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Muchas de las primeras teorías sobre la resiliencia subrayaban el papel de la genética.

Simplemente algunas personas nacen resilientes y otras no, se decía. Por supuesto, hay algo de
verdad en eso, pero un buen número de evidencias empíricas (procedentes tanto de niños como
de supervivientes de campos de concentración o de negocios que renacen de sus cenizas) sugiere
que la resiliencia se puede aprender.
La mayoría de teorías sobre la resiliencia se basan en el sentido común. Pero también se ha
observado que casi todas ellas coinciden en afirmar que las personas resilientes reúnen tres
características: una aceptación obstinada de la realidad, la profunda convicción de que la vida
tiene un sentido (una creencia que se sustenta sobre valores muy arraigados) y una habilidad
increíble para improvisar

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