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Formas de envejecer:
condiciones y necesidades
de las personas mayores

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Formas de envejecer:
condiciones y necesidades
de las personas mayores

Sagrario Garay Villegas


(coordinadora)

UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE NUEVO LEÓN

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_________________________________________________________________________

ISBN: 978-607-27-1154-9

________________________________________________________________________

Rogelio G. Garza Rivera


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Secretario General
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Secretario de Extensión y Cultura
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Esta publicación es financiada por recursos del proyecto “Programa de Fortalecimiento
de la Calidad Educativa SEP (2017)”.

Impreso en Monterrey, México.


Printed in Monterrey, Mexico

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Índice
Introducción 13
Sagrario Garay Villegas

Contexto de residencia de las personas mayores

Capítulo 1. Condiciones de la vivienda en los hogares 23


con personas mayores en España y México
Sagrario Garay, Verónica Montes de Oca y Vicente Rodríguez

Capítulo 2. Personas mayores viviendo en residencias. 47


Contrastes y semejanzas entre España y México
María Concepción Arroyo, Perla Vanessa De los Santos
y Luis Enrique Soto

Envejecimiento, familia y apoyos

Capítulo 3. Trayectoria familiar y ocupacional 71


de personas mayores en Monterrey: una mirada
antropológica
Leticia Huerta Benze

Capítulo 4. Modernización y redes de apoyo familiar 101


en la vejez rural
Rosa María Flores Martínez

11
Concepciones y significados de la sexualidad en la vejez

Capítulo 5. Entre cuerpos, placeres y deberes. 125


Un acercamiento a la sexualidad de mujeres mayores
Perla Vanessa De los Santos, María Concepción Arroyo
y Sandra Emma Carmona Valdés

Capítulo 6. ¿Las personas mayores necesitan sexo? 163


Una mirada de los factores estructurales y de salud
que inciden en los prejuicios de la sexualidad
en la vejez
Lizzett Arreola Heynez, Perla Vanessa De los Santos
y María Concepción Arroyo

Sobre los autores 197

12
Introducción
Sagrario Garay Villegas

L
as formas de estudiar y vivir la vejez y el envejecimiento
son variadas. Nadie envejece de la misma manera, y
tampoco se vive y concibe la vejez con el mismo signi-
ficado y en las mismas condiciones. No obstante, las
miradas hacia el envejecimiento tienden a estandarizar a todas
las personas mayores bajo un mismo estereotipo: improductivos,
enfermos, asexuados, carentes de voluntad, entre otras cosas.
En este libro se busca rescatar las diferentes formas en que se
está viviendo la vejez, tanto en sus condiciones como en las nece-
sidades que enfrentan las personas mayores en la actualidad, de-
jando entrever que si bien es cierto que algunas personas requie-
ren de cuidados por alguna enfermedad, no todas las personas
mayores están en esa condición y que lo que más parece incidir
en cómo se envejece y cómo se percibe la vejez, no tiene que ver
con las condiciones individuales sino de contexto y estructura so-
cial, pues ello determina la forma en que nos concebimos y nos
relacionamos con el resto de las personas. El conocimiento sobre
ello, permitirá tener un referente de sobre algunos aspectos que
deberían de ser considerados para mejorar las condiciones de
vida de las personas y otros más que refieren a las necesidades
de cambiar las imágenes hacia las personas mayores.

13
Contextos de residencia de las personas mayores
El envejecimiento de la población suele traer cambios en los arre-
glos familiares. Algunos estudios han mostrado que la estructura
familiar y la dinámica familiar cambian; por ejemplo: en los ho-
gares latinoamericanos se observa una tendencia a agrupar más
generaciones en un mismo hogar, las relaciones e intercambio se
modifican, y lo mismo ocurre con la distribución de tareas al in-
terior de los hogares (López, 2001; Redondo, Garay y Montes de
Oca, 2015). No obstante, aunque la corresidencia con familiares
sigue siendo el arreglo familiar que predomina, en otros países
han surgido como alternativas las residencias no familiares. Esta
opción en México suele ligarse con el “abandono” de las perso-
nas mayores, pero recientemente se han mostrado algunos avan-
ces en tratar de cambiar esta percepción.
El tema de la residencia es abordado en dos capítulos de este
libro. El primero de ellos, Condiciones de la vivienda en los hogares
con personas mayores en España y México, las/os autores/as muestran
las características de los hogares y las viviendas en la que residen
las personas mayores en España y México. Lo más destacable de
los resultados, son las claras diferencias entre ambos países sobre
todo en el tipo de arreglo familiar y la disponibilidad de servicios
básicos como agua, drenaje y combustible. Observándose que las
personas mayores en México se encuentran predominantemente
en hogares extensos, mientras que en España el arreglo familiar
principal es el nuclear, particularmente el de parejas solas. En
relación con los servicios en la vivienda, la población adulta ma-
yor mexicana presenta un rezago importante en los servicios bá-
sicos. Además, la comparación entre países, muestra que en otros
contextos, las fuentes de datos han avanzado en la captación de
otras facilidades dentro de la vivienda como la calefacción, aire
acondicionado, entre otros.

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El segundo capítulo, Personas mayores viviendo en residencias.
Contrastes y semejanzas entre España y México, muestra las formas
de vivir en residencias no familiares en España y México. En el
caso de España, se trata de instituciones de carácter privado; en
México, es una institución que cuenta con apoyo financiero del
gobierno estatal y en la cual los residentes pagan una cuota baja
para vivir en esa residencia. En este capítulo se analizan los mo-
tivos de ingreso, la relación con la familia y la imagen que tienen
las personas mayores de la institución. Los resultados muestran
que la decisión de vivir en una institución se relaciona, principal-
mente, con la viudez, la soledad y enfermedades que limitan la
realización de sus actividades diarias. El vínculo con la familia es
el que se torna ambivalente, en ocasiones las personas conside-
ran que el estar en una residencia no familiar les permite socia-
lizar y sentirse acompañadas, pero también se encuentran senti-
mientos de abandono o falta de reciprocidad de sus familiares
por no cuidarlos en el hogar familiar. La imagen de la institu-
ción, probablemente es la que muestra más diferencias entre los
países analizados, en España, la población residente muestra un
mayor “empoderamiento” sobre lo que desea y no desea realizar
en la institución; mientras que en México, las personas mayores
suelen aceptar sin cuestionamientos las normas y actividades pro-
gramadas por la institución.

Envejecimiento, familia y apoyos

Los estudios en México muestran que una gran proporción de


personas mayores no cuentan con derecho a servicios de salud y
tampoco cuentan con ingresos derivados de una pensión. Frente
a este panorama las redes informales de apoyo (familiares y no
familiares) han sido uno de los mecanismos más importantes
para aliviar las dificultades económicas y de salud a las que se

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enfrenta la población envejecida (Guzmán, Huenchuan y Montes
de Oca, 2003). Estos apoyos pueden variar en el tiempo y no
siempre se tiene continuidad o permanencia, pues en ocasiones
ocurren en coyunturas específicas (crisis económicas, enfermeda-
des, accidentes, etc.) (Garay, Montes de Oca y Guillén, 2014). El
tipo de apoyo otorgado dependerá de la necesidad que enfrente
la población mayor, en ocasiones puede ser un apoyo económico
o en especie, pero también podrían ser cuidados, acompaña-
miento o labores domésticas. Junto con la necesidad de la per-
sona mayor se encuentran las condiciones y el contexto en el que
residen, así como la disponibilidad de los familiares para atender
a su familiar.
El capítulo Trayectoria familiar y ocupacional de personas mayores
en Monterrey: una mirada antropológica, presenta, desde la mirada
del curso de vida de las personas, las ocupaciones en las que se
desempeñaron mujeres adultas mayores, que en la actualidad tie-
nen demencia, y las de sus cónyuges. Esto no sólo permite retra-
tar la historia laboral de las personas, sino también la estructura
familiar y las condiciones en las que se encuentran actualmente
estas personas. Destaca que todas las mujeres de este estudio
transitaron por el mercado laboral pero una vez que se casaban
abandonaban el trabajo extradoméstico, lo anterior, como es sa-
bido coloca a las mujeres en una situación de mayor vulnerabili-
dad al no acceder en la vejez a una pensión contributiva derivada
de su participación en el mercado de trabajo. Para la mayoría de
ellas, sus ingresos provienen de las pensiones de sus maridos y
de los programas de apoyo gubernamentales. Adicionalmente,
este estudio muestra, que los cuidados de estas mujeres son pro-
porcionados principalmente por sus cónyuges.
Los cambios estructurales en México experimentados en la
década de los noventa han traído modificaciones en la economía
del país, pero sin duda, la agricultura ha sido uno de los sectores
más afectados y con ello la población de los contextos rurales.

16
Esta es la discusión que se presenta en el trabajo Modernización y
redes de apoyo familiar en la vejez rural, haciendo hincapié en la
transformación de las redes de apoyo para las personas mayores.
La disminución de las actividades agrícolas ha traído como con-
secuencia la migración hacia contextos más urbanizados o a otro
país; lo anterior ha modificado las estructuras y dinámicas fami-
liares en las comunidades rurales, esto puede traer como conse-
cuencia el debilitamiento de una red de apoyo familiar, sobre
todo, presencial. Junto con estos cambios, el proceso de moder-
nización también podría traer como cambio una imagen negativa
de la vejez, la cual, en las localidades rurales ha sido tradicional-
mente positiva.

Concepciones y significados de la sexualidad


en la vejez
Un tema tabú en la mayoría de las sociedades es el ejercicio de
la sexualidad de las personas, y cuando se trata de personas ma-
yores se vuelve aún más estigmatizado. Lo anterior porque la ve-
jez se asocia con decrepitud, enfermedad y las personas mayores
son concebidas como asexuales; mientras que el imaginario de lo
deseable, sexualmente activo y capaz de tener placer se remite a
la juventud. De acuerdo con Iacub (2008), existe un grupo de
personas mayores que tratan de cambiar las formas exteriores de
la edad con cirugías, tratamientos, etc. (tratándose de adherir al
ideal de juventud deseable) y otros que admiten la posibilidad de
seguir siendo deseables con sus condiciones actuales.
Las autoras del capítulo Entre cuerpos, placeres y deberes. Un acer-
camiento a la sexualidad de las mujeres, abordan las experiencias de
las mujeres mayores referentes a su cuerpo, deseo y ejercicio de

17
su sexualidad. El análisis presentado gira en torno a dos vertien-
tes: la sexualidad femenina patriarcal y la sexualidad como rup-
tura patriarcal. En la primera, se constata el dominio de las cons-
trucciones sociales tradicionales sobre el papel de las mujeres y
sus comportamientos hacia la sexualidad: pasivas, abnegadas,
madres antes que nada, dependientes sexuales y con un ejercicio
sexual autocensurado. En la segunda vertiente, se encuentran ca-
sos de mujeres que rompen con los estereotipos asociados a la
vejez, aceptando su cuerpo, reconociéndose como sujetos de de-
seo y placer y con capacidad de mantener una vida sexual activa.
El último trabajo, ¿Las personas mayores necesitan sexo? Una mi-
rada de los factores que inciden en los prejuicios de la sexualidad en la
vejez, las autoras analizan los prejuicios sobre el ejercicio de la
sexualidad de las personas mayores en distintos grupos de edad
y otras variables sociodemográficas. Entre los principales resul-
tados encuentran, que la población de mayor edad es la que pre-
senta mayores prejuicios en relación con la sexualidad en com-
paración con los grupos de edad más jóvenes. Por género, los
hombres asocian una pérdida de la capacidad sexual por apari-
ción de enfermedades, concibiendo un fracaso sexual la falta de
erección; mientras que las mujeres asumen que con la menopau-
sia se pierde el deseo sexual. Adicionalmente se encuentra que
en los grupos con mayor escolaridad los prejuicios sobre este
tema suelen disminuir.

Bibliografía
Garay, S., Montes de Oca, V. y Guillén, J. (2014). Social support and social net-
works among the elderly in Mexico, Journal of Population Ageing, 7(2), 143-
159.
Guzmán, J. M., Huenchuan. S. y Montes de Oca, V. (2003). Marco conceptual
sobre redes de apoyo social de las personas mayores. En CELADE Seminarios
y Conferencias. Redes de apoyo social de las personas mayores en América Latina y

18
el Caribe (pp. 23-32), Serie No. 30, CELADE, División de Población-CEPAL
(http://www.eclac.cl)
Iacub, R. (2008). Sobre la construcción de juicios en la erótica de la vejez, Re-
vista Argentina de Sociología, 6 (10), 170- 183.
López, A. (2001). El perfil sociodemográfico de los hogares en México 1970 – 1997.
México: Consejo Nacional de Población.
Redondo, N., Garay, S. y Montes de Oca, V. (2015). Modalidades de allega-
miento residencial en la población adulta mayor argentina y mexicana: de-
terminantes socioeconómicos y diferencias regionales, Estudios Demográficos
y Urbanos, 30 (3), 597-649.

19
20
Contextos de residencia
de las personas mayores

21
22
Capítulo 1. Condiciones de la vivienda
en los hogares con personas mayores
en España y México1
Sagrario Garay, Verónica Montes de Oca y Vicente Rodríguez

Introducción

L
os estudios sobre el impacto del envejecimiento en las
familias tienen cada día nuevas líneas de interés a nivel
mundial, sobre todo para observar lo que sucede en
países con etapas intermedias de envejecimiento, como
sucede en los latinoamericanos (Harper, 2007; Huenchuan,
2018). En la demografía de la familia y el envejecimiento a nivel
mundial, resulta sumamente importante identificar los cambios
más importantes conforme cambia la estructura por edad y sexo
de las poblaciones (Blieszner y Hilkevitch, 1994; Huenchuan,
2013).
Los cambios en las familias y hogares en los países con una
transición demográfica más avanzada son un referente obligado
para los países en proceso de envejecimiento. Múltiples estudios

1 Este trabajo se apoya parcialmente en los proyectos: Red Excelencia “Enve-


jer Activamente en Iberoamérica: una interpretación de las formas de enve-
jecer (ENACTIBE)”, MINECO, OSO2015-71193-REDT;2016-2017; IP. Vicente
Rodríguez-Rodríguez. Y en el Programa de Apoyo a Proyectos de Investigación
e Innovación Tecnológica (PAPIIT) “Envejecimiento activo y ciudadanía. Me-
canismos gubernamentales para la inclusión social, reducción de la pobreza y
desigualdad en las personas mayores en México” (IG300517)

23
han avanzado al observar estos cambios demográficamente pero
también en aspectos que relacionan la familia con la segunda
etapa de la vida, la transición a la vida adulta, las nuevas relacio-
nes intergeneracionales, la nupcialidad en etapas adultas del
curso de vida, así como la relación que se establece entre los her-
manos frente al cuidado de los padres, la enfermedad y la escasa
descendencia dispuesta o en condiciones de cuidar (Blieszner y
Hilkevitch, 1994; Ryff y Mailick, 1994; Hilkevitch, 1994; Suitor,
et al., 1994; ONU-Mujeres, 2018). La gran diversidad de enfo-
ques y temáticas posibles de atender en países emergentes mues-
tra que la prolongación del curso de vida por la longevidad pro-
picia cambios en las transiciones en el curso de la vida, la nueva
nupcialidad y los cambios intergeneracionales derivados del
cambio en las familias de extensión horizontal a extensión verti-
cal (beanpole family) (Kinsella, 1994; Harper, 2007). La experien-
cia en la investigación sociodemográfica en las familias a través
de la categoría de hogares revela que los países en desarrollo tie-
nen una reserva demográfica que está en transformación y que
requiere ser observada y analizada (Garay, Redondo y Montes de
Oca, 2012; Montes de Oca y Nava, 2017).
El conocimiento de las estructuras familiares y de hogares es
de enorme importancia para comprender las dinámicas demo-
gráficas y sociales en las que se ven inmersas las mujeres y hom-
bres adultos mayores. Además, es esencial conocer las condicio-
nes en las que se encuentran las viviendas y los servicios con los
que cuentan dichos hogares, fundamentales para la calidad de
vida de la población.

Envejecimiento y calidad de vida

La discusión sobre los ambientes físicos, urbanos y rurales se ha


dado desde los años ochenta en países más desarrollados y ha

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considerado la interacción de las personas con su ambiente físico
y social, admitiendo la importancia de la vivienda, transporte,
servicios sociales y arreglos residenciales (familiares o institucio-
nales) (Committee on Aging Society, 1985). El debate ha inte-
grado el envejecimiento, unido al de discapacidad y calidad de
vida de las personas adultas mayores (Soldo y Longino, 1985;
Wachs, 1985; Struyk, 1985; Morgan, 1985; Monteverde, et al.,
2016).
La calidad de vida está compuesta por dimensiones que tra-
ducen valores objetivos y subjetivos de las personas. Esto se debe
a que el concepto incluye elementos como el estado físico y psi-
cológico de las personas, sus relaciones y creencias personales,
las características de su ambiente residencial, sus condiciones
económicas, de vivienda y entorno (OMS, 1995; Osorio et al.,
2008; Flores et al., 2011). Los estudios sobre calidad de vida en
la vejez, además, han avanzado en su medición como en el aná-
lisis de sus implicaciones. Entre los aspectos que destacan en esta
temática están los ambientes residenciales que pueden traducirse
como el estado de la vivienda, el barrio y los vecinos, elementos
que inciden en el bienestar subjetivo de la Población Adulta Ma-
yor (PAM) (Rojo et al., 2001 y 2002).
El análisis de los entornos residenciales en la vejez ha tenido
auge en países europeos, entre ellos España, en donde existen
estudios que analizan la importancia de estos componentes en su
percepción de la calidad de vida (Rojo et al., 2001; Fernández-
Mayoralas et al., 2004; Rojo et al., 2018; Rojo y Fernández-Ma-
yoralas, 2018). Por su parte, en países con un proceso de planea-
ción urbana en desarrollo --como los latinoamericanos-- el análi-
sis de los entornos físicos y sociales para la PAM es un aspecto
poco analizado (CEPAL, 2006). Lo que se tiene se asocia gene-
ralmente con las características de la vivienda en donde habita
esta población y, en otros casos se ha analizado el contexto en

25
términos de sus hogares y las redes de apoyo familiares y no fa-
miliares como elementos que inciden en la calidad de vida (Guz-
mán et al., 2003).

Hogares y envejecimiento en América Latina


y España

La residencia de las personas adultas mayores con parientes se


torna relevante, porque esto suele ser un espacio de operación
para las transferencias familiares tanto económicas como no eco-
nómicas (Huenchuan y Guzmán, 2007). Diversas investigaciones
han indicado que la cohabitación es uno de los mecanismos más
aproximados a la solidaridad intergeneracional, porque permite
reducir los costos de la vivienda, compartir los gastos en alimen-
tación y facilita el apoyo entre los integrantes del hogar (De Vos,
Solís y Montes de Oca, 2004; Hakkert y Guzmán, 2004; Montes
de Oca, 2004). Sin embargo, existen argumentos que se contra-
ponen a esta idea, mencionando que la corresidencia no necesa-
riamente implica que los recursos se socialicen entre todos los
miembros. Predomina, en este caso, la postura en torno a que
compartir un espacio físico se asocia fuertemente con la reparti-
ción de recursos al interior del mismo y con la generación de
tensiones ligadas a situaciones diferenciales de poder (De Vos y
Holden, 1988 citado en Hakkert y Guzmán, 2004).
A principios del año 2000, en América Latina y el Caribe, en
uno de cada cuatro hogares residía una persona adulta mayor;
observándose algunas diferencias según la localidad de residen-
cia. Por ejemplo, es más común encontrar hogares con al menos
una persona adulta mayor en las localidades rurales en compa-
ración con las urbanas (CEPAL, 2009).

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En la mayoría de los países de América Latina también se ha
observado que la corresidencia de las personas mayores con sus
familiares está asociada con las condiciones socioeconómicas de
la población adulta mayor. Aunque también se ha indicado que
esta tendencia puede ocurrir por los patrones culturales de cada
país, pues cuando se controla el efecto de las variables socioeco-
nómicas dicha corresidencia se mantiene (Guzmán et al., 2003).
Asimismo se ha indicado que la proporción de personas adultas
mayores que vivían solas en el año 2000, no era mayor al 17%.
Sin embargo, las tendencias indican un crecimiento importante
en los últimos años de este tipo de arreglo familiar (CEPAL,
2009). Cabe decir que al interior de la región se presentan algu-
nas diferencias. En el 2006, por ejemplo, en Argentina el por-
centaje de hogares unipersonales era mucho más alto en compa-
ración con México (21.4% frente a 11.6%); de igual manera, la
corresidencia con familiares suele ser más frecuente en países
como México en contraste con los países del Cono Sur (Garay,
Redondo y Montes de Oca, 2012). Por otro lado, se ha observado
que los hogares latinoamericanos con población adulta mayor,
un 80%, están compuestos por familiares y no familiares más jó-
venes, es decir se cuenta con una alta presencia de hogares mul-
tigeneracionales, constatándose que 2 de cada 3 adultos mayores
residen en este tipo de hogares (CEPAL, 2002; Huenchuan y
Guzmán, 2007).
Por su parte, en España se señala que el envejecimiento po-
blacional ha disminuido el tamaño medio de los hogares, gene-
rándose un crecimiento importante de los hogares unipersonales
y bipersonales. A pesar de ello, el contexto español dista de lo
que se presenta en otros países europeos como Dinamarca, Ale-
mania y Holanda, en donde más de la tercera parte de la pobla-
ción adulta mayor residen en hogares unipersonales (González y
San Miguel, 2001). En el 2008, en España, el 11.1% de los hom-
bres y 10% de las mujeres mayores vivían solos. El arreglo de

27
pareja sola era de 47.2% para los hombres y 29.5% para las mu-
jeres. En relación con el hogar multigeneracional, alrededor del
35% de las personas de 65 años y más residían en un hogar de
este tipo (Abellán y Pujol, 2013).

Aspectos metodológicos
Fuentes de datos

Las fuentes de datos que se utilizan son los Censos de Población


de cada país. En el caso de México se accedió al censo 2010 a
través de la plataforma Integrated Public Use Microdata Series2
(IPUMS) la cual concentra Censos de Población de la mayoría de
los países del mundo. Para la caracterización de los hogares se
utilizó la Encuesta Nacional de la Dinámica Demográfica (ENA-
DID) 2009. En España (2011), se tomó como fuente de datos el
Censo de Población y Viviendas del 20113.

Hogares

La definición del tipo de hogar presentó una de los mayores re-


tos para la comparabilidad, dado que en cada país se tienen con-
figuraciones distintas en los arreglos familiares captadas en los
censos. En un esfuerzo por establecer categorías “homogéneas”
se establecieron las siguientes características para cada hogar:

2 Información disponible en https://international.ipums.org/


3 Para algunos datos se consideró el censo 2001 disponible en la plataforma
IPUMS.

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Tipo de hogar Características generales
Hogar Jefe (a) solo (a)
unipersonal
Pareja sola
Hogar nuclear Pareja con hijos (as) solteros (as)
Jefe (a) con hijos (as) solteros (as) (Monoparental)
Parejas sin hijos (as) y otros parientes; parejas con
Hogar extenso hijos (as) y otros parientes; jefe (a) y otros parien-
tes; jefe (a) con hijos (as) y otros parientes.
Pareja sin hijos (as) y otros no parientes; pareja
Hogar con hijos (as) y otros no parientes; jefe (a) con hijos
compuesto (as) y otros no parientes; jefe (a) con otros parien-
tes y no parientes.
Hogar Jefe (a) y otros no parientes (incluye a los emplea-
no familiar dos domésticos).

Características y servicios de la vivienda

El concepto de entorno considera tanto los espacios físicos (la


vivienda, el barrio, la localidad) como las relaciones interperso-
nales con la comunidad y la familia (CEPAL, 2006; CELADE,
2009). En España desde hace varias décadas incluye, en sus cen-
sos de población, información sobre los espacios. Sin embargo,
en el caso de México, la información para este análisis compara-
tivo no contiene todos estos aspectos, por ello los entornos harán
referencia a los servicios con los que cuenta la PAM, así como el
equipamiento en la vivienda. Por vivienda se entiende el espacio
físico en donde residen las personas; mientras que el hogar hace
referencia a las relaciones de convivencia que mantienen las per-
sonas residentes en una vivienda.
Para el presente análisis los entornos se estudian sólo a partir
de las condiciones de la vivienda. Dentro de las características
que se analizan están: la disponibilidad de servicios que deberían

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de ser accesibles a la población y que forman parte de condicio-
nes socio-sanitarias requeridas para mantener cierta calidad de
vida; y también se contemplan otros servicios de comunicación,
así como la disponibilidad de equipamiento en la vivienda. Las
variables consideradas en cada caso son:

Disponibilidad de servicios Condiciones de equipamiento


Servicios públicos: Equipamiento en la vivienda:
Agua entubada Refrigerador
Desagüe o drenaje Lavadora
Televisión
Disponibilidad de tecnolo- Radio
gías de la información y co- Calentador de agua
municación (TIC): Calefacción
Teléfono fijo Aire acondicionado
Celular
Internet

Características generales de los hogares


con PAM
Cuando se observa el tamaño de los hogares en la población de
cada país, se tiene que, en España, los hogares de 3 y 4 miembros
representan los mayores porcentajes dentro del total. Por el con-
trario, en México el mayor porcentaje lo tienen los hogares con
5 o más miembros, lo cual es un indicador del agrupamiento de
varias generaciones y de una transición demográfica más tem-
prana (tabla 1).
Al distinguir el tamaño de hogar entre la población adulta
mayor, se presenta un panorama distinto al del conjunto de la
población. Por ejemplo, en España las personas adultas mayores
residen principalmente en hogares con 2 miembros, aunque la

30
tendencia al incremento de hogares unipersonales es evidente en
los últimos años (López y Pujadas, 2018). En México, la mayor
proporción de población con 60 años o más se concentra en ho-
gares con 4 y 5 miembros (tabla 2).

Tabla 1. Distribución porcentual de la población total según


número de miembros en el hogar

España México
Hogares con 1 miembro 9.0 2.5
Hogares con 2 miembros 23.4 8.5
Hogares con 3 miembros 25.2 15.1
Hogares con 4 miembros 28.8 23.7
Hogares con 5 o más miembros 13.6 50.2
Total 100.0 100.0
Fuentes: elaboración propia con base en el Censo de Población y Vi-
viendas, 2011 (España); Encuesta Nacional de la Dinámica Demográ-
fica (ENADID) 2009 (México).

Tabla 2. Distribución porcentual de la población con 60 años


o más según número de miembros en el hogar

España México

Hogares con 1 miembro 19.3 9.6


Hogares con 2 miembros 47.2 16.3
Hogares con 3 miembros 19.4 19.3
Hogares con 4 miembros 8.2 22.7
Hogares con 5 o más miembros 5.9 32.1
Total 100.0 100.0
Fuentes: elaboración propia con base en el Censo de Población y Vi-
viendas, 2011 (España); y ENADID, 2009 (México).

31
Al observar la estructura del hogar para el total de la población
se observa que, en los dos países, el arreglo familiar que predo-
mina es el nuclear, siendo más alto el porcentaje en España. Le
sigue en importancia el hogar extenso, el cual tiene mayor pre-
sencia en México. Por su parte, el hogar unipersonal en España
representa una proporción similar al arreglo de tipo extenso
(gráfica 1).
El arreglo familiar entre la PAM difiere un poco al de la po-
blación total. El hogar nuclear sigue siendo predominante, sobre
todo en España; en el caso de México, el hogar extenso adquiere
mayor importancia que el resto de los arreglos familiares. En
comparación con la población total, el hogar unipersonal repre-
senta una mayor proporción entre la población adulta mayor, en
los dos países este arreglo familiar es del cercano al 20% (gráfica 2).

Gráfica 1. Distribución porcentual de la población total por


tipo de hogar

80.0
60.0
40.0
20.0
0.0
Hogar Hogar Hogar No familiar
nuclear extenso o unipersonal
compuesto

España (2011) México (2009)

Fuente: elaboración propia con base en el Censo de Población y Vivien-


das 2011 (España); ENADID 2009 (México).

32
Gráfica 2. Distribución porcentual de la población
adulta mayor por tipo de hogar

80.0
60.0
40.0
20.0
0.0
Hogar nuclear Hogar extenso Hogar No familiar
o compuesto unipersonal

España (2011) México (2009)

Fuente: elaboración propia con base en el Censo de Población y Vivien-


das 2011 (España); ENADID 2009 (México).

Condiciones de las viviendas con PAM

Los arreglos familiares de las personas experimentan modifica-


ciones importantes en el curso de vida. Al llegar a la vejez se viven
transiciones que modifican el número de miembros así como el
tamaño de la estructura familiar (López, 2001; Redondo, Garay
y Montes de Oca, 2015). La mayor presencia de PAM y su situa-
ción económica y física son condicionantes que transformarán di-
versos aspectos de la vida familiar, esencialmente los cambios en
la salud de las personas y la aparición de situaciones de depen-
dencia (Abellán y Pérez, 2018) y en el aumento de personas solas,
mujeres sobre todo (Abellán et al., 2018); de la misma manera
que se facilitarán o dificultarán, entre otras cosas, por el tipo de
hogar y por las condiciones de la vivienda.

33
Una parte relacionada con las condiciones de vivienda es la dis-
ponibilidad de servicios con los que cuenta la PAM, tanto en la
vivienda como el acceso a tecnologías de la información y comu-
nicación (TIC), pues estos constituyen indicadores del contexto
en el que residen. En el caso de España se observa que la mayoría
de las viviendas en donde residen la PAM cuenta con servicio de
agua y desagüe, no ocurre lo mismo en el caso mexicano en
donde un porcentaje importante de la PAM no tiene dichos ser-
vicios en su vivienda (tabla 3).

Tabla 3. Carencia de servicios de agua y drenaje en viviendas


con PAM
Sin agua entubada Sin desagüe

España 0.1 0.2


México 8.5 11.9
Fuente: elaboración propia con datos del Censo de Población y Vi-
vienda 2010 (México); Censo de Población y Viviendas 2011 (España).

Sobre las TIC para la PAM, el servicio de mayor disponibilidad


y presencia es el del teléfono fijo, sobre todo en España. En Mé-
xico, menos de la mitad de la PAM reporta contar con teléfono
celular. El contar con internet presenta mayor porcentaje en Es-
paña comparado con México (tabla 4).

34
Tabla 4. Disponibilidad de TIC en las viviendas con PAM
Con teléfono fijo Con internet

España 94.1* 36.0


México 40.9 19.0
* El dato corresponde al Censo de 2001, en el 2011 no se preguntó
porque es posible que cerca del 100% cuente con este servicio.
Fuente: elaboración propia con datos del Censo de Población y Vi-
vienda 2010 (México); Censo de Población y Viviendas 2011 (España).

Contar con cierto equipamiento en la vivienda en los países se-


leccionados muestra algunas diferencias, principalmente en la
captación de este a través de los censos, por ejemplo mientras
que en España se pregunta por tenencia de calefacción y aire
acondicionado, en México no se tiene esta información a pesar
de que existen regiones del país en donde estos equipamientos
se vuelven de gran importancia por las condiciones climáticas.
Entre la PAM española la calefacción es un equipamiento que
representa un alto porcentaje, no ocurre así con el aire acondi-
cionado. Por otro lado, el tener agua caliente hace referencia a
contar con calentador de agua: en México cerca de la mitad de
la PAM cuenta con este equipamiento en la vivienda, en España
este porcentaje es menor, lo cual se explica porque la calefacción
y el agua caliente se ofrece de forma conjunta en muchas vivien-
das, sin diferenciar ambos abastecimientos. En el caso de México
se pregunta por otro tipo de equipamiento como el tener lava-
dora, refrigerador, televisión y radio, los cuales muestran altos
porcentajes en las viviendas con PAM (tabla 5).

35
Tabla 5. Porcentaje de PAM que cuenta con algún tipo de
equipamiento la vivienda para países seleccionados

España
Con agua caliente 33.8
Con calefacción 88.0
Con aire acondicionado 10.7
México
Con agua caliente 50.5
Con lavadora 66.3
Con refrigerador 82.7
Con TV 89.6
Con Radio 78.1
Fuente: elaboración propia con datos del Censo de Población y Vi-
vienda 2010 (México); Censo de Población y Viviendas 2011 (España).

Tipo de hogar y condiciones de la vivienda con


PAM
Al realizar la distinción por tipo de hogar y los servicios con los
que cuenta en la vivienda se tiene que, a diferencia de España,
un porcentaje importante de la PAM mexicana no tiene servicio
de agua en su vivienda, siendo mayores los porcentajes en los
hogares unipersonales, de tipo nuclear (pareja con y sin hijos,
monoparental) y extensos (gráfica 3).

36
Gráfica 3. Distribución porcentual de la PAM por tipo de ho-
gar sin servicio de agua entubada en la vivienda

No familiar
Compuesto
Extenso
Monoparental
Pareja con hijos
Pareja sin hijos
Unipersonal

0 5 10 15 20
México España

Fuente: elaboración propia con datos del Censo de Población y Vi-


vienda 2010 (México); Censo de Población y Viviendas 2011 (España).

Contar con sistema de drenaje o desagüe es un indicador de


suma importancia en términos socio-sanitarios. Al distinguir por
tipo de hogar se observa que un alto porcentaje de hogares me-
xicanos que no tienen drenaje (gráfica 4). Esta situación está mu-
cho más presente en los hogares unipersonales, lo anterior coin-
cide con estudios previos en los que se ha evidenciado que los
hogares unipersonales mexicanos con PAM presentan condicio-
nes menos favorecidas en comparación con otro tipo de hogares
(Garay y Montes de Oca, 2011).

