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RÉGIMEN JURÍDICO DEL ESPACIO ULTRATERRESTRE

No podemos entrar al tema del espacio ultraterrestre, sin hacer referencia al espacio aéreo.
En este último ámbito, tanto los convenios internacionales como la legislación comparada
consagran universalmente la soberanía de los Estados subyacentes.

Con respecto al espacio ultraterrestre, el Dr. Manuel Augusto Ferrer lo define como a "todos
los inmensos ámbitos del cosmos, que se extienden a partir del límite superior del espacio
aéreo nacional en la Tierra, y del espacio aéreo que cubre el mar libre, también en la Tierra"
(Manuel Augusto Ferrer (h), "Derecho Espacial", pág. 137).

Así como el art. 1 de la Convención de Aviación Civil Internacional, firmada en Chicago en


1944, afirma la soberanía de los Estados sobre su espacio aéreo, el Tratado del espacio
consagra la prohibición de ejercicio de actos de soberanía en el espacio ultraterrestre (art. II).

En cuanto a su naturaleza, el espacio es una res communis humanitatis, expresión dada por
el Dr. Aldo Cocca en Innsbruck en 1954. El espacio ultraterrestre es, por naturaleza, cosa
común destinada al beneficio de la humanidad. Estamos frente a una nueva realidad que no
puede ser encuadrada en los moldes tradicionales. Debe ser contemplada conforme a
los principios y criterios del Derecho Espacial. Y, en consecuencia, no puede ser considerado
como bien mostrenco, o res derelicta o extracommercium, ni tampoco res nullius. Constituye
el patrimonio de la Humanidad, por ser esta su único titular.

El régimen jurídico lo encontramos en el Tratado del Espacio de 1967. El art. I reconoce la


libertad de desplazamiento. Pero este derecho a la exploración del espacio no es absoluto.
Tiene limitaciones impuestas por el mismo Tratado, como la exigencia de realizar actividades
pacíficas (art. IV), la obligatoriedad de la cooperación internacional (arts. I, III y IX) y la
exigencia de que la actividad sea de beneficio para la humanidad.

En cuanto a la cuestión del límite entre el espacio aéreo y el espacio ultraterrestre, se


plantean aquí dos problemas: la conveniencia de fijar ese límite y el criterio a adoptar para
hacerlo.

Con respecto al primer problema, dado que en el espacio aéreo los Estados ejercen
soberanía sobre aquél ubicado encima de sus territorios y en el espacio ultraterrestre rige el
principio de la libertad de exploración y utilización, esta diversidad de regímenes hace
necesario delimitar los dos ámbitos.

El tema ha sido objeto de permanentes debates y, ante la falta de coincidencia de criterios,


parece apropiado pensar en una distinción de base convencional entre los Estados, fijando el
límite a una altura de 100 o 110 km de la tierra.

Merece señalarse que este tema está en la agenda de la Comisión para el uso pacífico del
espacio ultraterrestre de Naciones Unidas desde 1967 y aún no se ha logrado una solución.

Otra cuestión íntimamente relacionada con este tema es la contaminación al ambiente causada
por el desarrollo de las actividades espaciales.
Una referencia la encontramos en el art. IX del Tratado del Espacio. Este artículo reafirma el
principio de la cooperación y la asistencia mutua y la debida consideración de los intereses de
los Estados en todas las actividades que estos realicen en el espacio. Además la exploración se
hará de tal forma que no se produzca una contaminación nociva ni cambios desfavorables en el
medio ambiente de la Tierra como consecuencia de la introducción en él de materias
extraterrestres. También establece que si las actividades proyectadas por un Estado pueden
constituir un obstáculo para las actividades de otros Estados, deberá celebrar las consultas
internacionales oportunas antes de iniciar esa actividad.

El Convenio sobre la responsabilidad internacional por daños causados por objetos espaciales,
firmado el 29 de marzo de 1972, establece la responsabilidad absoluta del Estado de
lanzamiento por los daños causados por un objeto espacial suyo en la superficie de la Tierra o a
las aeronaves en vuelo (art. II).

Otra referencia importante la encontramos en el Acuerdo que debe regir las actividades de los
Estados en la Luna y otros cuerpos celestes, firmado el 18 de diciembre de 1979. El art. 7
complementa lo dispuesto en el art. IX del Tratado del Espacio, por cuanto establece que los
Estados Partes tomarán medidas para evitar la perturbación del actual equilibrio de la Luna, sea
introduciendo modificaciones nocivas en ese medio, contaminándolo con sustancias ajenas al
mismo o de cualquier otro modo. Deberán tomar medidas también para no perjudicar el medio
de la Tierra por la introducción de sustancias extraterrestres o de cualquier otro modo.

