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TEXTO DE LECTURA: "La condena de un filósofo"

 En la Grecia del siglo IV antes de Cristo, más precisamente


en Atenas, vivía un filósofo llamado Sócrates. Este hombre
era un ciudadano que caminaba por su querida Atenas
rodeado de discípulos, la mayoría de los cuales eran
jóvenes de familias ricas. Sócrates sostenía que, para poder
conocer, es necesario primero aceptar que no se sabe. El
que cree que sabe no tiene deseos de saber. Por eso, la
primera sabiduría es el reconocimiento de la propia
ignorancia.  Él mismo se autodenominaba un ignorante.
Pero estaba orgulloso de su ignorancia porque, según él,
era una "ignorancia sabia". En efecto, Sócrates afirmaba
que existen dos tipos de ignorancia: la ignorancia sabia y la
ignorancia necia. La ignorancia sabia es la ignorancia
consciente: implica saber que no se sabe. La ignorancia
necia es la que se ignora a si misma: no se sabe pero se
cree saber. Todos los hombres somos ignorantes pues,
frente a lo que nos falta saber, lo que ya sabemos es
ínfimo. Sócrates se había propuesto una tarea en su vida:
lograr que sus conciudadanos reconocieran su ignorancia y
que se abrieran así a la posibilidad de conocer, Para ello,
todos los días, dialogaba con los sabios de Atenas y con los
sabios que venían de otras partes de Grecia. Les
preguntaba: ¿qué es la virtud?, ¿qué es la justicia?, ¿qué es
la verdad?, ¿qué es la belleza?, ¿qué es el amor? Y los
sabios respondían con mucha seguridad sobre todos estos
temas. Pero Sócrates no se conformaba con sus respuestas
y seguía preguntando. Con esta serie de preguntas
mostraba a su interlocutor las contradicciones y los errores
de sus argumentos. Hasta que estos, vencidos, reconocían
ignorar la respuesta correcta. ¿Les daba Sócrates la
respuesta? No, porque él tampoco la tenía. El simplemente
les demostraba a sus conciudadanos y a los extranjeros
ilustres que visitaban Atenas, que sus opiniones se basaban
en la costumbre y no en la razón y que eran incapaces de
defender con argumentos concretos lo que consideraban
bueno, justo o verdadero. Trataba, en suma, de poner en
evidencia todo lo que había de infundado o de poco claro
en las ideas aceptadas por sus semejantes.
Cuando Sócrates tenía ya setenta años, fue acusado ante
los tribunales de Atenas de "no creer en los dioses de la
ciudad e introducir divinidades nuevas" y de "corromper a
los jóvenes". Esta acusación fue presentada por tres
ciudadanos Atenienses: Anito, Licón y Meleto. El cargo de
no creer en los dioses y de introducir nuevas divinidades no
tenía fundamento, pues Sócrates nunca se mostró contrario
a las creencias religiosas de su tiempo. Pero era una
sanción grave que podía justificar la condena a muerte.
El cargo de corromper a los jóvenes significaba acusar a
Sócrates de apartar a los jóvenes del saber tradicional, de
hacerlos dudar sobre la moral impartida por sus padres y
desviarlos del camino correcto (se debe tener en cuenta
que estos jóvenes ricos estaban destinados a ser los
dirigentes políticos de la ciudad)
En su defensa, Sócrates negó la legitimidad de la
acusación. Él estaba convencido de haber beneficiado a los
atenienses con su tarea. Consideraba que les había
ofrecido un servicio, que los había alertado sobre la
necesidad de reflexionar, de no dejarse llevar por creencias
infundadas, de utilizar la propia razón para comprender el
universo y la conducta de los hombres. Además, él no había
enseñado ninguna doctrina en particular ni había tenido
intenciones políticas. Por todo eso Sócrates se creía con
derecho a un premio en lugar de una condena. Creía que
merecía el mismo trato dispensado a los vencedores de los
juegos olímpicos, los cuales eran auténticos privilegiados
en Atenas. 
El jurado dictaminó la condena a muerte. Según las
costumbres de la época, Sócrates debía beber la cicuta, el
veneno que le quitaría la vida. Sus discípulos y amigos le
ofrecieron la posibilidad de escapar, de ir a vivir a otra
ciudad griega. Pero Sócrates prefería la muerte al
ostracismo. Además, si buscaba una salida de ese tipo,
estaría traicionando toda una vida consagrada a la filosofía.
En el año 399 a. C, Sócrates murió envenenado en
compañía de quienes siempre estuvieron junto a él.
Sócrates no dejó obras escritas. En lugar de escribir, se
dedicó a dialogar con sus discípulos. Lo que sabemos de
Sócrates nos ha llegado a través de los escritos de sus
discípulos, entre ellos el más importante, Platón.

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