37
Gráfica 4. Distribución porcentual de la PAM por tipo de ho-
gar sin servicio de agua entubada en la vivienda

No familiar
Compuesto
Extenso
Monoparental
Pareja con hijos
Pareja sin hijos
Unipersonal

0 5 10 15 20 25 30 35

México España

* En el caso de España el dato del desagüe corresponde al Censo de


2001.
Fuente: elaboración propia con datos del Censo de Población y Vi-
vienda 2010 (México); Censo de Población y Viviendas 2001 (España).

Las TIC en los hogares españoles muestran altos porcentajes so-


bre todo en lo referente al teléfono fijo, la disponibilidad de in-
ternet es menor en los hogares unipersonales y de parejas sin
hijos. En el caso de México la presencia de teléfono fijo en los
hogares con PAM muestra menores proporciones en compara-
ción con España, los mayores porcentajes se observan en los ho-
gares compuestos y no familiares (tabla 6). Cabe decir que el
hecho de contar con este tipo de facilidades para la comunica-
ción no implica que la PAM haga uso de este tipo de tecnologías.

38
Tabla 6. Porcentaje de PAM que cuenta con TIC según tipo
de hogar
TIC Tipo de hogar
Uni- Pareja Pareja Mono-
Ex- Com- No fa-
perso- sin hi- con hi- paren-
tenso puesto miliar
nal jos (as) jos (as) tal
España
Con te- 90.5 94.7 95.6 93.9 94.7 93.9 92.8
léfono
fijo*
Inter- 15.9 26.5 58.6 43.7 68.1 42.3 ---
net
México
Con te- 22.6 33.8 38.3 36.3 37.2 59.1 54.5
léfono
fijo
* En el caso de España el dato del teléfono fijo corresponde al Censo
de 2001.
Fuente: elaboración propia con datos del Censo de Población y Vi-
vienda 2010 (México); Censo de Población y Viviendas 2001 (España).

En el equipamiento de la vivienda se observan algunas diferen-


cias. En España aparece en gran proporción, en los distintos ti-
pos de hogar, la tenencia de calefacción. Sin embargo, el contar
con calentador de agua muestra similares proporciones tanto en
España como en México, siendo menor la proporción en los ho-
gares unipersonales mexicanos y en los hogares no familiares es-
pañoles. En el caso de México el equipamiento con el que cuen-
tan las viviendas tales como lavadora, refrigerador, televisión y
radio las menores proporciones se observan en los hogares uni-
personales (tabla 7).

39
Tabla 7. Porcentaje de PAM que cuenta con algún tipo de equi-
pamiento en la vivienda según tipo de hogar
Equi- Tipo de hogar
pa-
miento Uni- Pareja Pareja Mono-
Ex- Com- No fa-
en la perso- sin hi- con hi- paren-
tenso puesto miliar
vi- nal jos (as) jos (as) tal
vienda
España
Con ca- 39.0 41.2 40.9 38.5 44.5 38.8 36.6
lenta-
dor
para
agua*
Con ca- 85.2 84.3 88.1 85.9 83.6 86.2 ---
lefac-
ción
Con 7.0 11.2 13.0 10.2 11.3 14.1 11.5
aire
acondi-
cio-
nado*
México
Con ca- 26.6 34.1 35.8 36.6 33.0 55.3 56.4
lenta-
dor
para
agua
Con la- 29.1 47.2 53.4 48.3 52.4 72.3 55.3
vadora
Con re- 51.1 64.6 69.2 67.6 70.2 86.7 78.5
frigera-
dor
Con TV 59.9 72.6 81.0 78.1 83.3 92.2 81.6
Con ra- 54.7 64.5 71.9 68.8 72.0 81.8 74.5
dio
* Datos correspondientes al Censo de 2001.
Fuente: elaboración propia con datos del Censo de Población y Vi-
vienda 2010 (México) y el Censo de Población y Viviendas 2001 (Es-
paña).

40
Reflexiones finales

En este capítulo se han mostrado las diferencias las condiciones


de las viviendas con PAM según el tipo de hogar en el que resi-
den. Se ha observado que en México prevalecen rezagos en la
disponibilidad de servicios públicos básicos como el agua y el
drenaje. De igual forma ocurre con el equipamiento de la vi-
vienda el cual es diferencial en los países analizados. Este pano-
rama es más agudo en la PAM residente en hogares unipersona-
les en México, los cuales presentan condiciones más desfavora-
bles en sus viviendas en comparación con otros.
El análisis comparado permite dar cuenta de que el envejeci-
miento demográfico se vive de manera distinta entre los países y
ello lleva a pensar en la necesidad de contar con información
sobre la forma en que la PAM adapta sus hogares de acuerdo a
sus necesidades y de la disponibilidad de servicios y entornos
adecuados para su calidad de vida como lo ha constatado la lite-
ratura previamente. Queda pendiente analizar las relaciones y
percepciones de la población adulta mayor con su entorno, lo
que les significa y su impacto en el bienestar. El cual no sólo se
concentra en el flujo de recursos económicos sino en la seguridad
de los entornos físicos y sociales dentro y fuera de los hogares
para envejecer en casa de manera adecuada.
Sobre la información disponible entre los países, sin duda
existen limitaciones para la comparabilidad a través de las fuen-
tes de datos disponibles, las cuales se relacionan con los contex-
tos de cada país. En ese sentido es evidente que en el caso de
México las condiciones de una vivienda digna y sus carencias en
materia de servicios continúan siendo un tema presente en la
preocupación de los gobiernos, dada la heterogeneidad y de-
sigualdad social que existe y dicha aproximación es una dimen-
sión que da muestra de ello. Por otro lado, la disponibilidad de
información en España permite ver que se ha avanzado en otros

41
aspectos de los entornos residenciales (como las facilidades con
las que se cuenta en la vivienda) y poner en evidencia las ausen-
cias de información en los países latinoamericanos.

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46
Capítulo 2. Personas mayores viviendo
en residencias. Contrastes y semejanzas
entre España y México
María Concepción Arroyo, Vanessa De los Santos y Luis Enrique Soto

Introducción

E
n la actualidad, las personas mayores enfrentan distin-
tos desafíos para vivir una vejez con bienestar y calidad
de vida. Por ejemplo, cada vez más se incrementa el
número de personas mayores que viven solas. Este he-
cho por sí mismo no representa un problema, sino cuando en
torno a él, existe carencia de apoyos sociales y complicaciones en
su salud, limitando su autonomía y su autocuidado. En ese mo-
mento surge la disyuntiva de ingresar a una residencia. En Es-
paña, al igual que en México, cada vez más se incrementa el nú-
mero de personas mayores viviendo solas. En nuestro país, por
ejemplo, un 12% de las mujeres y 9.2% de los hombres adultos
mayores viven solas/os, en hogares unipersonales (INEGI, 2015),
situación que los pone en riesgo ante cualquier emergencia y ne-
cesidad de cuidados. Las condiciones socio-económicas, políti-
cas, laborales que rodean al envejecimiento, y las transformacio-
nes en la composición y dinámica de los hogares están repercu-
tiendo para complejizar el cuidado de las personas mayores en
los hogares, rodeados de sus familiares, por lo que una opción
para muchos de ellos es la institucionalización.
El presente capítulo aborda la experiencia de la instituciona-
lización de las personas mayores en dos ciudades ubicadas en

47
contextos totalmente diferentes: Durango, México y Salamanca,
España. La idea es mostrar un panorama de los principales con-
trastes y similitudes en la experiencia de vivir en una residencia
para mayores. Se exploran las situaciones que determinaron el
ingreso, quién tomo la decisión, cómo se percibe a la institución,
la percepción de la familia y los recursos de apoyo con que se
afronta la experiencia. Asimismo, se reflexiona sobre las políticas
de bienestar dirigidas a personas mayores en ambos contextos.

El contexto en el que surge la institucionaliza-


ción
Uno de los más importantes desafíos que hoy por hoy enfrenta
la población mayor y sus familias, es el tema del cuidado. En
torno a este fenómeno surgen una serie de circunstancias de vul-
nerabilidad que ponen en riesgo el bienestar y la calidad de vida
de las personas adultas mayores. Se ha dicho que uno de los prin-
cipales soportes para los mayores es el vivir en familia, no obs-
tante, hay un grupo creciente de ancianos/as que se quedan sin
este recurso, ya sea por decisión personal o por circunstancias
ajenas a ellos/as. Para algunas personas mayores y sus familias la
opción de la institucionalización es una salida a las dificultades
mencionadas. La decisión del ingreso puede venir tanto de la
misma persona mayor como de la familia o de un acuerdo entre
ambas partes.
En la literatura sobre el tema, existen tres situaciones en las
cuales las personas mayores optan por el ingreso a una institu-
ción geriátrica (Leichsenring y Billings, 2005 citados en Parapar,
Fernández y Ruiz, 2010); aquellas que viven solas en casas o apar-
tamentos habituales; las dadas de alta en el hospital, con necesi-

48
dades de atención a largo plazo, y que sufren enfermedades cró-
nico-degenerativas de origen físico o mental que ponen en riesgo
la autonomía y funcionalidad de las personas. Más atrás, Goff-
man (1998) plantea que las principales razones para que se de la
institucionalización en los ancianos son: a) evitar la soledad; b)
razones familiares; 3) mejor atención y 4) razones económicas. Si
bien el fenómeno se matiza de acuerdo con el sexo, tipo de
vínculo con la familia, situación económica y actitud personal.
Redondo y Lloyd (2009), en su estudio refieren la importancia
de que las personas mayores estén involucradas en la decisión,
pues es preocupante cuando son institucionalizados sin tomarlos
en cuenta.

Situaciones que inciden en la institucionalización

Existen varias condiciones que impiden o favorecen el ingreso de


las personas mayores en una institución; una de ellas está repre-
sentada por el tipo de hogar en que residen. Las personas adultas
mayores en México residen en su mayoría en hogares familiares:
la mitad de los hombres (49.7%) en nucleares; 38.1% en amplia-
dos y 1.7% en compuestos. Las mujeres viven con menor frecuen-
cia en hogares nucleares y más en ampliados, 37.9 y 47.0%, res-
pectivamente; su presencia en hogares compuestos es similar a
la de los hombres adultos mayores. Los datos permiten inferir
que las personas adultas mayores viven en compañía de sus fami-
liares, lo cual puede tener un papel relevante para su bienestar
físico y emocional, particularmente en el caso de quienes requie-
ren de cuidados o apoyo a causa de una enfermedad o discapa-
cidad, y en hogares donde no se viven situaciones de violencia
intrafamiliar. Sin embargo, un 12% de las mujeres y 9.2% de los
hombres adultos mayores viven solas/os, en hogares unipersona-

49
les, lo cual implica encontrarse vulnerables ante cualquier emer-
gencia o necesidad que no puedan satisfacer por ellas/os mis-
mas/os. En ambos casos es mínima la proporción de personas que
viven en hogares de co-residentes. Una de las razones de la ma-
yor proporción de mujeres que de hombres adultos mayores re-
sidentes en hogares unipersonales y ampliados, puede estar re-
lacionada con la mayor sobrevivencia de ellas, quienes al enviu-
dar permanecen solas o se integran a los hogares de sus hijos,
hijas u otros parientes.
En el caso español, el fenómeno del envejecimiento se observa
especialmente acelerado, esto como consecuencia de una mayor
longevidad, ya que en menos de 30 años se ha duplicado el nú-
mero de personas mayores de 65 años. Este proceso se ve acen-
tuado por la baja tasa de natalidad que se viene registrando
desde hace algunas décadas. Esta reducción se registra en España
desde mediados de los años 70. En 1975, la cantidad promedio
de hijos era de casi 3 por mujer en edad fértil, mientras que ac-
tualmente apenas es de 1.2 (Fernández, Parapar y Ruiz, 2010).
La población de mayor edad en España, según estas estimacio-
nes, experimentará de forma general un crecimiento más rápido
que la media del resto de países europeos. Además de las causas
y efectos del envejecimiento sobre la persona en sí misma, es pre-
ciso tener en cuenta sus repercusiones sobre la sociedad en ge-
neral y su entorno inmediato en particular. Estos aspectos guar-
dan relación con la dependencia que mantienen los mayores de
cuidadores o familiares.
Acabamos de afirmar que, de cada cinco personas mayores de
65 años en España, una vive sola. En el género femenino, sin
embargo, la proporción es todavía más alta dado que sobrepasa
la cuarta parte de los casos (el 25.9%), mientras que en el mascu-
lino no alcanza el 11%. En esta disparidad influye fundamental-
mente el estado civil de los mayores, cuyo reparto resulta muy
desigual según se trate de hombres o de mujeres: sabido es que

50
la viudedad es mayor en éstas últimas, pues además de contar
con una longevidad superior suelen poseer una menor edad que
sus cónyuges y, con ello, un riesgo inferior de fallecer antes. Pero
tampoco podemos olvidar que, tras la pérdida de la pareja, la
falta de preparación de muchos varones en materia doméstica
desalienta la voluntad que pudieran tener de continuar solos en
sus casas, prefiriendo mejor recibir las atenciones que asegura la
mudanza con los hijos o el ingreso en una institución, así como
volver a casarse (López, 2004).
En la actualidad, las residencias para mayores constituyen una
alternativa para la familia y las propias personas mayores, frente
a la necesidad de alojamiento, cuidados y -en algunos casos-, de
asistencia sanitaria, adoptada de manera creciente. De acuerdo
con Guillemard (en Davobe, s/f) puede decirse que las Residen-
cias4 constituyen estructuras de acogida, gracias a las cuales las perso-
nas de edad avanzada pueden abandonar su domicilio de manera provi-
sional o definitiva para ingresar en instituciones colectivas o semicolecti-
vas. Son, en suma, “viviendas especiales”, su diseño y su dinámica
deben responder a las características específicas de la persona
anciana, quien será la receptora directa del servicio de residen-
cia. El Instituto de Mayores y Servicios Sociales de España
(IMSERSO) define a las residencias de personas mayores, tam-
bién denominadas hogares de ancianos, como "establecimientos
destinados al alojamiento temporal o permanente, con servicios
y programas de intervención adecuados a las necesidades de las
personas objeto de atención, dirigida a la consecución de una
mejor calidad de vida y a la promoción de su autonomía perso-
nal" (Blanca, Grande y Linares, 2013).

4 En este capítulo se utilizarán indistintamente los términos “residen-


cia”, “hogar de ancianos” y “geriátricos” para identificar a las insti-
tuciones que albergan personas mayores con requerimientos de cui-
dado.

51
Los hogares de ancianos o residencias para mayores, nacen
bajo una concepción asilar (Butinof, Guri y Rodríguez, 2009).
Luego, a mediados del siglo XX, algunas incorporan la idea de
rehabilitación y, en los ’80 algunas otras se definen en términos
de promoción de la salud; estas lecturas y paradigmas coexisten
actualmente en el accionar de las instituciones (Zolotow, 2010).
Su surgimiento (y existencia) implica dos dimensiones enlazadas
entre sí: solucionar determinadas situaciones individuales y, al
mismo tiempo, dar respuesta a problemas sociales (Bayer, 1990).
Desde el marco jurídico, Davobe, (s/f) argumenta que, en
tanto instituciones, las Residencias son aquellas estructuras ma-
teriales y formales de acogida, que inciden en la conducta de las
personas mayores que residen en ellas, en el personal que
atiende y en los que las visitan, siendo la propia persona mayor,
como sujeto titular, el centro de todo este entramado. Agrega
esta autora que, como fenómenos jurídicos, las Residencias pue-
den ser considerados “soportes sociales complejos, en los cuales
se desarrolla la vida de una persona anciana (sus necesidades, la
estructura del edificio, sus habitaciones, los servicios, el personal
etc.), en relación a fines o valores que orientan las acciones y de-
cisiones de los sujetos vinculados en ese marco; y al juego de nor-
mas jurídicas que intentan dar cauce formal a aquellas conductas
y fines” (p, 175). Es esta condición la que permite señalar además
que, para el Derecho, las residencias gerontológicas son institu-
ciones destinadas a brindar un servicio que puede calificarse de
beneficioso para la población en general. Razón por la cual, las
Residencias pueden ser comprendidas jurídicamente también
como organismos prestadores de servicios sociales, estatales o
privados.
En un plano sociológico, Goffman (1998) ubica estas institu-
ciones dentro del concepto de institución total, tiene la caracterís-
tica central de que en ellas se verifica un resquebrajamiento de
las barreras que garantizan la escisión entre las distintas esferas

52
de la vida cotidiana: la del descanso físico (dormir), la del espar-
cimiento (jugar), y la de la actividad (trabajo), disparando proce-
sos de modificación del yo. Si bien es necesario en toda institu-
ción un mínimo de organización, las residencias de mayores (tal
como otras instituciones totales) se caracterizan por la presencia
de fuertes normativas. Así se estipula a quienes allí viven un ho-
rario para dormir, para las comidas (se les estipula también qué
comida para qué día), para recibir visitas, para controles médi-
cos, se les asigna un dormitorio para dormir y, la mayoría de las
veces, un compañero de cuarto.
En Argentina, por ejemplo, el 90% de los ancianos que se en-
cuentran institucionalizados comparten el dormitorio (Huen-
chuan, 2009 citado en Butinof, Guri y Rodríguez, 2009). Estas
últimas autoras advierten que en ningún momento aparece la
posibilidad de elección de la decisión de la persona mayor. Esta
ausencia de elección se ve también en muchos casos en la deci-
sión de internación, la cual es tomada, la mayoría de las veces
por los familiares de la perona mayor, sin considerar la opinión
que él/ella tenga al respecto. Éste en cambio aparece como un
objeto de intervención, quien acata de manera pasiva las decisio-
nes que sobre él/ella se toman bajo la consigna de “cuidarlo/a” o
“mejorar su calidad de vida”.
Otros autores mencionan que los objetivos de la atención de
los hogares de ancianos son: proporcionar un ambiente seguro y
de apoyo para las personas con enfermedades crónicas, recuperar
y mantener el mayor nivel posible de independencia funcional, con-
servar la autonomía personal, mejorar la calidad de vida, el bienes-
tar percibido y la satisfacción vital; proporcionar unas condiciones
y un ambiente cómodo y digno para las personas que padecen una
enfermedad terminal y para sus familiares, estabilizar y retrasar el
avance y el deterioro producido por las enfermedades crónicas, pre-
venir enfermedades agudas y la iatrogenia, identificándolas y tra-
tándolas cuando se presenten (Blanca y Grande, 2013).

53
Entre las ventajas de la institucionalización (siempre y cuando
la residencia cuente con los servicios, infraestructura y personal
capacitado) está el contar con los cuidados necesarios en la vejez.
Entre las repercusiones negativas más frecuentes reportadas en
distintos estudios está el riesgo de depresión y sentimiento de
soledad, siendo relevante la capacitación sobre psicogeriatría al
personal de enfermería y demás cuidadores, en el afán de detec-
tar a tiempo la situación y atenderla adecuadamente (Borda et
al., 2013).
El propósito del presente capítulo no es realizar una compa-
ración entre contextos institucionales que tienen diferencias. El
interés radica en explorar la experiencia y significados de vivir
en una residencia en México y otra en España, tomando en
cuenta que a pesar de que en el caso de España se trata de insti-
tuciones privadas y en nuestro país se investigó en una institución
pública, hay similitudes en cuanto a la infraestructura y servicios,
pues el diseño y construcción de la residencia mexicana, se basó
en el modelo español. Las diferencias radican principalmente en
la capacitación del personal, en que hay más o menos programas
orientados al promover un envejecimiento activo y una relación
del personal con la familia más activo: todo esto con mayor peso
en España. De tal manera que en este contexto surgieron las si-
guientes interrogantes: ¿Qué elementos personales, familiares y
sociales están presentes en la decisión de ingresar a una residen-
cia? ¿Cuál es la imagen y significado que las personas mayores
tienen de la residencia? ¿Cuál es la percepción de la familia que
tienen los y las residentes?

Metodología
El trabajo se desarrolló desde una perspectiva cualitativa, con en-
foque biográfico. La observación y la entrevista biográfica fue la

54
opción para recolectar los datos en los y las participantes. Se in-
tegró una muestra con 15 personas mayores (6 hombres y 9 mu-
jeres) en la institución de Durango, México; dicha institución de-
pende del Estado y se accede a ella a través del pago de una cuota
mínima establecida previo estudio socioeconómico. La muestra
para las residencias en Salamanca fue de 13 residentes (5 hom-
bres y 8 mujeres), ubicados en dos residencias. Ambas institucio-
nes, son de tipo privado. Para acceder a las personas mayores en
las tres residencias, se realizó una coordinación institucional con
los directivos, a quienes se les hizo entrega de solicitudes de ac-
ceso e información básica sobre el proyecto y carta de consenti-
miento informado. Se les dio a conocer un calendario de visitas
y se pidió autorización para grabar las entrevistas. Fue muy im-
portante, sobre todo en el caso de las residencias en Salamanca,
guardar el anonimato de la institución, pues éste fue un requisito
para entrar en contacto con los/as participantes, así como para la
publicación de los resultados, motivo por el cual los datos perso-
nales se presentan de manera general.
Las categorías de análisis que se establecieron para la investi-
gación fueron: el motivo de ingreso, la representación de la fa-
milia y la experiencia en la institución. El esquema de análisis
para las entrevistas se basó en los aportes de Coffey y Atkinson
(2003). Dicho análisis inició con una fase de simplificación y re-
ducción de los datos, para después codificar e identificar los con-
ceptos clave derivados de las categorías previamente estableci-
das. El contenido de los relatos se analizó en función de la litera-
tura revisada y sobre todo en base a los significados que le dieron
los y las participantes.

Resultados

En este apartado se presentan los resultados más relevantes de


las categorías de análisis propuestas en la investigación, además

55
de hacer una descripción general de los y las participantes. En
las categorías señaladas se encuentran resultados similares en al-
gunos aspectos, pero en otras, existen diferencias de acuerdo al
contexto cultural y socioeconómico al que pertenecen las perso-
nas mayores.

Perfil de los/as participantes

España: El total de participantes en las dos residencias fueron 8


mujeres y 5 varones, algunos originarios de Salamanca y otros
provenientes de localidades cercanas. En su mayoría contaban
con una solvencia económica personal a partir del patrimonio
construido con sus parejas a lo largo de los años. En cinco parti-
cipantes había además apoyo económico de sus descendientes
para cubrir el costo de la residencia. La escolaridad promedio
fue de estudios secundarios y en cuanto al estado civil, a excep-
ción de dos casos de soltería (un hombre y una mujer) los demás
eran viudos/as.
México: De los participantes en México (9 mujeres y 6 varo-
nes), siete estaban en situación de viudez, cinco divorciados y tres
solteros; la mayoría con estudios de educación básica y afiliados
al sistema de seguridad social de Instituto Mexicano del Seguro
Social y del Seguro Popular (para población abierta). Sus ingre-
sos provenían de sus pensiones por jubilación (pensiones de
montos bajos en su totalidad) y pocos casos con apoyo económico
de su familia. Cabe decir que, a excepción de un participante,
quien está exento de pago, el resto paga una cuota a la Institu-
ción, de acuerdo al monto de su pensión.

56
Motivos de ingreso

Los principales motivos por los que ingresaron los/as participan-


tes coinciden con lo encontrado en otros estudios. Es así que la
viudedad, el vivir solo y con presencia de enfermedades discapa-
citantes, son situaciones que favorecen el ingreso a los hogares
de ancianos o residencias, además de “no querer ser un estorbo”.
Los relatos siguientes nos dan algunos ejemplos de ello.

Cuando la viudedad es el motivo:

"Yo ingresé porque mi marido falleció, por lo que mucho


tiempo caí en depresión. Vendí mi casa me fui a vivir con
una hija, solo que ella trabajaba todo el día y yo me que-
daba sola en casa, un día me caí de las escaleras y me frac-
turé la cadera, ya no pude moverme por mi misma. Al ver
la situación mi hija platicó con mis otros hijos y decidieron
platicarlo conmigo y hacerme ver que ya no me podían cui-
dar que ellos se harían cargo de los gastos" (Teresa, 88
años. Casa hogar en México).

Cuando se quiere evitar ser “un estorbo”:

"Mi ingreso fue porque ya jubilada no quería vivir con nin-


guno de mis hijos ni ocasionarles cargas o problemas, así
que me informé de este lugar me encanta, porque así solo
ve a los hijos y amistades de vez en cuando y no como de
planta, ya sabe a veces es mejor de lejecitos y cuando uno
los ve da alegría convivir con ellos, además de que me
siento muy independiente de hacer lo que yo quiera sin que

57
nadie me moleste" (Imelda, 72 años. Casa hogar en Mé-
xico).

Cuando se vive solo:

“Porque hay que tener tres personas (contratar cuidadoras)


… sale más caro todavía que estar aquí, y luego los sábados
y los domingos no te van y entonces estás sola ... y el asunto
es no estar sola y entonces preferí venirme aquí…” - Inves-
tigadora: “Entonces ¿es más caro pagar a las cuida-
doras que pagar la Residencia?”- …. “Sí, porque son
tres turnos y luego hay que darles seguro social y eso es
muchísimo dinero” (Amparo, 87 años. Residencia espa-
ñola).

En los relatos sobre la institución, se mezclan también relatos


sobre la familia. La percepción de esta última presenta algunas
diferencias en los contextos estudiados. Son la condición socio-
económica de las familias y los contactos físicos con la persona
institucionalizada, los aspectos que más difieren en el grupo de
participantes español y el mexicano.

La representación de la familia

Uno de los nudos problemáticos más importantes en la relación


familia y envejecimiento es el que se relaciona con el asunto del
cuidado. La disminución de la fecundidad, la incorporación de
la mujer al mundo laboral, los cambios en los patrones de forma-
ción y disolución de uniones y la mayor longevidad modifican la
estructura y dinámica de las familias que cuentan con personas

58
mayores, limitándolas en su función de apoyo y soporte cuando
sus familiares mayores requieren cuidados (Huenchuan y Saad,
2010).
La representación que tienen las personas mayores de la fa-
milia es diferente según el contexto en el que surge. En este es-
tudio, al vivir en una institución, los relatos de los/as participan-
tes reflejan el papel que ésta juega en el ingreso, la interacción
que mantienen con sus miembros, así como la calidad de los
vínculos y los apoyos.
Los relatos en torno al tema de la familia tienen mayor signi-
ficación en tanto que, para los y las participantes, es preferible
mantenerse en la institución que regresar a un hogar donde los
hijos y nietos están ausentes a causa de su actividad laboral y pro-
fesional. La familia en estas condiciones desatiende las necesida-
des de cuidado y compañía de sus familiares mayores. Otros par-
ticipantes no dejan de tener la sensación de un cierto abandono
por parte de sus descendientes, aunque se van adaptando a ello
gradualmente. A la vez también se identifica en alguno (a) un
sentimiento de falta de reciprocidad por parte de los descendien-
tes; sin embargo, la mayoría los justifica mediante la inevitable
responsabilidad y necesidad de trabajar que tienen las familias
en la vida actual:

"Yo regresaría a mi hogar, pero al mismo tiempo me pongo a pen-


sar: -y a qué me regreso-, si nunca veo a mis hijos por su trabajo,
y no podrían estar al pendiente de mi" (Luisa, 67 años. Casa ho-
gar en México).

“…pero no quiero decir que hubo noches cuando llegué, que decía,
-Dios mío, cuanto haces por los hijos- y ahora yo aquí… porque
claro si una trabaja por la tarde y el otro por la mañana y tarde y

59
son los únicos dos que están aquí (en Salamanca)… (Cleobilda 89
años. Residencia española).

“Sí, tienen que trabajar, tienen que trabajar, si quieren vivir au-
tónomos tienen que trabajar. A las cinco de la mañana se levantan
y lo mismo vienen a las 12 de la noche y están trabajando. Tienen
que vivir de eso, del trabajo” (Amparo, 87 años. Residencia espa-
ñola).

La imagen de la institución

Las y los participantes de este estudio tienen una imagen de la


institución que está permeada por el tipo de residencia, si es pri-
vada o pública, si cuenta con infraestructura, servicios, personal
y programas adecuados o no y también si existe un trato digno y
respetuoso. También está permeada por el motivo por el cual
ingresaron, por las redes sociales que construyan y por las con-
diciones de salud en que se encuentren. A la institución se recu-
rre principalmente por tres razones: por fragilidad personal de-
bido a problemas de salud que limitan el autocuidado y la auto-
nomía; por no querer ser un “estorbo” para la familia y por no
tener una pareja o hijos que se encarguen de su cuidado. De ma-
nera predominante, las personas entrevistadas manifestaron opi-
niones favorables acerca de la institución, algunos/as la conside-
ran como su hogar; no obstante, un pequeño grupo hicieron alu-
sión a inconformidades relacionadas con no poder decir en cier-
tos aspectos, como son horarios y tipo de comida, asistir a activi-
dades que, si bien las consideran benéficas, a veces no tienen ga-
nas de asistir. Es decir, es inevitable encontrar sentimientos am-
bivalentes hacia la institución, es difícil pensar que todo estará
bien, pues tampoco en la familia pasa así. Veamos estos ejemplos:

60
"… ya sabe señorita uno tiene ciertas costumbres, como a la hora
de levantarse, de dormir, o lo que uno desea comer y llegando aquí
se rompe todo eso. Pero en otras cosas es de gran ayuda por ejemplo
en que hay alimentación todos los días, me asean mi cuarto, y ya
uno no tiene que preocuparse porque hacer de comer, o de hacer el
quehacer" (Rosa, 66 años, Casa hogar en México).

"Este lugar lo considero hogar, tengo muchas comodidades que


tal vez con mi familia no tenía, al menos tengo alguien que vea
por mí por si algún día muero no daré cargas a mis hijos" (Gil-
berto, 81 años. Residencia española).

Un aspecto que destaca en el caso de México, es que, existe ma-


yor aceptación de la normatividad y de las actividades programa-
das. En cambio, en las residencias españolas, algunos se han atre-
vido a protestar en forma contundente ante situaciones que no
son de su agrado:

“Yo he hablado alto lo que sea, pero yo no he insultado nunca a


nadie, o sea, que yo no le he faltado a nadie y no sé por qué, pero
el director mismo me ha tenido fichado” (José Manuel, 85 años.
Residencia española).

El ejemplo anterior no es aislado, en algunos casos es también la


familia quien detecta alguna situación desfavorable en la aten-
ción a los residentes y lo comentan directamente a los responsa-
bles de la institución, de lo cual deducimos que el hecho de pagar
una importante cantidad de dinero, les da la posibilidad de exi-
gir mejoras en el servicio.

61
Discusión
Dejar de tener la idea de los geriátricos como “lugares de aban-
dono de los padres” no es algo fácil de erradicar, pues a ello se
le acompañan imágenes de soledad, aislamiento social y rechazo
familiar. Sin embargo, en tiempos recientes empieza a surgir una
imagen más positiva y se le visualiza como un recurso que las
personas mayores pueden utilizar cuando el soporte social o fa-
miliar falla, o bien cuando la persona mayor decide alejarse de
la familia voluntariamente, cuando ven en la institución una op-
ción de mayor libertad personal. Como mencionan Blanca,
Grande y Linares (2013) existen distintos tipos de experiencias
en la vida institucional de las personas adultas mayores. La ma-
yoría de los/las participantes refieren estar satisfechos con la vida
en la residencia, hablan de que se sienten respetados y seguros,
además de sentirse cuidados por el personal. Algunos de los in-
convenientes que mencionan es el no ejercicio de su libre deter-
minación, es decir, se tienen que adaptar a las reglas del estable-
cimiento, a la rigidez de horarios y a cierto tipo de alimentación
que, aunque saludable, no siempre está en sus preferencias de
comida. Esta “adaptación” al sistema de la institución, permite
que surjan sentimientos de resignación y conformismo, no sin
añorar su vida independiente y autónoma. Los relatos de las ex-
periencias de usuarios en una gran variedad de residencias con-
firman que estas instituciones cosifican, despersonalizan y aíslan
(De los Reyes, 2007) a quienes las habitan.
Una gran cantidad de literatura coincide en que la familia es
el principal soporte para cubrir las necesidades de las personas
adultas mayores. La realidad nos refleja que esta idea sigue vi-
gente en la actualidad. No obstante, cada vez más se incrementa
el número de hogares de personas mayores viviendo solas, y tam-
bién se están incrementado los ingresos a las residencias en los
últimos años. Estas dos circunstancias nos llevan a cuestionar el

62
planteamiento anterior, más bien a matizarlo. Es un hecho que
las familias se están transformando, que los valores y principios
que antes prevalecían están menguando o bien, suplantados por
otro tipo de valores, por ejemplo, el valor que se le da ahora al
trabajo femenino, a la aportación económica que las mujeres
otorgan a sus hogares y a la “privacidad” de la familia nuclear.
De manera importante, las personas entrevistadas aluden a esta
última idea, pues han preferido vivir su vejez alejados de su
grupo primario, en virtud de no alterar la dinámica familiar con
los requerimientos de tiempo y atención que sus condiciones de
salud les demandan.
En el caso de España, las familias, en buena parte, apoyaron
o propiciaron la decisión del ingreso en base a sus dificultades
de tiempo, de distancia geográfica con la vivienda de los partici-
pantes y por las limitaciones de espacio en sus hogares para al-
bergar de manera cómoda a sus familiares mayores. Vieron a la
institución como un “lugar adecuado para el cuidado de sus pa-
dres”, dado que la mayoría constataron el funcionamiento y las
instalaciones de la institución y eso generó confianza en ellos y
en sus familiares mayores para ingresar a la residencia. Estas fa-
milias, aparentemente, han dejado de lado la identidad de “fa-
milias que abandonan” y han adoptado, junto con sus familiares
mayores, una nueva perspectiva sobre la decisión de la institucio-
nalización. Sin embargo, habría que profundizar en la explora-
ción de este aspecto con los descendientes pues no podemos es-
tar seguros si esta nueva óptica es del todo auténtica, o bien, las
familias se aferran a ella para evitar sentimientos de culpabili-
dad. Tampoco pueden faltar los casos donde el conflicto entre
persona mayor y familia inciden en las condiciones de la institu-
cionalización. Es frecuente observar entre las principales fuentes
de conflicto las cuestiones de lucha de poder, la falta de recipro-
cidad y apoyo y los resentimientos por conflictos de relación en
el pasado.