El tema de la contaminación del medio ambiente espacial y de la contaminación de la tierra


como consecuencia de las actividades espaciales ha sido tratado parcialmente por la
Subcomisión de Asuntos Jurídicos de la Comisión para la Utilización Pacífica del Espacio
Ultraterrestre (COPUOS) al analizar el Proyecto de Conjunto de Principios aplicables a la
utilización de Fuentes de Energía Nuclear en el Espacio Ultraterrestre. Este tema se inició a raíz
de la caída en territorio canadiense del satélite soviético Cosmos 954, portador de una fuente
de este tipo de energía.

Así, la Asamblea General de Naciones Unidas aprueba, el 14 de diciembre de 1992, los


Principios pertinentes a la utilización de fuentes de energía nuclear en el espacio ultraterrestre
mediante la Resolución 47/68.

Siempre dentro del estudio del espacio ultraterrestre, merece especial atención el tema de la
militarización del espacio. A pesar de los esfuerzos realizados por la comunidad internacional,
existen aún controversias en cuestiones tan importantes como la interpretación del término uso
pacífico, el alcance del art. IV del Tratado del Espacio, la función de los medios de verificación
en los tratados de limitación de armamentos, y los problemas jurídicos que en su momento
planteó la Iniciativa de Defensa Estratégica de los Estados Unidos.

La exigencia de que la actividad espacial se cumpla con fines pacíficos está establecida en los
tratados del espacio vigentes.
EL PRINCIPIO DE PATRIMONIO COMÚN DE LA HUMANIDAD EN EL ESPACIO
ULTRATERRESTRE

El Dr. Aldo Armando Cocca, destacado jurista argentino precursor del Derecho Espacial,
expuso ya en 1957, en su libro Teoría del Derecho Interplanetario, que en el marco de un
derecho de la humanidad, la comunidad internacional en su conjunto, es decir la humanidad,
nacía como un nuevo sujeto del Derecho Espacial. También expuso en el Instituto
Internacional de Derecho del Espacio el carácter de res communis humanitatis del espacio
ultraterrestre.

Tomando como base estos principios, se fue gestando en Naciones Unidas un régimen legal
para el espacio, en el que se proclamaba que debía ser usado exclusivamente con fines
pacíficos para beneficio e interés de toda la humanidad.

Así, a partir de la firma del Tratado del Espacio de 1967, el Derecho Espacial fue
evolucionando y se fue gestando el principio de patrimonio común de la humanidad, que
había sido expuesto por el Dr. Cocca en el Congreso de la Federación Internacional de
Astronáutica, celebrado en Innsbruck en 1954.

Ese principio, cuyo origen se debe a la doctrina argentina, ya se encuentra incorporado como
tal en el Derecho Espacial.

Una primera incorporación de este principio la encontramos en el artículo 1º del Tratado del
Espacio, cuando establece que “La exploración y utilización del espacio ultraterrestre, incluso
la Luna y otros cuerpos celestes, deberán hacerse en provecho y en interés de todos los
países, sea cual fuere su grado de desarrollo económico y científico, e incumben a toda la
humanidad”.

La expresión “incumben a toda la humanidad” fue la fórmula que se pudo obtener por
consenso pues, como consecuencia de los diversos regímenes jurídicos vigentes al
momento de la elaboración del Tratado, el concepto de patrimonio no resultaba aceptable
para la Unión Soviética.

Posteriormente, ya en 1979, en el artículo 11 del Acuerdo de la Luna se estableció que “La


Luna y sus recursos naturales son patrimonio común de la humanidad conforme a lo
enunciado en las disposiciones del presente Acuerdo y en particular en el párrafo 5 del
presente artículo”.

La naturaleza jurídica del espacio ultraterrestre como patrimonio común de la humanidad,


relacionada con el principio de uso pacífico y el principio de cooperación en el espacio,
impone a la comunidad obligaciones especiales que dan origen a reglas legales para la
seguridad común o cooperativa.

Lo que antes eran intereses exclusivos de los estados pasan a ser intereses de la
comunidad, los “intereses comunes” de la Antártida, el alta mar y el espacio ultraterrestre.

Estos cambios en la estructura global acarrean una interdependencia que lleva a que los
estados ya no sean indiferentes hacia los intereses de los otros estados, más bien
comienzan a identificarse con los intereses de la comunidad. Así, comenzó la transformación
del derecho de coexistencia hacia un derecho de la cooperación.

Los que hicieron el Derecho del Espacio dieron precedencia a la igualdad legal de los
estados, al obligarlos a perseguir el interés común de todos los países en el uso del espacio
ultraterrestre.

La introducción del concepto de Patrimonio Común de la Humanidad representa, sin duda,


un gran avance para la comunidad mundial. Es el nuevo modelo que comenzó a surgir a
partir de 1945. Se lo ha definido como un derecho de la humanidad.

El principio reviste gran importancia para la interpretación y aplicación de la norma del uso
pacífico. Implica una predisposición a favor de la interdependencia de los estados y no la
presunción a favor de su soberanía. Esto significa que los estados deben contribuir
enfáticamente al logro del bien común para toda la comunidad internacional. Refleja un
cambio en el proceso de elaboración de normas, de acuerdo con el cual es parte de un
derecho orientado cada vez más a la comunidad.

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