que es mármol encendido,
carne de flores y abrasada nieve.

¡Con qué fuerza y qué prisa palpitaba


tu enamorado corazón! Pugnaba
tu talle en tanto, mas con ansia loca,

bajo la nieve el corazón latía,


y en su gallarda rebelión quería
saltar el pecho por besar mi boca.

Gustavo Adolfo Bécquer


Dos rojas lenguas de fuego
Dos rojas lenguas de fuego
que a un mismo tronco enlazadas
se aproximan, y al besarse
forman una sola llama.

Dos notas que del laúd


a un tiempo la mano arranca,
y en el espacio se encuentran
y armoniosas se abrazan.

Dos olas que vienen juntas


a morir sobre una playa
y que al romper se coronan
con un penacho de plata.

Dos jirones de vapor


que del lago se levantan,
y al reunirse en el cielo
forman una nube blanca.

Dos ideas que a la par brotan,


dos besos que a un tiempo estallan,
dos ecos que se confunden,
eso son nuestras dos almas.

Anónimo
Romance del enamorado y la muerte
Un sueño soñaba anoche,
sueñito del alma mía,
soñaba que entre mis brazos
mis amores tenía.

Entra señora muy blanca,


muy más que la nieve fría
—¿Por dónde has entrado, amor?,
¿por dónde has entrado, vida?
Las puertas están cerradas,
ventanas y celosías
—No soy el amor, amante,
soy la Muerte, Dios me envía.

—¡Ay Muerte tan rigurosa!


Déjame vivir un día.
—Un día no puede ser,
una hora tienes de vida.

Muy deprisa se calzaba,


más deprisa se vestía,
ya se va el enamorado
a donde su amor vivía.

—Ábreme la puerta, Blanca,


ábreme la puerta, niña,
—Esta noche no ha de ser,
que la ocasión no es propicia,

mi padre no fue a palacio,


mi madre no está dormida.
—Si no me abres esta noche,
ya no me abrirás, mi vida.

La Muerte me anda buscando,


junto a ti vida sería.
—Vente para la ventana,
donde labraba y cosía,

te echaré cordón de seda,


para que subas arriba,
si la seda no alcanzara,
mis trenzas añadiría.

Se rompió el cordón de seda.


La Muerte que allí venía:
—Venga ya el enamorado,
que la hora ya es cumplida.

Francisco Luis Bernárdez


Poesía romántica
Aquellas cosas profundas
que yo apenas entendía,
desde que el amor las nombra
me parecen cristalinas.

Aquel tiempo de otro tiempo,


que sin gloria transcurría,
desde que el amor lo empuja
tiene lo que no tenía.
Aquella voz apagada
es una voz encendida
desde que el amor de fuego
su fervor le comunica.

Aquella frente desierta


aquella frente perdida,
está mucho menos sola
desde que el amor la habita.

Aquella vida de antaño


responde a peso y medida
desde que el amor confunde
su existencia con la mía.

William Shakespeare
Soneto 71
No te lamentes por mí cuando esté muerto
y escuches anunciar a la funeral campana,
que abandono el mundo vil por la ribera
que los gusanos volverán la más villana.

Y si lees estas líneas, no recuerdes


la mano que las escribió. Te quiero, y tanto,
que prefiero olvides tus dulces pensamientos,
a pesar que soy causa de tu llanto.

Cuando me leas y en mí pienses,


y esté ya en polvo convertido,
mi pobre nombre ni siquiera cites,
pues tu amor con mi vida ha terminado.

Así evitarás que el mundo sin sentido


se burle de tu rostro acongojado.

Anónimo
Romance de rosa fresca
—Rosa fresca, rosa fresca, tan garrida y con amor,
cuando te tuve en mis brazos, no te supe servir, no;
y ahora que te serviría, no te puedo tener, no.
—Vuestra fue la culpa, amigo, vuestra fue, que mía no;
enviásteme una carta con vuestro servidor,
y en lugar de cumplir, él me dijo otra razón:
que eras tú casado, amigo, allá en las tierras de León;
que tenías mujer hermosa e hijos como una flor.
—Quién te lo dijo, señora, no te dijo verdad, no;
que yo nunca entré a Castilla, ni allá en tierras de León,
sino cuando era pequeño, que nada sabía de amor.

Sor Juana Inés de la Cruz


Soneto 176
Yo no puedo tenerte ni dejarte,
ni sé por qué, al dejarte o al tenerte,
se encuentra un no sé qué para quererte
y muchos sí sé qué para olvidarte.