63
La vida en la institución tiene múltiples significados en las
personas mayores según su historia personal, su vínculo familiar
y sus padecimientos, pues las limitaciones funcionales permean
en muchos casos la satisfacción/insatisfacción en el estableci-
miento. Asimismo, la experiencia personal estará influida por el
posicionamiento que el sujeto (residente) ocupe en la institución.
Esto se conecta con el nivel de aportación o pago que se destina
a ocupar un lugar en la residencia. Es inevitable que suceda un
mayor empoderamiento cuando el residente o su familia aportan
una cantidad importante para su estancia, que cuando la aporta-
ción es menor o casi gratuita en el caso de las residencias públicas.
La otra parte importante en el análisis de la experiencia per-
sonal lo constituyen las redes sociales que se construyen al inte-
rior de la residencia. Nuevamente la historia personal, la forma
en que se socializa durante la vida y el estado anímico de la per-
sona mayor promueve o no relaciones satisfactorias y gratifican-
tes con los pares; pero también puede agudizarse el aislamiento
y el sedentarismo a pesar de los esfuerzos del personal de la ins-
titución. En ese sentido, para muchos puede abrirse una oportu-
nidad de tejer vínculos en esta etapa de su vida y para otros, la
de enquistarse y darle la espalda al mundo que les rodea, como
vemos en los siguientes ejemplos:

“… hay gente que hay veces que les das los buenos días y
no te contesta o te dice “vete por ahí” muy pocos a mí nadie
me dijo “vete por ahí” pero se les ve la cara que no tiene
nada de conversación, eso es lo que me preocupa, “los aden-
tros” que pueden tener las cabezas…” (Cleoblida, 89 años.
Residencia española).

"La relación con el personal es muy buena, cada uno


aporta algo con su profesión y se hacen cargo del cuidado

64
de las personas que estamos aquí, nos brindan atención mé-
dica, alimentos, recreación y una que otra vez nos sacan a
pasear" (Toribio 82 años. Casa hogar en México).

Reflexiones finales

Aunque para muchos la casa hogar o la residencia para mayores


no sea la mejor opción, en tiempos recientes ésta se ha conver-
tido en una figura no deseada pero necesaria ante las nuevas for-
mas de vivir la vejez. Por otra parte, muchos de estos espacios,
sobre todo los privados, están mejorando en cuanto a los servi-
cios que prestan, al personal que contratan y al trato que otorgan
a familias y residentes, lo malo es que gran parte de la población
no puede acceder a ellas debido a sus altos costos.
Los recursos destinados a sostener y mejorar las residencias
de tipo público, son insuficientes; de igual forma, la evaluación y
supervisión no se realiza de manera sistemática especialmente en
el caso de México. Esto da pie a que ocurran algunas irregulari-
dades en la calidad del servicio a los/las residentes, especialmente
infraestructura y programas orientados a favorecer en lo posible
la autonomía, la independencia y el bienestar integral de las per-
sonas mayores, sin excluirlas de la red social disponible en la co-
munidad, incluida la familia.
Las políticas de vejez y las políticas de familia están llamadas
a dar respuestas para atender la demanda creciente de cuidados
a personas mayores dependientes. A nivel social, es necesario for-
talecer las redes de apoyo y la solidaridad social desde la comu-
nidad y las relaciones vecinales. Nuestros mayores tienen dere-
cho a ser cuidados en las mejores condiciones pues tarde o tem-
prano, nosotros/as mismas estaremos en su lugar y necesitaremos
ser cuidados.

65
Los contrastes y la brecha en cuestión de cuidados entre países
del primer mundo y nuestro país deben reducirse pues el costo
social es alto para las familias y las propias personas mayores. En
ese sentido, atender e incorporar las recomendaciones de la Con-
vención Interamericana de los Derechos de las Personas Mayores
a la política social de vejez, es un tema que no se puede postergar
por más tiempo en nuestro país.

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67
68
Envejecimiento, familia y apoyos

69
70
Capítulo 3. Trayectoria familiar
y ocupacional de personas mayores
en Monterrey: una mirada antropológica

Leticia Huerta Benze

Introducción

E
l propósito de este texto es reflexionar, a la luz de la
información parcial devenida de mi investigación doc-
toral, el papel de las trayectorias y estructuras familia-
res de un grupo de personas mayores en Monterrey5.
Esta aproximación recoge información cualitativa y parte del
análisis de cinco estudios de caso. La metodología utilizada fue
de corte etnográfico, se realizaron entrevistas a profundidad y
semiestructuradas a cinco familias incluidas las ancianas y sus cui-
dadores familiares6. Los resultados que se presentan, correspon-
den a las trayectorias ocupacionales y familiares de las mujeres

5 La investigación doctoral está enfocada a las personas con demencia, parti-


cularmente las mujeres. En este capítulo sólo se han retomado las caracte-
rísticas ocupacionales y familiares de las mujeres y sus cónyuges.
6 Respecto a los actores de la investigación y la aplicación de guías de entre-
vista, concentramos nuestro interés en las mujeres adultas mayores que pa-
decen deterioros cognitivos, pues se consideró importante rescatar las voces
de los actores que atraviesan determinadas problemáticas en esta etapa de
su ciclo vital. Sin embargo, en cada uno de nuestros casos se encuentran
circunstancias diferentes, de modo que adaptamos los instrumentos a partir
de estas características.
Sin duda, un obstáculo metodológico fue la etapa de enfermedad, si-
tuación que se resolvió reconstruyendo la trayectoria vital de las mujeres a

71
con demencia y sus cónyuges, como punto de partida para la dis-
cusión de las implicaciones que ello puede ocasionar en sus con-
diciones de vida actuales. A partir de la ejemplificación de los
estudio de caso, describo y analizo la trayectoria familiar y las
dificultades devenidas de su organización y estructura como ele-
mentos que condicionan el tipo de recursos con los que cuentan
los hogares neoloneses atravesados por esta problemática.
Una perspectiva analítica fundamental para entender estos
complejos procesos proviene de los aportes teórico-metodológi-
cos del curso de vida. Este referente conceptual se interesa por
la consideración de estudio de los sucesos y cambios históricos,
económicos, demográficos y socioculturales que moldean a los
individuos y a las generaciones (Blanco, 2011). Al estar frente a
un episodio de enfermedad discapacitante y de altas demandas
de cuidado, la relación de dependencia se revela y sume a los
participantes en un desbalance estructural de sus recursos frente
a la disolución de vínculos sociales y la desprotección que se acu-
muló en la vida. Situación que no solo incluye a las mujeres sino
a todo el grupo doméstico, especialmente a quien en el presente
funge como cuidador. En este sentido, Haraven (2000) condensa
en su vasto trabajo sobre la importancia de articular los tiempos
individuales, familiares e históricos para analizar el cambio so-
cial. En este sentido, se enfatizará sobre los procesos de indus-
trialización que refieran sobre las condiciones en que se suscita-
ron estos cambios en áreas vitales de las adultas mayores en el
tiempo y hasta el presente, con énfasis en la dimensión familiar,
la cual es en la que finalmente se resuelven los dilemas del cui-

partir de la voz del cuidador primario (cónyuge o hijas). En algunos casos


pudimos recuperar información biográfica relevante a partir de otros acto-
res que no habitaban en el mismo grupo doméstico como hijos e hijas, nie-
tos, así como vecinos y miembros de la comunidad religiosa cercanos a las
mujeres mayores.

72
dado a la persona con demencia. De ahí la importancia de arti-
cular los tiempos individuales, familiares e históricos para anali-
zar el cambio social. En este sentido, se enfatizará sobre los pro-
cesos de industrialización que refieran sobre las condiciones en
que se suscitaron estos cambios en áreas vitales de las adultas ma-
yores en el tiempo y hasta el presente, con énfasis en la dimen-
sión familiar, la cual es en la que finalmente se resuelven los di-
lemas del cuidado a la persona con demencia.

La familia como unidad básica de organización


social
La familia sigue siendo la unidad básica de organización que con
base al parentesco y contactos interpersonales generan más sig-
nificación y estructura para los seres humanos. Para Engels
(1884) y Durkheim (1888), la familia se produce en un contexto
de largo desarrollo histórico en donde su modificación, reduc-
ción y acoplamiento surgen del distanciamiento de las formas de
producción comunal y la intervención del Estado en la vida fa-
miliar y doméstica. Destaco esta aproximación sociológica, por-
que fueron ciertas inquietudes problemáticas de la época las que
permitieron repensar analíticamente a la familia como un orden
de relaciones sociales que trascienden la vida privada.
La génesis de la institución familiar ha sido materia de estudio
de distintas disciplinas, las cuales resaltan la lógica de las socie-
dades en donde se constituyen, pormenorizando sobre sus ante-
cedentes históricos, cualidades internas y su vínculo con nuevas
concepciones de sociedad, pero especialmente con las formas
productivas y el papel del Estado que toma bajo tutela esta insti-
tución como elemento básico de ordenamiento y posiciones en-
tre los individuos. Esta dependencia, argumenta Durkheim

73
(1888), toma dichos lazos bajo su protección y retira a los indivi-
duos la posibilidad de romperlos.
Si bien existe una amplia literatura y discusión en torno a las
definiciones de familia y sus implicaciones y su papel en la socie-
dad, el enfoque de este estudio es conocer a partir de qué ele-
mentos se pueden entender a las familias desde los hogares con-
formados por personas mayores. Para Esteinou (2008) gran
parte de los intereses teórico conceptuales han recaído en las de-
finiciones y los cambios en las familias; existe una orientación
temática a partir de la disciplina desde la que se interese abordar
el tema. La antropología se ha preocupado y ocupado del paren-
tesco, la sociología, de la familia, y la demografía de los hogares.
Del mismo modo, para la autora es necesario discutir sobre las
definiciones conceptuales en este campo pero con preguntas de
largo aliento.
Considero que es a partir de las distintas crisis de reproduc-
ción social, que podemos indagar sobre aquellos factores que
promueven la configuración de ciertos escenarios domésticos. A
la luz de un recorrido histórico de los hogares conformados por
adultos mayores, podremos entender que los cambios que suce-
den internamente se encuentran enraizados en complejos proce-
sos de cambio social y económico de las sociedades en donde se
encuentran. De ahí la importancia de partir de descripciones am-
plias de las condiciones específicas de estas familias y sus parti-
cularidades sociales y culturales, así como los efectos en el
tiempo.
Este antecedente, genera el argumento necesario para esta-
blecer que la familia sufre cambios constantes a lo largo del
tiempo y que las estructuras familiares contemporáneas se ven
influenciadas por el contexto social y económico en el que se pro-
ducen. Para Ariza y de Oliveira (2001) “una serie de procesos
demográficos, culturales y económicos de diversa temporalidad
y compleja interrelación” han establecido estos ejes discursivos y

74
políticos en su discusión conceptual, pero también en la vida
práctica y organizativa de estos cambios.

Las transformaciones en el régimen demográfico (descenso de la fecun-


didad, disminución de la mortalidad, incorporación de las mujeres a la
actividad económica extradoméstica) han contribuido al lento proceso
de erosión de los fundamentos socioculturales del ethos patriarcal, pro-
moviendo la emergencia de imágenes cambiantes de la mujer (o las
mujeres) y sus familias. En este entorno se modifican también los arre-
glos y acuerdos familiares, y el modo en que las familias se interrelacio-
nan con el Estado, la vida institucional o económica, dejando al des-
cubierto la estrecha interconexión entre el mundo familiar y otros ejes
de organización social (Ariza y de Oliveira: 2001).

Los procesos que han determinado las características de las fami-


lias siguen siendo incuestionables, dentro de los cuales siguen
prevaleciendo las relaciones verticales y de poder patriarcal ex-
presadas en la división sexual del trabajo y otras violencias. No
obstante, lo cierto es que los datos empíricos de este trabajo dan
cuenta de un funcionamiento ambiguo que se caracteriza por el
despliegue de una mezcla de sentimientos de amor conyugal y
fraternal, carestías económicas y solución de conflictos en cada
etapa para su reproducción y mantenimiento. Esta resolución se
da en contextos de crisis que se resuelven de forma diferenciada
en cada hogar y con participaciones significativas de cada miem-
bro. En este sentido, como menciona Goody (1972 citado en Ha-
rris, 1986): “La investigación antropológica nos muestra la
enorme variedad de sistemas de parentesco y ordenamientos re-
sidenciales”, los cuales es imperativo explorar pues incluso en
condiciones de estructura similares, encontramos condicionantes
de organización muy distintas.
En estos escenarios críticos como menciona Chant (2007), sur-
gen divisiones y desigualdades de género que dependen de la

75
participación que cada sujeto dentro del hogar, sobre todo en
términos productivos. A su vez, los roles que determinan el papel
femenino de exclusividad reproductiva y de cuidados generan
tensiones y dependencia económica que en general, siguen abo-
nando a la desigualdad de las mujeres. Estas circunstancias asi-
mismo se entrecruzan con lo que acontece con el resto de los
miembros del hogar, quienes también afrontan problemática-
mente las crisis. Pensando en que las mujeres salieron de estruc-
turas familiares rígidas o tradicionales, con poca posibilidad y
acceso a educación y trayectorias laborales intermitentes o nulas,
fundamentalmente dependen de los ingresos de sus maridos, de
modo que los jefes del hogar ejercen una medida de control so-
bre los ingresos (Harris, 1986) situación que, como en ninguna
otra etapa de las trayectorias femeninas, puede observarse a par-
tir de lo que acontece en la vida de las adultas mayores que pa-
decen enfermedades y son cuidadas en sus hogares.
Frente a todas las variables que configuran a las familias con-
temporáneas, estrategias y condicionantes, vale la pena distin-
guir sobre las dimensiones básicas de la familia, bajo qué elemen-
tos socio-antropológicos se constituyen y conocer las particularida-
des de conformación en el tiempo frente a los cambios sociales y los
factores que intervienen en la decisión de los miembros para afron-
tar problemáticas relacionadas con la supervivencia del hogar.
Por un lado, parto de la familia como un escenario para ana-
lizar: a) una unidad básica de parentesco y de contacto interper-
sonal que genera significados diversos y particulares sobre su
mantenimiento y reproducción en hogares con ancianas enfer-
mas; b) la familia de origen como la figura de la que surge la
dirección que toman las trayectorias de los miembros del hogar
en los nuevos grupos familiares que forman en el futuro y que
trascienden en el bienestar general del grupo; c) la familia como
el marco de normativas en el que muchos individuos ingresan a
la fuerza de trabajo o de desempeño de trabajos reproductivos y

76
d) la familia como la que genera redes de relaciones domésticas
y extradomésticas de apoyo.

Familia y procesos de industrialización para


entender la estructura de los hogares
conformados por ancianos en Monterrey

En este apartado me propongo repensar los cambios, las conti-


nuidades y la crisis de cuidados a partir de las características en
las que podemos entender las formas particulares de configura-
ción familiar neolonesa. Este interés surge de la preocupación
de distinguir las formas familiares que se construyen a partir de
la interacción de la unidad doméstica con escenarios económicos
y sociales cambiantes. Me apoyo en González de la Rocha (1986)
para señalar cómo la unidad doméstica se ve afectada en su es-
tructura y organización internas por las relaciones que se esta-
blecen en el mercado de trabajo. Este elemento, en las historias
familiares y las distintas trayectorias laborales de ancianos y an-
cianas quienes se desempeñaron como obreros, en oficios diver-
sos o en actividades profesionales e informales es el eje que con-
duce esta reflexión. A partir de un breve repaso de estas condi-
ciones y características encontramos valiosos elementos que ayu-
dan a esclarecer a partir de qué circunstancias son unos hogares
conformados por ancianos más vulnerables que otros y cómo in-
fluye la presencia de la enfermedad en la resolución de esta crisis
de reproducción en el cuidado de adultos mayores dependientes.
No obstante cabe señalar que dentro de los mismos segmentos
laborales y ocupaciones existen diferencias a partir de complejos
escenarios sociales de origen. Es importante establecer que den-
tro de estos mismos elementos:

77
La unidad doméstica ofrece la oportunidad de entender mejor el im-
pacto de los procesos “extradomésticos”, o más generales sobre la vida
familiar (la organización social del mercado de trabajo, los movimien-
tos migratorios, etc.). Proporciona asimismo la oportunidad de enten-
der las fuerzas internas de la unidad doméstica que afectan la organi-
zación y la economía familiares y los procesos de toma de decisiones que
se desarrollan en su interior (González de la Rocha, 1986:68).

Concretamente, me interesa distinguir cómo los efectos de estos


cambios de gran envergadura social y económica gestaron una
forma particular de familia, estos cambios en el contexto neolo-
nés se caracterizaron por una atracción masiva de mano de obra
a los diferentes mercados de trabajo, particularmente las indus-
trias, especialmente en los años 50. Enfocándome en esta tem-
poralidad a partir de los estudios de caso retratados, es que iden-
tifico que estos procesos migratorios resultan fundamentales
para comprender sobre las estructuras familiares en varias gene-
raciones de migrantes en la ciudad. Considero a la ciudad de
Monterrey y el estudio de las familias y hogares con ancianas que
padecen demencia como un escenario prolijo que revitaliza y
reúne información etnográfica relevante sobre estos contextos
sociales y los ordenamientos familiares a partir de la posición
económica, social y geográfica de los sujetos dentro de sus tra-
yectorias. Estos elementos son importantes para entender sobre
los recursos de los grupos domésticos al final de la vida y las for-
mas de participación de otros miembros de acuerdo a no sólo de
la familia, también sobre la situación de los mercados de trabajo
actuales y los apoyos institucionales en el contexto de una ciudad
industrial con un desarrollo económico particular y con una so-
ciedad que envejece.
De acuerdo a Elder (1974) y Haraven (1978) (citados en Sega-
len, 2013), estudiar a la familia y el parentesco dentro de un con-
texto industrial genera un nuevo concepto de análisis: el curso

78
de vida familiar. De acuerdo a las reflexiones de los autores, este
concepto no debe confundirse con “ciclo de vida familiar” que
permitiría ver las fases del grupo doméstico en un contexto de
relativa estabilidad social como en el caso de las sociedades rura-
les, por lo que es el curso de vida familiar posibilita observar las
rupturas en el contexto de grandes cambios sociales que se agru-
pan bajo el término de procesos de industrialización.
Sin embargo, en este análisis incorporamos una visión analí-
tica que considera el estudio de los ciclos domésticos como vitales
para entender la transición de estas etapas familiares y la movi-
lización de los actores y los recursos domésticos desde una pers-
pectiva micro social que incorpora datos cualitativos concretos
sobre los miembros de la familia que participan en estas tempo-
ralidades.
Sin duda, reflexionar respecto al papel que juegan estas com-
plejas transformaciones es una tarea que requiere de la incorpo-
ración del estudio del curso de vida familiar pero también de las
fases internas de estas familias. Esta conjunción permite identifi-
car la organización de los grupos domésticos a la luz de las con-
diciones en las que se desarrolló el proceso de industrialización
en Nuevo León.

Sobre el contexto económico y social


de la industrialización en Monterrey

Los antecedentes de este proceso regional de industrialización


en el noreste mexicano se explican por la interacción de factores
internos y externos que promovieron la integración de los sujetos
a un nuevo mundo de vida basado en la capacidad económica de
proveerles mejores condiciones laborales y de vida. Cerutti
(1986) señala que este proceso comienza entre 1890 y 1910, años

79
que estuvieron caracterizados por un efecto transformador en la
economía regiomontana y que tuvo su germen en el paso de la
producción agro y ganadera, por la manufactura y la minería.
Este crecimiento exponencial, no solamente tuvo efectos cuanti-
tativos y económicos en la ciudad, también desarrolló una nuevo
paisaje en el establecimiento de empresas y pequeños negocios
dedicados a desarrollar productos en el ramo industrial, inclui-
dos los textiles. Este nuevo escenario también produjo conse-
cuencias en los mercados laborales y la fuerza de trabajo, pues
las necesidades regionales requerían de mayores negocios dedi-
cados a satisfacer las necesidades de insumos de esta clase, por lo
que el escenario productivo fue bastante homogéneo.
Los antecedentes de esta lógica productiva tienen su origen
en seis principales circunstancias (Cerutti, 1986):

1. Una acumulación de capitales que data desde los años del


cambio de frontera con Estados Unidos. A pesar de las con-
diciones sociales convulsas en otras regiones del país, en Mon-
terrey entre 1850 y 1890 se edificaría con solidez la burguesía
y se articularía la producción industrial capitalista cambiando
las pautas de inversión, compra-venta y explotación de tierras
a controlar en los procesos directos de producción.
2. Las necesidades de la economía mundial. La expansión de la
industria en Estados Unidos tendría un fuerte impacto en la
construcción de la industria metalúrgica básica en Monterrey.
3. La estabilidad política y social del Porfiriato.
4. Las conexiones ferrocarrileras las cuales conectarían y trasla-
darían con mayor facilidad a la fuerza de trabajo.
5. La ubicación geográfica, que no solo tuvo bien a ser clave en
el abastecimiento industrial, sobre todo metalúrgico en los Es-
tados Unidos, también el abastecimiento a cortas distancias de

80
material necesario desde Coahuila y otras regiones noresten-
ses.
6. Las políticas gubernamentales locales, conscientes de la situa-
ción de desarrollo capitalista que se incentivaba en la región
desde las dinámicas globales, entienden y promueven la per-
tinencia de esquemas de legislación abierta y flexible para el
establecimiento de condiciones óptimas para el crecimiento
industrial capitalista, sobre todo bajo el mandato de Bernardo
Reyes desde 1885 a 1909.

Las consecuencias de este auge en las prácticas sociales constitu-


yeron relaciones específicas entre el consumo no productivo, el
mercado interno y la industrialización, desencadenando una ma-
yor cantidad de ingresos por persona y una capacidad de compra
distinta que además iba de la mano con la capacidad de compe-
tencia del mercado interior con lo que se importaba. Es decir,
que las consecuencias inmanentes del desarrollo productivo e in-
dustrial creó necesidades específicas para los sujetos que deman-
daron materias primas para la transformación de productos de
consumo en el terreno de lo cotidiano: textiles, bebidas, alimen-
tos, calzado, sombreros, fueron estableciéndose como artículos
comunes en el imaginario, lo que iniciaría cierta producción re-
gional.

Características básicas de los grupos domésticos


en Monterrey

Aunque es la familia la unidad básica de organización de los in-


dividuos, elegí el concepto de grupo doméstico a fin de describir
y discutir sobre las principales características de los hogares de

81
los que trata este estudio porque a la luz de los datos etnográfi-
cos, nos encontramos con elementos muy particulares respecto
al contexto económico y social en el que se halla su formación,
organización y condiciones en las que se resuelven las crisis res-
pecto al cuidado. Del mismo modo, se refiere a la composición y
estructura familiar de forma descriptiva como detonantes de es-
tas reflexiones. En esta revisión de información cualitativa se in-
cluyen una variedad de temas; he seleccionado aquellos aspectos,
que considero, ejemplifican de manera somera el tipo de grupos
domésticos en donde enfoqué mi análisis.
Los grupos domésticos son los escenarios donde se instrumen-
tan estrategias para la supervivencia en el marco de la escases de
recursos (González de la Rocha, 2006). Estos grupos se caracte-
rizan en México y sin duda en Nuevo León, por relaciones de
parentesco; estas unidades participan en un número determi-
nado de actividades que desempeñan sus miembros para subsis-
tir en términos de producción, reproducción, consumo etc. Asi-
mismo, tienen la característica de asentarse espacialmente en
una sola residencia.
Los procesos del establecimiento de estos grupos domésticos
en Monterrey, denotan una fuerte influencia de la estructura de
los mercados de trabajo y los procesos migratorios históricos, de
modo que, las características de los hogares se fueron configu-
rando a partir de estos elementos. Los individuos recién llegados
como apuntan Balán, Browning y Jelín, (1977), migran por mo-
tivos laborales y en general, para mejorar sus condiciones de
vida. Los estudios de caso dan cuenta que históricamente la re-
gión se caracterizó por determinar a los sujetos ciertas condicio-
nes de vida y acceso a determinadas ocupaciones, acceso a servi-
cios y estilos de vida como fuentes de movilidad social y autono-
mía personal, particularmente para los varones y sus familias de
acuerdo a sus contextos y situación de origen. Como señalan
González de la Rocha y Escobar (2006): “La organización social

82
de los grupos domésticos está en íntima relación con los sistemas
de trabajo y con las condiciones de los mercados laborales, y es
sensible a las políticas macroeconómicas”.
Para que estos escenarios de posibilidad fueran viables, sin
duda la creación el establecimiento o la consolidación de los lazos
familiares fue fundamental. Estos valores familiares se asentaban
de acuerdo a las exigentes demandas del sector industrial, de
modo que los individuos no tenían más que hacer de la familia
un refugio de reproducción sólido y muchas veces rígido, en
donde tanto mujeres como hombres se complementaban entre
sí, incluso los propios hijos apoyaban en las tareas que los esposos
no podían realizar por desempeñarse de tiempo completo en el
terreno laboral. Esto fue muy distintivo de los migrantes de la
época, tanto de los casos que se retratan en esta investigación
como de los que les antecedieron, los cuales inculcaron a sus hijos
la cultura del trabajo, por lo que era bien visto insertar a los jó-
venes como ayudantes en la industria acerera o a los ferrocarriles
y no dedicarse por ejemplo al estudio, aunque algunos por su
puesto sí lo harían.
Balán, Browning y Jelín, (1977) muestran una interesante re-
flexión respecto a los valores y la continuidad de la estructura
familiar de acuerdo al estatus migratorio de los individuos, por
ejemplo: emigrantes con poco contacto: menos de 10 años en
Monterrey; emigrantes con contacto intermedio: 10 a 19 años en
Monterrey; emigrantes con contacto prolongado: 20 años o más
en Monterrey hasta llegar a las generaciones con origen en la
ciudad, frente a estas circunstancias analizan por ejemplo las
perspectivas acerca del divorcio, la toma de decisiones de la es-
posa y las obligaciones familiares en general, de modo que pu-
diera inferirse que conforme los sujetos se adaptaban a una so-
ciedad industrializada y económicamente enérgica, sus valores se
modernizarían. Los resultados dan cuenta que la situación per-
manece muy similar entre aquellos que tenían mucho tiempo en

83
la ciudad como aquellos que no. De hecho, se señala dentro de
su análisis una cuestión muy interesante respecto a la edad en la
que los sujetos contraían matrimonio y es que se desmitifica la
creencia popular de que la urbanización y la industrialización en
los países occidentales traerían un aumento de la edad para ca-
sarse. No obstante, en Monterrey la edad promedio era de 24.0
mientras que en la población masculina urbana americana fue de
22.3 en el año 1960. Estos datos son importantes porque se esta-
blece que la edad del primer matrimonio ocurre de acuerdo a la
estabilidad laboral del varón y no se da de forma precipitada. Los
autores afirman que:

Se pueden citar varias razones para explicar el primer matrimonio a


edades no tan tempranas en Monterrey, particularmente entre los hom-
bres de bajos niveles educativos. Quizá las obligaciones familiares sean
importantes para que algunos hombres no se casen, porque su familia
de origen los necesita para ayudar al mantenimiento y la educación de
los hermanos menores (Balán, Browning y Jelín, 1977: 222).

Nuestros casos de estudio confirman que la decisión de contraer


matrimonio estaba relacionada con la estabilidad laboral del va-
rón. Las perspectivas y expectativas que tenían los hombres de la
época, privilegiaban conseguir un empleo estable que les permi-
tiera asumir las responsabilidades de un matrimonio para luego
poder tener una familia. Los Betancourt por ejemplo, formarían
su familia a los 30 años de edad, Los Zúñiga teniendo el varón
23, Los Aldama a los 26, Los Ortiz a los 29, y el caso de Antonia,
en el que por sus circunstancias de extrema pobreza asumiría el
rol de padre y madre y comenzaría a vivir en unión libre hasta
pasados los 37 años con Don Luis de 38.

84
Estructura ocupacional doméstica de los estudios
de caso
Ocupaciones de los esposos de las mujeres mayores con demen-
cia

Las unidades domésticas de los estudios de caso revelan a lo largo


de sus trayectorias, la prevalencia de jefaturas masculinas. Los
ingresos familiares mayormente provenían de las actividades la-
borales de los varones a partir de la participación en distintas
ocupaciones. Los sectores económicos más presentes para la ge-
neración de ingresos en estas familias se encuentran en la indus-
tria formal o en empresas comerciales orientadas al sector servi-
cio aunque también encontramos casos en los que prevalecieron
los oficios en el sector informal. Algunos de estos hombres tran-
sitaron por distintos escenarios laborales, sin embargo, en gene-
ral, quienes tuvieron ocupaciones en el sector informal de la eco-
nomía permanecieron en él prácticamente hasta la tercera edad,
excepto un estudio de caso en el que se observa que la experien-
cia laboral en varios empleos le permitiría al final de su vida ob-
tener un trabajo con prestaciones de ley como el de transporte;
este es el caso de Rodolfo, quien recibe jubilación de su empleo
como chofer en ruta urbana, empleo que desempeño menos de
10 años. El otro caso es el de Don Luis, quien siempre se ocupó
de trabajar en oficios informales: primero como albañil y luego
como plomero, aunque desempeñaba otras tareas en estos mis-
mos rubros hasta el presente ya con más de 85 años, realizando
distintos trabajos en casas y construcciones. El resto de los jefes
de familia por las mismas condiciones de su trayectoria familiar
y personal de origen, obtuvieron mejores posibilidades para
desarrollarse laboralmente en otros sectores más productivos y

85
con mejores prestaciones sociales, como Bernabé y Juan Do-
mingo quienes accederían a una industria familiar de gran desa-
rrollo y con una filosofía paternalista.

Tabla 1. Nivel educativo, ocupación y edad de los cónyuges


al momento de casarse
Cónyuge Nivel educa- Ocupación Edad
tivo
Rodolfo Primaria Comerciante in- 30
formal
Bernabé Primaria Obrero en 23
PYOSA (Pig-
mentos y Óxi-
dos S.A.)

Carlos Contador pri- Contador pri- 26


vado vado en me-
diana empresa
contable

Juan Domingo Médico ciru-Médico en 29


jano PYOSA (Pig-
mentos y Óxi-
dos S.A.)
Luis Sin primaria Albañil/Plo- 38
mero/carpin-
tero
Fuente: Elaboración propia con base a trabajo de campo

Como se observa en la tabla 1, fue importante para los varones


de la época establecerse en el terreno laboral y asegurar la viabi-
lidad de la familia. Del mismo modo, muchas mujeres asumirían
este compromiso no sólo con el deseo o la necesidad personal de

86
tener opciones en el nuevo mundo que se les abría luego de mi-
grar. La creciente oferta laboral para las mujeres fue muy impor-
tante para el devenir de las generaciones subsecuentes en la re-
gión, pese a la ausencia de este tipo de investigaciones. Por ejem-
plo, Solís (2016) apunta que la exclusión de género en estos aná-
lisis fue disminuyendo llegada la década de los 70’s a consecuen-
cia de la ahora masiva incorporación de las mujeres en los mer-
cados de trabajo. Las mujeres en este sentido, se fueron inser-
tando a mercados de trabajo distintivos de su género y ha sido
mayormente este fenómeno el que ha desencadenado la incor-
poración o el desarrollo de estudios que las han ubicado como
unidad de análisis respecto al trabajo, sin embargo, las mujeres
a las que hacemos referencia en esta investigación - con el obje-
tivo de entender cómo se configuran los escenarios domésticos
del cuidado al final de vida-, forman parte de una generación
anterior cuya participaron fue bastante significativa en el desa-
rrollo económico de sus familias y de la sociedad en general. La
hipótesis que podemos plantear respecto al trabajo femenino de
las mujeres migrantes establecidas en la ciudad de Monterrey,
puede formar parte de un proceso si no masivo, sí importante de
incursión de mano de obra femenina anterior a los años 70’s que
se daría en diversos sectores y mercados de trabajo apremiantes
de la época, tanto de carácter formal como informal. Sólo con
mayor cantidad de estudios de este tipo podremos establecer
que, particularmente el desarrollo económico de los sectores
productivos en Nuevo León y en concreto en la ciudad de Mon-
terrey, también respondieron a la participación económica y la-
boral femenina en términos productivos y no solamente repro-
ductivos como esposas y amas de casa.

