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Apuntes sobre la nostalgia

1. Hace algún tiempo, viví en una ciudad verde, tenía un puerto y


alrededor crecían pueblos productores de vino, lagos color uva se
extendían por la zona conurbada y por la ciudad palaciega de
edificios modernos construidos no hace más de dos siglos, pero
simulando, con mucha precisión, cierta antigüedad. El centro estaba
rodeado por un puerto al cual llegaban barcos comerciales y cruceros
que acogían sonrientes a personas de múltiples nacionalidades, para
después zarpar a la aventura del Mar del Norte. Viví unos seis meses
en ese sitio, volviendo después a un tipo de cotidianidad forzada. No
hay un día que no anhele volver. Un sentimiento de pesadumbre
provocado por la posibilidad distante de hacerlo me produce un dolor
intenso, quemándome por dentro, sufriendo por ese hogar que perdí.

En aquel sitio había construido en poco tiempo una serie de


bonanzas en comunión con gente que conocí. Un sitio cálido a pesar
del blanco invierno y de sus temperaturas gélidas. Estando a miles de
kilómetros de distancia de la ciudad esmeralda con tonos fluviales y
fuerte carácter olor a océano, me siento triste, y le doy vueltas en mi
cabeza a la pregunta de cómo sería posible regresar a ese hogar que
en pocos meses volví mi terruño. Capturada en un presente más bien
tortuoso que anhela un pasado idealizado, me doy cuenta que sufro
de un tipo de nostalgia, que para este siglo cada día más preocupado
por enfatizar la identidad, por ahora a mí me viene bien considerar
que sigo errabunda en un lugar que no me pertenece, hasta que
vuelva a ese morada que quizá para sus habitantes no acaecía de
igual manera, pero que yo sí creí propio, ¿estará allá mi destino?

Cuando la tristeza me carcome por dentro recuerdo las palabras de la


escritora Svetlana Boym, quien dice que la nostalgia “es un anhelo
por un hogar que ya no existe o que nunca ha existido. La nostalgia
es un sentimiento de pérdida y desplazamiento, pero también es un
romance con la propia fantasía”. En ese romance autocompasivo me
he quedado a vivir en el presente, un presente que va perdiendo
significado porque cada instante lo pierdo en la esperanza futura,
proyectándome, sin mucho cuidado, a soñar en que respiro de nuevo
esa atmósfera marítima y recorriendo sus calles miro nuevamente
esos ojos extranjeros que construyeron conmigo un hogar. Aunque,
¿cuándo estaba allá, acaso no sentía en cierta medida lo mismo que
siento actualmente por el lugar en el que ahora estoy? No lo sé, pero
necesito comprobarlo si mi salud mental me lo permite. Necesito
regresar para saber si puedo curarme de la nostalgia, o si volveré una
y otra vez, como escribe Boym, a esa doble sensación de sentirse en
casa, pero al mismo tiempo ajeno a ella, de convivir con el “pasado y
presente, de vivir entre el sueño y la vida cotidiana”. No sé si podré
acabar con esa sensación que el nostálgico pone en una sola imagen:
la que borra la posibilidad de vivir el presente porque él sólo vive en
la añoranza del pasado, perdiendo el instante y perdiendo su vida en
la constante esperanza futura de recuperar aquel pasado.

2. La nostalgia es este abismo insalvable entre el instante y lo que fue


antes, una herida que no cura, el anhelo de aquello que
resignificamos en el instante, de lo que quizá nunca fue o no volverá,
pero por lo que lucharemos para convertir en realidad. El nostálgico
puede volverse loco, puede perderse en la quimera de la añoranza.
Pero la nostalgia podría ser también resolutiva, el instante requerido
por algunos espíritus tercos para aferrarse profundamente en lograr
eso que sólo se puede resolver en sueños. La nostalgia es la
dialéctica de la tristeza: lo negativo de la vida actual que se pretende
superar con el optimismo de un futuro mejor, aunque después de
cierto tiempo quepa la posibilidad de fracasar. Porque si no se supera
la añoranza presente, el sentimiento de estar fuera de casa con las
personas equivocadas y fuera de tiempo, se prolonga, haciéndonos
morar permanentemente junto a la tristeza. Escribe Boym, "la
nostalgia en sí misma tiene una dimensión utópica, solo que a veces
ya no está dirigida hacia el futuro. A veces la nostalgia tampoco está
dirigida hacia el pasado, sino más bien de lado. El nostálgico se siente
sofocado dentro de los límites convencionales del tiempo y el
espacio”, volviéndose extranjero de su propia vida.

3. La historia enseña que no sólo existe la nostalgia de carácter


existencial, considerada por primera vez como una enfermedad
curable por el médico Johannes Hofer, en el siglo XVII. Esa nostalgia
que llevó a poetas y filósofos a quererse ahogar en el Rhin. Sino que
también existe la nostalgia colectiva, una que toca el terreno de la
política, y también del capitalismo. Que merodea el concepto de
nación, de unión colectiva, de pueblo homogeneizado por ciertos
valores y aspiraciones. Los inmigrantes actuales quizá en algún
momento sean víctimas de esta nostalgia que los reúne a formar
cotos en el país extranjero. Cuando viví en Alemania, miré con mucha
alegría a la comunidad musulmana que unida mantenía ciertas
costumbres propias a su nación, a pesar de estar lejos de eso que fue
alguna vez su terruño. Incluso procuraban vivir cercanos los unos a
los otros, viajar en grupo y hacer fiestas típicas en medio del muy
distinto y sobrio carácter alemán. ¿Quién no se ha sorprendido
comiendo tacos mexicanos en el extranjero y haciendo comunidad
con sus conciudadanos de origen?