Pues no quieres dejarme ni enmendarte,


yo templaré mi corazón de suerte
que la mitad se incline a aborrecerte
aunque la otra mitad se incline a amarte.

Si ello es fuerza querernos, haya modo,


que es morir el estar siempre riñendo:
no se hable más en celo y en sospecha,

y quien da la mitad, no quiera el todo;


y cuando me la estás allá haciendo,
sabe que estoy haciendo la deshecha.

Gustavo Adolfo Bécquer


Por una mirada
Por una mirada, un mundo;
por una sonrisa, un cielo;
Por un beso...;
¡yo no sé qué te diera por un beso!

Cantar de los cantares


Canto cuarto
Ella
Yo dormía, pero no mi corazón,
Y oí que mi amado llamaba a la puerta:
"¡Ábreme, amor mío;
hermanita,
palomita virginal!
¡Mi cabeza está empapada de rocío!
¡El rocío nocturno me corre por el cabello!”
“Ya me he quitado la ropa;
¡tendría que volver a vestirme!
Ya me he lavado los pies:
¡se me volverán a llenar de polvo!"

Mi amado metió la mano


por el agujero de la puerta
¡Eso me conmovió profundamente!
Entonces me levanté
para abrirle a mi amado.
De mis manos y mis dedos
cayeron gotitas de mirra
sobre el pasador de la puerta.
¡Al oírlo hablar
sentí que me moría!

Abrí la puerta a mi amado,


pero él ya no estaba allí.

Lo busqué y no lo encontré,
lo llamé y no me respondió.
Me encontraron los guardias
que hacen la ronda de la ciudad;
me golpearon, me hirieron;
¡los que cuidan la entrada de la ciudad
me arrancaron el velo con violencia!

Mujeres de Jerusalén,
si encuentran a mi amado,
prométanme decirle
que me estoy muriendo de amor.

Coro
¿Qué de especial tiene tu amado,
hermosa entre las hermosas?
¿Qué de especial tiene tu amado,
que nos pides hacerte tal promesa?

Ella
Mi amado es trigueño claro,
inconfundible entre miles de hombres.
Su cabeza es oro puro;
su cabello es ondulado
y negro como un cuervo;
sus ojos son dos palomas bañadas en leche,
posadas junto a un estanque;
sus mejillas son amplios jardines
de fragantes flores.

Sus labios son rosas


por las que ruedan gotitas de mirra;
sus manos son abrazaderas de oro
cubiertas de topacios;
su cuerpo es pulido marfil
con incrustaciones de zafiros;
sus piernas son columnas de mármol
afirmadas sobre base de oro puro;
su aspecto es distinguido
como los cedros del Líbano;
su paladar es dulcísimo.
¡Todo él es un encanto!

Así es mi amado,
así es el amor mío,
mujeres de Jerusalén.

Coro
¡A dónde se ha ido tu amado,
hermosa entre las hermosas?
¡Iremos contigo a buscarlo!

Ella
Mi amado ha ido a su jardín,
a su jardín perfumado,
a apacentar su rebaño
y cortar las rosas.

Yo soy de mi amado, y él es mío,


él apacienta sus rebaños entre las rosas.

Francisco de Quevedo
Definición del amor
Es hielo abrasador, es fuego helado,
es herida que duele y no se siente,
es un soñado bien, un mal presente,
un breve descanso muy cansado.

Es un descuido que nos da cuidado,


un cobarde con nombre de valiente,
un andar solitario entre la gente,
un amar solamente ser amado.

Es una libertad encarcelada,


que dura hasta el postrero paroxismo,
enfermedad que crece si es curada.

Éste es el niño Amor, éste es su abismo.


¡Mirad cuál amistad tendrá con nada
el que en todo es contrario de sí mismo!

Miquel Hernández
Besarse, mujer...
Besarse, mujer,
al sol, es besarnos
en toda la vida.

Ascienden los labios


eléctricamente
vibrantes de rayos,
con todo el fulgor
de un sol entre cuatro.

Besarse a la luna,
mujer, es besarnos
en toda la muerte.

Descienden los labios


con toda la luna
pidiendo su ocaso,
gastada y helada
y en cuatro pedazos.

Gustavo Adolfo Bécquer


Amor eterno
Podrá nublarse el sol eternamente;
podrá secarse en un instante el mar;
podrá romperse el eje de la tierra
como un débil cristal.