87
Ocupaciones de las adultas mayores con demencia

Las mujeres por su parte se desempeñaron laboralmente en mer-


cados de trabajo que también se crearían masivamente a partir
de estos enérgicos procesos económicos en la región. Si bien era
común que las mujeres abandonaran sus trabajos poco antes de
casarse, lo cierto es que la gran mayoría migraría a la ciudad para
integrarse activamente a algún sector de estos mercados de tra-
bajo. En los estudios de caso y gracias a la información cualitativa
recogida, encontramos que las mujeres se integraban rápida-
mente al sector formal siempre y cuando tuvieran un nivel de
instrucción básico formal, orientado a la ejecución de tareas ad-
ministrativas o secretariales o en todo caso, un poco de experien-
cia en la materia. Las mujeres si bien tenían deseos de seguir es-
tudiando o de seguir trabajando, en todos los casos los efectos de
las normativas de género y en general del propio marco familiar
de origen y de la familia de procreación limitaron esta posibili-
dad no obstante, se resalta el papel preponderante del trabajo
doméstico y de cuidados y en algunos casos el desempeño de tra-
bajo extradoméstico en actividades informales.
De las mujeres que tuvieron ocupaciones en el sector formal,
destacamos que éstas se encontraban en la industria en áreas ad-
ministrativas y comerciales, del mismo modo, encontramos mu-
jeres que se desarrollarían en el sector de entretenimiento
desempeñando estas mismas tareas. Al igual que sus cónyuges,
aquellas mujeres con mayor vulnerabilidad dentro de sus trayec-
torias familiares de origen y de procreación en términos de opor-
tunidades y recursos, desempeñaron actividades extradomésticas
en sectores altamente precarios como el servicio doméstico, el
trabajo en cocinas, empleadas en tortillerías o en general, en el
comercio informal. Estas condiciones nunca cambiaron, pero a
diferencia de los varones, la situación dentro de las trayectorias
laborales de las mujeres no es muy distinta entre aquellas que

88
alguna vez se desempeñaron en sectores formales de la economía
y quiénes no. Si bien las que tuvieron la posibilidad de insertarse
en estas áreas obtendrían no solo reconocimiento e ingresos con-
siderablemente decorosos, al momento de casarse rechazaron la
oportunidad de tener ingresos propios y lo que es aún más im-
portante, se negaron la posibilidad de acceder a esquemas de ju-
bilación y protección social al final de vida; del mismo modo, las
mujeres que no accederían a los mercados laborales más estables
y realizan actividades económicas para apoyar a sus maridos,
tampoco corrieron con la misma suerte, pues pronto estos ingre-
sos se diluyeron en las necesidades cotidianas para la crianza de
los hijos y en algunos casos para los nietos. Sin duda, estas mu-
jeres sufren mucho más los efectos de sus propias trayectorias
pero también de las posibilidades económicas que les proporcio-
naron sus maridos.

Tabla 2. Nivel educativo, empleo y edad de las mujeres antes


de casarse
Adulta mayor Nivel educa- Ocupaciones Edad
tivo o profe-
sión
Teresa Hasta secun- Vendedora en 31
daria zapaterías “Jus-
ticia”
Antonia Sin primaria Empleada en 37
tortillería
Rita Secretariado Secretaria en 23
comercial PYOSA (Pig-
mentos y Óxi-
dos S.A.)

89
Bernardina SecretariadoFacturista en 22
comercial PYOSA (Pig-
mentos y Óxi-
dos S.A.)
Amada Secretariado Secretaria en 29
comercial radiodifusora
XEH
Fuente: Elaboración propia con base a trabajo de campo.

La composición y estructura familiar


La composición y estructura familiar dan cuenta que en las fami-
lias de procreación existió una prevalencia de hogares nucleares,
aunque con algunas excepciones que se retratarán en las familias
con mayores grados de pobreza las cuales asumirían el de tipo
extenso en algunas etapas de sus ciclos domésticos, principal-
mente en el de expansión7, en donde abuelos, hijos y nietos com-
partirían el mismo techo hasta transitar al ciclo de consolidación
o equilibrio8 .

7 Fase en la que la unidad doméstica crece y hay un incremento de sus miem-


bros que coincide con la etapa en que suceden los eventos reproductivos de
la mujer y hasta que los hijos alcanzan un crecimiento que permite transitar
a la segunda fase, en la que se consolida. Me apoyo en los aportes de Gon-
zález de la Rocha (2006) para entender cómo el ciclo doméstico permite
conocer el desarrollo de las unidades domésticas de acuerdo a los cambios
que suceden dentro de su estructura. Esta estructura interna se modifica a
partir de la forma en que se hallan determinadas las fuerzas económicas
externas y los recursos al interior de los hogares, así como las cualidades de
los miembros que la conforman.
8 Esta etapa tiene la característica de volver a la unidad doméstica económi-
camente más estable debido al crecimiento de los hijos y su autosuficiencia
en términos de atenciones y cuidados; los miembros suelen apoyar domés-
ticamente, así como acceden a la posibilidad de generar ingresos que apor-
tan al hogar.

90
Para referir sobre la composición de los hogares de los estudios
de caso, nos adentraremos a las formas que se encuentran res-
pecto a la situación de los mercados de trabajo y las expectativas
de la unión matrimonial a fin de dar elementos que permitan
adentrarnos propiamente a los estudios de caso. También nos
interesa entender sobre aquellos valores que se asumían por los
sujetos que daban lugar a determinada estructura, sobre todo a
la toma de decisión de las mujeres sobre el número de hijos y la
posibilidad de reinsertarse a los empleos que abandonaron o mo-
dificaron al casarse o unirse.
Pese a que las actividades productivas y laborales práctica-
mente se daban entre ambos sexos, lo cierto es que la mayor
parte de las mujeres de este estudio al contraer matrimonio
abandonaban sus trayectorias laborales. En este sentido, las ca-
racterísticas principales de la formación de los hogares en Mon-
terrey tendían a establecerse a partir de ciertos valores respecto
a lo que representaba la unión entre un hombre y una mujer, la
mayor parte de las veces representaba por el abandono de las
actividades productivas de éstas Algunos elementos de esta con-
figuración familiar son bien descritas por Balán, Browning y Je-
lín (1977) en la que destacan que los hombres se casaban con
mujeres en general, menores que ellos; que matrimonio era si-
nónimo de paternidad o maternidad en este caso, lo que explica
el abandono inmediato del empleo femenino; otros valores muy
arraigados se establecen en esta unión como la adscripción cató-
lica que limitaba la salud sexual y reproductiva, la toma de deci-
siones de las mujeres, el divorcio y la reinserción al mercado de
trabajo.
El control natal para las familias de la época fue accesible
luego de la aparición de la píldora anticonceptiva como relata
Bernardina, quien luego de su quinto hijo (nacido en 1970) pudo
acceder a este método pese a la resistencia de su marido, opinión

91
fuertemente influenciada por la comunidad religiosa a la acudían
en la colonia Unidad Modelo.
Respecto al número de hijos de estas familias podemos decir
que la valoración que se hace de la cantidad de los mismos, res-
ponde más a la posibilidad de darles lo necesario. La responsa-
bilidad de los padres respecto a sus hijos resultaba ser una prio-
ridad que podemos incluso observar en la formas actuales en que
se desarrollan profesional y económica las siguientes generacio-
nes en Monterrey. De hecho, como se advirtió, era primordial
obtener una fuente estable de ingreso que permitiera la estabili-
dad familiar. Las familias de este estudio tuvieron de 2 a 5 hijos
y son de hecho, los grupos domésticos que tenían mayor estabi-
lidad por el tipo de empleo y seguridad social del cónyuge los
que llegarían a la cifra mayor, como el caso de Rita y Bernardina,
cuyos esposos trabajaron como obrero (luego ascendiendo a su-
pervisor) y médico en PYOSA. Asimismo, la edad al momento de
casarse (23 y 22 respectivamente), les permitían una trayectoria
reproductiva mucho más prolongada. El caso de Amada merece
una apreciación especial, puesto que si bien su marido no tendría
un trabajo con prestaciones como las que ocurrían en los casos
antes descritos, sí lograron consolidar un patrimonio y la deci-
sión más bien respondería a la edad en la que contrajeron matri-
monio así como a la enfermedad discapacitante de ésta9. De igual
manera, Antonia comenzaría su trayectoria reproductiva entre
los 20 y 22 años habiendo entre cada embarazo una distancia
considerable debido a la situación de precariedad en la que siem-

9 Amada padece de parálisis supranuclear progresiva. Es una enfermedad


rara, de difícil diagnóstico y degenerativa del sistema nervioso. Parte de la
sintomatología se expresa en las dificultades al caminar, mantener el equi-
librio y mover los ojos que va deteriorando el organismo. https://www.ma-
yoclinic.org/es-es/diseases-conditions/progressive-supranuclear-palsy/sym-
ptoms-causes/syc-20355659

92
pre se ha encontrado, de modo que las relaciones socioeconómi-
cas y los aspectos de bienestar económico resultan fundamentales
para entender la composición y estructura de estos grupos así
como de las estrategias que despliegan frente a las diversas crisis
que se presentan en los años subsecuentes y se agudizan en las
últimas etapas de sus ciclos vitales.

Tabla 3. Relación Hijos por mujer


Teresa 3
Antonia 3
Rita 5
Bernardina 5
Amada 2
Fuente: Elaboración propia

Situación general de las mujeres y los hogares


retratados en la actualidad

A la luz del recorrido de las trayectorias ocupacionales y familia-


res de las mujeres y sus cuidadores, precisamos sobre la situación
en la que se encuentran estos hogares en varias dimensiones. Por
un lado, el tipo y etapa de enfermedad, la existencia de diagnós-
tico y terapéutica, la adherencia a los tratamientos, así como los
actores familiares que fungen como cuidadores en la actualidad.
Si bien aludimos a las trayectorias de los cónyuges a fin de pre-
sentar un perfil mucho más completo de los hogares y no así de
las trayectorias de las hijas, partimos de que la situación de vida
actual refiere a todos estos cambios sucedidos a nivel familiar que

93
luego conducen a las hijas a desempeñarse como cuidadoras,
principalmente la viudez de sus madres, aunque también encon-
tramos otras situaciones paralelas en nuestros casos, que recuen-
tan la vida familiar y sentimental de las hijas, es decir, o son sol-
teras o se encuentran en procesos de separación sentimental.

Tabla 4. Los estudios de caso respecto a la enfermedad


y el cuidado
Tratamiento Características del
Enferme- y adherencia cuidador y dificul-
Caso Edad Etapa
dad tad en la situación
del cuidado
Cónyuge; adulto ma-
1. Teresa 80 Alzheimer Avanzada Sí /Alta yor; padece del cora-
zón
Sin diagnós- Cónyuge; adulto ma-
2. Antonia 95 Demencia No
tico yor con diabetes
3. Rita 80 Alzheimer Inicial Sí /Media Hija soltera
4. Bernar- Cónyuge, adulto ma-
80 Párkinson Media Sí /Alta
dina yor, presión alta
En el trabajo de
Pre diag- campo transitó de es-
5. Amada 79 Demencia No
nóstico tar sola al cuidado de
hija
Fuente: Elaboración propia

Asimismo, la complejidad en torno al cuidado se encuentra fuer-


temente atravesada por el tipo de recursos con los que cuentan.
Encontramos hogares diversos, aunque todos ellos fuertemente
impactados por las trayectorias laborales de las y los adultos ma-
yores. Si bien un aspecto relevante de las trayectorias femeninas
fue la poca participación en el mercado laboral formal o su in-
termitencia, lo cierto es que también los varones se encuentran
influidos por este mismo componente al momento de recuperar

94
estos recursos acumulados por el fruto de su trabajo. En este sen-
tido, la situación familiar modifica el bienestar, pues aunque las
mujeres viudas de estos casos podrían percibirse como más vul-
nerables por la pérdida del cónyuge, lo cierto es que se reponen
positivamente, al menos económicamente, al momento en que
las hijas asumen el papel de cuidadoras habitando en la misma
unidad familiar. Si el salario de ellas es modesto, se solucionan
mucho más rápidamente los conflictos de dinero respecto a la
atención y el cuidado.

Tabla 5. Clasificación de pobreza tipo de recursos y fuentes


de obtención en los hogares
Caso Nivel Jubila- Progra- Tiempo Otro
Pobreza ción mas de con la en- tipo de
apoyo fermedad recur-
y estatus sos
de trata-
miento
Teresa Mode- Jubila- Federal y 3 años Apoyo
rada ción de estatal ocasio-
cónyuge (sólo nal de
ella) hijos
Antonia Extrema No Federal y 1 a 2 años Apoyo
tiene estatal en es-
(ella y su pecie
cónyuge) por
parte
de co-
muni-
dad re-
ligiosa
Rita Clase Jubila- Federal 1 año Partici-
media ción por pación
obrera viudez de hija

95
en la
fuerza
de tra-
bajo
Bernar- Clase Jubila- Federal y 4 años Apoyo
dina media ción de estatal ocasio-
obrera cónyuge (sólo nal de
ella) hijos
Amada Clase Jubila- Federal Menos de Partici-
media ción por un año pación
obrera viudez de hija
en la
fuerza
de tra-
bajo
Fuente: Elaboración propia.

Reflexiones finales

Sin duda, reflexionar sobre los efectos de las trayectorias ocupa-


cionales y la acumulación de desventajas respecto a los recursos
en los hogares, permite entender los escenarios posibles y las for-
mas de organización de las unidades domésticas conformadas
por ancianos o por cuidadoras hijas y madres ancianas. A la luz
de los factores que intervienen en el bienestar de los hogares for-
mados por ancianos, podemos establecer que la agudeza en la
que se manifiestan las dificultades se origina a partir de un largo
proceso de erosión de recursos, tanto económicos como sociales,
incluidos el contacto social y las redes de apoyo. Como subrayan
González de la Rocha y Villagómez (2005) la vejez está acompa-
ñada de una espiral de acumulación de desventajas en la que se
destacan la falta de ingresos, la enfermedad y el propio aisla-
miento social producto de estas circunstancias.

96
Es importante mencionar que son las mujeres adultas mayores
las que mayor desigualdad padecen frente al acceso a recursos
en la vejez, sobre todo cuando están atravesadas por otros pro-
cesos de inequidad de género observados en su trayectoria vital
como el haberse desempeñado en el trabajo informal o haber
abandonado sus empleos para casarse, tener hijos y dedicarse al
hogar y al cuidado de otros gran parte de su vida. De este modo,
estas mujeres quedan a merced de lo que sus parejas y familiares
convienen para éstas. Esta situación se hace mucho más patente
cuando se observan dinámicas de cuidado y atención en hogares,
donde especialmente se requieren una alta cantidad de recursos
económicos y domésticos a la que las mujeres no tuvieron acceso
por permanecer al margen del mercado de trabajo formal, como
una jubilación y en muchos casos, el mantenimiento de redes so-
ciales y de amistad al estar imbuidas por completo al trabajo en
el hogar. En términos de economía y salud, estos aspectos distor-
sionan los escenarios de calidad de vida y las colocan en una po-
sición de verticalidad respecto a decisiones de su propio cuidado
y atención en la tercera edad.
Como grupo, sobre los hogares envejecidos que indagamos,
es la etapa de dispersión, en la que mayor tiempo permanecen
los sujetos, porque en general, los hijos abandonaron la unidad
doméstica para casarse o juntarse muy jóvenes. Triano (2006)
señala que el menoscabo en la generación de ingresos de los ho-
gares y los sujetos envejecidos ocurre en el periodo de dispersión
del ciclo doméstico, es decir, cuando los mayores se quedan solos.
En esta etapa, los sujetos dejan de percibir ingresos importantes
producto de sus empleos, en donde, en el mejor de los casos, las
trayectorias laborales les han permitido contar con recursos fijos
que posibilitan su manutención, sin embargo son los menos de
los casos. Encontramos por el contrario hogares con miembros
ancianos en los que no existe jubilación o existe en una cantidad

97
ínfima; las adultas mayores, como esposas, cuentan exclusiva-
mente con el apoyo que proveen sus maridos, sus hijas o las trans-
ferencias gubernamentales. Como apunta Jelin (2010) conocer
las características internas y del ciclo doméstico ayudan a expli-
car y visibilizar cuáles son los hogares que tienen más probabili-
dades de resistir de mejor o peor forma los reveses de las crisis.
En este mismo sentido, la pobreza afecta de forma pronunciada
si el anciano o anciana de clase trabajadora no logró un ingreso
diferido adecuado.
En las formas organizativas de las unidades domésticas se ex-
presan condiciones que colocan a hombres y mujeres en una si-
tuación diferenciada en el ejercicio de actividades productivas y
reproductivas. Aunque no es posible establecer las formas en que
sucedieron la asignación de tareas para cada uno de los sexos
para toda la trayectoria familiar, nos basamos primordialmente
en las trayectorias familiares, personales y en la forma en que el
mercado laboral impacta de manera importante en las formas
organizativas de las familias, asimismo, se incorporan algunas
reflexiones devenidas de estas trayectorias de familia para enten-
der el papel de las mujeres en la reproducción de los hogares,
así como los momentos más álgidos de las crisis.

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99
100
Capítulo 4. Modernización y redes
de apoyo familiar en la vejez rural
Rosa María Flores Martínez

Introducción

E
l campo mexicano ha sido objeto de distintas interven-
ciones por parte del Estado, incluso en un periodo his-
tórico se generó la “gran promesa” de la moderniza-
ción rural, fenómeno que impactó las formas y estilos
de vida de la población rural. De esta manera, a través de distin-
tos procesos económicos, políticos y sociales se ha forjado una
nueva ruralidad, enmarcada por la reestructuración económica
del país, los efectos de la globalización, el retiro de apoyos al
campo, la crisis financiera y la reforma al artículo 27 Constitu-
cional (Appendini y Verduzco, 2002).
Estos procesos no sólo tienen su origen en el Estado sino tam-
bién en la interacción con el sistema económico neoliberal que
ha permeado en la vida comunitaria y familiar de la población
rural, cuyos efectos adversos son evidentes en la población cam-
pesina adulta mayor.
En este marco, en el presente capítulo se analiza el tema de
las redes de apoyo familiar en la vejez rural a partir del impacto
de los procesos de modernización. La perspectiva teórica que da
fundamento al análisis aborda algunos elementos de la teoría de
la acción comunicativa desarrollada por Habermas (1992), res-
pecto a la crítica que hace a las sociedades capitalistas modernas,

101
en donde se presenta una ruptura y un creciente poderío del sis-
tema sobre el mundo de la vida.

Cambios en los contextos rurales

El desarrollo de las sociedades capitalistas plantea nuevas reali-


dades sociales, actualmente se observa cómo se llevan a cabo in-
tensos procesos de modernización e industrialización en las dis-
tintas regiones del país, los cuales deberían suponer mayores
condiciones de bienestar y progreso para la población, sin em-
bargo, su desarrollo tiene un impacto negativo, especialmente
para las personas mayores en estas sociedades la producción es
el valor dominante, debido a que deja de ser la principal fuente
de conocimiento y las familias se dispersan; en tal contexto, a las
personas envejecidas se les asigna un papel marginal, incluso lle-
gándolos a considerar como inútiles por no ser productivos.
El estatus y el rol social de las personas mayores en las socie-
dades tradicionales estaban vinculados a una posición de respeto,
puesto que representaban valores atribuidos a la sabiduría, el co-
nocimiento y la experiencia, se les llegaba a considerar como au-
toridades naturales dentro de estos lugares (Reyes, Palacios, Fon-
seca y Villasana, 2013). No obstante, para Rodríguez (1979: 78)
en las sociedades contemporáneas existe una fuerte segregación
cultural de la vejez, dada la “obsesión productivista propia de la
modernización capitalista”.
Para contextualizar la situación del país es preciso remontarse
a los albores de la Revolución Mexicana, este movimiento tuvo
una amplia participación de los campesinos y con este suceso his-
tórico se logró un largo proceso de redistribución de la propie-
dad agraria que hasta entonces había estado concentrada en muy
pocas personas; así mismo bajo el lema “la tierra es para quien
la trabaja” se promovía la expropiación de tierras; luego, en el

102
periodo de gobierno de Lázaro Cárdenas, algunas instituciones
públicas comenzaron con programas de apoyo para la produc-
ción agropecuaria y en general para las sociedades rurales; pos-
teriormente, en la década de los noventa, al comenzar la ola neo-
liberal, se realizaron algunas reformas abocadas básicamente a la
titulación individual de los predios (Árias, 2009).
De esta manera, la implementación del nuevo modelo econó-
mico de carácter neoliberal y la promulgación de la Ley Agraria
de 1992 generaron efectos paradójicos. Con la reforma al Art. 27
Constitucional se canceló el reparto agrario, se abrió la tierra
ejidal y comunal al libre mercado, se incentivó la liberación de
la mano de obra y el fomento de la producción agropecuaria y
forestal a gran escala, a través de la inversión de capital nacional
y extranjero; además, creció el desmantelamiento y la privatiza-
ción de las instituciones de servicio y crédito del sector agrope-
cuario; se retiraron los subsidios y precios de garantía de todos
los productos agropecuarios y se implementaron programas asis-
tenciales dirigidos a los campesinos pobres (Nava, 2000 citada en
Salas, 2009).
De esta manera, las trasformaciones ocurridas durante las úl-
timas décadas del siglo XX, en el marco de un modelo neoliberal
generaron un impacto negativo en la calidad de vida de los cam-
pesinos, debido a que disminuyeron sus ingresos. Cuando la si-
tuación de la producción agrícola se deterioró, éstos perdieron
el protagonismo logrado en la vida nacional y los apoyos por
parte del Estado y, pese a que continuaron desarrollando labores
agrícolas, cuando la agricultura fue insuficiente tuvieron que
aceptar otras actividades económicas, básicamente mediante dos
estrategias: ser jornaleros de corta y larga distancia, o bien, mi-
grar a otros estados o país (Árias, 2009). Así, para la década de
1990 se produjo un importante flujo migratorio del campo a la

103
ciudad, especialmente, hacia los estados fronterizos del país y Es-
tados Unidos, ello incidió en el empobrecimiento y el progresivo
abandono del campo (Vásquez, 2010).
Los cambios en los contextos rurales derivados de las trans-
formaciones económicas en el país han generado la desacelera-
ción de la economía agrícola; el aumento en las ocupaciones ter-
ciarias y el incremento en la migración interna e internacional
(Grammont, 1999 citado en Garay, 2008). Respecto al tema de
la migración, Montes de Oca y Hebrero (2006) señalan que este
fenómeno surge como un escape de los jóvenes ante la escasez
de empleo y la acentuada pobreza que aqueja a la población ru-
ral, cuyas repercusiones merman los lazos de apoyo intergenera-
cional entre las familias e impactan en la desigualdad de ingre-
sos.
La economía campesina ha dejado de ser la unidad de pro-
ducción-consumo cuya base era la solidaridad, el cultivo de la
tierra, la cooperación y el autoconsumo; según Árias (2013), en
la actualidad las familias y las sociedades rurales presentan cam-
bios económicos y laborales, en donde la agricultura dejó de ser
una actividad central (como fuente principal de sustento de las
familias), al mismo tiempo que se presenta una la falta de em-
pleos no agropecuarios, continúan prevaleciendo tendencias mi-
gratorias y se muestra una mayor participación de las mujeres en
la economía familiar.
Garay (2013) indica que la incorporación de las mujeres rura-
les en actividades económicas extradomésticas es cada vez más
notoria10, principalmente en el comercio, en la industria manu-
facturera y en actividades agropecuarias; pese a esta mayor par-

10 Garay (2013) refiere que, de acuerdo con datos de la Encuesta Nacional de


Ocupación y Empleo del año 2010, la tasa de participación económica fe-
menina fue de 28.9%, casi 10.0% más en comparación con los datos de la
década de los noventa.

104
ticipación, el trabajo rural femenino se encuentra en mayor des-
ventaja, debido a que presentan salarios bajos11, a ello se le suma
el escaso acceso a prestaciones laborales, en general dicha situa-
ción tiende a afectar más a las mujeres dedicadas a las actividades
agrícolas.
Los problemas de desigualdad social y económica que se viven
en el campo ocurren de manera paralela a otros fenómenos, en-
tre ellos el acelerado envejecimiento poblacional, la prolongada
atención de las personas mayores a causa cambio epidemiológico
y la feminización del cuidado (Árias, 2009). Al analizar la situa-
ción de las personas mayores, García-Sanz (1998) señala que
cada vez es más frecuente encontrar personas que carecen de re-
cursos familiares, económicos y sociales, y que además se encuen-
tran viviendo solas. De acuerdo con Rodríguez (2004), en las co-
munidades rurales las personas que envejecen presentan mayor
sentimiento de soledad y un distanciamiento obligado de con-
tacto con los hijos, debido a que éstos tuvieron que emigrar a las
zonas más urbanizadas.
El tema de las condiciones socioeconómicas es otra dimensión
que cobra relevancia cuando se habla de personas mayores rura-
les. En el año 2017 en México existían aproximadamente 6.8 mi-
llones de personas de 65 años y más que no reciben un ingreso
superior a $1,092 pesos mensuales por concepto de jubilación o
pensión de tipo contributivo (DOF, 2017). En el caso de las zonas
rurales esta situación tiende a agudizarse, debido a que las con-
diciones de empleo que desarrollaron a lo largo de su vida han
sido al margen de un sistema laboral formal.
De esta forma, se advierte que en el país existe una serie de
rezagos históricos que han afectado a las comunidades rurales,

11 En el año 2010 el salario mensual de las mujeres rurales en actividades


agropecuarias fue de $700 pesos, en tanto, en actividades no agropecuarias
fue de $1290 pesos; cabe señalar que estos salarios son inferiores al de los
hombres y al salario de las mujeres urbanas (Garay, 2013).

105
ello es observable a partir de los indicadores asociados a la po-
breza, los cuales suelen ser más elevados en las comunidades ru-
rales (Montes de Oca y Hebrero, 2006). Así, aunque las personas
mayores de las zonas rurales continúen manteniéndose activas,
incluso en edades avanzadas, éstas se encuentran fuera de siste-
mas de seguridad social o bien los ingresos suelen ser bajos, por
lo que tienen que recurrir a otras fuentes de apoyo.
Las redes de apoyo familiar son un aspecto vital en la calidad
de vida de las personas mayores, pues conforme se incrementa
la edad surgen mayores demandas y necesidades que requieren
del apoyo de otras personas, pero no todas las personas cuentan
con redes familiares sólidas, además se ha visibilizado que incluso
cuando se está integrado en una red no se garantiza que el apoyo
sea efectivo y constante, ya que éste puede modificarse en el
curso de vida de las personas y, evidentemente en el tiempo
(Guzmán, Huenchuan y Montes de Oca, 2003).

Redes de apoyo familiar en la vejez rural

En las sociedades occidentales la imagen social atribuida a la ve-


jez es generalmente de carácter negativa, las personas mayores
son vinculadas con nociones de obsolescencia, decrepitud, dete-
rioro, pasividad y enfermedad, asimismo es posible que se les lle-
gue a considerar como una carga social; por lo que la construc-
ción cultural atribuida a la vejez como una etapa de pérdida in-
cide en el fomento de los estereotipos, mismos que se encuentran
arraigados y legitimados en el imaginario colectivo, lo cual se re-
laciona con la sobrevaloración de la productividad (CEPAL,
2003).
En México, considerando los resultados de la Encuesta Nacio-
nal de Envejecimiento titulada: “Los mexicanos vistos por sí mismos.
Los grandes temas nacionales”, se encontró que más de la mitad de

106
los participantes están de acuerdo con una serie de estereotipos
negativos en torno a la vejez, relacionados principalmente con la
pérdida de la salud y la capacidad mental y física; bajo esta visión,
la vejez es concebida como “un estado deficitario, en el cual la
edad causa una disminución de las habilidades y los intereses”,
es decir, existe una percepción negativa en torno a esta etapa de
la vida (Giraldo, 2015:63).
Por su parte, en comunidades rurales de los estados de Gue-
rrero y Morelos, por medio de un estudio cualitativo se identificó
que la experiencia de envejecimiento en hombres y mujeres ma-
yores de 60 años tiene un significado distinto, siendo el género
una de las categorías que marca diferencias en los roles tradicio-
nales: las mujeres como cuidadoras y los hombres como provee-
dores. En el caso de estos últimos, la vejez se vive con mayor frus-
tración y tristeza, debido a que no pueden seguir cumpliendo su
función de proveedores, así mismo disminuyen sus ingresos y
surge el temor de no poderse hacerse cargo de su familia (Tre-
viño, Pelcastre y Márquez, 2006).
En otro contexto, Reyes y Villasana (2010:341) abordan algu-
nas condiciones de la población adulta mayor indígena, los auto-
res señalan que en estas comunidades existen personas mayores
que todavía gozan de respeto, apoyo, cuidado y protección por
parte de la familia y la comunidad, así mismo cuentan con un
estado de salud favorable; por el contrario, también se presentan
casos en donde estas personas se encuentran en malas condicio-
nes de salud y con alta dependencia, viviendo en condiciones de
pobreza y, en algunos casos, sobreviviendo de la caridad pública
y de los apoyos proporcionados por su red familiar.
De ahí la importancia de contar con redes de apoyo durante
la vejez, ya que como práctica simbólica-cultural integra el con-
junto de relaciones interpersonales de la persona adulta mayor
en relación con su entorno social, asimismo le permite mantener

107
o mejorar su bienestar material, físico y emocional, así como evi-
tar o disminuir el deterioro que podría generarse cuando se pro-
ducen dificultades, crisis o conflictos que afectan a la persona
(Guzmán, Huenchuan y Montes de Oca, 2003).
Para Montes de Oca y Macedo (2013) contar con redes de
apoyo social durante la vejez favorece el fomento del bienestar
en la población adulta mayor, no sólo en términos de salud sino
también afectivos y de cuidados. Al respecto, organismos como
el Centro Latinoamericano y Caribeño de Demografía-Comisión
Económica para América Latina y el Caribe (CELADE-CEPAL,
2006) agregan que éstas se han encargado de dar respuesta a las
necesidades de las personas mayores, desde los apoyos más bási-
cos hasta brindar ayuda de tipo económico e incluso emocional.
No obstante, las redes de apoyo familiar en las sociedades ru-
rales enfrentan fuertes dilemas, vinculados, entre otros aspectos,
con los imperativos sistémicos que crean mecanismos que afectan
el mundo de la vida. En este caso, aspectos tales como la pobreza
agudizada en las zonas rurales, la crisis agrícola, la escasez de
empleo, la migración de la población joven hacia lugares indus-
trializados y las políticas de Estado residuales, que en conjunto
trastocan las relaciones sociales y familiares.
Los diferentes tipos de apoyo familiar que tradicionalmente
se brindaban hacia las personas envejecidas en los contextos ru-
rales pueden verse afectados, dado que han surgido nuevas for-
mas de integración e interacción social y familiar que posicionan
a las personas mayores en un estado de mayor vulnerabilidad,
soledad y desventaja social. Para Árias (2009), en los últimos
años, han desencadenado dos procesos que afectan la continui-
dad de los sistemas tradicionales de apoyo y cuidado de las per-

108
sonas mayores rurales, por una parte, la migración de los here-
deros deseables12 para apoyar a sus padres en la vejez y; por otro
lado, la preferencia de las parejas por una residencia neolocal, es
decir, vivir en una casa independiente a la de los padres desde el
principio de la unión marital, esto sucede ante la creciente im-
portancia del trabajo asalariado y la perdida de sentido de la tie-
rra.
También se habla de un desvanecimiento de los valores tradi-
cionales ligados la moralidad en los contextos rurales, las perso-
nas mayores antes considerados símbolos de sabiduría y respeto,
ahora, en el marco de las sociedades capitalistas modernas han
ido perdiendo su valor social, lo viejo tiende a rechazarse y los
fuertes lazos de solidaridad familiar y social se desdibujan, esto
ante el enaltecimiento de nuevos valores como riqueza, el poder,
la productividad, la juventud y la belleza. Por ejemplo, Jiménez
(2012:174), a partir de los datos de un estudio realizado en una
comunidad rural en el estado de Hidalgo, con abuelas que cui-
dan a sus nietos, advierte que la violencia aparece como “parte
de las relaciones cotidianas y las víctimas la sufren en silencio”;
en el estudio los tipos de violencia que resultaron más frecuentes
fueron la violencia psicológica y la económica, aunado a ello se
pudo identificar que existen elementos que facilitan la aparición
de la violencia, por ejemplo, “la valoración social negativa hacia
las personas mayores, la dependencia económica y el descuido
de la vida afectiva en el núcleo familiar”.
Para Rivera (2013), estos hechos se llevan a cabo en un mo-
mento histórico lleno de contradicciones, producto de un sistema
capitalista de corte neoliberal que resalta la generación de ri-
queza y el aumento de la productividad, todo ello asociado a la

12 Bajo el modelo mesoamericano tradicional, el hijo menor hereda la casa y


cierta extensión de parcela, a cambio tiene la obligación de encargarse del
cuidado de los padres envejecidos (Del Ángel Pérez y Mendoza Briseño,
2007 citados en Árias, 2009)

109
juventud, pero al mismo tiempo recrea una mayor desigualdad y
pobreza, ocasionada entre otros aspectos por la disímil incorpo-
ración de las personas a los procesos de producción, sumado a la
participación desigual del consumo para cubrir las necesidades
elementales; lo cual explica en gran medida los contrastes socio-
económicos que se producen entre los distintos grupos etarios.

