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Ejercicio narrativa, módulo M3b.

Andrea Parra y Marc Guillén.

«Yo salí del armario para ser libre»


Mi nombre es Enrique y definiría mi posición como hombre gay que se crió en un
pueblo pequeño cerca de Granada, en Motril. Estudié sociología y he leído bastante
teoría de género y teoría queer, lo cual me ha influenciado bastante y a menudo he
utilizado para pensar mi propia situación. Por lo general no he estado implicado en
ningún colectivo o grupo, pero desde el año pasado que llegué a Barcelona estoy
colaborando en una radio llamada “Diversitats Acati”, donde tratamos temas de género
y de diversidad sexual. Antes tenía un blog propio desde el que escribía
individualmente.

Sobre el fenómeno de la homofobia, personalmente señalaría que en mi vida he


sentido con mucha más fuerza determinadas manifestaciones que se alejan de
aquellas más explícitas y socialmente más conocidas. Para mí, la homofobia existe y
te afecta desde el momento en el que naces y se te presupone una heterosexualidad.
Desde siempre la gente se refiere a ti dando por sentado que te gustan las personas
del otro sexo, y recibes constantemente comentarios del palo: “bueno a ver si conoces
una chica…” o “‘¿qué tal con esa chica…?”, lo cual te obliga a tener que disimular,
soltar una mentira… y eso es un puto coñazo. Además todo esto genera mucha
presión sobre uno mismo porque se presenta la heterosexualidad como único modelo
de vida posible y deseable.
Luego el primer problema es la heteronormatividad, la existencia de un modelo
hegemónico que se impone como lo que es normal, y que determina lo que la gente se
espera que ocurra, -en este caso que te gusten las personas del otro sexo. Para mi,
esta es la primera forma de homofobia y la más fuerte, porque es la más común,
difícilmente habrá alguien que no la haya sufrido. Si miramos el fenómeno de “salir del
armario”, vemos que se trata de un proceso que responde a esta lógica de que
siempre te presupongan una heterosexualidad, lo cual acaba teniendo unos efectos de
represión muy fuertes sobre ti. Evidentemente, este proceso no es vivido por todo el
mundo de la misma manera, y creo que esto depende en buena medida de cómo sea
tu círculo más cercano.
En mi caso, y a grandes rasgos, yo lo viví de la siguiente forma. Al principio
niegas que eres gay, intentas que te gusten las mujeres porque piensas que esto se
puede cambiar y porque crees que así todo el mundo te aceptaría mejor. Luego hay
otra fase en la que aceptas que te gustan los hombres pero te sientes mal, y aquí es

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donde empieza uno de los momentos más fuertes de represión. La siguiente fase es
cuando no te culpabilizas de lo que te gusta, lo aceptas como bueno y haces lo que
quieres, pero aún no lo comentas en tu círculo y no puedes decir abiertamente lo que
sientes. Aquí yo creo que es muy importante que existan referentes culturales
positivos, como F. G. Lorca u otra gente muy potente, modelos con los que te puedas
identificar y que te permitan ampliar tus perspectivas de lo que significa ser gay.
La última llega cuando ya no puedes más y tienes que soltarlo. Para mí fue
algo muy fluido: simplemente empecé a soltar comentarios, y entonces la gente al
principio se quedó pilladísima, pero ya cada vez se fueron quedaron menos pillados.
Esto es algo que depende mucho de la persona, hay gente que prefiere hacer el ritual
de sentar a la gente, y piensa mucho cómo va a decírselo, cuándo, etc., pero a mí me
parece que al hacerlo de esta forma es como si estuvieras haciendo un ejercicio de
confesión, como si hubieras hecho algo malo y lo tuvieras que confesar. Así que yo no
lo hice así. En cualquier caso, salir del armario es esto, intentar liberarse de esta
represión a la que te somete tu entorno atravesado por la heteronormatividad. Y esto
para mí es una de las formas más fuertes de homofobia que hay.
Claro que esto es en el mejor de los casos, porque normalmente tienes que ir
saliendo repetidamente del armario, en cada nuevo contexto en el que te vas
encontrando. Por ejemplo, ahora mismo estoy trabajando en un restaurante, y allí
cuando entra un trabajador nuevo tienen la costumbre de presentarlo frente a todos los
clientes durante una de las comidas. El caso es que cuando me presentaron a mí, al
final añadieron “está soltero, y buscando novia”, a lo que una compañera que ya me
conocía gritó desde lejos “¡…o novio!”, entonces toda la gente del restaurante se giró
hacia mí. Claro, luego el chico que me había presentado le dijo a la chica que no podía
decir esto porque este comentario hubiera podido incomodar al público. En fin, el caso
es que con el tiempo también me he sentido mucho más cómodo y he aprendido a
manejar mejor estas situaciones, lo cual lo veo como un ejercicio directo de visibilidad.