¡Todo sucederá! Podrá la muerte


cubrirme con su fúnebre crespón;
pero jamás en mí podrá apagarse
la llama de tu amor.

Federico García Lorca


La casada infiel
Yo me la llevé al río
creyendo que era mozuela,
pero tenía marido.
Fue la noche de Santiago
y acaso por compromiso.
Se apagaron los faroles
y se encendieron los grillos.
En las últimas esquinas
toqué sus pechos dormidos,
y se me abrieron de pronto
como ramos de jacintos.
El almidón de su enagua
me sonaba en el oído
como una pieza de seda
rasgada por diez cuchillos.
Sin luz de plata en sus copas
los árboles han crecido,
y un horizonte de perros
ladra muy lejos del río.

Pasadas las zarzamoras,


los juncos y los espinos,
bajo su mata de pelo
hice un hoyo sobre el limo.
Yo me quité la corbata.
Ella se quitó el vestido.
Yo el cinturón con revólver.
Ella sus cuatro corpiños.
Ni nardos ni caracolas
tienen el cutis tan fino,
ni los cristales con luna
relumbran con ese brillo.
Sus muslos se me escapaban
como peces sorprendidos,
la mitad llenos de lumbre,
la mitad llenos de frío.
Aquella noche corrí
el mejor de los caminos,
montando en potra de nácar
sin bridas y sin estribos.
No quiero decir, por hombre,
las cosas que ella me dijo.
La luz del entendimiento
me hace ser muy comedido.
Sucia de besos y arena,
yo me la llevé del río.
Con el aire se batían
las espadas de los lirios.

Me porté como quien soy.


Como un gitano legítimo.

Le regalé un costurero grande,


de raso pajizo,
y no quise enamorarme
porque teniendo marido
me dijo que era mozuela
cuando la llevé al río.

Garcilaso de la Vega
Soneto 31
Dentro de mi alma fue en mí engendrado
un dulce amor, y de mi sentimiento
tan aprobado fue su nacimiento
como de un solo hijo deseado;
mas luego de él nació quien ha estragado
del todo el amoroso pensamiento:
en áspero rigor y en gran tomento
los primeros deleites ha tornado.

¡Oh crudo nieto, que das vida al padre


y matas al abuelo!, ¿por qué creces
tan disconforme a aquel de que has nacido?

¡Oh celoso temor!, ¿a quién pareces?,


que aun la envidia, tu propia fiera madre,
se espanta en ver el monstruo que ha parido.

Charles Baudelaire
La gigante
Cuando antes la Creación, de ingenio exagerado
cada día inventaba una criatura monstruosa,
yo hubiese estado con una joven gigante
como al pie de una reina está un gato voluptuoso.

Me hubiera gustado ver su cuerpo y su alma


creciendo libremente en sus temibles juegos
y adivinar si oculto por sus ojos calmos
su corazón ardía fuegos tenebrosos.

Recorrer a mi gusto sus grandes maravillas,


reptar por la vertiente de sus grandes rodillas
y a veces en verano, cuando los soles calurosos

la hacen caer rendida sobre una tierra extraña,


dormir, tranquilo, a la sombra de sus senos
como un pueblo tranquilo al pie de una montaña.

Almafuerte
De rodillas
Discurren los que me ven
mirarte con tanto afán
que mis labios no podrán
expresar mis ansias bien.
Yo no siento que se den
semejante explicación,
pues de tu equivocación
a mansalva considero
descubrir el paradero
de mi pobre corazón.
¡No sé si me lo ha robado
pero sé que lo he perdido,
y que ha de estar escondido
en algún sitio sagrado;
pues, si mi pecho ha dejado,
digo que no pudo ser
tanto sólo por el placer
de olvidarme y libertarse,
sino para refugiarse
en un pecho de mujer!

Él no tuvo otra pasión


que la pasión de lo bueno,
porque nació sin veneno
mi profundo corazón;
y si dejó la mansión
de mis entrañas, arguyo
que ha sido el ánimo suyo
ampararse en un altar,
y juro que no ha de estar
en más pecho que en el tuyo.

Yo no lo quiero sacar
de un asilo semejante
porque sé que en el instante
cesará de palpitar,
allí lo debo dejar
para que esté satisfecho
y puesto que tú te has hecho
la santa de su elección,
que siga en adoración.