La modernización y los procesos de transforma-


ción de las redes de apoyo familiar en la vejez ru-
ral: la discusión
El fundamento teórico que sustenta la discusión de este capítulo
integra elementos de la teoría crítica y, de manera específica se
retoman algunos aspectos de la teoría de la acción comunicativa
desarrollada por Habermas (1992), quien desarrolla una crítica
a la razón funcionalista. El cuestionamiento a discutir es el si-
guiente: ¿Cómo han impactado los procesos de modernización
capitalista en la transformación de las redes de apoyo familiar en
la vejez rural?
Para iniciar este apartado se aborda el concepto de moderni-
dad, el cual de acuerdo con Sieglin (2004) ha tenido distintas
connotaciones según las condiciones políticas y culturales de
cada momento histórico. Así, aunque han sido numerosos los
teóricos que han desarrollado distintas visiones en torno al tema
de la modernidad, el trabajo realizado por Habermas (1992) ha
sido fundamental, ya que centra su análisis en las sociedades ca-
pitalistas modernas, él señala que el nacimiento de éstas requiere
la materialización y el anclaje motivacional de ideas jurídicas y
morales posconvencionales. No obstante, la modernización capi-
talista sigue un patrón, cuyo resultado es que la racionalidad ins-

110
trumental desborda los ámbitos del sistema, insertándose tam-
bién en los ámbitos de la vida comunicativamente estructurados,
obteniendo con ello superioridad sobre la racionalidad práctico-
moral y práctico-estética, esto genera perturbaciones en la repro-
ducción simbólica del mundo de la vida.
Al considerar la situación actual de las sociedades rurales, es
posible analizar desde esta perspectiva teórica, cómo repercute
la influencia del sistema económico capitalista y los procesos de
modernización bajo esta lógica instrumental en las distintas esfe-
ras del mundo de la vida y, con ello, en las formas de relacio-
narse, en las motivaciones, en los procesos de acción e incluso en
la personalidad de los individuos. Los lazos de solidaridad entre
generaciones ante esta influencia se pueden ir desvaneciendo,
dejando en una situación de vulnerabilidad a las personas mayo-
res, al igual que los valores (racionalidad práctico-moral) que tra-
dicionalmente regían las formas de convivencia y apoyo.
Esta cosmovisión se ha ido legitimando a través de los discur-
sos emanados desde los componentes sistémicos, que a su vez son
reproducidos por los propios individuos. Según Gergen (1996
citado por Arroyo, Ribeiro y Mancinas, 2012), la imagen de la
vejez como deterioro ha sido etiquetada como una experiencia
negativa a partir de declaraciones conjuntas surgidas en los dis-
tintos grupos sociales; las palabras adquieren su significado sólo
en el contexto de relaciones socialmente vigentes, por lo tanto,
términos como “decrépito”, o “viejo”, adquieren un carácter pe-
yorativo originado en el lenguaje, pero que a su vez es aceptado,
normalizado, legitimado y reproducido por los individuos.
Continuando en este orden de ideas, se retoma una de las
propuestas centrales de Habermas (1992) con relación al desa-
rrollo de las sociedades capitalistas; para analizar este proceso el
autor manifiesta que la sociedad se encuentra dividida en dos
grandes dimensiones: por un lado, se encuentra el sistema, que
a su vez se conforma por dos subsistemas, el sistema económico

111
y el sistema administrativo, los cuales se encuentran regidos por
una racionalidad instrumental; por otro lado, se encuentra el
mundo de la vida, que integra tanto la esfera de la vida privada
(la familia) como la esfera de la vida pública (medios de comuni-
cación de masa), en este gran segmento existe una racionalidad
comunicativa.
Aunque, cabe aclarar que la segmentación que plantea Haber-
mas (1992) no es determinista ni permanente, en las sociedades
capitalistas modernas se presentan distintas formas de intercam-
bios entre el sistema y el mundo de la vida. Sin embargo, no es
una relación equitativa, sino que, en el marco de estas relaciones,
a través de constantes procesos de secularización, el mundo de la
vida va quedando sometido a los mandatos del sistema.
De esta forma, a medida que el sistema económico somete a
sus imperativos a la esfera de la vida privada, paralelamente ad-
quieren fuerza la productividad y la competitividad, por lo que
las motivaciones, el consumismo y el individualismo tienen un
nuevo sentido que da pauta a un proceso de racionalización uni-
lateral y, por ende, a un estilo de vida marcado por el utilita-
rismo; algo semejante ocurre con la esfera pública respecto al
sistema administrativo, aquí a través de la burocratización el Es-
tado se apodera de los procesos espontáneos de formación de
opinión y de las voluntades colectivas, haciéndolos huecos de
contenido (Habermas, 1992).
Al abordar la situación de las personas mayores rurales, se ad-
vierte cómo su esfera de la vida privada ha sido afectada directa
e indirectamente por aspectos de índole económico. Treviño,
Pelcastre y Márquez (2006) señalan que la situación de vulnera-
bilidad económica de la población adulta mayor se relaciona con
el hecho de haber dejado de estar inserta en el mercado laboral
o debido a que no cuentan con otros apoyos que cubran sus ne-
cesidades. Por otra parte, en la migración de jóvenes influye la
pobreza y la escasez de empleo, lo cual repercute en las personas

112
mayores rurales de manera indirecta, pues al ser los hijos e hijas
una de las principales fuentes de apoyo, cuando éstos migran se
produce un cambio indefinido en la provisión de apoyo ya que
el retorno de los migrantes se ha convertido en un evento inde-
finido, prolongado e incierto (Árias, 2009).
Montes de Oca, Molina y Avalos (2008) amplían esta discu-
sión, pues señalan que la reproducción social de las familias de
los migrantes, a su vez se ha visto afectada debido a las políticas
migratorias y a las condiciones económicas tanto en México
como en Estados Unidos, aunado al riesgo que implica el cruzar
la frontera, lo cual incrementa el coste de la oportunidad del re-
greso y, por ende, se ha propiciado que la permanencia de los
trabajadores migrantes sea cada vez más extensa en el país re-
ceptor.
Frente a este contexto, el Estado ha implementado algunos
programas sociales para apoyar a las personas en condición de
vulnerabilidad. Tal es el caso del programa pensión para adultos
mayores13 que buscó mejorar el bienestar económico y social de
las personas que no tienen acceso a una pensión de tipo contri-
butivo o su ingreso es inferior a $1092 pesos mensuales por con-
cepto de jubilación. Sin embargo, de acuerdo con el Consejo Na-
cional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social, el pro-
grama no ha podido solventar la demanda de la población que
solicita apoyo, dado el creciente envejecimiento poblacional y el
limitado acceso que la población tiene a un sistema de pensión,
así mismo la cobertura ha bajado de 86% en 2015 a 75% en 2017,
debido a la reducción presupuestal (CONEVAL, 2017).
Esta manera de implementar políticas de carácter social
atiende a una lógica neoliberal que ha permeado al Estado me-
xicano desde la década de los ochenta, en cuyo proceso se ha
producido un cambio sustantivo en la naturaleza del Estado; bajo

13 A través de este programa se hace una entrega bimestral de $1160 pesos.

113
el arquetipo de la racionalidad económica se ha supeditado la
agenda pública de los aspectos sociales a los intereses económi-
cos y de mercado, empero esto ha sido a costa de la cancelación
de programas sociales o en su defecto de la disminución de gasto
público relacionado con el bienestar social; lo cual ha producido,
entre otras consecuencias la acentuación de la pobreza14 y el in-
cremento de la desigualdad social (Huerta-Moreno, 2005).
En el actual gobierno, el programa destinado a la población
adulta mayor cambió de nombre, ahora se llama "Pensión para
el bienestar de las Personas Adultas Mayores" y es de carácter
universal, éste busca coadyuvar en el bienestar e igualdad social
de la población mayor, además cabe señalar que el monto desti-
nado aumentó a 1275.00 pesos mensuales (DOF, 2019). Este re-
diseño en la manera de implementar la política social destinada
a la población mayor deberá de estar acompañada de acciones
que no sólo contemplen la racionalidad económica, de lo contra-
rio se continuarán reproduciendo la misma lógica.
Ahora bien, retomando la idea de Habermas respecto a seg-
mentación de la sociedad y la relación que se mantiene entre las
distintas dimensiones del sistema y el mundo de la vida, Sieglin
(2004) señala que ambos segmentos de la sociedad dependen
uno del otro en cuanto a su funcionamiento y reproducción, de
esta forma realizan un constante intercambio. No obstante, esta
relación se produce en términos políticamente desiguales, ya que
las distintas dimensiones del mundo de la vida deben adoptar
formas que se ajusten con las necesidades del funcionamiento
sistémico.

14 En México, los elevados índices de pobreza para el 2000 se traducían en el


incremento de la marginalidad y la economía informal, la deserción escolar,
la desnutrición, la drogadicción y la violencia social, además del notable
desplazamiento de población rural hacia los centros urbanos (Huerta-Mo-
reno, 2005).

114
En este entorno, aunque los hijos de las personas mayores
pretendan continuar reproduciendo los lazos de solidaridad fa-
miliar de manera tradicional hacia sus padres, de forma cercana,
permanente y directa, las condiciones del contexto los orillan a
ajustarse a otras opciones, como el tener que migrar para ganar
dinero y subsistir, tanto ellos como sus familias. En virtud de lo
anterior, no es que hayan desaparecido por completo los víncu-
los, éstos continúan, pero se desarrollan de otra manera.
Actualmente existe una paradoja con relación a los apoyos fa-
miliares en la vejez en las comunidades rurales. Por una parte,
continúa estando vigente la idea tradicional de solidaridad e in-
tercambio intergeneracional, especialmente ante situaciones de
adversidades económicas, atención de la salud y manutención;
pero, por otra parte, el distanciamiento físico producto de la mi-
gración, las políticas laborales y migratorias, así como el ciclo fa-
miliar de los hijos generan, en algunos casos, un paulatino re-
traimiento de la relación familiar, misma que puede repercutir
en la exclusión de las personas mayores de las remesas, los re-
cursos y los planes familiares (Montes de Oca, Molina y Avalos,
2008).
Este último escenario muestra lo que Habermas (1992) llama
la colonización del mundo de la vida, esto sucede cuando ya no
existe una relación dialéctica entre el sistema y el mundo de la
vida, sino que en su defecto el sistema ejerce una “colonización”
al mundo de la vida, es decir, existe una ruptura y un creciente
poder del Estado y la economía, esta situación genera la destruc-
ción de las formas tradicionales de vida, así mismo el dinero y el
poder se convierten en los medios a través de los cuales se rigen
los componentes del mundo de la vida.

115
Reflexiones finales
Este capítulo ha tenido como objetivo presentar un análisis crí-
tico en torno al tema del impacto de los procesos de moderniza-
ción capitalista en las redes de apoyo familiar en la vejez rural.
En este sentido, a partir de la reflexión teórica se advierte que la
familia como la principal fuente de apoyo para las personas ma-
yores, pueden llegar a sufrir un desvanecimiento y, en algunos
casos una ruptura, debido a factores de índole sistémico (políti-
cos y económicos).
La economía campesina que tradicionalmente se basaba en la
producción agrícola se ha diversificado. Los miembros de las fa-
milias rurales se dedican a múltiples actividades ajenas a la agri-
cultura, pero esta pluriactividad no ha implicado necesariamente
mejoras en las condiciones de ingreso (Appendini y Verduzco,
2002). Esto ha ocasionado que la propiedad de las tierras de cul-
tivo ya no tenga el mismo significado, ni sea un medio a través
del cual se puedan tener una especie de intercambio de apoyo
entre las personas mayores y las nuevas generaciones.
Las condiciones de pobreza que imperan en estas regiones del
país pueden llegar a quebrantar la solidaridad familiar interge-
neracional, pues cuando hay escases de recursos los miembros de
la familia tienden a buscar alternativas a través de las cuales pue-
dan subsanar las necesidades más apremiantes, especialmente las
de carácter material, a pesar de quedar relegadas las necesidades
afectivas y emocionales.
Los lazos de apoyo y solidaridad intergeneracional que tradi-
cionalmente se presentan en las comunidades rurales tienden a
transfigurarse, surgen distintos matices a partir de cómo interac-
túen la esfera económica, política, familiar e individual en el
mundo de la vida rural. Así, en los entornos rurales la reproduc-
ción de las relaciones y los vínculos de apoyo que se gestan a tra-

116
vés de las redes familiares en la vejez no son una situación ais-
lada, propia de ese mundo de la vida, sino que interactúa con
estructuras que norman y legitiman discursos modernos que que-
dan introyectados en la subjetividad e identidad de las personas.
En cuanto a la imagen de las personas mayores, en las socie-
dades capitalistas culturalmente tiende a ser negativa, existe un
imaginario social de las personas envejecidas como seres no pro-
ductivos, considerados en ocasiones como una “carga”. Esta vi-
sión permea el ámbito político, pues cuando se crean políticas
sociales dirigidas a las personas mayores se concibe a éstas como
“grupos vulnerables” y, desde esta perspectiva es que diseñan y
ejecutan los programas y las políticas, mismas que, cabe puntua-
lizar tienden a ser escasas y de carácter residual.
Por lo que, ante este escenario, la solidaridad familiar conti-
núa siendo la respuesta a las necesidades de las personas mayo-
res, sin embargo, como ya se ha discutido, con la modernidad
cada vez más presente en la vida rural, se presentan paradojas
que posiciona tanto a las personas mayores como a sus familias
en encrucijadas económicas, filiales y afectivas.
Hecha esta reflexión, este escrito trae a la discusión las condi-
ciones subyacentes de carácter sistémico, tanto político como
económico que afectan el mundo de la vida rural y las relaciones
en las redes de apoyo familiar en la vejez. Y, aunque el futuro
aún es incierto, las paradojas que actualmente enfrentan las so-
ciedades rurales envejecidas respecto a los mecanismos de apoyo
familiar pueden llegar a agravarse en futuras generaciones, por
lo que se requiere continuar discutiendo y reflexionando sobre
lo que pareciera ser un problema anclado en el ámbito de lo pri-
vado, pero que está vinculado con todo un andamiaje macro sis-
témico.

117
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121
122
Concepciones y significados
de la sexualidad en la vejez

123
124
Capítulo 5. Entre cuerpos, placeres y deberes.
Un acercamiento a la sexualidad de mujeres
mayores
Perla Vanessa De los Santos, María Concepción Arroyo
y Sandra Emma Carmona Valdés

Introducción

L
os seres humanos somos seres sexuados y sexuales por
naturaleza, siendo una dimensión vital que le permite
a estos construir el bienestar personal y sentirse inte-
grados a su medio social (Aldana, 2008; Flores y Pa-
rada, 2008; Iacub 2006). No obstante, aunque la sexualidad es
un proceso subjetivo, este involucra elementos bioculturales que
permiten eslabonar la historia y la cultura, lo cual le otorga el
carácter dinámico, espacial y temporal. En palabras de Peña
(2003, citado en Peña y Hernández, 2015), la sexualidad se re-
fiere a una categoría social que los individuos integran a partir
de sus experiencias de percepción e interacción en torno al sexo,
al cuerpo y la sexuación desarrolladas en lo biológico, lo psico-
social, lo sociocultural y lo político.
La sexualidad entonces es y se materializa a través de un
cuerpo que si bien es biológico (esencialista y naturalista), es el
instrumento y medio de comunicación de lo sexual. En torno a
él se construyen sujetos sexuados bajo una enorme plasticidad,
los que operan en esquemas amplios de significación simbólica,
aprendizaje, normalización social y desarrollo de experiencias
colectivas que dan orden al todo social. Esta materialización de
lo sexual marca simbólicamente diferencias entre los esquemas

125
corporales, que culturalmente pueden ser ratificados, nulifica-
dos, transformados o cambiados de acuerdo a las necesidades
particulares de un grupo social (Amuchástegui y Rivas, 2008; Ar-
naiz, 2011; Peña y Hernández, 2015; Weeks, 1998).
Valga decir que lo sexual está permeado por un cúmulo de
discursos que le dan sentido y significado al ejercicio sexual. Es-
tos discursos tienen la consigna de producir un sujeto sexual
acorde a las normas sociales establecidas. Dentro de los saberes
discursivos se construye un modelo de sujeto conforme a ciertos
estereotipos en los que se socializa y se normaliza el cuerpo y la
sexualidad (Weeks, 1998). Es así que se espera que la persona
interiorice y viva estas dimensiones de acuerdo al convenciona-
lismo sexual, es decir, que se piense y que sus acciones se orien-
ten de acuerdo a características afectivas, funcionales, psicológi-
cas, así como la asignación de roles sociales (Szasz, 1998).
Consecuentemente, la sexualidad se transforma en un pro-
ducto humano de complejos saberes discursivos sexualizantes,
que para efectos de este escrito, se tomarán el discurso de género
y el edadista como pilares de control y sanción que inciden en las
prácticas y la organización social normalizada en torno al cuerpo
y a lo sexual. Estos controles han tenido lugar mediante diferen-
tes mecanismos como son el uso de la fuerza, la educación y el
accionar disciplinario en los que interviene la familia, las institu-
ciones, el Estado y la sociedad (Iacub, 2006).
Como producto humano se ha delimitado una sexualidad he-
gemónica –en palabras de Foucault- que permite poner en evi-
dencia los significados y contenidos que permean los usos del
cuerpo y la sexualidad, y que a su vez enaltecen valores sociales
asociados a la belleza, la juventud, la salud, la higiene, la repro-
ducción, el coito vaginal y la heterosexualidad (Arango, 2008).
Estos valores constituyen lo normal y lo “anormal”, el bien y el
mal, lo sano y lo patológico, lo divino y el pecado, por lo que,

126
todo lo que sale de estos convencionalismos es sujeto de prohibi-
ción, censura e invisibilización (Iacub, 2006).
Desde esta concepción de lo sexual se ha considerado el uso
de la sexualidad y del cuerpo trasgreden las normas sociales,
puesto que si la sexualidad esta fincada en fines utilitaristas como
la reproducción y la juventud ¿Cómo explicar el ejercicio sexual
en las edades avanzadas? Al no haber explicación se manda la
sexualidad al campo de la nulificación, posición que es agudizada
por los estereotipos, mitos, prejuicios que atribuyen a este grupo
poblacional, no sólo como sujetos sexuales, sino como sujetos de
una categoría social cargada de significados y simbolismos, que
explican no sólo su retiro -voluntario- de áreas como el deseo, el
placer, las relaciones íntimas, sino también contribuyen a un pro-
ceso de desconexión con todo lo sexual (Bellato, 2015; Iacub,
2006).
Particularmente, para las mujeres mayores la sexualidad re-
presenta un campo de censura, lo cual no es exclusivo de la vejez,
sino que es continuidad muchas veces de la forma en que se asu-
mió el ser o no ser sexual, así como los usos del cuerpo asociados
a ello. A la mujer se le exige la monogamia y la fidelidad, com-
portamiento propio para el fin de la reproducción y la constitu-
ción de una familia en el matrimonio (Butler, 2013). Ahí entra
en juego el papel de la maternidad, la que se asume como la ma-
yor expresión de la feminidad, fincada por un deseo imprescin-
dible, el “instinto maternal” (Tubert, 2010). Además, las mujeres
en sociedades donde el género es regulador, aprenden a “des-
corporalizar” el placer y el deseo sexual, haciendo que el ejerci-
cio sexual sea en una relación de dependencia y pasividad con el
hombre.
Expertas del tema señalan que los usos del cuerpo sexual fe-
menino han estado asociados a los otros significativos, en función
de la reproducción, el cuidado y el servicio (Lagarde, 1996, 2005;
Lamas, 2006, 2013). Estos condicionamientos se viven como un

127
deber social y moral en sociedades patriarcales. En consecuencia,
después del periodo reproductivo (con el inicio de la menopau-
sia), se espera que la mujer regrese a la inactividad sexual, ya que
ha acabado con el “mandato de género” destinado a la descen-
dencia. Es así que la vejez sexual no tiene representación dentro
de los imaginarios sociales, puesto que se relaciona con una pér-
dida inevitable del ejercicio sexual, evento que es alimentado por
saberes sociales, culturales, médicos, religiosos y morales.
Entonces ¿Por qué abordar el tema de la sexualidad en las
mujeres mayores?, es una pregunta que surge tras considerar el
fenómeno como un asunto invisibilizado y prohibido. Como lo
señala Iacub (2007), la sexualidad en la vejez ha sido una temá-
tica poco abordada desde el punto de vista cultural, histórico y
político, lo cual es reflejo de la nulificación que la sociedad ha
creado acerca de este tema, silencio que se ha reflejado en el
campo de las ciencias sociales al existir limitados intentos por
estudiar el fenómeno desde una visión integral.
Hablando de esto habrá que seguirnos cuestionando acerca
de ¿Cuáles son los significados que las mujeres mayores le atri-
buyen a su sexualidad y su cuerpo? ¿Cómo se asumen como mu-
jeres madres? ¿Cómo asumen los usos del cuerpo después de la
etapa reproductiva? ¿Existen rupturas/ trasgresiones del discurso
hegemónico de género en la sexualidad de estas mujeres? ¿Cuá-
les son los discursos que permanecen y cuales se han trastocado
en relación a la sexualidad femenina? En concordancia con esto,
el objetivo del presente capítulo es analizar los significados socia-
les de la sexualidad y del cuerpo en mujeres mayores de 60 años
en el Área Metropolitana de Monterrey, Nuevo León.
Como bien lo señala el construccionismo social, el cual es el
filtro de este documento, las participantes muestran distintos en-
tendimientos acerca del tema, hay una polifonía manifiesta en
donde los significados múltiples, las contradicciones y las ambi-
güedades dan cuenta de una realidad diversa y cambiante que

128
además interactúa con los recursos espirituales, económicos, ma-
teriales e incluso médicos que influyen en las mujeres para cons-
truir “su verdad” - “sus verdades” sobre la sexualidad a lo largo
de su curso de vida. Así, las mujeres mayores llegan a la vejez con
una historia de experiencias subjetivas y sociales en torno al
cuerpo, a la experiencia de la sexualidad, a la construcción del
deseo, en donde se incorporan también los miedos, los tabúes y
las restricciones a las que se han enfrentado en el ejercicio de su
sexualidad.

Precisiones teóricas
La sexualidad se presenta como dinámica y diversa, y por lo tanto
construida, es ahí donde se requiere retomar enfoques comple-
mentarios como el sociocultural para analizar la complejidad de
esta problemática. De esta manera, el filtro teórico de este capí-
tulo es el Construccionismo Social, un marco interpretativo a tra-
vés del cual se accedió de manera subjetiva a la gestión y manejo
de los cuerpos sexuados de mujeres mayores. Esta teoría se re-
monta a disciplinas como la psicología social y la sociología, con
trabajos como los de los sociólogos como Berger y Luckmann
(2008), Gergen (1996), quienes tienen como principales postula-
dos los siguientes:

a) Cada fenómeno social puede –y debe- ser comprendido sola-


mente en referencia al todo estructurado;
b) Todos los fenómenos sociales son hechos históricos; y,
c) Todos los fenómenos sociales aparecen al mismo tiempo
como producto y productores de significado con respecto al
todo, pero a su vez le confieren sentido.

129
Estos autores entienden la sociedad como una realidad objetiva
y subjetiva a la vez, ya que señalan que la producción del conoci-
miento está médiado por un continuo proceso dialéctico com-
puesto por tres momentos: la externalización, la objetivación y la
internalización, los que ocurren por su ocurrencia simultánea y
tienen como finalidad inducir al individuo a ser miembro de la
sociedad. De esta forma se concibe al conocimiento como algo
que se construye y es elaborado por el individuo durante el pro-
ceso de aprendizaje, en el que el conocimiento y el saber no son
fijos, sino que son relativos, creando una propia concepción de
la realidad y de mundo en que se vive.
Berger y Luckmann (2008), señalan que la construcción del
conocimiento no resulta de las creaciones autónomas de signifi-
cado por individuos aislados, sino que comienza cuando el indi-
viduo “asume” el mundo en el que ya viven otros. Los distintos
tipos de conocimiento pueden identificarse como versiones con-
sensuadas de la realidad, producto de la interacción y negocia-
ción interpersonal, en donde el significado no se produce única-
mente como resultado de la mente, sino en referencia en el con-
texto de discurso que lo sustenta (Berger y Luckmann, 2008). De
este modo, se entiende que en los múltiples contextos se encuen-
tran diversos significados, es decir que para un mismo fenómeno
se pueden encontrar una heterogeneidad de significados, desde
el cual se definen interpretaciones disimiles para un mismo fe-
nómeno (Gergen, 1996), lo cual es reflejado en los discursos de
las mujeres sujetos de estudio.
Esta teoría señala que los individuos aprenden a estructurar
nociones de sentido y significado de acuerdo con el contexto en
el que se desenvuelven, no por ello siendo pasivo, sino que inter-
viene en una serie de dimensiones que le permiten desplazarse
en el mundo y tomar posturas ante él. Dentro de este ámbito,
según estos autores, el construccionismo social busca explicar
cómo las personas llegan a describir, explicar y dar cuenta del

130
mundo en el que viven. Para ello se toman tres supuestos: el len-
guaje, el producto social y el significado (Neimeyer, 1999).
El construccionismo social da gran peso al lenguaje como ma-
nifestación de sentidos que se construyen colectivamente y que
rigen la vida de los individuos, no obstante esto se da de forma
arbitraria, no existiendo una relación directa entre el lenguaje y
los objetos sino que son las relaciones sociales, la cultura y el con-
texto histórico los que los determinan. Entonces, los significados
y sentidos son una creación humana colectiva y temporal, es pues
un producto social a través del cual se interpreta el mundo, los
que se pueden modificar mediante la interacción y el intercam-
bio de sentidos en la vida cultural. Es así que el lenguaje deviene
de las relaciones sociales establecidas que se dan en un contexto
histórico y cultural específicos (Berger y Luckmann, 2008; Ger-
gen, 1996).
¿Qué implica tomar el construccionismo social dentro del es-
tudio de la sexualidad de mujeres mayores? Retomando que la
sexualidad y el cuerpo se construyen socialmente, son objeto de
representaciones, significaciones y estereotipos tipificados que
son normalizados y aprendidos en el proceso de socialización im-
poniendo limitaciones al organismos, así como se pone limitacio-
nes a la sociedad, constituyendo esto la esencia de la institucio-
nalización en un momento en particular (Szasz, 1998).
En el marco del proceso de socialización y en particular en el
de la sexuación, el individuo, se interioriza que su cuerpo es se-
xuado (o no como en el caso de personas mayores), que es sujeto
de deseo y necesidades, de tal suerte que esta sexuación está me-
diatizada por las normas, valores, estereotipos y formas específi-
cas de relaciones sociales establecidas en la sexualidad hegemó-
nica (Amuchástegui y Rivas, 2008). Esto pone de manifiesto el
mecanismo social mediante el cual, el cuerpo y la sexualidad son
construidos, regulados y objetivizados.

131
Weeks (1998), por su parte señala que el cuerpo y la sexuali-
dad no tienen en sí un significado intrínseco, sino que son pro-
ducción humana histórica sobre la base de la biología, la que es
representada y significada, por lo que, debe considerarse para su
estudio el contexto social y sus variantes que permiten el surgi-
miento de ciertos perfiles, atributos o características. Asimismo,
las sociedades mediante el lenguaje indican qué es sexo, qué debe
ser y qué puede ser. De ahí que las concepciones sobre el cuerpo y
la sexualidad estén íntimamente ligadas a los ámbitos social, eco-
nómico, político, ideológico, no siendo posible un análisis ajeno
a estos ámbitos.
Por lo anterior, no existe una forma universal de significar la
sexualidad, puesto que la cultura se encarga de proveer los es-
quemas y categorías generales para sistematizar las experiencias
sexuales. Estas experiencias influencian la subjetividad del indi-
viduo, dándole identidad y sentido. Sin embargo, en el estable-
cimiento del continuum sexo-sexualidad, existen diferencias y
desequilibrios de poder en los patrones de socialización de hom-
bres y mujeres que hacen de un posicionamiento sexual asimé-
trico, lo cual es reflejado en los significados que rodean la sexua-
lidad y el cuerpo de hombres y mujeres (Peña y Hernández,
2015).
Dentro de la estructura cultural se construyen, reconocen y
asignan atributos sexuales a hombres y mujeres a partir del esen-
cialismo del cuerpo, de tal suerte que las diferencias biológicas
operan lo sexual a través del sistema patriarcal. En este sentido,
los estudios de género al respecto señalan que se abren dos es-
pacios dicotómicos para normar las expectativas y roles sociales
asociados al sexo: lo femenino y lo masculino, los cuales eviden-
cian dos formas de comportamiento contradictorias. De tal
forma que la tesis implícita en la concepción dominante sobre la
sexualidad consiste en todo lo relativo a ser mujer o ser hombre,
a la masculinidad y la feminidad, así lo femenino o lo masculino

132
es concebido como lo biológico y en tanto biológico, natural, in-
mutable y verdadero (Beavouir, 1981, Butler, 1997; Dolto, 2001;
Lamas, 2006, 2013; Lagarde, 1996, 2005; Scott, 2013).
El cuerpo encarna espacios privilegiados en la determinación
del sexo, no sólo se trata de órganos y funciones, sino que está
cargado de significaciones, nociones y lenguajes que forman
parte de la cultura y la interacción social. Es así que el cuerpo
sexual de la mujer toma una connotación femenina cuando se le
asignan tareas, funciones y roles validados socialmente, los que
mediante la normalización las mujeres se han apropiado e in-
teriorizado los patrones y normas de comportamiento. Se asimila
entonces que la cultura tiene como modelo a un cuerpo femenino
sano, reproductivo y productivo, que funcionan como ejes nor-
malizantes al marcar patrones de simbolización, significación, re-
presentaciones y prácticas con respecto al cuerpo y al sujeto se-
xuado (Amuchástegui y Rivas, 2008).
En el mismo sentido Lagarde (1997) menciona que, a lo largo
de la historia, la sexualidad femenina se ha visto regulada por
diversos mecanismos sociales que hacen del cuerpo no sólo algo
personal, sino que es una producción humana. Dentro de esto
algunos autores concuerdan en señalar que los usos del cuerpo
están referidos a las siguientes características, desde las que se
configura una Sexualidad femenina patriarcal (Beavouir, 1981,
Butler, 1997; Dolto, 2001; Lamas, 2013; Lagarde, 1996, 2005;
Scott, 2013):

a) Hetereorotismo obligatorio;
b) Adulta; genito-coital-pasiva, ya que otras experiencias no son
reconocidas como tales;
c) Ligada al amor, sin amor no hay erotismo, y el amor cons-
truido como renuncia y entrega;
d) En el matrimonio;

133
e) Con fines de procreación y desarrollo de la familia, donde el
placer y la satisfacción pasan a segundo plano;
f) Como mujer-objeto para ser usada por otro (como imposibi-
lidad de decisión, de iniciativa, de sabiduría y de lenguajes
propios);
g) Desde un cuerpo vivido, síntesis de la impureza, del mal y del
pecado;
h) Prohibición del autoerotismo, incluso hasta desconocerlo y
del homoerotismo genital;
i) La sexualidad es considerada como pecaminosa, solo justifi-
cable por los nobles fines de procreación, debe concluir en la
menopausia o más o menos en la quinta década de vida.
j) Actividades de corte íntimo que no pueden manifestarse en
público.

De acuerdo a los anteriores preceptos, a las mujeres se les “se-


xualiza”, puesto que se les enseña que tienen un cuerpo sexuado,
hecho del que se cobra conciencia bajo los límites de las propias
pautas sociales y culturales. Este proceso se ve modificado tam-
bién por medio de las etapas de la vida, así como de los discursos
sexualizantes que interiorice y reproduzca, que para el tema que
nos ocupa representó una serie de significados paradójicos con
relación a su sexualidad y a su cuerpo, dando una multiplicidad
de interpretaciones que son producto de una serie de discursos y
saberes que han alimentado su subjetividad.

Metodología

Se trata de un estudio de corte cualitativo, ya que a través de esta


mirada fue posible acceder a relatos abiertos, reflexivos y espon-
táneos desde las cuales las mujeres construyen su subjetividad en

134
el ambiente natural del fenómeno objeto de estudio. Cabe seña-
lar que esta investigación forma parte de un estudio más amplio
realizado con hombres y mujeres mayores durante el 2018, pero
para efectos de este escrito sólo se tomaron las mujeres en una
categoría de análisis. El escenario de la investigación fue el Área
Metropolitana de Monterrey, Nuevo León, donde se tomó como
muestra no probabilística-intencional a 18 mujeres residentes de
los municipios de San Nicolás de los Garza, Monterrey, San Pe-
dro, Escobedo, Guadalupe y Santa Catarina.
Las edades de las mujeres participantes oscilaron entre los 60
y los 69 años de edad, de las cuales 13 eran casadas, 3 divorciadas
y dos viudas. En cuanto a la escolaridad, 8 mujeres dijeron tener
nivel básico, 5 carrera técnica, 3 licenciatura y sólo 2 con estudios
de posgrado; la mayoría de las entrevistadas señaló profesar la
religión católica. Dentro de las principales patologías que pre-
sentaron las entrevistadas en el momento de la entrevista desta-
can los siguientes: hipertensión, diabetes, hipercolesterolemia,
triglicéridos, y sólo en el caso de una participante señaló haber
tenido cáncer de mama varios años atrás.
Las técnicas de recolección de información fueron la entre-
vista a profundidad y la observación participante; cuidando as-
pectos éticos como la confidencialidad, el anonimato y el respeto
a las participantes. Se diseñó una guía de entrevista y una guía
de observación. El análisis de la información fue hecha de forma
artesanal por el método de codificación abierta, se construyeron
códigos y categorías de análisis que se derivaron de las preguntas
y objetivos del estudio.

