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Xenofobia o el arte de señalar con el dedo

Xenofobia es una palabra que quizá, hasta hace poco, muchos colombianos no
sabían que existía pero que en la actualidad escuchamos por todos los medios
nacionales, esta supuesta fobia hacia los extranjeros tiene grabado el gentilicio de
quienes nos consideran “hermanos” y qué en un inicio, por allá en la época del
libertador Simón Bolívar, hicieran parte de La Gran Colombia.

El número de venezolanos desplazados que han ingresado a nuestro territorio


sobrepasa las 870.000 personas, esto en cifras oficiales, pero un numero quizá
mayor ha llegado de forma ilegal cruzando por pasos en medio de ríos, maleza,
guardia venezolana y coyotes, como los de la frontera estadounidense… como si
fuéramos una potencia más.

Pero a diferencia de quienes cruzan la frontera yanqui buscando alcanzar sus


sueños, los venezolanos lo hacen dejando los suyos; abandonando no solo sus
posesiones sino también sus familias, sus raíces, su dignidad. Desterrados,
buscan refugio en aquel país que un día encontró fortuna en sus tierras, en
aquella época que el fallecido presidente Hugo Chaves, regalaba la nacionalidad a
los colombianos para ser reelegido en las elecciones del 2000, este mismo que les
ofreció subsidios de vivienda, mercados mensuales, educación y oportunidades
laborales a cientos de colombianos que buscaban mejores condiciones de vida.

Es triste saber que somos un país sin memoria y ahora decimos estar siendo
invadidos por una caterva de ladrones, prostitutas, regalados y mantenidos que
vienen a usurparnos lo que nos pertenece. Según Iván Jaramillo, director del
Observatorio Laboral de la Universidad del Rosario “Los salarios podrían estar
cayendo en algunos sectores porque muchos empresarios podrían estar
contratando a venezolanos en condición ilegal para disminuir costos laborales”.
Pero lo que verdaderamente debería preocuparnos es donde está papá estado,
que no solo permite la explotación de los inmigrantes venezolanos por parte de los
empresarios nacionales, sino que además no tiene políticas que protejan
laboralmente a los trabajadores colombianos.

El expresidente de Venezuela Rafael Caldera (predecesor de Chávez) dijo: “No se


le puede pedir al pueblo que defienda la democracia cuando tiene hambre” y es
que según la revista Semana “con el ingreso básico apenas se pueden comprar 30
huevos, un kilo de carne, uno de azúcar y otro de cebolla”. Además nosotros no
conocemos el sabor del desarraigo, ni el sentimiento de abandono que debe sentir
un venezolano que huye de su país para poder recibir atención médica, mucho
menos el sentir la impotencia de ver morir a un ser querido y no tener dinero para
enterrarlo porque el costo de un servicio fúnebre supera el valor del salario
mensual ganado en un año, o la humillación de tener que cocinar las cascaras de
los alimentos que otros han desechado para ofrecer un plato de comida a sus
hijos.

Nosotros no somos ni tenemos la autoridad de señalar a quien busca como


sobrevivir a una crisis que quizá el tiempo ni la memoria nos permitirán recordar el
día que nos toque el turno de empacar maletas y huir por salvar lo único que no
nos pueden quitar, nuestra condición de humanos, esa misma que nos hace
olvidar que no somos más que polvo.

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