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(Principio y fundamento)
Ese Dios a quien buscamos «no esta lejos de cada uno de
nosotros. (Hech 17, 22-31). Es más íntimo a mi que yo mismo, en el
fondo de toda actividad, dándome el ser, el querer y el obrar (vv. 1-6).
—Primeramente el universo.
Todo él es obra de su Palabra y de su amor.
Su palabra, que no retorna jamas a aquel que la pronuncia sin
haber producido su efecto (Is 50, 10-11) y que «recrea el corazón» de
quien se fía de ella (Sal 51-50, 12). «Si tuvieseis fe, diríais a esta
montaña.... »(Mt 21, 18-22).
Su amor no quiere el mal, sino la vida de lo que ha creado. Como
si el universo, contemplado con fe, fuese una invitación a alabar y
reconocer a Dios. Los libros de la Sabiduría y de los Salmos
desarrollan esta invitación, por ejemplo: Prov 8; Eclo 42, 15 a 43; 39,
12-35; Sal 103 y 104; Job 38 a 42.
Este universo no es mas que el comienzo de la obra. Vendrán una
tierra nueva y unos cielos nuevos (Ap 21)...
Este primer día nos puede dar alguna idea de la manera de utilizar la
Escritura en la meditación. Lo esencial es tratar de desarrollar la actitud
que
hemos dicho que es el objetivo del presente día. Cada uno elige los
textos
que se acomoden mejor al fin que se propone, y si allá encuentra lo que
desea, no se preocupe de buscar otros.
DISCERNIMIENTO AL FIN
DE LA JORNADA
Terminado el primer día, hace falta saber pasar a la página
siguiente, tomando nota previamente de los resultados. Después de
recorrido el camino hay que pararse a contemplarlo; no por mero
placer de analizar, ni para desanimarse, sino para sacar provecho de
todo, hasta de los errores.
Un punto que conviene examinar es la calidad del silencio. Cuando
uno no llega a conseguir un silencio total, y sobre todo sosegado, hay
motivo para dudar si se está maduro para la experiencia que se ha
acometido. La tensión y el nerviosismo —sin contar la fatiga propia
del primer día—nunca son buen síntoma. Si se las analiza, estas
situaciones revelan obstáculos que nosotros oponemos a la acción
del Espíritu. En este caso es preciso saber cambiar el sistema. Por
ejemplo, quien pretenda ser muy estricto, tiene que aceptar cierta
relajación. Es mejor hacer menos, pero con alegría, que hacer más a
contrapelo.
ORA/PERSEVERANCIA: La sumisión a la hora de oración me
enseña a no buscar en la meditación los sentimientos o las ideas, sino
la fidelidad y el deseo. Recíbeme contigo para gloria de tu Padre. Los
Ejercicios nos impulsaran a dirigir a Jesús esta súplica, cuando
lleguemos a la cumbre que es la meditación de las Banderas. Pero tal
súplica está ya en germen desde el principio. Lo mismo si salgo
contento de la hora transcurrida, como si tengo la impresión de haber
perdido el tiempo. Ni debo crecerme por lo uno ni desanimarme por lo
otro. Sin tomar ninguna decisión con motivo de mi dureza, mi
sequedad o mis distracciones, seguir adelante sin turbación. Yo voy a
la oración por Dios, esperando de él el resultado, de cualquier
manera y en cualquier momento que se me otorgue, esperarlo.
Hay el peligro de huir de la experiencia distrayéndose, disertando.
Es éste un procedimiento muy sutil: consiste en acomodarse. Así se
evita arrostrar las exigencias de la oración, leyendo libros espirituales
o con pensamientos brillantes y generosos, pero que no vienen a
cuento. Se toman muchas notas y luego se desarrollan las ideas. Así
se deja de lado la obra del Espíritu Santo para entregarse a un
trabajo personal. En eso uno se busca a sí mismo en lugar de
perderse. Es útil sorprender en uno mismo el comienzo de esta
tentación. Se presenta además, generalmente, acompañada de cierta
sequedad en la oración, o de cierto nerviosismo.
La entrada concreta en la vida de fe es de esta otra manera. La
oración es una experiencia donde yo experimento lo que soy y el
grado de gracia que Dios me concede. «Otro.—el Espíritu—me
conduce y yo trato de someterme a su acción, siempre imprevisible. El
examen de conciencia, desde entonces, se convierte en «gratitud» a
la acción de Dios en medio de mis días. Así puedo hacerlo desde este
atardecer. En adelante seguiré haciéndolo así.
Hay otra manera de someterse a la acción del Espíritu Santo. He
venido a Ejercicios con los problemas de mi vida y mis dificultades. El
entregarme al tema de mi meditación me obliga, no a ignorarlos o a
huir de ellos, pero sí a ponerlos en el lugar que les corresponde, de
tal modo que la oración, purificando e iluminando mi corazón, me
conduzca a una situación desde la que los juzgue con más verdad y
sienta en qué sentido me inclina Dios. Esto se producirá en el
momento que disponga Dios, no en el que yo decida.
Poco a poco descubro dónde está la generosidad. No consiste en
que rápidamente consiga yo por mi esfuerzo el resultado apetecido,
sobre todo tal como lo imagino. Consiste en volver a comenzar
continuamente el camino, con confianza creciente. Es necesario
luchar para concentrar mi atención, pero sin brusquedad: se impone
la tranquilidad de espíritu para entrar en la oración...
Continuamente me veo obligado a navegar entre dos escollos. El
primero es el de la pura espontaneidad. Soy juguete de mis impulsos,
de los remolinos de mi sensibilidad o de la acción de los juicios de los
demás o de lo que supongo que juzgan. Es ésta una falsa autonomía.
El segundo escollo es el inverso del primero, es el de la pura
voluntad. Deseo conseguir, pero nunca me encuentro a gusto.
Pasado algún tiempo, ya no puedo mas, me desanimo y lo mando
todo a paseo. En vez de empeñarme en conseguir las cosas cueste lo
que cueste, y en la actitud de mayor tensión, haría mejor si me
relajara y durmiese. Dios cuidará «a su amado que duerme». (Sal
127-126, 2).
Estas observaciones, hechas en presencia de las diversas
reacciones, insinúan un diálogo espiritual. No espero que el director
me diga lo que tengo que hacer, sino, expresándome ante él, espero
que me ayude a interpretar estos impulsos que comienzo a sentir o
a... no sentir. Se presenta entonces este diálogo como una lenta
formación en la docilidad al Espíritu, en la plena libertad que busca
abrirse a la gracia.