Anónimo
Romance de la infantina
A cazar va el caballero, a cazar como solía;
los perros lleva cansados, el halcón perdido había,
se arrimó a un gran roble, alto cual maravilla;
en una rama más alta, vio que estaba una infantina,
cabellos de su cabeza todo el roble cubrían.
—No te espantes, caballero, ni tengas tamaña grima,
hija soy del buen rey y de la reina de Castilla,
siete hadas me auguraron, en brazos de una ama mía,
que andase por siete años sola en esta montiña.
Hoy se cumplen los siete años, o mañana de aquel día;
por Dios te ruego, caballero, llévame en tu compañía,
si quisieres, por mujer, si no, sólo por amiga.
—Esperadme, vos, señora, hasta mañana, aquel día,
iré yo a tomar consejo de una madre que tenía.
La niña le respondiera con estas palabras que decía:
—¡Oh mal haya el caballero que sola deja a una niña!
Él se va a tomar consejo, y ella se queda en la montiña.
Aconsejóle su madre que la tomase por amiga.
Cuando volvió el caballero no la halló en la montiña:
vio que se la llevaba una gran caballería
El caballero cuando la vio, en el suelo se caía;
cuando en sí hubo retornado estas palabras decía:
—Caballero que tal pierde, muy gran pena merecía;
yo mismo seré mi juez, yo me daré justicia:
que me corten pies y manos y me arrastren por la villa.

Sor Juana Inés de la Cruz


Soneto 175
El ausente, el celoso, se provoca,
aquél con sentimiento, éste con ira:
presume éste la ofensa que no mira,
y siente aquél la realidad que toca.

Éste templa, tal vez, su furia loca,


cuando el discurso en su favor delira,
y sin intermisión aquél suspira,
pues nada a su dolor la fuerza apoca.

Éste aflige dudoso su paciencia,


y aquél padece ciertos sus desvelos;
éste al dolor opone resistencia,

aquél, sin ella, sufre desconsuelos;


y si es pena de daño, al fin, la ausencia,
luego es mayor tormento que los celos.

Gustavo Adolfo Bécquer


Es un sueño la vida
Es un sueño la vida,
pero un sueño febril que dura un punto,
cuando de él se despierta,
se ve que todo es vanidad y humo...

¡Ojalá fuera un sueño


muy largo y muy profundo!
¡Un sueño que durara hasta la muerte!
Yo soñaría con mi amor y el tuyo.
Cantar de los cantares
Canto tercero
Él
¡Qué hermosa eres, amor mío!
¡Qué hermosa eres!
Tus ojos son dos palomas
escondidas tras tu velo;
tus cabellos son como cabritos
que retozan por los montes de Galaad.
Tus dientes, todos perfectos,
son cual rebaño de ovejas
recién salidas del baño
y listas para la trasquila.
Tus labios son rojos
como hilos de escarlata,
y encantadoras tus palabras.
Tus mejillas son dos gajos de granada
escondidos tras tu velo.
Tu cuello es semejante
a la bella torre de cantería
que se construyó para David.
De ella cuelgan mil escudos,
escudos de valientes.
Tus pechos son dos gacelas,
dos gacelas mellizas
que pastan entre las rosas.

Mientras llega el día


y huyen las sombras,
me iré al monte de la mirra,
a la colina del incienso.

¡Tú eres hermosa, amor mío;


hermosa de pies a cabeza!
¡En ti no hay defecto alguno!

Baja conmigo del Líbano, novia mía;


baja conmigo del Líbano.
Contempla el valle desde la cumbre del Amana,
desde la cumbre del Senir y del Hermón,
desde las cuevas de los leones,
desde los montes de los leopardos.

Me robaste el corazón,
hermana mía, novia mía;
me robaste el corazón
con una sola mirada tuya,
con uno de los hilos de tu collar.

¡Qué gratas son tus caricias,


hermana mía, novia mía!
¡Son tus caricias más dulces que el vino,
y más deliciosos tus perfumes
que todas las especias de aromas!
Novia mía,
de tus labios brota miel.
¡Miel y leche hay debajo de tu lengua!
¡Como fragancia del Líbano
es la fragancia de tu vestido!

Tú, hermana mía, novia mía,


eres jardín cerrado, cerrada fuente,
sellado manantial,
jardín donde brotan los granados
de frutos exquisitos;
jardín donde hay flores de alheña,
nardos y azafrán,
caña aromática y canela,
y toda clase de árboles de incienso,
de mirra y de áloe,
¡todas las mejores especias de aromas!
La fuente del jardín
es un pozo del cual brota
el agua que baja desde el Líbano.