Más allá de esto, hay por supuesto otras formas de homofobia bastante extendidas.
Una de ellas es la llamada «homofobia afectiva», que alude al rechazo a relacionarse
con una persona por el hecho de que sea homosexual. Puede haber distintos motivos,
pero un ejemplo podría ser el miedo de la gente a que si alguien te ve relacionándote
con alguien que es gay se piense que tú también lo eres.
Luego otra forma de homofobia es la «homofobia conductual», que consiste en
aquellas agresiones físicas o verbales motivadas directamente por tu condición de
homosexual. Estas son las manifestaciones más vistosas, pero no creo que esa sea
la más común.

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Una de las más fuertes es la «homofobia cognitiva», que tiene que ver con el
conjunto de ideas que se tienen sobre las personas LGTB, es decir, cómo se asocia
el hecho de tener una determinada orientación sexual con una forma concreta de ser,
a una identidad definida. Aquí hay una clara polarización hacia dos extremos, pero
aunque puedan parecer opuestas están entroncadas dentro de la misma modalidad
de homofobia. Por un lado, tenemos la versión «negativa», que alude a aquellas
ideas que buscan crear una imagen denigrante del ser gay, como por ejemplo: “un
hombre gay es afeminado”, “les gusta que les den por el culo”, “son todos unos
promiscuos”...
Luego hay otra cara, la «positiva» o «friendly», que es mucho menos explícita
y a menudo se encuentra escondida detrás de una aparente “homofilia”. Esta variante
consiste en suponer una serie de características muy buenas a las personas gais:
que tienen buen gusto, dinero, que son guapos, se cuidan mucho físicamente... Y
esto sigue siendo homofobia, porque aunque tú aceptes la homosexualidad de la
persona y le supongas unas características positivas, le estás proyectando un modelo
que a lo mejor la otra persona no puede cumplir, ni quiere. En este sentido, cuando la
gente proyecta todos estos estereotipos positivos a las personas homosexuales, se
piensa que no está siendo nada homófoba, pero en realidad sí lo están siendo,
porque lo único que han hecho es pasar de soltarte expectativas sobre que eres
heterosexual a empezar a soltártelas sobre que tienes unas características muy
concretas por simple hecho de ser gay. hyhyhy

Uno de los problemas principales es que a menudo esto se genera y se reproduce


principalmente dentro del propio mundo LGTB. Sin embargo, en primer lugar, hay que
señalar que estos modelos se construyen mayoritariamente desde determinadas
empresas que lo que buscan es explotar comercialmente la lucha LGTB. Desde los
medios, la publicidad, las revistas, etc., se generan imágenes de cómo tiene que ser el
hombre gay, la mujer lesbiana, la persona bisexual, la transexual, y se crea todo un
nicho de mercado específico para esas personas: desde un tipo de ropa, un estilo de
fiestas, de locales, etc. Por otro lado, más específicamente, mi impresión es que esto
sucede de forma especial en el caso de los hombres gais, pues me parece que en el
caso de las lesbianas, las bisexuales y las transexuales, no existe tanta presión ni
tantos referentes comerciales.
En cualquier caso, creo que esto tiene que considerarse como una forma de
homofobia, porque además de imponerte una identidad muy cerrada y limitada, esto
genera fenómenos de exclusión muy fuertes. Por ejemplo, si miramos el modelo de
gay triunfador, éste tiene que ser joven, guapo, con un cuerpo atlético, con dinero para

