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La resurrección: Dominus Iesus Christus «in se naturae nostrae resurrectionem et renovationem


operatus est» (DS 358)
Prof. JEAN GALOT (Roma)

En su carta «In prolixitate epistulae» (año 497) dirigida a Lorenzo, obispo de Lignido en el
Ilírico, el Papa Anastasio hace una profesión de fe y, a continuación, destaca especialmente el misterio de
la resurrección de Cristo, en su efecto universal, como resurrección destinada a renovar la naturaleza
humana en todos los hombres.
Para explicarlo, escoge como punto de partida las palabras que Jesús pronuncia en el templo de
Jerusalén para justificar la autoridad por medio de la cual había echado a los vendedores de bueyes,
ovejas y palomas y volcado las mesas de los cambistas. A los que le pedían un signo respondió: «Destruid
este santuario y en tres días lo levantaré» (Jn 2,19).
Esas palabras anunciaban la resurrección, vista como resurrección espiritual del templo, después
de la destrucción espiritual que ocurriría con la muerte de Jesús. La resurrección es un acontecimiento
personal, que se manifiesta en la vida misma de Cristo, pero, como resurrección del templo, indica un
culto nuevo, una religión nueva, vinculada al triunfo de la vida en la persona de Cristo. La carta de
Anastasio subraya, pues, la renovación que la resurrección obtiene para nuestra naturaleza: Cristo «obró
en sí mismo la resurrección y la renovación de nuestra naturaleza».
Esta renovación no implica confusión alguna entre la naturaleza divina y la naturaleza humana.
Las dos naturalezas permanecen unidas, aunque distintas, en una sola persona, después de la resurrección.
«El mismo Señor Jesucristo es pasible e impasible, pasible según la humanidad, impasible según la
divinidad». No podemos, pues, imaginar a un Cristo con otra naturaleza humana, una naturaleza sutil, u
otra naturaleza divina, que sería pasible. En la resurrección, ambas naturalezas conservan sus
propiedades. La carta de Anastasio confirma en este aspecto la doctrina del concilio de Calcedonia.

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