Viento del norte, ¡despierta!


Viento del sur, ¡ven acá!
¡Soplen en mi jardín y esparzan su perfume!

Anónimo
La ermita de San Simón
En Sevilla hay una ermita que llaman de San Simón,
adonde todas las damas iban a hacer oración.
Allá va mi señora, sobre todas la mejor,
saya lleva sobre saya, mantilla de tonasol,
en su boca muy linda lleva un poco de dulzor,
en su cara muy blanca lleva un poco de color,
y en los ojuelos grisáceos lleva un poco de alcohol,
a la entrada de la ermita relumbrando como el sol.
El abad que da la misa no la puede seguir, no,
los monaguillos que lo ayudan no aciertan a responder,
no por decir "amén, amén", decían "amor, amor"

José de Espronceda
Las quejas de su amor
Bellísima parece
al vástago prendida,
gallarda y encendida,
de abril la linda flor;
empero muy más bella
la virgen ruborosa
se muestra, al dar llorosa
las quejas de su amor.

Suave es el acento
de dulce amante lira,
si el blando son suspira
de noche el trovador;
pero aún es más suave
la voz de la hermosura
si dice con ternura
las quejas de su amor.

Grato es en noche umbría


al triste caminante
del alba radiante
mirar el resplandor;
empero es aún más grato
al alma enamorada
oír de su adorada
las quejas de su amor.

Rubén Darío
Yo persigo una forma...
Yo persigo una forma que no encuentra mi estilo,
botón de pensamiento que busca ser la rosa;
se anuncia con un beso que en mis labios se posa
al abrazo imposible de la Venus de Milo.

Adornan verdes palmas el blanco peristilo;


los astros me han predicho la visión de la Diosa;
y en mi alma reposa la luz, como reposa
el ave de la luna sobre un lago tranquilo.

Y yo no hallo sino la palabra que huye,


la iniciación melódica que la flauta fluye
y la barca del sueño que en el espacio boga;

y bajo la ventana de mi Bella-Durmiente,


el sollozo continuo del chorro de la fuente
y el cuello del gran cisne blanco que me interroga.
Francisco Luis Bernárdez
Estar enamorado
Estar enamorado, amigos, es encontrar el nombre justo de la vida.
Es dar al fin con la palabra que para hacer frente a la muerte se precisa.
Es recobrar la llave oculta que abre la cárcel en que el alma está cautiva.
Es levantarse de la tierra con una fuerza que reclama desde arriba.
Es respirar el ancho viento que por encima de la carne se respira.
Es contemplar desde la cumbre de la persona la razón de las heridas.
Es advertir en unos ojos una mirada verdadera que nos mira.
Es escuchar en una boca la propia voz profundamente repetida.
Es sorprender en unas manos ese calor de la perfecta compañía.
Es sospechar que, para siempre, la soledad de nuestra sombra está vencida.
Estar enamorado, amigos, es descubrir dónde se juntan cuerpo y alma.
Es percibir en el desierto la cristalina voz del río que nos llama.
Es ver el mar desde la torre donde ha quedado prisionera nuestra infancia.
Es apoyar los ojos tristes en un paisaje de cigüeñas y campanas.
Es ocupar un territorio donde conviven los perfumes y las armas.
Es dar la ley a cada rosa y al mismo tiempo recibirla de su espada.
Es confundir el sentimiento con una hoguera que del pecho se levanta.
Es gobernar la luz del fuego y al mismo tiempo ser esclavo de la llama.
Es entender la pensativa conversación del corazón y la distancia.
Es encontrar el derrotero que lleva al reino de la música sin tasa.
Estar enamorado, amigos, es adueñarse de las noches y de los días.
Es olvidar entre los dedos emocionados la cabeza distraída.
Es recordar a Garcilaso cuando se siente la canción de una herrería.
Es ir leyendo lo que escriben en el espacio las primeras golondrinas.
Es ver la estrella de la tarde por la ventana de una casa campesina.
Es contemplar el tren que pasa por la montaña con las luces encendidas.
Es comprender perfectamente que no hay fronteras entre el sueño y la
vigilia.
Es ignorar en qué consiste la diferencia entre pena y alegría.
Es escuchar a medianoche la vagabunda confesión de la llovizna.
Es divisar en las tinieblas del corazón una pequeña lucecita.
Estar enamorado, amigos, es padecer espacio y tiempo con dulzura.
Es despertarse en la mañana con el secreto de las flores y las frutas.
Es liberarse de sí mismo y estar unido con las otras criaturas.
Es no saber si son ajenas o si son propias las lejanas amarguras.
Es remontar hasta la fuente las aguas turbias del torrente de la angustia.
Es compartir la luz del mundo y al mismo tiempo es compartir la noche
obscura.
Es asombrarse y alegrarse de que la luna todavía sea luna.
Es comprobar en cuerpo y alma que la tarea de ser hombre es menos dura.
Es empezar a decir siempre y en adelante no volver a decir nunca.
Y es además, amigos míos, estar seguro de tener las manos puras.
William Shakespeare
Soneto 116
No admito ningún impedimento
a la unión de dos sinceros amantes
pero no es amor si el sentimiento cambia
o es dócil, vano, pronto al olvido.