Boym también habla de esta experiencia positiva de la nostalgia


colectiva que puede unirnos como seres humanos y en la convivencia
puede volvernos empáticos con el prójimo que también extraña su
patria o un pasado más venturoso por el cual atravesó su nación. Pero
no sin dejar de advertirnos que en el momento en que se intenta
resolver esa nostalgia, ese “anhelo de en la pertenencia, la
aprehensión de la pérdida con un redescubrimiento de la identidad,
también podría separarnos y poner fin al entendimiento mutuo”. La
nostalgia también ha sido la semilla de nacionalismos irracionales, de
venganzas contra lo que se ve como ajeno para “recuperar” lo propio,
de dictaduras y socialismos errados, al unísono de la intención de
limpiar eso que no encaja con un pasado dogmático que se pretende
creer, de forma errónea, que fue mejor. Nuevamente Boym advierte:
“el peligro de la nostalgia es que tiende a confundir el hogar real y el
imaginario. En casos extremos, puede crear una patria fantasma, por
la cual uno está listo para morir o matar”.

4. Quizá hay un resurgimiento de esta nostalgia destructiva, de este


terrible ideal que pretende reconstruir, pero a partir de cenizas, de
polvo que no tienen ningún peso para la sociedad actual, ideales que
en el pasado cobraron sentido por el contexto no globalizado ni
intercultural del presente. A veces pienso en Trump y su política
antimigrante, para reconstruir ese Heimat no sin cierta evocación
nazi, esa tierra natal, esa pureza norteamericana que tuvieron en el
pasado, llena de paz y trabajo para sus ciudadanos nativos, ese país
que jamás existió. Pero también en Latinoamérica no dejo de ver esta
nostalgia nihilista, este merodear de la añoranza de una historia que
ha sido mal comprendida, de dictaduras soviéticas, de socialismos
que en sus afanes también de “recobrar” un pasado inexistente,
acabaron con sitios y con almas, acribillaron el espíritu de una época.
No dejo de ver en Latinoamérica esta nostalgia demoledora de las
democracias, pareciendo que algunos países están condenados a la
repetición de socialismos del siglo pasado, a la pauperización de sus
habitantes por el ideal de una economía que, en un afán respetable
de superar al capitalismo, no puede sostenerse a estas alturas del
mundo: primero los pobres, todos seamos pobres. Tanto los
nacionalismos que orillan al racismo, como las dictaduras
neosocialistas, usando las palabras de Boym, son “la promesa de
reconstruir el hogar ideal, esta nostalgia que se encuentra en el
centro de muchas ideologías poderosas de la actualidad”.

5. Sin embargo, también existe esta nostalgia colectiva que nos insta
a volvernos creativos, o a apropiarnos del pasado de manera más
consciente, por ejemplo, a alejarnos de la tecnología en aras de
regresar a las relaciones personales menos virtuales, al contacto
físico con el prójimo. Y quizá sí podemos creer que el pasado siempre
ha sido menos superficial, en el sentido en que la época digital al final
del día no es capaz de contabilizar o mejorar nuestros afectos, ni de
medir el progreso que tenemos en asuntos filiales o de pareja.

La nostalgia también tiene esa voz colectiva que impacta en los


productos que consumen sobre todo las nuevas generaciones, éstas
que, en una añoranza por ese pasado mejor, que ni siquiera vivieron
más que a través de las historias de sus padres y abuelos, de la
remasterización y visualización de películas viejas, de escuchar
música de décadas pasadas en internet, quisieran vivir. Estas nuevas
generaciones sienten nostalgia, posiblemente sí frente a un presente
demasiado artificial que los degrada a volverse tecnócratas, de un
presente lleno de incertidumbre laboral y económica, de constantes
crisis sociales, un presente violento y envuelto en la escasez de
aquello que antes sí parecía existir: la estabilidad personal y material.
Ante este presente rodeado de crisis, las nuevas generaciones
parecen fugarse en esa rara añoranza de un pasado que les han
contado que era diferente, uno más fraternal, uno en el cual la vida
era tomada con más paz. Esta añoranza por ser espectadores de
épocas más serenas le ha dado a la industria cinematográfica la
posibilidad de reconstruir con un nuevo lenguaje y sentido para los
nuevos ojos, esas historias que pudieron ver otros en el pasado.
Cuando voy al cine, no dejo de pensar que esa cartelera era la misma
de hace veinte años.

En este sentido, la nostalgia también puede ser positiva, puede desde


unir razas, hasta hacer que los más jóvenes comprendan a los viejos
y a la inversa. La nostalgia tiene así un lado bello, siempre y cuando
no se convierta en ese monstruo interior que te paraliza en el
dogmatismo y el nihilismo por recuperar un pasado que ya no
combina con el presente, o de que el presente se nos escabulla por
vivir en un futuro que sólo anhelamos y por el cual no trabajamos.
Escribe Boym, “la consideración del futuro nos hace responsables de
nuestros cuentos nostálgicos”. La responsabilidad de nuestra
nostalgia es conducir está a una resolución personal o colectiva, a
construir el mundo más allá del pesimismo presente y en proyección
de un futuro más habitable que mire de manera crítica los errores del
pasado.

Porque no todo pasado es mejor y aunque lo fuera, siempre es un


pasado es compartido: “La nostalgia que no se refleja en el prójimo,
engendra monstruos”, afirma Boym.

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