135
Resultados
Dentro de este apartado se propone ver al cuerpo y a la sexuali-
dad como lo apuntan Vázquez y Moreno (1997), los cuales le dan
la categoría de “epocal”, lo cual implica percibirla como una serie
de acontecimientos que hay que entender y descifrar. Así, en los
relatos resultantes sobre la sexualidad en la vejez, las participan-
tes expresan una diversidad de significados (contradictorios al-
gunos) que son producto de una realidad contradictoria y com-
pleja. El significado que las mujeres mayores le atribuyen a la
sexualidad constituye una continuidad respecto a cómo se dio en
otras edades y se relaciona íntimamente con las ideas y creencias
que alimentaron su ejercicio sexual en otras etapas de su vida.
Las mujeres se adhieren a determinadas creencias y estereoti-
pos que favorecen la continuidad de una sexualidad hegemónica
que se instala en una sociedad patriarcal, y que se caracteriza por
la represión y el ocultamiento de la misma, reflejo de una socie-
dad que censura la sexualidad femenina, lo cual en este docu-
mento nombramos Sexualidad femenina patriarcal. No obs-
tante, surgió en una minoría de participantes, algunos mecanis-
mos de ruptura con este patrón en cuanto al uso de su cuerpo;
mujeres que se han atrevido a salir de los esquemas establecidos
y han tenido un ejercicio más libre de su sexualidad y su cuerpo,
clasificada como Sexualidad como ruptura patriarcal.
Visto que existe una polarización de los relatos de las mujeres,
los resultados están estructurados en una serie de apartados.
Dentro de estos se puede mencionar los diferentes significados
que giran en torno al cuerpo sexuado, tales como la funcionali-
dad, el placer subjetivo y el servicio, mismo que se identifica en
mujeres que tienen objetivizado el “deber ser” dentro del espacio
doméstico. Vale la pena decir que estos apartados tienen diferen-

136
tes significados para las mujeres que muestran una mayor repre-
sión (Sexualidad femenina patriarcal), como para las que pre-
sentan mayor apertura y tolerancia (Sexualidad como ruptura
patriarcal), reflejando subjetividades en crisis en relación los dis-
cursos socioculturales dominantes.

Significados de la sexualidad

Sexuali- Cuerpo funcional Cuerpo para el placer Cuerpo como instrumento Sexuali-
dad feme- subjetivo de servicio dad
nina pa- como
triarcal ruptura
Maternidad Objeto de placer
Menopausia Actividades domésticas
patriar-
Autoerotismo y
Matrimonio masturbación Cuidado y la crianza cal
Negación Orgasmo

Fuente: Elaboración propia

Sexualidad femenina patriarcal

Dentro de este patrón de análisis se pudo constatar que las cons-


trucciones sociales dominantes de feminidad ocupan un lugar
preponderante en la vida de las mujeres mayores, construcciones
que les permiten actuar como matrices de sentido respecto a sí
mismas, hacia otras mujeres y hacia los “otros” varones. De tal
forma que en los relatos se evidencia un apego a las construccio-
nes sociales de feminidad, maternidad y emociones derivadas de
éstas. Es así que la categoría social de madre es percibida como
elemento determinante en la vida de las mujeres, que incluso se
considera el centro de la identidad de género.
Es así que dentro de las construcciones sociales presente en
los discursos se enfatiza el deber ser tradicional de la mujer de

137
casa, la madre, la abnegación, el servicio a los demás, la pasivi-
dad, la dependencia sexual y la invisibilización, lo cual se con-
cuerda con los valores sociales y culturales con los que estas mu-
jeres fueron socializadas, y desde las que definen el uso de su
cuerpo. Estos discursos muestran la autocensura de las mujeres
para tener un ejercicio sexual y erótico que exceda los paráme-
tros establecidos socialmente, premisa que ha sido ampliamente
discutida en la literatura (Butler, 1997; Lamas, 2006; Lagarde,
1996; Scott, 1997).

Cuerpo funcional

Los discursos silenciados

Como punto de partida dado el peso de los estereotipos y pre-


juicios que rodean la sexualidad en la vejez, para las participan-
tes fue difícil hablar sobre el tema, hecho que le da invisibilidad
a una feminidad sexual y sexuada; existió resistencia para tras-
pasar el espacio íntimo, apareciendo este asunto como algo si-
lenciado (reprimido) dentro de los relatos. Hablar de “esas co-
sas” con una desconocida (la investigadora) les resultó incómodo;
conversar sobre “lo sexual” aparece como algo inapropiado,
“aquello” que no se cuestiona con la pareja ni con la familia ni
con los profesionales, dados los discursos estigmatizantes que
permean sobre la vejez y la sexualidad.

“Para mí esas son cosas que no tienes que andar ventilando ni con tus
mejores amigas, yo esas cosas son mi jardín secreto, nada más yo […]
pero ya cuando eres grande pues a veces ya no se puede” (Martha, 61
años, casada).

138
Al cuestionar a las mujeres mayores sobre su concepto de sexua-
lidad se identifican las dificultades para expresar de forma tácita
algún término específico, se habla más bien de características o
atributos de la sexualidad en la vejez, es decir, ellas evaden los
términos, incorporan analogías o metáforas para referirse a te-
ner relaciones sexuales tales como “hacer el amor”, “acostarse”
“quererse” “estar con tu esposo” “llegar al cielo” “relaciones ín-
timas” “estar en la intimidad” “feria de luces”. Tales visiones ha-
cen alusión a la deslegitimación de la sexualidad, y, en algunos
casos el alejamiento progresivo de su ejercicio sexual, lo cual le
confiere legitimidad (funcionalidad) al sistema sexo-género.

Ser madre como prioridad

La sexualidad dominante está ligada a la capacidad reproductiva


de la mujer dentro de los relatos de las participantes ubicadas en
este patrón, por lo que su cuerpo adquiere un significado de y
para la maternidad. De esta forma ellas adquieren la categoría
de sujeto en lo que respecta a la reproducción, como pareja y
como madre ideal. Este estatus de sujeto no sexual sino repro-
ductivo, niega la existencia de la libido, del deseo y del erotismo
de las mujeres situándolas en el plano del hogar y del cuidado
de los hijos. Por tanto, se muestran como pasivas en la búsqueda
del placer sexual, percibiéndose más como madre que como su-
jetos sexuales.
Desde la visión de las entrevistadas el hecho de tener hijos, las
orilla a consagrarse al cuidado y la crianza, situación que las ex-
cluye de seguir manteniendo contacto sexual. Al respecto de esto,
el fragmento de Eva refleja este patrón, pues el hecho de ser
“madre” en contextos tradicionales como el mexicano, y aún más
el neoleonés, les da estatus y prestigio social. Aunque la entrevis-
tada señala seguir sintiendo deseo, su prioridad es ser madre y

139
consagrarse al cuidado de sus hijos y nietos, ya que señala dentro
de su argumento ser un “caballo cansado”, lo cual implica una
connotación simbólica que se relaciona con una vejez pasiva y
asexual, y por consecuencia, la pérdida de la energía libidinal.

“[…] Yo creo que cuando decides ser madre esa debe ser tu prioridad,
y en mi caso yo elegí parir tres hijos, así que me olvide de cualquier
“pendejo” que viniera a endulzarme el oído, ¿Para qué? ¿Qué necesi-
dad? Si quiero amor y tiempo lo tengo en mis hijos. En mí, en lo per-
sonal no, estoy completa [tener matriz], no estoy operada no nada de
nada, y yo te lo digo claro que sí me tocan sí [siente deseo] pero como
no tengo pareja no […] una persona de mi edad es un caballo can-
sado” (Eva, 67 años, divorciada).

De esta forma las madres, mujeres y esposas no deben gozar de


su cuerpo ni del otro, deben participar en el coito, deben obede-
cer y cumplir con los mandatos que el matrimonio santifica con
la finalidad única de procrear. Para algunas mujeres, esta imagen
de pureza está presente en sus discursos al rechazar toda posibi-
lidad de erotismo y deseo, identificándose con el ideal de mujer,
la madre, lo cual las excluye como sujetos sexuales. Al respecto,
Lagarde (1997) comenta que el ideal mariano más que como
práctica religiosa, es un modelo cultural que marca a las mujeres
en cualidades y conductas particulares respecto al deber ser, vi-
viendo en el cautiverio social de la madre-esposa.

La menopausia “fría”

Dado que la maternidad representa para las mujeres un hecho


biológico cargado de sentidos, es coherente que al perder la ca-
pacidad reproductiva entre en crisis con la función socialmente

140
atribuida al cuerpo sexual. En definitiva, la menopausia15 es un
evento importante para la vida de las mujeres, hecho que se ha
colocado socialmente como condicionante del deseo sexual, e in-
cluso puede ser un parteaguas en esta etapa de sus vidas. Alrede-
dor de este evento se han gestado un conjunto de significados
sociales que determinan que a partir de la menopausia todo pla-
cer y deseo desaparece o está prohibido, lo cual sugiere la subli-
mación de las necesidades sexuales y afectivas (Freixas, 2013).
Cuando termina la menstruación, algunas mujeres sienten ha-
ber perdido una parte de sí mismas, de lo que las define e iden-
tifica en su carácter de reproductoras y, por tanto, se presenta
también el temor (a veces vergüenza), a lo que algunos autores
han denominado la “menopausia fría” (Arnaiz, 2011). Para La-
garde (1997), la menstruación es un simbolismo de la procrea-
ción, por lo tanto, al no haberla se muestra como el camino que
lleva inevitablemente al cese de la actividad sexual.

“Pues te diré que ahorita ya no es importante […] No fíjese que ya uno


también ya más grande, ya sabe la menopausia y pues esas cosas ya
van para bajo [libido]” (Flor, 65 años, casada).

En este evento se depositan creencias, mitos y valores que refle-


jan la imagen social de ser mujer, no obstante, existen intereses
creados que provienen de posiciones culturales, como las que
asocian la sexualidad femenina con la reproducción y, por lo que,
el fin de la etapa de reproducción, supone el fin de la sexualidad
y el deseo ocasionando una infantilización del cuerpo de la mu-
jer.

15 Biológicamente, en las mujeres llega un tiempo de cese definitivo de la ac-


tividad hormonal ovárica, y por tanto, el fin de la menstruación y de su
capacidad reproductiva, fenómeno que se le denomina menopausia.

141
“Decía mi madre que cuando te dejaba de bajar te volvías […] niña”
(Sofía, 65 años, divorciada).

Entonces, existen dos tipos de mujeres: aquellas a las que si les


“baja”, por lo tanto pueden acceder a la satisfacción de necesida-
des eróticas y a despertar el deseo del otro, y aquellas que no les
“baja”, para quienes esta permisividad se obvia. Visto desde esta
perspectiva, el deseo, el erotismo y la seducción pasan por un
filtro biológico que aleja a las mujeres mayores de todo pensa-
miento carnal, una desconexión paulatina con su cuerpo sexual.

“¡Estás vieja! […] las mujeres no olemos a lo mismo que las mujeres
jóvenes que todavía les baja, porque he leído que olemos a agua estan-
cada, a arroyo estancado […]” (Sofía, 65 años, divorciada).

Solo con la “bendición de dios”

Dentro de los relatos de las entrevistadas se observa que el ma-


trimonio es el espacio de legitimación en donde las relaciones
sexuales son permitidas, ya que siendo producto de una sociedad
conservadora y apegada a referentes morales y religiosos, la se-
xualidad se reduce al uso instrumental del sexo en el matrimonio
(civil y religioso), elemento que da reconocimiento social, heren-
cia de una cultura judeocristiana. Como ha mostrado Lagarde
(1997), dentro de su obra literaria en la ideología dominante este
uso corporal del cuerpo en el matrimonio es un deber, una obli-
gación, y en todo caso, un don positivo de las mujeres. Realizado
fuera, se convierte en un hecho malo, pecaminoso y reprobable,
en pocas palabras la centralidad de la sexualidad está en las re-
laciones conyugales.

142
“[…] Y yo necesito cumplirle a mi marido como mujer […]” (Martha,
61 años, casada).

“Siempre tuve mucho miedo de desear estar con otra persona, porque
dije si esta persona, mi esposo, que fue el primero que me enseñó […]
y es parte del compromiso conmigo mismo y con Dios, porque te digo, a
mí me costó muchísimo trabajo para poder estar bien con mi esposo, o
sea, entregarme por completo a mi esposo, entonces digo buscar otra
persona es difícil” (Raquel, 68 años, casada).

Conviene subrayar que el discurso judeocristiano fue un recurso


que a lo largo de las entrevistas las mujeres utilizaron para en-
tenderse a sí mismas y explicarse la sexualidad. La educación re-
ligiosa ha supuesto una limitación importante para la vivencia de
la sexualidad como un espacio propio y legitimado de satisfac-
ción y realización personal, no obstante, en el caso de la siguiente
entrevistada considera a la sexualidad como un “regalo divino”,
“un premio”, el foco de su disfrute se encuentra externo a ella,
bien en un ente abstracto “Dios”, o bien en el marido, como su-
jeto que detenta el poder sexual sobre ella: “él sabe”. En el caso
de Elena, muestra dentro de su discurso que el “Señor” marca
una obligación de maternar, lo cual marca su posición en el
mundo.

“Pero ‘esas’ cosas, pos [pues] yo no sé si fue mi marido o Dios que me


iluminó [para tener relaciones sexuales] porque ni creas que así me
educaron, mi mamá era [conservadora] [sonidos con la boca] ¿verdad?
o sea, de dónde pude ver pero no me enseño [..] pos yo digo, sí Dios lo
puso como una bendición y eso se lo dije a mis amigas ‘mochas’, le dije
“Oye, pues si eres tan ‘mocha’, Dios te lo dio como un premio, como
una bendición” entonces, cada vez que lo haces es una bendición […]”
(María, 64 años, casada).

143
La negación y el olvido

La negación de la sexualidad se asocia, de acuerdo a lo señalado


con anterioridad, con la pérdida de la reproducción y la capaci-
dad funcional que explicaba su ejercicio. Por ejemplo, Rosa con-
sidera no tener la misma “motivación” para hacer las cosas que
hacía durante su juventud, como en este caso, el sexo. De
acuerdo a los discursos de las mujeres, esta pérdida de libido
hace que se transforme la relación con su pareja. Al respecto, co-
menta Lagarde (1997), que las mujeres muestran una resistencia
pasiva ante el uso de sus cuerpos.

“Pues venimos a ser felices también pero también a procrear, ya lo dice


el Señor [Dios] entonces que no se vaya a ir la vida sin ese pensa-
miento, y pienso que después que tienes tus hijos eso de los abrazos y
besos `pus` como que se te va olvidando [risas]” (Elena, 65 años,
casada).

“Pues no, porque pues ya lo aceptas, no que yo no tenga ganas de estar


con mi marido, si tengo -bueno tenía-, sientes que el cuerpo reacciona
cuando ves algo ó oyes algo […] Es como cuando te cortan por decir
un brazo, una pierna. Yo así lo sentí y te resignas, lo asimilas de que
entre nosotros ya no se puede” (Rosa, 69 años, casada).

Cuerpo para el placer

Una máquina: el sexo carente de placer

En la cultura patriarcal existe poca aceptación de placer sexual


femenino, lo que ha llevado a estigmatizar y desvalorizar a las
mujeres que responden activamente a este. Afirma Iacub (2014),
al respecto que históricamente se ha ahogado la capacidad de las

144
mujeres de sentir placer durante el ejercicio de su sexualidad,
puesto que ellas no descubren sus propios procesos de placer, las
zonas de su cuerpo, ni las prácticas que les permitan disfrutar
(Coria, 2012; Freixas, 2013). En la pasividad aprenden a partici-
par en el acto sexual desde la subordinación, y en la entrega,
aman a los hombres, se les someten y son sus aprendices, pero
sin la permisividad de sentir placer corporal.
Coria (2012) sostiene que el sistema patriarcal jerarquiza y
discrimina el deseo sexual femenino. En las entrevistas realizadas
se pudo observar que no existe una apropiación subjetiva del
cuerpo para el placer, sino algo mecánico donde las mujeres
aprendieron a participan sin mostrar sus deseos con sus parejas,
ni mucho menos cuestionarlos en ellas mismas. Esta idea ensalza
la idea de un cuerpo objeto (para el disfrute masculino y como
parte de la obligación marital), no un cuerpo para el placer sub-
jetivo.

“Yo no sé qué es eso que dicen que se siente. Ellos piensan que uno no
siente, que sólo es como una máquina. Yo por ejemplo tengo amigas
que dice que ellas si sienten, pero yo no sé qué es eso” (Mónica, 63
años, casada).

Uno de los resultados, tal vez el más importante y generalizado


es la frigidez (anorgasmia, rechazo al intercambio erótico), lo que
algunos autores señalan como feminidad castrante (Doring,
2001). Esta castración se extiende a la vagina también, porque
está reservada para los otros (cónyuges e hijos). No tiene nombre
ni ubicación precisa, como tampoco las otras partes de la vulva.
Aun cuando la vagina es el espacio erótico destinado, las mujeres
tampoco encuentran placer en ella: las mujeres vírgenes no de-
ben tocarla, y cuando ya no lo son, han asimilado que esa parte
de su cuerpo ya no les pertenece, solo puede ser espacio de satis-
facción del otro.

145
“Como que se me cierra [la vagina], y no lo disfruto […]” (Mónica,
63 años, casada).

La sexualidad hegemónica se refleja en ideas que agudizan la


creencia básica de las relaciones coito-vaginales que se dan de
forma unidireccional y asimétrica, siendo el varón el único que
se beneficia de ese acto. Para ilustrar esto, a lo largo de algunas
entrevistas con las participantes se pudo observar que se hacía
una constante vinculación de la sexualidad como el coito y la pe-
netración, en donde por supuesto no existía goce o placer para
ellas, lo cual nos habla de una renuncia, puesto que estas mujeres
aprendieron a dar placer, pero no lo obtienen, anulándose den-
tro del acto sexual.

“Yo siempre pensé que eso de tener relaciones nomás era que se te subie-
ran y ya […]” (Raquel, 68 años, casada)

“Siempre lo hicimos de una única forma, ps [pues] no es algo que ha-


bláramos, y a mí siempre me dio pena […]” (Victoria, 60 años, unión
libre).

“Prohibido tocar”

El autoerotismo o la estimulación de las zonas erógenas o mas-


turbación femenina no constituyen una práctica suficientemente
instalada en la vida cotidiana de las mujeres, en vista de que so-
bre esta práctica se sitúan prejuicios y estereotipos que hacen de
su ejercicio algo pecaminoso, sucio y perverso. Este hecho ha
producido una fragmentación del cuerpo femenino con sus zo-
nas erógenas (Freixas, 2013). En este caso, para las mujeres el
autoconocimiento de su propio cuerpo es motivo de vergüenza,

146
pudor y rechazo hecho que deja de manifiesto una educación se-
xual restrictiva que ha sido interiorizada.
Sherry y Harriet (1996), puntualizan que la mujer no se siente
con el derecho de desear a alguien, tampoco a la autoestimula-
ción para provocar el propio placer, ya que suele percibir su
cuerpo como objeto de trabajo, sacrificio y sumisión, en la espera
de un “otro” quien es el que descubre su sexualidad, lo cual la
hace dependiente. En el relato de Martha, se observa incluso sen-
timientos como la pena al cuestionarle sobre el conocimiento de
su vagina, lo cual no fue el caso de pocas mujeres quienes sentían
una constante vigilancia incluso cuando estaban solas.

“Yo ni sueños húmedos, ni placer tenía, nunca ni me tocaba, bañán-


dome no me tocaba, pero así como el hombre que se masturba, no, no.
Nunca me he masturbado, me daría mucha pena conmigo misma, ¿no
sé si me entiende?” (Martha, 61 años, casada).

Es así que, dentro de la educación de la sexualidad, el control del


impulso masturbatorio es fundamental, considerando pues que
los mandatos acerca de la feminidad establecen un divorcio de
las partes íntimas de las mujeres. Masturbarse, supone una en-
trega al pecado, a la perversión, a la enfermedad, y en particular
al hedonismo egoísta, postulado que constituye una trasgresión
a la sexualidad femenina (Rojas, 2007).

147
Cuerpo como instrumento de servicio

El deber antes que el placer

Lagarde (1997), comenta que el cuerpo femenino está formado


por los cuerpos de las mujeres y por todos aquellos que las ocu-
pan. El cuerpo de la mujer incluye además del cuerpo limitado
por la piel de cada una, todas las extensiones que se le atribuyen.
El cuerpo de la mujer, incluye también, los cuerpos y las vidas de
los hijos y los cónyuges y las instituciones jurídicas y políticas. Así,
a lo largo del ciclo de la vida, -y no sólo en el embarazo o durante
el coito, sino permanentemente-, el cuerpo femenino es un
cuerpo ocupado.
En consecuencia, el cuerpo de las mujeres participantes, ade-
más del reproductivo fue un cuerpo de trabajo al servicio del otro
dentro del espacio doméstico, área considerada típicamente fe-
menina dentro del sistema sexo-género. Las mujeres en este ob-
tienen por medio de él, nombre, estatus, rango, adscripción, re-
conocimiento de los hijos y manutención económica, pero tam-
bién atención afectiva, los cuales son recursos desde los cuales se
permiten experimentar gozo, claro está no un gozo sexual.
Entonces, se espera que ellas sean quienes asuman las tareas
no sólo del cuidado y socialización dentro de la familia, sino tam-
bién se hagan cargo de las funciones dentro del hogar como los
quehaceres domésticos. En tal caso, las mujeres se sienten abru-
madas por las actividades que socialmente se les confiere, así as-
pectos como las relaciones emocionales, la vinculación afectiva,
el goce, la pasión y el amor pasan a un segundo plano. Dentro
de esta situación podemos encontrar a Elena, ama de casa du-
rante toda su vida de casada, quien enfatiza que más allá de las
caricias u abrazos, para ella es más importante que su esposo con-
tribuya a las tareas domésticas, siendo esa una actividad que ayu-
daría a equilibrar la relación de pareja.

148
“Nos gusta que nos abracen y nos gusta que nos besen pero más nos
gusta que nos ayuden a lavar los platos porque muchos llegan del tra-
bajo a sentarse a ver la tele y la mujer viene del trabajo a seguir ha-
ciendo sus faenas, bueno una pareja debe de caminar juntos en el
mismo sentido […]” (Elena, 65 años, casada).

El cuidado como forma de ser mujer

La sexualidad al verse reprimida se traslada a otras dimensiones


para contrarrestar la pérdida o la insatisfacción, para ello se vale
de otros objetos y/o actividades que le ayudan a compensar el
aspecto sexual. Dentro de estas se movilizan a la realización de
actividades diversas en las que encuentran placer, como el tra-
bajo, la música, el cuidado de los nietos, grupos religiosos, entre
otros (Lagarde, 1997). Hablando específicamente del cuidado,
las mujeres aceptan el deber moral y social de hacerse cargo de
los “otros”. La mujer asume el cuidado de los miembros de la
familia como un compromiso moral, natural, definido como una
responsabilidad y una tarea que le corresponde socialmente. En
este sentido, el cuidado se constituye social y culturalmente como
una tarea “femenina” circunscrita al ámbito privado doméstico
(Bover y Gastaldo, 2005), y que en este caso utiliza como meca-
nismo de negación de su sexualidad.
Las mujeres consideradas en este estudio utilizaron el cuidado
de los hijos e incluso los nietos, los cuales según ellas mismas lle-
nan sus necesidades de afecto y vinculación emocional. Esto lleva
a que aspectos relacionados con la libido, el goce sensual y el pla-
cer sean vivenciados desde la vergüenza, la repulsión y el re-
chazo, puesto que esta área no entra como parte de los significa-
dos que giran en torno a la categoría social de mujer mayor, lo
que es reflejo de los discursos objetivizados dentro de ellas. Es

149
decir, que su cuerpo sigue siendo visto como servicio a otro que
requiere cuidado.

“Estoy de acuerdo contigo nada más que yo tengo hijos, amigos y nietos,
que voy al café que voy al té que van conmigo a todos lados […] Incluso
me da vergüenza que los hombres me hablen, me da vergüenza ¡Me
siento agredida! ¡Deben de tener respeto que no me ven la cabeza! […]
¡Todo ya te cuelga por todos lados! entonces a esta edad ya no hay
necesidad de eso, puedo hacer otro tipo de actividades, estar plena sin
estar esperando una persona que me haga cariñitos o esas cosas que me
pueden hacer mis nietos” (Sofía, 65 años, divorciada).

Sexualidad como ruptura patriarcal


Un hallazgo de esta investigación lo constituyó la aparición de
una sexualidad que rompía con los significados socialmente do-
minantes, ya que dentro de los relatos de algunas mujeres parti-
cipantes se descubrieron significados que otorgaban a la sexuali-
dad y al cuerpo un espacio lúdico, permisivo y flexivo. Al res-
pecto Berger y Luckmann (2001), señalan que dentro de la diná-
mica social existe un proceso de alternación que viene a modifi-
car y cuestionar el proceso de socialización aprendido, siendo el
caso de los relatos considerados en este apartado. Las mujeres
mostraron una subjetividad abierta al goce y al placer, que si bien
comentaron la importancia de los afectos, también puntualiza-
ron el disfrute del coito, lo cual se considera una incursión a un
espacio típicamente masculinizado, el del disfrute del falo. Ade-
más de una apropiación del cuerpo para el disfrute, el gozo y el
placer.

150
Cuerpo reproductivo

El desvanecimiento de la reproducción

Para las mujeres mayores en la vejez existe una mayor permisivi-


dad del acto sexual sin la preocupación del embarazo, hito para
el que fueron socializadas durante toda su vida, consecuente-
mente aparece este una ruptura a los significados y al mandato
sociocultural de la reproducción y la maternidad. Tal hecho, po-
dría leerse como la oportunidad que expresan las mujeres mayo-
res de vivir la experiencia sexual más allá de lo socialmente esta-
blecido.
Vale la pena detenerse en este aspecto, ya que el hecho que
exista un divorcio de los términos sexualidad-reproducción, apa-
rece en pocos discursos de las mujeres, especialmente en aquellas
con mayor nivel de escolaridad y mayores recursos económicos,
elementos que les ha dado la posibilidad de ampliar su margen
de referencia en cuanto a temas sexuales, visión con el que se
derriba el concepto “mariano” de la sexualidad.

“Ya no me hubiera levantado con el Jesús en la boca de que hubiera


encargado [embarazo]” (Esther, 68 años, casada).

“Yo pienso que la sexualidad en las personas mayores se disfruta más


porque no hay inhibiciones, no hay límites, ya no te tienes que cuidar
de un embarazo. Si tienes que tener bien claro la clase de persona con
la que estás, porque sí así, personas que tú crees muy rectas en su ma-
trimonio te pueden llegar a contagiar una enfermedad mucho, más
alguien ocasional y pues debe de haber más cuidado en ese aspecto
[…]” (Eva, 67 años, separada).

151
La menopausia como liberación

A pesar de la carga de significado que tienen la menopausia para


algunas mujeres representa una etapa de mayor libertad y posi-
bilidad de disfrute erótico, que depende de los recursos como la
escolaridad, las redes sociales que establecen o mantienen, la ca-
lidad de las relaciones afectivas que establecen y de los ecos del
discurso biomédico en sus vidas. De esta manera la sexualidad
posmenopáusica no es uniforme. De acuerdo con Coria (2012),
para algunas mujeres es un continuum y se mantiene después de
ella, con los cambios evidentes que responden a la experiencia y
al cuerpo mayor, mientras que otras aprovechan este momento
para replantearse la relación e incluso para finalizar no sólo su
vida reproductiva, sino también sexual, claro está que esta deci-
sión tiene que ver con la situación personal, emocional, coyuntu-
ral y física.

“Siento el deseo a flor de piel, no es como que después de los 60 años


ya no siento nada, claro que siento, me siento libre, siento que puedo
disfrutar, no por ser mayor dejas de sentir, de excitarte, de mojarte
cuando ves o recuerdas algo. No dejas de soñar cosas que te agradan
[…]” (Alma, 64 años, divorciada).

“Pues mira, yo como mujer veo que obviamente la vagina de uno es


más seca, que gracias a que este doctor me ofreció esto [medicamento],
porque ya [eran] un poquito dolorosas, o sea, más bien por darle gusto,
tons [entonces] si tiene sus desventajas pero pos hay que saber cómo
tratarlas, así como él su erección, pues uno también la lubricación”
(María, 64 años, casada).

152
Cuerpo para el placer

El placer para sí mismas

Dentro del trabajo de campo se pudieron observar resistencias


de las féminas a los mandatos socioculturales, las cuales abrieron
un panorama de posibilidades de gozo y placer, permitiéndose
ser sujetos de deseo y de placer. Este patrón, permite construir
nuevas formas de subjetividad, en las cuales remiten a un carác-
ter reflexivo y transformativo de los significados sociales domi-
nantes en la cultura patriarcal.
La construcción de la sexualidad como ruptura se encontró
sobre todo en mujeres con mayores niveles de escolaridad, inde-
pendencia económica y con una posición media alta, lo cual es
de especial interés al considerar que han sido mujeres que a pe-
sar de estar insertas en un contexto mediatizado por valores so-
ciales que proscriben a la vejez como “asexual” no han tomado
estos preceptos para sí y han construido significados alternos a
los hegemónicos, lo cual habla de una multiplicidad de interpre-
taciones. Hablando de esto, en las narrativas se advierte un cam-
bio en la calidad de las relaciones, por lo que, se amplía la capa-
cidad del disfrute, por lo tanto, se puede dar paso a una relación
menos genital, en la que adquiere mayor protagonismo otro tipo
de prácticas sexuales como la proximidad física, las caricias, los
besos, la estimulación de zonas erógenas, los abrazos y el acom-
pañamiento.

“Es una cosa maravillosa […] es un alivio para el cuerpo, da salud


para el cuerpo, es el sexo, y si uno no tiene sexo entonces no tiene vida”
(Alma, 64 años, divorciada).

153
“El placer está en uno y hay muchas formas, con acto sexual o sin acto
sexual puedes llegar al placer, pero está en uno, es… el querernos, uno
al otro, es querernos agradar, el querer llegar, el cuerpo responde, pero
sí es diferente, muy diferente […] Sexualidad, no son órganos sexuales,
entonces para nosotros es tomarnos de la mano, es acariciarnos, el dar-
nos un beso, pues todo eso es sexualidad pero lo hemos traído tergiver-
sado por todo lo que nos han enseñado […]” (Alma, 64 años, divor-
ciada).

Dentro de esta visión aparece la sexualidad como un área para


repensar la intimidad y el contacto entre la pareja. Dentro de los
discursos que ponen de manifiesto dicha necesidad se puede ob-
servar la transición con del enfoque clásico de la sexualidad
(coital y genital) hacia relatos alternativos que se muestran como
rupturas de sentido que dan lugar a nuevos posicionamientos de
los sujetos, desafiando la categoría social de la “mujer vieja”. Las
mujeres que se muestran en esta postura arguyen la posibilidad
de reordenar sus cambios sexuales, dando oportunidad para ero-
tizar los cuerpos de forma diferente a lo social y culturalmente
establecido.

“Es hacerte sentir importante a través de esa ternura que la mujer re-
quiere, pues sí es muy importante y tenemos muchas partes en el cuerpo
que son pues, de más placer: el oído, la boca, la cara, este… nuestros,
bueno yo como veo el cuerpo humano ¿Verdad? el clítoris, los labios, o
sea, partes muy sensibles y toda la piel ¿Verdad? cómo decían, “¿Cuál
es el órgano sexual más grande? la piel ¿Verdad? que te la acaricien,
que en la espalda te pongan cremita, sí, es bonito. “Es que Jesús lo
único dijo es que: “Ámense” cada pareja que establezca sus parámetros
¿verdad? entonces, sí” (María, 64 años, casada).

Llama la atención que dentro de las narrativas de las mujeres,


que aunque aluden a una sexualidad lúdica, también muestran

154
gozo y placer por el coito, incurriendo en un espacio típicamente
masculino. Es así que para ellas existe una apropiación de su
cuerpo y de su gozo, lo cual se refleja en el orgasmo como culmi-
nación de su placer, mismo que constituye uno de los temas ta-
búes más arraigados en la cultura patriarcal, una forma de cul-
minación sexual no legitimado dentro de los discursos sociales, y
que mucho ha causado restricciones sobre el cuerpo en todas las
etapas de vida de las mujeres.

“A veces necesitas ps’ [pues] más cosas, pero de que llegas, llegas [risa]”
(Patricia, 60 años).

“Se siente exactamente lo mismo, no hay diferencia, lo disfrutas igual”


(Sofía, 65 años, divorciada).

Las participantes han logrado identificar sus deseos, como algo


personal y único. Así, se ha podido constatar que en estas muje-
res existe una responsabilidad propia de la satisfacción del deseo.
Sin embargo, también se argumentó que se puede disfrutar de la
relación sexual aún sin orgasmo, siempre que existan caricias,
besos, ternura y sea un ambiente propicio, es así que para las
mujeres la afectividad juega un papel muy importante. En este
sentido para ellas el placer y el orgasmo no son sinónimos, dado
que califican su satisfacción sexual independientemente de los
orgasmos que hayan alcanzado.

“Y termina en una, en una… siempre digo, como en una feria de, con
muchos cohetes, con muchas luces y así en una fiesta bruta [risa]” (Eva,
67 años, divorciada).

