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Leer Antes de Leer PDF
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Confesiones de un lector
Recuerdo que uno de los primeros libros que tuve entre mis manos,
niño aún, y que hojeé con avidez extrema, fue un texto, que habían
utilizado mis primos mayores en los primeros grados de Educación
Primaria. Era un libro muy antiguo con tapas gruesas y oscuras que
protegían sus páginas del tiempo y la humedad. Lo encontramos
refugiado en uno de los amplios baúles que mi madre usaba para
guardar las frazadas y ropajes que nos abrigaban cuando regresábamos
de vacaciones a la tierra que nos vio nacer.
Recuerdo que una de las partes que más llamó la atención de mis
hermanos fue un cuento llamado Los músicos de la aldea. Vi en sus
rostros una expresión de felicidad, de tesoro descubierto y de inocente
complicidad con el texto. Hoy debo confesar, muchos años después, que
ese fue el momento decisivo que me hizo encontrar la magia de la
lectura. Siempre había intentado descubrir aquel impulso inicial y en
ese intento aseguré muchas veces que me comprometí con ella gracias a
Peter Pan, Ali Babá, Sansón o a Condorito, entre otros. Pero no, fueron
los solidarios Músicos de la Aldea, aquellos personajes de ternura
infinita, quienes me iniciaron en el embriagante vicio de leer.
No recuerdo que en la escuela haya tenido una vivencia como ésta, pero
cómo me hubiese gustado tenerla. Aún hoy no comprendo cómo los
maestros se empecinan en darnos cosas que a nosotros no nos
interesan. Si no dejáramos de ser niños o no dejáramos de pensar o de
sentir como niños seguramente serían otras nuestras decisiones. Cómo
me hubiera gustado que la escuela se acerque a mis campos, a mis
chacras, a mis pájaros, a mis quebradas. Cómo hubiera gozado con
historias sacadas de mi entorno, con personajes cercanos a mi vista,
con paisajes en los cuales correteaba todas las tardes. Una sola de
estas historias hubiese preferido a los aburridos y forzados relatos
sobre “mártires” o “próceres”, tan ajenos a mis travesuras de niño.
Eran tan pocas las horas que dedicábamos a leer en la escuela que me
parece inconcebible haber desperdiciado ese valioso tiempo con
historias o poemas sin sentido, o cuya importancia solo cabía en la
cabeza de nuestros maestros. Yo recuerdo que esperaba con ansias el
momento de la lectura, pero caía rápido en el aburrimiento. Era la
práctica de siempre, la misma rutina: lectura del profesor, lectura de los
alumnos, resolución de cuestionario, calificación de las respuestas.
Pronto llegué a la desesperanza. No entendía por
qué la lectura, siendo tan placentera, en la
escuela se volvía pesada y desmotivada. Llegó el
momento en que mis compañeros y yo
asociamos tanto la lectura a los exámenes que
cuando el profesor anunciaba que íbamos leer,
temblaba nuestro cuerpo y sudaban nuestras
manos, y no veíamos la hora de volver a los fríos
análisis gramaticales y clasificaciones
morfológicas.
Elvis Flores M.
elflores_2@yahoo.es