Oh no, siempre permanece constante


no tiembla nunca, el amor vence tormentas
es la estrella que guía barcos errantes
su esencia ignoras, si lo mides en altura.

El amor no es un títere del tiempo,


él destruye labios y mejillas,
el amor no sufre nunca contratiempos,
es eterno, se sale de los límites mundanos.

Si estoy equivocado y así me lo mostraran,


yo no hube nunca escrito, ni nunca nadie hubo amado.

Charles Baudelaire
Los gatos
Los amantes fogosos, los sabios respetables,
sienten, cuando maduros, igual debilidad hacia los gatos,
orgullo de la casa, que son como ellos
sedentarios y al frío vulnerables.

Amigos de la ciencia y de la sensualidad,


prefieren el silencio y las tinieblas crueles,
del Erebo serían fúnebres corceles
si su altivez cediese ante la majestad.

Cuando sueñan, adoptan las soberbias posturas


de las grandes esfinges que en lejanas latitudes
solitarias se pierden en un sueño de piedra.

Mágicas chispas arden en sus garras tranquilas


y granos de oro como arena invisible
alumbran vagamente sus ojos insondables.
Gustavo Adolfo Bécquer
Tu aliento es el aliento de las flores
Tu aliento es el aliento de las flores;
tu voz es de los cisnes la armonía;
es tu mirada el esplendor del día,
y el color de la rosa es tu color.
Tú prestas nueva vida y esperanza
a un corazón para el amor ya muerto;
tú creces de mi vida en el desierto
como crece en un páramo la flor.

Rubén Darío
Caso
A un cruzado caballero,
garrido y noble garzón
en el palenque guerrero
le clavaron un acero
tan cerca del corazón

que el físico al contemplarle,


tras verle y examinarle,
dijo: "Quedará sin vida
si se pretende sacarle
el venablo de la herida"

Por el dolor congojado,


triste, débil, desangrado,
después que tanto sufrió,
con el acero clavado
el caballero murió.

Pues el físico decía


que, en dicho caso,
quien una herida tal tenía,
con el venablo se moriría,
sin el venablo también.

¿No comprendes, Asunción,


la historia que te he contado,
la del garrido garzón
con el acero clavado
muy cerca de su corazón?
Pues el caso es verdadero,
yo soy el herido, ingrata,
y tu amor es el acero:
¡Si me lo quitas, me muero;
si me lo dejas, me mata!

Almafuerte
Íntima
Ayer te vi... No estabas bajo el techo
de tu tranquilo hogar
ni doblando la frente arrodillada
delante del altar
ni reclinando la gentil cabeza
sobre el augusto pecho maternal.
Te vi... Si ayer no te siguió mi sombra
en el aire, en el sol,
es que la maldición de los amantes
no la recibe Dios,
0 acaso el que me roba tus caricias
tiene en el cielo más poder que yo.

Otros te digan palma del desierto,


otros te llamen flor de la montaña,
otros quemen incienso a tu hermosura,
yo te diré mi amada.
Ellos buscan un pago a sus vigilias,
ellos compran tu amor con sus palabras;
ellos son elocuentes porque esperan,
¡y yo no espero nada!

Yo sé que la mujer es vanidosa,


yo sé que la lisonja la desarma,
y sé que un hombre esclavo de rodillas
más que todos alcanza...
Otros te digan palma del desierto,
otros compren tu amor con sus palabras,
yo seré más audaz pero más noble:
¡yo te diré mi amada!