155
“Yo llego al orgasmo, sé de poses porque lo he leído y lo he practicado
que pose es mejor en el sexo, de hecho yo siempre he sido multiorgás-
mica, nada más que no tengo pareja sí no, seguiría disfrutándolo como
antes” (Eva, 67 años, divorciada).

Por otro lado, algunas mujeres se da un aumento de su actividad


sexual, al menos en el caso de aquellas que legitiman su deseo y
lo ponen en práctica, o en el de las que consiguen transformar la
relación con su cuerpo y/o pareja, y también, de las que se ani-
man a explorar nuevos caminos en su ejercicio sexual. Visto
desde esta postura, algunas mujeres señalaron que el foco de la
vida sexual envejeciente, está en el grado de madurez con que se
afronten los fenómenos fisiológicos del envejecimiento, y la ca-
pacidad que tienen los individuos para resolver esos cambios,
como una forma de gestión de la sexualidad que acerca a las mu-
jeres al conocimiento y expresión legítima de su deseo sexual.

“Pero es que bueno somos humanos y pensamos diferente y actuamos


diferente, pero como dicen ahí en la jugada hay muchas maneras ¿Me
entiendes? de satisfacer a una mujer, hay muchas maneras no necesa-
riamente el contacto así [coito] […] porque pues al final de cuentas
pues la mujer, hay muchas maneras, pero fíjate que hay gente que no
sabe, porque te enseñan que sólo hay una manera y tú piensas qué es
tabú o que está prohibido pero es tu esposo y se vale” (Rosa, 69 años,
casada).

Yo sola me “hago el amor”

Victoria y Eva ven en el autoerotismo una forma de satisfacción


de su deseo erótico y sexual. Estas mujeres señalan a la mastur-
bación como un espacio de intimidad personal, como elemento
que ayuda a afrontar el estrés, a liberar tensiones, como placer y
espacio para la fantasía, y sobre todo, como continuidad de la

156
actividad sexual con o sin disponibilidad de pareja. Tal práctica,
según lo expresan las entrevistadas les ha ayudado a mantener
una autonomía sexual y a fomentar el autoconocimiento y la li-
bertad. Además de que las mujeres mayores incorporan el auto-
erotismo, desafiando la idea de que la satisfacción está en un solo
“órgano” sino en toda la persona, lo cual amplia los recursos de
disfrute.

“Yo vivo mi sexualidad plenamente, eso sí sola en mi casa, la


sociedad es ignorante no entendería, ni mi esposo lo ve impor-
tante porque dice que en los viejitos no es importante, así que yo
sola me ‘hago el amor’, llego al orgasmo y soy feliz […] yo me
complazco sola” (Victoria, 60 años, casada).

“Como puedas debes vivir tú sexualidad, ¡Como puedas!, yo


tengo mis juguetitos, por ejemplo. Yo pienso que sí tú encuentras
una persona que tiene un problema de próstata, pues hay alter-
nativas, de juguetes, y de otras cosas, eso lo dejas a la imagina-
ción, al ingenio de cada pareja. Eso no es problema, para mí,
no es un problema” (Eva, 67 años, separada).

Cuerpo lúdico

De acuerdo a Iacub (2014) y Coria (2012), la corporalidad de la


sexualidad no sólo se hace visible en el aspecto genital, sino a
través de los juegos, los pensamientos y las fantasías, que impli-
can signos y rituales de intercambio simbólico, tales como el uso
de objetos eróticos, los códigos, las palabras y la creación de fan-
tasías a partir de la imaginación y los recuerdos. Específicamente,
Garrido y Garrido (2013) señalan que las fantasías sexuales son

157
representaciones mentales imaginarias que estimulan la excita-
ción, el placer y el deseo, y que a su vez permiten la creación del
preámbulo amoroso y sexual. En el caso de las mujeres mayores
reconocieron la importancia de tener pensamientos y fantasías
sexuales en esta etapa de vida, con lo cual se evidencia un repo-
sicionamiento de su cuerpo y de su sexualidad.

“A veces que salíamos de vacaciones, “Papito, haz de cuenta que vienes


con otra mujer” [risa] y notas cómo empieza a tratarte, ¡Ándale, pues
así¡ ¿Qué cuesta? total en realidad es un querer jugar, los juegos son
muy importantes” (María, 64 años, casada).

Reflexiones finales

Los resultados acerca de los cuerpos, deberes y placeres mostra-


dos en este capítulo, permiten constatar que aún están presentes
los discursos que hacen alusión a un uso feminizado del cuerpo.
Cabe resaltar que las participantes no sólo interiorizan los dis-
cursos sociales, sino que a su vez estos se ven reflejados en un
trabajo de reflexión y elaboración subjetiva de los significados
que circulan en el mundo social.
Dentro de los significados dominantes de la sexualidad feme-
nina de acuerdo a los discursos de género, los expertos en el
tema señalan los asociados a la genitalidad, el coito, las prácticas
unidireccionales, la juventud, la reproducción y la maternidad.
Es así que dentro de los discursos se puso constatar que determi-
nados significados sociales, sobre todo los asociados a la repro-
ducción y la maternidad ocupan un lugar preponderante en la
vida de las mujeres mayores, lo que se nombró “sexualidad fe-
menina patriarcal”. Esta les permite actuar como matrices de
sentido respecto a sí mismas, hacia otras mujeres y hacia los
“otros” varones. De tal forma que en los discursos se evidencia

158
un apego a las construcciones sociales de feminidad, maternidad
y las emociones sobrecargadas de significados, las cuales marca-
ron los principales usos que las participantes hacen de su sexua-
lidad y su cuerpo.
En los discursos se enfatiza el deber ser tradicional de la mujer
de casa, la madre, la abnegación, el servicio a los demás, la pasi-
vidad, la dependencia sexual, lo cual se concuerda con los valores
sociales y culturales con los que estas mujeres fueron socializadas.
Estos discursos muestran la autocensura de las mujeres para te-
ner un ejercicio sexual y erótico que exceda los parámetros esta-
blecidos socialmente, premisa que ha sido ampliamente discu-
tida en la literatura (Butler, 1997; Lamas, 2006; Lagarde, 1996;
Scott, 1997).
No hay que omitir que, de forma velada, durante el proceso
de análisis de estas narraciones se observaba un diferente posi-
cionamiento frente a la sexualidad y al cuerpo, el cual variaba
dependiendo de la edad, el nivel socioeconómico, la edad, la
ocupación, la escolaridad y el poder adquisitivo que tenían las
mujeres mayores. En este caso, podemos hablar de significados
movibles, contrapuestos, e inacabados, representando una subje-
tividad en crisis, ya que para las personas mayores representa un
conflicto interiorizar los discursos modernos de exaltación de la
sexualidad cuando ellos han sido producto de una educación re-
presiva y poco tolerante, y de las construcciones sociales que gi-
ran en torno a ella. Esto se muestra en las diversas narrativas en
las mujeres mayores había apertura en ciertos aspectos del fenó-
meno, pero muestran una visión más arraigada a lo tradicional
en otras dimensiones.

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genealogía de la moral sexual. Madrid: Akal.
Weeks J. (1998). Sexualidad. México: Paidós.

162
Capítulo 6. ¿Las personas mayores necesitan
sexo? Una mirada de los factores que inciden
en los prejuicios de la sexualidad en la vejez
Lizzett Arreola Heynez, Perla Vanessa De los Santos Amaya
y María Concepción Arroyo Rueda

Introducción

E
l fenómeno del envejecimiento poblacional se presenta
como el resultado de las políticas de salud, higiene y
tecnologización implementadas en el siglo pasado,
siendo uno de los procesos demográficos que en mayor
medida han modificado la estructura y la dinámica de las socie-
dades a nivel mundial y nacional (Conapo, 2013; Ham, 2003;
HelpAge, 2002; Huenchuan, 2005; Tuirán, 2003). Hablando es-
pecíficamente de México, estimaciones del Instituto Nacional de
Estadística y Geografía (INEGI, 2017), indican que aunque ac-
tualmente se tiene un envejecimiento demográfico en una etapa
moderada, la población adulta mayor irá en aumento progresivo
en los próximos años.
Para el 2017 según el INEGI, habitaban en el país casi 13 mi-
llones de personas de 60 y más años, correspondiente a un 10.5%
de la población total. Sin embargo, para el año 2030 se espera
que sean 20.5 millones de personas mayores y para el 2050, que
el 26.5% del total de la población esté conformada por personas
adultas mayores, es por ello que en los últimos años, existe un
creciente interés por las estrategias que la población adulta ma-
yor requerirá para la búsqueda de bienestar, sobre todo en las

163
demandas que impondrá este fenómeno en dimensiones econó-
micas, sociales, culturales, políticas, de educación y de salud. So-
bre este último aspecto, suele pensarse en la vejez como una
etapa de deterioro y malas condiciones de salud, pero existe un
aspecto muy poco abordado dentro de este campo: la sexualidad.
Aunque la literatura especializada concuerda en señalar que
el ser humano es indiscutiblemente sexuado en todas las etapas
de su vida, puesto que esto ayuda a los sujetos a percibirse como
hombre o como mujeres y sentirse integrados a su medio social,
en el caso de la población adulta mayor ha sido una dimensión
que los ha limitado a construir el bienestar personal, el placer y
la satisfacción sexual en esta etapa de vida. Esta exclusión se ex-
plica prioritariamente por un imaginario social en donde suele
considerarse como un derecho casi exclusivo de la población jo-
ven y en edad de procrear (Quintanar, 2017). De tal suerte que
en la vejez se coloca en un estatus inferior con respecto a otros
momentos anteriores de su trayectoria vital, considerando que
las manifestaciones sexuales en esta etapa de vida no correspon-
den con el ideal sexual que permea en el contexto social.
La sexualidad en la vejez se vive dentro de una serie de creen-
cias que reflejan un rechazo a ejercerla de manera franca, autó-
noma y libre. Todo lo anterior limita a las personas adultas ma-
yores en sus afectos y rol social, considerándolas como seres ase-
xuados, incapaces de mantener relaciones interpersonales, con-
tacto físico y establecer lazos afectivos con personas del género
contrario (o del mismo género), situaciones que refuerzan los mi-
tos existentes en torno a este tema, asociando a la sexualidad con
la belleza y la juventud y a la adultez mayor, con infantilismo y
declive (Llanes, 2013).
Existe la apreciación que al llegar al momento vital de la vejez,
la sexualidad deja de ser elemento significativo de la salud inte-
gral y mucho menos se concibe como un recurso preciso para el
bienestar. En un sentido más amplio, la sexualidad puede ser

164
vista como un recurso para favorecer el compromiso social, pro-
mover y mantener el contacto intergeneracional, como ejercicio
físico y para mantener un saludable autoconcepto. En la adultez
mayor, se recupera un sentido más abarcativo del erotismo,
donde se busca placer y afecto (Iacub, 2006). En todo esto radica
la importancia de que en la vejez, exista aceptación social para el
libre ejercicio de la sexualidad. No obstante, sobre este tema, se
manejan una serie de prejuicios y estereotipos que emanan de
un desconocimiento sobre el tema y que, en el caso se las perso-
nas mayores, se les limita y cuestiona a éstos su derecho al ejer-
cicio pleno de su sexualidad.
Hablando de esto, hay que recordar que el término sexuali-
dad es utilizado de una forma genitalizada y coitocentrista que
escinde y reduce su expresión, rodeado de tabúes, estereotipos y
prejuicios que la pueden llegar a condicionar a ser manifestada
solo bajo las normas socialmente impuestas, todo lo que salga de
este margen, es conceptualizado como aberrante (Quintanar,
2017). Tales actitudes han quedado justificadas en el imaginario
social donde las personas mayores aparecen como sujetos ase-
xuados, considerando que dentro de este entendimiento, el sexo
a estas edades no es importante, por lo que no es normal que los
viejos tengan interés en el sexo, ya que al concluir la etapa repro-
ductiva se extinguen las necesidades sexuales. Al respecto, existe
una fuerte tradición que justifica que al perder la capacidad fi-
siológica las personas mayores ya no deben mantener relaciones
sexuales (López y Olazabal, 2005).
Hay que puntualizar que en México hay poca investigación y
estudios a gran escala en torno a la sexualidad en la vejez, y la
existente, en su mayoría, refiere a las modificaciones a nivel fi-
siológico, reduciendo su análisis a la genitalidad, lo cual reper-
cute a la invisibilización de este tema en el espacio público y aca-
démico (Iacub, 2006; Vázquez, 2006). Al advertirla de esta ma-

165
nera, deja fuera a las personas adultas mayores, ya que al equi-
pararla con la sexualidad en los jóvenes, la persona mayor estaría
en desventaja, reproduciendo las actitudes prejuiciosas al res-
pecto. En la vejez resulta ser más afectiva y las formas de ejercerla
se van modificando con el tiempo, adaptándose a cada momento
vital (Montes de Oca, 2011), no obstante, los referentes empíri-
cos no logran captar el aspecto totalizador de la sexualidad en la
vejez.
La sexualidad al ser una construcción social dinámica y cam-
biante, lleva a que todas las personas tengan creencias, pensa-
mientos y actitudes hacia ella, las cuales se desarrollan depen-
diendo el contexto sociocultural en el que se desenvuelvan y del
impacto que generan las condiciones de vida a nivel psicológico
y fisiológico, dichos elementos pueden influir de manera favora-
ble o desfavorable al momento de ejercer la sexualidad. Y es,
precisamente, que puede ser vista de formas muy distintas de-
pendiendo de las circunstancias y experiencias de vida, así como
del grupo social al que se pertenece, donde se desarrolla la iden-
tidad grupal que dicta ciertos comportamientos, sesgos, estereo-
tipaciones y prejuicios hacia los grupos de pertenencia (Tajfel,
1988).
Fouilloux (2008), comenta que los estereotipos y prejuicios so-
bre la vejez y la sexualidad pueden afectar negativamente la ex-
periencia de las personas mayores, siendo estas formas de exclu-
sión en la vejez. Es importante considerar que el rechazo, la mofa
y la caricaturización de la sexualidad en el proceso de envejecer
es uno los signos defensivos que la sociedad ha construido para
reprimirlo (Aldana, 2008; Garita, 2004). Afirmaciones como: las
personas mayores que mantienen deseos de contacto e intimidad
son anormales y/o inmorales; los adultos mayores sólo necesitan
contacto y cariño, no sexo; los adultos mayores son vistos como
ridículos al expresar el amor; y, los ancianos deben reprimir sus

166
sentimientos amorosos, forman parte del imaginario social y re-
percuten en el empobrecimiento emocional y su bajo nivel de
bienestar.
Se juzga a la persona por los atributos pertenecientes a esa
categoría (soy joven, soy adulto, soy adulto mayor), sin tomar en
cuenta los atributos particulares (individualidad y características
muy propias), puesto que hay una serie de roles, actitudes y com-
portamientos asociados a categorías sociales como la juventud, la
adultez y la vejez, las que fincan una cultura que ensalza el ejer-
cicio de la sexualidad bajo un único modelo donde el ejercicio
sexual geriátrico es relegado, entonces habrá que cuestionarnos
acerca de ¿Cuáles son los prejuicios que actualmente permean
en la sexualidad geriátrica? ¿Cuáles son los factores asociados
que influyen en los mitos y perjuicios? ¿Existen diferencias sig-
nificativas en los diferentes grupos de edad que presentan pre-
juicios sobre el tema? ¿La escolaridad, el género y el estado de
salud influyen en los prejuicios hacia la sexualidad de perso-
nas mayores?
Considerando lo anterior se planteó en este capítulo como ob-
jetivo general comparar los prejuicios hacia la sexualidad en la vejez
en diferentes grupos etarios de la Ciudad de Durango, Durango. De
este se derivan algunos objetivos específicos: 1) Identificar la pre-
valencia de prejuicios en diferentes grupos etarios; 2) Encontrar
cuáles son los prejuicios dominantes hacia la sexualidad en la ve-
jez en cada grupo etario; 3) Determinar si el nivel de estudios
influye para presentar prejuicios hacia la sexualidad en la vejez;
4) Definir si el género se asocia a la presencia de prejuicios hacia
la sexualidad en la vejez; 5) Determinar si el factor enfermedad
crónica favorece la presencia de prejuicios hacia la sexualidad en
la vejez.

167
Acercamiento teórico y conceptual
Desde la óptica de la psicología social, el estudio del origen y
composición de los prejuicios y cómo estos inciden en las actitu-
des, han recibido atención para su estudio. Los prejuicios son
considerados como la formación de impresiones o atributos so-
bre la persona o el estímulo. El prejuicio, hace referencia a la
actitud adquirida antes de toda prueba y experiencia adecuadas.
Se fundamenta en las combinaciones cambiantes de sugestión,
imitación, creencia, escasa experiencia y contacto, las cuales pue-
den ser favorables o desfavorables (Mendoza-Núñez, et al., 2008).
Comúnmente el prejuicio es considerado como un juicio
inexacto o incorrecto, consiste en un juicio precipitado y parcial,
comúnmente de signo desfavorable (Pinillos, 1982). Por otro
lado, Oskamp (1991) define al prejuicio como una actitud desfa-
vorable, intolerante, injusta o irracional hacia otro grupo de per-
sonas. Así mismo, Ashmote (1970, citado por Morales, 2007) uti-
liza cuatro notas para referirse al prejuicio: a) es un fenómeno
intergrupal; b) es una orientación negativa; c) es injusto, sesgado
e incurre en generalizaciones excesivas; y d) es una actitud.
Los prejuicios presentan ciertas características, una de ellas,
es adecuarse a los valores socioculturales que se expresan y vi-
vencian en determinado momento, también, suelen expresarse
de manera indirecta y como refieren Mendoza-Núñez, et al.
(2008) “tienen tendencia a no expresar directamente su natura-
leza, a negar su discriminación implícita o explícita, pero se re-
fugia en sobreentendidos, supuestos y afirmaciones implícitas.
Mezclan sentimientos negativos con la defensa de valores mora-
les tradicionales, inclusive pueden ser compatibles con normas
de tolerancia o igualdad”. Los mismos autores, identifican otras
características, en donde el prejuicio puede ser manifiesto o ex-
plícito cuando el individuo percibe alguna amenaza y por último

168
sutil o implícito, cuando se interpreta que existen diferencias que
marcan jerarquías con respecto al exogrupo.
Los prejuicios desempeñan funciones muy diversas en el com-
portamiento humano, una de ellas es la tacañería mental, en el
sentido que permiten dar una misma respuesta a sucesos y obje-
tos muy diversos, ahorrando tiempo y llamando a esquemas cog-
nitivos que faciliten tomar postura ante el objeto. Cabe mencio-
nar, que los estereotipos influyen fuertemente para la formación
del prejuicio, éstos han sido objeto de un aprendizaje intenso a
lo largo del proceso de socialización. Como expresa Pinillos
(1982), el prejuicio es una ayuda para la memoria, pues le per-
mite predecir y basado en esa predicción, tomar decisiones y ac-
ciones, ya que al identificar y considerar que un miembro de la
categoría se comporta de cierta manera el resto que pertenecen
dicha categoría, actuarán de forma similar.
Desde la perspectiva de Allport (1971: 29), se considera al
prejuicio como “una actitud hostil o prevenida hacia una persona
que pertenece a un grupo, simplemente porque pertenece a ese
grupo, suponiéndose por lo tanto que posee las cualidades obje-
tables atribuidas al grupo”. Los prejuicios vienen a representar
una cómoda economía mental, es decir, permite a la persona
operar con pensamientos simplistas.
El prejuicio contiene dos ingredientes esenciales: tiene que
haber una actitud favorable o desfavorable y debe estar vinculada
a una creencia excesivamente generalizada (y por lo tanto erró-
nea). Allport (1971), plantea diferencia entre error común de jui-
cio y el prejuicio. Si la persona es capaz de rectificar sus juicios
erróneos a la luz de nuevos datos, no alienta prejuicios; sin em-
bargo, los pre-juicios se hacen prejuicios solamente cuando no
son reversibles bajo la acción de conocimientos nuevos. Un pre-
juicio a diferencia de una simple concepción errónea, se resiste
activamente a toda evidencia que pueda perturbarlo. El indivi-
duo puede reaccionar emocionalmente cuando se amenaza a un

169
prejuicio con una contradicción. De manera concreta, “la dife-
rencia entre los pre-juicios corrientes y el prejuicio está en que
se puede discutir y rectificar un pre-juicio sin resistencia emocio-
nal” (Allport, 1971:30).
El prejuicio posibilita la anticipación de la conducta ajena, lo
cual hace suponer a diversos grupos sociales, que las personas
mayores como miembros de una categoría en particular, se per-
ciban como viejas y se tornen social y culturalmente distantes del
resto de una sociedad que realiza el culto a la juventud en cada
una de sus expresiones, creando un espacio propicio para que
sean valorados en torno a los pérdidas y por ende, su sexualidad
será deficiente bajo los estándares preestablecidos (Pinillos,
1982).
Cabe señalar que los prejuicios se comienzan a forjar desde
las primeras interacciones sociales, siendo reforzados a través de
las experiencias cotidianas, de los miedos propios y ajenos que
giran por un lado en torno a la sexualidad y por otro en torno a
la vejez, perpetuando a la sexualidad bajo una realidad social de
rechazo y limitación.

Estructura de la actitud

Las actitudes son adquiridas como resultado de la incorporación


del individuo a los modos y costumbres de una sociedad. Son
constructos que permiten explicar y predecir la conducta. Se po-
dría llamarles como representaciones psicológicas de la influen-
cia que tiene la sociedad y la cultura en el individuo (Hollander,
2001). Por lo que al hablar de actitud se hace referencia a una
tendencia psicológica que se manifiesta a través de una serie de
evaluaciones que se dirigen hacia un objeto, la cual tiene cierto
grado de inclinación hacia lo favorable o desfavorable. Se consi-
dera que es la mediación entre los estímulos externos (ambiente)

170
y las reacciones de la persona (respuestas evaluativas), es decir,
dotar al objeto de un aspecto positivo o negativo. A su vez, una
evaluación se compone de una valencia (o dirección) e intensidad
(Figura 1). La primera hace relación al carácter positivo o nega-
tivo que se atribuye al objeto actitudinal. La intensidad hace re-
ferencia a la gradación de esa valencia (Morales, 2007).

Figura1. Representación del continuo actitudinal.

Fuente: Morales (2007)

La actitud es más bien una motivación social que una motivación


biológica, es por ello que se le puede considerar como “media-
dor” entre los estímulos de la persona y su entorno, una adapta-
ción al entorno. Para que se logre forjar una actitud son necesa-
rios el contacto y experiencias de la persona con el objeto actitu-
dinal (objeto que va a ser evaluado), dichas experiencias e inter-
acciones se dan por medio de procesos cognitivos, afectivos y
conductuales.
Para Rodríguez (1999, citado por Matus, 1993: 23), la actitud
se puede definir como: “una organización duradera de creencias
y cognición en general, dotada de carga afectiva a favor o en con-
tra de un objeto social definido, que predispone a una acción
coherente con las cogniciones y afectos relativos a dicho objeto
social”.
En la formación de la actitud se establece una asociación entre
un objeto y una evaluación, interrelacionada con sentimientos y
emociones, creencias y acción. En la fuerza de la asociación in-
fluyen los tres procesos mencionados anteriormente, cognitivo,

171
afectivo y conductual (Figura 2). El primero consta de las percep-
ciones de la persona sobre el objeto de la actitud y de la informa-
ción que posee sobre él. El segundo está compuesto por los sen-
timientos que dicho objeto despierta. El tercero incluye las ten-
dencias, disposiciones e intenciones hacia el objeto, así como las
acciones dirigidas hacia él (Morales, 2007). La actitud refleja una
evaluación global positiva o negativa del objeto de la actitud.

Figura 2. Componentes de la actitud


Procesos cognitivos

Procesos afectivos Actitud

Procesos conductuales

Fuente: Morales (2007).

Estrategia metodológica
La investigación se realizó bajo el enfoque cuantitativo, desarro-
llando un estudio descriptivo, expo facto, transversal, comparativo
y correlacional. Lo anterior se realizó con el fin de relacionar la
edad y el prejuicio hacia la sexualidad en la vejez. La población
objeto de estudio fue hombres y mujeres mayores de 20 años,
empleando una muestra no probabilística por cuota. Se hizo una
selección de participantes en dos espacios institucionales: un cen-
tro de Desarrollo Comunitario perteneciente al Sistema DIF, y
en el Centro de Seguridad Social de Instituto Mexicano del Se-
guro Social (IMSS).

172
En ambos centros, los participantes realizan actividades ocu-
pacionales, recreativas y de promoción de salud. Se estratificó a
la población asistente al Centro de Desarrollo Comunitario DIF
en tres grupos etarios (adultos jóvenes de 20-39 años, adultos
maduros de 40-59 años y adultos mayores de 60 y más años),
para realizar una comparación entre ellos y describir los prejui-
cios con mayor presencia en cada uno de los grupos. De los usua-
rios de ambas instituciones se constituyó una muestra de 185
usuarios.
El cuestionario utilizado en esta investigación fue tomado de
la investigación realizada por Orozco y Rodríguez en el año 2006,
dicho cuestionario es denominado “actitudes hacia la sexualidad
en la vejez” y consta de 14 reactivos tipo Likert, el cual fue vali-
dado por los autores en Jalisco, México. La hipótesis del estudio
fue la siguiente: Existe correlación positiva entre la edad y el prejuicio,
a mayor edad mayor prejuicio hacia la sexualidad en la vejez. En los
resultados se presentan varios estadísticos descriptivos y diversas
pruebas para comprobar correlación.
Para las pruebas de asociación se utilizó la prueba estadística
de Chi Cuadrado tomando en cuenta el nivel de significancia
menor al 0.05 para conocer la asociación de los factores estruc-
turales (edad, género y escolaridad) y factores de salud (enfer-
medades crónico degenerativas) con los prejuicios.

Resultados y discusión

De acuerdo a la Encuesta Intercensal 2015 (INEGI, 2015), el es-


tado de Durango tiene una población total de 1,754,754 perso-
nas, de las cuales 49.0% son hombres y 51.0% son mujeres; res-
pecto a la población adulta mayor, se observa que en el estado
10.1% de la población tiene una edad igual o mayor a los 60 años,
de los cuales la mayoría son mujeres (52.3%).

173
En este estudio, la población total que participó (185) estuvo
comprendida por un 43.2% de asistentes al Centro de Seguridad
Social del IMSS (80 participantes) y el 56.8% por asistentes al
Centro de Desarrollo Comunitario DIF (105 participantes). La
muestra fue conformada mayoritariamente por mujeres (80.5%),
ya que a los centros asisten mayor cantidad de mujeres que hom-
bres, debido a que son ellas las que presentan mayor participa-
ción social e interés por capacitarse en los talleres y actividades
recreativas que se ofertan en ambos espacios.
Las condiciones de salud tienen importantes repercusiones en
la experiencia de envejecimiento para los sujetos. Precisamente
numerosos autores han expuesto que se han modificado las cau-
sas de mortalidad y morbilidad de la población16, situación que
expone a las personas envejecidas a un mayor desgaste físico
(Aranibar, 2001; Ham, 2003; Huenchuan, 2005; Tuirán, 2003;
Wong, González y López, 2014). De acuerdo a datos de la ENSA-
NUT 2012, el 53% de la población de 60 años y más reportó
tener al menos una enfermedad crónica, siendo las más recu-
rrentes la hipertensión (32.9% de los hombres y 46.2% de las
mujeres), diabetes mellitus (22.4% de los hombres y 25.8% de las
mujeres) e hipercolestorelemia (18% de los varones y 23.6% de
las mujeres).
La mayoría de los participantes en este estudio, presentaron
enfermedades crónicas, predominando la presencia de diabetes
e hipertensión. Esta situación incrementa las consecuencias de
este estado patológico, entre ellas efectos cómo la discapacidad,
la pérdida de alguna extremidad, la pérdida de funcionalidad, el

16 Encontrándose un incremento en enfermedades crónico-degenerativas


como hipertensión, diabetes mellitus, enfermedades isquémicas del cora-
zón, enfermedades cerebrovasculares, enfermedades pulmonares, cáncer,
embolia, artritis, reumatismo y enfermedades de las vías urinarias y del ri-
ñón (OMS, 2006).

174
deterioro cognitivo, la presencia de síntomas por periodos ma-
yores de tiempo, la intensificación de dolor crónico y el uso in-
tensivo de fármacos (Cerquera, 2008).
Respecto al estado civil, la mayoría estaban casados, esto se
presentó en todos los grupos etarios con un 60.5% de la pobla-
ción total. En segundo lugar, el estado civil que se presentó fue
de viudo, situación que puede influir en el ejercicio de la sexua-
lidad en esta etapa de la vida y que afecta en mayor medida a las
mujeres, ya que socialmente es menos aceptado que inicie una
nueva relación o contraiga nuevas nupcias. En este sentido, un
estudio detectó que estados como la soltería, la viudez o incluso
el divorcio imponen modificaciones a las relaciones interperso-
nales y la vida en pareja de las personas, puesto que se presentan
como recursos de apoyo social, en especial en la vejez (Bello, Me-
dina y Lozano, 2005).
El estado civil se presenta como una limitación social y demo-
gráfica que impide a las personas mayores la satisfacción de ne-
cesidades. Es decir, el estar viudo, soltero o separado son situa-
ciones que impiden a muchas personas mayores una relación se-
xual por falta de pareja o la posibilidad de encontrar una nueva
(Vázquez, 2005). Así, para Montes de Oca (2011), la viudez se
vincula a aspectos negativos que, por un lado, se asocian con la
pérdida de la sexualidad y necesidades corporales, y por el otro,
con la pérdida de contacto, compañía, intimidad y amor. Sin
embargo, la autora señala que existe un sistema de valores que
rechaza o muestra restricciones a las segundas nupcias, sobre
todo si se habla de personas mayores, especialmente para las mu-
jeres.
En relación con la escolaridad, el grupo de personas adultas
mayores en México cuenta con un nivel de escolaridad más bajo
que el resto de la población. La mayoría de los participantes de
más de 60 años, recibió educación básica y sólo un 6% cuenta con
carrera profesional. Al respecto Arias (2001), indica que el nivel

175
educativo de las personas mayores es deficiente, en gran porque
la expansión del sistema y las políticas educativas no beneficiaron
a esas generaciones, en especial a las mujeres quienes por razo-
nes culturales no tuvieron acceso a sistemas de educación escola-
rizados.

Tabla 1. Características demográficas de los grupos partici-


pantes en el estudio
Característi- Adulto joven Adulto ma- Adulto mayor
cas sociode- (20-39 años) duro joven (60 y más
mográficas (40 a 59 años)
años)
Género Masculino 7 4 25
Femenino 29 32 88
Escolaridad Primaria 0 6 61
Secundaria 14 16 25
Preparatoria 8 10 20
Superior 14 4 7
Estado civil Soltero 14 4 14
Casado 18 26 68
Unión libre 3 2 0
Divorciado 1 0 4
Viudo 0 1 27
Enfermedades Diabetes - - 21
crónico- degene- Hiperten- - - 26
rativas sión arterial
Ambas - - 33
Ninguna - - 33
Fuente: Elaboración propia.

Prejuicios por grupo etario

La mayoría de las afirmaciones del cuestionario registraron por-


centajes bajos de prejuicio, sin embargo, el grupo de personas
mayores con mayor edad, es el que presentó mayor cantidad de

176
prejuicios (ver tabla 2). Los adultos de entre 20 y 39 años presen-
taron menos prejuicios, situación que sugiere que la etapa de la
vejez se percibe aún como lejana, escenario que no genera ansie-
dad y preocupación por los eventos en el proceso de envejeci-
miento, favoreciendo una actitud positiva o neutral hacia este
grupo.

Tabla 2. Prevalencia de prejuicios en la sexualidad en la ve-


jez en residentes de la Ciudad de Durango por grupo etario
Afirmaciones Adulto Adulto Adulto mayor
joven maduro (60 más años)
(20-39 (40 a 59
años) años)
1. La andropausia marca el 22.2% 36.1% 30.3%
inicio de la vejez
2. La menopausia marca el 2.8% 0.0% 9.1%
final de la vida sexual en
la mujer
3. Los ancianos y ancianas 0.0% 5.5% 6.1%
que demuestran el amor se
ven ridículos
4. Los ancianos y ancianas 0.0% 11.2% 3.0%
deben de reprimir su acti-
vidad sexual
5. Los ancianos tienen dere- 97.2% 97.2% 84.8%
cho al amor y a la vida se-
xual
6. Todos los ancianos son im- 25.0% 30.5% 3.0%
potentes
7. Todas las ancianas son frí- 2.8% 2.8% 3.0%
gidas
8. Los ancianos ya no tienen 11.1% 2.8% 6.1%
deseos y menos actividad
sexual

177
9. Los cambios que trae el 11.1% 5.5% 6.0%
envejecimiento impiden
tener actividad sexual
10. Las enfermedades más fre- 50.0% 41.7% 45.5%
cuentes en la vejez limitan
la actividad sexual
11. Los tratamientos médicos 33.3% 41.7% 51.5%
en la vejez complican la
actividad sexual
12. La belleza y la sexualidad 5.5% 5.5% 9.1%
es exclusiva de los jóvenes
13. La sexualidad se ejerce 2.8% 5.5% 6.1%
sólo con fines de procrea-
ción
14. Todos los ancianos que 5.5% 2.7% 30.3%
desean relacionarse se-
xualmente son rabo verdes
Nota: Se han considerado únicamente los porcentajes de prejuicio con
respecto a su grupo, es decir, las personas que respondieron afirmati-
vamente para la presencia de prejuicio en cada uno de los grupos eta-
rios.
Fuente: Elaboración propia.