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viajar, salir de fiesta y consumir toda clase de productos, y esto está excluyendo a un
porcentaje altísimo de personas que no pueden cumplir con estos requisitos. Hay todo
un grupo de personas que quedan fuera del modelo del «buen gay», ya sea por su
físico o por su poder adquisitivo. Aunque, por supuesto, esto no significa que todas
esas personas, incluso junto con las que sí podrían encajar, no puedan generar formas
de resistencia a dichos modelos, construir espacios de socialización alternativos, etc.
Sin duda a todas esas empresas les suda la polla la lucha contra la homofobia
y solo les interesa ganar dinero, por eso seguramente lo más grave sea el hecho de
que estos modelos sean asumidos por las personas pertenecientes al propio colectivo
LGTB, reproduciéndolos en ellas mismas, utilizándolos como referente para juzgarse y
valorar-se entre ellas, sancionando o despreciando a las que se salen, y en definitiva
restringiendo el espacio de libertad que se podría vivir dentro de los espacios LGTB.
En esta línea está también el problema de la “fobia entre siglas”, que consiste
en conjunto de fenómenos de discriminación que se producen entre los distintos
colectivos LGTB. Un ejemplo de esto podría verse en la cultura bear, o los "osos", los
cuales surgen desde dentro de la cultura gay para hacer una reivindicación de la
masculinidad originaria, pero que aunque se utilize como estrategia de resistencia para
dar visibilidad a otro tipo de gay acaba produciendo fenómenos de discriminación. Por
ejemplo, hace poco, un amigo con un estilo más "hipster" o "moderno" entró en un bar
de “osos” y tuvo que escuchar comentarios cómo: “¿a dónde va la moderna esta?”.
Claro, esto es un comentario que lleva implícito el “eres gay pero debes ser un hombre
machote, con barba, camisa de cuadros”, e impone como única opción la vuelta a una
supuesta masculinidad originaria y discriminan otras formas de ser gay por
considerarlas femeninas. En este caso, no se trata evidentemente de una homofobia
generalizada, puesto que ellos mismos son gais, pero sí una forma de homofobia
dirigida hacia un grupo concreto, un grupo que se desvía de lo que es el mandato de
género.
O luego también están todos los casos de hombres gais que son abiertamente
machistas, sexistas, lesbófobos... Claro, para mí, la lucha gay va de la mano la lucha
más amplia del género, del feminismo y de todos los colectivos LGTB, pero estos
casos demuestran que a menudo uno sale del armario y no vive su homosexualidad
como algo político, por lo que sigue reproduciendo muchas otras formas de
discriminación también muy extendidas. Pero para mí esto es fundamental y creo que
hace falta insistir en la unidad de la lucha LGTB y crear más espacios de socialización
comunes.

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Desde mi punto de vista, la forma de lucha más importante es la lucha desde lo
cotidiano, desde lo que tú haces en tu día a día, en tu forma de ser, de relacionarte
con los demás. Creo que después de salir del armario uno debe ir más allá, puesto
que cada uno tiene una responsabilidad ética para lograr un beneficio común. Hay que
vivir la orientación sexual de cada uno como algo político y hacer un trabajo de
proyección, para cambiar la visión de los demás, desmontar estereotipos, no
reproducir otras formas de discriminación… pero todo esto desde el trabajo en tu
círculo más cercano, es decir, que no creo que sea necesario estar en un grupo
activista para hacer política: lo que haces en tu vida cotidiana ya es político.
Sin embargo, también es cierto que a menudo te puedes acabar
autoimponiendo por razones políticas formas de ser que tú en el fondo tampoco
quieres. Y esto acaba siendo una paradoja bastante absurda. Un ejemplo un poco
exagerado (y gracioso) sobre este tema sobre lo político y lo personal se ve en algo
que me pasó este verano, una noche durante las fiestas de Sants. El caso es que un
chico que conozco pero con el que tampoco tengo mucha confianza me vino (él iba
super ciego) y me empezó a comer la cabeza… “Bua, tío, a mí es que me encantaría
ser bisexual, porque creo que es el estado más evolucionado que hay, en el que estás
más allá del género…”. Bueno, él es una persona muy activa políticamente, que todo
el rato tiene la revolución en la cabeza, que todo es luchar, luchar, luchar… Pero claro,
yo iba pensando “¿pero porque me cuenta a mí esto...?”, Y bueno, luego siguió:
“porque yo quisiera que me gustaran los hombres, porque si yo fuera gay sería así tipo
oso, sería un gay violento, que luchara contra la homofobia, y le pegaría un puñetazo a
un tío que me llamara maricón…”. Y continuó: “¡pero es que no me gustan, no me
atraen…!”. Hasta que finalmente concluyó: “A mí esto me da coraje, esto no es
revolucionario…”. Y yo le decía: “tío, pues si no te gusta, no te gusta, no te fuerces
políticamente a ser una cosa si tu deseo no es ese!”. Y es que para mí el deseo es
personal, y yo ya he dejado de luchar políticamente contra eso: si quiero hacer algo lo
hago, no me obligo a ser algo que no quiero.
Yo salí del armario para ser libre, y de la misma forma que no quiero que en el
entorno LGTB se sigan reproduciendo distintas formas de discriminación, tampoco
quiero autoimponerme ningún modelo, sea hegemónico o alternativo.

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