parcialmente? ¿Cómo actuar si cuestiona la minuta final por excesiva o discute los gastos generados?
Todas estas circunstancias hacen del cobro de los
honorarios una cuestión especialmente espinosa y delicada para los letrados que, con más frecuencia de la que desearían, tienen que reclamar los pagos judicialmente.
En esta matería, el punto de partida es la libertad de
pacto entre las partes. El Estatuto General de la Abogacía señala que “la cuantía de los honorarios será libremente convenida entre el cliente y el abogado, con respeto a las normas deontológicas y sobre competencia desleal”. Por tanto, no existe una única fórmula para fijar la minuta del profesional, acudiéndose, según el despacho o el abogado, a un precio cerrado, precio por hora o un tanto por ciento del resultado del asunto (quota litis) en combinación con otra pauta, entre otros criterios.
Para evitar problemas, las instituciones colegiales
insisten en la necesidad de dejar por escrito y documentado un presupuesto previo, que detalle los servicios que se van a prestar y su coste, lo que se conoce como hoja de encargo. Pero, aunque resulte extraño, su uso no es obligatorio. Así, el artículo 13.1 del Código Deontológico establece que “la relación del abogado con el cliente debe fundarse en la recíproca confianza. Dicha relación puede verse facilitada mediante la suscripción de la hoja de encargo”. En el caso de que no se haya firmado o pueda acreditarse ¿qué medios admiten los tribunales como prueba fehaciente de la cuantía debida?
La Audiencia Provincial de Pontevedra, en una
sentencia de 2017 (accede aquí al texto), aceptó como prueba la grabación de una reunión mantenida en el despacho del letrado, a pesar de que este intentó anularla por suponer una intromisión ilegítima de su intimidad. De esta manera, el cliente demostró que el abogado había fijado en 210 euros el coste de tramitar un expediente tributario, en vez de los 6.000 que después le reclamó.