De los prejuicios analizados, los referentes a la enfermedad fue-


ron los que presentaron porcentajes más elevados en los tres gru-
pos etarios, es decir, los relacionados a la enfermedad y el im-
pacto en la sexualidad en la vejez, lo que sugiere que existe una
imagen generalizada de la vejez como sinónimo de enfermedad.
Es así que la vejez está rodeada de prácticas, discursos y acciones
que la han situado como sinonimia de inactividad, enfermedad,
pérdida, decrepitud y proximidad a la muerte. Por lo tanto, al
ser la última etapa del ciclo de vida se ha pensado a esta etapa
como un periodo asexual (Arango, 2008).

178
Se puede observar que las afirmaciones van enfocadas a la di-
ficultad que pudiese presentar el hombre para ejercer su sexua-
lidad, ya que se considera que la andropausia sí marca el inicio
de la vejez, que todos los hombres mayores son impotentes y to-
dos los que desean relacionarse sexualmente son “viejos rabo
verdes”. Al examinar dichos porcentajes, hace suponer que existe
desconocimiento sobre los cambios que presenta el género mas-
culino en su sexualidad, ya que en su mayoría la población de
estudio fue conformada por mujeres.
Con respecto a la relación entre la edad y la presencia de pre-
juicio, se llevó a cabo la prueba de correlación Chi cuadrado para
determinar si existía relación entre el grupo de edad y el prejui-
cio. La prueba arrojó una significancia de .001, por lo que se
asume que la edad y el prejuicio están asociados. Dentro de los
resultados se observa que las personas adultas mayores, son quie-
nes presentan mayor cantidad de ellos e inclusive, se observa
contradicción en algunas afirmaciones, ya que por un lado, ex-
presan tener derecho al amor y por el otro, que los ancianos que
demuestran el amor se ven ridículos y son “rabo verde”.
Diversos estudios hechos en el campo en el país, como los del
Orozco y Rodríguez (2008), y el de Hernández (2009), encontra-
ron resultados similares, donde se observa que las personas ma-
yores son quienes ponen limitaciones en el ejercicio de su propia
sexualidad, siendo ellos mismos los jueces más duros en su pro-
ceso de envejecimiento, identificados con un grupo que social-
mente se considera con más pérdidas que ganancias. Es en esta
parte donde se asocia con el prejuicio sutil (Mendoza-Núñez, et
al, 2008), el cual hace referencia a que se puede expresar la no
presencia de prejuicio, siendo compatible con normas de tole-
rancia; sin embargo, con acciones y conductas se demuestra lo
contrario.
Lo anterior hace suponer que las personas adultas mayores
tienen derecho a expresar el amor y el afecto bajo la visión de un

179
amor romántico e idealizado, inclusive, bajo la perspectiva del
infantilismo, donde no se incorporan el deseo y la genitalidad,
sino visto como involución al primer momento vital (infancia)
donde socialmente se concibe a los niños, como asexuados, exa-
cerbando las diferencias entre categorías, los jóvenes-los viejos,
favoreciendo el proceso de comparación de comportamientos so-
ciales entre los grupos, establecido en las valoraciones ideológi-
cas y culturales del propio contexto (Peris y Agut, 2007; Cegarra,
2012).

Prejuicios por nivel de escolaridad

Para examinar la asociación entre la escolaridad y la presencia


de prejuicios, se realizó el análisis de Chi cuadrado, para determi-
nar si existe relación entre dos variables cualitativas; se obtuvo
como resultado 𝑥2=29.41 con 4 grados de libertad y un margen
de error del .05, con lo que se asume que existe asociación entre
la escolaridad y el prejuicio, con una significancia de .002. De
manera descriptiva se puede observar que los niveles de escola-
ridad con mayor prejuicio hacia la sexualidad en la adultez ma-
yor, corresponden al nivel básico (ver tabla 3).
La escolaridad fue un aspecto que marca una pauta dentro del
ejercicio de la sexualidad, ya que investigaciones hechas al res-
pecto señalan que el entorno social en el que se desenvuelven las
personas repercute en el sistema de creencias y actitudes, hecho
que ocasiona que interioricen un modelo sexual acorde con sus
expectativas sociales (Lopéz, et. al., 2003) Así como lo señala Bus-
tos (2008), el acceso a un nivel educativo permite a los sujetos
autodefinirse a sí mismos como personas en correspondencia a
los “otros” en relaciones a los valores provenientes de una gene-
ración.

180
Castañeda (2007) menciona que las personas que alcanzan
mayores niveles de educación son más receptivas a los cambios
relacionados en la salud, incluso con capaces de transmitir estos
conocimientos a las siguientes generaciones. No obstante, al con-
siderar la muestra de estudio se puede deducir que al no existir
un alto nivel educativo, es probable que las personas mayores es-
tén enfrentando esta etapa de vida con escasos conocimientos so-
bre la vejez, lo que repercute en la agudización y reproducción
de estereotipos y prejuicios en torno a esta edad (Hogg y
Vaughan, 2010), con lo que difícilmente se podrá disminuir el
temor a envejecer y las concepciones que giran en torno a este
proceso.
El porcentaje más elevado de prejuicio (60%) se encontró en
la afirmación 10, la cual hace referencia a que las enfermedades más
frecuentes en la vejez limitan la actividad sexual y corresponde a las
personas que tienen el nivel de estudios superior. Este punto co-
bra relevancia, pues la interpretación que se hace puede estar
influenciada por la información que se recibe durante la trayec-
toria escolar, o bien de discursos de profesionales que alientan
esa idea. La reflexión que surge con este resultado es: ¿bajo qué
perspectiva se muestra el proceso de envejecimiento, las enfer-
medades que puedan surgir, el impacto en la vida diaria y por
supuesto en la sexualidad? Pareciera que la educación va enca-
minada a visualizar al momento vital de la vejez, únicamente
como un tiempo de declive, de pérdidas, lo que hace pensar que
se está enviando el mensaje estereotipado a la sociedad, hecho
que coincide con la investigación realizada por Sampen et al.,
(2012) donde encontraron que el personal de salud con niveles
técnicos presenta actitudes más positivas hacia la vejez que el que
cuenta con estudios universitarios.

181
Tabla 3. Prevalencia de prejuicios en la sexualidad en la ve-
jez en residentes de la Ciudad de Durango según nivel de es-
colaridad
Afirmaciones Escolaridad
Pri- Se- Pre- Supe-
maria cun- para- rior
daria toria
1. La andropausia marca el 32% 33.3% 23.8% 25%
inicio de la vejez
2. La menopausia marca el final 7.1% 0.0% 0.0% 10%
de la vida sexual en la mujer
3. Los ancianos y ancianas que 7.1% 5.5% 0.0% 0.0%
demuestran el amor se ven ri-
dículos
4. Los ancianos y ancianas de- 10.7% 5.5% 0.0% 0.0%
ben de reprimir su actividad se-
xual
5. Los ancianos tienen derecho 10.7% 5.5% 4. 7% 0.0%
al amor y a la vida sexual
6. Todos los ancianos son impo- 0.0% 0.0% 0.0% 5.0%
tentes
7. Todas las ancianas son frígi- 0.0% 8.3% 0.0% 0.0%
das
8. Los ancianos ya no tienen de- 7.1% 11.1% 4.7% 0.0%
seos y menos actividad sexual
9. Los cambios que trae el enve- 7.1% 13.8% 4.7% 0.0%
jecimiento impiden tener activi-
dad sexual
10. Las enfermedades más fre- 42.8% 44.4% 38% 60.0%
cuentes en la vejez limitan la ac-
tividad sexual
11. Los tratamientos médicos en 50.0% 38.8% 38% 40.0%
la vejez complican la actividad
sexual

182
12. La belleza y la sexualidad es 10.7% 11.1% 0.0% 0.0%
exclusiva de los jóvenes
13. La sexualidad se ejerce sólo 0.0% 2.7% 0.0% 0.0%
con fines de procreación
14. Todos los ancianos que 28.5% 13.8% 0.0% 0.0%
desean relacionarse sexualmente
son rabo verdes
Nota: Se han considerado únicamente los porcentajes de prejuicio con
respecto a su grupo, es decir, las personas que respondieron afirmati-
vamente para la presencia de prejuicio en cada uno de los niveles edu-
cativos.
Fuente: Elaboración propia.

Prejuicio por género

En lo que respecta al género, se calculó Chi cuadrado, dando como


resultado 𝑥2 = 11.28 con 2 grados de libertad y un valor de error
de .05 lo que indica que existe asociación significativamente es-
tadística entre prejuicio y género (Sig. = .001). Cabe mencionar
que en la investigación denominada algunos conceptos a consi-
derar sobre la sexualidad del adulto mayor, elaborada por Her-
nández, (2008), el género se encuentra relacionado con la actitud
que se tiene hacia la sexualidad en la vejez, ya que se observaron
diferencias estadísticamente significativas entre ambos géneros.
Dicha autora, encontró que las mujeres mayores son quienes pre-
sentan mayor desacuerdo en el ejercicio de la sexualidad. Al
comparar las evidencias se observó que sucede lo contrario en
esta investigación, dado que los resultados descriptivos permiten
deducir que los hombres son quienes presentan mayor cantidad
de prejuicios. Podemos pensar que esto se debe a que, en el te-
rreno de la sexualidad, son los varones a quienes se les exige un
mejor rendimiento sexual, dada la cultura patriarcal que preva-
lece en nuestro contexto.

183
Como menciona Pérez (2008), la sexualidad en la vejez toma
matices distintos en ambos géneros, sin embargo, recae de ma-
nera más profunda en el hombre que en la mujer, ya que cultu-
ralmente se le considera parte primordial de su hombría, es por
ello, que si llega a existir alguna limitante o dificultad en la vida
sexual masculina (falta de erección=fracaso sexual), se puede in-
crementar la actitud negativa hacia sí mismo, se afirman los sen-
timientos de pérdida que se asumen propios a la edad y percibir
desestabilidad de su “estatus”, estableciendo valoraciones y com-
paraciones con miembros más jóvenes de la sociedad, donde la
personalidad, motivaciones y relaciones interpersonales se pue-
den ver influidas de manera desfavorable al percibirse en des-
ventaja. Cabe mencionar, que el problema no surge por las limi-
tantes que se pudieran presentar a nivel fisiológico, sino por el
significado que social y culturalmente se ha atribuido, por lo que
su sentir y actuar está regido por ello (Quintanar, 2017).
Es así que cambios anatomofísicos se asocian a la pérdida del
deseo y potencia en el hombre viejo, por un lado, y la incapaci-
dad reproductiva en la mujer anciana, por el otro (Arango,
2008). En este sentido, los hombres asumen que los cambios nor-
males en su cuerpo se muestran como camino hacia la impoten-
cia sexual, y las mujeres, que encasilladas en su rol maternal, al
enfrentarse a la menopausia y perder su capacidad reproductiva
asumen que sus necesidades sexuales y eróticas pierden sentido
(López y Olazabal, 2005; Vázquez, 2006).
El proceso de envejecimiento implica una serie de ajustes psi-
cosociales en la persona envejeciente, los resultados muestran
cierto desconocimiento sobre los cambios que se suscitan, princi-
palmente los físicos. En la población masculina estudiada, el
11.7% mencionó que la menopausia es el final de la vida sexual
en la mujer y el 31.8% de las mujeres refirió que la andropausia
marca el inicio de la vejez, lo que muestra una desinformación
sobre la sexualidad en la vejez.

184
Un hecho a tomar en cuenta, es la viudez femenina ya que la
mujer presenta mayor esperanza de vida y parte de sus últimos
años lo vive sin pareja, aunado a esto, se encuentra el prejuicio
internalizado, de que es mayormente aceptado iniciar nuevas re-
laciones en la vejez siendo hombre que siendo mujer. Muchas
mujeres se resignan a no tener pareja por el miedo a ser juzgadas
y criticadas, hecho que se alimenta de los estereotipos sociales de
belleza, sexualidad y juventud, siendo el propio grupo (Allport,
1971), el que fomenta y perpetua el imaginario popular de la
inexistente sexualidad en la vejez.
Las actitudes culturales moralistas hacen que éstas cuenten
con más restricciones a la hora de elegir una nueva relación para
las mujeres, ya que dentro de la legitimación social la iniciativa
de buscar pareja pertenece al hombre (López y Olazabal, 2005).
Así, algunos autores señalan que existen limitaciones culturales,
sociales e ideológicas que consideran que el noviazgo, la cohabi-
tación y el matrimonio entre parejas mayores sean vistas con des-
agrado en el imaginario social (Garita, 2004; López et. al., 2006).
La sexualidad en la vejez se vive de manera distinta entre
hombres y mujeres, por ejemplo, hay mayor cantidad de mujeres
adultas mayores que de hombres y en ellas, la moral y el estereo-
tipo de belleza es más severo, sin embargo, ambos géneros sufren
en mayor o menor medida privación de sus derechos a una se-
xualidad satisfactoria. Como lo puntualiza Llanes (2013), tanto
la belleza como la sexualidad se consideran exclusivos de la ju-
ventud, el cual representa el discurso estético, en el que la “im-
pertinencia estética”, se convierten en categorías de descalifica-
ción, que se intensifican sobre todo en las mujeres. Así, los cuer-
pos de los envejecientes aparecen definidos desde la pérdida, la
fealdad, el debilitamiento, la invalidez y las alteraciones progre-
sivas que indudablemente conducirán a la muerte.

185
Tabla 4. Prevalencia de prejuicios en la sexualidad en la ve-
jez en residentes de la Ciudad de Durango por género
Afirmaciones Género
Mas- Feme-
culino nino
1. La andropausia marca el inicio de la vejez 17.6% 31.8%
2. La menopausia marca el final de la vida sexual 11.7% 2.2%
en la mujer
3. Los ancianos y ancianas que demuestran el 17.6% 1.1%
amor se ven ridículos
4. Los ancianos y ancianas deben de reprimir su 5.8% 4.5%
actividad sexual
5. Los ancianos tienen derecho al amor y a la 5.8% 5.6%
vida sexual
6. Todos los ancianos son impotentes 17.6% 20.4%
7. Todas las ancianas son frígidas 0.0% 3.4%
8. Los ancianos ya no tienen deseos y menos acti- 5.8% 6.8%
vidad sexual
9. Los cambios que trae el envejecimiento impi- 0.0% 9.0%
den tener actividad sexual
10. Las enfermedades más frecuentes en la vejez 52.0% 44.3%
limitan la actividad sexual
11. Los tratamientos médicos en la vejez compli- 52.9% 39.7%
can la actividad sexual
12. La belleza y la sexualidad es exclusiva de los 5.8% 4.5%
jóvenes
13. La sexualidad se ejerce sólo con fines de pro- 5.8% 4.5%
creación
14. Todos los ancianos que desean relacionarse 17.6% 1.1%
sexualmente son rabo verdes
Nota: Se muestra el porcentaje de hombres/mujeres que respondieron
afirmativamente a la presencia de cada uno de los prejuicios, tomando
para cada afirmación el 100% de la muestra de cada género.
Fuente: Elaboración propia.

186
Prejuicio y enfermedades crónicas

Con la finalidad de identificar si la enfermedad crónica (diabetes


e hipertensión arterial) predispone a presentar mayor prejuicio,
se realizó una prueba de Chi Cuadrado, ya que se pretende anali-
zar una muestra que ha estado sometida a diversos tratamientos
o condiciones, en este caso, se estudia sólo las personas adultas
mayores (de 60 o más años), para conocer si la variable enferme-
dad crónica influye para una mayor presencia de prejuicios. De
las 14 afirmaciones contenidas en el instrumento, únicamente la
andropausia, los tratamientos médicos y el derecho al amor arro-
jaron coeficientes significativamente estadísticos para esta varia-
ble.
Partiendo de los resultados anteriores, en la afirmación refe-
rida a que la andropausia marca el inicio de la vejez se obtuvo una
significancia de .002, por lo que se deduce que el tener mayores
prejuicios a la actividad sexual en personas mayores está aso-
ciado al hecho de presentar o no alguna enfermedad crónico de-
generativa, dado que para ambos grupos se muestran porcenta-
jes relevantes en relación a esta afirmación (Con enfermedad
55.3%, Sin enfermedad 30%). Llama la atención la importancia
que dan ambos grupos a los cambios corporales experimentados
en la vejez, especialmente los que se refieren a los órganos se-
xuales masculinos, hecho que se relaciona con la carga simbólica
que gira en torno al falo.
Desde esta mirada el tema de la sexualidad suele reducirse a
la actividad coito-genital, la cual marca limitaciones para las per-
sonas mayores si se piensa desde los cambios fisiológicos que en-
frentan en esta etapa de vida. Es decir, que los las modificaciones
que sufren los varones al transitar por la vejez se relacionan con
dificultades de erección e incluso con impotencia sexual (La-
garde, 1997). Esta creencia se observa en las respuestas de hom-
bres y mujeres participantes en el estudio, pues son reflejo de un

187
contexto que da culto a la virilidad como máxima expresión de
lo sexual a modo de actividades genuinas y gratificantes para
hombres y mujeres (Amuchástegui y Rivas, 2008).
De la misma manera, en la afirmación 11 se tuvo una signifi-
cancia de .004, lo que permite suponer que si existe prejuicio
sobre los efectos que los tratamientos médicos en la vejez tienen
sobre la actividad sexual. De los resultados arrojados para ambos
grupos, se observa que aquellos que no presentan alguna enfer-
medad crónico degenerativa al momento de la encuesta son los
que presentan mayores prejuicios sobre el tratamiento (51.7%),
en tanto que aquellos que si tienen un cuadro patológico mues-
tran menos prevalencia sobre este prejuicio.
Para Ledón (2011), las enfermedades crónicas (fallo renal, hi-
pertensión arterial, diabetes mellitus, cáncer) a menudo se acom-
pañan con dificultades sexuales. En el caso de este tipo de pade-
cimientos se asume que la mayoría de las personas mayores que
los padecen tienen un mayor o menos efecto sobre su función
sexual. Ello responde a las formas de concebir la enfermedad, en
donde la sexualidad es una parte disfuncional, puesto que el foco
se centra en el proceso de enfermedad que amenaza la vida de la
persona mayor, obviando la existencia de necesidades sexuales.
La misma autora señala que las personas mayores enfrentan
un “saber restringido” sobre las sexualidades de personas con
enfermedades crónicas y un proceso de atención en salud poco
coherente con las necesidades reales de este grupo poblacional.
Su influencia se observa en las preocupaciones que experimen-
tan los envejecientes sobre su salud sexual, los temores e insegu-
ridades respecto al desempeño sexual, insatisfacción por los cam-
bios vividos en el cuerpo y afectaciones psicológicas como la an-
gustia, el estrés y la falta de sentido de autonomía, mismas que
orillan a que los mayores vivan su sexualidad desde la deslegiti-
midad.

188
Es conocido también que las personas con enfermedad cró-
nica consumen los medicamentos indicados por su médico fami-
liar, situación en la cual pueden corroborar de manera directa el
impacto, ya sea de la enfermedad o del medicamento sobre su
actividad sexual, sin identificar claramente cuál de ambos incide
en el ejercicio de la sexualidad. No obstante, resulta más cómodo
y produce menos disonancia cognitiva asumir que el medica-
mento es lo que está generando trastornos en el cuerpo y no la
enfermedad que se presenta como recordatorio del estilo de vida
inadecuado que la persona llevó a lo largo de su vida.
Fouilloux (2008), comenta que los estereotipos y prejuicios so-
bre la vejez y el erotismo pueden afectar negativamente la expe-
riencia de las personas mayores, especialmente aquellos que pre-
sentan un cuadro patológico. En este tema, no se debe dejar de
lado, la creencia estereotipada en torno al envejecimiento, mejor
conocida como viejismo o edadismo17, donde se realiza una asocia-
ción entre vejez y enfermedad, favoreciendo categorizaciones
como “todos los ancianos están enfermos” asignando a este
grupo una identidad social de detrimento, atendiendo única-
mente a las características generalizadas de dicho grupo, y no a
la individualidad y a la diversidad de los modos de envejecer.

17 El término edadismo (ageism) fue acuñado por Robert Butler en 1962, defi-
niéndolo como un prejuicio sistemático y una discriminación contra las per-
sonas por el hecho de ser mayores. por lo tanto, se entiende por edadista
cualquier actitud o estructura social e institucional que subordina a una per-
sona o un grupo social en función de su edad, así como la asignación de
papeles sociales basándose en ella. En sociedades regidas por este prejuicio
hacerse mayor conlleva una pérdida de poder y autoridad y posiciona a los
mayores a la exclusión, marginación y vulneración constante.

189
Tabla 4. Prevalencia de prejuicios en la sexualidad en la ve-
jez en residentes de la Ciudad de Durango con y sin enferme-
dades crónicas
Afirmaciones Enfermedades cróni-
cas
Con en- Sin en-
ferme- ferme-
dad dad
1. La andropausia marca el inicio de la ve- 55.3% 30.0%
jez
2. La menopausia marca el final de la vida 14.9% 8.3%
sexual en la mujer
3. Los ancianos y ancianas que demuestran 7.8% 3.3%
el amor se ven ridículos
4. Los ancianos y ancianas deben de repri- 9.2% 3.3%
mir su actividad sexual
5. Los ancianos tienen derecho al amor y a 2.8% 15.0%
la vida sexual
6. Todos los ancianos son impotentes 7.8% 3.3%
7. Todas las ancianas son frígidas 2.8% 3.3%
8. Los ancianos ya no tienen deseos y me- 9.9% 6.7%
nos actividad sexual
9. Los cambios que trae el envejecimiento 15.6% 6.7%
impiden tener actividad sexual
10. Las enfermedades más frecuentes en la 34.0% 45.0%
vejez limitan la actividad sexual
11. Los tratamientos médicos en la vejez 29.1% 51.7%
complican la actividad sexual
12. La belleza y la sexualidad es exclusiva 5.0% 10.0%
de los jóvenes
13. La sexualidad se ejerce sólo con fines 4.3% 5.0%
de procreación
14. Todos los ancianos que desean relacio- 17.7% 30.0%
narse sexualmente son rabo verdes

190
Nota: Se han considerado únicamente los porcentajes de prejuicio con
respecto a su grupo, es decir, las personas mayores que respondieron
afirmativamente para la presencia del prejuicio.
Fuente: Elaboración propia.

Reflexiones finales
Los estudiosos de la sexualidad en la vejez en nuestro contexto
aún son escasos. Este estudio es pionero en Durango debido a la
falta de información sobre el tema y también porque se hace un
esfuerzo de observar el fenómeno de la sexualidad en el grupo
de mayores desde una perspectiva gerontológica para las dife-
rentes disciplinas. Hablando de las Ciencias Sociales, esto debe
ser un campo de especialización que impulse estudios basados en
el enfoque de envejecimiento activo, el cual debe contemplar las
múltiples facetas en los que se desarrollan las personas mayores,
y que les permitan su inclusión y participación.
La sexualidad en la vejez, como tema central de esta investi-
gación, ha permitido abrir un espacio al estudio de los construc-
tos sociales que se han formado en torno a ella, es decir, a los
prejuicios; sin embargo, cabe mencionar que el trabajo social ge-
rontológico se continúa enfrentando a un discurso moralista,
donde se considera que la sexualidad no es importante en la ve-
jez, y es ahí, donde se deberá influir desde diversas áreas para
posicionarla con un valor relevante en el proceso de envejeci-
miento, como un derecho a vivir plenamente. Además, hay que
abrir la sexualidad (o las sexualidades) desde marcos que no frag-
menten la actividad sexual, ampliando los referentes desde el in-
tercambio humano, la vinculación, el amor y la erotización de los
cuerpos de los mayores.
Cada persona va perfilando a lo largo de su vida una actitud
propia sobre la sexualidad, que será facilitadora o inhibidora de

191
su expresión según sus propias experiencias, las referidas por
otros de su entorno, el ambiente social y cultural en el que está
sumergida, formación e información, las creencias religiosas, etc.
Por todo esto, y de forma inevitable, transmite al entorno una
imagen basada en la conducta y en las opiniones, que pueden ser
coincidentes o no con su íntima realidad, por tal motivo, es pre-
ciso informar a las personas adultas mayores, sobre los cambios
y dinámica sexual que se pueden presentar en este momento vi-
tal, permitiéndose dudar del esquema cultural, donde se marca
que la sexualidad y vida sexual finaliza al llegar a la vejez,
reorientar sobre el deseo sexual y su permanencia a lo largo de
la vida, que si bien se puede ver afectado por alguna enfermedad,
una vez que cese dicha enfermedad o disminuyan las dolencias,
el deseo se restituye.
Se muestra la necesidad de intervenir en el tema de envejeci-
miento en los distintos grupos etarios, de crear escenarios para
la libre expresión de la sexualidad en las personas mayores, ya
que la sexualidad necesita ser concebida, dentro del pensa-
miento moderno, como un tópico indispensable en los contextos
sociales y de salud, de esta forma, se modifica la imparcialidad al
prejuzgar y se puede comenzar a considerar como área primor-
dial para la salud integral del adulto mayor.
La educación se visualiza como una gran herramienta para
intervenir en todos los grupos sociales e instituciones que se de-
dican a las personas mayores, y es en este punto, donde se incita
a comprender el sentido profundo de envejecer, el cual debe
abarcar desde la mujer gestante, hasta la persona mayor, es decir,
todos los momentos vitales.
Lo anterior, sugiere hacer un cuestionamiento sobre los argu-
mentos sociales en torno a la sexualidad, de qué manera se han
perpetuado los mitos, actitudes y prejuicios hacia las personas
adultas mayores, cómo ha sido el actuar de los profesionistas,
programas de atención a las personas adultas mayores y medios

192
de comunicación, los cuales fomentan el culto a la juventud, a los
cuerpos perfectos libres de cualquier enfermedad para poder ser
objeto de deseo, y que solo se les tiene aceptado un amor tierno
y no erótico (Iacub, 2004) por lo que actualmente, se habla de
una sexualidad limitada dentro de una realidad social compleja
para las personas adultas mayores.
Cada vez es más difícil ignorar la necesidad de tomar acciones
sobre el proceso de envejecimiento para toda la población, es de-
cir, trabajar el envejecimiento de manera anticipada, donde pun-
tualmente se conozcan las modificaciones fisiológicas, psicológi-
cas, sociales, así como los cambios económicos y políticos que sur-
gen en la vejez (Zarebski, 2013) lo que permita identificarse
como un grupo con participación y derechos, dando cabida al
derecho a la sexualidad, creando escenarios para la expresión y
discusión de la sexualidad en la vejez.

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196
Sobre los autores

Leticia Huerta Benze


Licenciada en Sociología por la Universidad Autónoma de
Nuevo León (UANL). Maestra en Antropología Social por el
Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología
Social (CIESAS), Ciudad de México y Doctorante en Ciencias So-
ciales por el CIESAS Occidente. Líneas de investigación: vejez,
enfermedades crónicas, experiencia del padecimiento y el cui-
dado desde una perspectiva antropológica. Actualmente desa-
rrolla su investigación doctoral sobre familia y cuidado a las per-
sonas con demencia en contextos domésticos urbanos de Monte-
rrey.

Lizzett Arreola Heynez


Licenciada en Psicología en la Universidad Juárez del Estado de
Durango (UJED) y Maestra en Gerontología por la Universidad
Latinoamericana (ULA). Especialista en atención psicogeronto-
lógica en la práctica privada y colaboradora en Organizaciones
de la Sociedad Civil en actividades dirigidas a personas mayores
y sus familiares. Actualmente es Docente de la Facultad de Tra-
bajo Social en la UJED.

Luis Enrique Soto Alanís


Luis Enrique Soto Alanís. Licenciado en Trabajo Social y Maestro
en Terapia Familiar por Universidad Juárez del Estado de Du-
rango (UJED); Doctor en Psicología por la Universidad España
en Durango. Profesor de tiempo completo y Director de la Fa-
cultad de Trabajo Social de la UJED. Ha colaborado en proyectos
sobre temas de envejecimiento, familia y redes de apoyo.

197
María Concepción Arroyo Rueda
Licenciada en Trabajo Social y Maestra en Terapia Familiar por
la Universidad Juárez del Estado de Durango (UJED). Doctora
en Filosofía con Orientación en Trabajo Social y Políticas de Bie-
nestar Social por la Universidad Autónoma de Nuevo León
(UANL). Profesora - Investigadora de tiempo completo de la Fa-
cultad de Trabajo Social de la UJED, miembro del Sistema Na-
cional de Investigadores nivel I. Líneas de investigación: familia,
cuidados en la vejez, subjetividades, género y política social. Pu-
blicaciones en libros y revistas indexadas con temas relacionados
a las líneas de investigación mencionadas.

Perla Vanessa De los Santos


Licenciada en Trabajo por la Universidad Juárez del Estado de
Durango (UJED). Maestra en Trabajo Social con orientación en
Proyectos Sociales y Doctora en Filosofía con Orientación en Tra-
bajo Social con Orientación en Políticas Comparadas de Bienes-
tar Social por la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL).
Actualmente es Profesora - Investigadora de tiempo completo en
la Facultad de Trabajo Social de la Universidad Juárez del Estado
de Durango. Sus líneas de investigación y publicaciones versan
sobre erotismo, género y vejez.

Rosa María Flores Martínez


Trabajadora social por la Universidad Juárez del Estado de Du-
rango (UJED). Maestría en Ciencias con orientación en Trabajo
Social y Doctorante en Filosofía con Orientación en Trabajo So-
cial y Políticas Comparadas de Bienestar Social por la Universi-
dad Autónoma de Nuevo León (UANL). Ha participado como
ponente en Foros y Congresos nacionales e internacionales. Así
mismo ha colaborado en diversos proyectos de investigación

198
abordando temas sobre el envejecimiento rural y urbano, las re-
des de apoyo social, las personas con dependencia y la violencia
en la vejez.

Sagrario Garay Villegas


Licenciada y Maestra en Economía por la Universidad Autónoma
Metropolitana. Obtuvo el grado de Doctora en Estudios de Po-
blación por el Centro de Estudios Demográficos y de Desarrollo
Urbano de El Colegio de México. Actualmente es Profesora - In-
vestigadora de tiempo completo en la Facultad de Trabajo Social
y Desarrollo Humano de la Universidad Autónoma de Nuevo
León. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, nivel
II. Fue Secretaria General de la Asociación Latinoamericana de
Población del 2017 al 2018. Sus líneas de investigación y publi-
caciones abarcan los temas de envejecimiento, familia y redes de
apoyo.

Sandra Carmona Valdés


Licenciada en Psicología y Maestra en Ciencias con orientación
en Trabajo Social por la Universidad Autónoma de Nuevo León
(UANL). Doctora en Filosofía con Orientación en Trabajo Social
con Orientación en Políticas Comparadas de Bienestar Social por
la Facultad de Trabajo Social y Desarrollo Humano de la UANL.
Se desempeña como Profesora – Investigadora en la Facultad de
Trabajo Social y Desarrollo Humano de la UANL, miembro del
Sistema Nacional de Investigadores nivel I. Sus líneas de investi-
gación políticas sociales, bienestar y adultos mayores.

Verónica Montes de Oca Zavala


Sociológa por la Universidad Nacional Autónoma de México
(UNAM). Maestra en Demografía y Doctora en Estudios de Po-
blación por El Colegio de México. Investigadora titular en el Ins-
tituto de Investigaciones Sociales de la UNAM; coordinadora del

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Seminario Universitario Interdisciplinario sobre Envejecimiento
y Vejez (SUIEV) de la UNAM; miembro del Sistema Nacional de
Investigadores, nivel III. Fue presidenta de la Asociación Lati-
noamericana de Población durante el periodo 2017-2018.
Cuenta con una amplia trayectoria y publicaciones en el tema de
envejecimiento, vejez, redes de apoyo, políticas y derechos de las
personas mayores.

Vicente Rodríguez Rodríguez


Doctor en Geografía e Historia por la Universidad Complutense
de Madrid (UCM) e Investigador en el Instituto de Economía,
Geografía y Demografía, del CSIC. Es miembro del Grupo de
Investigación de Envejecimiento (GIE-CSIC) e investiga en va-
rios aspectos del envejecimiento de la población. Sus últimos
proyectos tienen un carácter interdisciplinar, con otros investi-
gadores sociales. Destacan sobre todo el proyecto 'Longitudinal
Study on Ageing in Spain' (ELES) sobre el proceso de envejeci-
miento de la población española en sus dimensiones principales,
el Programa de Investigación ENCAGE (Envejecimiento Activo,
Calidad de Vida y Género), financiado por la Comunidad de Ma-
drid, y el Proyecto ENVACES (Envejecimiento Activo en España),
financiado por el Ministerio de Economía y Competitividad. Es
autor de libros, capítulos de libros, artículos en revistas españolas
e internacionales.

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Formas de envejecer: condiciones y necesidades de
las personas mayores, de Sagrario Garay Ville-
gas (coordinadora), terminó de imprimirse
en abril de 2019, en los talleres de la im-
prenta Universitaria de la UANL. En su
composición se utilizaron los tipos
NewBskvll BT 8, 9, 10, 12, 13, 14, 15 y 48.
El cuidado de la edición estuvo a cargo de
la autora. Formato interior y diseño de por-
tada de Claudio Tamez.

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