Garcilaso de la Vega
Soneto 38
Estoy de continuo en lágrimas bañado,
rompiendo siempre el aire con suspiros,
y más me duele el no osar deciros
que he llegado por vos a tal estado;
que viéndome do estoy y en lo que he andado
por el camino estrecho de seguiros,
si me quiero tornar para huiros,
desmayo, viendo atrás lo que he dejado;

y si quiero subir a la alta cumbre,


a cada paso espántanme en la vía
ejemplos tristes de los que han caído;

sobre todo, me falta ya la lumbre


de la esperanza, con que andar solía
por la oscura región de vuestro olvido.

Sor Juana Inés de la Cruz


Soneto 168
Al que ingrato me deja, busco amante;
al que amante me sigue, dejo ingrata;
constante adoro a quien mi amor maltrata;
maltrato a quien mi amor busca constante.

Al que trato de amor, hallo diamante,


y soy diamante a! que de amor me trata;
triunfante quiero ver al que me mata,
y mato al que me quiere ver triunfante.

Si a este pago, padece mi deseo;


si ruego a aquél, mi pundonor enojo:
de entrambos modos infeliz me veo.

Pero yo, por mejor partido, escojo


de quien no quiero, ser violento empleo,
que, de quien no me quiere, vil despojo.

Juana de Ibarbourou
Millonarios
Tómame la mano. Vámonos a la lluvia
descalzos y ligeros de ropa, sin paraguas.
Con el cabello al viento y el cuerpo a la caricia
oblicua, refrescante y menuda del agua.

¡Que rían los vecinos! Puesto que somos jóvenes


y los dos amamos y nos gusta la lluvia.
Vamos a ser felices con el gozo sencillo
de un casal de gorriones que en vía se arrulla.

Más allá están los campos y el camino de acacias


y la quinta suntuosa de aquel pobre señor
millonario y obeso que con todos sus oros
no podrá comprarnos ni un gramo del tesoro
inefable y supremo que nos ha dado Dios:
ser flexibles, ser jóvenes, estar llenos de Amor.

Baldomero Fernández
Moreno
Setenta balcones y ninguna flor
Setenta balcones hay en esta casa,
setenta balcones y ninguna flor...
A sus habitantes, Señor, ¿qué les pasa?
¿Odian el perfume, odian el color?

La piedra desnuda de tristeza agobia,


¡dan una tristeza los negros balcones!
¿No hay en esta casa una niña novia?
¿No hay algún poeta bobo de ilusiones?

¿Ninguno desea ver tras los cristales


una diminuta copia del jardín?
En la piedra blanca trepar los rosales,
en los hierros negros abrirse un jazmín.

Si no aman las plantas, no amarán el ave,


no sabrán de música, de rimas, de amor...
Nunca se oirá un beso, jamás se oirá un clave.
¡Setenta balcones y ninguna flor!

Dámaso Alonso
Ciencia de amor
No sé, sólo me llega en el venero
de tus ojos, la lóbrega noticia
de Dios, sólo en tus labios, la caricia
de un mundo en mies, de un celestial granero.

¿Eres limpio cristal o ventisquero


destructor? No, no sé... de esta delicia
yo sólo sé su cósmica avaricia,
el sideral latir con que te quiero.

Yo no sé si eres muerte o si eres vida,


si toco rosa en ti, si toco estrella,
si llamo a Dios o a ti cuando te llamo.
Junco en el agua o sorda piedra herida,
sólo sé que la tarde es ancha y bella,
sólo sé que soy hombre y que te amo.

Sor Juana Inés de la Cruz


Soneto 165
Detente, sombra de mi bien esquivo,
imagen del hechizo que más quiero,
bella ilusión por quien alegre muero,
dulce ficción por quien penosa vivo.

Si al imán de tus gracias, atractivo,


sirve mi pecho de obediente acero,
¿para qué me enamoras lisonjero
si has de burlarme luego fugitivo?

Mas blasonar no puedes, satisfecho,


de que triunfa de mí tu tiranía
que aunque dejas burlado el lazo estrecho

que tu forma fantástica ceñía,


poco importa burlar brazos y pecho
si te labra prisión mi fantasía.

Se terminó de imprimir en el mes de aqosto de 1998


en el Establecimiento Gráfico LIBRIS S R L
MENDOZA 1523 • (1824) LANÚS OESTE
BUENOS AIRES • REPÚBLICA ARGENTINA

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